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30.04.2013 Views

Ibáñez denunciará que la sociedad se muestre indiferente ante el hambre y las privaciones básicas de un individuo que por su traje y aspecto “pertenece a la raza de los felices” (La horda 243). En cualquier caso, si pasear por ciertos lugares de la ciudad y exhibir su codiciado capital social suponía un suplicio para los burgueses a causa de la presencia incómoda de las clases populares, era necesario proyectar una nueva ciudad que ubicara a cada cual en su sitio en términos de clase social. De ahí surgió la idea del ensanche, proyectado en primer lugar en diciembre de 1846 para luego volver a ser reclamado en abril de 1857 bajo un Real Decreto que delineaba tres barrios acordes a las tres grandes clases de la población. Fue éste el objetivo que, tras los intentos frustrados de racionalizar el crecimiento de la ciudad, sirvió de base para el proyecto de Castro de 1860, el cual permitiría a los tres estamentos sociales un espacio propio que permitiera una nueva ciudad ordenada, con jardines y zonas verdes, con amplias calles y avenidas que atravesaran y conectaran los distintos puntos de la urbe. Sería ésta una nueva ciudad que fomentara “el orden, la disciplina, la jerarquización, la imposición de normas, el condicionamiento de las conductas” (Álvarez-Uría 173). A pesar de estos intentos de racionalizar el crecimiento y segmentar el espacio, y como indica Juliá, ni los reformadores del Madrid isabelino, ni los del sexenio democrático ni los de la Restauración, incluyendo la utopía urbana de los revolucionarios del 68, fueron capaces de dotar a la ciudad de reformas y grandes vías interiores y de barrios ordenados en el exterior, bien comunicados con su interior (Madrid 376). Los extramuros de la ciudad llegan al nuevo siglo con los mismos problemas urbanísticos que en 1860, pero mucho más agravados debido a las grandes oleadas de inmigración que viene recibiendo la urbe desde finales del XIX la cual, según datos proporcionados por Juliá, incrementó su población en un 66% desde 1872 a principios del siglo XX (Madrid 414), cifra que seguirá aumentando notablemente 146

durante los primeros 30 años del siglo. Junto a los derribos realizados, reestructuraciones espaciales y nuevas construcciones que se venían levantando desde mediados del XIX, será éste un hecho fundamental a la hora de determinar la configuración urbana. Los espacios de la ciudad se van a organizar para dar cabida a nuevas realidades sociales, que desde finales del XIX comienzan a preocupar a un sector de la sociedad madrileña que ve amenazados sus intereses de clase y su dominio geográfico en una ciudad que no tiene cabida para ese aluvión proletario. Ante la avalancha de inmigrantes, las casas de una planta en los arrabales y los bajos en los edificios del interior o del ensanche ya no serán suficientes. Porque el inmigrante tampoco puede pagar un alquiler en el ensanche, la solución pasará por edificar en el extrarradio en condiciones de insalubridad y falta de higiene, sin ningún orden, lo que ahogará cualquier posibilidad de crecimiento racional. Durante los últimos años del XIX se comienza a formar así un cinturón alrededor de la ciudad en forma de chozas y casuchas que se agrupan en enclaves caracterizados por una situación de miseria. Éste es el contexto en el que se ubican las novelas bajo estudio en el presente capítulo en el que se analizará la función social de la calle madrileña y del espacio geográfico en que se mueven los personajes de dos obras de principios de siglo: Aurora roja (1904) de Pío Baroja y La horda (1905) de Vicente Blasco Ibáñez, novelas cuya acción se desplaza a un núcleo urbano contrapuesto: la periferia urbana. Si bien la incorporación de los barrios marginales a la novela no es un asunto nuevo – recordemos cómo Galdós introduce el barrio de las Peñuelas en La desheredada o Chamberí en Tristana como suburbios, ciudades hechas “de cartón piedra” que reflejan el estado interior de sus habitantes—sí lo será su protagonismo. Ciertamente, periferia no significa menos interés. Supone, por el contrario, replantear el enfoque y 147

Ibáñez denunciará que la sociedad se muestre indiferente ante el hambre y las<br />

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(Álvarez-Uría 173). A pesar de estos intentos de racionalizar el crecimiento y<br />

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