'ANDANDO SE HACE EL CAMINO - DataSpace - Princeton University

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narración en la misma periferia de la que provino, sólo que ahora ésta no es sólo geográfica, sino moral y social también. Si termina ejerciendo la prostitución en las calles céntricas o en las marginales, el narrador no lo dice, quizás por no ser relevante. Lo realmente importante es que la última estación de su viaje urbano es lo que podríamos denominar comúnmente “la cuneta”, lo que remite de nuevo a la figura de la prostituta quien, igual que los desechos y la basura, es empujada al extrarradio de la ciudad, primero como medida de control social, y segundo por considerarse desagradable a la vista. Esta obsesión por hacer concluir a los personajes en la periferia está relacionada con la necesidad de redimirlas. Las mujeres, irredentas, no piensan, no son racionales, y tras reiterados intentos fallidos por instruirlas (Horacio y Miquis vendrían a encarnar los sistemas de razón, de instrucción y de orden en su papel de instructores moralistas como alternativa al desorden del personaje principal), necesitan de una relación de tutelaje con un hombre que las redima, bien por vía del matrimonio (Lope) o por medio de otra relación basada igualmente en la desigualdad de géneros: la prostitución. Evitando la tentación de convertir a la calle en explicación genética de todo lo que acontece en la novela, concluyo reafirmando la importancia de este espacio en el desarrollo de la acción narrativa, y para ello baste ofrecer un último ejemplo. Si la calle constituye un espacio formativo por excelencia, la ausencia de contacto con la misma explicaría la atrofia de la concienciación femenina, sexual y social. En Tormento (1889) Galdós introduce un sujeto femenino cuya relación con la calle es muy diferente a la de Tristana o Isidora: Amparo se haya en absoluta felicidad en su espacio doméstico, privado y carcelario, percibido por ella misma como foco de la decencia y la virtud. Sus salidas a la calle no serán fruto del placer, sino de la obligación, estando éstas siempre supervisadas por una presencia masculina. Para el 140

personaje, la calle representa una “amenaza” (191), un peligro, lugar de concentración de masas y por ello foco de corrupción. La falta de iniciativa por salir a la calle y la falta de contacto con ésta explicarían la escasa educación corporal del sujeto (nunca se lava ni presta atención a su apariencia física) así como su inexistente personalidad social y su subdesarrollo sexual: si para Isidora y Tristana la calle constituía un cauce de expresión del deseo y un foco de placer en sí misma, la falta de contacto con ella justificaría la ausencia de cualquier intencionalidad, pasión o deseo femenino, ni sexual ni material, pues como señala el narrador de Tormento, Amparo tiene “ambición de decencia, no de lujo” (252). El resultado es, según Aldaraca, una “anomia” que resulta de su “definición social ambigua” (“Tormento” 222) y una debilidad moral que Montesinos ha caracterizado de enfermiza. Para Tormento el matrimonio constituye, en contraste con los personajes bajo estudio, la vía a la libertad y al orden social, la transición del caos a su propio orden: a pesar de haber sido deshonrada en su juventud, el personaje restablece el orden doméstico y con éste su propio orden moral y social casándose con Agustín al final del relato y conciliando en el matrimonio todas sus aspiraciones económicas, sociales y morales. Sería ésta otra vertiente de la nueva mujer: un ángel del hogar felizmente prisionero. Junto a esta naturaleza formativa, la calle es construida en la novela decimonónica como un escenario conflictivo, un espacio liminal en el sentido que Victor Turner concibió el término: un emplazamiento caracterizado tanto por el poder que otorga la transgresión como por la contención que implica la regulación, permitiendo al sujeto femenino posicionarse fuera de los papeles tradicionalmente asignados a la mujer. Dado que “non-normative female behaviour, particularly sexual, has always constituted a liminal space” (Bose 36), podemos concluir que tanto las acciones de Tristana como las de Isidora hacen de la calle, en un sentido 141

narración en la misma periferia de la que provino, sólo que ahora ésta no es sólo<br />

geográfica, sino moral y social también. Si termina ejerciendo la prostitución en las<br />

calles céntricas o en las marginales, el narrador no lo dice, quizás por no ser relevante.<br />

Lo realmente importante es que la última estación de su viaje urbano es lo que<br />

podríamos denominar comúnmente “la cuneta”, lo que remite de nuevo a la figura de<br />

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Miquis vendrían a encarnar los sistemas de razón, de instrucción y de orden en su<br />

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necesitan de una relación de tutelaje con un hombre que las redima, bien por vía del<br />

matrimonio (Lope) o por medio de otra relación basada igualmente en la desigualdad<br />

de géneros: la prostitución.<br />

Evitando la tentación de convertir a la calle en explicación genética de todo lo<br />

que acontece en la novela, concluyo reafirmando la importancia de este espacio en el<br />

desarrollo de la acción narrativa, y para ello baste ofrecer un último ejemplo. Si la<br />

calle constituye un espacio formativo por excelencia, la ausencia de contacto con la<br />

misma explicaría la atrofia de la concienciación femenina, sexual y social. En<br />

Tormento (1889) Galdós introduce un sujeto femenino cuya relación con la calle es<br />

muy diferente a la de Tristana o Isidora: Amparo se haya en absoluta felicidad en su<br />

espacio doméstico, privado y carcelario, percibido por ella misma como foco de la<br />

decencia y la virtud. Sus salidas a la calle no serán fruto del placer, sino de la<br />

obligación, estando éstas siempre supervisadas por una presencia masculina. Para el<br />

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