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no existe más que en tu imaginación. Esta que ves, ya no conserva de aquélla ni siquiera el nombre” (490). Estas palabras son interesantes a la luz de la relación entre masa y anonimato conceptualizada ya por Le Bon en 1896 pero que en el siglo XX quedará plenamente teorizada con Freud y Ortega, como se ilustrará en sucesivos capítulos. Como apuntaría Le Bon, cuando el sujeto se funde con la multitud, la personalidad individual se desvanece, el individuo se anula y se crea una identidad y una mente colectiva (The Crowd 29). En cualquier caso, conviene referir otras lecturas de índole más social que permiten explicar esa renuncia o abolición del nombre más allá de la entrada en el anonimato. El nombre sugiere un estatus social, una reputación y como el mismo narrador señala, “el apellido, la casa, el título…” (La desheredada 130) a lo que el personaje renuncia tras los muchos ejercicios del poder a los que ha sido sometido. Por otro lado, el rechazo del nombre de “Isidora”, tan suave y tiernamente pronunciado por los sujetos masculinos que en algún momento han deseado al personaje que lleva dicho nombre (recuérdese la apenada reacción de Relimpio ante el deseo de anonimato y la orden de no volver a pronunciar el nombre de su amada sobrina: “¡No pronunciarlo más, cuando a él le parecía tan dulce, tan armonioso, cifra y compendio de la melodía infinita!”, 498) implica el alejamiento de la imagen femenina deseada que dichas figuras masculinas han construido para su propio deleite y beneficio, esto es, la mujer ignorante, doméstica y dócil que se sometería a un hombre mediante el matrimonio. La renuncia del nombre sería así una productiva estrategia de resistencia ante el ejercicio de poder y el control disciplinario, mediante la cual se forma un sujeto que lejos de conformar la objetivación que la autoridad masculina y el discurso patriarcal desean, resulta en un ser agente con poder de decidir sobre su destino transgresor y subversivo. 136

De modo parecido, el abandono del nombre femenino ubica al personaje fuera del mundo social y en el mundo de los instintos. Ella misma así lo afirma: “Ya no soy noble. Me he vuelto loba” (499). La asociación con tal animal constituye una interesante metáfora que debe pensarse en relación con la libertad y que además se repite en varias ocasiones a lo largo de la novela. Recordemos el disgusto que le produce a Isidora ver a los animales enjaulados en la Casa de Fieras, el parque zoológico del Retiro, precisamente por ser “bichos privados de libertad” (125), con los que ella se identifica. En un escueto artículo, Chamberlin realiza un estudio del imaginario animal en La desheredada. Basándose en el carácter naturalista de la novela, el autor señala que la comparación entre Isidora y el mundo animal marcan el descenso físico y especialmente moral del personaje, una trayectoria que se puede prever desde el principio “because of adverse heredity and a negative environment” (“Animal Imagery” 27). El desenlace como presa devorada por las calles urbanas y por la masa de individuos que en ella se dan cita marca un importante paralelismo con la masa indiferenciada que está destinada a fracasar en su empeño de dominación por ser un colectivo situado al margen, “in a world apart from normal human society” (27). De hecho, Le Bon adscribe a la masa una agresividad y un fervor animal como sujeto social que vendría a ilustrar esta estrecha asociación entre masa y mujer. El mundo animal se mueve por impulsos instintuales, se guía por el placer y el goce sin atender al orden de lo racional. Por ello al final del relato, los muchos mecanismos de poder impuestos en el personaje, lejos de censurarlo y ocultarlo produzcen un tipo de sujeto marginal, muy visible, con un enorme poder de llevar al extremo la desviación de la norma y realizar acciones subversivas guiadas por los impulsos más básicos. 33 33 La adopción de un nombre propio es decisiva para la práctica de formación del sujeto. Recordemos cómo Mariano Rufete, Pecado, es un ser que por su carácter pueril, se encuentra sin formar todavía, y por ello se mueve por instintos animales sin canalizar. Esto queda explicado en la novela porque 137

De modo parecido, el abandono del nombre femenino ubica al personaje fuera<br />

del mundo social y en el mundo de los instintos. Ella misma así lo afirma: “Ya no soy<br />

noble. Me he vuelto loba” (499). La asociación con tal animal constituye una<br />

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produce a Isidora ver a los animales enjaulados en la Casa de Fieras, el parque<br />

zoológico del Retiro, precisamente por ser “bichos privados de libertad” (125), con los<br />

que ella se identifica. En un escueto artículo, Chamberlin realiza un estudio del<br />

imaginario animal en La desheredada. Basándose en el carácter naturalista de la<br />

novela, el autor señala que la comparación entre Isidora y el mundo animal marcan el<br />

descenso físico y especialmente moral del personaje, una trayectoria que se puede<br />

prever desde el principio “because of adverse heredity and a negative environment”<br />

(“Animal Imagery” 27). El desenlace como presa devorada por las calles urbanas y<br />

por la masa de individuos que en ella se dan cita marca un importante paralelismo con<br />

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(27). De hecho, Le Bon adscribe a la masa una agresividad y un fervor animal como<br />

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mundo animal se mueve por impulsos instintuales, se guía por el placer y el goce sin<br />

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poder impuestos en el personaje, lejos de censurarlo y ocultarlo produzcen un tipo de<br />

sujeto marginal, muy visible, con un enorme poder de llevar al extremo la desviación<br />

de la norma y realizar acciones subversivas guiadas por los impulsos más básicos. 33<br />

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La adopción de un nombre propio es decisiva para la práctica de formación del sujeto. Recordemos<br />

cómo Mariano Rufete, Pecado, es un ser que por su carácter pueril, se encuentra sin formar todavía, y<br />

por ello se mueve por instintos animales sin canalizar. Esto queda explicado en la novela porque<br />

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