CULTURA CLÁSICA CULTURA CLÁSICA - Almadraba Editorial
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Gamelion En el calendario<br />
griego, mes que<br />
correspondía con los últimos<br />
días de enero y principios de<br />
febrero, considerado el más<br />
apto para las bodas (gamos<br />
en griego).<br />
peplo Túnica larga<br />
característica de la<br />
indumentaria femenina<br />
griega.<br />
himeneo Canto de boda<br />
que se ofrecía a los novios<br />
para desearles felicidad. A<br />
veces podía tener un tono<br />
satírico.<br />
Relieve de Atenea pensativa: imagen<br />
de la diosa Atenea vistiendo un<br />
peplo (siglo V a. de C.).<br />
Cerámica griega de fi guras rojas:<br />
novia recibiendo regalos de boda<br />
(siglo V a. de C.).<br />
16<br />
2. El matrimonio<br />
Hace un tiempo, mi padre me prometió en matrimonio. Me dijeron que era<br />
una familia a la que le interesaba establecer lazos con la nuestra y les parecía<br />
bien la dote que mi padre ofrecía. Mi futuro esposo tenía 25 años, y en<br />
eso también tuve suerte, porque hubiera podido ser todavía mayor.<br />
Ninguno de los dos asistimos a la ceremonia de nuestro compromiso, ya<br />
que eso es algo que se decide y formaliza entre los cabezas de familia.<br />
Fijaron como fecha de la boda el día de luna llena del mes de Gamelion.<br />
La víspera del enlace me despedí de mi niñez consagrando mis tamboriles,<br />
la pelota con la que tanto jugué, la redecilla que sujetaba el pelo y mis muñecas<br />
a la diosa Ártemis. Después, unas jóvenes amigas trajeron agua de<br />
la fuente Calírroe para que me bañara, como manda el ritual.<br />
El día de la boda empezó temprano, cuando las mujeres de mi familia me<br />
ayudaron a vestirme con mi mejor peplo y a adornarme con mis joyas;<br />
me pusieron una corona de flores en la cabeza y me cubrieron entera con<br />
un velo, como símbolo de mi virginidad. Después de realizar un sacrificio<br />
en honor a la diosa Hera y otras divinidades del matrimonio, asistí al banquete.<br />
En él, la novia se convierte en el centro de todas las miradas, de las<br />
que solo la protege el velo. Pero, aunque esto me causó gran rubor, no fue<br />
tanto como el momento en que mi esposo, al final de la comida, retiró el<br />
velo y, por primera vez, nos vimos la cara el uno al otro. Después de recibir<br />
mis regalos, ya de noche, subimos al carro que nos condujo a casa de los<br />
padres de mi esposo, seguidos del cortejo de familiares y amigos que, con<br />
antorchas y al son de las flautas, entonaban cantos de himeneo.