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la oscura quintería - Bibliotecas Públicas

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debía de haber sido una vida muy p<strong>la</strong>centera <strong>la</strong><br />

suya, de esas de atrapar fugazmente en lo<br />

álbumes para presumir en alguna ocasión<br />

de<strong>la</strong>nte de los otros ¿quiénes? o para regodearse<br />

en soledad con <strong>la</strong> añoranza de lo vivido, de los<br />

tiempos felices ¿por qué no? y yo tampoco <strong>la</strong><br />

obligaba, tenía que tomarse su tiempo, era muy<br />

dueña.<br />

Desde que bebía su copita de ron al atardecer se<br />

notaba a doña Sara menos triste, incluso algo<br />

más comunicativa con <strong>la</strong>s otras pensionistas,<br />

que querían saber demasiado, que preguntaban<br />

más de lo debido, ¿sabe usted?, y yo no quiero<br />

ir contando por ahí mi vida, qué le importará a<br />

nadie, so<strong>la</strong>mente he vuelto para esperar <strong>la</strong><br />

muerte, y porque me dijeron que aquí no tendría<br />

que andar por <strong>la</strong>s calles vendiendo dulcecitos y<br />

periódicos sin poder, porque familia no me<br />

quedaba ya allá, los perdí a todos, y así es duro,<br />

¿qué dice usted?, si aún es una moza, ande,<br />

ande, no piense en <strong>la</strong> muerte, que aún le queda<br />

mucha guerra que dar en estas tierras, que son<br />

<strong>la</strong>s suyas, no piense más en eso, aunque a lo<br />

mejor me he equivocado, tenía que haberme<br />

quedado allá, <strong>la</strong> soledad es igual de perra en<br />

todas partes, ¿no le parece, directora?<br />

Me parece, me parece, yo les diré que no <strong>la</strong><br />

vuelvan a l<strong>la</strong>mar tampoco Chavelita, estas<br />

limpiadoras son un poco desvergonzadas,<br />

discúlpe<strong>la</strong>s usted, doña Sara, no tienen<br />

educación. Se creen que no sé, pero sí, yo<br />

también sé que <strong>la</strong> Vargas se emborrachaba,<br />

como yo después de mi divorcio, para olvidar,<br />

pero ya no, directora, usted lo sabe, sólo una<br />

copita aguada, nada más, para no acordarme de<br />

los portugueses, porque de mi marido hace<br />

muchos años que no sé, ni me importa, y mi hija<br />

se marchó a Santiago y ya nunca más supe, son<br />

cosas del destino, que es muy traicionero, como<br />

el mar.<br />

¿Por qué Cuba? Yo sé que en esos años negros<br />

embarcaron a muchos niños hacia Bélgica, hacia<br />

Méjico, hacia Rusia… ¿Por qué fue usted a<br />

Cuba, doña Sara, si no es mucho atrevimiento?<br />

Y La Cubana cerró los ojos por toda respuesta,<br />

tal vez el ron, tal vez el sueño, <strong>la</strong> memoria<br />

quizá. Se me queda dormida en su sillita, pensé,<br />

hoy no le ha sentado bien su copa. Pero no.<br />

Yo tenía un tío en Cienfuegos, ¿sabe usted? Se<br />

había ido del pueblo por espantar el hambre<br />

antes de que sucediera aquello, sí, algunos años<br />

DESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 5 – JUNIO 2010<br />

8<br />

antes de <strong>la</strong> guerra (otros se marchaban a <strong>la</strong><br />

Argentina, yo lo sé). Y no le fue mal, lo contaba<br />

en <strong>la</strong>s cartas. Por eso me mandaron allá a mí, a<br />

<strong>la</strong> niña, él se encargaría, él tenía posibles, los<br />

niños se valdrían de una u otra forma aquí, eran<br />

maneras de pensar entonces. Y allí estaba<br />

cuando llegué, y me recibió bien, me crió como<br />

a una hija. Pero nunca le conté lo del barco, lo<br />

de <strong>la</strong> tripu<strong>la</strong>ción portuguesa, lo de aquel<strong>la</strong> noche<br />

interminable de travesía y de horror, ni a él ni a<br />

mi marido después, ni a mi hija, ni a nadie,<br />

¿sabe?, por vergüenza, nomás, ni a ellos ni a<br />

nadie, ¿sabe usted?, sí, ya sé, ahora ya sé que<br />

hice mal en cal<strong>la</strong>rme, en no denunciar para que<br />

los castigaran, pero tenía sólo ocho años, y eran<br />

otros tiempos, directora, malos tiempos, y el<br />

miedo, tenía mucho miedo, un mar de miedos<br />

siempre rondando a mi alrededor, una vida de<br />

miedos, y después, cuando grande, me asaltaba<br />

el recuerdo, no me dejaba vivir el recuerdo, me<br />

vio<strong>la</strong>ban una y otra vez los recuerdos, sólo el<br />

ron era capaz de anestesiarme <strong>la</strong> memoria, solo<br />

el traguito era capaz de apaciguar el recuerdo de<br />

aquel<strong>la</strong> noche negra como mi vida, sólo el ron<br />

me servía para cicatrizar <strong>la</strong>s heridas por un rato,<br />

directora, solo el ron, aunque después se<br />

abrieran otra vez, porque hay heridas que no<br />

acaban de cicatrizar nunca, directora, ¿sabe<br />

usted?<br />

Y <strong>la</strong> viejecita volvió a cerrar los ojos y a cal<strong>la</strong>r,<br />

y esta vez sí, esta vez se durmió aliviada, quién<br />

sabe, por aquel<strong>la</strong>s confidencias, o tal vez por <strong>la</strong><br />

copita rebajada de ron, o por el peso horrendo e<br />

imborrable de <strong>la</strong> memoria sumergida...<br />

Le eché para atrás el respaldo de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> de<br />

ruedas y le puse un cojín para que reposara su<br />

cabeza vencida. Y permanecí allí, sentada frente<br />

a el<strong>la</strong>, viendo cómo apretaba sus manos<br />

sarmentosas, cómo gritaba a intervalos con voz<br />

ronca y cavernosa, cómo intentaba vanamente<br />

despegar el mentón de su pecho agitado, cómo<br />

temb<strong>la</strong>ba su f<strong>la</strong>co cuerpo amojamado en <strong>la</strong><br />

misma sil<strong>la</strong> de ruedas en que llegó a <strong>la</strong><br />

residencia aquel<strong>la</strong> tarde de agosto sin más<br />

compañía que los malos recuerdos y sin más<br />

apetencias que <strong>la</strong> muerte y una copita de ron<br />

para amortiguar <strong>la</strong> espera.<br />

Sí, ya lo sé, ahora ya lo sé, doña Sara, hay<br />

heridas que no acaban de cicatrizar nunca… ni<br />

en los sueños.

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