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la oscura quintería - Bibliotecas Públicas

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CREACIÓN LITERARIA<br />

Hay heridas que no acaban de cicatrizarse<br />

nunca, ¿sabe usted?, heridas tercas que se<br />

resisten a cualquier medicina, al cambio de <strong>la</strong>s<br />

estaciones, al perfume embriagador del ajenjo o<br />

del ci<strong>la</strong>ntro, al embrujo de un bolero, a los<br />

caprichos del amor, a <strong>la</strong>s mudanzas de casa, de<br />

auto, de país, de continente, incluso a los efectos<br />

narcotizantes del alcohol (aunque hay una<br />

bebida que <strong>la</strong>s alivia mucho, directora, el ron, el<br />

ron Arecha, yo lo sé, me ha acompañado<br />

mucho, me ha conso<strong>la</strong>do mucho, pero <strong>la</strong><br />

infección, ya digo, no termina de curar, es terca<br />

como un niño caprichoso). Si usted lo dice,<br />

doña Sara, será así, usted debe de saber mucho<br />

de ese tipo de dolencias, por <strong>la</strong> edad más que<br />

nada (usted sabrá perdonarme) pero mi deber es<br />

intentar sanar<strong>la</strong>, o al menos procurar paliar esos<br />

dolores, y aquí tenemos muy prohibido el<br />

alcohol, no es cosa mía, de veras que lo siento.<br />

El<strong>la</strong>, doña Sara, llegó a <strong>la</strong> residencia en sil<strong>la</strong> de<br />

ruedas, f<strong>la</strong>quita, amojamada, el mentón pegado<br />

al pecho, <strong>la</strong>s manos sarmentosas siempre<br />

entre<strong>la</strong>zadas como si estuviera rezando. Ningún<br />

familiar, caso de que lo tuviera, acudió a<br />

recibir<strong>la</strong>. El<strong>la</strong> tampoco preguntó por nadie; se<br />

dejó hacer, se dejó llevar dócilmente en un<br />

principio. Únicamente pidió a <strong>la</strong>s asistentas ron,<br />

una copita de ron, Arecha si es posible, es <strong>la</strong><br />

costumbre, ¿sabe usted? El<strong>la</strong>s intercambiaron<br />

miradas de complicidad y se rieron. Qué cosas<br />

tiene usted, señora, menudas ocurrencias, ande,<br />

ande, un buen vasito de agua fresca y a dormir,<br />

que es lo que usted necesita.<br />

Desde el primer momento, aquel<strong>la</strong> anciana de<br />

pelo canoso recogido en moño y piel<br />

apergaminada por el sol del Caribe me pareció<br />

un caracol, un caracol de p<strong>la</strong>ya desvalido, un<br />

caracol minúsculo y desnortado, un caracol<br />

triste que sólo se atrevía a sacar su menuda<br />

cabecita del caparazón que <strong>la</strong> protegía del<br />

mundo hostil para suplicar un traguito, un<br />

traguito de ron, señora, ande, sea usted buena,<br />

que el<strong>la</strong>s no conocen, se me bur<strong>la</strong>n… o para<br />

defenderse de los presuntos agravios que recibía<br />

por parte del servicio: Allá me decían La<br />

Gallega, ¿sabe usted?, aquí todos me l<strong>la</strong>man La<br />

Cubana, ¿quieren volverme loca ustedes?, vino<br />

a mi despacho a protestar un día porque <strong>la</strong>s<br />

cuidadoras se dirigían a el<strong>la</strong>, doña Sara Pérez<br />

Becedas, por ese patronímico, La Cubana, que<br />

el<strong>la</strong> sentía ahora como una afrenta, como una<br />

falta de consideración a su nuevo estatus. ¡Yo<br />

DESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 5 – JUNIO 2010<br />

NI EN LOS SUEÑOS<br />

6<br />

Ángel González Puga<br />

soy españo<strong>la</strong>, ¿sabe usted?, como <strong>la</strong> que más,<br />

por eso estoy aquí, carajo, y si no que se lo<br />

pregunten al señor cónsul, él les informará, él<br />

sabe! - me espetó con tono enérgico y voz<br />

ronca, casi cavernosa (pero sin levantar nunca<br />

<strong>la</strong> vista del suelo) doña Sara, <strong>la</strong> octogenaria y<br />

corajuda cubanita.<br />

C<strong>la</strong>ro que era españo<strong>la</strong> doña Sara, castel<strong>la</strong>na<br />

vieja por más señas, cómo no iba a serlo con<br />

aquel temperamento, con aquel<strong>la</strong> forzada<br />

resignación de quien se siente desbordada y<br />

vencida por el empuje de los años, por <strong>la</strong>s<br />

tormentas de una vida inclemente, pero se<br />

resiste a dar su brazo a torcer hasta el último<br />

minuto, hasta el último aliento, faltaría más,<br />

genio y figura, castel<strong>la</strong>na de pura cepa; por eso<br />

había llegado a <strong>la</strong> residencia una tarde canicu<strong>la</strong>r<br />

de agosto, aunque ningún familiar saliera a<br />

recibir<strong>la</strong>, aunque el<strong>la</strong> no preguntara por nadie,<br />

porque había nacido allí, en aquel pueblo, como<br />

los otros residentes, por eso <strong>la</strong> diputación<br />

provincial <strong>la</strong> había rescatado de Guarda<strong>la</strong>vaca<br />

(Cuba) en una de sus operaciones<br />

propagandístico-humanitarias , por eso el<br />

Estado le había proporcionado <strong>la</strong>s ayudas<br />

asistenciales previstas en <strong>la</strong> Constitución,<br />

¿cómo iba a estar si no aquí La Cubana, a ver?,<br />

pero no, eso no está previsto, señora, el ron no<br />

entra en <strong>la</strong> dieta de los residentes, doña Sara,<br />

mire usted que lo siento, no me insista, por<br />

favor, pídame cualquier otra cosa y trataré de<br />

comp<strong>la</strong>cer<strong>la</strong> con mucho gusto, pero esa no, se<br />

lo ruego.<br />

¿Y por fuera? Yo le entrego los pesos que fuere<br />

menester, directora, y algunos más para usted, si<br />

me lo admite, a mí ahora me sobran, yo para<br />

qué los quiero, quedará entre nosotras, le doy mi<br />

pa<strong>la</strong>bra. ¿Cómo…? ¡Ah, ya! Por fuera…No,<br />

doña Sara, esto no es Cuba, aquí no hay<br />

mercado ilegal…bueno, al menos como allá,<br />

entiéndame, usted ahora es españo<strong>la</strong> a todos los<br />

efectos, un caldito, mejor un caldito, doña Sara,<br />

olvídese del ron, y guárdese sus pesos para<br />

algún caprichito, no se lo tome a mal, ande, una<br />

sopita <strong>la</strong> pondrá a tono mejor, mucho mejor que<br />

el ron. Y <strong>la</strong> viejecita apretaba los dientes y<br />

entre<strong>la</strong>zaba con más fuerza sus manos para<br />

contener una rabia y unas lágrimas que sólo <strong>la</strong><br />

impotencia refrenaba. ¿Por qué no podía el<strong>la</strong><br />

tomarse su copita de ron como había hecho<br />

siempre, carajo, qué problema había?

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