la oscura quintería - Bibliotecas Públicas
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CREACIÓN LITERARIA<br />
Pese a lo que le afirmaron matar no era algo a lo<br />
que te acostumbrabas. Quizá solo ocurrió con él,<br />
quizá eran necesarias más de <strong>la</strong>s dos muertes<br />
que él contaba en su haber. Aquel 1 de Abril<br />
mientras amanecía se juró y perjuró no volver a<br />
matar, pero si algo no lo remediaba nuevamente<br />
iba a quedar demostrado lo estéril del hombre<br />
juramentado. Era verano y a pesar del sudor frío<br />
perlándole <strong>la</strong> frente que se abría camino bajo <strong>la</strong><br />
boina permanecía muy tranquilo, a <strong>la</strong> espera.<br />
Apoyado sobre un árbol al amparo de <strong>la</strong><br />
oscuridad observaba, sin ocultarse, <strong>la</strong>s sombras<br />
sobre <strong>la</strong> pardusca tierra que <strong>la</strong> luz osci<strong>la</strong>nte de<br />
<strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s arrojaba entre <strong>la</strong>s rejas de <strong>la</strong> ventana.<br />
Oyó el crujir de pasos sobre <strong>la</strong>s algarrobas secas<br />
en el suelo de <strong>la</strong> glorieta y se ocultó todo lo que<br />
pudo al abrigo de <strong>la</strong>s sombras nacidas de <strong>la</strong><br />
límpida luz de <strong>la</strong> luna llena. Instintivamente<br />
llevó su mano derecha tanteando el bolsillo del<br />
pantalón buscando su navaja. Allí estaba como<br />
siempre, fiel a él. Hurgó en el interior hasta<br />
tocar el gastado mango de madera y llevó el<br />
dedo guiándose por su profundo surco hasta el<br />
seguro. El filo nació para matar y abrió<br />
lentamente los ojos a <strong>la</strong> noche mientras<br />
abandonaba el pantalón para volver a<br />
esconderse apuntando al cielo, como un<br />
presagio, en <strong>la</strong> manga de <strong>la</strong> chaquetil<strong>la</strong>. Perfiló<br />
una silueta levemente renqueante bastante<br />
conocida y el corazón se desbocó como un<br />
caballo. Su hermano se acercaba lentamente a<br />
buscarlo. Aguardó sujetando fuerte <strong>la</strong> filosa<br />
compañera decidido a que nadie, ni su misma<br />
sangre, se interpusiera entre lo que tenía que ser.<br />
No había lugar al arrepentimiento ni a <strong>la</strong> duda.<br />
Dionisio, su hermano, lo localizó rápidamente y<br />
se llegó hasta él. Cuando estuvo a su altura se<br />
paró de<strong>la</strong>nte y le miró a los ojos. Su mirar era<br />
obvio, estaba allí para desanimarle en el empeño<br />
y convencerle de que nadie es presa de su<br />
pa<strong>la</strong>bra, que siempre hay tiempo para volver<br />
hacía atrás. Es lo que hay, respondió <strong>la</strong> mirada<br />
del otro, tengo que hacer lo que tengo que hacer,<br />
lo que hube de hacer hace mucho tiempo y de lo<br />
que tanto me arrepiento. Dionisio conocía el<br />
destino de su hermano después de esa noche. Si<br />
tenía suerte a vivir perseguido y oculto en <strong>la</strong><br />
sierra, como ya lo hacían otros antes, esperando<br />
<strong>la</strong> postrera en forma de ba<strong>la</strong> de civil y si no,<br />
muerto allí mismo bañando el suelo de <strong>la</strong><br />
glorieta con su sangre. Es lo que hay. Tenía<br />
razón. Dejó resba<strong>la</strong>r una lágrima que<br />
DESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 5 – JUNIO 2010<br />
NÉMESIS<br />
4<br />
Andrés Carretero Sosa<br />
desapareció instantáneamente absorbida por el<br />
polvo viejo de uno de los profundos surcos de<br />
su cara y acercó su rostro para besarle mientras<br />
le susurró, “tu familia es ahora <strong>la</strong> mía”.<br />
Su hermano protegería lo suyo a partir de<br />
entonces. Protegería lo que desde en el mismo<br />
momento que abandonó su casa ya no le<br />
pertenecía. A su Filomena, quien aguardaría<br />
esperanzada su regresó pese a saber mejor que<br />
nadie lo inevitable de todo lo que iba a pasar.<br />
El<strong>la</strong> avisó a Dionisio. Para que fuera a impedir<br />
el crimen aún intuyendo que un ciclo estaba a<br />
punto de cerrarse, veinte años de rencores y<br />
odios a punto de culminar. Para que fuera a<br />
darle <strong>la</strong> confianza y <strong>la</strong> fe necesarias para matar<br />
si era menester sin dejarse asesinar ni que le<br />
engatusaran el alma, si te quieren matar mejor<br />
morir matando. A sus dos hijas ya en edad de<br />
merecer y aquellos dos yernos que tanto futuro<br />
portaban y sobre los que no era de ninguna de<br />
<strong>la</strong>s maneras justo verter esa maldición, esa<br />
humil<strong>la</strong>ción. Qué suerte sería escuchar nuevas<br />
sobre <strong>la</strong> muerte del innombrable, cuán diferente<br />
sería todo. Pero nada de eso pasaría, no al<br />
menos esa noche.<br />
Reparó de nuevo <strong>la</strong> vista en <strong>la</strong> ventana. Nada<br />
había cambiado. Eran más de <strong>la</strong>s ocho y nadie a<br />
esas horas en <strong>la</strong> calle. En el ayuntamiento<br />
únicamente los dos guardias que todas <strong>la</strong>s<br />
noches después de hacer el cambio de turno lo<br />
acompañaban a su casa. Lo acompañaban a él.<br />
Hasta <strong>la</strong> misma puerta de su casa. A aquel hijo<br />
de puta a quien un día hace mucho tiempo le<br />
salvó <strong>la</strong> vida y del que jamás obtuvo su perdón<br />
por ello, por presenciar cómo <strong>la</strong>mía <strong>la</strong>s botas de<br />
aquel borracho implorando por <strong>la</strong> vida que le<br />
amenazaban reventar con una ba<strong>la</strong> en los sesos.<br />
Por ver cómo se cagaba en los pantalones al oír<br />
como el percutor de <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> hacía clic en <strong>la</strong><br />
recámara vacía y el borracho reía mientras<br />
profería toda c<strong>la</strong>se de insultos contra <strong>la</strong> puta<br />
madre que lo parió y contra dios. Por ser quien<br />
impidió a aquel beodo poner una nueva ba<strong>la</strong> en<br />
<strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> a cambio de media botel<strong>la</strong> de vino.<br />
Por ayudarle a levantarse y devolverlo a <strong>la</strong><br />
cárcel donde estaba retenido de donde lo<br />
sacaron para tal vez matarlo. Por animarle con<br />
aquel<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras, “animo compatriota, esto es<br />
solo <strong>la</strong> guerra”. Se equivocó en dos cosas, <strong>la</strong><br />
guerra, y más entre hermanos, no es solo <strong>la</strong><br />
guerra y en dejar vivo a una rata. Las ratas hay<br />
que matar<strong>la</strong>s cuando se puede. Nunca dijo a