la oscura quintería - Bibliotecas Públicas

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28.04.2013 Views

entro en la casa con su permiso”. Y Juan, más seguro: ”Venga , hombre sin tanta ceremonia. Pase”usté”, que avivo la lumbre. Entonces, mientras Juan echaba sobre los tizones una brazada de pinchos resecos y un par de cepas que levantaron casi al instante una llama que iluminó la estancia, la silueta adelantó un pié sobre el poyete y pasó a la casa. Juan se extrañó más de lo que estaba al ver el aspecto del recién llegado. Evidentemente era un pastor. Su indumentaria así lo proclamaba; desde la zamarra de cuero sin curtir, despellejada en los codos y en toda la parte delantera, hasta los altos “leguis” que cubrían los remendados pantalones de recia pana hasta la rodilla, pasando por los capillos de cuero y las bastas abarcas de gruesas correas con que cubría sus pies. El personaje se quitó el antiguo capote con esclavina que llevaba sobre los hombros y lo echó sobre el otro poyo, a modo de colchoneta. Juan miraba al recién llegado cuyo tocado consistía en una montera antigua de lana de oveja de las que hacía muchísimos años no se veían por estas tierras. El largo bastón curvado en un extremo como un signo de interrogación era una gancha, antigua como toda su indumentaria. Sin pronunciar una palabra, siguiendo lo que a Juan le pareció un ritual que el recién llegado repetía muy a menudo, el pastor o mayoral o lo que fuera, se tumbó en el poyo. Juan, lo observó con disimulo mientras se acomodaba en el duro catre. Y le llala atención que un hombre de campo no tuviera la piel tan morena y atezada como la tenía el mismo. Y entonces pensó que el hombre de la montera que no se había quitado, por cierto, al acostarse no era de esta época .O, quizás, pertenecía a algún remoto caserío perdido en los tortuosos montes de detrás del Santuario. Entonces Juan observó que la gancha tenía en su extremo curvado unas manchas que a la danzante luz de las llamas parecían de color rojo oscuro, como de almagra mezclada con hollín como de sangre seca. Juan murmuró un “Buenas noches nos dé Dios” que el otro contestó con un gruñido ininteligible en el que sonaba el nombre de Dios, pero no como una respuesta, sino como un maldición. La gancha permanecía al lado del pastor a lo largo del poyo, dándole al yacente el aspecto de una figura funeraria, quizás la de un antiguo Obispo con su báculo. Su inmovilidad era absoluta y al reflejo de la lumbre, parecía como si se hubiera fundido con el poyo como si se tratara en efecto de la escultura pétrea de una tumba antigua. Sus ojos, o eso le parecía a Juan no se apartaban de la viga de la tisera que cruzaba la quintería sobre su poyo. DESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 5 – JUNIO 2010 14 Juan interrumpió su narración para echar un buen trago de vino del jarro situado sobre la mesa, entre él y yo. ”Te lo juro, Antonio, era espeluznante todo. Desde la manera de entrar en la quintería haciéndose rogar hasta el desparpajo con el que colocó su camastro y se tumbó… y sobre todo su aspecto allí tumbado, mirando sin pestañear las tirantillas… si lo sé no le pregunto, si lo llego a saber no digo “ná”. Juan volvió a retomar su historia, si así puede llamársele. Luego de que un leve estremecimiento recorriera su cuerpo al recordar, continuó. Después de un buen rato, por decir algo pregunté: ”¿Qué? ¿es usted de por aquí?” El otro sin moverse lo más mínimo respondió su voz saliendo de la sombra apenas discernible a la luz de las llamas cada vez más escasas;”Yo habito aquí”. A Juan la inquietud le subió dos grados por lo menos, ante la respuesta nada brusca sino más bien tranquila. Y Juan”. Pero ¿siempre? ¿Usté solo? ¿Y el ganado?”. La voz sin inflexión respondió de nuevo;”Algunas noches de luna llena, no todas, vengo aquí. Tengo que venir. Si hay alguien, cosa que nunca sucede, debo pedir licencia para entrar tres veces, a tres personas que pernocten en la quintería. Tú eres la segunda.” La voz de Juan era apenas un hilo y la flojera que sentía desde que llegó a la casa se le acentuó, junto con un tembleque apenas disimulado en las piernas. A pesar de ello, y tratando de disimular el miedo, dijo: ”¿Qué…Cuál es la historia?” El pastor, sin abandonar ni por un momento su inmóvil postura empezó más que a hablar, a recitar una historia que daba la sensación no quería contar pero que ago superior a su voluntad le obligara a hacerlo. Juan a pesar de querer haber estado a leguas de allí no tuvo más remedio que prestar oídos. Sobre todo, porque la puerta de trillo se cerró de pronto con un golpazo que hizo estremecer las paredes de la casucha y derribó trozos del viejo revoco de yeso provocando finas cataratas de tierra pulverizada encima del poyo de Juan y del humero, cayeron varios terrones de barro sobre los tizones del hogar terminando casi con la poca iluminación que aún quedaba. El pastor -su voz- comenzó así a contar una historia vieja de casas ”recias” de labranza, de amoríos entre criadas y pastores. De pastores

enamorados de sirvientas y de falsos frailes embaucadores y viciosos. De mensajes de amor en esquelas atada con cintas de colores dejados al albur del viento para que los encontrara el pastor amante al ir con su ganado a los pastos. De citas furtivas a la luz de la luna bajo los álamos del pozo, entonces verdes y lozanos. Y habló del fraile corroído por los celos y la lujuria que mató a la criada para poder conseguirla. Y de un girón de tela delator de la camisa sangrienta de la criada que enganchada en un ruedamundos llegó como un mensaje de muerte hasta el lugar donde estaba el mozo con el ganado. De apresuradas carreras en la noche Del fraile enterrando el cadáver bajo los álamos y sus manos llenas de sangre y tierra levantadas para defenderse de los golpes. Y del bastón del pastor cayendo una y otra vez sobre su cabeza, golpeando con furia homicida hasta la muerte y después. Juan, escuchaba horrorizado con los ojos abiertos como platos, agarrotadas sus manos en las arrugas de la manta, mientras el pastor desgranaba aquella sarta de horrores con una voz monótona, sin emoción; como un guión recitad mil veces del que no hay que dejar ni una coma. Al fin cuando aquella historia terrible dio lugar a una pausa, se atrevió a preguntar con una voz que a él le pareció pertenecía a otro. ”Y que fue de aquel… aquel… pastor”. La voz que parecía venir de algún sitio del infierno, pues ahora la oscuridad era casi absoluta, respondió con lo que a Juan le pareció un ligero acento de emoción. El pastor arrojó al fraile al pozo de noria con una piedra atada al pie. Después entro en esta quintería y se ahorcó en esa viga que está encima de los poyos. La viga que ahora mismo estoy mirando. Los caseros al descubrir el cadáver huyeron dejando en la casa todo lo que tenían y nadie que conociera estos crímenes volvió a entrar aquí, ni a acercarse a este lugar. Ni tampoco a la casa de enfrente, la de los Mendoza, que hoy todo el mundo conoce como casa del Fraile. Juan estaba mudo de terror y por un sentimiento como de estar en el sitio en que no debía. Tras un silencio que le pareció eterno, algo vino a aumentar la tensión. Algo raspó en el exterior de la puerta de la casa. Primero fue un leve roce, después un poco más fuerte, con insistencia. Deseando con toda su alma que el horror se hubiera acabado por esa noche, Juan fue a tientas hasta la puerta y la abrió de golpe. A la luz de la luna contempló un bulto informe que se movía a impulsos de una ligera brisa. Cuando miró con más atención, vio que se trataba de un pajito, de un ruedamundos que rozaba con la puerta. Pero colgando de él, en pleno centro casi, había una colgajo ensangrentado cuyo color rojo oscuro resaltaba a la luz de la luna llena .Juan recordó DESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 5 – JUNIO 2010 15 al punto el trozo de camisa que desató la tragedia y la gancha llena de sangre que llevaba el pastor. Quiso volver a entrar y cuando se dio la vuelta tropezó con el cuerpo del pastor que detrás de él miraba con los ojos desorbitados el trapo que colgaba del ruedamundos, la luz de la luna resaltando su espantosa palidez. Después todo sucedió muy deprisa. Tan rápido que a Juan le pareció estar asistiendo a algo muy ensayado o, mejor dicho, que se estuviera representando siempre. Como si él y sólo él hubiera sido elegido para presenciarlo. El pastor, con los ojos inyectados en sangre, empujándolo a un lado y después de lanzar una maldición terrible a los cielos, gritando con voz aterradora y desesperada”!! ¿Pero es que ha vuelto ese hijo puta?!!”. Y enarbolando la gancha correr hacia los álamos a los que un súbito golpe de viento había animado y movían sus ramas esqueléticas como manos sarmentosas hacia el cielo, mientras el aire al correr entre los agostados palotes sonaba como un llanto de mujer. El pastor se sumergió en las sombras nocturnas de los álamos sin dejar de gritar; ”¡¡¡Ven acá cabrón, ¿por qué has vuelto?!!! Una y mil veces te mataré!!! ¡¡¡¡ Aunque me queme en el infierno !!!. Y sus gestos eran acompañados de tremendos golpes del largo bastón sobre algo que a juzgar por el sonido, parecía tener la consistencia del cuero o el corcho. Juan no pudo más; abandonó la casa saltando como una liebre sobre el poyete y corrió… Corrió como un gamo, como un galgo con la desesperación de quien quiere escapar de una pesadilla. Sus pies parecían volar sobre el camino polvoriento sin tocarlo apenas; una zancada, otra, otra, un salto para salvar el arroyo, otra zancada, otra… Por un paisaje que la luna convertía en un cuadro irreal, en un decorado de pesadilla de sólo dos colores: blanco y sombra. Con los perros de La Sima saliéndole al encuentro y al verlo (u olerlo), huyendo espantados a refugiarse en la majada, como si tras el o rodeándolo arrastrase un girón de otro mundo, un retazo de maldición… Con el corazón latiéndole en las sienes y zumbándole en los oídos; a los que extrañamente y a pesar de la distancia que su carrera había puesto entre él y la quintería, llegó el ruido de una zambullida en el agua…Y siguió moviendo las piernas a toda la velocidad que pudo, hasta llegar al Santuario. Cayó derrengado en el parador, y en cuanto pudo se levantó. Medio a rastras llamó en la puerta de la vivienda del santero el cual tardó unos minutos en abrir (era de madrugada) y le rogó que le vendiera 4,5,6… Muchas velas (no recordaba cuantas para una ofrenda a la Virgen. Y no dijo nada. A nadie. Aunque le preguntaron al ver su aspecto, se cuidó mucho de decir la verdad,

entro en <strong>la</strong> casa con su permiso”. Y Juan, más<br />

seguro: ”Venga , hombre sin tanta ceremonia.<br />

Pase”usté”, que avivo <strong>la</strong> lumbre. Entonces,<br />

mientras Juan echaba sobre los tizones una<br />

brazada de pinchos resecos y un par de cepas<br />

que levantaron casi al instante una l<strong>la</strong>ma que<br />

iluminó <strong>la</strong> estancia, <strong>la</strong> silueta ade<strong>la</strong>ntó un pié<br />

sobre el poyete y pasó a <strong>la</strong> casa.<br />

Juan se extrañó más de lo que estaba al ver el<br />

aspecto del recién llegado. Evidentemente era<br />

un pastor. Su indumentaria así lo proc<strong>la</strong>maba;<br />

desde <strong>la</strong> zamarra de cuero sin curtir,<br />

despellejada en los codos y en toda <strong>la</strong> parte<br />

de<strong>la</strong>ntera, hasta los altos “leguis” que cubrían<br />

los remendados pantalones de recia pana hasta<br />

<strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>, pasando por los capillos de cuero y<br />

<strong>la</strong>s bastas abarcas de gruesas correas con que<br />

cubría sus pies.<br />

El personaje se quitó el antiguo capote con<br />

esc<strong>la</strong>vina que llevaba sobre los hombros y lo<br />

echó sobre el otro poyo, a modo de colchoneta.<br />

Juan miraba al recién llegado cuyo tocado<br />

consistía en una montera antigua de <strong>la</strong>na de<br />

oveja de <strong>la</strong>s que hacía muchísimos años no se<br />

veían por estas tierras. El <strong>la</strong>rgo bastón curvado<br />

en un extremo como un signo de interrogación<br />

era una gancha, antigua como toda su<br />

indumentaria.<br />

Sin pronunciar una pa<strong>la</strong>bra, siguiendo lo que a<br />

Juan le pareció un ritual que el recién llegado<br />

repetía muy a menudo, el pastor o mayoral o lo<br />

que fuera, se tumbó en el poyo. Juan, lo observó<br />

con disimulo mientras se acomodaba en el duro<br />

catre. Y le l<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> atención que un hombre de<br />

campo no tuviera <strong>la</strong> piel tan morena y atezada<br />

como <strong>la</strong> tenía el mismo. Y entonces pensó que<br />

el hombre de <strong>la</strong> montera que no se había<br />

quitado, por cierto, al acostarse no era de esta<br />

época .O, quizás, pertenecía a algún remoto<br />

caserío perdido en los tortuosos montes de<br />

detrás del Santuario. Entonces Juan observó que<br />

<strong>la</strong> gancha tenía en su extremo curvado unas<br />

manchas que a <strong>la</strong> danzante luz de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas<br />

parecían de color rojo oscuro, como de almagra<br />

mezc<strong>la</strong>da con hollín como de sangre seca. Juan<br />

murmuró un “Buenas noches nos dé Dios” que<br />

el otro contestó con un gruñido ininteligible en<br />

el que sonaba el nombre de Dios, pero no como<br />

una respuesta, sino como un maldición. La<br />

gancha permanecía al <strong>la</strong>do del pastor a lo <strong>la</strong>rgo<br />

del poyo, dándole al yacente el aspecto de una<br />

figura funeraria, quizás <strong>la</strong> de un antiguo Obispo<br />

con su báculo. Su inmovilidad era absoluta y al<br />

reflejo de <strong>la</strong> lumbre, parecía como si se hubiera<br />

fundido con el poyo como si se tratara en efecto<br />

de <strong>la</strong> escultura pétrea de una tumba antigua. Sus<br />

ojos, o eso le parecía a Juan no se apartaban de<br />

<strong>la</strong> viga de <strong>la</strong> tisera que cruzaba <strong>la</strong> <strong>quintería</strong><br />

sobre su poyo.<br />

DESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 5 – JUNIO 2010<br />

14<br />

Juan interrumpió su narración para echar un<br />

buen trago de vino del jarro situado sobre <strong>la</strong><br />

mesa, entre él y yo. ”Te lo juro, Antonio, era<br />

espeluznante todo. Desde <strong>la</strong> manera de entrar en<br />

<strong>la</strong> <strong>quintería</strong> haciéndose rogar hasta el desparpajo<br />

con el que colocó su camastro y se tumbó… y<br />

sobre todo su aspecto allí tumbado, mirando sin<br />

pestañear <strong>la</strong>s tirantil<strong>la</strong>s… si lo sé no le pregunto,<br />

si lo llego a saber no digo “ná”.<br />

Juan volvió a retomar su historia, si así puede<br />

l<strong>la</strong>mársele. Luego de que un leve<br />

estremecimiento recorriera su cuerpo al<br />

recordar, continuó. Después de un buen rato,<br />

por decir algo pregunté: ”¿Qué? ¿es usted de<br />

por aquí?” El otro sin moverse lo más mínimo<br />

respondió su voz saliendo de <strong>la</strong> sombra apenas<br />

discernible a <strong>la</strong> luz de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas cada vez más<br />

escasas;”Yo habito aquí”. A Juan <strong>la</strong> inquietud le<br />

subió dos grados por lo menos, ante <strong>la</strong> respuesta<br />

nada brusca sino más bien tranqui<strong>la</strong>. Y Juan”.<br />

Pero ¿siempre? ¿Usté solo? ¿Y el ganado?”. La<br />

voz sin inflexión respondió de nuevo;”Algunas<br />

noches de luna llena, no todas, vengo aquí.<br />

Tengo que venir. Si hay alguien, cosa que nunca<br />

sucede, debo pedir licencia para entrar tres<br />

veces, a tres personas que pernocten en <strong>la</strong><br />

<strong>quintería</strong>. Tú eres <strong>la</strong> segunda.” La voz de Juan<br />

era apenas un hilo y <strong>la</strong> flojera que sentía desde<br />

que llegó a <strong>la</strong> casa se le acentuó, junto con un<br />

tembleque apenas disimu<strong>la</strong>do en <strong>la</strong>s piernas. A<br />

pesar de ello, y tratando de disimu<strong>la</strong>r el miedo,<br />

dijo: ”¿Qué…Cuál es <strong>la</strong> historia?”<br />

El pastor, sin abandonar ni por un momento su<br />

inmóvil postura empezó más que a hab<strong>la</strong>r, a<br />

recitar una historia que daba <strong>la</strong> sensación no<br />

quería contar pero que ago superior a su<br />

voluntad le obligara a hacerlo. Juan a pesar de<br />

querer haber estado a leguas de allí no tuvo más<br />

remedio que prestar oídos. Sobre todo, porque <strong>la</strong><br />

puerta de trillo se cerró de pronto con un<br />

golpazo que hizo estremecer <strong>la</strong>s paredes de <strong>la</strong><br />

casucha y derribó trozos del viejo revoco de<br />

yeso provocando finas cataratas de tierra<br />

pulverizada encima del poyo de Juan y del<br />

humero, cayeron varios terrones de barro sobre<br />

los tizones del hogar terminando casi con <strong>la</strong><br />

poca iluminación que aún quedaba.<br />

El pastor -su voz- comenzó así a contar una<br />

historia vieja de casas ”recias” de <strong>la</strong>branza, de<br />

amoríos entre criadas y pastores. De pastores

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