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Cómo empezar a escribir historias

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22 El acto de contar<br />

Pronto Urashima la perdió de vista. Con la cajita en sus manos,<br />

miraba fijamente a las aguas. Así estuvo algún tiempo; después recorrió<br />

la playa. De nuevo estaba en su pueblecito. Las mismas arenas,<br />

las rocas de siempre, el mismo sitio donde de pequeño tantas veces<br />

había ido a jugar; le parecía que su vida en la ciudad del mar había<br />

sido un sueño. ¡Qué lejos todo aquello! Entonces encaminó sus pasos<br />

hacia su casa; pero cuando entró en la aldea no supo por dónde ir. La<br />

encontraba completamente cambiada: no la reconocía. Las casas eran<br />

más grandes; tejados de pizarra habían sustituido a los de paja que él<br />

había visto. La gente se vestía con vistosos quimonos bordados. Parecía<br />

otro lugar. Y, sin embargo, era su pueblo; estaba seguro. La misma<br />

playa, las mismas montañas. Sólo las casas y la gente habían cambiado.<br />

Entonces decidió preguntar a unos muchachos en dónde se encontraba<br />

la casa del pescador Urashima, puesto que éste era también el<br />

nombre de su padre. Los muchachos no supieron responderle; no conocían<br />

a tal pescador. Entró en un comercio e hizo igual pregunta al<br />

dueño; pero le dijo lo mismo que los chicos: nunca había oído hablar<br />

de tal pescador, y eso que creía conocer a todo el pueblo. En esto acertó<br />

a pasar por allí un hombre que debía de tener muchos años, a juzgar<br />

por su apariencia. Era conocido por saber mil <strong>historias</strong> antiguas del<br />

pueblo y conocer las vidas de sus antiguos habitantes. Urashima se dirigió<br />

a él, por indicación del dueño de la tienda, y le preguntó dónde<br />

estaba la casa del pescador Urashima. El viejo no contestó; se quedó<br />

un momento pensativo, y al cabo de un rato dijo que casi lo había<br />

olvidado, porque habían pasado más de cien años desde la muerte de<br />

aquel matrimonio. Su único hijo, explicó, había salido a pescar un<br />

día, y a partir de entonces nadie había vuelto a saber de él. Urashima<br />

empezó a comprender: mientras había vivido en la ciudad del mar<br />

había perdido la noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo<br />

unos cuantos días habían sido más de cien años.<br />

No supo qué hacer; se encontraba completamente solo en un pueblo<br />

que, aunque era el suyo, le era absolutamente extraño. Entonces se di-

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