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Cómo empezar a escribir historias

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que dentro de la red estaba la tortuga que él mismo había echado en el<br />

mar. Ésta, dirigiéndose a él, le dijo que el rey de los mares, que había<br />

visto su buen corazón, lo buscaba para conducirle a su palacio y casarle<br />

con su hija, la princesa Otohime. A Urashima le entusiasmaban las<br />

aventuras y accedió muy gustoso. Juntos se fueron mar adentro, hasta<br />

que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa.<br />

Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto<br />

de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus<br />

hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrerías. Hacia los<br />

asombrados ojos de Urashima avanzó una hermosísima doncella: era<br />

Otohime, la hija del rey del mar. Lo recibió como a un esposo y juntos<br />

vivieron varios días en una completa felicidad. Todos colmaban al<br />

pescador de todo género de atenciones, y entre tanta delicia, Urashima<br />

no sintió que el tiempo pasaba. No podía precisar desde cuándo<br />

estaba allí. ¿Para qué había de saberlo? No debía importarle. La vida<br />

en aquel lugar maravilloso le parecía inmejorable; nunca pudo soñar<br />

nada semejante.<br />

Pero sucedió que un día se acordó de sus padres. ¿Qué sería de ellos?<br />

Sin duda sufrirían mucho sin saber lo que había sido de él. Y desde<br />

aquel momento la tristeza se apoderó de todo su ser. Nada lograba<br />

distraerle; ya no encontraba aquel lugar tan encantador y hasta le pareció<br />

menos bello. Sólo deseaba una cosa: volver junto a sus queridos<br />

padres. Y así se lo comunicó una mañana a su esposa, cuando ésta procuraba<br />

por todos los medios averiguar la causa de su pena. Al decirle<br />

Urashima lo que quería, Otohime se entristeció; procuró convencerle<br />

de que se quedara junto a ella, pero nada logró. El pescador estaba<br />

firme en su propósito. Así pues, prometió devolverlo a su aldea, y con<br />

un cortejo numeroso y elegante lo acompañó hasta la playa. Cuando<br />

al fin llegaron, la princesa entregó a Urashima una pequeña caja de<br />

laca, atada con un cordón de seda. Le recomendó que, si quería volver<br />

a verla, nunca la abriese. Después se despidió de él y con su acompañamiento<br />

se internó en el mar.<br />

El acto de contar<br />

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