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Revista del Col·legi Cardenal Spínola Abat Oliba

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para que este, de manera<br />

proporcionada, constante<br />

y digna <strong>del</strong> hombre, supere<br />

los obstáculos que aparecen<br />

en la consecución <strong>del</strong> bien.<br />

Por esta virtud el hombre es<br />

tenaz, paciente, perseverante<br />

en la obra emprendida, capaz<br />

de resistir las dificultades, y<br />

sobrellevar sufrimientos. Esta<br />

virtud orienta la vida <strong>del</strong> hombre<br />

en el sentido de ordenar según<br />

la recta razón los actos hacia<br />

la consecución de un bien que<br />

se presenta como arduo. Si la<br />

fortaleza es fin de la educación<br />

cristiana, es porque dispone al<br />

hombre en un cierto dominio<br />

sobre las cosas extrínsecas<br />

y las situaciones contrarias,<br />

de manera que en todas ellas<br />

pueda obrar bien; lo propio de<br />

esta virtud no es tanto superar<br />

los obstáculos cuanto resistir las<br />

contrariedades.<br />

d) La templanza: «La templanza<br />

es la virtud moral que modera<br />

la atracción de los placeres y<br />

procura el equilibrio en el uso de<br />

los bienes creados. Asegura el<br />

dominio de la voluntad sobre los<br />

instintos y mantiene los deseos<br />

en los límites de la honestidad.<br />

La persona moderada orienta<br />

hacia el bien sus apetitos<br />

sensibles, guarda una sana<br />

discreción y no se deja arrastrar<br />

para seguir ‘la pasión de su<br />

corazón’» (CEC 1809).<br />

La templanza es la virtud que<br />

modera el apetito concupiscible,<br />

el deseo y el goce en los<br />

<strong>del</strong>eites, para que sean amables<br />

dentro <strong>del</strong> recto orden de la<br />

vida humana. En efecto, el<br />

deseo de placeres, sino es<br />

en conformidad con el bien<br />

<strong>del</strong> hombre, esclaviza y abre<br />

la necesidad de un placer o<br />

goce mayor; por el contrario,<br />

en las tristezas, el intemperado<br />

no puede obrar nada y se<br />

refugia siempre en alguna<br />

consolación limitada o goce<br />

efímero. La templanza es la<br />

menos importante, pero quizás<br />

la primera de las virtudes que<br />

hay que buscar que ame el<br />

educando; la moderación en el<br />

apetito de los bienes particulares<br />

restablece el equilibrio <strong>del</strong><br />

hombre, le asegura el dominio<br />

sobre los propios sentimientos,<br />

le ayuda a discernir entre<br />

lo agradable y lo bueno, le<br />

impone una justa sobriedad en<br />

la diversión, el juego, la comida,<br />

el habla, la curiosidad, el modo<br />

de vestir y sentarse, los gestos<br />

corporales, la higiene personal,<br />

el respeto por su cuerpo, etc. La<br />

virtud de la templanza sirve, es<br />

la puerta de entrada, para que<br />

el hombre pueda dedicarse a<br />

bienes mayores. No se puede<br />

entender la templanza como<br />

un no gozar plenamente porque<br />

hay que ser moderado, sino<br />

al contrario, gozar y alegrarse<br />

en plenitud con los placeres<br />

y <strong>del</strong>eites que son ordenados<br />

según la vida humana.<br />

En resumen, las virtudes<br />

cardinales, al orientar toda la<br />

vida <strong>del</strong> educando, facilitan que<br />

este pueda usar rectamente de<br />

los bienes, considerando el bien<br />

común y las necesidades de<br />

los demás; ordenan la libertad<br />

y el dominio sobre las cosas<br />

inferiores y ayudan al hombre<br />

Reportaje<br />

a establecer su centralidad<br />

en el mundo para estar en<br />

plena posesión de sí y poder<br />

donarse por completo a Dios. La<br />

consideración de estas virtudes<br />

ilumina la realidad escolar<br />

en cuanto al juego, el orden<br />

de las salas, la participación<br />

en el almuerzo, las fiestas y<br />

asambleas, las salidas o<br />

convivencias, etc.<br />

«Vivir bien no es otra cosa<br />

que amar a Dios con todo el<br />

corazón, con toda el alma y<br />

con todo el obrar. Quien no<br />

obedece más que a Él (lo cual<br />

pertenece a la justicia), quien<br />

vela para discernir todas las<br />

cosas por temor a dejarse<br />

sorprender por la astucia y la<br />

mentira (lo cual pertenece a<br />

la prudencia), le entrega un<br />

amor entero (por la templanza),<br />

que ninguna desgracia puede<br />

derribar (lo cual pertenece a la<br />

fortaleza)».<br />

(extractado <strong>del</strong> libro<br />

La Educación Cristiana<br />

de Antonio Amado.<br />

Editorial Scire, 2010)<br />

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