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Historia de los Patriarcas y Profetas (2008) - Ellen G. White Writings

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638 <strong>Historia</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Patriarcas</strong> y <strong>Profetas</strong><br />

<strong>de</strong> su pecado y la imposibilidad <strong>de</strong> esperar perdón y llevarlo a la<br />

<strong>de</strong>sesperación. No podría haber elegido una mejor manera para<br />

<strong>de</strong>struir su valor y confundir su juicio, o para inducirle a <strong>de</strong>sesperarse<br />

y a <strong>de</strong>struirse él mismo.<br />

El cansancio y el ayuno habían <strong>de</strong>bilitado a Saúl, que se sentía,<br />

a<strong>de</strong>más, aterrorizado y atormentado por su conciencia. Cuando oyó<br />

aquella espantosa predicción, su cuerpo osciló como una encina ante<br />

la tempestad, y cayó postrado en tierra.<br />

La pitonisa se llenó <strong>de</strong> alarma. El rey <strong>de</strong> Israel yacía ante ella<br />

como muerto. ¿Cuáles serían las consecuencias para ella, si perecía<br />

en su retiro? Le pidió que se levantara y comiera algo, alegando que<br />

como ella había puesto en peligro su vida al otorgarle lo que <strong>de</strong>seaba,<br />

él <strong>de</strong>bía ce<strong>de</strong>r a la súplica <strong>de</strong> ella para conservar su propia vida. Los<br />

criados <strong>de</strong> Saúl unieron sus súplicas a las <strong>de</strong> la pitonisa; el rey cedió<br />

por fin, y la mujer puso en su mesa el “ternero grueso” y el pan sin<br />

levadura que preparó apresuradamente. ¡Qué escena aquella! En la<br />

rústica cueva <strong>de</strong> la pitonisa, don<strong>de</strong> poco antes habían resonado las<br />

palabras <strong>de</strong> con<strong>de</strong>nación, y en presencia <strong>de</strong> la mensajera <strong>de</strong> Satanás,<br />

el que había sido ungido por Dios como rey <strong>de</strong> todo Israel se sentó a<br />

comer, en preparación para la lucha mortal <strong>de</strong>l día que se avecinaba.<br />

Antes <strong>de</strong>l amanecer volvió con sus acompañantes al campamento<br />

israelita, a fin <strong>de</strong> hacer preparativos para el combate. Al consultar<br />

aquel espíritu <strong>de</strong> las tinieblas, Saúl se había <strong>de</strong>struido. Oprimido por<br />

<strong>los</strong> horrores <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación, le iba a resultar imposible inspirar<br />

ánimo a su ejército. Separado <strong>de</strong> la Fuente <strong>de</strong> fortaleza, no podía<br />

dirigir la mente <strong>de</strong> Israel para que buscara y mirara a Dios como<br />

su ayudador. De esta manera la predicción <strong>de</strong>l mal iba a labrar su<br />

propio cumplimiento.<br />

En las llanuras <strong>de</strong> Sunem y en las la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l monte Gilboa,<br />

<strong>los</strong> ejércitos <strong>de</strong> Israel y las huestes filisteas se trabaron en mortal<br />

combate. Aunque la temible escena <strong>de</strong> la cueva <strong>de</strong> Endor había<br />

ahuyentado toda esperanza <strong>de</strong> su corazón, Saúl luchó con valor<br />

<strong>de</strong>sesperado por su trono y por su reino. Pero fue en vano. “Los<br />

<strong>de</strong> Israel, huyendo ante <strong>los</strong> filisteos, cayeron muertos en el monte<br />

Gilboa”. Tres hijos valerosos <strong>de</strong>l rey perecieron a su lado.<br />

Los arqueros apremiaban más y más a Saúl. Había visto a sus<br />

soldados caer en <strong>de</strong>rredor suyo, y a sus nobles hijos abatidos por la<br />

espada. Herido él mismo, ya no podía pelear ni huir. Le era imposible

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