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Historia de los Patriarcas y Profetas (2008) - Ellen G. White Writings

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290 <strong>Historia</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Patriarcas</strong> y <strong>Profetas</strong><br />

Moisés conocía bien la perversidad y ceguera <strong>de</strong> <strong>los</strong> que habían<br />

sido confiados a su cuidado; conocía las dificulta<strong>de</strong>s con las cuales<br />

tendría que tropezar. Pero había aprendido que para persuadir al<br />

pueblo, <strong>de</strong>bía recibir ayuda <strong>de</strong> Dios. Pidió una revelación más clara<br />

<strong>de</strong> la voluntad divina, y una garantía <strong>de</strong> su presencia: “Mira, tú me<br />

dices: “Saca a este pueblo”, pero no me has indicado a quién enviarás<br />

conmigo. Sin embargo, tú dices: “Yo te he conocido por tu nombre<br />

y has hallado también gracia a mis ojos”. Pues bien, si he hallado<br />

gracia a tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para<br />

que te conozca y halle gracia a tus ojos; y mira que esta gente es tu<br />

pueblo”.<br />

La contestación fué: “Mi presencia te acompañará y te daré<br />

<strong>de</strong>scanso”. Pero Moisés no estaba satisfecho todavía. Pesaba sobre<br />

su alma el conocimiento <strong>de</strong> <strong>los</strong> terribles resultados que se producirían<br />

si Dios <strong>de</strong>jara a Israel librado al endurecimiento y la impenitencia.<br />

No podía soportar que sus intereses se separasen <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong> sus<br />

hermanos, y pidió que el favor <strong>de</strong> Dios fuera <strong>de</strong>vuelto a su pueblo, y<br />

que la prueba <strong>de</strong> su presencia continuase dirigiendo su camino: “Si<br />

tu presencia no ha <strong>de</strong> acompañarnos, no nos saques <strong>de</strong> aquí. Pues<br />

¿en qué se conocerá aquí que he hallado gracia a tus ojos, yo y tu<br />

pueblo, sino en que tú andas con nosotros, y que yo y tu pueblo<br />

hemos sido apartados <strong>de</strong> entre todos <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong> que están sobre la<br />

faz <strong>de</strong> la tierra?”<br />

Esta fue la respuesta: “También haré esto que has dicho, por<br />

cuanto has hallado gracia a mis ojos y te he conocido por tu nombre”.<br />

El profeta aun no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> suplicar. Todas sus oraciones habían sido<br />

oídas, pero tenía fervientes <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> obtener aun mayores pruebas<br />

<strong>de</strong>l favor <strong>de</strong> Dios. Entonces hizo una petición que ningún ser humano<br />

había hecho antes: “Te ruego que me muestres tu gloria”.<br />

Dios no lo reprendió por su súplica ni la consi<strong>de</strong>ró presuntuosa,<br />

sino que, al contrario, dijo bondadosamente: “Yo haré pasar toda mi<br />

bondad <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> tu rostro”. Ningún hombre pue<strong>de</strong>, en su naturaleza<br />

mortal, contemplar <strong>de</strong>scubierta la gloria <strong>de</strong> Dios y vivir; pero a<br />

Moisés se le aseguró que presenciaría toda la gloria divina que<br />

pudiera soportar. Nuevamente se le or<strong>de</strong>nó subir a la cima <strong>de</strong>l monte;<br />

entonces la mano que hizo el mundo, aquella mano “que arranca <strong>los</strong><br />

montes con su furor, y no conocen quién <strong>los</strong> trastornó” (Job 9:5),<br />

tomó a este ser hecho <strong>de</strong> polvo, a ese hombre <strong>de</strong> fe po<strong>de</strong>rosa, y lo

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