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Historia de los Patriarcas y Profetas (2008) - Ellen G. White Writings

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Una noche <strong>de</strong> lucha 169<br />

Era una región solitaria y montañosa, madriguera <strong>de</strong> fieras y<br />

escondite <strong>de</strong> salteadores y asesinos. Jacob solo e in<strong>de</strong>fenso, se inclinó<br />

a tierra profundamente acongojado. Era medianoche. Todo lo<br />

que lo hacía apreciar la vida estaba lejos y expuesto al peligro y a<br />

la muerte. Lo que más lo amargaba era el pensamiento <strong>de</strong> que su<br />

propio pecado había traído este peligro sobre <strong>los</strong> inocentes. Con<br />

vehementes exclamaciones y lágrimas oró <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Dios.<br />

De pronto sintió una mano fuerte sobre él. Creyó que un enemigo<br />

atentaba contra su vida, y trató <strong>de</strong> librarse <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> su<br />

agresor. En las tinieblas <strong>los</strong> dos lucharon por predominar. No se<br />

pronunció una sola palabra, pero Jacob <strong>de</strong>splegó todas sus energías<br />

y ni un momento cejó en sus esfuerzos. Mientras así luchaba por su<br />

vida, el sentimiento <strong>de</strong> su culpa pesaba sobre su alma; sus pecados<br />

surgieron ante él, para alejarlo <strong>de</strong> Dios. Pero en su terrible aflicción<br />

recordaba las promesas <strong>de</strong>l Señor, y su corazón exhalaba súplicas<br />

<strong>de</strong> misericordia.<br />

La lucha duró hasta poco antes <strong>de</strong>l amanecer, cuando el <strong>de</strong>sconocido<br />

tocó el muslo <strong>de</strong> Jacob, <strong>de</strong>jándolo incapacitado en el acto.<br />

Entonces reconoció el patriarca el carácter <strong>de</strong> su adversario. Comprendió<br />

que había luchado con un mensajero celestial, y que por<br />

eso sus esfuerzos casi sobrehumanos no habían obtenido la victoria.<br />

Era Cristo, “el Ángel <strong>de</strong>l pacto”, el que se había revelado a Jacob.<br />

El patriarca estaba imposibilitado y sufría el dolor más agudo, pero<br />

no aflojó su asi<strong>de</strong>ro. Completamente arrepentido y quebrantado,<br />

se aferró al Ángel y “lloró, y le rogó” (Oseas 12:4), pidiéndole la<br />

bendición. Necesitaba tener la seguridad <strong>de</strong> que su pecado había<br />

sido perdonado. El dolor físico no bastaba para apartar su mente<br />

<strong>de</strong> este objetivo. Su <strong>de</strong>cisión se fortaleció y su fe se intensificó en<br />

fervor y perseverancia hasta el fin. [176]<br />

El Ángel trató <strong>de</strong> librarse <strong>de</strong> él y le exhortó: “Déjame, que raya<br />

el alba”; pero Jacob contestó: “No te <strong>de</strong>jaré, si no me bendices”.<br />

Si esta hubiera sido una confianza jactanciosa y presumida, Jacob<br />

habría sido aniquilado en el acto; pero tenía la seguridad <strong>de</strong>l que<br />

confiesa su propia indignidad, y sin embargo confía en la fi<strong>de</strong>lidad<br />

<strong>de</strong>l Dios que cumple su pacto. Jacob “luchó con Dios y venció”. Por<br />

su humillación, su arrepentimiento y la entrega <strong>de</strong> sí mismo, este<br />

pecador y extraviado mortal prevaleció ante la Majestad <strong>de</strong>l cielo.

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