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Historia de los Patriarcas y Profetas (2008) - Ellen G. White Writings

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160 <strong>Historia</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Patriarcas</strong> y <strong>Profetas</strong><br />

ángeles celestiales. En vista <strong>de</strong> estas innumerables bendiciones <strong>de</strong>be<br />

preguntarse muchas veces con corazón humil<strong>de</strong> y agra<strong>de</strong>cido: “¿Qué<br />

pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?” Salmos<br />

116:12.<br />

Nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes tienen que<br />

<strong>de</strong>dicarse en forma sagrada al que nos confió estas bendiciones.<br />

Cada vez que se realiza en nuestro favor una liberación especial,<br />

o recibimos nuevos e inesperados favores, <strong>de</strong>bemos reconocer la<br />

bondad <strong>de</strong> Dios, expresando nuestra gratitud no solo en palabras,<br />

sino, como Jacob, mediante ofrendas y dones para su causa. Así<br />

como recibimos constantemente las bendiciones <strong>de</strong> Dios, también<br />

hemos <strong>de</strong> dar sin cesar.<br />

“Y <strong>de</strong> todo lo que me <strong>de</strong>s el diezmo apartaré para ti”. Nosotros<br />

que gozamos <strong>de</strong> la clara luz y <strong>de</strong> <strong>los</strong> privilegios <strong>de</strong>l evangelio, ¿nos<br />

contentaremos con darle a Dios menos <strong>de</strong> lo que daban aquel<strong>los</strong><br />

que vivieron en la dispensación anterior menos favorecida que la<br />

nuestra? De ninguna manera. A medida que aumentan las bendiciones<br />

<strong>de</strong> que gozamos, ¿no aumentan nuestras obligaciones, en forma<br />

correspondiente? Pero ¡cuán en poco las tenemos! ¡Cuán imposible<br />

es el esfuerzo <strong>de</strong> medir con reglas matemáticas lo que le <strong>de</strong>bemos en<br />

tiempo, dinero y afecto, en respuesta a un amor tan inconmensurable<br />

y a una dádiva <strong>de</strong> valor tan inconcebible! ¡Los diezmos para Cristo!<br />

¡Oh, mezquina limosna, pobre recompensa para lo que ha costado<br />

tanto! Des<strong>de</strong> la cruz <strong>de</strong>l Calvario, Cristo nos pi<strong>de</strong> una consagración<br />

sin reservas. Todo lo que tenemos y todo lo que somos, lo <strong>de</strong>bemos<br />

<strong>de</strong>dicar a Dios.<br />

Con nueva y dura<strong>de</strong>ra fe en las promesas divinas, y seguro <strong>de</strong> la<br />

presencia y la protección <strong>de</strong> <strong>los</strong> ángeles celestiales, prosiguió Jacob<br />

su jornada “a la tierra <strong>de</strong> <strong>los</strong> orientales”. Pero ¡qué diferencia entre<br />

su llegada y la <strong>de</strong>l mensajero <strong>de</strong> Abraham, casi cien años antes!<br />

El servidor había venido con un séquito montado en camel<strong>los</strong>, y<br />

con ricos rega<strong>los</strong> <strong>de</strong> oro y plata; Jacob llegaba solo, con <strong>los</strong> pies<br />

lastimados, sin más posesión que su cayado. Como el siervo <strong>de</strong><br />

Abraham, Jacob se <strong>de</strong>tuvo cerca <strong>de</strong> un pozo, y allí conoció a Raquel,<br />

la hija menor <strong>de</strong> Labán. Ahora fue Jacob quien prestó sus servicios,<br />

quitando la piedra <strong>de</strong> la boca <strong>de</strong>l pozo y dando <strong>de</strong> beber al ganado.<br />

Después <strong>de</strong> haber manifestado su parentesco, fue recibido en casa<br />

<strong>de</strong> Labán. Aunque llegó sin herencia ni acompañamiento, pocas

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