Lectura breve - Tusquets Editores

que ha de superarse siempre de nuevo; él lo expresó con todo vigor en
su obra teatral Los bandidos. En este drama genial, que irrumpe en el
paisaje del teatro alemán como si se tratara de un acontecimiento de
la naturaleza, Schiller persigue la huella que conduce al origen del mal:
descubre el escándalo del absurdo y de la injusticia de una naturaleza
que favorece a unos y perjudica a otros. Estamos enredados en casualidades
perversas, hay buenas razones para desconfiar de la vida. En el
cauce de esas consideraciones podría surgir un resentimiento venenoso.
Schiller lucha contra él por amor a la vida creadora. De ahí que su
entusiasmo por la libertad tenga también la significación de una cura
de desintoxicación ordenada por él mismo. Schiller tendrá especial necesidad
de ella en el encuentro con Goethe. La amistad y la comunidad
de trabajo con Goethe, un hecho feliz y un punto resplandeciente en la
historia de la cultura alemana, sólo fue posible porque Schiller se forjó
el convencimiento «de que ante lo eminente no hay otra libertad que el
amor» (a Goethe, 2 de julio de 1796).
Schiller, sin temor al cortocircuito entre persona y humanidad, declara
que el amor es un poder real del mundo. En años tempranos desarro -
lló una filosofía del amor, que sigue desplegando el antiguo y venerable
tema cosmófilo de la «gran cadena de las esencias». Schiller era un maestro
de la autosugestión. Podía elevarse y descender con aquel: «¡Millones!,
os doy mi abrazo...» (I, 133). Pero luego podía enfriarse de nuevo
hasta el espantoso aterimiento nihilista. Conocía el abismo del absurdo;
por eso en sus visiones de la fraternidad humana también puede notarse
un protestante «a pesar de todo». Hay una apuesta de Schiller que
puede formularse así: veamos quién gana el pulso, el espíritu al cuerpo,
o el cuerpo al espíritu.
Schiller querrá demostrar que no sólo hay un destino que sufrimos,
sino también un destino que somos nosotros mismos. No podía pasarle
inadvertido que el poder del destino personal ejerce un efecto atractivo
y contagioso a la vez. Aquí radican las dotes para la amistad, aquí
hinca sus raíces el carisma de Schiller. Incluso Goethe se dejó arrastrar
por el entusiasmo de Schiller. En definitiva, dio brío a una época entera.
Este ímpetu y lo que produjo, sobre todo en el campo de la filosofía,
se llamó más tarde «idealismo alemán». Beethoven le otorgó sus tonos
musicales: «Alegría, hermosa centella de los dioses...» (I, 133).
Hemos de describir también cómo Schiller trabajó en sí mismo de
cara a una vida como drama y escenificación. Cuando se hizo famoso,
se convirtió en un alma pública. Sus crisis, cambios y transformaciones
se produjeron ante los ojos de un público que contemplaba con admiración
y sorpresa este teatro de la vida. Más tarde, Goethe glorificó
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