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la historia de patriarcas y profetas

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Capítulo 26<br />

Del Mar Rojo al Sinaí<br />

DESDE el mar Rojo, <strong>la</strong>s huestes <strong>de</strong> Israel reanudaron <strong>la</strong><br />

marcha guiadas otra, vez por <strong>la</strong> columna <strong>de</strong> nube. El<br />

panorama que los ro<strong>de</strong>aba era <strong>de</strong> lo más lúgubre: estériles<br />

y <strong>de</strong>so<strong>la</strong>das montañas, áridas l<strong>la</strong>nuras, y el mar que se<br />

extendía a lo lejos, con sus riberas cubiertas <strong>de</strong> los<br />

cuerpos <strong>de</strong> sus enemigos, No obstante, estaban llenos <strong>de</strong><br />

regocijo porque se sabían libres, y todo pensamiento <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scontento se había acal<strong>la</strong>do.<br />

Pero durante tres días <strong>de</strong> marcha no pudieron encontrar<br />

agua. La provisión que habían traído estaba agotada. No<br />

había nada que apagara <strong>la</strong> sed abrasadora mientras<br />

avanzaban lenta y penosamente a través <strong>de</strong> <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>nuras<br />

calcinadas por el sol. Moisés, que conocía esa región,<br />

sabía lo que los <strong>de</strong>más ignoraban, que en Mara, el lugar<br />

más cercano don<strong>de</strong> hal<strong>la</strong>rían fuentes, el agua no era apta<br />

para beber. Con gran ansiedad observaba <strong>la</strong> nube<br />

guiadora. Con el corazón <strong>de</strong>sfalleciente oyó el regocijado<br />

grito: "¡Agua, agua!" que resonaba por todas <strong>la</strong>s fi<strong>la</strong>s. Los<br />

hombres, <strong>la</strong>s mujeres y los niños con alegre prisa se<br />

agolparon alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> <strong>la</strong> fuente, cuando, he aquí, un grito<br />

<strong>de</strong> angustia salió <strong>de</strong> <strong>la</strong> hueste. El agua era amarga.<br />

En su horror y <strong>de</strong>sesperación reprocharon a Moisés por<br />

haberlos dirigido por ese camino, sin recordar que <strong>la</strong> divina<br />

presencia, mediante aquel<strong>la</strong> misteriosa nube, era quien los<br />

había estado guiando tanto a él como a ellos mismos. En<br />

su tristeza por <strong>la</strong> <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong>l pueblo, Moisés hizo lo<br />

que ellos se habían olvidado <strong>de</strong> hacer; imploró

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