Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde
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encia al individuo se han ido transformando de forma continua desde el siglo XVIII, como señaló<br />
Tomas Marshall (2). La ciudadanía ha sido, y es, un proceso constante. Como tal se va redefiniendo<br />
y adquiere sentidos distintos en el contexto histórico de las desigualdades. La nueva ciudadanía<br />
del siglo XX requiere incluir los derechos sociales a los derechos civiles y políticos anteriormente<br />
reconocidos. El ciudadano no sólo tiene el derecho a ser considerado individuo libre e<br />
igual, llamado a participar en la vida política de su país, sino que además tiene el derecho a tener<br />
cubiertas sus necesidades en el campo de la sanidad, de la educación, de la vivienda y su bienestar<br />
en general. El estado, el estado del bienestar, es el garante y el responsable de esta cobertura<br />
al ciudadano, un sujeto con derechos de ciudadanía.<br />
Los estudios más rigurosos sobre los estados del bienestar se han centrado en su papel protector<br />
hacia ese ciudadano titular de derechos legalmente reconocidos. Las aportaciones más recientes,<br />
entre las que debemos destacar la de Gösta Esping-Andersen (3), han contribuido de manera importante<br />
a la comprensión de las diferencias entre estados del bienestar a partir de la formulación<br />
de un esquema sistemático para un análisis comparativo. Aunque estas investigaciones han producido<br />
muy significativas aportaciones, no han sido satisfactoriamente informativas con respecto a<br />
las consecuencias que tienen las diversas organizaciones de la vida social para hombres y mujeres.<br />
En la inmensa mayoría de los esquemas analíticos sobre el estado del bienestar, la variable género<br />
ha estado ausente. Si bien los conceptos empleados son explícitamente neutrales, las categorías<br />
utilizadas tales como trabajador, relaciones mercado-estado, ciudadanía, desmercantilización,<br />
están basadas en un estándar de vida masculino. En general, la unidad de análisis en la principal<br />
literatura no ha sido la individual sino la de las colectividades —ya sean clases, grupos ocupacionales,<br />
generaciones o familias—. En cambio, para entender la posición de la mujer, es crucial partir<br />
de la persona y reflexionar sobre el concepto de ciudadanía social, tal como nos ha señalado<br />
el feminismo. El feminismo como pensamiento y práctica plural engloba percepciones diferentes,<br />
distintas elaboraciones intelectuales y diversas propuestas de actuación, pero que se derivan, en<br />
todos los casos, de un mismo hecho: el papel subordinado de las mujeres en la sociedad. En los<br />
últimos años las distintas perspectivas (básicamente la liberal, la radical y la socialista) han evolucionado<br />
y han sufrido un proceso de convergencia, permitiendo la posibilidad de repensar, hoy,<br />
la política con inclusión de los aspectos que hacen referencia a la familia, la producción y la reproducción<br />
y las interrelaciones que se establecen entre estos distintos niveles. Un buen ejemplo de<br />
esa confluencia son los debates y reflexiones en torno a la mujer como ciudadana. La noción de<br />
ciudadanía social es importante en los estados del bienestar, y la crítica al disfrute de los derechos<br />
—civiles, sociales y políticos— que de ella se desprende, es central para entender las desigualda-<br />
(2) Marshall, T.H. (1950) Citizenship and Social Class. Cambridge: Cambridge University Press.<br />
(3) Esping-Andersen, G. (1990) The Three Worlds of Welfare Capitalism. Cambridge: Polity Press [traducción en cas-<br />
tellano: Los tres mundos del Estado del Bienestar. Valencia: Ed. Alfons el Magnànim, 1993).<br />
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