Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde
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1. Preámbulo La desigualdad entre los individuos se ha ido debilitando en las sociedades modernas. Sin embargo, el complejo y heterogéneo proceso de avance hacia la igualdad, ha hecho aparecer nuevas formas de privilegios, poderes y discriminaciones. La disminución de la desigualdad en algunos ámbitos de la vida ha reforzado su permanencia en otros. Es por ello que hoy es más aparente el desigual acceso a los recursos y a la igualdad de trato para hombres y mujeres. El cambio social en nuestro siglo hace referencia a las nuevas estructuras sociales y políticas producidas, entre otros fenómenos, por la irrupción de la mujer en la esfera pública. De un lado, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo; del otro, las nuevas formas de participación y de relación de las mujeres con la política, como ciudadanas activas y participantes (y también, aunque en menor medida, como responsables de la toma de decisiones en algunas de las esferas del poder) han ido dibujando nuevos escenarios que, aunque de forma muy tímida, están planteando ciertas variaciones en los papeles que tradicionalmente han venido desempeñando ambos géneros. Hablar de la relación entre mujer y estados de bienestar, equivale a hablar del lugar de las mujeres en los países industrializados a partir de la segunda mitad del siglo XX. Aunque la igualdad entre los sexos es todavía hoy una meta a alcanzar, en ningún otro período de la historia humana se ha avanzado tanto en el camino hacia ese objetivo. Por primera vez en la historia, vivimos en una sociedad permeada por una cultura igualitaria que produce un movimiento por la igualdad. Los avances, sin embargo, han sido desiguales. Dependen de las estructuras sociales, de los valores y del grado de modernización de cada país. Si nos centramos en Europa, esas diferencias nos permiten hablar de ritmos distintos, de procesos desiguales por lo que al alcance de las transformaciones se refiere. A pesar de ello, todos los países europeos vienen siguiendo la misma dirección. A mi entender no se puede decir que los estados del bienestar sean discriminatorios para las mujeres, sino más bien que las sociedades modernas todavía no han logrado la igualdad de oportunidades para ambos géneros. Los estados del bienestar no son un modelo de sociedad dibujado de antemano que han adoptado los gobiernos, sino más bien al revés, han sido la consecuencia de las dinámicas sociales —económicas y políticas— que se han producido en las sociedades del mundo occidental. Los estados del bienestar son la fase más madura de la organización de las sociedades capitalistas. La discriminación de género que todavía subyace en ellos tiene raíces históricas. Aún persisten grandes dificultades y fuertes obstáculos para que la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres sea una realidad a pesar de los avances conseguidos. Si bien los partidos políticos han introducido la cuestión de la equidad de géneros en sus discursos y programas, aún perduran desigualdades profundamente arraigadas en las costumbres y en las prácticas sociales. La desigualdad es consecuencia del orden económico, político y cultural, pero también es mantenida y conformada por las actuaciones de quienes detentan ciertas posiciones sociales de privile- 79
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1. Preámbulo<br />
La desigualdad entre los individuos se ha ido debilitando en las sociedades modernas. Sin embargo,<br />
el complejo y heterogéneo proceso de avance hacia la igualdad, ha hecho aparecer nuevas<br />
formas de privilegios, poderes y discriminaciones. La disminución de la desigualdad en algunos<br />
ámbitos de la vida ha reforzado su permanencia en otros. Es por ello que hoy es más aparente<br />
el desigual acceso a los recursos y a la igualdad de trato para hombres y mujeres.<br />
El cambio social en nuestro siglo hace referencia a las nuevas estructuras sociales y políticas producidas,<br />
entre otros fenómenos, por la irrupción de la mujer en la esfera pública. De un lado, la incorporación<br />
de la mujer al mercado de trabajo; del otro, las nuevas formas de participación y de<br />
relación de las mujeres con la política, como ciudadanas activas y participantes (y también, aunque<br />
en menor medida, como responsables de la toma de decisiones en algunas de las esferas del<br />
poder) han ido dibujando nuevos escenarios que, aunque de forma muy tímida, están planteando<br />
ciertas variaciones en los papeles que tradicionalmente han venido desempeñando ambos géneros.<br />
Hablar de la relación entre mujer y estados de bienestar, equivale a hablar del lugar de las mujeres<br />
en los países industrializados a partir de la segunda mitad del siglo XX. Aunque la igualdad entre<br />
los sexos es todavía hoy una meta a alcanzar, en ningún otro período de la historia humana se<br />
ha avanzado tanto en el camino hacia ese objetivo. Por primera vez en la historia, vivimos en una<br />
sociedad permeada por una cultura igualitaria que produce un movimiento por la igualdad. Los<br />
avances, sin embargo, han sido desiguales. Dependen de las estructuras sociales, de los valores y<br />
del grado de modernización de cada país. Si nos centramos en Europa, esas diferencias nos permiten<br />
hablar de ritmos distintos, de procesos desiguales por lo que al alcance de las transformaciones<br />
se refiere. A pesar de ello, todos los países europeos vienen siguiendo la misma dirección.<br />
A mi entender no se puede decir que los estados del bienestar sean discriminatorios para las mujeres,<br />
sino más bien que las sociedades modernas todavía no han logrado la igualdad de oportunidades<br />
para ambos géneros. Los estados del bienestar no son un modelo de sociedad dibujado<br />
de antemano que han adoptado los gobiernos, sino más bien al revés, han sido la consecuencia<br />
de las dinámicas sociales —económicas y políticas— que se han producido en las sociedades del<br />
mundo occidental. Los estados del bienestar son la fase más madura de la organización de las sociedades<br />
capitalistas. La discriminación de género que todavía subyace en ellos tiene raíces históricas.<br />
Aún persisten grandes dificultades y fuertes obstáculos para que la igualdad de oportunidades<br />
para hombres y mujeres sea una realidad a pesar de los avances conseguidos. Si bien los partidos<br />
políticos han introducido la cuestión de la equidad de géneros en sus discursos y programas, aún<br />
perduran desigualdades profundamente arraigadas en las costumbres y en las prácticas sociales.<br />
La desigualdad es consecuencia del orden económico, político y cultural, pero también es mantenida<br />
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