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Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde

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afectos y emociones. Esta componente afectiva es parte esencial de la vida humana, del mundo de<br />

las relaciones y, por tanto, de la riqueza social. En esta actividad, también mayoritariamente están<br />

involucradas las mujeres.<br />

En un artículo realizado con dos compañeras (5), establecíamos una analogía entre el pensamiento<br />

ecologista y el pensamiento feminista. Uno de los aspectos abordados tiene que ver —desde<br />

la perspectiva ecologista— con la falsa idea de autonomía del sistema económico que no tiene<br />

en cuenta su dependencia de la naturaleza. Para intentar representar la situación de insostenibilidad,<br />

desde la economía ecológica se han desarrollado algunos indicadores como la “huella ecológica”<br />

y el “déficit ecológico”.<br />

Pues bien, desde el pensamiento feminista, se desvela que la falsa idea de autonomía del sistema<br />

económico se acompaña con la también falsa autonomía del sector masculino de la población: haber<br />

dejado en manos de las mujeres la responsabilidad de la subsistencia y el cuidado de la vida,<br />

ha permitido desarrollar un mundo público aparentemente autónomo, ciego a la necesaria dependencia<br />

de las criaturas humanas, basado en la falsa premisa de libertad; un mundo incorpóreo,<br />

sin necesidades que satisfacer; un mundo constituido por personas inagotables, siempre sanas, ni<br />

demasiado jóvenes ni demasiado adultas, autoliberadas de las tareas de cuidados, en resumen, lo<br />

que se ha venido a denominar “el hombre económico o el hombre racional o el hombre político”.<br />

Sin embargo, tanto este personaje como el sistema económico oficial, sólo pueden existir porque<br />

sus necesidades básicas —individuales y sociales, físicas y emocionales— quedan cubiertas con<br />

la actividad no retribuida de las mujeres. De esta manera, la economía del cuidado sostiene el entramado<br />

de la vida social humana, ajusta las tensiones entre los diversos sectores de la economía<br />

y, como resultado, se constituye en la base del edificio económico. En particular, las mujeres actúan<br />

como “variable de ajuste” para proporcionar la calidad de vida a las personas del hogar, siendo<br />

seguramente su propia percepción la mejor medida de la calidad de vida de dichas personas.<br />

Esta constatación de la dependencia masculina de las mujeres nos ha llevado a acuñar conceptos<br />

análogos a los de “huella ecológica” y “déficit ecológico” desarrollados por la economía ecológica<br />

y que denominaremos “huella civilizadora” y “déficit civilizador” (6).<br />

(5) Anna Bosch, Cristina Carrasco, Elena Grau, “Verde que te quiero violeta” (de próxima publicación). Este apartado<br />

es muy análogo al original.<br />

(6) El término de “civilizadora” lo hemos tomado prestado de las mujeres italianas (Librería de Mujeres de Milán<br />

1996). Nos ha parecido que reflejaba bien la tarea de las mujeres –como algo positivo- construyendo humanidad o ci-<br />

vilización. Anteriormente habíamos pensado llamarla “huella patriarcal”, pero observamos que el término no se corres-<br />

pondía con nuestra idea: patriarcal es un término con connotación negativa, refleja poder masculino; por tanto, el pro-<br />

pio término ya sería contradictorio con la posible inexistencia de tal “huella”. Sin embargo, en un debate con compa-<br />

ñeras de Ca la Dona, Encarna Sanahuja nos hizo ver que el término de “civilizadora” también es un término muy con-<br />

taminado, ya que cuando se inició la “civilización”, que en teoría sustituyó a la “barbarie”, de hecho comenzaron las<br />

grandes conquistas y barbaries. Coincidimos con Sana en su comentario y estamos en la búsqueda de un término más<br />

apropiado para lo que queremos expresar. En cualquier caso, para nosotras lo importante de esta reflexión es que nos<br />

hizo patente la falta de palabras que existe para nombrar la experiencia femenina.<br />

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