Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde
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Las necesidades de quienes dependen de los cuidados de otras personas no se perciben como algo que tiene sus raíces en un derecho específico social y cívico. Por el contrario, se percibe a esas personas como seres que dependen exclusivamente de la disponibilidad individual y privada de otra persona dentro de la red informal. Escribiendo desde la atalaya de los países escandinavos, Leira observa que, “el derecho a que nos cuiden es incompleto. Tal vez no ilustre lo que a veces se da en llamar los “derechos condicionados por la oferta” y que expresa la intención del gobierno pero no tiene por qué establecer necesariamente un derecho que pueda ser reclamado aquí y ahora. En gran medida, las necesidades de quienes dependen de cuidados siguen satisfaciéndose al margen de los presupuestos públicos a manos de entidades no públicas o personas privadas que, por necesidad o elección, aceptan la responsabilidad de prestar esos cuidados” (35). La importancia de volver a plantearse el “cuidado” como una responsabilidad moral y social y como la base para unos derechos ha recibido un nuevo ímpetu en las décadas más recientes al revivir el movimiento feminista y su influencia en los círculos académicos feministas y ha quedado reflejada y reforzada en el análisis de las políticas sociales y del estado del bienestar tras la constante reestructuración de las políticas sobre el cuidado en el estado del bienestar. En los años noventa, el cuidado y sus connotaciones de género ocuparon un lugar preponderante en la agenda política al experimentar los estados del bienestar de Europa occidental una rápida y creciente falta de recursos de cuidado, una mayor separación entre las necesidades de cuidados y la oferta disponible. Durante los últimos diez años, el “déficit en los cuidados” se ha reconocido ampliamente como un grave desafío que requiere una reforma política y requiere un nuevo análisis de quién se supone que debe cuidar a quién y quién ha de encargarse de su coste. La necesidad de una profunda reestructuración de las prestaciones de cuidados plantea de nuevo cuestiones que tienen que ver con la subsidiariedad del estado ante la familia o con que el cuidado se convierta en público o en un bien de mercado o en un servicio de instituciones del sector terciario. No se ha desarrollado ningún plan de reforma política para satisfacer la necesidad de cuidados de personas muy dependientes o de cuidar a quienes cuidan. Aunque las necesidades de quienes reciben cuidados siempre han servido como base de un argumento a favor o en contra de las obligaciones de cuidar, su “voz” no se ha oído hasta hace muy poco tiempo, una vez han surgido organizaciones entre las personas discapacitadas y ancianas. A partir de ese desarrollo han surgido una serie de necesidades e intereses comunes y otros divergentes pero más explícitos que antes dentro de la compleja maraña de relaciones entre quienes participan en los cuidados: entre quienes cuidan, entre quienes reciben cuidados (por ejemplo la infancia y la frágil tercera edad, entre un familiar discapacitado y otros familiares), entre quienes cuidan y quienes reciben los cuidados (por ejemplo, los conflictos sobre quién debería cobrar por los cuidados: quien cuida o quien recibe los (35) Leira A. “Reflections on Caring, Gender and Social Rights”, Conferencia presentada en el Congreso ESA: Will Europe Work?, Amsterdam, agosto de 1999. 272
cuidados; conflictos sobre quién debe cuidar para que descanse quien ha estado cuidando, etc.). Además, la debatida naturaleza de las necesidades podría extenderse a los posibles conflictos entre los diversos participantes implicados en la relación del cuidado, reduciendo en lugar de aumentar las previsiones y las opciones, principalmente debido a que se establecen unos objetivos más limitados. Dado que la prestación de servicios de cuidado ya no puede dar por sentado que existan reservas informales de cuidados no remunerados entre las mujeres, están cambiando los agentes, los contextos y las relaciones. Ni la responsabilidad ni la capacidad de cuidar son específicas de un género aunque el exceso de representación de las mujeres en todo tipo de trabajo relacionado con cuidar significa que las reformas políticas del cuidado probablemente vayan a afectar a los hombres y a las mujeres de maneras distintas. Como se ha analizado en el presente capítulo, la responsabilidad de proveer para quienes necesitan cuidados es una responsabilidad colectiva de la sociedad y una responsabilidad moral de las personas. Sin embargo, la reestructuración del cuidado social está adoptando diversas formas y podría servir para consolidar a la vez que para desafiar a la tradicional división del trabajo por géneros. Desde esta perspectiva, las propuestas para desarrollar una ética del cuidado se podrían percibir como una forma de reconocer totalmente el valor de las actividades de muchas mujeres, tanto remuneradas como no remuneradas. Pero también se arriesga a llamar la atención y la energía alejándolas de los derechos individuales de la ciudadanía, en particular de las mujeres. La aceptación de esa “ética superior del cuidado” en su crítica en contra de un excesivo individualismo, burocracia y una falta de conectividad, etcétera, por parte de perspectivas tan alejadas entre sí como los partidos verdes y el Papa católico, indica hasta qué punto puede resultar sólido el discurso de la ética del cuidado. Pero también puede resultar ambiguo si no trata a la vez de temas de libertad y de derechos individuales, de relaciones de poder y de albedrío. También se corre el gran riesgo de que la dimensión laboral del cuidado desaparezca de nuevo en el “amor,” ahora redefinido dentro de “ética.” 6. Las diversidades femeninas en la ciudadanía La ciudadanía ha sido sin duda, por lo menos en los países occidentales, una herramienta teórica y política poderosa para plantearse, solicitar y actuar hacia una igualdad via la universalidad de los derechos y (hasta un menor nivel) los deberes. También es una poderosa herramienta intelectual y política para comprender por un lado cómo la igualdad puede partir de las diferencias sin 273
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cuidados; conflictos sobre quién debe cuidar para que descanse quien ha estado cuidando, etc.).<br />
Además, la debatida naturaleza de las necesidades podría extenderse a los posibles conflictos entre<br />
los diversos participantes implicados en la relación del cuidado, reduciendo en lugar de aumentar<br />
las previsiones y las opciones, principalmente debido a que se establecen unos objetivos<br />
más limitados.<br />
Dado que la prestación de servicios de cuidado ya no puede dar por sentado que existan reservas<br />
informales de cuidados no remunerados entre las mujeres, están cambiando los agentes, los contextos<br />
y las relaciones. Ni la responsabilidad ni la capacidad de cuidar son específicas de un género<br />
aunque el exceso de representación de las mujeres en todo tipo de trabajo relacionado con<br />
cuidar significa que las reformas políticas del cuidado probablemente vayan a afectar a los hombres<br />
y a las mujeres de maneras distintas. Como se ha analizado en el presente capítulo, la responsabilidad<br />
de proveer para quienes necesitan cuidados es una responsabilidad colectiva de la<br />
sociedad y una responsabilidad moral de las personas. Sin embargo, la reestructuración del cuidado<br />
social está adoptando diversas formas y podría servir para consolidar a la vez que para desafiar<br />
a la tradicional división del trabajo por géneros.<br />
Desde esta perspectiva, las propuestas para desarrollar una ética del cuidado se podrían percibir<br />
como una forma de reconocer totalmente el valor de las actividades de muchas mujeres, tanto remuneradas<br />
como no remuneradas. Pero también se arriesga a llamar la atención y la energía alejándolas<br />
de los derechos individuales de la ciudadanía, en particular de las mujeres. La aceptación<br />
de esa “ética superior del cuidado” en su crítica en contra de un excesivo individualismo, burocracia<br />
y una falta de conectividad, etcétera, por parte de perspectivas tan alejadas entre sí<br />
como los partidos verdes y el Papa católico, indica hasta qué punto puede resultar sólido el discurso<br />
de la ética del cuidado. Pero también puede resultar ambiguo si no trata a la vez de temas<br />
de libertad y de derechos individuales, de relaciones de poder y de albedrío. También se corre el<br />
gran riesgo de que la dimensión laboral del cuidado desaparezca de nuevo en el “amor,” ahora<br />
redefinido dentro de “ética.”<br />
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femeninas en<br />
la ciudadanía<br />
La ciudadanía ha sido sin duda, por lo menos en los países occidentales, una herramienta teórica<br />
y política poderosa para plantearse, solicitar y actuar hacia una igualdad via la universalidad de<br />
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