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Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde

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Con la difusión de la industrialización se produjo tanto un aumento en la proporción de población<br />

masculina que trabajaba en jornada completa con estatus de asalariado, lo que les ofrecía acceso<br />

a provisiones estatales de bienestar, como un drástico descenso en la proporción de la población<br />

femenina (en particular casada) en puestos de trabajo remunerado, así como una reducción<br />

en la proporción de niños y niñas dentro de la mano de obra (7). Esto quedó especialmente claro<br />

en los países más industrializados o que se industrializaron antes. En paralelo se produjo un aumento<br />

en el trabajo doméstico y familiar no remunerado. Este proceso culminó en las décadas de<br />

mitades de siglo, cuando los países industrializados occidentales presentaban la mayor proporción<br />

de su historia de amas de casa a plena dedicación en la población femenina adulta.<br />

El modelo de hogar ideal que actuaba como base de este proceso se basaba en la premisa de un<br />

sostén económico masculino responsable de aportar los ingresos y mediar en la protección social<br />

de las mujeres y de la infancia (8). También se cimentaba en la presencia de una esposa y madre<br />

responsable de ofrecer ocasionalmente ingresos necesarios y de aportar de manera sistemática<br />

cuidados, especialmente a los niños y niñas menores y a la frágil tercera edad. Podríamos así argumentar<br />

que, en paralelo al desarrollo de los derechos sociales basados en la relación con el<br />

mercado laboral, se produjo una gradual extensión cimentada en los lazos y dependencias familiares.<br />

La “familización” de los derechos sociales de las mujeres y de la infancia, así como de la<br />

tercera edad, tuvo lugar en paralelo y entremezclada con la individualización de los derechos sociales<br />

para los hombres adultos trabajadores y físicamente capacitados. Esa familización subraya<br />

el concepto mismo del “sueldo familiar,” que ha sido popular en muchos movimientos de la clase<br />

trabajadora.<br />

Sin embargo, qué significaba exactamente “sueldo familiar” (qué debería incluir, cómo se debería<br />

presentar, quién lo debería recibir) era una cuestión controvertida entre los diferentes agentes sociales.<br />

Llevó a conflictos entre el movimiento laboral y el empresariado, entre los sindicatos y los<br />

grupos feministas y, en algunos casos como en Francia, entre el empresariado y el estado. La forma<br />

de articular las diferentes opciones, de negociar las alternativas y de decidir los conflictos ha<br />

marcado profundamente las políticas sociales de cada país. Ha afectado incluso a la forma de<br />

(7) Hans Peter Blossfeld y Catherine Hakim, eds., Between Equalization and Marginalization: Women Working Part-<br />

Time in Europe and the United States of America (Oxford: Clarendon Press, 1997); Crouch, Social Change in Western<br />

Europe.<br />

(8) Quienes han analizado el feminismo siempre han introducido el concepto del “sostén económico masculino” como<br />

una crítica explícita a las deficiencias interpretativas de los análisis y tipologías prevalentes del estado del bienestar, en<br />

particular a la de Gøsta Esping Andersen, Three Worlds of Welfare Capitalism. Ver, Jane Lewis, “Gender and the<br />

Development of Welfare Regimes,” Journal of European Social Policy 2 (Otoño 1992): 159-73; idem., “Gender and<br />

Welfare Regimes: Further Thoughts”; y Sainsbury, ed., Gendering Welfare States, Cambridge, Cambridge University<br />

Press.<br />

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