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Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde

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El segundo punto es crítico porque las opiniones de las personas sobre el buen cuidado varían por<br />

cuestión de raza, clase, etnia, religión, ideología e incluso personalidad. Así, la noción de que un<br />

modelo de cuidado funcione para todo el mundo es absurda. Las perogrulladas como que una persona<br />

frágil y anciana debería estar confinada a un asilo o que cada familia debería cuidar de sus<br />

familiares violan por sí mismas las formas en las que varían los seres humanos en sus capacidades<br />

de dar y recibir cuidados. Al igual que no se debería obligar a nadie a recibir cuidados de un tipo<br />

que le parezcan degradantes, no insistiríamos en una buena sociedad que fueran las y los miembros<br />

de la familia quienes, por ejemplo, prestaran los cuidados; Janet Finch le llama a esto “el derecho<br />

a no cuidar” (Finch 1996).<br />

El tercer punto es crítico porque simplemente decir que la gente pensará en “los otros” cuando actúen<br />

de manera altruista (lenguaje de Kelman) no significa decir que reflexionarán de manera genuina<br />

acerca de las necesidades de las demás personas frente a imponer lo que creen que éstas<br />

necesitan al nivel de los cuidados. Ya hemos visto antes cómo la práctica de presumir que las necesidades<br />

y deseos de toda la gente son iguales a las propias provoca que las personas actúen de<br />

formas que en la actualidad perpetúan los círculos viciosos del cuidado. Ese tipo de postura solo<br />

puede cambiarse a través de las reflexiones sobre los verdaderos relatos que las personas hacen<br />

sobre sus necesidades. Hace falta contar con procesos democráticos que garanticen que se escuchan<br />

las voces de todas las personas y no solo de las poderosas, de la clase media, etcétera.<br />

Tal vez parezca poco realista requerir un proceso democrático dado lo poco representativas que<br />

son la mayoría de las instituciones políticas en los Estados Unidos. Pero la mayor parte de los cuidados<br />

son locales: no hace falta pensar en procesos democráticos para crear un cuidado que solo<br />

funcione al más alto nivel. Julie White ha demostrado que en entornos específicos de cuidado quienes<br />

se han organizado más democráticamente han tenido un éxito más profundo (White 2000).<br />

En esta sección he defendido que es posible llegar a un concepto público del cuidado que aportaría<br />

una base sobre la que volver a plantearse las relaciones del cuidado, el valor del trabajo de<br />

cuidado (remunerado y no remunerado). Concluyamos considerando esta pregunta: ¿por qué sería<br />

útil convertir el cuidado en un valor público a la hora de resolver el problema de la creciente<br />

distancia en el cuidado desigual?<br />

5. Conclusión<br />

He defendido que sería posible convertir los círculos viciosos de las desigualdades en el cuidado<br />

en círculos virtuosos. Con esto no quiero decir que el cuidado deba volverse igual, sino que el problema<br />

de las desigualdades en el cuidado se podría llegar a convertir en un problema colectivo<br />

que nos importa.<br />

Para poder llevar a cabo ese cambio, irónicamente, debemos primero reconocer nuestra naturaleza,<br />

en esencia pasiva, como receptores y receptoras de cuidados. Para hacerlo deberemos deshacernos<br />

de muchas de las categorías de atribución que en la actualidad aportan información a<br />

las políticas sobre el cuidado: personas capacitadas frente a incapacitadas, enfermas frente a sa-<br />

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