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Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde

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proceso de “crear otros” ha resultado históricamente dañino para quienes estaban excluidos y excluidas.<br />

Una de las consecuencias de no ser capaces de enfrentarse a ese pasado es que hace<br />

que el pueblo americano se muestre más dispuesto a concentrarse en su temor a no ser comprendido,<br />

a que se les olvide o excluya. Si se cree en la reciprocidad, entonces tiene sentido que cuando<br />

aquellas personas a las que se ha tratado mal tienen la oportunidad, se vengarán tratando a<br />

quienes antiguamente les atormentaron de la misma manera. Ya en la época de las Reflexiones de<br />

Thomas Jefferson había una parte de la psique estadounidense que presuponía que, si Dios era<br />

justo, entonces el pueblo americano blanco pagaría algún día por esos actos a menudo no reconocidos.<br />

Pero por otro lado, también hay pruebas empíricas que sugieren que hay veces que los americanos<br />

y americanas ignoran tanto sus instintos de hacer que las personas se apoyen en sí mismas<br />

como su antipatía por las vidas particulares del resto. Steve Kelman argumenta, por ejemplo, que<br />

a pesar de la cultura del interés personal individual, hay muchas pruebas que sugieren que las personas<br />

se comportan de una manera que refleja un “espíritu público” (Kelman 1988). Además, comenta,<br />

cuantas más personas observen un comportamiento altruista, más probable es que se comporten<br />

altruistamente (52-3).<br />

Así la cuestión es en qué condiciones es posible cambiar los círculos viciosos que fluyen cuando se<br />

trata al cuidado como un asunto individual en círculos virtuosos y evitar así lo que Nancy Folbre<br />

denomina (frente al dilema del prisionero), “el dilema de la buena persona” (Folbre 2001).<br />

El objetivo consiste en partir de esas tres suposiciones: todo el mundo tiene derecho a recibir un<br />

cuidado adecuado durante su vida; todo el mundo tiene derecho a participar en relaciones de cuidado<br />

que den sentido a su vida; todo el mundo tiene derecho a participar en el proceso público<br />

para juzgar cómo debería garantizar la sociedad esas dos premisas.<br />

El primer punto suena como si se tratara de un clásico “derecho social” como lo declaró T. H.<br />

Marshall. Él mismo describió el modelo en el que se percibe a la ciudadanía como poseedora de<br />

derechos sociales (es decir, como personas que plantean reclamaciones al estado ejerciendo un<br />

derecho a prestaciones del estado del bienestar social) como un modelo que acaba retirando el<br />

poder de manos de las personas:<br />

Y sobre los derechos sociales (los derechos al bienestar en el sentido más amplio del<br />

término) no se han diseñado para el ejercicio del poder en absoluto. Reflejan, como<br />

ya señalé hace muchos años, el potente elemento individualista de la sociedad de<br />

masas aunque hacen referencia a los individuos como consumidores y no como participantes.<br />

Los consumidores pueden hacer poco, excepto imitar a Oliver Twist y "pedir<br />

más,” y la influencia que pueden ejercer los políticos sobre el público prometiendo<br />

dárselo suele ser superior a la influencia que puede ejercer la ciudadanía (o aquellos<br />

a quienes les preocupan estas cosas) sobre los políticos al exigirla. (Marshall<br />

1981): 141<br />

Por estos motivos no basta con ejercer ningún derecho al cuidado como si fuera bueno ser distribuido.<br />

También eran críticos los otros dos puntos.<br />

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