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Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde

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4.3 EL CUIDADO COMO<br />

VALOR PÚBLICO<br />

Si nos tomamos en serio la necesidad de cuidar, la “importancia de qué cuidamos” (Frankfurt<br />

1988) no es una mera cuestión individual. También podemos utilizar ese relato para plantearnos<br />

qué valora y qué preocupa a nuestro colectivo.<br />

Cuando lo pensamos, no resulta absurdo decir que el cuidado es un valor público. Algunas funciones<br />

que son en esencia papeles asignados al estado pueden describirse como “cuidar,” educación,<br />

bienestar y, en el lenguaje del siglo XVIII, “patrullar.” Incluso Aristóteles, que distinguía entre<br />

las esferas pública y privada e incluía la vida económica y el cuidado personal dentro de la esfera<br />

privada, utilizaba un lenguaje paralelo para describir cómo criaban las madres a sus hijos e hijas<br />

y cómo debería educar a su ciudadanía un buen estado (Schwarzenbach 1996).<br />

En los estados del bienestar social en los que la ciudadanía tiene una mayor sensación de solidaridad,<br />

se comprende con facilidad el cuidado como un valor público (Sevenhuijsen 1998;<br />

Waerness 1990). Dado que en Estados Unidos existen unas suposiciones más individualistas, el<br />

cuidado se entiende casi en su totalidad como un asunto privado. Sin embargo, hay base sobre la<br />

que incluso los americanos y americanas individualistas pueden concebir necesidades colectivas.<br />

Las suposiciones existentes que bloquean una mayor comprensión no resultan difíciles de identificar.<br />

Primero describiré algunos aspectos de estas suposiciones y acabaré proponiendo una concepción<br />

alternativa que plantea la posibilidad de convertir el cuidado en parte de una ampliación<br />

de la democracia y de la igualdad en lugar de oponerse a ellas.<br />

En primer lugar, la suposición de que las personas son principalmente consumidoras afecta a la lógica<br />

de percibir a los individuos en su relación con los demás. La lógica del consumo es despiadadamente<br />

individualista. Juliet Schor informa acerca de cómo el marketing y la publicidad siempre<br />

han buscado la forma de arrancar a cada vez más miembros de las familias de las lealtades<br />

tradicionales para crear lealtades propias hacia sus propios productos y marcas: desde las mujeres<br />

como diana en los años veinte hasta el presente, en el que se dirigen a los niños y niñas (quienes,<br />

ahora revelan las investigaciones, son capaces de identificar marcas a la edad de 2 años e<br />

influyen en las compras que realizan sus progenitores con 2-3 años de edad). Además, aunque el<br />

marketing produce en los consumidores y consumidoras un sentimiento de lealtad, las suposiciones<br />

discursivas sobre el consumo se basan en que es todo cuestión de “elección personal.” Si se respeta<br />

esa individualidad será entonces difícil percibir al resto de la ciudadanía como algo distinto<br />

a un conjunto de consumidores y consumidoras que eligen.<br />

En segundo lugar, además de la similitud consumista, las lógicas de la diferencia (personas de origen<br />

afroamericano, latino, judío, provenientes de la emigración, etcétera) señalan que existe una<br />

razón por la que el pueblo americano no acepta el valor público del cuidado. Después de todo, el<br />

cuidado público debe compartirse con esos “otros” que con frecuencia se perciben como incapaces<br />

de aprovecharse de ello. Aunque algunas de las dimensiones del cuidado público probablemente<br />

se haya beneficiado de forma retórica de una demanda de convertir a “muchos en uno”<br />

(por ejemplo, la necesidad de asimilación produjo un apoyo a la educación pública) en general el<br />

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