Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde
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parados. Obviamente necesitará recursos de tiempo y dinero para hacer frente a esos servicios<br />
(6).<br />
Aunque este debate se ha centrado en la clase, se podría plantear un argumento similar con referencia<br />
a las diferencias étnicas y raciales en las actitudes ante la educación infantil (Omolade<br />
1994). Esas diferencias no solo se aplican a la infancia. Las diferencias étnicas y raciales dictan<br />
un tratamiento diferente ante la tercera edad, las personas discapacitadas de la comunidad y los<br />
y las enfermas en la familia y en la comunidad.<br />
Las diferencias de género también establecen que se supone que las niñas y las mujeres son las<br />
cuidadoras “por defecto” cuando se plantea la situación. Al nivel global, la academia ha demostrado<br />
las graves consecuencias mortales que tiene ese tipo de suposiciones para las niñas y las mujeres,<br />
que se espera que coman las últimas, tengan una menor preparación, reciban menos asistencia<br />
sanitaria, etcétera (Sen 1992). Tal vez las mujeres exijan un cuidado adecuado a su situación,<br />
pero seguirán siendo las cuidadoras en sus propios hogares, bien prestando servicios directos<br />
u organizándolos.<br />
Señalar estas diferencias no significa limitarse a plantear el argumento de que algunas personas<br />
cuidan de una forma y otras de otra, aunque también sea cierto. Las diferencias no tienen que ver<br />
solo con las preferencias, sino con una estructura de la desigualdad que se encuentra profundamente<br />
arraigada en otras estructuras de la sociedad.<br />
3.4 UN CÍRCULO VICIOSO<br />
Este relato narra cómo comenzaron las desigualdades en el cuidado a partir de la visión según la<br />
cual, dado que las personas pueden elegir ofrecer distintas perspectivas de qué constituye un cuidado<br />
decente, pueden tomar diferentes decisiones en el mercado. Debido a numerosas razones<br />
complejas (un conjunto de mecanismos psicosociales y diferencias de clase, raza y género) no es<br />
probable que las personas reconozcan el desequilibrio que existe en el cuidado como consecuencia<br />
de un poder desigual, de una desigualdad económica y social y de unos patrones de discriminación.<br />
Así, es poco probable que se den cuenta de que ese desequilibrio en el cuidado requiere<br />
una responsabilidad social y una respuesta colectiva.<br />
(6) Así, para seguir con este ejemplo, la ideología de lo que Sharon Hays ha llamado la “maternidad intensiva” (Hays<br />
1996) es un fenómeno principalmente de clase media. Aunque Anita Garey encontró una forma de clasificar las activi-<br />
dades de las madres que superaba las fronteras entre las clases, está claro que las categorías que utiliza para definir<br />
qué es importante para las madres varía de clase a clase. Por ejemplo, “estar ahí” tendrá un significado distinto para un<br />
padre o madre de clase media que se pueda coger una baja laboral para ir a la escuela infantil que para los de clase<br />
trabajadora que no puedan ir. (Garey 1999) Francesca Cancian también ha explorado las diferencia entre las familias<br />
de clase trabajadora y media en sus cuentas del “buen cuidado” (Cancian 2002).<br />
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