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Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde

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1. Introducción<br />

Tradicionalmente, el cuidado se ha desarrollado fuera del campo de la ciudadanía. En la tradición<br />

histórica de las sociedades occidentales, los ciudadanos se presentaban ante el orden político (la<br />

polis, el rey, el estado) dispuestos a servir y esa capacidad de servir los convertía en ciudadanos.<br />

Así, para algunas ciudades-estado de la Grecia antigua, un ciudadano era aquel que se podía<br />

permitir la adquisición de herramientas adecuadas para el combate militar, y en las sociedades<br />

occidentales después de la Segunda Guerra Mundial, el ciudadano era el que podía presentarse<br />

dispuesto a trabajar y libre de responsabilidades domésticas (1). A lo largo de gran parte de la<br />

historia de las sociedades occidentales, se ha excluido a las mujeres de la ciudadanía porque se<br />

les prohibía ejercer aquellas actividades que convertían a los hombres en ciudadanos: se les excluía<br />

del servicio militar, de la participación política, de algunas partes del mercado laboral, etcétera.<br />

Simultáneamente, está claro que lo que acabo de comentar solo es verdad en cierta medida.<br />

Después de todo, para que haya una ciudadanía tiene que haber nacimientos y las mujeres se ven<br />

implicadas de inmediato en la creación de ciudadanos. Pero la ciudadanía de las mujeres, incluso<br />

como madres de los ciudadanos, siempre se ha visto mediada por la conexión que tuvieran las<br />

mujeres con el orden político a través de los hombres: de los maridos, de los padres, de los hijos<br />

(2). El estatus de una mujer dentro de los rangos formales de la ciudadanía sigue siendo parcial.<br />

Si reconocemos la separación de la vida en la esfera pública y la privada se podrá realizar la observación<br />

adicional de que la ciudadanía se concede a las personas por sus capacidades públicas<br />

y no por las privadas. Obviamente, lo que esa ficción jurídica ignora es que la existencia pública<br />

de cualquier persona flota sobre una enorme cantidad de trabajo de cuidado y de tarea reproductiva<br />

que se ha producido antes y ha transformado al bebé humano en un ciudadano capaz.<br />

Así, el cuidado, la disposición y el trabajo de mantenernos no es sino la base profunda e ignorada<br />

de la ciudadanía.<br />

En las últimas generaciones se ha vuelto más difícil mantener las separaciones ficticias entre la<br />

vida privada y la pública porque ha quedado más claro, especialmente al incluirse más completamente<br />

a las mujeres en la vida pública, que esa separación es artificial. Sin embargo, a la hora de<br />

construir modelos de ciudadanía no podemos dar por sentadas esas estructuras del “cuidado.” Si<br />

lo hacemos no veremos una forma importante en la que siguen existiendo exclusiones y desigualdades<br />

y se nos escapará el desafío principal de cómo debemos cambiarlos para que se conviertan<br />

en una forma de ciudadanía que realmente sea incluyente.<br />

Hoy quiero contar una historia de precaución. Hay muchos individuos y organizaciones poderosas<br />

en el mundo que ven en la organización de la vida social y política de Estados Unidos un mo-<br />

(1) Joan Williams (2001) llama a esta persona “el trabajador o trabajadora ideal.”<br />

(2) Por ejemplo, hasta finales de los años veinte, una ciudadana estadounidense que se casara con un hombre que no<br />

tuviera esa nacionalidad perdía de forma automática la ciudadanía.<br />

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