Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde
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LAS PARADOJAS DEL<br />
GÉNERO DE LAS<br />
PERTENENCIAS SEGURAS<br />
Tanto los hombres como las mujeres (y los niños y niñas) forman parte de esas “personas en movimiento”<br />
y tanto hombres como mujeres se han comprometido en la defensa de su pertenencia segura<br />
a comunidades y estados.<br />
Como ya señaló Anderson (1991[1983]; ver también Kitching, 1985), hay muy pocos casos en<br />
los que las personas —tradicionalmente los hombres— estén dispuestas a sacrificar la vida y a matar,<br />
como ocurre en la causa de sus comunidades imaginarias de pertenencia. Paradójicamente,<br />
en el nombre de la seguridad comunal, real y/o imaginada, se muestran dispuestas a sacrificar su<br />
seguridad personal por el “bien de la auto-determinación,” están dispuestas a sacrificar su derecho<br />
a vivir y por el bien de la “paz” van a la guerra. Sin embargo, al cambiarse el sistema militar<br />
de obligatorio a profesional, los hombres (y cada vez más mujeres) se muestran preparados a hacer<br />
algo así por la seguridad de las carreras profesionales militares (como explicaron los soldados<br />
americanos y británicos en Irak “estaban haciendo su trabajo,” motivo, obviamente, por el que la<br />
creciente dependencia de los reservistas que cuentan con los ingresos adicionales militares sin que<br />
ello constituya su principal trabajo, en el ejército americano es una debilidad inherente a su estrategia<br />
militar).<br />
La paradoja inherente en las políticas de pertenencia femeninas es con frecuencia diferente y tiene<br />
que ver con las distintas relaciones que las mujeres suelen mantener con los colectivos étnicos y<br />
nacionales. Por un lado, las mujeres pertenecen y se identifican como miembros del colectivo de la<br />
misma manera que los hombres pero siempre hay normas y reglas (por no mencionar las percepciones<br />
y las actitudes) específicas para las mujeres. Ese tipo de construcción implica un posicionamiento<br />
paradójico de las mujeres tanto como símbolos como “otras cosas” en el colectivo. Por un<br />
lado, se percibe a las mujeres como merecedoras del honor del colectivo (Yuval-Davis y Anthias,<br />
1989; Yuval-Davis, 1997), en defensa del cual las naciones van a la guerra (“por el bien de las<br />
mujeres y de los niños” en términos de Cynthia Enloe (1990)). Simultáneamente, hay un elemento<br />
no idéntico dentro del colectivo que está sujeto a diversas formas de control en nombre de la “cultura<br />
y la tradición.” Sin embargo, ese tipo de formulación convierte en objeto las nociones de “cultura<br />
y tradición” y las homogeniza con frecuencia bajo formulaciones hegemónicas. Siempre se<br />
cuestionan las culturas y las tradiciones y también cambian y se modifican de manera constante.<br />
Uno de los mayores debates en el campo de los “derechos humanos” ha sido el de los derechos<br />
de las comunidades a mantener sus prestaciones culturales colectivas. Con frecuencia, el debate<br />
se formula en términos tan convertidos en objetos que cualquier reconocimiento de los derechos de<br />
las mujeres se equipara con una occidentalización y una secularización. Sin embargo, las feministas<br />
de todo el mundo ya han señalado que el debate suele versar acerca del derecho de un liderazgo<br />
patriarcal específico a mantener su proyecto de poder político mientras que la adquisición<br />
de derechos por parte de las mujeres suele significar más cambios en las relaciones de poder<br />
de la comunidad que otra cosa. El congelamiento de las culturas de una manera altamente selec-<br />
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