Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde
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un posicionamiento descentrado y no privilegiado. Los discursos post-modernistas sobre las “culturas<br />
viajeras” (Clifford, 1992), el “nomadismo” (Bradiotti, 1991), lo “híbrido” (Bhabha, 1994) y<br />
“vivir en las zonas fronterizas” (Anzaldua, 1987), inspiraron y reflejaron esas construcciones de la<br />
diáspora.<br />
Desafortunadamente, algunas de las críticas de ese tipo de bibliografía (por ejemplo, Anthias,<br />
1998; Ifekwunigwe, 1999; Helmreich, 1992; Yuval-Davis, 1997 a y b), señalaban las ideas binarias,<br />
naturalizadas y esencialistas sobre el parentesco, la naturaleza y el territorio, tan características<br />
de una retórica nacionalista más tradicional que a menudo se introducía “por la puerta trasera”<br />
en estas teorizaciones. Además, las políticas de la diáspora con mucha frecuencia tienden a<br />
contar con un conjunto de valores y dinámicas políticas muy diferentes. Al contrario que las construcciones<br />
de Simmel (1950) y Schutz (1976) de “el extraño,” las personas miembros de las comunidades<br />
en diáspora suelen estar comprometidas en narrativas de pertenencia, en ansias de<br />
pertenecer, no solo con relación al país/sociedad en el que viven o incluso en una humanidad<br />
“cosmopolita” sin fronteras, sino con relación a su país, nación y/o estado de origen. Como señaló<br />
Sara Ahmad (2000) la construcción de “el extraño” es una forma de fetichismo que se produce<br />
al dar nombre y que está vacía de toda característica humana real. Se limita a un reflejo de<br />
la mirada de aquella persona que le/la ha nombrado como tal.<br />
Como ya demostrara Robin Cohen (1997), las diásporas son mucho más heterogéneas de lo que<br />
nos harían pensar las teorías arriba citadas. Además, como ya señalara el documento de las<br />
ONG de la Conferencia Mundial de 2001 contra el Racismo, celebrada en Durban, las personas<br />
occidentales que viven en el Tercer Mundo suelen ser descritas como “expatriadas” mientras que<br />
las personas del Tercer Mundo que viven en Occidente suelen ser descritas como migrantes o inmigrantes.<br />
La mirada hegemónica occidental prevaleció en este caso, como lo ha hecho en tantos<br />
otros.<br />
Además, lo que Gilroy y otros no tienen en cuenta son los efectos que pueden producir “el ansia y<br />
la ambivalencia de la diáspora” en “la patria.” Los mecanismos que regulan la identidad y que tienen<br />
un significado simbólico por el que reproducen las fronteras para las y los miembros de las<br />
diásporas en los países en los que residen, pueden provocar graves efectos en la continuidad de<br />
los conflictos nacionales y étnicos en “la patria” (Anthias, 1998; Yuval-Davis, 1997a). Contribuir<br />
con fondos a diversas “causas” y luchas en la patria puede ser con frecuencia la forma más sencilla<br />
y menos amenazadora que tienen los personas miembros de la diáspora de expresar su pertenencia<br />
y lealtad al colectivo. Ese tipo de actos de identificación simbólica, que forman parte de<br />
las políticas de identidad contemporáneas (Safran, 1999; ver también Yuval-Davis, 1997b) pueden,<br />
no obstante, producir unos efectos políticos muy radicales y de otro tipo en “la patria,” un hecho<br />
que a menudo solo resulta de interés marginal para las personas que forman parte de la diáspora.<br />
Como ya señalara Ben Anderson (1995), las políticas de las diásporas suelen ser unas políticas<br />
imprudentes sin responsabilidad legal y sin verdaderos procesos democráticos. Simultáneamente,<br />
al desarrollarse cada vez más etnocracias en Europa Central y Oriental, así como en el<br />
Tercer Mundo, se están desarrollando leyes paralelas a las “leyes de retorno” de Israel y Alemania<br />
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