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Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde

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nación (1975[1844]). Anthony Giddens (1991) ha argumentado que durante la modernidad, la<br />

sensación de pertenencia de las personas se ha vuelto reflexiva y, recientemente, Manuel Castells<br />

(1996-8) ha defendido que la sociedad contemporánea se ha convertido en la “sociedad de las<br />

redes” en la que la pertenencia efectiva ha pasado de las sociedades civiles de las naciones y estados<br />

a unas comunidades de identidad defensiva reconstruidas.<br />

Por consiguiente, ni la ciudadanía ni la identidad pueden encapsular la noción de pertenencia. Al<br />

igual que otras construcciones hegemónicas, pertenecer tiende a “neutralizarse” y por lo tanto a<br />

volverse invisible en las formaciones hegemónicas. Es solo cuando se ve amenazada nuestra conexión<br />

segura y estable con lo colectivo, con la patria, con el estado, que se articula y se vuelve<br />

reflexiva. Es entonces que las narrativas individuales, colectivas e institucionales del pertenecer se<br />

politizan.<br />

Esa politización tiende a centrarse, como argumenta John Crowley (1999), en el ‘“trabajo sucio”<br />

del mantenimiento de las fronteras’ (Pág. 30). Adrian Favell declara (1999:211) que el “problema<br />

de las fronteras” es arquetípico de las políticas del pertenecer. Construir fronteras y límites que diferencien<br />

a aquellas personas que pertenecen de quienes no pertenecen determina y da color al<br />

significado de ese pertenecer particular. Con demasiada frecuencia la gente habla de “lo demás”<br />

por un lado y de cruzar fronteras por el otro, sin prestar atención a cómo imaginan realmente esas<br />

fronteras y límites quienes se encuentran en una situación opuesta ante las mismas. Nos encontramos<br />

a la vez con que hay demasiadas teorías de identidad que enfatizan (y con frecuencia celebran)<br />

la siempre cambiante, fluctuante y refutada naturaleza de las identidades. Esas articulaciones<br />

teóricas pueden a veces disfrazar la dimensión del poder y con frecuencia fijan identidades y<br />

crean lo que Amrita Chhachhi denomina las “identidades forzadas” y lo que Kuben Mecer, en<br />

unas condiciones ligeramente diferentes, llama “la carga de la representación”.<br />

Pero es importante relacionar la noción de pertenencia con los posicionamientos diferenciados a<br />

partir de los cuales se imaginan y narran las pertenencias en términos de género, clase, raza y<br />

grupo étnico, sexualidad, estadio en el ciclo vital, etcétera, incluso con relación a la misma comunidad<br />

y con relación a las mismas fronteras y límites. Estas fronteras y límites se pueden cuestionar<br />

no solo entre aquellas personas que están dentro o fuera de ellos, sino también como resultado de<br />

las distintas ubicaciones sociales y de los distintos valores sociales de las personas que se ven a sí<br />

mismas y son percibidas como pertenecientes al mismo colectivo o incluso por las mismas personas<br />

en distintos tiempos y situaciones. La cuestionada y cambiante naturaleza de esas fronteras y<br />

límites podría reflejar no solo unas relaciones de poder dinámicas entre individuos, colectivos e<br />

instituciones, sino también procesos subjetivos y situacionales.<br />

Uno de los factores cruciales que interviene en estas dinámicas es el hecho de que las personas<br />

tienden a pertenecer (de una manera y con una intensidad diferentes) a más de un colectivo y sistema<br />

de gobierno. Las comunidades políticas locales, étnicas, nacionales, intra y supra nacionales<br />

son solo algunas de las “comunidades imaginadas” (Anderson, 1983) con las que se pueden identificar<br />

las personas, en las que se muestran activas o por lo menos hasta cierto punto, y ante las<br />

que pueden sentir un cierto grado de unión. Un nivel de exploración, siguiendo a Anne-Marie<br />

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