Congreso Internacional SARE 2004 - Emakunde
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conflictos, las demandas del presente. Dando por descontado que nos enfrentamos tanto a la tendencia<br />
a convertir la ciudadanía en una pieza de retórica o de marketing político, como a que<br />
operemos en el platónico mundo de las ideas.<br />
En general, estilizando posiciones, el debate y las visiones enfrentadas podemos situarlas de un<br />
lado, una concepción neoconservadora que reduce básicamente la ciudadanía a estatus formal,<br />
acompañada de una visión minimalista de la democracia y una economía neoliberal. De otro un<br />
cierto consenso sobre la necesidad de una ciudadanía más incluyente e igualitaria, más pluralista<br />
pero que da lugar a diferentes enfoques, con implicaciones normativas y políticas distintas. El enfoque<br />
que ahora abordamos en esta mesa incide en la posición social y la democracia. Desde<br />
esta perspectiva conviene retener a qué refiere la posición social (o la localización social). A los<br />
efectos que aquí interesan tomaré la formulación de I. M. Young. La posición social tiene un carácter<br />
estructural e indica que “un conjunto de personas está posicionado similarmente en relaciones<br />
interactivas e institucionales que condicionan sus oportunidades y proyectos de vida” (2000:<br />
97). El carácter estructural supone que se trata de acciones, interacciones, que condicionan la posición<br />
social a través del reforzamiento de las reglas y recursos disponibles para otras acciones e<br />
interacciones. Las consecuencias no intencionadas de la confluencia de muchas acciones produce<br />
y refuerza tales oportunidades y constreñimientos. Con otras palabras, las relaciones posicionales<br />
y los condicionamientos de las vidas particulares son difíciles de cambiar. La desigualdad estructural<br />
se define, entonces, según Young, como las limitaciones con las que se encuentra la gente tanto<br />
respecto de su libertad como de su bienestar material, fruto del efecto acumulativo de las posibilidades<br />
de sus posiciones sociales, en tanto que comparadas con las posibilidades y opciones<br />
de otras personas en posiciones sociales distintas. Esto no significa negar que los individuos son<br />
agentes, que configuran o construyen su propia identidad y que la identidad de cada persona es<br />
única. Más bien lo que indica es que no elegimos las condiciones bajo las cuales hemos de hacerlo,<br />
es decir, llegamos a ser nosotras y nosotros mismos bajo las condiciones que nos posicionan<br />
en una determinada relación con el resto, como subraya Young. No se colapsa posición social con<br />
“política de la identidad”. En definitiva remite a procesos y relaciones sociales que informan las<br />
instituciones y las prácticas, a las relaciones y procesos en que están inmersos los individuos y de<br />
los que no podemos hacer abstracción, reduciendo la ciudadanía a igualdad formal y abstracta<br />
de todos los ciudadanos y ciudadanas, lo cual es otra forma de decir que no puede entenderse la<br />
ciudadanía y la democracia sin tener en cuenta la posición social, las distintas posiciones sociales,<br />
los ejes que las configuran y sus intersecciones. De ahí la importancia del género, la etnia, la raza,<br />
la clase y las exclusiones de la ciudadanía y de las demandas que están hoy en la base de las luchas<br />
por la democracia y la ciudadanía. De ahí también que conduzca a plantear el problema en<br />
términos de inclusión/exclusión. En lo que sigue quisiera asumir el reto de hacia qué modelo de<br />
ciudadanía, apuntando a una concepción más incluyente y democrática, multi o intercultural y multiniveles,<br />
por tanto tomando la cuestión por su lado positivo. Para ello formularé inicialmente dos<br />
breves reflexiones suscitadas por contextos prácticos y otra situada en el contexto teórico. En segundo<br />
lugar, esbozaré las implicaciones normativas y políticas de la ficción política de la “pro-<br />
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