Nelson Manrique - Cholonautas
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Algunas reflexiones sobre el colonialismo, el racismo y la cuestión nacional<br />
Introducción al libro La piel y la pluma ♣<br />
<strong>Nelson</strong> <strong>Manrique</strong> •<br />
Existe consenso en torno a que el racismo antiindígena es uno de los componentes<br />
fundamentales de la dominación social instaurada por las repúblicas oligárquicas. El<br />
racismo cumple una función decisiva en la legitimación de las exclusiones, pues<br />
«naturaliza» las desigualdades sociales, consagrando un orden en el cual cada uno tiene<br />
un lugar inmutable, en tanto éste no aparece fundado en un origen social sino anclado en<br />
la naturaleza. Como toda creación humana, el racismo tiene una historia, que puede ser<br />
reconstruida. En la dinámica social, el racismo es, ante todo, una ideología y, como tal,<br />
sirve para consagrar un status quo determinado, de manera que va cambiando de<br />
acuerdo a cómo cambian las relaciones socioeconómicas y las correlaciones de poder<br />
establecidas. No existe pues un racismo. Como toda construcción histórica, éste asume<br />
diversas formas de acuerdo al contexto social en que se genera. Su historia no puede<br />
desvincularse de la historia social.<br />
El debate académico sobre la existencia de las razas es tan antiguo como la Antropología<br />
Física, que en sus orígenes pretendía ofrecer una clasificación científica de las «razas<br />
humanas». Para el tema que nos interesa, es irrelevante que las razas existan o no. No<br />
es nuestro interés demostrar su inexistencia o la (des)igualdad entre ellas. Parto de que<br />
no son las razas las que crean el racismo sino es a la inversa: el racismo construye las<br />
razas. Y la cuestión que verdaderamente importa es que basta que una fracción<br />
significativa de la población crea que las razas existen para que esta convicción<br />
♣ Texto obtenido en<br />
http://www.andes.missouri.edu/andes/especiales/nmpielypluma/nm_pielypluma1.html<br />
• <strong>Nelson</strong> <strong>Manrique</strong>, enero de 1999, nelson@computextos.com.pe / Ciberayllu<br />
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establecida en la intersubjetividad social tenga profundas implicaciones en la realidad<br />
social 1 .<br />
El racismo tiene también elementos de lo que Georges Duby denomina mentalidades: ese<br />
sustrato inconsciente que sirve de base a nuestras formas de pensar, nuestras reacciones<br />
cotidianas no racionalizadas, nuestros horizontes culturales generacionales, las ideologías<br />
políticas, y que, no siendo inmutable, sin embargo cambia en un tiempo histórico distinto<br />
al de los otros fenómenos mencionados, el tiempo que Fernand Braudel denominó la<br />
larga duración y que en el terreno del imaginario social ha sido explorado, entre otros, por<br />
el mismo Duby, L. Frevre y J. Le Goff. Naturalmente, la aproximación a este objeto de<br />
estudio exige recurrir a aproximaciones interdisciplinarias.<br />
Debiera distinguirse el racismo teorizado; es decir los debates y la normatividad en<br />
relación a la cuestión racial, con sus recopilaciones legales, los estudios médicos,<br />
jurídicos y sociales, los expedientes judiciales, etcétera, que consagran la condición de los<br />
integrantes de las diversas «razas», y el racismo en estado práctico, como una praxis<br />
social, un sentido común, actitudes no racionalizadas, en buena medida inconscientes,<br />
profundamente enraizado en las vivencias cotidianas, que podría acercarse a lo que Le<br />
Goff sugiere con la expresión «l'imaginaire», pero que se distancia de él en que, en tanto<br />
ideología, impone una manera de mirar el mundo 2 .<br />
El racismo peruano es, en esencia, un racismo colonial. Se construyó a partir de las<br />
categorías mentales que portaban los conquistadores, forjadas en los conflictos que<br />
enfrentaron a los cristianos contra los musulmanes y los judíos en España en el crucial<br />
momento de su constitución como nación. El fundamento de la identidad española, una<br />
cuestión problemática, dada la enorme diversidad de los habitantes de sus reinos, terminó<br />
siendo la condición de cristiano viejo. Surgió así, a partir del siglo XIV, un cristianismo<br />
intolerante y excluyente que, comenzando con una persecución religiosa contra los<br />
semitas, devino en una feroz persecución cultural contra los judíos conversos, hasta<br />
cristalizarse en una abierta persecución racial, en particular los judíos, la obsesión por la<br />
pureza racial, consagrada en la instauración de los «estatutos de limpieza de sangre» que<br />
1 Lo demostró en el caso límite el holocausto nazi. Para un estado de la cuestión sobre el racismo y<br />
la discriminación étnica y racial a nivel teórico metodológico y en el debate académico en el Perú<br />
contemporáneo véase Juan Carlos Callirgos: La cuestión del otro (y de uno), Lima, 1993.<br />
2 «Lo ideológico implica una concepción del mundo que suele imponer a la representación un<br />
sentido que pervierte de la misma manera lo 'real' material, que aquel otro real, el 'imaginario'. No<br />
es sino con un golpe de fuerza que realiza para retornar a lo 'real' forzándolo a entrar en un cuadro<br />
preconcebido que lo ideológico tiene un cierto parentesco con lo imaginario». Jacques Le Goff:<br />
L'imaginaire médiéval. Essais, Paris, 1985, pp. II.<br />
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se generalizaron desde mediados del siglo XV y a lo largo del siglo XVI, descalificando a<br />
todo aquel acusado de tener «sangre infecta» (los cristianos nuevos), por razones<br />
abiertamente biológicas. Todo esto sucedía en el mismo período crítico cuando América<br />
era descubierta, conquistada y colonizada. Este hecho dejaría profundas huellas en la<br />
construcción del orden colonial. Enfrentados a una nueva realidad, los conquistadores<br />
terminaron construyendo nuevas formas de marginación y exclusión, ligados a la<br />
explotación colonial. Aunque a veces se ha invocado el mestizaje como una prueba de<br />
que los españoles no tenían prejuicios raciales, en tanto estaban dispuestos a mezclar su<br />
sangre con la de los conquistados 3 , este argumento no se sostiene cuando se repara en<br />
la naturaleza asimétrica de estas uniones, invariablemente establecidas entre varones<br />
conquistadores y mujeres conquistadas. Allí donde, por excepción, se produjo el mestizaje<br />
de varones indios y mujeres españolas fue en esos espacios marginales, de frontera,<br />
donde los grupos indígenas nómades no pudieron ser sometidos y en sus eventuales<br />
incursiones militares secuestraron a mujeres de la hueste conquistadora, las cautivas<br />
cristianas. En la intersección entre el racismo y la discriminación de género la mujer ha<br />
sido invariablemente un botín de guerra para los vencedores.<br />
En la construcción del racismo colonial americano entraron en abierta contradicción el<br />
discurso que afirmaba la superioridad de la raza conquistadora y exaltaba la «limpieza de<br />
sangre» como el valor supremo sobre el cual debía organizarse la convivencia social, y el<br />
hecho objetivo —e incontrolable, tratándose de una empresa eminentemente masculina—<br />
del mestizaje generalizado entre los conquistadores y las mujeres indígenas de los<br />
dominios coloniales. La cuestión se complicó aún más cuando se generalizó el mestizaje<br />
con la población africana, traída en condiciones de esclavitud. El fracaso del intento de<br />
consagrar la separación entre la «república de españoles» y la «república de indios» —<br />
frustrado por la continuación del mestizaje— dio lugar a la constitución de las castas, una<br />
categoría cuya función era cuantificar el grado de mezcla racial de los habitantes del<br />
virreinato para perpetuar la segregación racial. Como toda ideología dominante, el<br />
racismo colonial no sólo fue portado por los colonizadores sino que fue interiorizado, y<br />
aceptado como «verdadero», por los grupos colonizados. Esto contribuyó poderosamente<br />
a la estabilidad del orden colonial.<br />
3 «Tales sentimientos son impropios de un pueblo de vocación ecuménica que nunca hizo<br />
distinción entre razas superiores e inferiores y se mezcló ampliamente con todas». Antonio<br />
Domínguez Ortiz: La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna, s/r, p. 143.<br />
3
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Hasta fines del siglo XVIII la condición de los indígenas era más bien heterogénea, con la<br />
existencia de los curacas de sangre, con un conjunto de privilegios y una relativa<br />
consideración social. La rebelión de Túpac Amaru II intentó unificar a indios, mestizos,<br />
negros, y españoles americanos en un proyecto nacional pluricultural y multirracial. Su<br />
sangrienta derrota abrió el camino a la degradación de la condición general de los<br />
indígenas peruanos, en un proceso que culminó hacia mediados del siglo XIX con la<br />
desaparición del estrato indio noble y el establecimiento de una situación, que persiste<br />
hasta la actualidad, por la cual la condición de «indio» terminó equiparándose con la de<br />
«campesino» y «pobre» (sin que todos los campesinos y pobres, en cambio, sean<br />
necesariamente indios). Esta marginación económico social generalizada contribuyó a<br />
reforzar el estereotipo de la «inferioridad natural» del indio. En adelante en el imaginario<br />
nacional oligárquico el camino del progreso pasaría por la desindigenización de los<br />
vencidos.<br />
La situación no cambió sustantivamente con la ruptura de los vínculos coloniales que nos<br />
unían con España. Al no cambiar en lo esencial el carácter colonial de las estructuras<br />
internas de dominación, el racismo antiindígena pasó a cumplir el rol de soporte de la<br />
dominación de la elite criolla y de los gamonales del interior. En el orden oligárquico que<br />
se implantó, el discurso racista sirvió para legitimar la dominación social, de la misma<br />
manera como antes sirvió a los colonos españoles cuyos privilegios heredaron de éstos<br />
sus descendientes criollos.<br />
El racismo construye al objeto de la exclusión racial. El «indio» es el producto de un largo<br />
y contradictorio proceso de decantación de las ideas en torno a la naturaleza de la nación<br />
que se debía construir, y de construcción de las imágenes que las expresarían. Pasaron<br />
dos décadas y media desde el temprano discurso de escritores como el poeta Mariano<br />
Melgar, José Joaquín de Olmedo o Faustino Sánchez Carrión, que en la época de la<br />
Independencia imaginaban una nación que incluyera a los descendientes de los incas,<br />
hasta la formulación del proyecto que impuso la hegemonía limeña, cuya mejor exposición<br />
fue el sermón del sacerdote Bartolomé Herrera, del 28 de julio de 1846, por el 25<br />
aniversario de la independencia, donde planteó que la expulsión de los españoles debía<br />
considerarse un paréntesis impuesto por Dios en la obra de unir a la nación bajo el<br />
catolicismo y la monarquía. Los criollos debían continuar esa obra de reconstrucción de la<br />
identidad nacional, respetando su legado hispánico, católico y monárquico, con un<br />
gobierno fuerte asentado en Lima, investido por Dios —o sea bendecido por la iglesia—<br />
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con el derecho soberano de dictar leyes para todos, como una aristocracia del<br />
conocimiento creada por natura. El sufragio selectivo debía apartar a los indios del voto,<br />
puesto que su «incapacidad natural» los hacía inelegibles para ciudadanos 4 . La<br />
prosperidad brindaba al país por el guano brindó las bases económicas para la<br />
consolidación de este proyecto y las elucubraciones de Gobineau, entusiastamente<br />
asumidas por las elites latinoamericanas, le dieron legitimidad como hechos<br />
científicamente comprobados.<br />
Pero la contestación de los intelectuales del interior planteaba objeciones que debían ser<br />
rebatidas. La grandeza del imperio de los incas, que capturó la imaginación del mundo<br />
gracias, entre otras cosas, a la enorme influencia de los Comentarios Reales del Inca<br />
Garcilaso de la Vega, planteaba serios interrogantes en torno a la «natural incapacidad»<br />
de sus descendientes. Se construyeron entonces discursos que conciliaran la<br />
contradicción manifiesta. Uno afirmó que los incas eran una raza distinta a los indios. Tal<br />
fue la explicación brindada por Sebastián Lorente, un español afincado en el Perú,<br />
educador y autor de la primera «Historia del Perú», quien estaba convencido, además, de<br />
que la potencia genésica de la población europea terminaría por «blanquear»<br />
definitivamente al Perú así que se difundiese el mestizaje biológico. La otra fue recurrir a<br />
la degradación social de los indios como el resultado de una «degeneración racial»,<br />
producto de la adicción a la cocaína, el alcoholismo, la servidumbre y el medio ambiente<br />
hostil. De una manera u otra, los indios contemporáneos terminaban siendo racialmente<br />
distintos a los admirables incas 5 .<br />
Pero la construcción del discurso de la exclusión racial tiene vías muy complejas. Deborah<br />
Poole ha mostrado ejemplarmente la forma como una «economía visual», que<br />
comprendía el uso del espacio, las imágenes y las tecnologías de reproducción industrial<br />
de la imagen (las litografías y sobre todo la fotografía) crearon un circuito de producción,<br />
distribución, intercambio y consumo de imágenes, en un denso y rico intercambio entre<br />
Europa y los Andes, que modelaron una «imagen del mundo» de los pobladores de los<br />
Andes, disciplinando la mirada, contribuyendo a construir formas de ver la realidad y el<br />
lugar reservado al indio 6 .<br />
4<br />
Deborah Poole: Vision, race, and modernity. A visual economy of the Andean Image World,<br />
Princeton, 1997, pp. 147-149.<br />
5<br />
Cecilia Méndez: «Incas Sí, indios No: Apuntes para el estudio del nacionalismo criollo en el<br />
Perú», Lima, 1993.<br />
6 Deborah Poole: Op. cit, pp. 5-13.<br />
5
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Los conflictos sociales en el Perú republicano han estado permanentemente atravesados<br />
por la cuestión étnico racial. Ésta se ha articulado con las contradicciones<br />
socioeconómicas de manera específica de acuerdo a cómo ha evolucionado<br />
históricamente la correlación global de las fuerzas sociales. Una clara expresión de este<br />
hecho es la continua reducción del peso de la fracción de la población definida como<br />
«india» en el Perú a lo largo del siglo XX: a inicios de siglo Manuel González Prada<br />
consideraba que ésta constituía las nueve décimas partes de la población, hacia fines de<br />
la década del veinte se creía que representaba las cuatro quintas partes (como lo sostiene<br />
Mariátegui en numerosos textos), en la década de los cuarenta algo menos de la mitad 7 , y<br />
actualmente, de manera asaz impresionista —pues nadie puede definir con precisión qué<br />
es un indio— entre la tercera y la cuarta parte de la población 8 .<br />
Estos cambios expresan no tanto un incremento acelerado del mestizaje biológico sino<br />
más bien cambios en las percepciones de las diferencias raciales, derivados en buena<br />
medida del incremento del peso demográfico de la costa, a expensas de la sierra, y de las<br />
ciudades, a costa del campo. El campesino inmigrante en la ciudad se desindigeniza y se<br />
convierte en cholo 9 .<br />
Las ideologías racistas han permeado los diversos proyectos de construcción de la nación<br />
elaborados desde el siglo XIX. En sus rasgos esenciales, los intelectuales orgánicos de la<br />
oligarquía veían al Perú como un «país vacío», puesto que a la población nativa no se la<br />
consideraba peruana. Para la elite criolla y los sectores mestizos que compartían sus<br />
valores y su visión del mundo la constitución de la nación pasaba, para los más<br />
retrógrados, por la desaparición de los indios: su exterminio puro y simple —la «vía<br />
inglesa»—, una posición suscrita ampliamente por fracciones de los gamonales, que<br />
aparentemente no reparaban en la contradicción que suponía desear la eliminación del<br />
sector social que producía el excedente económico gracias al cual ellos existían. Para<br />
otros, algo de zootecnia: promover la inmigración de individuos de «razas vigorosas», que<br />
permitieran superar las taras biológicas de los indígenas a través del mestizaje biológico,<br />
7 El censo de 1940 es el último en el cual figura la «raza» como criterio censal y sus resultados<br />
arrojan un 52.89% de blancos y mestizos (parece evidente que se decidió agrupar las dos<br />
categorías para no mostrar al grupo «blanco» como abiertamente minoritario); un 45.86% de<br />
indios; 0.47% de negros; 0.68% de «amarillos» y un 0.10% de raza no declarada. Perú. Ministerio<br />
de Hacienda y Comercio: Censo Nacional de Población y Ocupación de 1940, vol. 1, Lima, 1940,<br />
p. 267.<br />
8 <strong>Nelson</strong> <strong>Manrique</strong>: Historia de la República, Lima, 1995, pp. 266-267.<br />
9 Aníbal Quijano: Dominación y cultura. Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú, Lima, 1980; José<br />
Varallanos: Lo cholo en el Perú, Lima, 1962.<br />
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gracias una política de cruces sabiamente administrada. Aún a fines del siglo XIX<br />
«desarrollo nacional» era sinónimo de inmigración y ésta a importación de población<br />
europea, como lo consigna la Ley de Inmigración de 1893 en su artículo primero 10 . Para<br />
los progresistas, en fin, se trataba de redimir al indio por medio de la educación, entendida<br />
directamente como la desindigenización: la redención del indio —como diría Guillermo<br />
Bonfil Batalla—, a través de su eliminación 11 .<br />
Los ejemplos sobre los juicios racistas en este período podrían multiplicarse<br />
indefinidamente, pero me limitaré a citar la opinión de uno de los intelectuales que hasta<br />
hoy sigue siendo considerado uno de los grandes forjadores del pensamiento educativo<br />
en el Perú, cuyo nombre ha sido perpetuado asignándolo a varios colegios de la<br />
República: Alejandro O. Deustua. La influencia política y social del personaje permite<br />
sospechar hasta qué punto sus afirmaciones eran aceptables para las elites ilustradas.<br />
Deustua fue civilista, llevó una vida de gran relieve dentro del mundo político y cultural<br />
peruano, siendo diplomático, senador, jefe de diversas misiones enviadas a estudiar los<br />
modernos sistemas de enseñanza, ejerciendo también el cargo de ministro de justicia y<br />
ocupando, entre otros puestos, la dirección de la Biblioteca Nacional y el rectorado de la<br />
Universidad de San Marcos 12 . En uno de los últimos textos de su vasta producción,<br />
publicado en 1937, sentaba su posición sobre los indios:<br />
«El Perú debe su desgracia a esa raza indígena, que ha llegado, en su disolución<br />
psíquica, a obtener la rigidez biológica de los seres que han cerrado definitivamente su<br />
ciclo de evolución y que no han podido transmitir al mestizaje las virtudes propias de<br />
razas en el período de su progreso (…). Esta bien que se utilice las habilidades<br />
mecánicas del indio; mucho mejor que se ampare y defienda contra sus explotadores de<br />
todas especies y que se introduzca en sus costumbres los hábitos de higiene de que<br />
carece. Pero no debe irse más allá, sacrificando recursos que serán estériles en esa obra<br />
superior y que serían más provechosos en la satisfacción urgente de otras necesidades<br />
sociales. El indio no es ni puede ser sino una máquina. Para hacerla funcionar bastaría<br />
aplicar los consejos que el Dr. E. Romero, ministro de Gobierno, consignó en una<br />
importante circular a los prefectos». 13<br />
10 <strong>Nelson</strong> <strong>Manrique</strong>: Mercado interno y región. La sierra central 1820-1930, Lima, 1987, p. 240.<br />
11 Guillermo Bonfil Batalla: México profundo. Una civilización negada, México, 1989.<br />
12 Alberto Tauro: Enciclopedia Ilustrada del Perú, vol. 2, Lima, 1988, pp. 716-717.<br />
13 Alejandro Deustua: La cultura nacional, Lima 1937. Nótese que la descalificación racial de los<br />
indios se extiende a su descendencia mestiza, de tal manera que los únicos integrantes de la<br />
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La opinión de Deustua condensa un sentido común racista ampliamente extendido en el<br />
Perú de antes de la Segunda Guerra Mundial. Contra lo que pudiera pensarse, no se trata<br />
de ideas circunscritas a los sectores más retrógrados de la sociedad. Por el contrario, se<br />
puede probar que, como sustrato inconsciente, el racismo, en sus diversas variantes,<br />
formaba parte del sentido común inclusive de los intelectuales progresistas que mayores<br />
simpatías sentían por los indios. Deborah Poole ha trazado un notable análisis de las<br />
secretas correspondencias existentes entre la concepción de lo que era el «indio» para<br />
los indigenistas que, como José Antonio Encinas, abogaban por leyes tutelares de<br />
defensa y redención de los indígenas y la de los racistas positivistas. Ambos compartían<br />
una visión criminalizada del indio, fuertemente influida por las ideas del italiano Enrico<br />
Ferri 14 . La idea de la «tutela» sobre los indígenas, por cierto, tampoco era algo que<br />
desagradara a los gamonales: «Sin alternativas que ofrecer, los hacendados se limitaron<br />
a 'solicitar garantías' ante la rebeldía indígena. Una vez recuperado el orden, se<br />
restablecería 'la armonía'. No había otro camino posible para controlar y proteger a una<br />
población que carecía del 'concepto de nacionalidad' y que, dado su 'estado de<br />
inferioridad mental y limitada capacidad jurídica' requería de un status particular ante la<br />
ley. De esta manera se evitaría que los indígenas fueran objeto de la manipulación de<br />
'agitadores', al mismo tiempo que quedaban garantizados 'los intereses de los blancos'« 15 .<br />
Queda una interrogante flotando. D. Poole ha anotado agudamente que buena parte de<br />
los teóricos indigenistas provincianos venían de una formación jurídica que permite<br />
asimilarlos a la categoría gramsciana de «intelectuales tradicionales», convencidos,<br />
debido a su propia inserción en la realidad social en la cual actuaban, de su autonomía,<br />
tanto con relación al bloque dominante cuanto de la población indígena que<br />
representaban 16 . Ante la crítica planteada a estos abogados indigenistas, que al impulsar<br />
la creación de leyes tutelares de defensa de los indígenas construían nuevas formas de<br />
exclusión, pues ponían a estos en un status diferente —e inferior— al del resto de los<br />
ciudadanos peruanos, cabe preguntarse hasta qué punto era posible pensar en<br />
nación verdaderamente aptos terminan siendo los descendientes de los conquistadores y los<br />
inmigrantes de Europa y Estados Unidos racialmente no contaminados.<br />
14 Deborah Poole: «Ciencia, peligrosidad y represión en la criminología indigenista peruana», Lima,<br />
1990.<br />
15 José Luis Rénique: Los sueños de la sierra. Cusco en el siglo XX, Lima, 1991, pp. 82-83.<br />
16 Es pertinente, en este caso, recordar las diferentes acepciones de representación sugeridas por<br />
Spivak: la representación mimética, que supone «hablar acerca de», y la representación política:<br />
«hablar por». Gayatri Spivak: «Can the subaltern speak?», Urbana y Chicago, 1988. De hecho,<br />
ambas se combinaban en el discurso indigenista, pero nos interesa particularmente la segunda,<br />
por sus implicaciones en la construcción de la normatividad jurídica en torno al indio.<br />
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alternativas diferentes desde del universo mental entonces existente. Como se verá en los<br />
textos dedicados a la revisión de las opiniones de Mariátegui y Arguedas sobre las razas y<br />
«el problema del indio» puede concluirse que el margen para la gestación de alternativas<br />
igualitarias era muy estrecho. Hay el riesgo pues de proyectar retrospectivamente una<br />
crítica políticamente correcta, hoy, anacrónicamente, sobre el pasado 17 .<br />
Existe acuerdo en que Mariátegui (Lima 1895-1930), el fundador del marxismo peruano y<br />
uno de los pensadores más originales de América Latina, sentó las bases para la<br />
moderna reflexión social en torno a la cuestión indígena. Mariátegui sostenía que la base<br />
del problema era eminentemente socioeconómica y rechazaba categóricamente que el<br />
«problema del indio» fuera educativo, moral, religioso o «natural», rechazando<br />
vigorosamente la «solución» por medio del mestizaje biológico. Pero, como veremos en<br />
varios de sus escritos los límites entre lo cultural y lo biológico —entendido como lo<br />
genéticamente transmisible— son tenues.<br />
Tópicos semejantes se encuentran en la producción antropológica de uno de los<br />
escritores menos sospechosos de abrigar prejuicios antiindígenas: José María Arguedas.<br />
En los años cincuenta Arguedas dedicó algunos estudios claves a las comunidades del<br />
Valle del Mantaro. Exploro su visión del problema nacional y el lugar reservado al indio en<br />
él a partir del análisis de estos escritos.<br />
La perspectiva de la solución del «problema del indio» a través de la desaparición de los<br />
indios era un sentido común largamente interiorizado en la sociedad peruana. El racismo<br />
antiindígena que servía de soporte ideológico al orden oligárquico tenía raíces hondas.<br />
Pero, como toda construcción ideológica, la categoría «indio» estaba minada por<br />
profundas contradicciones, que, sin embargo, no mellaban su eficiencia como instrumento<br />
para construir órdenes sociales excluyentes. Diversos estudios recientes llaman la<br />
atención sobre la manera cómo se construyen las categorías raciales, de tal manera que<br />
el término «indio», visto como unívoco para definir a un segmento de la sociedad por<br />
oposición a los demás (indios/no indios) se fragmenta en un conjunto de significantes de<br />
17 Esta observación, por cierto, no cuestiona para nada la importancia de la entrada que Poole<br />
propone, al invitarnos a reflexionar en las implicaciones que tenía que la juridicidad fuera el terreno<br />
privilegiado de acción del indigenismo como movimiento político: «La importancia de la ley como<br />
medio de construir el 'conformismo social' y de regular, o 'normalizar', la diversidad en la sociedad<br />
civil se hizo evidente en el interés mostrado por el gobierno en legislar casi todos los aspectos de<br />
la vida indígena andina, después de los levantamientos indígenas e iniciativas indigenistas de los<br />
años 20». Deborah Poole: Op. cit., p. 348.<br />
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los que se podría afirmar que lo único absoluto es la completa relatividad de los<br />
términos 18 .<br />
Las contradicciones en la visión construida en torno a la cuestión racial y al indio en el<br />
Perú se encuentra en los orígenes mismos del discurso más importante construido sobre<br />
el tema, el indigenismo. Por cierto, este movimiento es plural y se requiere cautela al<br />
enjuiciarlo. Pero, a pesar de la multiplicidad de voces que provienen de él, es posible<br />
señalar algunas constantes en sus formulaciones, que derivan en buena medida de su<br />
carácter de discurso exterior al mundo indígena. Por una parte, está su marcada<br />
ambigüedad, que, como veremos, aparece plenamente desplegada ya en la novela<br />
fundadora del indigenismo literario, Aves sin nido, de Clorinda Matto de Turner. El<br />
indigenismo está atravesado por flagrantes contradicciones. Algunos de los indigenistas<br />
más conspicuos, siendo exteriores a la sociedad india, formaban con ella parte de un<br />
complejo social y cultural mayor —la constelación gamonal—, integrando el bloque de<br />
poder local que oprimía y explotaba al indio. El trágico fin de Andrés Alencastre (Kilko<br />
Waraka), estudioso de la realidad andina, un destacado revalorizador de su cultura y fino<br />
poeta en lengua quechua, muerto por sus excolonos cuando trataba de recuperar la<br />
hacienda que le había expropiado la reforma agraria, es sólo la manifestación extrema de<br />
un fenómeno mucho más generalizado de lo que se cree.<br />
Por otra parte, formando parte de un país con una fuerte tradición centralista y<br />
proviniendo del interior, marginado económica, política y socialmente, los indigenistas<br />
tenían reivindicaciones anticentralistas frente a la sociedad criolla del litoral, que los<br />
marginaba y discriminaba, considerando a su mundo ajeno, «bárbaro» y «atrasado»: la<br />
gran traba que impedía la modernización de la nación. Los mistis, considerándose<br />
«blancos» por oposición a los «indios» en sus regiones de origen, podían proclamarse<br />
retóricamente «indios» cuando se dirigían a otros auditorios. Quizás el caso extremo sea<br />
el del gamonal cusqueño, escritor y parlamentario José Angel Escalante, un personaje de<br />
un asombroso oportunismo político, quien, cuando militaba en las filas del leguiísmo,<br />
escribió un ensayo polémico dirigido contra Mariátegui y Luis Alberto Sánchez titulado<br />
18 Nathan Wachtel: Le retour des ancêtres. Les Indiens Urus de Bolivie Xxe-XVIe siècle. Essai<br />
d'histoire régresive, Éditions Galimard, Paris, 1990. Marisol de la Cadena: «Las mujeres son más<br />
indias: etnicidad y género en el Cuzco», Cusco, 1991; «La decencia y el respeto. Raza y etnicidad<br />
entre los intelectuales y las mestizas cusqueñas», en Márgenes N° 16, diciembre de 1998, Lima,<br />
pp. 53-84. Véase también la reflexión de W. Stein sobre la deconstrucción de los términos<br />
«indígena» e «indio», y la esencialización de las identidades, construyendo al «indio» o el<br />
«indígena» como un «otro». William Stein: «The Fate of 'El proceso del gamonalismo': Some<br />
Vicissitudes or the Other» (ms.), Buffalo, 1997.<br />
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«Nosotros los indios», en el cual, descalificando a sus oponentes, escribía: «les negamos<br />
el derecho de intervenir en la solución de nuestros conflictos, tanto porque no aciertan ni<br />
pueden acertar, puesto que no los conocen, cuanto porque nosotros, los indios, nos<br />
bastamos y nos sobramos, dentro de la actual ideología gubernamental, para buscar<br />
remedio a nuestros males» 19 .<br />
Mirko Lauer nos ha recordado la necesidad de distinguir entre el movimiento indigenista<br />
como movimiento político y como movimiento cultural:<br />
«en el movimiento político, indígena es sobre todo una metonimia de campesino, mientras<br />
que en el movimiento cultural indígena es una metonimia de autóctono. Lo que tenemos<br />
en ambos casos es el clásico deslizamiento del significado respecto del significante y la<br />
formación de nuevos núcleos de sentido (...). La primera figura —indígena /campesino—<br />
es reducible a una categoría histórica concreta de relación productiva con la tierra (…). No<br />
obstante, la segunda figura —indígena/autóctono— no es, aunque lo parezca, una<br />
categoría de relación concreta con la cultura sino, en el mejor de los casos, con la<br />
geografía (autóctono de un territorio dado). En lo cultural lo autóctono es un concepto<br />
genérico referido a una totalidad, con muy poco poder explicativo, que se fragmenta en<br />
numerosas especificidades que la mirada criolla no logra articular en la cultura, y que no<br />
se han logrado articular ellas mismas por fuera del programa político anti—oligárquico,<br />
programa que les es esencialmente ajeno» 20 .<br />
Explorando las posibilidades del indigenismo como movimiento cultural (lo que él<br />
denomina el indigenismo-2), Lauer considera que sus limitaciones deben entenderse<br />
como el resultado de «un desencuentro sincero entre un tema —lo autóctono— y quienes<br />
se interesaron por él —los indigenistas-2—, organizado por la ideología en tanto falsa<br />
conciencia. Por eso hay un énfasis en lo que podemos llamar las trampas de la<br />
modernización» 21 .<br />
Ulises Zevallos Aguilar ha explorado el papel de representación del mundo indígena<br />
asumido por el «Grupo Orkopata», un núcleo intelectual puneño liderado por los<br />
hermanos Ántero Peralta y Gamaniel Churata, que editó el Boletín Titikaka entre 1926 y<br />
19 José Ángel Escalante: «Nosotros los indios», en Manuel Aquézolo: La polémica del indigenismo,<br />
Lima, 1976, p. 52. Este texto fue escrito cuatro años después de que el leguiísmo había aplastado<br />
la rebelión indígena por las armas.<br />
20 Mirko Lauer: Andes imaginarios. Discursos del indigenismo-2, Lima, Sur Casa de Estudios del<br />
Socialismo/ CERA «Bartolomé de las Casas», 1997, pp. 13-14.<br />
21 Idem., p. 17.<br />
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1930 en la ciudad de Puno, una zona considerada definitivamente periférica en el Perú,<br />
articulando una reflexión que se legitimaba con el recurso a la novísima etnología, el<br />
marxismo y técnicas artísticas vanguardistas, como la escritura automática de los<br />
surrealistas, con que G. Churata escribió uno de los textos más fascinantes de la literatura<br />
andina, El pez de oro. Zevallos Aguilar muestra cómo el grupo, más allá de sus logros<br />
artísticos y políticos, al compartir un imaginario marcado por la herencia colonial, y las<br />
polaridades sociales con las que ésta invitaba a pensar la realidad, terminó convirtiendo<br />
su quehacer en una suerte de acto de ventriloquia social por el cual los integrantes de la<br />
pequeña burguesía del interior terminaban expropiando el discurso indígena y<br />
presentando sus propias reivindicaciones como grupo social, en el contexto de un país<br />
embarcado en un proceso de modernización 22 .<br />
Aún más problemático es el papel de los indigenistas que migraban a las urbes<br />
occidentalizadas y afirmaban la vigencia de sus sociedades originarias a través de la<br />
idealización del indio; no el de carne y hueso, al que en muchos casos explotaban y<br />
consideraban racialmente inferior, sino del «indio histórico», creador de una gran cultura,<br />
que sólo esperaba ser redimido de su triste condición. Queda pues planteada la cuestión<br />
de si el discurso del indigenismo no constituyó una expropiación del discurso indígena.<br />
Después de todo, la condición para que el indigenismo existiera, en tanto que<br />
representación política, era la «incapacidad» de los indígenas (racionalizada con muy<br />
diversos argumentos) para hablar por ellos mismos. Un discurso sobre los indios que, a<br />
pesar de ser en algunos casos coetáneo con el despliegue de las vastas movilizaciones<br />
indígenas, permaneció ajeno a ellas, discurriendo paralelamente a la praxis histórica de<br />
los indios que pretendía representar.<br />
Un elemento capital para entender la naturaleza de la actual crisis social peruana es la<br />
persistencia contemporánea de formas muy arraigadas de discriminación étnica y racial<br />
en el Perú 23 . Un dato significativo, para entender la violencia política de los ochenta, es<br />
que los cuadros intermedios que constituyen la columna vertebral de la estructura<br />
partidaria de Sendero Luminoso (los denominados «mandos»), no provienen de las capas<br />
más pobres de la sociedad peruana sino principalmente de la clase media baja<br />
provinciana: individuos jóvenes, provenientes de procesos de descampesinización<br />
22<br />
Ulises Juan Zevallos Aguilar: Indigenismo y construcción de lo nacional en el Boletín Titikaka<br />
(1926-1930), Lima, 1997.<br />
23<br />
He propuesto un modelo de interpretación de la crisis peruana en «Violencia en el Perú: El caso<br />
de Sendero Luminoso», en Antropología. Revista de pensamiento antropológico y análisis<br />
etnográficos, N° 6, Madrid, diciembre de 1993.<br />
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reciente, en su mayoría con estudios universitarios, étnica y racialmente caracterizados<br />
como mestizos 24 .<br />
En el Perú de hoy se afirma que la población indígena es hoy minoritaria y que el<br />
mestizaje generalizado ha liquidado las bases sobre las cuales se asentaba la<br />
discriminación racial. Adicionalmente, las instituciones que permitían su reproducción<br />
social, como el tributo pagado por los indígenas, la servidumbre cuasi feudal en las<br />
haciendas tradicionales, el relativo aislamiento geográfico de las poblaciones indígenas,<br />
antes confinadas a la sierra y la selva, la escasa integración nacional, la debilidad del<br />
estado central, sobre la cual creció el gamonalismo, han desaparecido o están por<br />
desaparecer. La desaparición del racismo sería sólo cuestión de tiempo.<br />
Esta forma de plantear la cuestión confunde los términos del problema. El racismo en un<br />
fenómeno que opera fundamentalmente en la intersubjetividad social. Los cambios<br />
sociales objetivos no tienen la misma velocidad que aquellos que se operan en las<br />
subjetividades. Y cuando se produce un desfase significativo entre unos y otros se crea<br />
una brecha que se constituye en una fuente potencial de violencia social. Si a ella se unen<br />
determinadas condiciones, como resultado en este caso de una crisis social generalizada,<br />
el resultado puede ser la emergencia de un proyecto político como Sendero Luminoso 25 .<br />
Las características del racismo peruano (y esto debe ser aplicable a la situación de otros<br />
países de América Latina) lo convierten en un fenómeno inabordable a partir de las<br />
categorías analíticas desarrolladas en otros contextos sociales. Una comparación puede<br />
ilustrarlo. El racismo blanco contra los negros, en los países anglosajones, supone la<br />
posibilidad de «objetivar» a aquel a quien se discrimina. En tanto el mestizaje fue más<br />
bien excepcional, el «blanco» discriminador siente al «negro» discriminado como algo<br />
ajeno y exterior a sí; un objeto sobre el cual se puede descargar la discriminación, el odio<br />
y el desprecio. En el Perú es imposible tal «objetivación» del discriminado, pues el sujeto<br />
discriminador no puede separarse del «objeto» que discrimina. Para la mayoría de la<br />
población peruana usar el término «indio» para insultar a otra persona, teniendo también<br />
sangre india en las venas, supone negar una parte de su propia identidad: discriminar,<br />
odiar y despreciar a elementos constitutivos del propio yo. La alienación radical. La<br />
24 Dennis Chávez de Paz: Juventud y terrorismo. Características sociales y económicas de los<br />
condenados por terrorismo y otros delitos, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1989.<br />
25 He desarrollado estos temas en el ensayo «Political Violence, Ethnicity and Racism in Peru in the<br />
Time of War», Journal of Latin American Studies, Vol. 4, N° 1, Londres, 1995<br />
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imposibilidad de reconocer el propio rostro en el espejo. Se produce así una forma de<br />
racismo profundamente enrevesada y difícil de abordar.<br />
La ideología del mestizaje afirmaba que a medida que avanzara la mezcla biológica y<br />
cultural se iría a una uniformización racial de la sociedad peruana, eliminándose las<br />
causas del racismo. Tal cosa no ha sucedido. El mestizaje biológico ciertamente se ha<br />
generalizado. Con las grandes migraciones de la costa a la sierra y del campo a la ciudad<br />
existe una mayor interrelación entre las diversas matrices culturales del país, así como la<br />
creación de nuevas matrices de sentido que surgen del contacto entre ellas, pero el<br />
racismo sigue manteniendo una enorme fuerza. En una encuesta aplicada recientemente<br />
a adolescentes entre 11 y 17 años de edad, en las diez ciudades más importantes del<br />
país, 65.3% de los encuestados opinó que existe racismo en el Perú, contra un 28.0% que<br />
cree lo contrario. Un 45.1% opina que los más perjudicados por el racismo son los cholos,<br />
un 38.7% cree que los negros, un 12.9% los indígenas, y un 0.4 los japoneses y chinos.<br />
Un 90.9% opina que las personas más racistas son los blancos, seguidos por los<br />
japoneses con un 3.1%, y los negros, con un 2.2%. La reducción de la importancia que se<br />
le concede al racismo antiindígena y la elevación de la del racismo antimestizo entre los<br />
adolescentes constituye toda una revolución en las mentalidades en el país. Por otra<br />
parte, la contundencia de la opinión abrumadoramente mayoritaria que considera al<br />
estrato blanco el más racista manifiesta una preocupante polarización social 26 . El racismo<br />
no ha desaparecido; habiendo sido dominantemente antiindígena, ha pasado a ser un<br />
racismo dirigido fundamentalmente contra los sectores mestizos de la población. La<br />
reseña del libro de Max Hernández dedicado al Inca Garcilaso y el mestizaje y el prólogo<br />
que redacta al libro de Juan Carlos Callirgos La cuestión del otro (y de uno) tocan esta<br />
cuestión.<br />
Al momento de publicar estas líneas la cuestión del racismo ha mostrado, una vez más,<br />
su desagradable rostro con las denuncias contra las prácticas discriminatorias ejercidas<br />
por ciertas discotecas limeñas contra quienes no tienen un fenotipo aceptable según los<br />
propietarios del negocio. Y el respaldo que el Poder Judicial les ha otorgado, invocando<br />
como justificación la «libertad de mercado» muestra hasta qué punto el viejo tema del<br />
racismo sigue siendo una cuestión de actualidad. Una traba que impedirá construir<br />
cualquier orden moderno y democrático en tanto no sea encarada. Quizás haya llegado la<br />
26 Rädda Barnen: «Voces con futuro. Sondeo Nacional opinión de niños y adolescentes», N° 15,<br />
Lima, julio de 1993.<br />
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hora de dejar de esconder la basura bajo la alfombra y empezar a hacer la necesaria<br />
limpieza en casa.<br />
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