23.04.2013 Views

1 - redmic

1 - redmic

1 - redmic

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

PATRONATO DE LAmC-ASA DE COLON"<br />

MADRID-LAS PALMaS<br />

AÑo 1971 NÚM. 17


Depósito Legal M 4.925 - 1958.<br />

Coprtght by «Casa de Colón».<br />

Es propzedad.<br />

Madrid-Las Palmas, 1972<br />

Published in Spazn<br />

RESERVADOS LOS DERECHOS DE REP'RODUCCION Y ADAPTACION<br />

PARA TODOS LOS PA'ISES<br />

GRAFICAS UGUINA. Meléndez Valdés, 7. Madrid.


' 1 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

Director: ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

ARO 1971 NÚM. 17<br />

1 SIMPOSIO INTERNACIONAL SOBRE POSIBLES RELACIONES<br />

TRASATLANTICAS PRECOLOMBINAS<br />

Islas Canarias, 1970<br />

Director,<br />

LUIS PERICOT<br />

SUMARIO<br />

Secretario,<br />

JOSE ALCINA<br />

m9.<br />

-<br />

INTRODUCCION (a modo de Crónica) . 13<br />

DISCURSO DE APERTURA. El problema Atlánttco en la Prehis-<br />

torza, por LUIS PERICOT . .... 21<br />

COMUNICACIONES:<br />

Zoología:<br />

CARMELO GARC~A CABRERA Interrelaczones entre las faunas<br />

marznas de las Antzllas y Canarzas . . 37<br />

JOAQU~N MECO y EMILIANO AGUIRRE: Las Canartas en la fzlogenla<br />

y rnzgracion de moluscos cuaternarzos 57<br />

Etnología:<br />

CARMELO LISÓN TOLOSANA: Dtfuszón y evol~czón~ estado de la<br />

cuestión en Antropología . . . 67<br />

LIONEL BALOUT Canaylas y Africa en los tiempos prehtstórzcos<br />

y protohzstórzcos 95<br />

JosÉ ALCINA PRANCH El «Formatwo» americano a la luz de<br />

los postbles znflu~os rectbtdos por el Atlántico 103<br />

CLAUDIO ESTEVA FABREGAT. El ctrcummedzte~rcíneo y sus relaczones<br />

con la Amérzca prehzspánzca. idtfusión o paralelzsmo? 151<br />

"-'-.y-- Ar FaFnn '-"-Y'." T T I ~ ~ N WT'TÑF~ F ~ AAnfv;vwn~,n ..."V...V oultvo " .... " ..". hoviunvini- ...-.--., LI-,"- ;dif fiszón<br />

o paralehsmo7 199<br />

Antropología:<br />

JUAN BOSCH MILLARES Problemas de paleopatologia ósea en<br />

los indígenas prehlspánzcos de Canarzas. Su stmzlztud con<br />

casos amerzcanos . . 22 1


Págs.<br />

JUAN COMAS CAMPS: La supuesta difusión trasatlántica de la<br />

trepanaczón prehistórica ........ ... 245<br />

Arqueología:<br />

MANUEL PELLICER CATALAN y PILAR ACOSTA: Estrattgraf ías arqueológzcas<br />

canarias: la Cueva del Barranco de la Arena<br />

(Tenerzfe) . . ..... . ..... 265<br />

ANTONIO BELTR~N MART~NEZ' El arte rupestre canario y las<br />

relaczones atlántzcas ............ . . . 281<br />

FEDERICO PÉREZ CASTRO: La «inscrzpción» fenzczo-cananea de<br />

Paraíba (Brastl). (La polémica Gordon/Friedrich-Cross.) Estado<br />

de la cuestión . ... . . . 307<br />

Atlántida:<br />

MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS: La idea de la Atlántzda en el<br />

pensamzento de los dzversos tiempos y su valoración como<br />

realrdad geográfica . . . . . . ... ...... 337<br />

JUAN SCHOBINGER: El mito platónzco de la Atlántzda, frente a<br />

la teoría de las vznculactones trasatldnticas prehtstóricas<br />

entre el Viejo Mundo y América .... ... . 347<br />

Descubrimientos. Viajes:<br />

JOHANNA SCHMIDT:<br />

Jenseits der Sauler des Herakles . . .<br />

n m r ........ ri ,r.%_.. --.._....._..A i.- ..-r-ri<br />

mrMuNu IVIAUNY; nypulrwbes C V ~ C ' ~ T les ~ U ~ relutwrts L yraw-<br />

Iombtennes entre I'Afrique et Z'Amertque ...<br />

EL~AS SERRA RAFOLS: La navegaczón primztzva en el Atlánttco<br />

africano .. ... .... ........ ....<br />

JUAN VERNET Textos árabes de vzajes por el Atlántzco<br />

FRANCISCO MORALES PADR~N' LOS descubrtmzentos en los szglos<br />

XIV y xv, y los Archipiélagos atlántzcos . . . DEMETRIO RAMOS PÉREZ: LOS contactos trasatlánticos decisivos,<br />

como precedentes del viaje de Colón<br />

ANTONIO RUMÉU DE ARMAS: Cristdbal Colón, cronista de las expedzczones<br />

atlánticas ........... ...... ... . .<br />

ENRIQUE MARCO DORTA: Vzajes accidentales a América .<br />

1 I Secretario MJGUEL SANTIAGO RODRIGUEZ<br />

LAS PALMAS. &asa de Colón*.<br />

Correspondencia: MADRID 1 Dtrecczón. Velazquez, 102<br />

Secretaría. J García Morato, 52.


NOMINA GENERAL DE COLABORADORES<br />

Helio ABRANCHES VIOTTI: Doctor en Filosofía y Letras por la Umversidad<br />

Gregoriana de Roma.-Pilar ACOSTA: Profesora de la Facultad<br />

de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna.-Emiliano AGUI-<br />

RRE: Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad<br />

Complutense de Madrid.-Nkstor AMO HERNANDEZ: Cronista oficial<br />

de Gran Canaria, Correspondiente de la Real Academia de la<br />

Historia.-José ALCINA FRANCH: Catedrático de la Facultad de Filosofía<br />

y Letras de la Universidad Complutense de Madrid.-Martin AL<br />

MAGRO BASCH: Catedrático de la Facultad de Filosofía v Letras de la<br />

Universidad Complutense de Madrid, Director del ~useÓ Arqueológico<br />

de Madrid.-Mana Rosa ALONSO RODRIGUEZ: Profesora de Literatura<br />

de la Universidad de Mérida (Venezuela) -Manuel ALVAR: Catedrático<br />

de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, Director<br />

del «Atlas Linguístico Español», del C. S 1. C.-Juan ALVAREZ<br />

DELGADO: Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad<br />

de La Laguna.-Joaquín AMIGO DE LARA: Del Instituto de<br />

Estudios Canarios.-Alfonso ARMAS AYALA: Catedrático de Literatura<br />

en Institutos de Enseñanza Media -Joaquín ARTILES: Catedrático de<br />

Literatura, Inspector de Enseñanza Media del Distrito Universitano de<br />

La Laguna.-Manuel BALLESTEROS GAIBROIS: Catedrático de la Facultad<br />

de Filnsnfia y Letras de !a Un~versx!ad C~mp!iitense de Miiririd,<br />

del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueó1ogos.-<br />

Lionel BALOUT: Director del Institute de Paléontologie Humaine de<br />

París.-Ignacio BARANDIARAN MAESTU: Profesor Ag.regado de la Universidad-de<br />

Zaragoza.-Germán BARCELO SERRA: ~&t& en Farmacia.<br />

Rosendo BARRERA PIREIRO: Profesor de la Facultad de Ciencias de<br />

la Universidad de La Laguna.-José M: BASABE GARCIA: Del Laboratono<br />

de Antropología de !a Unjversidad de -Barcelona.-Antonio BEG<br />

TWN MAKTIRIEZ: Catedratico ae ia Facuitaa ae ~Fiiosofia y Letras ae<br />

la Universidad de Zaragoza.-Eloly BENITO RUANO: Catedrático de la<br />

Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de 0viedo.-Antonio<br />

BETHENCOURT MASSIEU: Catedrático de la Facultad de Filosofía<br />

v Letras de la Universidad de La Lamna.-Ginette BILLY: De la Faculiad<br />

de Ciencias de Limoges (~rancfa).-Analola BORGES Y JACINTO<br />

DEL CASTILLO: Doctora en Filosofía v Letras.-Juan BOSCH MILLA-<br />

RES: Doctor en Medicina y en Ciencias Ñaturales.-Guillermo CAMACHO<br />

Y PEREZ GALDOS: Licenciado en Filosofía y Letras-Gabriel CAMPS:<br />

Director del «Centre de Recherches Anthropologiques, Préhistoriques et<br />

Ethnograpriquesm de Argel.-Luis CEBALLOS Y FERNANDEZ DE COR-<br />

DOBA (t): Ingeniero de Montes, Profesor de Botánica de la Escuela<br />

Superior de Montes -Alejandro CIORANESCU: Profesor de la Facultad<br />

de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna.-Nuria COLL<br />

JULIA: Doctora en Filosofía y Letras-Juan COMAS CAMPS: Profesor<br />

del insiiiuio de investigaciones Eistóricas, Sección de Antropoiogía, cie<br />

la Universidad de México.-Vicenta CORTES ALONSO: Del Cuerpo Facultativo<br />

de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, Directora del Archivo<br />

del Ministerio de Educación y Ciencia-Tomás CRUZ GARCIA:<br />

Licenciado en Derech0.A". DAW DE VIRVILLE: Director del Laboratorio<br />

de la Facultad de Ciencias de la Universidad de París 1 (Sorbona).-Matías<br />

DIAZ PADRON: Colaborador del Instituto «Diego Velázquez»:<br />

del C S.I.C.; Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de<br />

la Universidad Complutense de Madrid y de la Escuela de Restauración<br />

de Obras de Arte.-Luis DIEGO CUSCOY: Director del Museo Araueológico<br />

de Santa Cruz de Tenerife-Antonio DBMINGUEZ ORTIZ: catedrátic0<br />

de Geografía e Historia en Institutos de Enseñanza Medialventura<br />

DORESTE:-Crítico literano, Las Palmas de Gran Canana-Francisco<br />

ESPAROL COLL: Conservador del Museo de Zoología de Barcelona.-<br />

Claudio ESTEVA FABREGAT: Catedrático de la Facultad de Filosofía<br />

y Letras de la Universidad de Barcelona.-Francisco FERNANDEZ SE-


RRANO: Doctor en Sagrada Teología, Canónigo de Zaragoza.-Pío FONT<br />

OUER: -.-- Doctor - en Ciencias Naturales.-Inocencia FONT TULLOT: Experto<br />

en Meteorología de la Asistencia Técnica dc las Naciones Unidas.<br />

Mime1 FUSTE ARA (t): Del Instituto ((Bernardino de SahagUn» de Antr&ología<br />

y ~tnolo$a.-~ulián GALLEGCk Crítico de ~rk-camelo<br />

GARCIA CABRERA: Director del Laboratorio Oceanográfico de Canarias<br />

del Instituto Español de Oceanografía en Santa Cruz de Tenenfe.-<br />

Faustino GARCIA MARQUEZ: De la Escuela Superior de Arquitectura<br />

de Madrid.-José GARCIA ORO: Doctor en Teología, Historia Eclesiástica<br />

y Filosofía y Letras, Profesor de Historia Eclesiástica en la Universidad<br />

de Santiago de Composte1a.-Attilio GAUDIO: De la ~Société<br />

d'Ethnographie» de París.-Manuel GIMENEZ FERNANDEZ (t): Catedrático<br />

de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla-Juan<br />

Miguel GOMEZ-MENOR GUERRERO: Catedrático de Ciencias Naturales<br />

en Institutos de Enseñanza Media -Juan GOMEZ-MENOR ORTEGA: Catedrático<br />

de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid.-<br />

Manuel GONCALVES DA COSTA: Licenciado en Teología por la Universidad<br />

Gregoriana de Roma.-Joaquín GONZALEZ ECHEGARAY: Del<br />

Museo de Prehistoria de Santander.-Antonio GONZALEZ Y (;ONZA-<br />

LEZ: Catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad de La<br />

Laguna -Enrique GUERRERO BALFAGON: Vicepresidente de la Fundación<br />

nuestra Historia» (Instituto Argentino de Estudios Históricos).<br />

Buenos Aires-Marcos GUIMERA PE-A: Notario.-Rafael HARDI~<br />

SON Y PIZARROSO (t). Profesor de Estética e Historia de la Música<br />

en ei Conservatorio & Santa Cruz de Tenenfe.-Yans M. nHüSEii:<br />

Profesor de Geología en Abo (Finlandia).-Nicole Petit Marie HEINTZ:<br />

Del ((Centre National de la Recherche Scientifique~ de París.-Jesús<br />

HEWNANDEZ PERERA: Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras<br />

de la Universidad de La Laguna.-Henri HOESTLAND: Profesor de<br />

Zoología en la Universidad ~ibrt? de Lil1e.-Angel HOYOS DE CASTRO:<br />

Catedrático de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Madrid-<br />

Fray mego IhICUAtJRRE ALDAPE 0. F,_M.r De! Instituto de Estudios<br />

Canarios.-Fernando JIMENEZ DE GREGORIO: Catedrático de Geoarafía<br />

e Historia en Institutos de Enseñanza Media -Alfredo JIMEÑEZ<br />

NUREZ: Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad<br />

de Sevilla.-Sebastián JIMENEZ SANCHEZ: Ex Delegado Provincial<br />

de Excavaciones Arqueológicas en las Canarias Orientales -Francisco<br />

JORDA CERDA: Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras<br />

de la Universidad de Salamanca-Miguel Angel LADERO QUESADA:<br />

Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de<br />

La Laguna; del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueó1ogos.-Jesús<br />

LALINDE ABADIA: Catedrático de la Facultad de<br />

Derecho de la Universidad de Zaragoza.-Carmelo LISON TOEOSA-<br />

NA: Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad<br />

Complutense de Madrid.- José LOPEZ DE TORQ: Académico de<br />

la Real de la Historia, del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios<br />

y Arqueólngos: - Federico MACAU VILAR (t 1 : Doctor-Ingeniero<br />

de Caminos, Canales y Puertos.-José M.& MADUREEL MARIMON: Del<br />

Instituto Municipal de Historia de la Ciudad de Barcelona.-Enrique<br />

MARCO DORTA: Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de<br />

la Universidad Complutense de Madrid-Georges MARCY (t): Profesor<br />

de la Universidad de París 1. Sorbona, Vicepresidente del ((Centre de<br />

la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valencia.-Domingo MAR-<br />

TINEZ DE LA PERA GONZALEZ: Profesor de la Facultad de Filosofía<br />

y Letras de ia Eniversiciaci de La Laguna-Raymond ivwCiu'Y: Profesor<br />

de la Universidad de París 1. Sorbona; Vicepresidente del ((Centre de<br />

Recherches Africaines~ de la Sorbonne-Joaquín MECO: Del Museo Canario<br />

de Las Palmas -Ramón MENENDEZ PIDAL (t): Director de la<br />

Real Academia Española.-Josep MIRACLE: De la ((Societat Catalana<br />

d'Estudis Historics~ de Barcelona.-Marina MITJA: Doctora en Historia;<br />

del Archivo de Protocolos de Barcelona-Michel MOLLAT: Profesor<br />

de la Facultad de Letras de la Universidad de París 1. Sorbona-Víctor


MORALES LEZCANO: Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de<br />

la Universidad de La Laguna.-Francisco MORALES PADRON: Catedrático<br />

de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla-<br />

Hallman L. MOVIUS, Jr.: Del «Peabody Museums, Harvard Universitv.,<br />

USA-Sebastián de la NUEZ CABALLERO: Cztedrático de la Faatad<br />

de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna.-Francisco<br />

ORTUNO MEDINA: Ingeniero de Montes.-Manuel PELLICER CATA-<br />

LAN: Catedrático ,de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad<br />

de La LagunalJosé PERAZA DE AYALA Y VALLABRIGA: Profesor de<br />

la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna.-Federico<br />

PEREZ CASTRO: Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de<br />

la Universidad Complutense de Madrid.-José PEREZ VIDAL: Colaborador<br />

de número del C. S 1. C., Conservador del «Museo del Pueblo Español»,<br />

de Madrid.-Luis PERICOT GARCIA: Presidente del Patronato<br />

de la Universidad de Barcelona-José PONS: Catedrático de la Facultad<br />

de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid.-Antonio QUILIS:<br />

Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de<br />

Sevilla.-Demetrio RAMOS PEREZ: Catedrático de la Facultad de Filosofía<br />

y Letras de la Universidad de Valladolid.-Robert RICARD: Profesor<br />

de la Universidad de París 1. Sorbona-Leopoldo de la ROSA<br />

OLIVERA: Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de<br />

La Laguna.-Antonio RUIZ ALVAREZ: Del Instituto de Estudios Canarios-Antonio<br />

RUMEU DE ARMAS: Académico numerario de la Real<br />

de !a H~st~rm; Catedrát~o de la ,Facultad de Filosofía y Letras de la<br />

Universidad Complutense de Madrid, Director del Instituto «Jerónimo<br />

Zurita», del C. S. 1. C.-Emilia SANCHEZ FALCON: Licenciada en Filosofía<br />

y Letras.-Hipólito SANCHO DE SOPRANIS (t): Archivero<br />

Municipal del Puerto de Santa María (Cádiz).-Xavier de SANTA CRUZ:<br />

Doctor en Derecho y en Filosofía y Letras.-Miguel SANTIAGO RODRI-<br />

GUEZ: Del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos;<br />

Director del Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores.-Julián<br />

SAN -VALER6 AFÁRISI: Catedrático de La Facultad de Fiiosofia y Letras<br />

de la Universidad de Valencia.-Sohanna SCHMIDT: Profesora Doctora.-Juan<br />

SCHOBINGER: Profesor de la Universidad ,Nacional de Cuyo,<br />

Facultad de Filosofía y Letras. Mendoza (República Argentina) -José<br />

SCHRAIBMAN: Profesor de la Universidad de Princeton (USA).-Elías<br />

SE- RAFOLS: Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de<br />

la Universidad de La Laguna-Lothar SIEMENS HERNANDEZ: Investigador<br />

de la Historia de la Música y del Folklore canario-Georges<br />

SOWILLE: Profesor de la Universidad de Aur-en-Provence (Francia) -<br />

Luis SUAREZ FERNANDEZ: Catedrático de la Facultad de Filosofía y<br />

Letras de la Universidad de Valladolid.-José SUBIRA PUIG: Académico<br />

numerario de la Real de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid.-<br />

E. R. Svenson SVENTENIUS: Director del Jardín Botánico del Puerto<br />

de la Cruz (Tenerife).-Tomás TABARES DE NAVA: Correspondiente<br />

de la Real Academia de la Historia-Pedro TAROUIS - RODRIGUEZ:<br />

Dei Instituto de Estudios Canarios.-Eigüei TiUUUDDii MATE'u't Catedrático<br />

de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia.-Henri<br />

V. VALLOIS: Ex-Director del dnstitute de Paléontologie<br />

Humainen y del «Musée de lfHomme», de París-Juan VERNET: Catedrático<br />

de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de<br />

Barcelona.-Frederic Everard ZEUNER (7): Profesor de Arqueología<br />

Contornal y Geocronología Prehistórica de Londres -Eulogio ZUDAIRE:<br />

Doctor en Filosofía y Letras.-Alexandre ZVIGUILSKY: Agregado en el<br />

«Centre de la Recherche Scientifique», de París.


CRONICA<br />

Y<br />

DISCURSO INAUGURAL


INTRODUCCION<br />

(A modo de crónica)<br />

El tema de los orígenes de las poblaciones y las culturas del<br />

Nuevo Mundo ha sido uno de los que más constante e insistentemente<br />

han preocupado a 20s americanístas, incluso antes del<br />

mcimirtzte de este camp cielztlfzco. Si tomamnc C Q ~ Q<br />

gth e!<br />

casi centenario Congreso Internacional de los Americanistas, comprobaremos<br />

que en ninguna de sus sesiones ha faltado quien<br />

se ocupe de él de manera más o menos apasionada, más o menos<br />

cientiftca. Para ello, este es un campo siempre rodeado de<br />

misterzo y penumbras, en el que los avances se obtienen con<br />

una gran lentitud e znseguridad.<br />

El estudio del origen de las culturas indígenas de América<br />

ha venido desarrollándose durante el siglo actual, considerando<br />

.que las únicas posibles vías de acceso al Nuevo Mundo, desde<br />

el punto de vista del poblamiento, como desde el punto de vista<br />

de los influjos culturales reczbidos por los pueblos amerindios,<br />

se hallaban del lado del Océano Pacifico y Asia. El Atlántico,<br />

' quizá por el hecho de que la mayor parte de las, en general,<br />

disparatadas teorías, formuladas por los europeos durante los<br />

siglos XVI al XIX, habían tenido por escenario ese océano,<br />

n_Z misitn t?'e~?,nn que e! mito cldsiro de In Atlántirln se había<br />

venido a renovar en esa época, utilizándolo igualmente para explicar<br />

el poblamiento de América, fue siempre vetado por los<br />

más prestigiosos científicos, considerándosele como muro infranqueable<br />

para el paso de seres humanos y para la comunicación<br />

cultural, justamente hasta el momento de los grandes<br />

descubrimientos geográficos de los europeos, en el siglo XV.<br />

Un planteamiento tan lleno de prejuicios no era sostenible<br />

desde ningún punto de vista y es por ello, sin duda, por lo que,<br />

desde hace varios años, diferentes autores han tratado de re-


plantear la cuestión tomando como base consideraciones que, ni<br />

de lejos ni de cerca, pudiesen considerarse como acientíficas.<br />

E~I esta situación, varias de las personas que han tenido una<br />

participación más relevante en el planteamiento de una problemática<br />

"trasatlantista" creyeron que lo más conveniente era<br />

una confrontación de opiniones a nivel internacional y con un<br />

planteamiento multidisciplinario, que sirviese de punto de partida<br />

para nuevos avances, planeamientos y programas de investigación.<br />

De ahí la organización de este I Simposio Internacional<br />

sobre Posibles Relaciones Trasatlánticas Precolombinas.<br />

La organización del Simposio, que estuvo a cargo del profesor<br />

Luis Pericot, Vicepresuiente del Consejo Superior de Investigaciones<br />

Científicas, y del profesor José Alcina, catedrático de<br />

la Universidad Complutense de Madrid, contó con la ayuda eco- a<br />

N<br />

nómica de varios Patronatos del Consejo Superior de Investrga-<br />

E<br />

ciones Científicas, Úei lnsiiiuio de c'siüdiü~ Ají-íciinos j; de !u Dt- O<br />

n -<br />

rección General de Relaciones Culturales, del Ministerio de Asun- - m<br />

tos Exteriores, además de las instituciones locales. O E<br />

Siendo las Islas Canarias un punto clave de la explzcación S E<br />

de los posibles contactos trasatlánticos, ese fue el escenario ele- - E<br />

gidn pm el A~snrmZln de las sesiones; y en su montaje. así<br />

3<br />

como en los agasajos ofrecidos a los participantes en el Sim- -<br />

0<br />

posio, contó de manera decisiva la participación de: la Lhiver-<br />

m<br />

sidad de La Laguna, el Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, el<br />

O<br />

Excmo. Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, el Excmo. Cabildo<br />

n<br />

Insular de La Palma, el Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria,<br />

- E<br />

el Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, así<br />

a<br />

como el Museo de Arqueología de Tenerife y el Museo Canario l n<br />

n<br />

de Las Palmas.<br />

Los organizadores del Simposio contaron con la desinteresa-<br />

3<br />

O<br />

da ayuda de muchas personas de las instituciones antes meneionudus,<br />

pero U2 m= mcneru muy especie! cm !n de dm Luis<br />

Diego Cuscoy, Director del Museo Arqueológico de Tenerife, y<br />

don Juan Rodríguez Doreste, del Museo Canario de Las Palmas,<br />

los que actuaron como secretarios para Tenerife y Las Palmas<br />

respectivamente. Otros miembros de la Secretaría fueron: Pilar<br />

Romero de Tejada Picatoste, Miguel Rivera Dorado, Miguel Beltrán<br />

Lloris y José María Fullola Pericot, de las Universidades<br />

de Madrid, Zaragoza y Barcelona. Gracias a la actividad incansable<br />

de todos ellos, el Simposio se desarrolló por cauces absolutamente<br />

normales.<br />

14 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


CRÓNICA 3<br />

Los participantes en esta reunión, por el orden en que leyeron<br />

sus ponencias, con indicación del título de la misma, fueron los<br />

siguientes:<br />

Doctor Luis Pericot Garcia, Vrcepresidente del Consejo Supe-<br />

rior de Investigaciones Científicas: El problema del Atlántico en<br />

la Prehistoria. Discurso de apertura del Simposio, en la sesión<br />

celebrada en la Universidad de La Laguna, el 7 de dzciembre<br />

de 1970.<br />

I SESION<br />

(Santa Cruz de Tenerife, 7,12 tarde.)<br />

Doctor Helmut de Terra, investigador residente en Suiza:<br />

Nuevas indicaciones de contactos trasatlánticos antiguos en<br />

América.<br />

Doctor Carmelo Lisón Tolosana, profesor de la Universidad<br />

Complutense de Madrid: Difusión y evolución: estado de la cues-<br />

tión en Antropología.<br />

Doctor José Alcina Franch, catedrático de la Universidad<br />

Complutense de Madrid: El "Formativo" americano a la luz de<br />

los posibles influjos recibidos por el Atlántico.<br />

TIen+-e Dnr.-n.nÁ lAr..i.nr. r.+nlnrnu Jn 1n ~Tuir.,n*.r;rlnÁ rfa I)n-<br />

uvbrur r\uyrrcvrru IVLUMIL~, Y J V ~ D ~ V I U= LU V ~ G L Y C I QCICCCU UCI L U-<br />

ris (Sorbona): Hypothksses concernant les rélations précolom-<br />

biennes entre 1'Afrique et 1'Amérique.<br />

II SESION<br />

(Santa Cruz de La Palma, 8,12 tarde.)<br />

Doctor Antonio Beltrán Martínez, catedrático de la Univer-<br />

versidad de Zaragoza: El arte rupestre de Canarias en relación<br />

con el de otras áreas atlánticas.<br />

Doctor Manuel Pellicer, catedrático de la Universidad de La<br />

Laguna: Cronología de las culturas cariadas.<br />

III SESION<br />

(Santa Cruz de Tenerife, 9,12 mañana.)<br />

Doctor Manuel Ballesteros-Gaibrois, catedrático de la Univer-<br />

sidad Complutense de Madrid: La idea de la Atlántida en el<br />

pensamiento de los diversos tiempos y su valoración como rea-<br />

lidad geográfica.<br />

Doctor Juan Schobinger, profesor de la Universidad de Cuyo,<br />

Núm 17 (1971) 15


Mendoza (Argentina): El mito platónico de la Atlántida frente<br />

a la teoría de las vinculaciones trasatlánticas prehistóricas entre<br />

el Viejo Mundo y América.<br />

Doctor Enrzque Marco Dorta, catedrático de la Universidad<br />

Complutense de Madrid: Viajes accidentales de Canarias a Amé-<br />

rica.<br />

Doctor Claudio Esteva Fabregat, catedrático de la Universi-<br />

dad de Barcelona: El Circummediterráneo y sus relaciones con<br />

la América prehispánica: ¿difusión o paralelismo?<br />

Doctor Alfredo Jirnénez Núñez, catedrático de la Universidad<br />

de Sevilla: Matrimonio entre hermanos: ¿difusión o paralelismo?<br />

IV SESION<br />

(Santa Cruz de Tenerzfe, 9,2 tarde.)<br />

Doctor Lime? Ua!out, &rector de! Institut de PaEemto!ogie Ercmaine<br />

de París: Canarias y Africa en los tiempos prehistóricos y<br />

protohistóricos.<br />

Don Luis Dtego Cuscoy, director del Museo Arqueológico de Tenerife:<br />

Aprovechamiento del espacio de sustento en Canarias durante<br />

la época prehispánica.<br />

Doctor Carrnelo Garcia Cabrera, director del Instztuto Oceanográfico<br />

de Tenerife: Interrelaciones entre fauna marina del Caribe<br />

y Canarias.<br />

Doctor Emiliano Aguirre, profesor de la Universidad Complutense<br />

de Madrid, y Joaquín Meco, de Las Palmas de Gran<br />

Canana: Canarias en la filogenia y migración de moluscos cenozóicos.<br />

Doctor Juan Bosch Millares, de Las Palmas de Gran Canaria:<br />

Sobre problemas de paleopatología ósea de los indígenas prehispánicos<br />

de Canarias.<br />

nnrinv Artr~rn Vnllc M ~ d i ~ n<br />

-"".V. ILl ."l. V -.-u ..A---.--, -----.<br />

-----<br />

rntdrrjtirn de In Llniversidad<br />

de Barcelona: Consideraciones antropogenéticas sobre el pobla-<br />

miento precolombino de América.<br />

V SESION -<br />

ír"¿ierto de !u Cmz, 10,:2 ;urde.)<br />

Doctor Miguel Tarradell, catedrático de la Universzdad de<br />

Barcelona: Relaciones entre el mundo mediterráneo y Canarias<br />

durante la época prehistórica.<br />

16 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Profesora Johanna Schmidt, residente en el Puerto de la Cruz,<br />

en Tenerife: Al otro lado de las columnas herácleas. Investiga-<br />

ciones histórico-geográficas sobre contactos mediterráneo-atlán-<br />

ticos en el Viejo Mundo.<br />

(Las Palmas, 11,12 tarde.)<br />

Doctor Elias Serra Rafols, catedrático de la Universidad de<br />

La Laguna: Sobre navegación primitiva en el Atlántico africano.<br />

Doctor Federico Pérez Castro, catedrático de la Universidad<br />

Complutense de Madrid: La "inscripción" fenicio-cananea de Pa-<br />

raiba: estado de la cuestión.<br />

Doctor Juan Vernet, catedrático de la Universidad de Bar-<br />

celona: Textos árabes de viajes por el Atlántico.<br />

Doctor Francisco Morales Padrón, catedrático de la Universi-<br />

dad de Sevilla: Los viajes por el Atlántico durante los siglos XIV<br />

y XV en relación con Canarias, Azores y Cabo Verde.<br />

Doctor Demetrlo Ramos Pérez, catedrático de Za Universidad<br />

de Valladolid: Los contactos atlánticos decisivos, previos al viaje<br />

de Colón.<br />

Doctor Antonio Ruméu de Armas, catedrático de la Universi-<br />

dad Complutense de Madrid: Cristóbal Colón, cronista de las ex-<br />

pediciones atlánticas.<br />

Lamentablemente, muchas de las personas a las que se había<br />

invitado a participar en la reunión no pudieron asistir por diferentes<br />

motivos. Entre ellos hay que mencionar a los profesores:<br />

Santiago Alcobé (Barcelona), Martín Almagro (Madrid), Pedro<br />

Armtllas (New York), Juan Alvarez Delgado (Tenenfe), Ignacio<br />

Berna1 (México), Hans Biedermann (Graz), H. Briicher<br />

(Bonn), Juan Comas (México) (l), Clifford Evans (Washington),<br />

Antonio Garcia Bellido (Madrid), Cyrus Gordon (New York),<br />

Doctor Lamb (Londres), Juan Maluquer (Barcelona), Juan Manzano<br />

(Madrid) y Florentino Pérez Embid (Madrid).<br />

FM cmjttzto, e! Simpsie fze mgy vtrriudo, t ~ m<br />

por lo qüe<br />

se refiere a los participantes y a 20s temas desarrollados como<br />

en lo relativo a la sede de las sesiones.<br />

' Si bien éste envió un trabajo, que se publica.


El día 7 de diciembre se celebró la sesión solemne de apertu-<br />

ra en uno de los salones de la Universidad de La Laguna, bajo<br />

la presidencia del Excmo. y Magfco. Sr. Rector y de las autorida-<br />

des locales, en cuya sesión pronunciaron discursos los profesores<br />

Luis Pericot, Lionel Balout, Manuel Ballesteros y el Rector Mag-<br />

nífico de La Laguna, doctor Hernandez Perera. A contznuación,<br />

la Universidad ofrecería a los particzpantes un vino de honor.<br />

La primera sesión se celebraría esa misma tarde en el salón<br />

de sesiones del Excmo. Cabildo Insular de Tenerife en Santa<br />

Cruz.<br />

El día 8 de diciembre, tal y como se había programado, se<br />

realizó una excursión a la Isla de La Palma, viajando en avión<br />

desde Tenerife, visitando el sitro de Belmaco, cuyos petroglifos<br />

y conjunto arqueológico fue explicado a los concurrentes por el<br />

profesor Beltuán, y visitando también Garachico y el bosque de<br />

ios Sauces. Hi mediodía, el Excmo. Cabildo ínsulür ofreció uñ<br />

almuerzo a los participantes en el Simposio, los que celebra-<br />

rían a continuación la II sesión de trabajo en uno de los salones<br />

del Cabildo Insular, regresando esa misma tande a Tenerife<br />

por vía aérea.<br />

FI A;n O fr~4,;ovnvt Ir,anv Anr ror;nvtor AP tvnhnin PM qnwfn rv717<br />

Y' -&L. r crnr rvi "ir uvr r"v*u,c"u w" .,L."-, "ir vi,...... v. --u<br />

de Tenerife.<br />

El día 10 de diciembre se destinó a la tradicional excursión<br />

a las Cañadas del Teide y valle de la Orotava. Durante esa excursión,<br />

los miembros del Simposio fueron nuevamente agasajados<br />

por las autoridades tinerfeñas, las que ofrecieron el almuerzo<br />

que se sirvió en el parador de turismo de las Cañadas<br />

del Teide. El discurso de reconocimiento estuvo a cargo del profesor<br />

Ruméu de Armas.<br />

Por la tarde de ese mismo día, ya en el Puerto de la Cruz,<br />

se celebró la V sesión de trabajo en uno de los salones del hotel<br />

"Orotava Garden", a continuación de la cual y en el mzsmo hotel,<br />

el Excmo. Ayuntamiento de la ciudad ofreció a los participantes<br />

un vino de honor, regresándose a continuación a Santa Cruz de<br />

Tenerife. [,<br />

La mañana idel día 11 de diciembre se destinó al viaje de<br />

Tenerzje a Las Yaírnas, donde debería ciausurarse ei Simposio.<br />

Esa misma tarde se celebraría la VI y última sesión de trabajo<br />

en la sede del Museo Canario.<br />

El día 12 por la mañana, los participantes en el Simposio vi-<br />

18 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


sitaron la Cueva Pzntada de Gáldar, haciendo un breve recorrzdo<br />

por la isla de Gran Canaria que termrnó en la Montaña de Arucas,<br />

donde el Excmo. Cabildo Insular ofreció un almuerzo a los con-<br />

gresistas, al cabo del cual hubo discursos a cargo de los profe-<br />

sores Demetrio Ramos, Francisco Morales y Luis Pericot.<br />

En el acto de clausura del Simposio, que tuvo lugar esa mzs-<br />

ma tarde en uno de los salones del Museo Canario, bajo la pre-<br />

sidencia del Gobernador Czvil de la Provzncia, hzczeron uso de<br />

la palabra los profesores Pericot y Alcina, el señor Diaz y el<br />

Gobernador. A contznuación, el Excmo. Ayuntamrento de Las<br />

Palmas ofreció un vino de honor y fiesta canaria en el "Pueblo<br />

Canarzo", donde se visitó tambrén el Museo de Néstor.<br />

En conpnto, puede idecirse que el Simposio, primero qurza<br />

de una serie sobre el tema de las posibles relaciones trasatlánticas<br />

precolombznas, ha tenido importancza desde varios puntos<br />

de vista.<br />

Pese a la ausencia de algunas de las personas en quievtes se<br />

hnh;n pezsede ex 5:~ prixczpic para qcie pa?*tictpsex, la tr;.?z&icn<br />

#*-"Sde2<br />

Simposio ha sido sufzcientemente amplia y varzada como para<br />

poder disponer (de un abanico de puntos de vista diferentes sobre<br />

la cuestión: paleontólogos, antropólogos, físicos, oceanógrafos, fzldlogos,<br />

antropólogos culturales, arqueólogos e historiadores han<br />

aportado su vzsión del problema y sus datos en relación con el<br />

mismo, no sólo en función de un esquema diacrónico, sino tambikn<br />

desde un punto de vista sincrónico. De esta manera, cada<br />

uno de los participantes ha tenido conciencza de la necesidad<br />

del aporte de los demás concurrentes, no sólo en el momento<br />

mismo del planteamiento del problema, . .<br />

sino de cara a1 futuro,<br />

jrucitjiqMe<br />

es ui.UbUble esU LOnCíefiLíu de cUOperüc~~n<br />

en años venideros en investigaciones en colaboración utilizando<br />

diferentes métodos o a través de (diferentes disciplinas. Esa par-<br />

ticipación de especialistas en diferentes campos, por otra parte,<br />

ha signzfrcado un enriquecimrento mutuo, independientemente<br />

de la temática que congregaba a los diferentes partzcipantes.<br />

En segundo lugar, pero quizá de manera mucho mas decisiva<br />

e importante, el Simposio ha signifzcado la confrontación de en-<br />

foques diferentes dentro del amplio campo de las Humanida-<br />

des: arqueólogos, prehistoriadores y antropólogos culturales, lle-<br />

NÚm 17 (1971) 19


vando tras de sí la tradzción del Viejo Mundo, o de Amérzca,<br />

que marca muy vivamente las distznczones en la interpretación<br />

de los datos, ha sido, quzzá, la más significativa; de zgual modo<br />

que el diferente enfoque !de historzadores, antropólogos y prehistoriadores,<br />

ha sido puesto de manifzesto en el tratamiento de los<br />

lemas, en las discusiones e zncluso en las conversaciones fuera<br />

de la sala de sesiones. Todo ello entendemos que significa un<br />

avance positivo y fructífero en la manera de aproximarse a los<br />

problemas, altamente beneficzoso para todos los profesionales.<br />

Desde otra perspectzva, y acercándonos más al tratumiento<br />

mzsmo (de los temas, ha sido muy útzl que un tema que, &parentemente,<br />

incide únicamente sobre el problema y los métodos<br />

referentes a la difustón haya provocado planteamrentos y comentarios<br />

que hacían referencza, de manera más o menos explícita, a<br />

N<br />

al funczonalismo, al evolucionzsmo multzlzneal y a la aología<br />

E<br />

cultural: e zncluso al estructuralismo. Muchas de las dzscuszones O<br />

mantenidas han hecho referencia a esa temática y ello implica n - =<br />

O o><br />

la neceszdad de crear un vocabulario comun que szrv~z para<br />

E<br />

dialogar. S E<br />

De este encuentro que no pretendía orzginalmente más que = E<br />

hacer un planteamiento ctentífzco del tema se han deducid9 con-<br />

2<br />

cfuszones creo que importantes en relación con problemas teó- -<br />

ricos y metodológicos que afectan dzrectarnente a las relaciones<br />

0 m<br />

trasatlánticas precolombinas entre el Viejo Mundo y América;<br />

E<br />

O<br />

pero quizá lo más zmpoitante ha szdo la de romper el "tabú"<br />

que significaba el Atlántico como vía de comunicación y el hecho n<br />

de haber señalado con numerosos ejemplos las poszbil~dades - a E<br />

l<br />

efectivas de que tales comunicaciones se hayan dado en el pa-<br />

n<br />

sudo precolombino.<br />

0<br />

El camino, pues, está abierto hacia el futuro, en el sentido 3<br />

O<br />

de que nuevas y más minuciosas investigaciones en esa dilección<br />

puede. quizá, dar una respuesta seria a uno de los múltiples<br />

problemas en torno a los orígenes culturales de América.<br />

ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


DISCURSO DE APERTURA<br />

POR<br />

LUIS PEBIGOT<br />

Mfco. y Excmo. Sr. Rector, Excmos. Sres., dignísimas autori-<br />

dades, queridos colegas, señoras y señores:<br />

Me corresponde hoy, como presidente de este Simposio por<br />

designación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas<br />

que lo ha patrocznado, ei dirigiros unas paiabras de bienvenida<br />

y de gratitud. Quiero también, brevemente, exponeros qué pro-<br />

pósito nos ha guiado a los organizadores del Simposio y cómo<br />

puede plantearse la problemátrca con la que nos enfrentamos.<br />

Considero como un privilegio haber podido de alguna manera<br />

impulsar lo que fue el Congreso de Prehistoria Panafricana que<br />

aquí se celebró en 1963. Aquella reunión habia de presentarnos<br />

la cara africana de las Islas Canarias, y los especialistas africa-<br />

nos, o africanistas europeos consagrados al estudio de Africa,<br />

nos dieron una lección de actividad investigadora.<br />

En la primavera de 1969 se estudió otra de las caras, otra de<br />

las facetas canarienses: el problema de la presencia en el Archi-<br />

piélago de la raza de Cro-Magnon. En cierta manera a esto le<br />

poldríamos llamar la cara europea, o por lo menos mediterránea<br />

de nuestras islas. ¿Qué mejor puede unir esta lejana tierra meri-<br />

dional a ese mundo audaz y enigmático de los navegantes euro-<br />

peos de la Edad del Bronce que el recuerdo de esa primera raza<br />

civilizada? Quedaba una tercera cara, de la que nos habíamos<br />

ya ocupado pues no en balde se trata de un tema muy querido<br />

Núm 17 (1971) 21


2 LUIS PERICOT<br />

para algunos de nosotros: el de la cara atlántica, a la que se<br />

dedzca este Simposio, en e1 que naturalmente varían algunas de<br />

las personas asistentes a los anteriores. Habremos con ello dado<br />

la vuelta a todos los enzgmas que nos ofrecen las Canarzas pri-<br />

mitivas.<br />

De este enigma atlántzco, como símbolo de su misterio, pro-<br />

cede el emblema que hemos adoptado, el labertnto de Mogor, que<br />

tiene su hermano en el de Hollywood en Irlanda, y a sus primos<br />

en las paredes de las cuevas de la isla de La Palma, y que apa-<br />

rece tgual en tzerras americanas atlánticas, pues de ellas aprendí<br />

su especial dibujo.<br />

Por mz parte, tras haber zmpulsado, hasta donde mis fuerzas<br />

podían hacerlo, el estudzo de las tres facetas de la vieja cultura a N<br />

canana, no creo que tenga ya pretexto para seguir ocupándome E<br />

dzrectamente de eíia, aunque me quepa el gozo de contempiar,<br />

el tiempo que la Providencia tenga dispuesto, los progresos que<br />

los demás, mis actuales colegas, puedan todavía realizar.<br />

Cierto es que en la ocasión presente hemos mostrado una<br />

osadía que acaso a algunos os parezca excesiva. Hasta ahora mi-<br />

O n -<br />

= m<br />

O<br />

E<br />

2<br />

E<br />

=<br />

rábanos las fachadas próximas, en ias que jáczi seria sosrenernos.<br />

Ahora, en cambio, nos atrevemos a lanzarnos, si no a lo des-<br />

2<br />

-<br />

0 m<br />

conocido del todo, sí a espacios y abismos insondables, en los<br />

E<br />

que naufragar es muy fáczl. La razón de que nos hayamos atre-<br />

O<br />

vido a tanto la da quizá el ejemplo de quienes han expuesto su<br />

n<br />

vida y no, como es nuestro caso, sólo su prestigio científico. Cuan-<br />

- E<br />

a<br />

do existe quien juega su vida por demostrar una teoría científica,<br />

los demás, que nos movemos en el puro orden zntelectual,<br />

2<br />

n<br />

o<br />

nos cubrimos con el heroísmo del primero. Nuestro rasgo está, 3 O<br />

pues, al alcame de cualquieva.<br />

En realtdad nos enfrentamos con un problema viejo como la<br />

Ciencia, pero que, sobre todo en los dos últimos siglos, ha tenido<br />

tantas repercusiones y ha movido tantas pasiones que se expiica<br />

que algunos autores acepten una solución extrema, y slgan ya<br />

entonces sin freno alguno por caminos pelzgrosos.<br />

El problema es nada más y nada menos que el de adivinar,<br />

22 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL PROBLEMA DEL AT~NTICO EN LA PREHISTORIA 3<br />

situados ante dos fenómenos culturales, del orden que sean, y<br />

en el caso de que tales fenómenos nos parezcan como semejan-<br />

les en mayor o menor grado, st en la creación de cada uno de<br />

ellos ha actuado algún tmpulso emanado del otro, o st ambas<br />

creaciones nada absolutamente tienen que ver entre sí. Es decir,<br />

estamos aún, como en tiempos de Weule, ante el dilema Zussa-<br />

menhang oder Konvergenz. Nada ni nadze ha dado todavía una<br />

respuesta clara a este dilema; nadie ha encontrado el camzno<br />

para facilitar una respuesta convincente. Y el mundo de la An-<br />

tropología cultural está dividido en dos grandes fracczones: la<br />

de los que prefieren la explicación difusionista en el caso de<br />

varios fenómenos que se comparan, o la de los que se inclinan<br />

por una solución aislacionista.<br />

A lo largo de nuestra vida hemos tenzdo ocasión de apreciar<br />

grandes cambios en la mentalidad de los antropólogos cuando<br />

se enfrentan con ese permanente problema.<br />

Miremos lo que pasa en América, que por su curiosa historia<br />

es el mejor banco de pruebas que la Antropología cultural cono-<br />

ce. Cuando yo empecé a interesarme por la antropología ameri-<br />

cana, el azslacionismo era ,el monopolio de las escuelas mejor<br />

informadas, provistas de una ortodoxia apoyada en métodos<br />

rigurosos y que no dejaba escapatoria para la imaginación o la<br />

fantasía. El aislacionismo cultural parecía en América ha única<br />

doctrina posible, si no se quería caer en las fantasías de los afi-<br />

cionados. En el campo de los difusionistas de entonces domina-<br />

ba el puro instinto anárquico que hacía que cada autor tuviera<br />

su sistema propio.<br />

Cuando mayor parecía el dominio de la hipótesis aislacionis-<br />

ta empezaron a oirse voces autorizadas que ponían en duda la<br />

ortodoxia tradicional. Sobre todo se elaboró una teoría muy com-<br />

pleja, por la Escuela Histórico-Cultural o Escuela de Viena, que<br />

llegó a hacer furor en el campo de la Etnología, despertando al<br />

mismo tiempo las iras y protestas, sobre todo de las escuelas<br />

norteamericanas.<br />

Precisamente el difusionismo (de estos últimos años en lo que<br />

se refiere a América se ha visto reforzado por empresas y realiza-<br />

ciones que más que un afán científico han tenido un móvil de-<br />

portivo o simplemente aventurero. En este sentido el hecho más<br />

Núm 17 (1971) 23


4 LUIS F'ERICOT<br />

trascendental se produjo cuando en 1947 Thor Heyerdahl y sus<br />

compañeros lograron pasar, en una balsa del tipo que conocían<br />

y usaban los antiguos navegantes de la costa septentrional del<br />

Perú y el Ecuador, desde estas riberas americanas hasta las islas<br />

orientales de kz Polinesia. Hace unos meses, Heyerdahl con varios<br />

compañeros, entre los que se halla un colega nuestro, el antro-<br />

pólogo profesor Santiago Genovés, atravesó el Atlántico partien-<br />

do de las Canarias en una embarcación de papiro. Tras ellos han<br />

seguido otros aventureros y navegantes solrtarios. Hace pocas<br />

semanas la hazaña de Heyerdahl, a bordo de su cKon-Trkiu se<br />

vio empequeñecida por la de otra balsa con la que otros cuatro<br />

navegantes, dirigidos por un español, recorrieron el Pacífico des-<br />

de las costas sudamericanas hasta las de Australia.<br />

Cierto es que esas magníficas hazañas deportivas no demues-<br />

rejativa jii&&ír' Con ¿tñ de hombres<br />

puede atravesar enormes espacios del océano. Pero nunca puedew<br />

darnos la seguridad de que tal hazaña se realizara efectivamente<br />

por remotos antepasados. No cabe duda sin embargo de que ya<br />

no podemos mirarnos estos problemas como lo hacíamos antes<br />

de iieyerdühl. Era sin duda más cómodo que en el presente, pues<br />

si nuestros estudios nos llevaban a la orilla de un océano o de<br />

un mar cualquiera, creíamos poder asegurar que allí terminaba<br />

nuestra investigación histórtco-cultural.<br />

Derribadas las viejas murallas del aislacionismo americano,<br />

las teorías de difusión cultural desde Asia a través del Pacífico<br />

penetraron en alud en la vieja fortaleza en la que pocos pilares<br />

pudieron quedar en pie.<br />

De igual manera que las técnicas más rudimentarias de la<br />

talla de la piedra o del trabajo del hueso se hiczeron derivar de<br />

prototipos asiáticos a través del istmo de Bering, existente en<br />

momentos álgidos de los períodos glaciares, poco a poco se fue-<br />

ron buscando orígenes y paralelos para las altas culturas de<br />

Mesoamérica. Curiosas concordancias en el arte, en la religión<br />

y en la ciencia que gracias a bien estudiados hallazgos conoce-<br />

mos, buscaron su camino a través de ¿a iarga ruta dei Pacífico,<br />

abarcaron desde la etapa neolítica y su cerámica hasta las más<br />

elevadas de Mesoamérica.<br />

Nadie ha negado que sea el camino del noroeste, de diversas<br />

24 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL PROBLEMA DEL ATL~NTICO EN LA PREHISTORIA 5<br />

maneras, el más importante y fundamental tanto para el pobla-<br />

miento de América como para la entrada de su cultura. Pero a<br />

su lado cada vez se han tenido más en cuenta rutas marítimas<br />

en las que simples balsas o navíos de alto bordo (los juncos<br />

chinos), en tiempos que se hallan situados alrededor del comien-<br />

zo de la Era, a la par que se veían arrastrados a las costas ame-<br />

ricanas, llegaban allí en busca de jade y otros productos, han<br />

podido servir de vehículos para la trasmisión de los fenómenos<br />

culturales: religión, ideas políticas, instituciones sociales, cultos<br />

y divznidades, arte, en todas sus manifestaciones.<br />

Sería inacabable la enumeración de los mil y un elementos<br />

culturales a los que se ha hecho cruzar el Pacifico en un movi-<br />

miento de Asia a América. Claro que quedan muchos puntos<br />

oscuros. ¿Qué decir, por ejemplo, de la cerámica y, sobre todo,<br />

del Neolítico?<br />

Para la przmera caben muchas hipótesis. Hoy incluso, parece<br />

seguro que cerámica japonesa de la cultura de Jomon alcanzó el<br />

Ecuador. En cuanto al Neolítico no hay razones aún para incli-<br />

narse a un origen concreto y de cronología segura. En todo caso<br />

es evidente que en la domesticación de animales, América se<br />

muestra solitaria, y en la domesticación de plantas útiles poseyó<br />

un repertorio totalmente peculiar. Acaso fue sólo la idea del<br />

cultzvo vegetal lo que pasó a América. Pero hoy parece seguro<br />

que muchos de los elementos por lo menos de las altas culturas<br />

de la América nuclear llegaron realmente a través del Pacífico.<br />

Y fue el Pacifzco tambzén el que en sentido inverso pudo llevar<br />

la batata de América al Viejo Mundo.<br />

La empresa de Heyerdahl fracasó en cierto modo al no haber<br />

seguido la czencia etnológzca las ideas de ese gran deportista,<br />

quien llegó a publicar un libro muy denso en favor de su hzpó-<br />

teszs, el poblamiento y la aculturación de la Polinesia por gentes<br />

llegadas de las costas sudamericanas.<br />

Incluso cuando, hace pocos años, Heine-Geldern dio cuenta de1<br />

hallazgo de una figurita de barro cocido de indudable aspecto<br />

romano en la costa de Veracruz, explicó el hallazgo como proce-<br />

dente de una factoría romana de la época de Trajano en el sud-<br />

este de Asia, de donde pasaría al comercio chino que lo llevaría<br />

al territorio americano.<br />

Núm 17 (19711 25


6 LUIS PERICOT<br />

En los últzmos años, los estudios de Kzrcholl han ido penetran-<br />

do profundamente en los aspectos más salientes del pensamiento<br />

centroamericano, y así dicho autor establece curiosos paralelis-<br />

mos entre los símbolos de los dioses centroamericanos y del<br />

calendario maya con los símbolos semejantes que se pueden ob-<br />

servar en el sudeste asiático.<br />

En la actualidad, como dtjimos, parece como si apuntara una<br />

tendencia en sentido opuesto. Tras la euforza dzfusionista vuelve<br />

la reflexión aislacionzsta a exigir la prudencia en los científicos.<br />

Hemos hecho esta larga relación previa para situar un poco<br />

el problema del origen de la cultura americana. Es fácil observar<br />

que en toda ella se habla mucho del Pacifzco y poco del Atlánti-<br />

co. En realidad entre antropólogos casi nunca se habla del Atlán-<br />

tico. Acaso porque se ha hablado demasiado y, sobre ioúu, Úe-<br />

rnasiado alegremente.<br />

No hay duda de que ha perjudicado mucho a la investigación<br />

seria del Atlántico y América el hecho de que exzsta el mito de<br />

la Atlántida, que, como todos los grandes enigmas de la Historia,<br />

altera ei buen juicio de muchas gentes.<br />

Pero no nos engañemos: además de ese mito llevamos el las-<br />

tre del escasísimo número de datos que tenemos para contra-<br />

decir la corriente de opinión más divulgada.<br />

Ante esta situación es por lo que nos hemos planteado el pro-<br />

blema (de nuevo y por ello estamos aquí. Quienes tuvimos la<br />

idea de este Simposio, pensamos que ya era hora de reunirnos<br />

unos cuantos especialistas nacionales y extranjeros para plan-<br />

tearnos honestamente los problemas y, sin ningún prejuicio, ana-<br />

lizar qué posibilidades y qué indicios pueden hacerse valer toda-<br />

vía en favor de unas conexiones transatiáticas, que cabe hayan<br />

dejado en América alguna huella cultural del Viejo Mundo sin<br />

necesidad de recorrer el largo camino hacia el este que todos<br />

aceptamos como el przmordial.<br />

Claro está que ha habido siempre autores que han pretendido<br />

un pobíamiento de origen europeo o africano para América, y la<br />

historia de tales elucubraciones constituye uno de los más di-<br />

vertidos capítulos de la Etnología y puede ser seguido en cual-<br />

quiera de los manuales de Arqueología americana. Baste recor-<br />

26 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL PROBLEMA DEL AT~NTICO EN LA PREHISTORIA 'i'<br />

dar las fantasías del poblamzento hebreo, grtego, cartaginés, hispano,<br />

celta, germano, negro.. . En ftn, que no ha habido pueblo<br />

ni cultura del que no se haya supuesto alguna vez que alcanzó<br />

con su znfluencia hasta el Nuevo Mundo. Recordemos las hzpóiesis<br />

extremosas de la Escuela Helzolítica, para la cual toda la<br />

cultura humana tenía su centro, su foco de origen,


8 LUIS PERICOT<br />

tura china, que disponía para su comercio de navíos capaces de<br />

largas travesías, ya en tiempos anteriores a nuestra Era, explica<br />

muchas de las cosas que nos sorprenden en las altas civilizaciones<br />

mesoamerzcanas.<br />

Y ello no quiere decir que no debamos colocar en el platzllo<br />

de la balanza americana una buena dosis de cualidades endógenas,<br />

capaces de adaptación y creación. No todo se debe a la<br />

capacidad de imitar lo que surgía a mzles de kilómetros al oeste,<br />

en otro lejano contznente y que de algún modo, incompleto e<br />

imperfecto siempre, llegaba en pequeñas dosis a América.<br />

Para decirlo en términos vulgares, no hay por qué empequeñecer<br />

la capaczdad creadora de los indígenas americanos, que<br />

dieron sobradas muestras de su talento e inventiva creadoras.<br />

Como factor que no hay que olvidar en esta pugna, queremos<br />

reafirmar el papel del Atlántico. Los arqueólogos y americanistus<br />

españolas hemos estado siempre asomados al Atlántico. La<br />

fachada atlántzca de nuestra Península, que compartzmos con<br />

Portugal, nos ha preocupado siempre. Y, ya sin las fantasías de<br />

tiempos pasados, nos hacemos la pregunta: iCuándo este Océano<br />

empezó a ser surcado por el hombre? ¿Hasta dónde profundizaron<br />

sus ribereños?<br />

Preguntas dzficzles de contestar. Ya es bien sabido que el<br />

tema de la navegación entre los hispanos de tiempos protohistóricos,<br />

por lo menos de los iberos, ha tenido poca suerte. Ahora<br />

empezamos a rectificar criterios negativos, gracias a la fuerza que<br />

nos da la realización de aventuras como las de Heyerdahl. Ahora,<br />

al llegar a una orilla ya no nos parece que hemos llegado a<br />

un non plus ultra. Por esto valoramos mucho más de lo que se<br />

Lnrín hnro rrwnr nñnr las pnri~i~i&&c at&fic~r, y pggcfcr g~<br />

,*-"s.- ,&.-ww "*,.W., -."-u<br />

este camino, salta en seguida la cuestión: ¿No sería posible que,<br />

a favor de la facilidad que las corrientes proporczonan, según<br />

los modernos ejemplos de travesías garantizan, hubzeran pasado<br />

a América desde las costas atlánticas, europeas o africanas, pequefig~<br />

g ~ htl"aEgs, ~ ~ nnrtnAnv~r p ~ & n!gtjM glg~g~t~ Cu!ttlrn!?<br />

r-a ----' --<br />

Nadie puede negar hoy que ello es posible y verosímil, me<br />

atrevería a decir hasta que probable. Pero la respuesta totalmen-<br />

te afirmativa hay que apoyarla en hechos concretos, que habrá<br />

28 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL PROBLEMA DEL ATLANTICO EN LA PREHISTORIA 9<br />

que manejar con la máxzma prudencia para que no tomemos<br />

una vía falsa.<br />

No me sería poszbte aquí en unos pocos minutos, resumir todo<br />

cuanto puede decirse sobre este apastonante tema. Por ello me<br />

limztaré a sugerir lo que a mt modo de ver puchera ser una lista<br />

de temas para este Stmposzo y los que le sigan, prescindiendo de<br />

las navegaciones medievales de los normandos.<br />

1. Acción de vientos y corrzentes desde el Neolitico, que hayan<br />

podido facilitar el cruce del Atlántico.<br />

2. Remota poszbilidad de contactos en el Paleolítico superior,<br />

como Greenman ha replanteado recientemente. Cuestión del<br />

parentesco: raza esqutmal-Chancelade-magdaleniense.<br />

3. Navegactones atlánttcas en la Edad del Bronce. Grabados<br />

rupestres y su extensión. Mediterráneos en Canarias (plástica en<br />

barro cocido) y posiblemente arrastrados a América. Papel postble<br />

de los tartestos.<br />

4. Navegaciones púnzcas. Datos de los escritores antiguos<br />

sobre tslas boscosas y con grandes ríos en el Atlántico. Papel de<br />

las Canarias en este caso.<br />

5. Idem respecto de los romanos.<br />

6. Poszbles travesías por africanos antes de nuestra Era.<br />

7. Navegaciones aisladas en la Edad Media desde Africa.<br />

8. Reacción sanguínea en Sudamérica que hace pensar a<br />

Mourant en una aportaczón canarta.<br />

9. Caso del algodón y de su hibridación.<br />

10. Caso de las pintaderas. Teoría de Alcina.<br />

11. Caso de la trepanación.<br />

12. Cnn de !a Lngmaria. Tesrias de Merill.<br />

13. Caso de la momificación.<br />

14. Problema del maíz y otras cuestiones paleobotánicas.<br />

15. Paralelos Egipto-Mesoamérica.<br />

16. Los paralelos en e1 arte rupestre.<br />

-. 17. Otrns pardelos etrrqyáflces.<br />

18. Posibles contactos en los tiempos inmediatamente anteriores<br />

al descubrimiento. Enseñanzas de la reciente aventura de<br />

Heyerdahl.


10 LUIS PERICOT<br />

Todo ello debiera ser estudiado y valorado, para lo que deseábamos<br />

reunir especialzstas de dzstintas escuelas. Szn duda en<br />

este primer Szmposzo nos faltan peritos en cuestzones fundamentales<br />

como la clzmatología atlántica y la Paleobotánica. Somos<br />

conscientes de nuestras defzciencias, pero esta reunión no<br />

intenta ser, por lo menos en la mente de quienes la concebzmos,<br />

una panacea para resolver los inquzetantes problemas del Atlántico.<br />

Preterudemos, tan sólo, modestamente, iniciar unos coloquios<br />

que estamos convenczdos han de adquzrir con el tiempo<br />

un gran desarrollo. Hemos querido contar entre nosotros con un<br />

especialista del americanismo al que se deben grandes descubrimientos<br />

y que está profundamente interesado en esos problemas<br />

como es el profesor De Terra. Con africanistas tan notables a<br />

N<br />

como ese ya viejo amigo mío el profesor Balout y el no menos<br />

e;irier;o pyjfesor Muz;zy, o e! jovg;z y yü ilxJfTe p ;~~f~~cy SCF,OhiI- O<br />

n -<br />

ger que nos traerá el saber de los arqueólogos sudamericanos. - m<br />

O<br />

A última hora el profesor Comas no ha podido desplazarse. Entre<br />

E<br />

nuestros colegas españoles no podían faltar los ya numerosos re-<br />

2<br />

E<br />

presentantes de los estudios colombinos y atlántzcos en general. -<br />

Lorioc& SuS nOFTlbleS Y es i~eCeSUÍiG les dedique etra 2<br />

cosa que nuestra gratitud por haber aceptado venir. Quisiera - O<br />

m<br />

sólo resaltar la presencia de un genetista, el profesor Valls, que<br />

E<br />

O<br />

esperamos aporte algún dato interesante, y semitistas, los profesores<br />

Pérez Castro, que nos dará la última versión sobre ha- n<br />

llazgos de carácter púnzco, y el profesor Vernet, que nos dará - a E<br />

noticias de gran interés sobre las posibilidades de navegaciones l<br />

n<br />

musulmanas en la Edad Media. Por mi parte deseo intervenir<br />

n<br />

para hacer la crítica de algunas teorías recientes, pero dejo a 3<br />

O<br />

mi compañero, arqueólogo, Dr. Alcina, sin cuyos desvelos esta<br />

reMnidri habria pdiUG celebi-urse, la fai.eu de vii;2guürdia,<br />

avanzada en la discusión etnológica, para presentar sus hipdtesis<br />

que se dirigen francamente a la aceptación de las influencias<br />

europeo-africanas en el proceso de poblamiento y aculturación<br />

del Nuevo Mundo.<br />

no me que-& ya Íííds Ugludeeei. a! Consejo SE.pefior<br />

de Investigaciones Científicas, en especial a sus Patronatos «Suavedra<br />

Fajardo» y «José María Quadrado» y al Instituto de Estudios<br />

Africanos, a la Dirección General de Relaciones Culturales del Mi-<br />

30 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


nisterio de Asuntos Exteriores y a las autoridades y corporaciones<br />

de estas Islas, por la ayuda generosa que nos han prestado, siguien-<br />

do en ello la tradzczón que ya iniciaron en beneficio de nuestros<br />

estudios con ocasión de2 V Congreso Panafricano de Prehzstoria en<br />

1963, y el Simposio sobre el hombre de Cro-Magnon en 1969.<br />

Muy especzalmente quiero agradecer a la Universidad de La<br />

Laguna que hoy nos acoge en esta solemne sesión y a los arqueó-<br />

logos y científicos en general, nuestros amigos en estas Islas,<br />

faltos muchas veces de ayuda peninsular. Gracias, muchas gra-<br />

cias, a quienes os habéis desplazado de tierras lejanas para com-<br />

partir nuestras inquietudes científicas. Por último, he de expre-<br />

sar el profundo agradeczmiento que los organizadores de este<br />

Simposio debemos al «Anuario de Estudios Atlánticos~ que de<br />

nuevo ha tomado sobre sí la publicación del mismo. Y una vez<br />

más al colega Anionio Rumeu de Armas, por hüDer hecho püsi-<br />

ble este decisivo apoyo.<br />

Espero que nuestras jornadas resultarán fructíferas a la par<br />

que agradables, en el estupendo marco de estas Islas y con la<br />

simpática hospitalidad de sus habitantes.<br />

Confío en que esio no es sino un comienzü. E' que quienes<br />

nos sucedan no creerán inútil nuestro esfuerzo actual y se con-<br />

siderarán sucesores nuestros.<br />

;Ojalá ellos puedan obtener la respuesta acertada!<br />

Nhm 17 (1971)<br />

He dicho.


COMUNICACIONES


INTERRELACIONES ENTRE<br />

LAS FAUNAS MARINAS DE LAS ANTILLAS<br />

Y CANARIAS<br />

POR<br />

OABMEU) GARCTA CABRERA<br />

1. CONSIDERACIONES GENERALES<br />

Si bien es cierto que la geotectónica del Archipiélago Cana-<br />

rio comparte las influencias de la cordillera central sumergida a<br />

1- 1-,m, A-1 A+lXn+;rn moJ;n 90 P_S me2gS que tamhign<br />

1u 1aIou UCI ~CILIIICACV AAIUUIV,<br />

ha sido troquelada por una serie de erupciones volcánicas, mar-<br />

ginales al gran escudo siálico del continente africano.<br />

Los centros de emisión de tipo volcánico son muy antiguos,<br />

y con cierta periodicidad y ritmo a lo largo de los últimos mi-<br />

llones de años. La actual arquitectura de Canarias comenzó en<br />

los tiempos anteriores al Terciario. Las fases orogénicas han si-<br />

do variadas y complejas, pero ya las islas emergían del mar<br />

durante el Mioceno. Las investigaciones del buque oceanográfico<br />

alemán «Meteor», así como los trabajos de los buques hidrográespafi:lo!e~<br />

c;Tofifi;,v;; y ::M&espinu::, y de! I~stitiite Espfid<br />

de Oceanografía, indican que las plataformas insulares sumergidas<br />

son mayores de lo que hasta hoy se suponía.<br />

En estas plataformas submarinas es donde han coincidido,<br />

a lo largo de millones de años, las corrientes marinas con su<br />

carga de Yida anima! y vegeta! de uri!!a a orilla c~~tine~ta!: desde<br />

Africa y Europa hacia América, desde América a Europa y<br />

Africa como contrapartida.<br />

La población marina actual del Archipiélago Canario y sus


netas relaciones con las islas del Mar Caribe tienen su origen<br />

en la especial mecánica de las corrientes marinas. Y es curioso<br />

que sea precisamente en el Terciario cuando las islas Antillanas<br />

comienzan a delimitarse a la geografía cuaternaria.<br />

Así como la flora y la fauna del noreste del Archipiélago Ca-<br />

nario es un regalo que los vientos alisios hacen al paisaje, la gran<br />

riqueza de especies marinas es un don que las corrientes ofre-<br />

cen a las plataformas submarinas. Pero son muchas las formas<br />

de vida terrestres que también han sido transportadas por este<br />

medio.<br />

11. CORRIENTES MARINAS<br />

La corriente del Golfo, o Gulf Stream, se origina, como es<br />

universalmente conocido, en el Golfo de México, fluyendo con<br />

enorme intensidad por el Estrecho de Florida. Toma luego la<br />

dirección noreste, y una rama entra en el Artico, pasando cerca de<br />

las costas de Inglaterra. Antes de llegar a las costas de este país,<br />

la corriente general se bifurca y una segunda rama se incurva<br />

hacia e1 S~I~, pasando cerca de la costa española y portuyesa.<br />

A la altura del Cabo San Vicente se divide nuevamente en dos<br />

brazos: uno penetra en el Mediterráneo, y otro, continuando<br />

hacia el sur, perdiendo temperatura y transportando ya aguas<br />

más atemperadas, se convierte en la Corriente Fría de Canarias.<br />

Esta corriente choca con el litoral africano de Cabo Juby y Canarias,<br />

se desvía al suroeste, siguiendo la marcha de los alisios,<br />

y va a confundirse con la llamada corriente Norte Ecuatorial,<br />

que le conduce nuevamente al Golfo de México.<br />

Yselin ha precisado, con buen criterio, la nomenclatura de<br />

tde este rirtem~ de c~rrientes; para é! se debiera demminar<br />

todo el sistema Gulf Stream, o Corriente del Golfo. La cornente<br />

de la Península de Florida al Cabo Hatteras sena la Corriente<br />

de Florida. La verdadera denominación de Corriente del Golfo<br />

se debe de dar al trayecto que va de Cabo Hatteras a los Grandes<br />

R~CQS. E! hnm *e va a! Este es la corriente de! AtIántic0<br />

Norte, y la desviación hacia el Sur, a partir de Portugal, Corriente<br />

Fría de Canarias.<br />

En realidad, estas masas de aguas en movimiento y su unión<br />

38 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


INTERRELACIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS 3<br />

con la Corriente Norte Ecuatorial, que vuelve a la costa americana,<br />

forman un grandioso remolino de unos 20.000 kilómetros.<br />

El centro de este gran ciclo, con aguas tranquilas, salinas y de<br />

tibias temperaturas, forman la extraña región denominada Mar<br />


4 CARMELO GARC~A CABRERA<br />

tros y su anchura de 60 millas. El eje de la corriente es de mayor<br />

temperatura que las partes laterales. Se desplaza con las estaciones<br />

y llega a las máximas latitudes en el verano.<br />

A la altura del Cabo Hatteras disminuye de velocidad, quedando<br />

reducida a 60 millas por día. La profundidad alcanza los<br />

300 metros y su anchura 120 millas. La masa de agua transportada<br />

en cada hora por el Estrecho de Florida es de unos 200.000 millones<br />

de toneladas.<br />

A la altura de Canarias, la masa de agua transportada en el<br />

mismo tiempo es de 136.000 millones de toneladas, en la época<br />

de mayor velocidad de corriente.<br />

Las aguas, a la salida de Florida, son de un azul intenso, con<br />

una marcada diferenciación con las aguas que le rodean. En a N<br />

Canarias son, normalmente, menos azules, pero de gran inten-<br />

E<br />

sidad de color cuando es invadida la superficie marina por aguas<br />

procedentes de up-wellzng (subida vertical de aguas profundas).<br />

La fauna de Canarias es, en sus zonas litorales, un lugar de<br />

convergencia de especies marinas que llegan de cinco puntos<br />

de origen y que citamos por orden de su mayor abundancia:<br />

1 ." Especies Nor-Atlánticas.<br />

2." Especies Mediterráneas.<br />

3." Especies propias de la costa continental africana.<br />

4." Especies Antillanas.<br />

5." Especies Ecuatoriales o Sur-Atlánticas.<br />

Las especies Nor-Atlánticas son muy abundantes en las aguas<br />

marinas de Canarias. Su predominio es manifiesto. Las líneas<br />

isotermas normales de verano e invierno que llegan a Finisterre<br />

se incurvan hacia el Sur y llegan hasta el paralelo de Cabo Blanco,<br />

mucho más al sur de Canarias. La corriente que llega del Norte<br />

engloba multitud de formas marinas de animales inferiores y<br />

las hace llegar hasta las islas. Un cuarenta y cinco por ciento<br />

de las especies de la fauna del Archipiélago es netamente Nor-<br />

Atlántica.<br />

40 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

O<br />

n -<br />

= m<br />

O


INTERRELACIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS 5<br />

La siguen en abundancia las de influencia mediterránea. Pue-<br />

den totalizarse en un treinta por ciento, si bien no es fácil deli-<br />

mitar cuáles son las especies típicamente mediterráneas o nor-<br />

atlánticas. No es difícil comprender cuál ha sido el camino de<br />

llegada de las especies típicamente mediterráneas a las islas.<br />

Ya hemos dicho que un ramal secundario de la corriente del<br />

Golfo se introduce en el Mediterráneo, aportando aguas neta-<br />

mente atlánticas a un mar cerrado por el Estrecho de Gibraltar,<br />

con aguas de alta salinidad y temperatura elevada. Pero el Medi-<br />

terráneo, como mar cerrado, no tiene diferencia de mares sig-<br />

nificativas. Se producen desniveles muy notables entre las extre-<br />

mas bajamares y pleamares atlánticas y las bajas de las aguas<br />

confinadas. Se forma una corriente intensa de salida para com-<br />

pensar la entrada superficial de aguas frescas y de salinidad<br />

moderada. Esta corriente de salida es profunda, y millones y<br />

millones de toneladas de aguas mediterráneas irrumpen en el<br />

mar de España. Al ser impulsadas por la corriente fria de Cana-<br />

rias se colocan en niveles profundos y van a chocar contra los<br />

litorales insulares con su carga de especies características.<br />

Aunque parezca paradógico, no dominan en la fauna de Ca-<br />

narias las especies del litoral continental africano. Sólo llegan<br />

a un 15 por 100. Y es que los ecosistemas continental e insular<br />

son muy distintos. Las aguas continentales son frías, de menor<br />

salinidad que las insulares, con fondos someros que se extienden<br />

hasta 120 kilómetros hacia el mar sin llegar a los 500 metros de<br />

profundidad. Estos fondos son ricos en vegetación marina y<br />

aptos para dar cabida a poblaciones de enorme interés y vo-<br />

lumen.<br />

Por el contrario, la plataforma insular es cortísima. A unos<br />

kilómetros de la costa ya se encuentran profundidades de 500 me-<br />

tros. No existen masas vegetales que alimenten poblaciones<br />

numerosas. Los litorales son de origen lávico en su mayoría y los<br />

fondos están sembrados de conos volcánicos y accidentes nota-<br />

bles, debido al manifiesto origen eruptivo en su formación. Se<br />

forman multitud de microclimas marinos que dan lugar a boce-<br />

nosis y biótopos diferenciados. Las aguas y fondos continentales<br />

dan grandes poblaciones de especies limitadas. Las islas tienen<br />

poblaciones limitadas con gran número de especies.<br />

Núm 17 (1971) 41


- A,TLANTICO CENTRAL -<br />

DISTRIBUCION DE LA TEMI'ERATURA EN FUNCION<br />

DE LA PROIZUNDIDAD Febrero-Marzo)<br />

Gráfico 2


INTERRELACIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS 7<br />

De los grupos que se han considerado, el que más nos<br />

interesa ahora es el cuarto, el de especies antillanas.<br />

Los fondos marinos insulares se asemejan más a los antzllanos,<br />

aunque las condiciones ambientales entre las islas del Mar<br />

Caribe y las Canarias son algo distintas. El número de especies<br />

comunes entre Antillas y Canarias es del 7 por 100. Claro que<br />

en vez de especies debemos decir géneros. En realidad hemos<br />

tenido en cuenta, al hacer el estudio de las semejanzas entre Canarias<br />

y las diversas regiones faunísticas, los géneros y no las<br />

especies, porque estas últimas forman carta de naturaleza en<br />

distintos lugares de un ecosistema determinado para dar lugar<br />

a endemismos y variedades que ocultan o enmascaran su origen.<br />

Quedan para los géneros típicamente ecuatoriales o sur-atlán-<br />

+:,.A- ..., rir\r<br />

LIL"3 UII 3 PUL 1"".<br />

inn<br />

No hemos tenido en cuenta, al hacer estos tantos por ciento,<br />

las especies cosmopolitas. Es necesario afirmar que las Islas<br />

son muy ricas en seres vivientes de estas características. Los<br />

-..--+,..m vkllru3 cni3rua ..I:-:-- y !a dirección de !a ccrriezte s m va!!adurrs u !u<br />

penetración de las formas netamente africanas. En cuanto a<br />

las formas puramente demersales, la enorme profundidad exis-<br />

tente entre el archipiélago y el continente es una barrera in-<br />

franqueable.<br />

Cuando sopla el viento del desierto y se abate sobre toda la<br />

zona insular el denominado tiempo de «Levante», «Sur» o ~Har-<br />

matan», se abre un puente a la penetración de formas vivientes<br />

continentales. Pero dura poco; se restablece el régimen de alisios<br />

y las especies emigradas, al encontrarse con un medio vital extra-<br />

ño, terminan por sucumbir, o regresar a su patria de origen, o<br />

perderse a lo ancho y profundo del Atlántico, o llegar hasta Amé-<br />

rica en un difícil periplo.<br />

Cuando las corrientes superficiales se desvían fuertemente ha-<br />

cia el Suroeste y predomina el «tiempo Sur» sobre las islas,<br />

parece como si se abriera una puerta a la penetración de formas<br />

ecuatoriales o sur-atlánticas. La fauna de este tipo en Canarias<br />

recuerda mucho la de Santa Elena, pero no la clásica del Trópi-<br />

co africano.


En el gráfico 1 se expresan las direcciones de corrientes, así<br />

como la confluencia de faunas en el archipiélago canario.<br />

En el gráfico 2 se hace una distribución de temperaturas<br />

en función de la profundidad. Se han elegido cuatro puntos del<br />

Atlántico Central. El primero en el Mar Caribe. El segundo en e1<br />

límite occidental del Mar de los Sargazos. El tercero en el límite<br />

oriental de dicho mar y el cuarto a la altura de Canarias.<br />

Se puede observar cómo entre el punto elegido en el Caribe<br />

y Canarias ,existe una diferencia de un poco más de cinco grados<br />

centígrados de temperatura en febrero-marzo. Esta gran dife-<br />

rencia térmica es el factor de mayor influencia que regula las<br />

relaciones de los dos ecosistemas extremos.<br />

Muchas son las<br />

las Canarias. Nos<br />

grupos zoológicos:<br />

i. Foraminíferos.<br />

ii. Moluscos.<br />

iii. Crustáceos.<br />

iv. Peces.<br />

v. Mamíferos.<br />

i. Foraminíferos<br />

IV. ESPECIES COMUNES<br />

especies comunes en las islas antillanas y en<br />

limitaremos especialmente a los siguientes<br />

La zona en que se encuentran los Archipiélagos de la Macaronecia<br />

ha sido ampliamente estudiada, en cuanto a foraminíferos<br />

se refiere. Los trabajos de D'Orbigny, Brady, Egger, Goes, Wiesner,<br />

Lacroix, Monod, Maríe y Corral, aclaran una larga lista de<br />

especies de esta microfauna. Las expediciones de los buques<br />

oceanográficos ~Challenger D, «Gazelle», ~Gauss», «Princesa Alicia»,<br />

«La Talassa),, «Meteor»; «Tofiño»; «Discovery ID y Iri y<br />

tantos otros, permiten relacionar épocas de recogida, especies,<br />

evolución y muchos detalles más del mayor interés biológico.<br />

En una larga lista de más de 375 especies nos encontramos<br />

con que en la isla de la Madera y el Mar de los Sargazos sólo<br />

44 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

= m<br />

O<br />

E<br />

E<br />

2<br />

3<br />

O


INTERREWCIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS 9<br />

existen ocho ejemplares propios de fondos arenosos (Arenáceos).<br />

Por el contrario, existen muy abundantes en otros archipiélagos.<br />

Sólo en Canarias se han recogido 45 especies de arenícolas an-<br />

tillanos.<br />

Pero los foraminíferos más comunes son aquellos que poseen<br />

medios propios de locomoción, siendo capaces de dirigir sus<br />

desplazamientos, y con estructuras adaptadas admirablemente a<br />

la natación.<br />

Es curioso que estos últimos sean muy abundantes en Ma-<br />

dera y Azores. La repartición de las especies de foraminiferos en<br />

la Macaronesia se pueden agrupar, según P. Marie, en los grupos<br />

siguientes:<br />

1. Cosmopolitas.<br />

2. Nórdicos.<br />

3. Antillanos.<br />

4. Especiales o autóctonos.<br />

Comentemos por ahora las especies puramente antillanas. Estas<br />

especies son propias de Cuba. Por lo menos han sido citadas<br />

en aquella isla por don Pedro J. Bermúdez en su trabajo Foraminíferos<br />

de la costa norte de Cuba (~Mem. Soc. Cubana de Historia<br />

Nat.~, vol. IX, 1935, págs. 134-224). También coinciden con<br />

Bermúdez, Palmer (Late tertiary Foraminifera from the Matanzas<br />

bay región Cuba) y D'Orbigny (Voyage dans I'Amérique Méridionale.<br />

Foraminifkres).<br />

No tenemos a mano otros trabajos que nos permitan afirmar<br />

si la enorme cantidad de foraminíferos citados en distintos lugares<br />

del Caribe se encuentran también en Canarias y archipiélagos<br />

cercanos.<br />

En las islas Azores cita Marie siete especies cubanas. En Madera<br />

sólo una. En Cabo Verde treinta y seis, y diecisiete en Canarias.<br />

Las especies canarias pertenecen a los géneros Triloculina,<br />

Bolivina, Discorvisis, Asterigerina, Siphonina, Peneroplis,<br />

Hmphislegina, Eponides y Sypsina.<br />

Entre las formas tropicales o intertropicales de Canarias, Brasil<br />

y Venezuela existen analogías muy notables y gran número<br />

de especies comunes. Entre las especies cosmopolitas comunes<br />

a Canarias y Antillas, tenemos unas sesenta. Se encuentran re-<br />

Núm 17 (1971) 46


10 CARMELO GARCIA CABRERA<br />

partidas por las Antillas, Atlántico Norte, Mediterráneo y archi-<br />

piélagos de la Macaronesia.<br />

Teniendo en cuenta los archipiélagos de Azores, Canarias y<br />

Cabo Verde, podemos hacer una distribución de especies cos-<br />

mopolitas, nórdicas y antillanas.<br />

ARC H IPIELAGOS<br />

ESPECIES Azores Canarlas Cabo Verde<br />

Cosmopolitas 46 41 25<br />

Nórdicas 27 21 14<br />

Antillanas . . 14 17 32<br />

Para confeccionar este cuadro hemos seguido a P. Marie. Actualmente<br />

se han añadido muchas más especies a las conocidas<br />

por dicho autor, pero la proporción sigue existiendo.<br />

Las especies cosmopolitas del Atlántico Norte son, pues, más<br />

ahiidantes eii !as idas Azures, cpe SGE !as más septrntrimder.<br />

Esto es lógico, como también es lógico que sean menos frecuentes<br />

en las islas de Cabo Verde, las más meridionales y las de<br />

medio ambiente más adverso.<br />

Las especies típicamente nórdicas también van disminuyendo.<br />

de Azores a Cabo Verde, siendo intermedias en Canarias. Por<br />

el contrario, las especies antillanas son mínimas en Azores y<br />

máximas en Cabo Verde.<br />

En todo esto se puede observar de manera diáfana la enorme<br />

influencia de la temperatura en la distribución de las especies,<br />

asi eorx !a adaptaciSn a Uistintm emsistrrilas.<br />

Las aguas de Azores, muy frías, son poco propicias a la fauna<br />

netamente tropical de las Antillas, y más convenientes a la fauna.<br />

nórdico-atlántica. En las islas de Cabo Verde las aguas marinaso<br />

de sus litorales son de temperaturas altas, formando verdaderas<br />

L.. -,,,,, ,+ ., . ,<br />

uailr;iaa llarula!e~ a !a e;;I;ar,smr, de !=S f~rmas nórdicas. Cunarias<br />

se halla situada en un término medio, tanto en térmica<br />

marina como en salinidades y presiones.<br />

Veamos las temperaturas máximas y mínimas a lo largo deI'<br />

46 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


INTERRELACIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS 11<br />

año, así como la media anual, en Azores, Canarias, Cabo Verde<br />

y Cuba. Las temperaturas de las aguas cubanas están tomadas<br />

al norte y las restantes entre islas de los diversos archipiélagos.<br />

TEMPERATURAS<br />

LUGARES Máxzma Mímma Medza<br />

Azores . . 23,2 15,P 17,2<br />

Canarias . . . 24,P 18,o" 21,W<br />

Cabo Verde . . 26,5" 22,P 242<br />

Cuba .. 28,5" 23,o" 26,o"<br />

Nos referimos a temperaturas de aguas superficiales. Las<br />

tomas de muestras han sido hechas sobre los cinco primeros<br />

metros de profundidad. Creemos que estas cifras son elocuentes<br />

y aclaran el discutido problema de un mayor poblamiento de<br />

formas americanas en las islas de Cabo Verde. La influencia de<br />

las formas marinas de estas islas sobre el litoral americano es<br />

también manifiesta. Sin embargo, creemos que la influencia de<br />

la corriente ecuatorial del norte en cuanto a transporte de espe-<br />

cies hacia América no ha sido estudiada con la plenitud debida.<br />

ii. Moluscos marinos<br />

Canarias posee gran número de moluscos marinos. Casi pasan<br />

de seiscientas especies. Ello demuestra que desde hace mucho<br />

tiempo las islas están abiertas a formas viajeras, o que llegaron<br />

a las islas a través de los últimos millones de años. Sin embar-<br />

go, por la especial tectónica de los ilioraks insulares, las espe-<br />

cies no suelen hallarse sobre los rompientes, en las zonas com-<br />

prendidas entre O y 10 metros de profundidad, sino más al fondo.<br />

Por la especial naturaleza del litoral canario, en territorios pe-<br />

queños se ven obligadas a convivir especies que en otros lugares<br />

del ivíediterráneo o Atlántico Xorte tienen mayor anipiiittd de<br />

territorio y sólo se encuentran juntas raramente. La periodicidad<br />

de las erupciones volcánicas han ido destruyendo los antiguos<br />

litorales con faunas ya maduras y formando ecosistemas clásicos.


Cuando un litoral se estaba formando, una erupción volcánica<br />

lo cubría, robándole al mar unos kilómetros de superficie. Las<br />

formas que viven en fondos de pleamar y bajamar o hasta coti-<br />

dales no son ricos. Es necesario profundizar para llegar a encon-<br />

trar especies de gran interés zoológico.<br />

Debido a fenómenos de invasión Iávica de litorales y elevación<br />

posterior de fondos, se encuentran en las islas zonas de enorme<br />

interés malacoIógico por aparecer fósiles abundantes a través del<br />

Terciario y Cuaternario insular. Pero de moluscos fósiles no ha-<br />

blaremos, aunque muchas formas fósiles existan en la actualidad,<br />

y como presentes sí que se estudiarán y se tendrán en cuenta.<br />

En la Malacología insular predominan las formas nórdicas.<br />

No nos referimos a los moluscos terrestres sino a los marinos. a<br />

N<br />

La existencia de aguas mediterráneas, intertropicales y árticas E<br />

O<br />

coiocadas en capas de gran profundidad (0 a 706 metros las in-<br />

d -<br />

tertropicales, 700 a 1.500 las mediterráneas y de 1.500 a 5.000 las -<br />

O o><br />

árticas), con temperaturas, salinidades y densidades específicas, E<br />

posibilitan la coexistencia de especies características de zonas S E -<br />

zoogeográficas bien delimitadas.<br />

2<br />

Insistimos en que las influencias nórdicas son manifiestas.<br />

-<br />

Se encuentran en las islas gran cantidad de moluscos propios -<br />

0<br />

m<br />

E<br />

de los fríos litorales europeos. La gran mayoría de ellos con-<br />

O<br />

cuerdan con los de Portugal y Mediterráneo, que ya se apartan<br />

un poco de los primeros.<br />

-<br />

- E<br />

La influencia tropical, tan dominante en Cabo Verde, aún se<br />

a<br />

manifiesta en Canarias. Las especies de origen africano, de la E l -<br />

denominada Región Etiópica, predominan en Lanzarote y Fuerte- -<br />

ventura. Disminuyen o desaparecen en Tenerife, La Palma, Go- 3<br />

O<br />

mera y, especialmente, en Hierro, la isla más atlántica. Esto<br />

ocurre principaimente con ios géneros Margzneiia, Sonus, Cymbzum,<br />

Patellas, Pedzpes o Avantrocrites.<br />

La fauna antillana de moluscos está representada en Canarias<br />

por los géneros Natica, Triton, ColumbelZa, Trivza, Ranella, Cassis,<br />

Cantharus, Trochocloclea, Littorina, Polinices, Neptunea,<br />

Strombus, Púrpura, Nerita, Pieurotomaria, Fissureiia, Pateiia,<br />

Cyprea, Phalium, Dolium, Murex (tres murixidos son idénticos<br />

a los de Florida), Oliva, Vasum, Pvunum, Bulla. Entre los bivalvos<br />

merecen citarse las Arcas, Pinna, Eaquipecten, Spondylus,<br />

45 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTI.COS


INTERREUCIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS 13<br />

Cardita, Anodontia, Lucina, Cardium, Pitar, Mercenaria, Chione,<br />

Tellina, Mactra.<br />

Es un verdadero problema explicar la existencia en Canarias<br />

de especies propias de California, Perú o Arfica del Sur. Como<br />

ejemplo de esto tenemos Melaraphe planaxis, Calyptra radians<br />

y Acanthochites garnoti.<br />

La gran cantidad de endemismos debe tener su origen en las<br />

adaptaciones al medio ambiente o, mejor, bien pudieran ser de-<br />

bidas a formas patrones que al ser transportadas a biótopos de<br />

mayor amplitud han evolucionado dando lugar a especies que<br />

se han desarrollado fuertemente a través del Cuaternario anti-<br />

llano o brasileño. Las formas insulares pueden haber degenerado<br />

en formas enanas con diferenciación sexual no manifiesta, pérdi-<br />

da de coloración y otras características de insularidad. Pero<br />

todo esto está por estudiar. Bien pudieran darse hibridaciones<br />

con características mixtas de caracteres. En algunas especies no<br />

se ha podido comprobar ciclos de reproducción.<br />

Una curiosidad de la malacología insular canaria es la abun-<br />

dancia de especies que en Europa, Africa y puede que América,<br />

son fósiles. En las islas se hallan como reliquias de un pasado<br />

faunistico aún viviente.<br />

Entre las quince especies de Chiton citadas en Canarias por<br />

Bergernayn, seis son consideradas como endemismos. Entre las<br />

numerosas Patellas se tienen también formas endémicas. Igual<br />

entre Murex.<br />

Podemos resumir afirmando que un 2 por 100 de las especies<br />

canarias existen en las Antillas.<br />

iii. Crustáceos<br />

Si bien conocemos gran número de crustáceos canarios o<br />

abundantes en los litorales de cada isla, no nos ocurre lo mismo<br />

con las formas antillanas. En los tres últimos años los trabajos<br />

de pescas experimentales del Lahoratori~ cicean~gráfici de CI-<br />

narias han recogido unas cuarenta especies no citadas. Todo ello<br />

hace necesario un nuevo planeamiento de analogías y semejan-<br />

zas con faunas extrañas.<br />

Los crustáceos mejor estudiados por nosotros, bajo la direc-<br />

Núm 17 (1971)<br />

4


14 CARMW GARCÍA CABRERA<br />

ción del especialista en plancton, doctor Jerónimo Corral Estra-<br />

da, son los Copepodos.<br />

Como se trata de especies eminentemente pelágicas, abren<br />

nuevos campos a las interrelaciones faunísticas afro-americanas.<br />

En aguas superficiales de Canarias se han llegado a determi-<br />

nar ciento treinta especies de Copepodos. No hacemos mención a<br />

trabajos de otros investigadores, sino a nuestros propios datos.<br />

De estas ciento treinta especies sabemos que un 70 por 100<br />

han sido también recogidas en el Caribe, Golfo de México, co-<br />

rriente de Florida y Mar de los Sagarzos.<br />

Es posible que este porcentaje sea más elevado, pero la falta<br />

de información bibliográfica nos hace ser cautos en cuanto a<br />

la cifra. Por ello damos solamente un 70 por 100 de las especies<br />

comunes a las dos zonas. Seguidamente citamos las especies<br />

comunes determinadas por ei doctor Corral Estrada en aguas<br />

superficiales no más allá de los cinco metros de profundidad:<br />

Cda~Lts ~v??u~o?%~s.<br />

Neocalanus graczlis.<br />

Nannocalanus minor.<br />

Eucalanus elongatus.<br />

Eucalanus attenuatus.<br />

Eucalanus crassus.<br />

Eucalanus monachus.<br />

Rhzncalanus comutus.<br />

Rhzncalanus nasutus.<br />

Paracalanus parvus.<br />

Paracalanus denudatus.<br />

Acrocalanus longzcornis.<br />

A,.u,-,nnl-.".ic ","Anrr,-+.<br />

nc., v~ucurtaa u i r u ~ ~ r v r r r .<br />

Calocalanus pavo.<br />

Calocalanus pavoninus.<br />

Calocalanus stylzremzs.<br />

Calocalanus contract us.<br />

Iscknocalanus plumuIosus.<br />

IAnn...nn.-nun nlnrirr<br />

irzobyrrvíoru brctvra'.<br />

Clausocalanus arcuzcornis.<br />

Clausocalanus furcatus.<br />

Clausocalanus paululus.<br />

Clausocalanus pergens.<br />

Cte~nm!nnri.s vnxus.<br />

Euaetldeus acutus.<br />

Undeuchatea plumosa.<br />

Haloptzlus longicornis.<br />

Haloptzlus spmiceps.<br />

Haloptilus acutrzfrons.<br />

Haloptzlus ornatus.<br />

Candacza Iongzmana.<br />

Candacza bzpznnata.<br />

Candacia ethzoptca<br />

Candacia curta<br />

Candacta Tenuzmana<br />

l'.."r.l.-.<br />

Dnvnrnwdnrrn ervvtn?ov<br />

' Y. ".,Y.'YII'..<br />

Paracandacza bispznosa.<br />

Pomtellrna plumata<br />

Labzdocera nerzz.<br />

Acartza neglzgens.<br />

Acartza danae<br />

Arnvtrn rlnric;<br />


Oncaea medra<br />

Oncaea minuta.<br />

Lubbockra squrllrmana<br />

Sapphtrrna n~gromaculata.<br />

Sapphrrina tntestrnata<br />

Sapphirrna metallrna<br />

Euchaeta marrna<br />

Euchaeta media<br />

Phaenna spinzfera.<br />

Scoleczthrrx bradyi<br />

Scoleczthrzx dame<br />

Scoleczthrzcella dentata.<br />

Scolecrthrzcella tenutserrata.<br />

Scaphocalanus echrnatus.<br />

Temora stylifera<br />

Temora turbtnata.<br />

Temoropza mayumbaenrs<br />

Pleuromamma abdommalzs.<br />

Pleuromamma pueki.<br />

Pleuromamma graczlts.<br />

Centropages chierchzae.<br />

INTERRELACIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS<br />

Centropages vzolacews.<br />

Luczcutra gaussae<br />

L~~crcutra flavzcornzs<br />

Sapphzrzna auronltens.<br />

Sapphrrrna opalrna<br />

Coprlza quadrata<br />

Coprlra vrtrea<br />

Copzlza mrrabrlrs<br />

Corycaeus sprcrosuS<br />

Corycaeus flaccw.<br />

Corycaeus tzptctls.<br />

Corycaeus gresbrechtr.<br />

Corycaeus furcif er<br />

Corycaeus clausz.<br />

Farranula rostrata<br />

Mrcrosetella norvegzca.<br />

Macrosetella graczlzs.<br />

Euterpzna acutzfrons.<br />

Clytemnestra rostrata.<br />

Heterorhabdus papilhger.<br />

Haloptzlus longicornzs.<br />

Entre los crustáceos de gran tamaño, citan Webb y Berthelot<br />

el caso del Lectopomta sagitaria que creyeron típicamente<br />

canario y ya estaba citado en Antillas. Varios cangrejos de mar,.<br />

entre ellos algunos del género Grapsus y Plagusia, son muy co-<br />

rrientes en los litorales brasileños y venezolanos. Los nombres<br />

vulgares en Canarias son los de «Araña de Mar», «Cangrejo Mo-<br />

ro» y «Cangrejo Negro».<br />

Entre los Penezdos tenemos el género Benthesicymus. La es-<br />

pecie Braszlensis es muy corriente en las islas, a unos 2.000 me-<br />

tros de profundidad normalmente.<br />

Nosotros lo hemos capturado a 1 .O00 metros, entre la Gomera y<br />

Tenerife. El género Gennadas da una especie muy bella, la Ele-<br />

gans. Igualmente la especie Valens.<br />

Además de los citados anteriormente, podemos incluir las<br />

siguientes especies comunes:<br />

~~~~f ev f Sevgestes ~t!üitticüs.<br />

Bentheogennema intermedra. Sergestes longirostris.<br />

Parapenaeus longrrostrz. Sergestes mollts<br />

Pleszopenaeus edwarslanus. Sergestes sargassr<br />

Scrgestes vrgrlax.<br />

Núm. 17 (1971)


16 CARMELO GARCfA CABRERA<br />

Entre los Carideos están las especies:<br />

Pleszonzka acantonotus. Ephyrzna hoskynnz.<br />

Pleszontka martza. Ephyrzna bzftdza.<br />

Plesronzka ensrs. Acanthefzra pelagzca.<br />

Notostomus longtrostru. Acanthef lra exzmza.<br />

Notostomus elegans. Menzsgodora vesca.<br />

Herocarpus enszf er. Nematocarcznus enszf er.<br />

Parapandalus rtchardt.<br />

Entre los Macruros se pueden citar: Eryoneicas faxoni y Ste-<br />

~emastis sculpta.<br />

Entre los Anomuros tenemos el Dardanus arrosos, Parapagurus<br />

bicristatus, P. piloszmanus.<br />

Entre los Branchyura se encuentran: Homola barbata. Latrezlla<br />

elegans, Ethusa mascarone, Carcinus maenas, Portunus<br />

sayi, Uca tangeri, Grapsus grapsus, Pachygrapsus transversus, P.<br />

maurus, Euchinograpsus amerzcanus.<br />

Ultimamente se ha citado un ejemplar de langosta antillana<br />

en aguas litorales africanas; se trata del Palinurus argus.<br />

En total, cuarenta y cinco especies comunes, si bien tenemos<br />

que admitir que algunas son cosmopolitas.<br />

iv. Peces<br />

La ictioIogía de Ias idas Canarias nos presenta características<br />

de extraordinario valor zoológico. La fauna piscícola insular es<br />

una extraña mezcla de especies mediterráneas y americanas. Para<br />

Valenciennes, el gran ictiólogo francés del pasado siglo, este hecho<br />

nos enfrenta a un nuevo concepto de la distribución mundial<br />

de especies.<br />

Encuentra este investigador que mire 1a numerosa riqueza<br />

de géneros y especies propias del Archipiélago se encuentran<br />

formas americanas de Priacántidos, Bérix, Pimelópteros, Carángidos<br />

y Escómbridos. Pero lo más interesante de este hecho es<br />

que las especies comunes a Canarias y América antillana no son<br />

ProPld - .-- 2- 2<br />

ln..- erlte<br />

----rlauauulas<br />

iii están entre fíirmas viajeras. Pene<br />

como ejemplo de todo lo dicho la enorme abundancia de Pimelopterus<br />

incisor, tan corriente en aguas del Caribe.<br />

Peces observados raramente en el Mediterráneo, o ya desapa-<br />

52 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


INTERRELACIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS 17<br />

recidos, se hallan en Canarias. Valenciennes atribuye el fenómeno<br />

a las corrientes, aunque desconoce su mecánica. Encuentra que<br />

un fenómeno análogo se produce en las aves. Termina por afirmar,<br />

que le parece que la naturaleza de las costas tiene mayor<br />

influencia en la distribución de especies que la temperatura misma.<br />

Y encuentra en Canarias la patria del Berix decadactylus,<br />

tan abundante en las Antillas.<br />

De las cuatrocientas especies de peces estudiadas en la fauna<br />

insular, un 18 por 100 son Antillanas o se encuntran en aquellas<br />

latitudes.<br />

Merece especial mención la especie denominada ~Scarus cretensis~<br />

por Linneo y que Valenciennes designa por el nombre de<br />

«Scarus canariensis~. Ya era conocida de griegos y romanos, pero<br />

hoy ha desaparecido del Mediterráneo para conservarse en Canarias.<br />

En Cuba se le denomina «Loro» y «Vieja». Hemos de admitir<br />

que la especie Antillana es ligeramente diferente a la canaria<br />

o mediterránea, pero su parentesco es claro.<br />

En cuanto a los Escómbridos tenemos especies como los Rabiles,<br />

Petos y Barrilotes, que, aunque de estirpe cosmopolita,<br />

porque no tienen patria, cruzan y viven en todos los mares cálidos.<br />

Se ha comprobado una manifiesta emigración de las costas<br />

orientales del Atlántico a las occidentales. Atunes marcados en<br />

el litoral español, o en el mismo Cantábrico francés, llegan a<br />

América y son capturados con las marcas europeas. El pez Peto,<br />

de tanto interés para el futuro de las pesquerías canarias, emigra<br />

hasta las aguas de Florida; y allí se han marcado especies más<br />

tarde recogidas en aguas del Hierro, exactamente en la Restinga.<br />

Mucho antes de los viajes de Colón estos peces hacían su periplo<br />

anual de costa a costa. Y las monedas de los antiguos pueblos<br />

mediterráneos, con atunes, dicen de la importancia comercial de<br />

estos peces. Tal es así que seria cosa de revisar los móviles de<br />

los viajes de los pueblos antiguos del Mediterráneo, porque tras<br />

elIos no hay sino la realidad de seguir las rutas del atún, y a través<br />

de ellas se llega a Canarias y costa de Africa.<br />

v. Mamíferos<br />

No encontramos mamíferos terrestres comunes a las dos fau-


18 CARMELO GARCÍA CABRERA<br />

nas. La canaria fue siempre pobre. Sólo algunos murciélagos desaparecidos<br />

y algunas ratas de tamaño gigante que aparecen fósiles<br />

en algunas estaciones insulares.<br />

Pero en elUmar existe una especie de extraordinario interés y<br />

que nos da un indicio extraordinario entre posibles interrelaciones<br />

faunísticas de animales superiores.<br />

Se encontraba en Canarias, a la llegada de los conquistadores,<br />

una foca o lobo de mar que los antiguos zoólogos denominaron<br />

«Can Marinus)). Esta foca o «perro de mar)) era muy abundante<br />

en algunas islas, sobre todo en Lanzarote, Fuerteventura,<br />

y en la isla a la que dieron el nombre, por su abundancia, de isla<br />

de Lobos.<br />

Allí iban los franceses y españoles recién llegados a capturar- a N<br />

los. De ellos hacían multitud de usos: de su grasa aceite para E<br />

aiumbrar, de su carne apreciado manjar, de su pie! zapatos o O n -<br />

sandalias, y algunos otros menesteres.<br />

- m<br />

O<br />

E<br />

La foca, de un interés extraordinario a las necesidades de los<br />

E<br />

2<br />

primeros hombres de la conquista, fue siendo destruida poco a<br />

E -<br />

poco. Hace un siglo que desapareció casi por completo de las<br />

3<br />

isias. Sóio esporádicamente aparecen frente a Lanzarote o Fuer-<br />

-<br />

teventura, cuando las aguas frias de la cercana costa de Africa<br />

0<br />

m<br />

E<br />

rompen sus zonas de confinamiento e invaden las áreas insula-<br />

O<br />

res. Ahora sólo se encuentran veinte millas al Norte de La Güera,<br />

n<br />

en las cercanías de Cabo Blanco y en un lugar denominado «Las<br />

- E<br />

Cuevitas D.<br />

a<br />

2<br />

Allí las hemos visto siempre. El tamaño de los machos mayo-<br />

n<br />

n<br />

n<br />

res llega a los dos metros y algo más. Estas focas son de color<br />

achocolatado claro en el dorso y blancas en el vientre, ágiles na- 3<br />

O<br />

dadoras y aparecen entre los rompientes cuando se les silba o<br />

grita. Están tendidas en las playas de los pequeños acantiiados<br />

de areniscas tomando el sol. Las hembras son de talla algo menor,<br />

y las crías de piel finísima y colores menos cIaros en el vientre<br />

y grises en el dorso. Cada hembra pare de una a dos crías y<br />

son cuidadosas con su descendencia, no abandonándola hasta<br />

que aprenden a nadar y a defenderse. Suelen ser mansas y hasta<br />

permiten que se acerquen a ellas.<br />

Los hombres de la conquista y los que les siguieron las capturaban<br />

dándoles un palo en las narices. Por ello muchos histo-<br />

54 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS


INTERRELACIONES ENTRE LAS FAUNAS MARINAS 19<br />

riadores dicen que en Canarias se pescaba con palos, lo cual, si<br />

bien es cierto en la manera de capturar a las focas, no lo es tanto<br />

cuando se habla de pescar, ya que las focas son mamíferos carnívoros,<br />

de la familia de las Focas y del género Monachus. La<br />

nuestra pertenece a la especie Monachus monachus. Ha sido estudiada<br />

por D'Hermann bajo la denominación de «Foca monachus»;<br />

«Foca bicolor~ por Shaw; «Phoca albiventerp por Boddaer;<br />

aPhoca leucogastern por Peron; «Foca hermani~ por Lesson,<br />

y ~Pelagius monachus~ por Cucier. Posee 32 piezas dentanas.<br />

En cada mandíbula 4 incisivos, 2 caninos y 10 molares. Nacen<br />

grises platas con el vientre blanco. Tamaño normal de un<br />

hombre. Ya grandes tienen un tinte marrón claro en la espalda<br />

y gris sucio en el vientre. Los machos vi~jos tirando a negros con<br />

bigotes blancos. Potente dentadura, gran sentido maternal.<br />

Cn las Antillas tenemos "tra foca, ya flallCa &cara;;lci6n<br />

r, quizás extinguida totalmente; es también del género Monachus,<br />

la Monachus tropicalzs. Fue descubierta en 1494 en la isla de<br />

Alta Vela por los marineros de Colón. La foca americana y la<br />

africana son casi iguales. Sus diferencias son mínimas; la colo-<br />

ración grisácea de la primera tambikii se prodiice 2ii !a seginda,<br />

por lo menos en alguna época de su vida. Y es curioso que tanto<br />

en las Antillas como en Canarias haya servido a los hombres del<br />

siglo xv~ para los mismos menesteres en cada orilla. Porque las<br />

americanas también eran tímidas, se capturaban de la misma forma,<br />

sorprendiéndoles dormidas y matándolas de un golpe en las<br />

narices. Y su grasa era excelente y su pellejo sirvió para hacer<br />

suelas de zapatos y cubiertas para cofres. Su ciclo vital es análogo;<br />

las dos especies se confunden con alguna facilidad por los<br />

no especializados en estudios zoológicos, y cuenta la tradición<br />

en cada iado dei Atiantico los mismos detalles: que los pelos del<br />

bigote, quemados con sus huesos, curan la disentería, aceleran<br />

el parto y hasta curan los males de amor.<br />

El problema de si la especie canaria llegó a ~mérica o fue la<br />

Monachus tropicalis la que emigró a Europa y Africa es cosa por<br />

averiguar. Por 10 que creemos que un estudio áe la cuestión sería<br />

siempre interesante.


LAS CANARIAS EN LA FILOGENIA Y MIGRACION<br />

DE MOLUSCOS CUATERNARIOS<br />

POR<br />

JOAQUIN ?\.PECO y EMILIANO AGUTRRE<br />

El Océano Atlántico, que une y separa América de las costas<br />

oeeidenta~es del Vieji; ?v+dndG, -----P liiLILLL ü: est~di~ atente desde<br />

el punto de vista de la distribución geográfica de las especies<br />

vivientes.<br />

No es un medio homogéneo, pues está parcelado en distintas<br />

zonas o provincias ecológicas, que se definen por unas caracterisiicas<br />

deiermiliadas de temijerafira y sa!ini&d, entre =tras,<br />

que condicionan el que en cada provincia viva una fauna que le<br />

es propia.<br />

Entre los elementos que componen estas faunas, son los molusco~<br />

litorales los que, por su idiosincrasia, nos van a servir de<br />

indicadores histórico-geográficos.<br />

Un primer paso en el estudio de estas faunas consiste en clasificar<br />

los moluscos litorales en los bordes del Atlántico, señalando<br />

su posición; con estos puntos se puede trazar un área de<br />

dispersión actual, que será más o menos extensa, y que está íntimamente<br />

coii los liiiiites de suilierviveficia de<br />

especie.<br />

El segundo paso es estudiar las distribuciones en los tiempos<br />

sucesivamente anteriores, esto es, en los yacimientos cuaternarios;<br />

y observamos entonces que esas distribuciones no siempre<br />

coinciden con la actual ni entre sí; ha habido, pues, migraciones<br />

de especies y faunas, que evidentemente están condicionadas por<br />

cambios climáticos y/o geográficos: vientos-corrientes, temperatura-profundidad.<br />

Nkm 17 (1971) 57


2 JOAQUÍN MECO Y EMILIANO AGUIRRE<br />

Este estudio, complejo de por si dado lo extenso del área en<br />

cuestión y lo limitado de los conocimientos actuales en este<br />

campo, se encuentra, además, dificultado por la multitud de<br />

nombres que se aplican a una misma especie, o la repetición de<br />

un mismo nombre para especies diversas -sinonimias y homonimias-,<br />

y por- la falta de coordinación y de comunicación entre<br />

los estudiosos de la materia, que es a menudo la causa. Esto hace<br />

especialmente necesarios los encuentros y reuniones entre científicos,<br />

como el presente symposium, y desde aquí nos permitimos<br />

reclamar una colaboración más amplia y frecuente en el<br />

futuro.<br />

Efectivamente, las costas europeas y africanas han sido estudiadas<br />

casi exclusivamente por científicos de la escuela francesa, 2<br />

y los estudios sobre América están más fuertemente influidos<br />

por las esme!as ailg!osajor,as. Asi, ocUrre cpe !es dates sebrr<br />

2<br />

*<br />

distribución de una especie y sobre composición de las faunas -<br />

0"<br />

están viciados, al ser conocidas las formas con un nombre en<br />

I<br />

América y otro en Europa. i<br />

Por las limitaciones obvias, nos ceñiremos a dos o tres casos -<br />

de qjeeia! iiiter&, bien par ex-rafia &tribüción 2<br />

B<br />

tiempos cuaternarios, a uno y otro lado del Atlántico, o por su = o - s<br />

significación repetidamente invocada en cronoestratigrafía cuaternaria<br />

y en los esquemas generales de evolución-migración.<br />

U<br />

d<br />

1. Chlamys noldosa (no «Pecten») (L.), americana por excelencia,<br />

de las Antillas y costa oriental de los Estados Unidos, se encuentra<br />

también en una localidad aislada y bien lejana, la isla de<br />

Annobom; uno de los autores (J. M.) ha recogido allí, por primera<br />

vez, varios ejemplares completos que, comparados con<br />

ejerr,p!ures americums, bar, resdtud~ idénticm en rnerfubíe<br />

incluso en tamaño. Una especie muy próxima, Chlamys corallinoides<br />

(D'Orbigny), que no se diferencia de la anterior apenas<br />

más que por el tamaño, bastante menor, tiene una distribución<br />

complementaria y antitética -como una ensambladura o un par<br />

machihc~bra-, pes se. enc~entru en !as P,mrrs, Canuriuc, Czbo<br />

Verde, Ascensión y Santa Elena, no habiendo sido registrada en<br />

frecuentes recolecciones entre 1963 y 1969 en Fernando Póo, ni<br />

en Santo Tomé y Annobom, ni hallándose en la bibliografía cita<br />

58 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LAS CANARIAS 'EN LA FIMGENIA DE MOLUSCOS 3<br />

alguna de estas islas ni de Príncipe. Si se tratase de una variedad<br />

geográfica, no deja de ser chocante que el tamaño menor corres-<br />

ponda a aguas más frías, cuando la norma general es la contra-<br />

ria; cabe pensar que intervenga el factor profundidad compen-<br />

sando los efectos de la temperatura.<br />

2. Uno de los problemas biogeográficos más sorprendentes,<br />

y de gran resonancia en la bibliografía cuaternarística reciente, lo<br />

plantea la presencia de la Calyptra (Trochatella) trochiformis<br />

Gmelin -Trochtta trochiformis de la escuela americana- y la<br />

Acanthina crasszíabrum Lamarck en el Pleistoceno inferior de Ma-<br />

rruecos (Lecointre 1952: pp. 108 y 123), especies que son conoci-<br />

das actualmente de la costa pacífica (!) de América del Sur, por<br />

lo que Lecointre llama a esta asociación «chile-peruana». La pri-<br />

mera de las especies citadas ha sido encontrada fósii tambien<br />

.en Cabo Verde, las Bahamas y Congo (Kinshasa), lo que excluye<br />

la posibilidad de un mero fenómeno local de convergencia (re-<br />

curso muchas veces real, otras cómodo), debida a semejanza de<br />

condiciones ambientales.<br />

3. El Strombus, con una única especie en la vertiente orien-<br />

tal del Atlántico, S. bubonius Lamarck, está bien representado<br />

.en América atlántica con alrededor de una decena de especies<br />

distintas.<br />

Strombus bubonius se encuentra actualmente sólo en las cos-<br />

tas del Golfo de Guinea, desde Angola a Senegal, y en las Islas<br />

de Cabo Verde, Fernando Póo, Príncipe, Santo Tomé y Annobom<br />

(Meco 1967, VI Congreso Panafricano de Prehistoria y Cuaterna-<br />

rio), y se le tiene por fósil característico del Tirreniense Medi-<br />

terráneo.<br />

Se ha llamado la atención sobre su ausencia en el Cuaternario<br />

.de Marruecos (Lecointre 1952: p. 110) y su presencia en las for-<br />

maciones costeras de las islas de Fuerteventura y Lanzarote da-<br />

tadas como cuaternarias (F. Fernández-Pacheco 1968, Symposium<br />

sur les ressources vzvants du Píateau Continentai africain du<br />

.Detroit de Gibraltar au Cap Vert). Es bien chocante que dos for-<br />

maciones del mismo período y geográficamente tan próximas di-<br />

fieran tan radicalmente en lo que se refiere a esta especie y la


4 JOAQUfN MECO Y EMILIANO AGUIRRE<br />

fauna acompañante, que actualmente ocupa una longitud de costa<br />

de más de tres mil kilómetros más los archipiélagos, y en el<br />

Tirreniense mediterráneo ocupaba una extensión no menor.<br />

A pesar de que no existe ninguna especie común a ambos<br />

lados del Atlántico, las formas de uno y otro lado están estrechamente<br />

emparentadas. Varios rasgos que caracterizan diversas<br />

especies americanas se encuentran en Strombus bubo~~ius espor5dicamente<br />

en individuos adultos y normalmente en estadios<br />

juveniles o inmaduros de su ontogenia. Esto nos plantea un doble<br />

problema: primero, las posibilidades de comunicación o migraciones<br />

transatlánticas, y segundo, la localización geop-áfica<br />

del origen de S. bubonius.<br />

Las corrientes han debido tener una gran importancja en la<br />

distribución de los moluscos y sus migraciones, no simplemente<br />

como medio de transporte, sino como pasillo ecológico abiertw<br />

a las especies como continuidad de su medio propio, aun cuando<br />

sólo sea en algunos estadios de su ciclo biológico, y entonces el<br />

problema queda reducido a cantidad de kilómetros que una fase<br />

larvaria nadadora puede recorrer en alta mar antes de hacer<br />

vida semisedentaria en la costa. Hay que tener esto presente<br />

cuando se trate la cuestión de posibles tierras atlánticas emergidas.<br />

El parentesco morfológico de los Strombus de uno y otro<br />

lado del Atlántico no puede en absoluto explicarse sin un próximo<br />

antecesor capaz de cruzar el océano, bien por estar excepcionalmente<br />

dotado para ello, bien porque las condiciones geográficas<br />

fueran distintas: corrientes, plataformas continentales<br />

emergidas, islas-puente, etc. Es mucho más problemática la hipótesis<br />

de esa cualidad singular no heredada por ninguna de las<br />

especies actuales, que la de los cambios geográficos sugeridos.<br />

Ahora bien, ¿en qué sentido se verificó el cruce del Atlántico?,<br />

o, dicho de otro modo, ¿las especies americanas de Strombus<br />

proceden del lado Este del océano, o la especie oriental desciende<br />

de una forma americana?<br />

Si ei origen ciei S. bubonius estuvo en una especie de América,<br />

habría que suponer que sólo una especie americana, y no las<br />

otras, pudo cruzar el océano, lo cual sería muy difícil de probar;<br />

a menos que el paso del Atlántico de Oeste a Este tuviera lugar<br />

60 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


US CANARIAS EN LA FIMGENIA DE MOLUSCOS 5<br />

cuando en América no viviera sino una sola especie, cuya descen-<br />

dencia hubiera permanecido homogénea y sin diferenciar en el<br />

Atlántico oriental, mientras que se habría diversificado posterior-<br />

mente en las costas occidentales para dar la diversidad de espe-<br />

cies actuales de aquel lado, por una fragmentación tardía (casi<br />

«repentina») del medio ecológico.<br />

Aparte de la dificultad que presenta la hipótesis de una frag-<br />

mentación del medio cuasi-repentina y gratuita, esto es, indepen-<br />

dientemente de la evolución de las faunas y determinante de<br />

.ésta, y ello sólo en un lado del océano, sería preciso 2ncontrar<br />

en el lado occidental, ya viviente, ya fósil, la forma original, poli-<br />

morfa, variable, indiferenciada, esto es, el antecesor común, con<br />

rasgos comunes en algún estado.<br />

Si, en cambio, la forma original fue euro-africana, hay que<br />

suponer que alcanzaría una gran dispersión de ia especie, que<br />

prosperaría en las aguas cálidas de este lado del Atlántico, ex-<br />

tinguiéndose luego, o perviviendo más o menos modificada en<br />

algunos rasgos y en un habitat más o menos reducido.<br />

En este punto nos llama enseguida la atención el que en las<br />

costas Atlánticas ciei Viejo Mundo se da una única especie muy<br />

variable, de habitat extenso, y que coincide quizá específicamen-<br />

te con la forma miopliocena Strombus coronatus, mientras que<br />

en las costas americanas viven diversas especies que presentan<br />

unas diferencias entre sí más acusadas que las que distinguen<br />

algunas de ellas de la especie occidental. Hay que señalar tam-<br />

bién que las especies del Atlántico americano tienen un límite<br />

más estrecho de variabilidad, son más especializadas y sus ca-<br />

racteres están más fijados y separados. Recordemos por último<br />

.que varios de estos caracteres, separados hoy en las formas ame-<br />

ricanas, se haiian aun reunidos, aunque como esbozos y en eda-<br />

des infantiles, en el S. bubonius.<br />

Esta condición se ajusta al esquema evolutivo descubierto<br />

por Vavilov (1926) en la especiación geográfica de las gramíneas,<br />

y redescubierto por Bovey (1934) para los insectos, y posterior-<br />

mente repianteado por Bianc en su teoria de ia «etnoiisis» para<br />

la difusión-evolución de las culturas.<br />

Según Vavilov, los «centros genéticos~ o áreas de origen se<br />

caracterizan por una población extensa, con gran intercambio<br />

Núm 17 (1971) 61


6 JOAQUÍN MECO Y EMILIANO AGUIRRE<br />

genético, y por tanto con gran número de individuos, variable,<br />

polimorfa, rica en alelomorfos y genes antiguos, con abundancia<br />

casi exclusiva de dominantes. En el fervor expansivo de estas<br />

formas, se destacan poblaciones «periféricas», que se caracterizan,<br />

al contrario, por menor número de individuos, menor número<br />

de alelos que las hacen más homomorfas y especializadas,<br />

con manifestación y progreso de genes nuevos y recesivos gracias<br />

a la endogamia y al eventual éxito adaptativo en medios<br />

nuevos, los cuales, no tanto por sí mismos y por su naturaleza<br />

geográfica (como ya señalara Darwin), sino por la diversidad<br />

naciente de las pequeñas comunidades que los colonizan, quedan<br />

más compartimentados y diferenciados. El aislamiento de éstas<br />

entre sí y con el origen acaba haciéndolas especies nuevas. a<br />

N<br />

Es curioso que este esquema evolutivo fue señalado por Dar-<br />

E<br />

-..<br />

win en ei archipiélago de Los Gdápagos


LAS CANARIAS EN LA FILOGENIA DE MOLUSCOS 7<br />

En cuanto al Strombus bubon~us, pues, lo más probable es<br />

que haya seguido el camino de Colón. Por lo demás, el asomarnos<br />

a estos pequeños problemas de la distribución actual de las<br />

especies de algunos moluscos y de su paleoecología, nos plantea<br />

nuevas cuestiones, pendientes de nuevos estudios en esta especialidad,<br />

pero que apuntan también a nuevas investigaciones necesarias<br />

sobre el océano como medio condicionante de la evolución<br />

biológica y de la distribución de la vida en los continentes,<br />

con un papel muy especial de los archipiélagos como e1 Canario.<br />

BLANC, A. C.:<br />

BIBLIOGRAFIA<br />

1943 Cosmolzsi Interpretazzone genetzco-storzca delle entzta e deglz ag-<br />

grupamentz bzologicz ed etnologzci. «Riv. di Antropologian, t. XXXIV.<br />

Roma.<br />

BOVEY, P.:<br />

1941 Contrzbution a l'étude génétique et biogéographique de ~Zygaena<br />

ephialtes». «Rev. Suisse de Zoologie», 48, 1. Ginebra.<br />

LECOINTRE, G.:<br />

1952 Recherches sur le Néogene et le Quaternaire marzns de la c6te atlantique<br />

du Maroc «Notes et memoires du ser. geol. du Maroc», núm. 99.<br />

1968 Sur la Migratzon des Mollusques du Golfe des Faluns dans les temps<br />

post-mtoc&zes. Compte Rendu du Colloque International pour l'étude<br />

du Néogkne Nordique (France, 1965). «Mem. de la Soc. Geol. et<br />

Mineralogique de Bretagne», 13, p. 81.<br />

VAVILOV, N. 1..<br />

1926 Studzes on the ortgzn of cultivated pants. «Bull. Appl. Botany and<br />

Plant Breding», XVI, 2, Leningrad.<br />

Núm 17 (1971)


ETNOLOGIA


DIFUSION Y EVOLUCION :<br />

ESTADO DE LA CUESTION EN ANTROPOLOGIA<br />

POR<br />

OARRXEL-0 LISON TOLOSANA<br />

Seria dificil encontrar a un mediocre escolar que no asocie<br />

el nombre de Charles Robert Danvin (1809-1882) con el Evolu-<br />

cionismo. También es difícil encontrar a eruditos, no especiali-<br />

zados en teoría evolutiva, que puedan ubicar en el nicho que le<br />

corresponde el hallazgo danviniano. Y en tercer lugar será tam-<br />

bién de difícil expiicacion para íos difusionistas a lo tradicional<br />

el siguiente hecho: desde 1835 a 1858, Danvin sopesó y ponderó<br />

en su gabinete de estudio su teoría evolutiva. Sus pensamientos<br />

los comunicó sólo a unos pocos amigos íntimos. En 1858, el<br />

naturalista Alfred Russel Wallace le envió un manuscrito. Estoy<br />

seguro de que Danvin palideció al leerlo: jallí, puesta en papel,<br />

estaba su teoría descubierta también, independientemente, por<br />

otro! Enseñó las páginas a sus amigos (T. H. Huxley entre ellos),<br />

los que, conociendo las ideas sobre el tema de Darwin, le ins-<br />

taron a la escritura y publicación de On the Origzn of Species,<br />

que apareció ai año siguiente, en í85Y. ¿Se trata de una coin-<br />

cidencia extraordinaria? Ni mucho menos. Es algo normal y de<br />

fácil explicación en Antropología. Al mismo tiempo y por in-<br />

ventores independientes se inventó o descubrió el telescopio, el<br />

teléfono, la máquina de vapor, el Polo Norte, la fotografía, la<br />

anestesia, ia fisión de ia energia nuclear, etc. Y me refiero sóio<br />

a hechos bien documentados.<br />

Pero volvamos a Danvin y al Evolucionismo porque el fenó-<br />

meno es interesante y complejo. Cuando el británico comenzó


2 CARMELO LISON TOLOSANA<br />

a incubar sus ideas, enclocaban ya, independientemente, los daneses.<br />

Una comisión científica danesa estableció en 1836 -atención<br />

a las fechas- una secuencia evolutiva que iba de la Edad<br />

2de Piedra a la de Bronce y después a la del Hierro. El alemán<br />

Gustav Klemm (1802-1867), por su parte y casi al mismo tiempo,<br />

escribió sobre la evolución progresiva humana, distinguiendo<br />

tres estadios que van desde el salvajismo -Wzldheit- a la domesticidad<br />

-2ahmheit-, para culminar en la libertad1. Otro<br />

alemán, Theodor Waitz (1821-1864), trató de explicar -antes<br />

que Danvin- que el progreso evolutivo humano dependía de<br />

las condiciones naturales y sociales de los grupos humanos *. El jurista<br />

suizo Johann Jacob Bachofen (1815-1887) pronunció un discurso<br />

en la XVI Asamblea de Filólogos alemanes (Stuttgart) con<br />

el título Vom Weiberrecht o el reinado de la mujer. En esta<br />

.m-,<br />

disertación, que tuvo iugar en lam, y por tanto anterior a la<br />

publicación darwiniana, expresó, en trilogía esquileana, el combate<br />

entre la ginecocracia y el patriarcado. En este finísimo<br />

análisis evolutivo están condensadas las ideas que más tarde<br />

vertió en su Das Mutterrecht (Basilea, 1861). En este mismo<br />

año vio la luz Ancrenr Law (Londresj, de Eenry Iames Sumner<br />

Maine (1822-1888), obra en la que se esfuerza en demostrar, en<br />

esquema evolutivo, que las instituciones legales nuestras son el<br />

resultado del desarrollo histórico. La ironía enlaza a estas dos<br />

obras publicadas el mismo año: frente al hetairismo y matriarcado<br />

expuesto en Das Mutterrecht, defiende Maine la forma patrilineal-patriarcal<br />

como primera en la familia. Pero lo que interesa<br />

subrayar es que todas estas cabezas, a la vez y en distintas<br />

geografías, trabajan en el mismo sentido. El momentum<br />

cultural -como en los inventos simultáneos y en independencia,<br />

logrados en torno a estas mismas fechas- io hacía inevitable.<br />

¿Podía quedar la naciente Arqueología al margen del incipiente<br />

ímpetu evolucionista? En modo alguno. Frere (1800),<br />

Christol y Serres antes de 1830, Tounal (1833), Boucher de Perthes<br />

(í8363, etc., io presentían. La obra decisiva, no obstante,<br />

1 Allgemezne Kultur-Geschtchte der Menschhezt. 1: Dte Eznleztung und<br />

dze Urzustande der Menschheit enthalten. Leipzig, 1843<br />

2 Anthropo2ogze der Naturvolker Leipzig, 1858-71<br />

68 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


es debida a Charles Lyell: The Geological Evzdences of the<br />

Antiqutty of Man (Philadelphia, 1863). Partidario de la struggle<br />

and progress, conjugó elegantemente la geología, arqueología y<br />

etnología para demostrar la contemporaneidad de fósiles, ani-<br />

males e instrumentos. El hombre existía ya en el Paleolítico.<br />

Tres años después -1865- aparece Researches into the Early<br />

History of Mankind aizd the Development of Czvzlization (Lon-<br />

dres), de Edward Burnett Tylor (1833-1917), magnífico manual<br />

con excepcional riqueza de datos, en el que aborda evolutiva-<br />

mente el origen del fuego, mitos, lengua, instrumentos, escritu-<br />

ra, matrimonio, etc. Sobre el matrimonio también, y en el mis-<br />

mo año, apareció Primttzve Marrzage (Edinburgo, 1865), del abo-<br />

gado escocés John McLenan (1827-1881). El escocés establece<br />

un esquema evolutivo que va desde la indiferencia ante nor-<br />

mas matrimoniales a la poliandria, a la captura de mujeres y a<br />

la poliginia. La matrilinealidad precedió a la patrilinealidad,<br />

como no podía ser menos según la lógica de su esquema.<br />

Además de Tylor, John Lubbock (1834-1913) escribió sobre<br />

la evolución de las ideas religiosas 3. Denomina extrañamente aE<br />

primer estadio religioso con el nombre de Ateísmo, por el que<br />

significa carencia de ideas concretas sobre la Divinidad. Siguen<br />

en su esquema el Fetichismo, el Totemismo y la Idolatria; de<br />

aquí pasa a referirse a la Divinidad como un ser creador de la<br />

naturaleza y termina con el período en que moralidad y religión<br />

se combinan para formar un conjunto. James George Frazer (1854-<br />

1941) ofrece en su The Golden Bough un monumental esfuerzo<br />

para recorrer todas las avenidas que sugieren que nuestro mono-<br />

teísmo es el resultado evolutivo de anteriores estadios pnmi-<br />

tivos 4.<br />

Los instrumentos, el parentesco, la ley, el matrimonio, las<br />

creencias religiosas, las especies animales y el hombre en conjun-<br />

to evolucionan según etapas que cada uno de estos autores -y<br />

3 Pre-Histovic Tzmes as Illustvated by Ancient Remains and the Man-<br />

:te- axd Custcms cf A4~dern Sav~ges. Le~den, !M5, iiew Yerk, 1872.<br />

The Ovigin of Civzlizatzon and the Prirnitive Condition of Man. Mentar<br />

and Soczal Condztzon of Savages London, 1870.<br />

4 El primer volumen apareció en 1890, y el duodécimo y último<br />

en 1915.<br />

Núm 17 (1971) 69,


4 CAEMELO LIS6N TOLOSANA<br />

a su modo- va describiendo. Cada uno de ellos se especializa<br />

en investigar el progreso en un aspecto o segmento, institución<br />

o parcela humana o natural. de al taba una visión sintetizadora,<br />

grandiosa y audaz, de conjunto. Y no podía hacerse esperar: la<br />

agudeza mental de Lewis Henry Morgan (1818-1881) nos la regala<br />

con su impresionante Ancient Soctety (Nueva York, 1877). Para<br />

Morgan, las etapas evolutivas de la Humanidad son de una clari-<br />

dad de mediodía veraniego, puesto que todavía se pueden obser-<br />

var en la actualidad; éstas son el salvajismo, la barbarie y la<br />

civilización. El primero lo subdivide en inferior (infancia del<br />

hombre), en medzo (uso del fuego y la pesca) y superior (empleo<br />

de la flecha y del arco). A idéntica desmembración somete el<br />

segundo período: znferior (cerámica), medio (domesticación de<br />

animales) y superzor (hierro). La civilización comienza con el<br />

n IFoLP+~<br />

iCI'L4"L-'V.<br />

He presentado, por una parte, un esbozo de silueta evolutiva<br />

como antecedente al estado del problema en la actualidad antropológico-social,<br />

pero por otra parte, y de paso, he hecho resaltar<br />

un fenimeno: e1 de la investigación independiente. Voy a<br />

detenerme un poco en el significado de estas dos perspectivas<br />

para que mejor resalten otras, sus complementarias concretamente.<br />

El evolucionismo decimonónico, también conocido como Suprahistoria<br />

y Teoría del progreso, parte y descansa en ciertas<br />

asunciones básicas. He aquí los núcleos principales: 1) Los evolucionistas<br />

buscan determinar científicamente los períodos universales,<br />

en tiempo y espacio, del desarrollo cultural. 2) En toda<br />

seriación hay que comenzar por el principio; es, por consiguiente,<br />

primnrdiai indagar sobre 1 ~s orígenes de 10s fenóme_n_n- e instituciones<br />

socioculturales. 3) El común acervo de rasgos mentales<br />

propios de la Humanidad -su unidad psíquica- explicará no<br />

sólo el origen independiente de los elementos culturales, sino<br />

también la extensión espacio-temporal de la seriación. 4) Esta<br />

~iene determinada por los arque6logos; ahora bien, la Arqueología<br />

presenta limitaciones: {Cuáles eran los modos de vida y<br />

creencias correspondientes al período denominado del Bronce, o<br />

de la Piedra? {Eran fetichistas o animistas? {Monógamos o ma-<br />

70 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTlCOS


~rilineales? 5) Cometido del antropólogo es rellenar cada una de<br />

estas etapas arqueológicas con las formas de parentesco, creencias,<br />

modos de vida, instituciones, etc., que les corresponden.<br />

.6) Metodológicamente, tiene que servirse de datos etnográficos<br />

de culturas vivas y de documentos históricos. Así aparece el<br />

Método comparativo. 7) Para lo primero hay que asumir que<br />

diferentes culturas observables en el presente representan diversos<br />

estados en la evolución general; en otras palabras, la técnica<br />

consiste en interpolar en el pasado las culturas primitivas actuales.<br />

8) El esquema interpretativo que se obtiene con esta interpolación<br />

y trasiego de toda clase de datos etnográficos es éste:<br />

las culturas evolucionan a través de períodos similares para<br />

.desembocar en estados similares. La evolución es pr&g-esiva,<br />

lineal y descansa, en gran parte, en la inventiva -invención-,<br />

inherente a la comunidad o unidad psíquica humana.<br />

Y éste, el de la invención, es el segundo punto planteado. Voy<br />

a exponerlo en un contexto actual para enfocarlo mejor. En<br />

.enero de este año, dos ingenieros sudafricanos, T. Stermin y<br />

G. Zabbia, hicieron funcionar en Cape Town un motor de gasolina<br />

durante cinco minutos. Pero sin gasolina. Alimentaron el<br />

motor con agua de grifo. Entonces mismo se enteraron de un<br />

invento español, casi totalmente idéntico, y claro está, se apresuraron<br />

a patentar el suyo. La pregunta pertinente en ése y<br />

similares -muy numerosos- casos, es la siguiente: ¿Cuáles son<br />

las circunstancias que los producen y10 retardan? ¿De dónde<br />

y cómo proviene la inspiración? Tensiones, conflictos, fama, ri-<br />

,queza, curiosidad, etc., pueden actuar, sin duda ninguna, como<br />

instigadores; pero los motivos individuales no son suficientes.<br />

Es necesario analizar las condiciones culturales favorecedoras de<br />

la innovación. Homer G. Barnett se ha preguntado con lucidez:<br />

¿Cuál es la naturaleza de la invención y cuáles las condiciones<br />

en que tiene lugar? ¿Por qué unas innovaciones son aceptadas y<br />

rechazadas otras? En los capítulo 11 y 111, que titula The Cultural<br />

Background, da la respuesta5 que reproducen los manuales<br />

5 Innovatzón: the Basis of Cultural Change. New York, 1953. Los epí-<br />

grafes del capítulo 11 son: The Accumulation of Ideas, The Concentra-<br />

tion of Ideas, The Collaboration of Effort, The Conjunction of Differen-<br />

ces, The Expectation of Change. Un libro clásico es el de Otis T. Mason:<br />

Núm 17 (1971) 71


6 CARMEM LIS6N TOMSANA<br />

de antropología. A mayor riqueza de posesiones culturales, a un<br />

mayor, más amplio y dilatado horizonte cultural, corresponde<br />

un milieu de mayor y más densa potenciación de creatividad. El<br />

clima cultural, la organización político-social, la densidad de<br />

población, la carestía y privación proveen la base condicionante<br />

del invento. De la misma manera que a cierto nivel la afluencia,<br />

la prosperidad y la pobreza entorpecen la originalidad innova-<br />

dora.<br />

Todo esto quiere decir que dos o varios grupos humanos con<br />

similar clima socio-cultural están en inmejorables condiciones<br />

para repetir independientemente y en torno a las mismas fechas,<br />

idéntico invento. El origen simultáneo prueba que en la inven-<br />

ción hay algo más que agilidad mental individual, que esto no<br />

es todo, que en realidad no es lo más importante. Modos de<br />

vidi, fmmic de pensamiento; tipos de problemas planteados,<br />

circunstancias y tendencias concretas del sistema socio-cultural,<br />

comunes problemas a resolver, etc., empujan a ciertas cabezas<br />

en determinadas direcciones, y entonces, partiendo de la combi-<br />

nación de condiciones similares, producen paralela e indepen-<br />

dientemente, y, In que es más importante; casi inevitablemente,<br />

la misma innovación. Aplíquese todo esto al ejemplo del coche<br />

movido por agua y veremos que difícilmente podría presen-<br />

tarse el fenómeno de otra manera.<br />

He expuesto, en forma telegráfica, los primeros pasos de la<br />

disciplina. Pero sólo una vertiente. Pronto se desarrolló otra<br />

corriente, antievolucionista, conocida en la historia de la disci-<br />

p!im cm la etiqueta general de rdifusionista, que voy a presen-<br />

tar brevemente. El alemán Adolf Bastian (1826-1905) padecía de<br />

fiebre viajera y consagró su vida a la andanza. Para soslayar e!<br />

The Origzns of Znvention: A Study of Industry among Primitzve Peoples,<br />

1." edición. Londres, 1895. Tengo a la mano la de M. 1. T., 1966. Vale la<br />

pena también hojear ei capituio VI11 ae Anthropoiogy, New York, i937,<br />

y The Principie of Limited Possibzlities in the Development of Culfu-<br />

re, núm. 26, págs. 259-290, 1913, en el aJournal of American Folklore»,<br />

ambos de A. Goldenweiser. La bibliografía es abundosa.<br />

72 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


lado económico, se hizo cirujano de barco. Equipado con sus<br />

estudios en cinco universidades, comenzó sus travesías. Pronto<br />

le llamó la atención la «similaridad de ideas» en cuanto a cosmología,<br />

creencias, cosmogonía, conceptos religiosos, etc., que<br />

encontraba en todas partes, lo que atribuyó a la «unidad psíquica<br />

del género humano». De estas premisas deduce que el género<br />

humano crea Elementargedanken similares en todas partes. Pero<br />

junto a estas ideas elementales, básicas y comunes, no puede<br />

menos de constatar las diferencias culturales que se descubren<br />

'al primer golpe de vista. Estas son debidas a milzetlx, factores<br />

ecológicos, económicos, a tiempos y lugares diferentes, en una<br />

palabra. De aquí su concepto de «provincias geográficas)) que se<br />

traducen, más tarde, en las «áreas culturales» de los difusionistas<br />

6. Su contemporáneo Friedrich Ratzel (1844-1904), fundador<br />

de !a antropugeografia, no comparti6 !a misma perspectiva cien=<br />

tífica. Parte del postulado de que la gente es muy poco inventiva;<br />

de aquí deduce que los rasgos culturales han sido inventados<br />

por individuos en muy pocos sitios. La difusión de elementos<br />

y las migraciones explican la extensión geográfica de esos eleiiieiitvs<br />

y feiiSmeEGs. -:-;l"-:A-A-c nnnfintr-d-r ori +;nmmnc<br />

aa auuual LUUUL~ UIILUIILI UUUJ LII u b u r y u i ><br />

y espacios diferentes se deben a la difusión. Busca los criterios<br />

que la definen y elabora los conceptos de centros o núcleos principales<br />

-productos de cultura y desde los que se expande- y<br />

zonas marginales o grupos periféricos que, por no estar en contacto<br />

con los primeros, permanecen estancados culturalmente.<br />

Vierte en mapas la distribución geográfica de las culturas y analiza<br />

las condiciones de su grado de reposo o desarrollo cultural<br />

en términos de sus criterios, de variables geográficas, de contacto<br />

y aislamiento 7.<br />

6 Entre sus obras destacan: Der Mensch zn der Geschzchte. Leip-<br />

zig, 1860. Das Bestandtge in den Menscherassen, und dze Spielweite ihrer<br />

Veranderlzchkezt. Berlín, 1868. Der Volkergedanke im Aufban ezner Wzs-<br />

senschaft vom Menschen. Berlín, 1881. Ethnzsche Elementargedanken zn<br />

der Lehre vom Menschen. Berlín, 1895. A su esfuerzo se debió un museo<br />

y la revista ~Zeitschrift fur Ethnologie)).<br />

7 Volkerkunde, tres volúmenes publicados de 1865 a 1888, resumidos en<br />

dos y publicados en Leipzig y Viena, 1894-95. Anthropogeographze, vol. 1,<br />

1882; vol. 11, 1899. Stuttgart.<br />

Núm 17 (1971) 73


8 CARMELO LIS~N TOLOSANA<br />

Discípulo de Ratzel fue el explorador africanista Leo Frobe-<br />

nius (1873-1938). Partiendo de ciertos elementos de cultura ma-<br />

terial (vestidos, escudos, casas, máscaras, etc.), analizó las simi-<br />

laridades entre Africa Occidental, Indonesia y Melanesia. Su Die<br />

Weltanschauung der Naturvolker fue duramente criticada por<br />

Boas. En 1898 comenzó a publicar en Berlín Der Ursprung der<br />

Afrikanischen Kulturen, obra en la que define los círculos o<br />

áreas culturales -Kulturkrezse-. Su aportación difusionista<br />

consistió en subrayar que no son sólo particulares elementos<br />

culturales los que viajan, sino que son también complejos con-'<br />

juntos culturales los que se ponen en movimiento. Esta idea<br />

fertilizó en Fritz Graebner (1877-1934) y en su discípulo B. An-<br />

kermann 9. El primero comenzó el siglo estudiando concienzuda-<br />

mente los conceptos subyacentes a las Kulturkreise 'O, pero fue en<br />

su obra Die Methode der Ethnologie l1 donde formuló los concep-<br />

tos básicos difusionistas. El quehacer primordial del etnólogo<br />

debe consistir en trazar histórica y geográficamente las combina-<br />

ciones de complejos o áreas o círculos culturales primigenios<br />

que han servido de matriz para todo desarrollo cultural ulterior.<br />

De estos pocos núcleos culturales: localizados en el Viejo Mundo.<br />

se difundieron específicos rasgos culturales formando síndro-<br />

mes. ¿Pruebas? Los criterios de forma o cualidad y cantidad lo<br />

demuestran. El primero, llamado de forma por Graebner y de<br />

cualidad por Wilhelm Schmidt (1868-1954), ha sido formulado<br />

así: «Las semejanzas entre dos elementos culturales que no pro-<br />

vienen automáticamente de la naturaleza, del material o propó-<br />

sito de los rasgos u objetos, debe interpretarse como resultado<br />

de la difusión, no importando la distancia que separa a las dos<br />

culturas» lZ. El criterio de cantidad postula que varias similari-<br />

8 Weimar, 1898.<br />

9 Este escribió Kulturkrezse und Kulturschichte in Ozeanien und Afrzka,<br />

en «Zeitschrift £ur Ethnologien, vol. 37, págs. 54-84, 1905.<br />

10 En 1903 publicó Kulturkreise und Kulturschichten zn Ozeanien, en<br />

azeitschrift für Ethnologie)), núm. 37, págs. 28-53.<br />

ti ~eicieiberg, í9ii. Más tarde, en i924, dio a la imprenta Das Weiibiia'<br />

der Prirnztzven. Munich, Reinhard.<br />

12 M. Harris: The Rtse of Anthropologzcal Theory. Londres, 1968, página<br />

384. En las líneas y cita que siguen reproduzco a Harris.<br />

74 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


dades prueban más que una sola. En cuanto al de forma, la for-<br />

mulación primera se debe a William Robertson en 1777 13. Los<br />

dos criterios -que no gozan de vigencia entre los antropólogos<br />

desde hace décadas- son considerados por Harris como purely<br />

scholastzc, porque «¿cómo puede uno distinguir elementos cul-<br />

turales que provienen de la naturaleza, material o propósito de<br />

un rasgo u objeto, de los elementos que son arbitrarios?» Los que<br />

aprueban la validez científica de esos cnterios pueden intentar<br />

responder a esta pregunta: «¿Es la patrilinealidad un aspecto<br />

inherente o arbitrario de la patrilocalidad? Para poder separar<br />

los aspectos arbitrarios de los inherentes es necesario poder<br />

.especificar las condiciones nomothéticas bajo las cuales se dan<br />

.esos rasgos -precisamente lo que el movimiento Kulturkreise<br />

soslayó cuidadosamente» 14. Como los Kreise del P. Schmidt son<br />

bien conocidos, los paso por alto ".<br />

Paralela al difusionismo vienés-alemán se desarrolló en In-<br />

glaterra una forma extrema o hiperdifusionista, calificada por<br />

J. Poirier de cscience-fiction; ou, tout au moins, de roman scien-<br />

tifique» 16. W. H. R. Rivers (1864-1922) fue uno de los primeros<br />

británicos en reaccionar contra el evoiucionismo antropoiógico.<br />

Para explicar los contrastes etnográficos entre Polinesia y Mela-<br />

nesia decidió que las características peculiares eran efecto de<br />

sucesivas oleadas de inmigrantes. La difusión de rasgos explicaba<br />

las divergencias 17. Mucho más radicales fueron Grafton Elliot<br />

13 The History of Amerzca, págs. 652-53, según la edición de Phila-<br />

delphia de 1812.<br />

14 Goldenweiser en Hzstory, Psichology and Culture. New York, 1933,<br />

advierte que aún en los casos de identidad de forma hay que tener en<br />

cuenta el paralelismo o invención independiente. En su law of limited<br />

possibi:iiies iiisisie eii qte las condiciunes iiatüraks Ziiiian las seixe-<br />

janzas de las formas culturales.<br />

15 También es conocida por lectores españoles la audaz síntesis de<br />

.evolucionismo y difusionismo de Georges Montandon: L'Ologénese cultu-<br />

relle Traité d'ethnologie cyclo-culturelle et d'ergologie systématiquec<br />

París, 1934. W. Schmidt, además de su monumental Der Ursprung der<br />

Gottesidee en 12 vulúmeii~s, MUnsier 1926-55, colabür6 cüii Küppers en<br />

Volker und Kulturen, publicado en 1924. Habbel, Regensburg.<br />

16 Pág. 48, Histoire de la Pensée ethnologique, en Ethnologze Générale,<br />

J. Poiner, ed., Gallimard, 1968.<br />

17 The History of Melaneszan Society. Cambridge, 1914.<br />

Núm. 17 (1971) 75


Smith (1871-1937) y W. J. Perry. El primero fue profesor de<br />

Anatomía, de 1900 a 1909, en El Cairo; allí examinó los<br />

esqueletos de las momias extraídas en excavaciones y se enamoró.<br />

de la antigua civilización egipcia. Junto con Perry defendió que<br />

en torno al 6000 antes de nuestra Era se originaron la mayor<br />

parte de las creaciones culturales humanas en Egipto. Desde<br />

aquí y a través de migraciones, préstamos, pérdidas, combina-<br />

ciones, etc., se expandieron a todo el mundo 18. En la historia de<br />

la Antropología, esta posición panegipcia es conocida bajo la<br />

etiqueta «Escuela Heliocéntrica» o de Manchester. C. E. Joel<br />

pretende, desde su revista ~The New Diffusionist~, dar nuevo<br />

ímpetu a los arrinconados enfoques de la escuela difusionista lg.<br />

Las proezas de Thor Heyerdahl, notablemente su expedición<br />

Ra B, tienen el mismo propósito.<br />

E! concepto de área cdt~ra! se Utft~ndx5 tzmhién entre los<br />

antropólogos americanos. Pronto se dieron cuenta de la rápida<br />

desaparición de la especificidad cultural entre sus primitivos ante<br />

el contacto cultural. ¿Cómo investigar la peculiaridad y similaridades<br />

de cada grupo? A través de la importación del concepto<br />

de área. c.sl!:üra!. ler~ en AmCrira, e! difusimismn inma una<br />

nueva vertiente: los antropólogos quieren perfilar y cuantificar<br />

la difusión. Clark Wissler investigó la difusión americana del<br />

caballo en Influence of the Horse in the Development of Plain<br />

Culture 21. Pero su obra cumbre sobre la etnología india americana<br />

es The Amerzcan IndianU; más tarde conceptualizó la idea de<br />

«centro cultural), desde el que se expanden los elementos culturales<br />

según una «ley de difusión» en la que se basa el «principio<br />

de área temporal» o «área edad». Este principio descansa sobre<br />

18 Smith escribió The Mzgratzons of Early Cuíture Manchesrer, i9i5.<br />

Zn the Begznning. The Orzgzn of Czvllization. New York, 1928 The Dzffu-<br />

szon of Culture London, 1933. Perry es el autor de The Chzldren of the<br />

Sun. London, 1923.<br />

19 Han aparecido dos números, el primero en octubre de 1970 y el<br />

segundo en enero de 1971.<br />

20 The Ra Expedztions. Allen and Unwin, 1971.<br />

a ~American Anthropologist», XVI, núm. 1, 1914, págs. 1-25.<br />

* Subtitulada An Zntroduction to the Anthropology of the New World.<br />

New York, 1917.<br />

76 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

c.


la relación espacio-tiempo de un elemento cultural, es decir, a<br />

mayor distancia del centro emisor, mayor tiempo transcurrido y,<br />

por tanto, mayor antigüedad del rasgou. También L. S~ier~~ y<br />

A. L. Kroeber, junto con H. Driver, intentaron cuantificar el difusionismo<br />

25, acumulando impresionantes listas de elementos culturales<br />

para lograr los coeficientes de similaridad. ¿Resultado?<br />

Muy poco, por razones obvias: jcómo se definen las unidades<br />

culturales, por ejemplo?<br />

No obstante, he aquí, en resumen, el balance positivo difusionista:<br />

1) Subrayan un hecho de capital importancia, como es<br />

la transmisión de la cultura. 2) Demuestran la interdependencia<br />

de los culturas. 3) Analizan la difusión, el contacto cultural, la<br />

dinámica transcultural y los fenómenos de regresión cultural o<br />

degeneración. 4) Contribuyen, sin duda ninguna, al desarrollo de<br />

la historia de la cultura, al estudio de la expansión de estilos<br />

artísticos, etc., como repetidamente se ha apuntado. El balance<br />

negativo no es menos largo, ya que parten de postulados endebles:<br />

1) El hombre es poco imaginativo; inventa pocas veces.<br />

2) En términos generales: es poco probable que la invención<br />

ocurra más de una vez. 3) Insisten en la inmigración como prácticamente<br />

el solo agente de difusión. 4) No tienen en cuenta factores<br />

geográficos, psicológicos y estructurales en la dinámica<br />

de préstamos. 6) Antiguos adherentes han desertado de las filas<br />

difusionistas.<br />

cCuál es el estado de la cuestión hoy? Los índices de los ma-<br />

nuales recientes de antropología pueden darnos una pista. En los<br />

de las obras de D. G. Mandelbaum, G. W. Lasker y E. M. Albert 26,<br />

- -<br />

* Tke ReIation of Nature to Man rn Aborzginál Amerlca New<br />

York, 1926.<br />

24 The Sun Dance of the Plaln Indzans. New York, 1921.<br />

25 Quantttative Expression of Cuiturai Reiarionsñzps, Üniversity oi<br />

California Publications in American Archaeology and Ethnology, volumen,<br />

29, 1932, págs 253-423 Para una perspectiva amplia véase R B Dixon<br />

Tke Burldrng of Cultures New York, 1928.<br />

26 Titulada The Teachzng tn Anthropology Berkeley, 1963<br />

Núin 17 (1971) 77


12 CARMELO LIMN TOLOSANA<br />

M. Brodbeck 27, M. E. Spiro 2" G. Lienhardt 29, L. Mair y J. J. Honigmann<br />

31, por citar unos pocos, no aparece para nada la palabra<br />

difusión. Recientemente se ha publicado Echanges et Communz-<br />

cations. Mélanges offertes a Claude Lé~z-Stuauss~~; en estos dos<br />

volúmenes de 1.452 páginas escriben ochenta y dos autores. Pues<br />

bien, ni difusión ni difusionismo aparecen en el índice 33. ES más<br />

significativo todavía lo siguiente: en una obra titulada Theory<br />

in Anthropology 34, sin índice, con cincuenta y tres capítulos, no.<br />

aparece el concepto como lema en ninguno de ellos. Lo que prueba<br />

que los antropólogos no le conceden importancia teórica. Más<br />

aún: en la sección VI, intitulada Ecologia, pág. 393, los autores<br />

del artículo R. F. Murphy y J. S. Steward razonan sobre la acul-<br />

turación as convergent development y tratan de buscar regula- a N<br />

rities of Junctzon and causalzty, lo que está muy lejos del tosco<br />

concepto dihsionista j5. La misma orientacion teórica presenta O n -<br />

el estudio de E. R. Service en la parte histórica; en él trata de<br />

analizar la naturaleza de la asimilación cultural, las condiciones<br />

estructurales, formas y niveles de los procesos de aculturación 36.<br />

{Qué quiere decir todo esto? Que el enfoque del problema, no<br />

- m<br />

O<br />

E<br />

2<br />

E -<br />

sólo la palabra, ha cambiado.<br />

Herkovits ya en 1949 37 subrayó que las cuestiones científica-<br />

3<br />

-<br />

0<br />

m<br />

mente válidas, como son el cuándo, dónde y cómo, quedan sin<br />

E<br />

27 Readings in the Phzlosophy of the Socral Sclences, New York 1968, - E<br />

a<br />

obra en la que precisamente se trata de sopesar los principios nomothé-<br />

2<br />

ticos en las ciencias sociales. n<br />

n<br />

28 Context and Meanzng zn Cultural Anthropology. New York, 1965.<br />

29 Soczal Anthropology. Oxford, 1964. 3<br />

30 An Introductron to Soczal Anthropology, Oxford, 2." edición 1966;<br />

se refiere u! ccficepte 2! h2c-r 12 histcrla & 12 &$~jnlin~<br />

O<br />

31 Personalzty zn Culture. New York, 1967.<br />

32 Mouton, 1970. Está editado por J Pouillon y P. Maranda.<br />

33 Esto no quiere decir que la palabra no aparezca en el texto; la<br />

que al menos indica -y es suficiente- que los compiladores no le conceden<br />

ni esa pequeña importancia.<br />

34 Chicagc, 1968, &S R d. M~mers y D Kap!an<br />

35 El artículo tiene por título Tappers and Trappers Parallel PYOcess<br />

zn Acculturatton, págs 393-408<br />

36 Indian-European Relatzons zn Coloizlal Latzn Arnerzca, págs. 285-293.<br />

37 En Man and hzs Works, New York, pág 525<br />

78 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

O<br />

S<br />

n


esponder satisfactoriamente en los estudios de difusión. Lien-<br />

hardt escribe: «Mucho se ha escrito sobre lo que se llama con-<br />

tacto cultural» en Inglaterra, y «aculturación» en América, pero<br />

como ha observado E. R. Leach en PoZztzcal Systems of HzgZand<br />

Burma (1954), las más de las veces no nos acerca demasiado a la<br />

intelección de lo que realmente pasó cuando pueblos de dife-<br />

rente cultura tienen fronteras comunes. Esto se debe en parte<br />

a que la palabra, según su uso frecuente, «has un zmpossibly wzde<br />

range o/ referemen. Y un poco más adelante: «No son las cul-<br />

turas las que entran en contacto, sino los seres humanos con<br />

diferente educación, posesiones, intereses y expectativas~~~.<br />

J. Beattie después de despachar a los difusionistas en unas pocas<br />

líneas 39, dice en el capítulo sobre el cambio social: «Algunos<br />

antropólogos todavía escriben sobre el cambio social y cultural<br />

como si pudiera ser explicado en términos de difusión de rasgos<br />

culturales». "En América se ha empleado el término acultura-<br />

ción Esta formulación es útil, pero demasiado restringida .<br />

no profundiza suficientemente.. . es inadecuada . porque el cam-<br />

bio social no puede ser adecuadamente entendido como una mera<br />

forma de préstamos ... de rasgos culturales; como expresa me-<br />

tafóricamente Fortes, no pueden considerarse las instituciones<br />

sociales como haces de paja llevados de una cultura a otra. Lo<br />

que encontramos en situación de cambio social es algo nuevo,<br />

aun proceso de reorganización según limites completamente di-<br />

ferentes y específicos»."<br />

Líneas diferentes y específicas son las seguidas por G. y<br />

L. Spindler en las investigaciones sobre la aculturación de los<br />

Menominee. Estudian las relaciones entre las dimensiones socio-<br />

culturales y psicológicas de la aculturación sirviéndose de tests<br />

proyectivos Rorschach y psicogramas ". A los Spindler precedie-<br />

ron con el mismo empeño y orientación Hallowel, MacGregor,<br />

38 O. C., págs. 191 y 192<br />

39 Pág 8 de Other Cultuves Azms, Methods and Achzevements zn So-<br />

czai Ánth~opoiogy Lonclon, ir64 Lo que sigue son ciias de las pAgiiias<br />

242 y 243.<br />

Socio-Cultural and Psychologzcal Processes in Menomznee Accultu-<br />

ratzon. Berkeley, 1955. Male and Female Adaptations in Culture Change,<br />

~American Anthropologist», 60, págs. 217-233, 1958.<br />

Núm 17 (1971) 79


14 CARMEM LISdN TOLOSANA<br />

Billig, Gillin, Davidson, Abel, Hsu, Barnow, Vogt, Wallace y<br />

Caudill, la aculturación simbólica de De Vos, etc., y les han<br />

seguido Beaglehole y Ritchie, quienes, entre otros, han investigado<br />

el aspecto psicológico de las adaptaciones en las situaciones<br />

de aculturación, teniendo siempre como marco referencia1 el<br />

sistema socio-cultural. Naturalmente que este enfoque poco tiene<br />

que ver con el difusionista.<br />

Y sin embargo la difusión, los contactos culturales, se han<br />

producido siempre, en todo tiempo y espacio; ahora también.<br />

Ningún antropólogo por mí conocido lo ha negado. No tendría<br />

sentido; es algo que se palpa y se ve a simple vista. ¿Por qué esta<br />

ausencia del concepto, reinterpretación y rechazo del mismo<br />

en la Antropología moderna? Simplemente porque no es princicio<br />

explicativo. La difusión viene subsumida ahora en categorías<br />

más fértiles científicamente. Veámoslo, partiendo de sorprendentes<br />

avances arqueológicos de máxima actualidad. En estos<br />

últimos meses, antropólogos ingleses se esfuerzan en revolucionar<br />

el enfoque o manera de concebir la Prehistoria europea41.<br />

Conclusiones y creencias sobre el pasado europeo que parecían<br />

estar bien fundamentadas, comienzan ahora a quebrarse en su<br />

base. En primer lugar, recientes avances en datación muestran<br />

que algunos yacimientos prehistóricos son mucho más antiguos<br />

de lo que se pensaba. Pero esto no es todo: estos descubrimientos<br />

cambian nuestra manera de pensar sobre el pasado europeo.<br />

En general, los prehistoriadores han estado de acue~do en admitir<br />

que la mayor parte de los avances en nuestra cultura temprana,<br />

y especialmente los tecnológicos, fueron ocasionados por<br />

desarrollos efectuados en el Próximo Oriente, y que, desde allí,<br />

llegaron por difusión a Europa. Por ejemplo: se ha pensado que<br />

la metalurgia pasó de la antigua civilización sumeria a la civilización<br />

egea, y que de aquí, por el Norte y el Oeste. de los Balcanes,<br />

alcanzó el resto de Europa. La costumbre de enterrar a los<br />

muertos en tumbas monumentales -nos han dicho muchas veces<br />

los arqueólogos- se expandió desde el Mediterráneo oriental a<br />

España. Stonehenge se ha considerado siempre como un producto<br />

41 Voy copiando y resumiendo a Colin Renfrew: Revolutzon zn Pre-<br />

tzzstory, «The Listener», vols. 84 y 85, 1970-71, págs. 897-900, 12-15 y 245-246.<br />

80 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


del Mediterráneo. Esta impresionante construcción ha sido consi-<br />

derada por los mismos ingleses como demasiado excepcional<br />

para que la alzaran los bárbaros habitantes de unas islas.<br />

Pues bien, todos estos puntos de vista, que pueden leerse en<br />

cualquier texto, están en entredicho. Parece ahora que la metalur-<br />

gia empezó antes en los Balcanes que en el Egeo. Las tumbas<br />

megalíticas de Bretaña e Inglaterra fueron construidas con más<br />

de un milenio de anterioridad a las Pirámides de Egipto. Stone-<br />

henge es anterior a la civilización micénica.<br />

{Qué significa, bajo un punto de vista teórico y metodológico,<br />

todo esto? Desde luego que no se trata de una simple alteración<br />

de fechas. La implicación de estos cambios es que toda la estruc-<br />

tura de la prehistoria europea ha sido concebida en error. El<br />

enfoque básico para estudiar el pasado ha sido difusionista; es<br />

decir, se ha partido de la asunción de que los avances e innovacio-<br />

nes en Europa son el resultado de la difusión de ideas e instru-<br />

mentos provenientes del Próximo Oriente. Este enfoque, repito,<br />

está ahora en entredicho. Quizá se ha construido la prehistoria<br />

sobre una falsa premisa.<br />

El ejemplo -demasiado inquietante- pone de reiieve en toda<br />

su crudeza la dialéctica entre las fuentes internas y las fuentes<br />

externas del cambio; y algo más: la endeblez de los viejos con-<br />

ceptos de difusión y aculturación como principios nomothéticos<br />

explicativos, a nivel antropológico-cultural. Voy a desarrollar este<br />

punto por su importancia.<br />

El concepto de difusión no explzca el cambio cultural mien-<br />

tras no venga soportado por un detallado análisis de los procesos<br />

debidos a los cuales fueron transmitidas las innovaciones. El<br />

decir que la metalurgia se inventó una vez, y de ese centro inven-<br />

tor se difundió a otras zonas, ni es suficiente ni demasiado inte-<br />

resante. El caso de la agricultura nos da la razón, porque aun-<br />

que los cereales básicos fueron domesticados en el Próximo Orien-<br />

te, las prácticas agrícolas europeas en las áreas que se apropiaron<br />

del cereal son muy diferentes. La rotación de cultivos que desde<br />

el principio practicaron ios habitantes dei Danubio en ia Europa<br />

templada no tiene parecido con las prácticas neolíticas del<br />

Medio Oriente; es más, la agricultura europea no es una simple<br />

invención difundida, sino toda una serie de adaptaciones espe-<br />

Núm 17 (1971) 81


16 CARMELO LIaN TOLOSANA<br />

cíficas regionales, cada una de las cuales exige una investigación<br />

especial, en la cual el concepto de difusión no aporta gran<br />

cosa.<br />

Hoy sabemos que los primitivos han estado inventando y descubriendo<br />

cosas mucho más de lo que se pensaba hasta hace<br />

poco. Lo que hay que investigar son los procesos de desarrollo<br />

cultural, a través del cual similares descubrimientos son logrados<br />

y aceptados en diferentes tiempos y lugares por pueblos distintos.<br />

Ya no nos preguntamos como interrogante principal: jcómo<br />

llegó la metalurgia a Europa?, sino que nos preguntamos: jcuáles<br />

eran las posibilidades y tendencias económicas y las condiciones<br />

sociales de aquel tiempo que favorecieron ese desarrollo?<br />

Repito una vez más: cierto que los cereales vinieron del Oriente;<br />

pero lo interesante es que en cada área europea la elección de<br />

cereales y el sistema agr",cG]a emp]eude fce únicr. U&qt2ción<br />

local a un medio particular. En Lepenski Vir, en Yugoslavia,<br />

acaba de excavarse una aldea entera cuyos habitantes no conocían<br />

la agricultura ni tenían animales domésticos, excepto el perro.<br />

Esta comunidad existía 5.000 años antes de nuestra era; estas<br />

gentes eran cazadmes y pescad~res, viviende cercu de! Dr.n,l~'hie.<br />

Pues bien, en contra de todo lo que se ha venido diciendo, aquí<br />

tenemos una comunidad anterior a la existencia de la agricultura.<br />

Esta comunidad logró esa forma de vida al adaptarse a su<br />

especial medio. Cada economía de subsistencia es una solución<br />

que cada grupo cultural ha tenido que desarrollar por sí mismo,<br />

en respuesta a las condiciones de su medio. Las similaridades no<br />

quedan explicadas por difusión, sino por la operación de procesos<br />

similares culturales; se han de ver como el resultado lógico<br />

de los procesos tecnológicos, sociales y culturales en operación.<br />

C- 1," ,.," , .<br />

ljlr las paf;ulaa 245-246, Rezfrew da esta cit~ de Ju!iun Steivurd:<br />

«El uso de la difusión para evitar llegar a los problemas de causa<br />

y efecto no sólo no provee de enfoque consistente para el estudio<br />

de la historia cultural, sino que da una explicación de los orígenes<br />

culturales que no explica nada en realidad -really explains<br />

i2G:ht;2g-. une PIInao , nr~m.ln+lvc~ y,U5,,,.,, , cm ted2 honrudez si c~da<br />

vez que una sociedad acepta cultura difundida, no es realmente<br />

una recurrencia independiente en cuanto a causa y efecto.,, Es, en<br />

definitiva, el ethos de la cultura la explicación pertinente, no la<br />

82 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


difusión. Necesitamos más modelos ecológicos, menos trasno-<br />

chados modelos difusionistas.<br />

Harris llega a las mismas conclusiones al criticar duramente<br />

lo que él llama the nonprinciple of diffuszon, cuando se refiere<br />

a la «fundamental esterilidad del intento de explicar las simila-<br />

ridades v diferencias culturales invocando el nonprinczple of<br />

diffusiona 42. Desde luego -concede- que la proximidad geo-<br />

gráfico-histórica es, hasta cierto punto, un índice de predicción<br />

de rasgos, pero en ninguna circunstancia constituye una explica-<br />

ción válida de las diferencias y similaridades culturales. La difu-<br />

sión no da la razón del origen de ningún rasgo cultural; lo que<br />

hace es pasar el muerto -passing the buck- en regresión infi-<br />

nita: la cultura A lo recibió de la B, a la que a su vez se lo prestó<br />

C, que lo tomó de , etc. Desde el momento en que sabemos que<br />

ia invención independiente ha ocurrido en gran escala, la difu-<br />

sión es por definición no sólo superflua, sino la mismísima en-<br />

carnación de la anticiencia -the very incarnation of antzscien-<br />

ce-. Pero incluso si obstinadamente nos aferramos a mantener<br />

la asunción de que la invención independiente es una rareza,<br />

nada más obvio que ei hecho de que no hay simpie relación<br />

entre distancia y tipo cultural. Por otra parte, como todos los di-<br />

fusionistas están de acuerdo en admitir que la receptividad cul-<br />

tural es independiente de la distancia, tenemos inevitablemen-<br />

te que ponernos a investigar los factores del medio, tecnológi-<br />

cos, económicos, organización social e ideología, que es lo que<br />

realmente interesa cuando uno busca explicar las diferencias y<br />

similaridades socio-culturales en términos de principios nomo-<br />

théticos. Estos principios tratan de las clases generales de con-<br />

diciones bajo las cuales son más probables las instituciones y<br />

rasgos cuituraies. Desde iuego que ias innovaciones difundidas<br />

se parecen en mayor riqueza de detalles que las innovaciones<br />

independientes; pero el foco de la explicación nomothética no<br />

está en la finura de detalles, sino en la categoría general estruc-<br />

tural-funcional, de la cual el rasgo o institución es un ejemplo.<br />

Tanto una innovación difundida como una independientemente<br />

inventada, tienen que someterse a las presiones selectivas del sis-<br />

42 O. c., págs. 377-378. Lo que sigue reproduce casi al pie de la letra<br />

parte de estas dos páginas.<br />

Núm 17 (1971) 83


18 CARMELO LISdN TOLOSANA<br />

tema social si han de pasar a formar parte del conjunto. Desde<br />

esta perspectiva, la adopción de innovaciones difundidas e inventadas<br />

independientemente son partes del mismo proceso.<br />

Proceso que únicamente las condiciones ecológicas y de ethos cultural<br />

pueden explicar.<br />

Con este razonamiento están de acuerdo los autores de todos<br />

los manuales de Antropología que conozco. Voy a especificarlo<br />

siguiendo a uno de ellos: en la moderna investigación antropológica<br />

se considera mucho más importante que el estudio<br />

de la difusión el estudio de los procesos a través de los cuales<br />

los elementos que se reciben son aceptados, reinterpretados e<br />

incorporados, y también, claro está, rechazados. Es decir, subraya<br />

el autor &o que ya hizo notar Lienhardt: que la naturaleza<br />

del contacto es muy varia. Las situaciones de contacto varían<br />

enormemente según el relativo dominio y pujanza de los grupos<br />

en contacto, según que la dependencia o dominio sea primariamente<br />

política, económica, religiosa o una combinación de los<br />

tres factores. Las situaciones de aculturación varían también<br />

según el carácter del contacto, ya que éste puede ser directo, indirecto<br />

y ~.pnrá&ro o intermitente. otras variahl-~ imprtante~<br />

en este fenómeno son: el tamaño y densidad de las culturas en<br />

contacto, la duración y la intensidad del mismo, etc. En todo<br />

esto, los conceptos de difusión y aculturación quedan tan remotos<br />

que no ayudan en nada a la explicación científica ". En otras<br />

palabras, la difusión ha pasado hoy a ser parte mínima del complejo<br />

estudio de los procesos socio-cuiturales. El esquema siguiente<br />

da una ligera indicación del problema a que me he referido<br />

en este ensayo:<br />

Macroevolución.<br />

[ Evolución . . . 1 Microevoli~ción.<br />

I<br />

ceso . .. ..<br />

t Invención.<br />

Fuentes internas . Descubrimiento<br />

( Fuentes en- Difusdn y/o acul-<br />

I . 1 Coritñrtn - - - - - - . - _ _ cii~tiira~.<br />

_ -_ _ - _ _ _.<br />

\ ternas ruración . . (<br />

43 Cap. XVI, págs. 433-458, de Culture and Society, New York 1968,<br />

por B. M Schwartz y R. H. Ewald.<br />

84 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Contactc<br />

cultural<br />

Tipos de si-<br />

tuaciones<br />

de contacto<br />

DIFUSIÓN Y EVOLUCI~N 19<br />

I / Selectos/no sekctos.<br />

~s~ecializados / no especialigrupos<br />

zados.<br />

Hostiles/arnistosos.<br />

\ Iguales/desiguales.<br />

Variables del<br />

contacto<br />

Areas en cues-<br />

1<br />

Activas.<br />

tión ......... Pasivas.<br />

Tamaño.<br />

Directo/indirecto.<br />

Grado de diferencia cultural<br />

Orden de la selección de<br />

rasgos.<br />

Manera de la presentación<br />

de los rasgos.<br />

Dirección de las innovaciones.<br />

Circunstancias e intensidad<br />

del contacto.<br />

Duración del contacto.<br />

( Roles.<br />

Mecanismos psicoiógico-cuitu- ) Posiciones.<br />

<<br />

rales en operación<br />

1 Clases.<br />

( Diferencias personales.<br />

Procesos que se<br />

operan<br />

Resultados<br />

Cumulativos.<br />

Selectivos.<br />

Sustitutivos.<br />

Aditativos.<br />

Sincréticos<br />

Deculturativos (pérdidas de rasgos).<br />

Originadores (de nuevas estructuras).<br />

Desorganizadores.<br />

!<br />

Resistencias y razones<br />

Nueva formulación.<br />

Aceptación.<br />

Asimilación<br />

Incorporación.<br />

1 Integración (congruencia)<br />

I<br />

Adaptación<br />

Persistencia.<br />

Rechazos .<br />

4 B. M Schwartz y R H Ewald, obra y capítulo citado, Ralph Beals:<br />

Ntím 17 (1971) 85


CARMELO LI86N TOLOSANA<br />

Como puede verse en el cuadro, Difusión y Evolución son considerados<br />

hoy como dos aspectos de una misma categoría; ambos<br />

vienen subsumidos bajo la clase general de proceso o cambio.<br />

Siguiendo el lema de esta exposición, voy a limitarme a subrayar<br />

el estado actual del problema, los enfoques, asunciones y<br />

premisas generales que todo alumno de Antropología conoce,<br />

porque se hallan repetidos en todos los manuales introductorios.<br />

En 1945, Leslie White dio un golpe de gong que sacudió al<br />

mundillo antropológico; en un artículo 45 inauguró una campaña<br />

de retorno a las ideas evolucionistas de Morgan y atacó el his- g<br />

toricismo de Boas y el psicologismo que penetraba la ciencia de<br />

la cultura. W. E. Eowel~s ", C. Cu~ii*' y R. Lini0ii4' pE~i~'iUfi O<br />

n<br />

sus potentes voces antropológicas al coro evolucionista. En 1949, - m<br />

White afinó y potenció su llamada a la culturología o ciencia de<br />

las generalizaciones sobre la evolución cultural". No conozco<br />

hoy a ningún antropólogo que se enfrente a los postulados bási-<br />

tos evoiucionistas tal como se han ido elaboraido desde hace $<br />

unos treinta años. White tiene en su haber unos grados de reorien-<br />

tación en la dirección de la disciplina. Los postulados a que me<br />

he referido son: 1) Los neoe~olucionistas no defienden que toda f<br />

sociedad pasó a través de los mismos -y fijos- períodos; sí man- n<br />

tienen que la Cultura -con mayúscula-, en general, no la historia<br />

cultural de una sociedad concreta, ha evolucionado a través<br />

E<br />

a<br />

de ciertas etapas; y en tercer lugar, afirman que es posible den<br />

n<br />

mostrar científicamente este proceso de crecimiento. 2) El clasificar<br />

a las culturas en un eje de abajo a arriba -dicen- es<br />

$ O<br />

Acculturation, págs. 621-641 de Anthropolgy Today, Chicago 1965,<br />

A. L Kroeber, editor, R Beals y H. Hoijer An Introductron to Anthropo-<br />

Zogy, New York, 1966, cap XXIII.<br />

45 Drffusron versus Evolutron. An Antr-evolucronrst Fallacy, «Ameri-<br />

can Anthropologist», núm. 47, págs. 339-356.<br />

6 Back oj Eizsrory- The Siory oj Our Origins Nrw YO&, 1554<br />

47 The Story of Man New York, 1954<br />

48 The Tree of Culture New York, 1955<br />

49 The Scrence of Culture New York. F. M. Keesing. Cultural Anthro-<br />

pology, New York, 1958, pág 144<br />

86 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

S<br />

E


válido, y no refleja etnocentrismo, siempre que no entren en<br />

juego criterios como valores morales, religiosos, éticos, etc. Para<br />

ello hay criterios objetivos, como son complejidad institucional,<br />

productividad económica y utilización de energía. 3) Es lícito<br />

indagar antropológicamente sobre los orígenes basándose en la<br />

evidencia directa e indirecta ofrecida por la Primatología, Ar-<br />

queología y Etnografía de pueblos actuales; o en otras palabras,<br />

es válido científicamente, y bajo ciertas condiciones, servirse de<br />

los primitivos actuales como evidencia de lo que sucedió en<br />

períodos anteriores del desarrollo cultural. 4) Evolución no es<br />

historia; la historia trata de las secuencias de hechos particula-<br />

res acaecidos en lugares y fechas concretas. Los sitios de Zarago-<br />

za, por ejemplo, son un acontecimiento concreto histórico, único,<br />

porque no podrá repetirse ya en forma idéntica; por consiguien-<br />

te, como se trata de un hecho único, no podemos generalizar so-<br />

bre esa base. En conclusión, de la historia no podemos obtener<br />

generalizaciones científicas. La evolución, por otra parte, trata<br />

de fenómenos y sucesos en cuanto, y sólo en cuanto, miembros<br />

de clases. Busca explicar procesos y formas generales; es decir,<br />

cómo la cultura o sistemas culturales se han desarrollado en el<br />

tiempo; cuáles son las propiedades de los sistemas culturales<br />

o, en otras palabras, las leyes generales de la Evolución que<br />

muestran esos sistemas. 5) El proceso evolutivo es constante;<br />

éste explica cómo tiene lugar el cambio en el tiempo y por qué<br />

sigue una dirección determinada. Las teorías y leyes evolutivas<br />

explican esos cambios<br />

Una de esas teorías es la de L. A. White, quien expresa que<br />

todo lo que hay en el Universo puede ser descrito en términos de<br />

energía LOS organismos vivos están estructurados como siste-<br />

mas capturadores de energía. El proceso vital se expande en<br />

dos formas: por la multiplicación a través de la reproducción<br />

y por el desarrollo de formas de vida superiores. La lucha por<br />

la existencia tiene también dos aspectos: la adaptación del orga-<br />

so B M Schwartz y R H. Ewald, o c., págs. 150-1.<br />

51 The Evolution of Culture The Development of Czvilzzation to the<br />

Fall of Rorne. New York, 1959. Todas las referencias se refieren al capí-<br />

tulo 11, págs 33-57, del que copio párrafos.


-22 CARMELO LIS6N TOLOSANA<br />

nismo a su habitat y la lucha con otros seres por la subsistencia<br />

y el habitat favorable. La ventaja se la llevan aquellos organis-<br />

mos cuya captación de energía es más eficaz. El hombre, como los<br />

demás seres, tiene que adaptarse a su medio si quiere vivir; para<br />

adaptarse tiene que capturar y utilizar energía, es decir, tiene<br />

que controlar su medio y competir con sus semejantes para so-<br />

brevivir. En este empeño se sirve de los órganos de su cuerpo,<br />

como todos los demás animales; pero además de estos mecanis-<br />

mos somáticos posee y elabora mecanismos extrasomáticos, como<br />

los instrumentos, costumbres, lengua, ciencia, organización so-<br />

cial, etc.; es decir, se sirve de la cultura. Un sistema socio-cultura1<br />

es un proceso de transformación de energía.<br />

Desde el momento en que el proceso fundamental del hom-<br />

bre como organismo es la captura y utilización de energía libre,<br />

la función básica de la cultura tendrá que ser la utilización de<br />

la energía poniéndola al servicio del hombre. Y como la cultura,<br />

por ser extrasomática, puede ser tratada lógicamente como una<br />

forma de sistema distinto y autónomo, podemos interpretar la<br />

evolución de la cultura en términos de los mismos principios<br />

termodinámicos apiicabies a los sistemas biológicos. Por ejem-<br />

plo: los sistemas culturales se expanden cuantitativamente por<br />

multiplicación o reduplicación; esto es, los pueblos se rnultipli-<br />

can, las tribus se dividen y forman nuevos sistemas socio-cultura-<br />

les. También se expanden cualitativamente, desarrollando for-<br />

mas superiores de organización y mayores concentraciones de<br />

energía. El grado de organización en todo sistema material es<br />

proporcional a la cantidad de energía que incorpora. Conforme<br />

incrementa la cantidad de energía utilizada por el sistema socio-<br />

cultural pev capita y por año, el sistema no sólo crece en tama-<br />

ño, sino que evoiuciona en ei sentido de iiegar a ser mas diferen-<br />

ciado estructuralmente y más especializado funcionalmente.<br />

La cultura, como un sistema termodinámico, puede ser ana-<br />

lizada como constando de los siguientes factores: energía (E),<br />

instrumentos o tecnología (T) y el producto (P) resultante. Ener-<br />

gía es ia habilidad para hacer un trabajo; por tecnología quedan<br />

cubiertos todos los medios materiales que sirven para la utiliza-<br />

ción, transformación y dispendio de energía; todo lo que sirve<br />

para satisfacer las necesidades humanas, proveniente del uso cul-<br />

88 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


DIFUSI~N Y EVOLUCIÓN 23<br />

tural de la energía, es el producto. Todo esto puede representarse<br />

en la simple fórmula: E X T -+ P. Todo sistema cultural opera<br />

utilizando energía en una u otra forma y transformándola en<br />

productos y servicios que satisfacen necesidades humanas.<br />

Desde luego que no todos los sistemas culturales son iguales<br />

en cuanto a la utilización de energía; unos son más eficaces<br />

que otros. Lo importante es que esta concepción nos proporciona<br />

un criterio objetivo para clasificarlos. Así pueden ser comparados<br />

en términos de coeficientes que correlacionan la cantidad<br />

de energía utilizada y gastada en cierto período de tiempo y por<br />

un cierto número de personas. El foco del coeficiente se halla,<br />

por tanto, en la relación: cantidad de energía utilizada - número<br />

de personas cuyas necesidades son servidas. En una palabra,<br />

podemos comparar culturas en términos de la cantidad de energía<br />

utilizada y gastada per capita y por año. Por consiguiente,<br />

una cultura podrá clasificarse como inferior o superior según la<br />

cantidad de energía utilizada por año y pev capita; o si se prefiere:<br />

el desarrollo cultural es el proceso que incrementa la cantidad<br />

de energía utilizada y puesta al servicio del hombre per capita<br />

y por año.<br />

Es obvio, por lo dicho, que en el primer estadio de desarrollo<br />

cultural el organismo humano es la fuente principal de energía;<br />

estadio que comenzó con el origen del hombre y terminó con<br />

la domesticación de animales y el cultivo de plantas. Con estos<br />

dos avances se comenzó a utilizar energía solar en formas biológicas<br />

no humanas. Utilizar una fuerza es dirigirla y controlarla,<br />

no sólo apropiarse de ella para consumirla. La domesticación<br />

de plantas y animales fue un medio de utilizarlos como fuerzas<br />

de la naturaleza, de dirigirlos y controlarlos, de incorporarlos<br />

en los sistemas culturales. Esta innovación fue de extraordinaria<br />

importancia porque libertó al hombre de la dependencia de su<br />

cuerpo en el dominio de la energía. La fórmula anterior puede<br />

ahora rehacerse así: E(H x N) x T e P. H y N representan los<br />

componentes humanos y no humanos de la energía. Y si dejamos<br />

como constante el factor tecnológico, podemos redactar así<br />

la fórmula: H x N -+ P; o expresado de otra forma: a mayor<br />

aumento en la proporción de la energía no humana sobre la<br />

energía humana, seguirá un mayor avance cultural. Otra ley de


24 CARMELO LISdN TOLOSANA<br />

crecimiento cultural: la cultura se desarrolla en proporción al<br />

aumento de control de la energía, siempre que los otros factores<br />

permanezcan constantes.<br />

Uno de los «otros factores» es el medio. Si se hace entrar<br />

éste en la fórmula, tendremos: E x T x M -+ P. Los tres facto-<br />

res determinarán el grado de desarrollo cultural. Pero se pre-<br />

gunta White, ¿es factor crucial el medio en la culturología que<br />

trata de formular leyes generales? Contesta: la consideración<br />

de la influencia del medio es relevante únicamente en el estudio<br />

de las culturas particulares; no es apropiado para el estudio ge-<br />

neral de la Cultura como tal. Si uno investiga la Cultura como<br />

una clase específica de fenómenos, si uno se esfuerza en descu-<br />

brir cómo están estructurados los sistemas culturales y cómo<br />

funcionan, entonces no es necesario tener en cuenta el medio.<br />

El culturólogo busca los universales, no lo particular y específico.<br />

J. H. Steward acepta en conjunto la teoría de White. Por su<br />

parte, no obstante, ahonda la investigación de aquel aspecto al<br />

que White concede poca importancia. ¿Por qué los ona, los bos-<br />

quimanos, los arunta, etc., que se encuentran en el mismo nivel<br />

tecnológico, difieren en detalles de organización social, por ejem-<br />

plo? Steward indaga precisamente y quiere explicar estas diver-<br />

gencias, lo que hace fundamentalmente a través del medio -la<br />

variable poco relevante de White-; es decir, a través del estu-<br />

dio de la adaptación ecológico-cultural 52. Subraya la diferencia<br />

de dos asunciones en la metodología de la Evolución. La pri-<br />

mera postula que los paralelos de forma y función se desarro-<br />

llan en secuencias o tradiciones culturales históricamente inde-<br />

pendientes; la segunda explica estos paralelos por la operación<br />

independiente de idéntica causalidad. La metodología es, por lo<br />

tanto, científica y generalizadora; no histórica y particularizan-<br />

te. La evolución cultural busca, pues, las regularidades o leyes<br />

culturales; ahora bien, los datos en tomo a la evolución pueden<br />

ser manipulados en triple forma: 1) La evolución unilineal -la<br />

2 Lo que sigue reproduce párrafos de su obra- Theory of Culture<br />

Change The Methodology of Multtltneal Evolutton. Illinois University<br />

Press, 1955. Las líneas están tomadas de los epígrafes: The Meaning of<br />

Evolutzon y Conclustons.<br />

90 ANYARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

i


formulación evolucionista del siglo XIX- estudió culturas par-<br />

ticulares colocándolas en etapas de secuencia universal. 2) La<br />

evolución universal -la teoría de White- estudia el proceso de<br />

la Cultura, no de las culturas. 3) La evolución multilzneal -la de<br />

Steward- es un enfoque -escribe- menos ambicioso; trata,<br />

como la primera, del desarrollo de secuencias, pero busca para-<br />

lelos de recurrencia limitada, y no universales. En esta última<br />

forma de evolución se asume que se dan y pueden encontrarse<br />

en el cambio regularidades significativas, y que a través de<br />

esas regularidades se pueden descubrir leyes culturales. El mé-<br />

todo es empírico más que deductivo; el investigador estudia cul-<br />

turas particulares, y dentro de ellas analiza los paralelos de for-<br />

ma, función y secuencia. Lo que pierde en universalidad lo gana<br />

en especificidad. Reconoce que las tradiciones culturales de áreas<br />

diferentes pueden ser total o parcialmente distintas; no obstante,<br />

se plantea el problema de si también existen similaridades signi-<br />

ficativas, formas, procesos y funciones recurrentes entre ciertas<br />

culturas, y, en el caso de que se den, si pueden ser sometidas<br />

a formulación científica.<br />

El estudio de formas paralelas a través de culturas es el ob-<br />

jetivo de la evolución multilineal; esta investigación ha de en-<br />

focarse no sólo culturalmente, como propugna White, sino tam-<br />

bién, y principalmente, como adaptación ecológico-cultural. Los<br />

procesos de adaptación a través de los que una cultura ha sido<br />

modificada históricamente en un medio particular, son de pri-<br />

mera importancia para promover el cambio. Claro está que los<br />

paralelos o similaridades así originados en diferentes culturas,<br />

con medios semejantes, se presentan con un perfil muy especí-<br />

fico y son de recurrencia limitada. De aquí infiere Steward que<br />

el problema fundamental metodológico con respecto a la evolu-<br />

ción multilineal es el de proponer taxonomías de fenómenos cul-<br />

turales. Este sistema taxonómico, que debe determinar los pa-<br />

ralelos y regularidades en diferentes culturas, ha de tener como<br />

base conceptual lo que él llama tipo cultural; éste viene carac-<br />

terizado primero por elementos particulares, y no por el sistema<br />

total. No hay dos culturas cuya totalidad de elementos sea si-<br />

milar. Por lo tanto, habrá que seleccionar constelaciones de ele-<br />

mentos causalmente inter-relacionados que se encuentren en


26 CARMELO US6N TOLOSANA<br />

varias culturas. Segundo, la selección de estas constelaciones<br />

debe responder a un marco teórico de referencia. Tercero, las<br />

constelaciones deberán exhibir las mismas inter-relaciones fun-<br />

cionales en cada caso. Steward proporciona un ejemplo claro-<br />

de tipo cultural en su estudio sobre la banda patrilineal, carac-<br />

terizada por ciertas relaciones inevitables como economía de ca-<br />

zadores, sistemas de descendencia y matrimonio y propiedad de<br />

la tierra.<br />

Si quisiéramos clasificar las tribus de cazadores y recolecto-<br />

res, obtendríamos como resultado su distribución en un indeter-<br />

minado número de tipos culturales. Sus formas particulares de<br />

matrimonio, familia, estructura social, cooperación económica,<br />

creencias religiosas, etc., son diferentes; por lo tanto, ninguna<br />

de ellas puede tomarse como representativa de un antiguo pe-<br />

ríodo universai. Será más científico anaiizar detalladamente ei<br />

proceso por el cual los cazadores y recolectores pasan a con-<br />

vertirse en agricultores y pastores, y éstos a más civilizados.<br />

Para descifrar este proceso es imprescindible investigar culturas<br />

concretas; y entonces tendremos que comparar medios geográ-<br />

ficos, tecnologías respectivas y períodos de desarrollo con las<br />

constelaciones de paralelos. Como resultado, obtendremos pro-<br />

cesos que hacen inevitable el desarrollo de similaridades y re-<br />

gularidades.<br />

La evolución multilineal de Steward ha sido aceptada en el<br />

mundo antropológico 53; también el concepto de Evolución como<br />

proceso de desarrollo, independiente de tiempo y lugar concre-<br />

tos. La Evolución es una secuencia temporal de formas, y todos<br />

sabemos que las formas son, lógicamente, distintas de los hechos<br />

concretos. Los dos enfoques, el de White y el de Steward, son<br />

realmente complementarios.<br />

Recientemente el enfoque evolutivo en el estudio de la cultu-<br />

ra ha originado en parte otra metodología de investigación, la<br />

llamada Ecología cultural. La premisa de que se parte en esta<br />

rama antropológica se puede formular así: es necesario analizar<br />

53 Un enjuiciamiento lúcido de las posiciones de White y Steward<br />

puede verse en Marshall D. Sahlins y Elman R. Service. Evoltltton and<br />

Culture, University of Michigan Press, 1960.<br />

92 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


las condiciones materiales de la vida socio-cultural en términos<br />

de la articulación entre los procesos de producción y cl medio<br />

geográfico. La Ecología cultural presenta, por tanto, dos vertien-<br />

tes iniciales a investigar, por un lado, es imprescindible estudiar<br />

cómo la adaptación de una cultura a su medio ocasiona cam-<br />

bios; por otro, cómo se integran los distintos niveles socio-cultu-<br />

rales de una sociedad con su medio N.<br />

Además de Steward, versiones ecológico-culturales ofrecen<br />

en sus trabajos un buen número de antropólogos, entre los que es<br />

preciso nombrar a Sidney Mintz Eric Wolf 56, Morton Fried<br />

Elman Service 58, René Millon 59, Andrew Vayda ", Robert Man-<br />

ners 61, F. Lehman 62, etc.<br />

Si el enfoque ecológico-cultural se aplica sincrónicamente,<br />

se engarza con la Demografía, Agronomía y Economía; si se<br />

apiica diacrónicamente se conjuga con la Paleontología y Ar-<br />

queología. Los dos se complementan. El primero proporciona<br />

casos paralelos en diferentes culturas para establecer principios<br />

causales, los cuales nos dan la razón no sólo de la evolución pa-<br />

ralela, sino también de la divergente. Con una correlación a tra-<br />

vés de culturas podemos analizar secuencias cronológicas evo-<br />

lutivas. El problema de síndromes paralelos es empírico, y, por<br />

tanto, de comprobación experimental. A la base hay un proble-<br />

3 Sigo a Harris, o c, cap. XXIII.<br />

55 Canamelar, tke Sub-culture of a Rural Sugar Plantatton Proletartat,<br />

en The People of Puerto Rrco, editado por J. Steward, Urbana, 1956, pá-<br />

ginas 314-317. Citados, como los que siguen, por Harris, o. y cap citados.<br />

El punto final también lo tomo de él<br />

56 Closed Corporate Present Communttzes tn Mesoamertca and Cen.<br />

fral Java, ((Southestern Journal of Anthropology, 1957, págs. 1-18<br />

57 Land Tenure, Geograpky and Ecology zn the Contact of Cultures,<br />

«American Journal of Economics and Sociology~, 1952, 11, 1.<br />

58 Indtan-European Relatzons in Colonzal Latzn America, ~American<br />

Anthropologist», 1955, 57, 411-425.<br />

9 Teottkuacán, ~Scientific Amerícan», 1967, 216, págs 38-48.<br />

60 Maori Conquest in Relatzon to tke New Zealand Envtronment.<br />

«Journal of the Polynesian Societyn, 1956, 65, págs. 204-211.<br />

61 Tabara. Subculture of a Tobacco and Mzned Crop Munzcipality,<br />

páginas 93-170 de «The People of Puerto Rico», o. c<br />

62 The Structure of Chtn Soczety. Urbana, 1963.


28 CARMm LISÓN TOLOSANA<br />

ma Zógzco: jcuándo juzgamos que son suficientes, es decir real-<br />

mente similares, las similaridades? Y todavía, por debajo de todo<br />

esto, se esconde otro problema, crucial, epzstemológzco: el de la<br />

Antropología como ciencia nomothética; tesis que rebasa exce-<br />

sivamente el simple esfuerzo de indicar qué piensan hoy los an-<br />

tropólogos, en conjunto, en general, sobre Evolucionismo y Di-<br />

fusión 63.<br />

63 Agradezco al señor Eduardo Crivelli su amab~lidad en copiar estas<br />

páginas.<br />

94 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


CANARIAS Y AFRICA<br />

EN LOS TIEMPOS PREHISTORICOS Y PROTO-<br />

HISTORICOS<br />

POR<br />

LIONEL BALOUT<br />

Durante el Symposium Internacional reunido en febrero de<br />

1969 para conmemorar el centenario del descubrimiento del Hon-<br />

bre de Cro-Magnon, presenté una comunicación titulada Reflexio-<br />

nes sobre el problema de poblamiento prehistórico del Archi-<br />

piéiago Canano. Era ei miércoles i9 de febrero, y voivíarnos de<br />

una excursión a las Cañadas del Teide, y nuestra sesión de tra-<br />

bajo se desarrolló en uno de esos hoteles de lujo que tan rá-<br />

pidamente han crecido alrededor de las playas del Puerto de la<br />

Cruz l. En lo alto, el paisaje primitivo de las islas que la Natura-<br />

leza hizo Afortunadas; a nuestros pies, el resultado del trabajo<br />

del hombre que conquista la fortuna. ¿Cómo llegó el hombre<br />

al Archipiélago Canario? ¿De dónde venía? ¿Quién era? ¿Cuán-<br />

do llegó? Estos eran los problemas que traté en aquella ocasión.<br />

Mi colega y amigo el profesor Antonio Beltrán me informa que<br />

acaban de aparecer ias Actas idel Symposium be 1969 '. Por esta<br />

razón trataré sólo de precisar algunos datos esenciales a los<br />

problemas ya expuestos el año pasado; primero los antropoló-<br />

gicos, después los paletnológicos, y por último los arqueológicos.<br />

1 A. Beltrán- Szrnposzo Internaczonal conmemovativo del Centena-<br />

no del descubrzmzento del przrner Hombre de Cro-Magnon. Islas Cana-<br />

rzas 1969, págs 32-33.<br />

«Anuario de Estudios Atlánticos», núm. 15, 1969, cfr. págs. 133-145.


2 LIONEL BAMUT<br />

A partir de R. Verneau, los antropólogos han venido confirmando,<br />

especialmente el malogrado profesor Miguel Fusté y la<br />

señora Ilse Schwidetzky3, que el poblamiento humano del archipiélago<br />

canario estaba formado por dos grandes grupos: los<br />

Cromañozdes, representados por los Guanches de Tenerife, y los<br />

Medzterráneos.<br />

Los hombres de Cro-Magnon vivieron en Europa Occidental<br />

durante el Paleolítico Superior, la «Edad del Reno», al menos<br />

desde el 30.000 a. C., y perduraron después del Paleolítico hasta<br />

las supervivencias actuales que podemos encontrar en la misma<br />

Francia. Millones de hombres del tipo Cro-Magnon han vivido en<br />

Europa, incluida la Península Ibérica. Este dato no nos permte<br />

excluir a priori la posibilidad del origen europeo de los Guanches<br />

a partir del Paleolítico.<br />

Desde que se estudió el osario de Afalou-bou-Rhummel (Arge-<br />

lia), y, siguiendo a R. Verneau, se ha atribuido el origen de los S E<br />

E<br />

canarios más bien a los cromañoides del Magreb, los hombres<br />

del tipo Mechta-el-Arbi (o de Mechta-Afalou) 4. Se trata de los<br />

portadores de la erróneamente llamada cultura «iberomauritánica»,<br />

cuya presencia es segura en Argelia en el 13.000, y en el<br />

11.000 en Marruecos Durante el Neolítico representan la base O<br />

esencial del poblamiento troglodítico de Orán, y persisten al<br />

menos en el oeste Magrebí. Conocemos supervivencias, en épocas<br />

protohistóricas, del tipo cromañoide de Mechta-Afalou.<br />

n<br />

E<br />

a<br />

3 Ilse Schwidetzky: La poblaczón prehzspánzca de las Islas Canarras.<br />

Publicaciones del Museo Arq~eológi~co, Santa Cruz de Tenerife, 1963.<br />

218 págs., 16 figs., 75 tablas, XVI pl. Miguel Fusté. Apergu sur Z'Anthropoiogie<br />

des popuiatzons prehzstoriques des Zles Canarzes, «Actas del<br />

V" Congreso Panafricano de Prehistoria y de estudio del Cuaternario».<br />

Ibíd., t. 11, 1966, págs 69-80 Id Nuevas aportaciones a la Antropología<br />

de Canarzas. Ibíd, págs. 81-90.<br />

4 C. Arambourg, M. Boule, H. Vallois, R. Verneau: Les grottes paleolzthrques<br />

des Benz-Ségoual, Algerie, «Archives de 1'Institut de Paleontoiogie<br />

humaine~, Me. núm. 13, 1934.<br />

5 G. Camps, G Delibrias, J. Thommeret: Chronologze absolue et<br />

successzon des czvzlisatzons prehistoriques dans le Nord de I'Afrzque. Libyca,<br />

t. XVI, 1968, págs 9-28.<br />

96 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

E<br />

O<br />

n<br />

-<br />

m<br />

O<br />

E<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

n<br />

n<br />

3<br />

O


CANARIAS Y &RICA EN LOS TIEMPOS PREHIS~~RICOS 3<br />

Hay, por tanto, un cierto paralelismo entre los datos euro-<br />

peos y africanos. R. Verneau, al identificar los guanches con el<br />

tipo Cro-Magnon, se ha inclinado por su origen africano, porque<br />

G. Marcy encontraba ciertas semejanzas bereberes en la civili-<br />

zación de los guanches y, sobre todo, porque el estudio de<br />

acerca de dos mil cráneos antiguos» le obligaba a concluir que<br />

«los mismos elementos étnicos han tomado parte en la forma-<br />

ción de la población iberomauritánica de Afalou y la más re-<br />

ciente de las Islas Canarias» (1934, pag. 137).<br />

Debemos señalar que la publicación colectiva (C. Arambourg,<br />

M. Boule, H. Vallois, R. Verneau) en los «Archivos del Instituto<br />

de Paleontología Humana* precisaba en su título: Las cuevas<br />

paleolíticas tde los Benz-SegouaI (Argelta). De hecho, los croma-<br />

ñoides del Magreb pertenecen al Epipaleolítico y al Neolítico.<br />

Yo he sido de los que han defendido que los últimos ds ellos<br />

se han refugiado en el Archipiélago Canario al tener lugar la in-<br />

vasión del Magreb por los capsienses mediterráneos 6. Este pun-<br />

to de vista era demasiado simplista. Menos creo todavía que el<br />

epíteto «paleolítico», utilizado en tiempos de Verneau, pueda<br />

justificar, aun en grado mínimo, el poblamiento pre-neolítico<br />

del Archipiélago.<br />

En el norte de Africa, los «Mediterráneos» son los portadores<br />

de la civilización capsiense, que se extenderán por todo el país<br />

durante el Neolítico; los bereberes actuales parecen ser sus des-<br />

cendientes. La impresión de la cronología absoluta, por lo que<br />

se refiere a los primeros establecimientos capsienses, autoriza<br />

sólo a situarlos, lo más tarde, en el 7.000 a. C. Creo que habrá que<br />

subir esta fecha; pero, en todo caso, dado que el poblamiento<br />

mediterráneo del Magreb fue extendiéndose desde el Epipaleo-<br />

lítico a la época histórica, incluyendo el Sahara, quedan abier-<br />

tas todas las posibilidades para que esta parte de Africa sea la<br />

cuna del segundo elemento de la población del Archipiélago Ca-<br />

nano, que parece llegado más tardíamente.<br />

Así, la Antropología nos abre amplias posibilidades crono-<br />

lógicas, desde treinta mil años para los cromañoides y el séptimo<br />

6 L Balout Prehrstozre de l'dfrzque du Nord Essar de chronologze.<br />

París, 1955.<br />

Núm. 17 (1971)<br />

7


4 LIONE& BAMUT<br />

milenio para los mediterráneos, hasta el fin de los tiempos pre-<br />

históricos cuando menos. En cuanto al doble origen africano,<br />

que es el más probable, no elimina totalmente un posible papel<br />

de la Península Ibérica, comprobado, por otra parte, Dor la Ar-<br />

queología.<br />

En mi comunicación de 1969 insistí en el hecho de que no<br />

había encontrado en las Canarias algunos rasgos característicos<br />

de las etnias prehistóricas del Magreb y del Sahara (cromañoides<br />

iberomauritánicos y luego neolíticos, mediterráneos capsienses<br />

y luego neolíticos). Entonces escribía: «Más todavía que su nivel<br />

de civilización material, los hombres llevan consigo sus caracteres<br />

Ct~ic~s, qUe tienei., una pref~~?2 significaci6n en el mundo<br />

' de los vivos, y más todavía en el de los muertos» 7.<br />

Observaba, en primer lugar, la ausencia de la avulsión den-<br />

tal, mutilación de carácter étnico para los iberomauritánicos,<br />

sexual para los capsienses, ligada al Neolítico, y que desaparece<br />

+r\+~lmnm+n<br />

C"LLLIIIlbIILL. en e! nmerste de Mricu en !es tie~nnc nrntnhictíi-<br />

Y-" r- -------ricos.<br />

Esta observación ha sido confirmada durante este mismo<br />

Symposium por mi colega y amigo el profesor Carnps a. Además<br />

llegaba a la conclusión de que si los primeros canarios proceden<br />

del Africa, ello no pudo ocurrir antes del momento final<br />

del Neolítico.<br />

Insistía luego en los modos de inhumación, en decúbito lateral<br />

encogido hasta la protohistoria e incluso en época púnica,<br />

en decúbito dorsal con Roma y luego el Islam. Un caso único<br />

de decúbito lateral se conoce en las Canarias, en la isla de la<br />

. ,<br />

Gcmera, infurmacmr; cpe debe a mi umig~ his Eiege CUscey,<br />

al que nada de lo canario le es extraño.<br />

Por e1 contrario, la momificación, difundida entre los guanches,<br />

es desconocida en el Magreb e incluso en el Sahara, si se<br />

7 L. Edout: ~ef!e.xlonr sztr !e prnh!erne dzl peuplement p~ehrstorique<br />

de Z'Archtpel Canayten, «Anuario de Estudios Atlánticos», núm. 15, 1969,<br />

página 137.<br />

8 G. Camps: L'Hornme de Mechta-el Arbi et sa civduation. Contribution<br />

a I'etude des origines Guanches. Zbíd, pág. 264.<br />

98 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


CANARIAS Y AFRICA EN LOS TIEMPOS PREHIST~RICOS<br />

exceptúa el secado del cadáver descubierto por Mori en el<br />

Tadrat Akakus, fechado a mediados del cuarto milenio antes<br />

de Jesucristo 9.<br />

Si bien el color rojo ha sido ampliamente utilizado para la pin-<br />

tura corporal, no veo que los ritos norteafricanos, en lo que<br />

afecta a la sepultura e incluso a la industria lítica, hayan sido<br />

practicados.<br />

Por último, aunque no hay duda de que existen concheros<br />

en algunos puntos del litoral canario, en ningún caso pueden com-<br />

pararse con los depósitos de cenizas o caracoleras del ibero-<br />

mauritánico, del capsiense y del neolítico magrebí; más bien ha-<br />

rían pensar en los del Marruecos atlántico, de una extraordina-<br />

ria pobreza en datos arqueológicos, y con frecuencia muy re-<br />

cientes.<br />

En resumen, las afinidades antropológicas indiscutcbbies entre<br />

los hombres prehistóricos del Magreb y de las Canarias no se<br />

hallan confirmadas por datos ,étnicos anteriores al Neolítico.<br />

Estos datos serán también en su mayoría negativos.<br />

La industrza litica que podemos estudiar en los museos canarios<br />

decepciona totalmente, a pesar de que su autor disponía<br />

de una primera materia rarísima en el Magreb, la obsidiana, que<br />

permite las técnicas más preciosas.<br />

La preparación del núcleo por uno de sus extremos existiría<br />

ya, aunque no he podido comprobarlo; pero, ¿dónde están los<br />

núcleos en forma de mitra? ¿Sus hojas crestadas? ¿Dónde aparece<br />

el debitaje indirecto (au chasse-lame) que asegura la regularidad<br />

perfecta de los desprendimientos? ¿Existen huellas de<br />

la técnica del microburil? La técnica y la morfología tan variadas<br />

del dorso rebajado no se encuentran, mientras son abundantísimas<br />

en el Magreb. No he visto verdaderos microlitos<br />

" ~eométricos obtenidos por medio de la técnica del microburil.<br />

¿Dónde encontrar las series de buriles? Por último, no se ha<br />

9 F. Mor1 Tadrat Acacus. Arte rupestre e culture del Salzara prezs-<br />

tomo Turin, 1965, 257 págs, ill<br />

Núm 17 (1971) 99<br />

5


6 LIONEL BAMUT<br />

recogido ni una sola punta de flecha, mientras se han encontrado<br />

más de doscientas variedades de tales piezas en el Neolíticc del<br />

Sahara.<br />

Lo que observamos en las Canarias es una industria lítica<br />

decadente y heterogénea, que, a lo sumo, puede compararse con<br />

un Neolítico empobrecido, a la manera de las cuevas del litoral<br />

magrebí.<br />

La rndustria ósea no es menos decepcionante que la de piedra.<br />

La señora Camps-Fabrer ha establecido para el Epipaleolítico y<br />

el Neolítico del Sahara una lista tipológica que debe servir de<br />

base para toda comparación. Incluye cincuenta y cinco tipos 'O,<br />

y puede todavía enriquecerse con las investigaciones de la se-<br />

ñora C. Roubet sobre el Neolítico de tradición capsiense. En la<br />

arqueología canaria, la pieza ósea más característica es e1 punzón<br />

en hueso de cabra; corresponde a los números i9 y 20 de ia lista<br />

de la señora Camps, pero también al número 423 de la obra<br />

Le Musée Préhzstorique, de G. y A. de Mortillet. Tenemos así<br />

una elección difícil entre el capsiense superior del Magreb orien-<br />

tal, el Neolítico de Africa del Norte y los palafitos suizos. Los<br />

documentos canarios no nos aportan ninguna indicación crono-<br />

lógica precisa.<br />

En cambio, la cerámica nos da orientaciones interesantes:<br />

fondos cónicos cuyo origen mediterráneo se admite por lo gene-<br />

ral, decoraciones comunes en Tenerife y en el litoral magrebino<br />

-pico vertedero llegado tal vez de la Península Ibérica a través<br />

de Marruecos-, lámparas perfectamente comparables a ia «taza»<br />

de la cueva de La Fovet (Orán). Un final canario de la cerámica<br />

neolítica del Oeste magrebmo e influencias europeas no es in-<br />

concebible.<br />

Los objetos reiacionados, por io menos hipoteticamente, con<br />

el adorno, nos enseñan muy poco. Las cuentas de barro coctdo<br />

pueden equivaler, sin duda, a los discos de huevo de avestruz<br />

tan abundantes en el Neolítico de tradición capsiense. Las cé-<br />

lebres pintaderas, de las que algunas muestran todavía huellas<br />

de colorante, se relacionan tai vez, por io menos en parte, con<br />

10 H. Camps-Fabrer. Matzere et Art mobzlzer dans la Prehistoire nord-<br />

afncaine et saharienne 1966, págs. 166-170<br />

100 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


CANARIAS Y ÁFRICA EN LOS TIEMPOS PREHISr6RICOS 7<br />

el mundo berebere; G. Marcy ha querido ver en ellas sellos de<br />

«Agadir». En realidad no se encuentran más que en Gran Cana-<br />

ria, la única donde conocemos los .graneros» colectivos con<br />

compartimientos. Y, sin duda, es un error el considerar que las<br />

pintaderas, cuya posición cronológica es muy vaga, tenían un<br />

solo uso. Estas «marcas» pueden imprimirse sobre la piel, el te-<br />

jido, un recipiente de barro, la galleta o el pan; y la tradición<br />

de ello perdura todavía.<br />

IV. CONCLUSIONES<br />

Aunque las relaciones entre el Archipiélago Canario y el<br />

Africa magrebí y sahariana parecen indiscutibles, hay que con-<br />

siderarlas como muy tandías y fuagmentarias; tardías, puesto<br />

que no se refieren ni al Epipaleolítico del Magreb, al Neolítico<br />

de tradición capsiense, ni al de El Kiffen (Marruecos atlántico),<br />

fechado en el tercer milenio; fragmentarlas, pues no tenemos,<br />

ni siquiera con posterioridad al Neolítico, huellas del paso de<br />

los primeros navegantes del Occidente, que parecen haber sido<br />

los difusores de la cerámica campaniforme. En cambio, los<br />

treinta y siete ídolos del Museo Canario de Las Palmas nos lle-<br />

van, sin duda posible, al Mediterráneo a mediados del segundo mi-<br />

lenio.<br />

Nos hallamos, pues, en presencia de soluczones de continui-<br />

dad en la secuencia arqueológica; se dan los cromañoides, pero<br />

sin relación con la etnia iberomauritánica; los mediterráneos,<br />

pero sin Neolítico de tradición capsiense, ni siquiera Neolítico<br />

sahariano; las influencias mediterráneas protohistóricas en el<br />

arte, pero sin campaniforme; y, por último, un contacto con el<br />

mundo bereber.<br />

¿Cómo explicar que el Archipiélago Canario, como un Finis-<br />

terre prehistórico, no se haya integrado realmente en una civi-<br />

lización exterior antes de ser absorbido por la de los conquis-<br />

tadores cristianos?<br />

En un artículo reciente, Manuel Pellicer plantea los proble-<br />

mas de la arqueología canaria 11: «Todavía no existe una pieza<br />

11 Manuel Pellicer. Panorama y perspectrvas de la arqueología ca-<br />

Núm 17 (1971) 101


8 LIONEL BALOUT<br />

fechada; ni el más eximio especialista seria capaz de fechar nin-<br />

gún gánigo guanche, a no ser con un margen de unos tres mil<br />

años de error. ¿No es esto lamentable?)) 12.<br />

Ninguna de las diez fechas radiométricas obtenidas hasta el<br />

presente es anterior a la era cristiana; y, sin embargo, hemos de<br />

suponer que el Archipiélago ha sido frecuentado, de manera ac-<br />

cidental, episódica, acaso a partir del tercer milenio.<br />

Todo el problema se basa en las dificultades y medios de na-<br />

vegación entre el continente africano y las Islas; lo he discutido<br />

en mi comunicación al Symposium de 1969. Hemos de admitir<br />

que no hubo jamás, antes de los tiempos históricos, otra cosa<br />

que la posibilidad de una navegación de fortuna, con frecuen-<br />

cia sin retorno. Las Islas Canarias fueron un archipiélago sin<br />

marinos. No hubo nunca una ctalasocracia canaria» que uniera<br />

unas islas a la vez tan próximas y tan lejanas entre sí. Carecen<br />

de tradición marítima, de modos de navegación, de construcción<br />

naval. A pesar de que, por su posición geográfica, las Islas Afor-<br />

tunadas debían convertirse en una base de partida ideal para<br />

el descubrimiento de América, ni los canarios mismos ni los<br />

extranjeros que llegaron a sus orillas antes de Cristóbal Colón<br />

contaron con las condiciones humanas ni con los medios téc-<br />

nicos para realizarlo.<br />

narza, «Revista de Historia canaria», t. XXXII, 1968-69 (1970). páginas<br />

291-302.<br />

12 Ibíd., pág. 297.<br />

102 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL «FORMATIVO» AMERICANO A LA LUZ<br />

DE LOS POSIBLES INFLUJOS RECIBIDOS<br />

POR EL ATLANTICO<br />

POR<br />

JOSE ALOiNA FRANOH<br />

El objetivo principal de este estudio va a ser el de examinar,<br />

como un conjunto, el problema de los posibles aportes foráneos,<br />

por la vía atlántica, a la constitución de lo que podemos consi-<br />

derar como «línea base» del desarrollo cultural americano, hacia<br />

el año 3000 a. de C.; al mismo tiempo que el planteamiento me-<br />

todológico que una argumentación de este tipo requiere, con cua-<br />

tro ejemplos pertinentes. No es posible eludir el problema teó-<br />

rico que este tipo de argumentaciones implica, pero tanlpoco po-<br />

demos abordar el tema en toda su enorme y compleja extensión.<br />

La tesis principal a la que nos vamos a referir en estas pá-<br />

ginas, tema principal, a su vez, del actual Simposzo, ha sido re-<br />

petidas veces formulada por nosotros en varias publicaciones ', lo<br />

que nos exime de tratar nuevamente esa cuestión. Otro tanto po-<br />

demos decir del problema náutico y de las posibilidades de una<br />

travesía trasatlántica, así como de los posibles argumentos en<br />

favor de esa travesía en épocas posteriores a la que nos interesa<br />

especialmente en esta ocasión 2.<br />

La principal cuestión, previa a cualquier otra, es la que se<br />

refiere al problema teórico que significa el Difusionismo, frente<br />

al Evolucionismo, como explicación global del desarrollo cultural.<br />

Ya en otra ocasión nos hemos manifestado en contra de una<br />

1 Alcina, 1952, 1953-a, 1954, 1955-a, 1955-b, 1956, 1958-a, 1958-b, 1958-c,<br />

1962 y 1969.<br />

2 Alcina, 1969, págs. 12-20.


2 JOSÉ ALCINA FRANCH<br />

toma de posiciones de carácter absoluto ', lo que viene a coincidir<br />

con un criterio cada día más extendido entre la mayor parte<br />

de los antropólogos. Esto, no obstante, no evita el problema de<br />

dilucidar en cada caso concreto qué aspectos de una cultura debemos<br />

considerar como susceptibles de haber sido inventados<br />

independientemente y cuáles otros deben ser el producto de una<br />

imitación o difusión; a ello nos referimos más adelante.<br />

De otra parte, resulta sorprendente observar hasta qué punto<br />

estas diferentes maneras de interpretación científica*, están<br />

subordinadas a un auténtico penduleo, más propio de la «moda»<br />

del vestido que del más elemental razonamiento lógico. En efecto,<br />

a momentos en los que preponderan las explicaciones evolucionistas<br />

de un género u otro, suceden períodos en que el difusionismo<br />

parece recobrar posiciones perdidas.<br />

No parece sensato, zi miestro jüieio, como antes deciamm,<br />

que deban tomarse posiciones de carácter tajante y excluyente<br />

a este respecto; y conciliar ambas posturas y objetivar 31 máximo,<br />

debe ser, a nuestro entender, la actitud que debe llevarnos<br />

a enfrentar los problemas con un mayor realismo.<br />

ñesulia evidente, pi- parte, wz si la fijadói; de fenómeno<br />

de difusión dentro de un área reducida resulta complejo,<br />

la dificultad aumenta, hasta hacerse insuperable quizás, cuando<br />

ese fenómeno debe determinarse a larga distancia. A la variabilidad<br />

propia de todo fenómeno difusivo, hay que añadir, por<br />

una parte, el mayor número de probabilidades de cambio en<br />

función de los contactos intermedios; por otra, las dificultades<br />

proporcionadas por el medio ambiente y las que se derivan del<br />

desproporcionado tratamiento de unas áreas respecto de otras,<br />

y de la enorme masa de documentación que es preciso manejar<br />

para rastrear Ia iransmisi6ii dc eleimritus c&üra!es.<br />

Ante un cúmulo de dificultades tales, debe afinarse al maximo<br />

el método a emplear y el número de comprobaciones a hacer.<br />

No es este el caso, precisamente, de muchas de las tesis hoy admitidas<br />

muy generalmente para explicar el poblamient~ y la<br />

formación de las ~diuras iiidigerias de América: semejaiizas antropornétricas<br />

elaboradas sobre series muy cortas, o con varia-<br />

3 Alcina, 1958-a, págs 203 y sigs.<br />

104 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL


4 JOSÉ ALCINA FRANCH<br />

valor que puedan tener otras pruebas de carácter etnológico o<br />

etnohistórico.<br />

Ambos tipos de pruebas -las arqueológicas y las etnológicas-<br />

deben ser estudiadas en primer término en función de<br />

su dzstrzbución mundial. Este tipo de análisis puede probar que<br />

un determinado rasgo cultural tenga una distribución dispersa<br />

o concentrada. En el primer caso, las posibilidades de hallar una<br />

demostración probatoria serán muy escasas, ya que la complicada<br />

serie de procesos de difusión diferentes, a veces entremezclados,<br />

harán prácticamente imposible la fijación de una única ruta<br />

accesible a la región hipotéticamente receptora. Cuando la distribución<br />

mundial de un rasgo proporciona una cierta concentración<br />

en algunas áreas, ello puede ser indicio de un proceso de<br />

difusión, único y coherente; pero, aun en este caso, las dificultades<br />

pura redUcir les iaR=s Ilúc!ees e áreas r= que se enruectrun<br />

los hallazgos a una única y continuada secuencia espacial son<br />

múltiples, y casi siempre insalvables. La existencia de grandes<br />

vacíos geográficos en la información pueden ser debidos a la<br />

inexistencia o escasa frecuencia de la investigación y documenta-<br />

l~ ; ~~v;P+P~P;Q PPQI<br />

&Xn nnr+;mnn+n n - A01 V Q P r ~ ~ ~ ~ l t ~ n q * r . ~ ~ l<br />

UIVU ~LILIIILIICC, v a IU IIILRIC)CCIICIU ILUL UCI ~ C K CUICULUL ~ V YUC<br />

perseguimos. Cuando el vano geográfico es de carácter oceánico,<br />

el problema resulta insoluble, y lo único que cabe examinar, y esto<br />

debe hacerse con la mayor atención posible, son las posibilidades<br />

de travesía. El estudio de vientos, corrientes y condiciones<br />

climatológicas y biológicas de la zona susceptible de ser considerada<br />

como camino de migración, puede inclinarnos a pensar<br />

en las posibilidades de conexión de dos áreas en las que se<br />

concentren los hallazgos del rasgo cultural que estudiamos.<br />

La consideración de estas enormes masas oceánicas o de las<br />

no mems extemas regiones pvco o nada estüdiadas -cmm e!<br />

área siberiana en Asia, la región centroafricana o el área amazónica<br />

en el Nuevo Mundo-, junto a las dificultades de obtención<br />

de los datos por la carencia de buenas bibliotecas, o simplemente<br />

por la acumulación de una información que llega a ser una<br />

-.--.a-ri--- .-m- A:r:Al A, ,*-+,.*1,,. n-,1:n,- ,.l. d a- ncca +:.A<br />

V G L U ~ U G L ~ ulaaa, UILILIL UG LuIIuuIaA, LnpuLau YUL LII LJLL L I ~ U<br />

de estudios nunca podamos sentirnos absolutamente seguros en<br />

cuanto a la exacta distribución mundial de un rasgo. Ejemplo<br />

de este tipo de estudios son los que personalmente hemos rea-<br />

106 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL > AMERICANO 5<br />

lizado sobre las «pintaderas» 4, sobre la vasija «tnpode» y «polí-<br />

poda» sobre el vaso con «mango-vertederon 6, acerca de la figura<br />

femenina perniabierta 7, o el de Palop sobre la trepanación<br />

prehistórica.<br />

El segundo factor a tener en cuenta en un análisis difusio-<br />

nista debe ser el factor tzernpo, o la cronología. Con mucha más<br />

frecuencia de lo que sería de desear, las comparaciones de ras-<br />

gos culturales, aun de carácter arqueológico, se han hecho utili-<br />

zando piezas de superficie o de museo, para las que ni siquiera<br />

se podía intentar la aplicación de un esquema cronológico re-<br />

lativo. La escasez todavía de buenos estudios estratigráficos sobre<br />

áreas extensas ha impedido la fijación de fechas relativas o ab-<br />

solutas para muchos hallazgos. Pero aun contando con ese tipo<br />

de investigaciones, las dificultades que presenta la aplicación de<br />

correlaciones válidas para áreas reducidas a otras mucho más<br />

extensas, son de tal naturaleza que no es posible establecer se-<br />

cuencias cronológicas a larga distancia, si no es a saltos o dejan-<br />

do vacías muchas regiones.<br />

No obstante, la aplicación cada vez más extendida de la da-<br />

tación radiocarbónica puede permitir contemplar con optimis-<br />

mo el futuro, en el sentido de que es en función de un sistema<br />

como ese el que puede permitir comparaciones objetivas de ca-<br />

rácter cronológico. De otro modo, el problema que representa<br />

la cronología comparada, a larga distancia, sería prácticamente<br />

insoluble.<br />

En definitiva, el establecimiento de secuencias geográfico-<br />

cronológicas es lo que puede asegurar direcciones o sentidos<br />

a las posibilidades de difusión que vayan a ser estudiadas, y las<br />

posibles conexiones entre áreas concentradas, separadas por<br />

grandes vanos informativos, sólo pueden resolverse de manera<br />

adecuada mediante la aplicación combinada de series con valor<br />

secuencia1 en ambos sentidos.<br />

4 A!c=I, 1957 j7 1958-2.<br />

5 Alcina, 1953-a.<br />

6 Alcina, 1958-b<br />

7 Alcina, 1962.<br />

8 Palop, 1970.


6 JOSQ AtCINA FRANCH<br />

Series tempo-espaciales como la representada en el esquema de<br />

la figura 1, pueden determinar, aun contando con un vano geo-<br />

gráfico -columna E-, la determinación de un foco originario<br />

en C-1 y la irradiacción a partir de esa zona en un doble sentido:<br />

hacia II-B y II-D.<br />

A B C D E F G H<br />

Fig. i<br />

Si los dos factores examinados hasta ahora -tiempo y espacio-<br />

se refieren más bien a la presentación de las series de ras- £<br />

2<br />

gos culturales, aquellos a los que vamos a referirnos ahora afec-<br />

E<br />

tan principalmente a la esencia misma de tales rasgos.<br />

3<br />

El más decisivo de todos los aspectos enunciados es el que<br />

-<br />

0<br />

se refiere a la función. En efecto, para que un elemento cultural<br />

m<br />

E<br />

sea meramente comparable, requiere, por una parte, que cum- O<br />

pla la misma función en todos los lugares y culturas en las que -<br />

pueda rastrearse. La averiguación de este aspecto ha sido des- - E<br />

a<br />

cuidada muchas veces, al considerar rasgos culturales comparables<br />

a aquellos que presentaban identidad formal solamente.<br />

Así, por ejemplo, la semejanza en cuanto a la forma, e incluso<br />

3<br />

en cuanto a la utilización mecánica, del «cilindro-sello» y del<br />

O<br />

«sello cilíndrico», como hemos señalado en otra ocasióng, no<br />

identifica a ambos objetos, que, desde el punto de vista funcional,<br />

representan dos ideas totalmente distintas. Por el contrario,<br />

dos objetos formalmente diferentes pueden representar una misma<br />

función. Así, las vasijas con soportes: trípodes, tetrápodas,<br />

pentápodas, etc. lÜ, deben ser consideradas, a mi juicio, como un<br />

mismo rasgo cultural, comparable e identificable, independien-<br />

9 Alcina, 1958-a, pág. 213.<br />

10 Alcina, 1953-a.<br />

10.8 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

O<br />

- m<br />

O<br />

E


EL a;FORMATIVO» AMERICANO 7<br />

temente del número de pies. Así también, las variaciones formales<br />

o estilísticas de un mismo rasgo no deben ser tenidas en<br />

cuenta sino en función de las semejanzas tempo-espaciales. Ese<br />

es el caso, por ejemplo, de las diferencias observables en las vasijas<br />

con mango-vertedero '' o en otros ejemplos.<br />

Pero más importante que la identidad en cuanto a la función<br />

de una serie de rasgos culturales es la consideración de la categoría<br />

del rasgo cultural comparable, en cuanto a que responda<br />

a una necesidad tecnológica inmediata o no. La mayor dificultad<br />

del análisis reside precisamente en este aspecto de la cuestión,<br />

y las argumentaciones en pro o en contra del valor de cada rasgo<br />

en concreto son tan superabundantes y variadas que difícilmente<br />

podremos llegar a una serie de condiciones objetivas.<br />

D,,,,., ,L.,:* ,., 1, : ,.,., . , A, ., ,+:11, A, ., 1 ,--,<br />

A alr;~\; uu vlv yur; la ~LLVGL~LLULL UG u11 ulal LULW, u= uua lauaa,<br />

de un cuchillo o de una punta de dardo puede ser múltiple, in-<br />

dependiente e irrelacionable, en tanto que esos objetos respon-<br />

den a necesidades inmediatas, planteadas por el medio ambien-<br />

te sobre el cual el hombre actúa. Del mismo modo, parece obvio<br />

que un complicado diseño decorativo, o un tipo muy especializa-<br />

do de instrumento, es de difícil doble invención. Pero, ¿hasta qué<br />

punto podemos considerar a un objeto, instrumento o rasgo cul-<br />

tural en concreto como respuesta inmediata o no a las necesida-<br />

des naturales o culturales de un pueblo? Las consideraciones sub-<br />

jetivas del investigador harán que, en un determinado momento,<br />

se seleccionen unos rasgos u otros, para argumentar en un sen-<br />

tido o en otro.<br />

La prueba de que tal selección es absolutamente subjetiva<br />

Ia haIIamos en el hecho mismo de que aquellos que propenden<br />

a destacar el aislamiento cultural de América de otros conti-<br />

nentes utilizan simultáneamente pruebas de que no ha habido<br />

determinadas difusiones -la rueda, la metalurgia del hierro, etcé-<br />

tera- y de que las semejanzas observables son puramente apa-<br />

rentes y se explican por creaciones independientes. Si algo que<br />

aparentemente es tan elemental como la rueda -que, por otra<br />

parte, conocieron algunos pueblos americanos y la aplicaron<br />

para juguetes- no ha surgido en ese continente por evolución,<br />

fl Alcma. 1958-b


8 JO& ALCINA FRANCH<br />

jcómo es posible considerar como psoducto de la propia e in-<br />

dependiente evolución interna de las culturas del Nuevo Mundo<br />

otros rasgos culturales más complejos o menos en relación con<br />

necesidades inmediatas o con desarrollos tecnológicos?<br />

Parece evidente que siendo el factor funcional el más deci-<br />

sivo de cuantos hemos señalado para determinar un .proceso<br />

de difusión -forma, espacio y tiempo-, es, sin embargo, aquel<br />

que menos posibilidades ofrece de objetivación.<br />

El factor formal resulta ser el de más frecuente utilización:<br />

forma externa del objeto, utilización mecánica del instrumento<br />

o estilo en la decoración, son aspectos diferentes de una carac-<br />

terización formal del rasgo cultural comparable que, tanto para<br />

difusiones a corta como a larga distancia, constituyen la eviden- a N<br />

cia primera con la que hay que contar, y sobre la que se iniciará E<br />

cuaiquier anaiisis de este género. O n -<br />

Dadas como buenas las consideraciones precedentes sobre = m<br />

O<br />

tiempo, espaczo, forma y función, entendemos que es con un E<br />

método semejante como deben orientarse en el futuro los estu-<br />

S<br />

E<br />

=<br />

dios sobre difusión a larga distancia.<br />

><br />

Hasta ahora, sin embargo, hemos estado examinando el pro-<br />

-<br />

blema de manera quizás excesivamente analítica, considerando -<br />

0 m<br />

E<br />

el estudio de cada rasgo cultural susceptible de ser utilizado como<br />

O<br />

argumento en la demostración de una hipótesis difusionista en<br />

sí mismo. Es evidente que los rasgos culturales así examinados<br />

n<br />

- E<br />

no son más que partes de un conjunto o complejo cultural que,<br />

a<br />

por su propia naturaleza o por las condiciones requeridas para su A n<br />

n<br />

0<br />

análisis, pueden ser investigados exhaustivamente; pero las inferencias<br />

derivadas de ellos mismos y de sus interrelaciones pue- 3<br />

O<br />

den permitirnos estructurar el complejo cultural del cual forman<br />

parte.<br />

Hasta qué punto estas inferencias pueden ser consideradas<br />

como válidas para la reconstrucción de todo un complejo cultural<br />

es algo que, al igual que la decisión respecto al significado<br />

funcional, pertenece, en gran parte, a la opinión subjetiva de1<br />

investigador o al planteamiento teórico de ia hipótesis.<br />

En cualquier caso, queríamos destacar el hecho de que, analizando<br />

una serie de rasgos culturales, estamos tratando de hacer<br />

una demostración meramente exploratoria del mucho menos<br />

110 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCO5


EL AMERICANO 9<br />

simple proceso de difusión del complejo cultural del que forman<br />

parte aquellos rasgos.<br />

Refiriéndonos especialmente a los elementos culturales que<br />

consideramos susceptibles de ser comparados, con vistas a una<br />

argumentación demostrativa de la hipótesis planteada acerca de<br />

contactos trasatlánticos, y a los que nos hemos referido en<br />

conjunto recientemente 12, podríamos elaborar una lista como<br />

la siguiente:<br />

Sellos o «pintaderas».<br />

Vasija con mango-vertedero.<br />

Vasija trípode y polípoda.<br />

Figura femenina perniabierta.<br />

Boleadoras.<br />

Banquetas-metates.<br />

Apoyanucas.<br />

Urnas funerarias con figura.<br />

Petroglifos espiraliformes.<br />

Cuentas de collar de barro.<br />

Trepanación.<br />

Momificación.<br />

Representación de negroides.<br />

Estructuras dolménicas.<br />

«Magados».<br />

Palo cavador.<br />

Lenguaje silbado.<br />

Matrimonio entre hermanos.<br />

Vírgenes vestales.<br />

Propiedad de la tierra en usufructo.<br />

De esa lista diríamos que los catorce primeros rasgos cultu-<br />

rales pueden ser analizados de acuerdo con el método propuesto.<br />

Los elementos 15 y 16, en función de los materiales perecederos<br />

usados para su construcción, sólo pueden ser estudiados en cir-<br />

cunstancias muy especiales que permitan su conservación. Final-<br />

mente, los rasgos 17 a 20 sólo pueden considerarse, en función<br />

12 Alcina, 1969.<br />

Núm 17 (1971)


10 JOSÉ ALCINA FRANCH<br />

de sus relaciones estructurales, con las evidencias de carácter<br />

material señaladas en primer lugar.<br />

Esa sería una primera correlación de rasgos culturales formando<br />

parte de un complejo; pero aún es posible ampliar e1<br />

cuadro en función de la capacidad de inferencia que los rasgos<br />

de carácter material poseen en cuanto a su función. Un breve<br />

recorrido sobre las posibilidades que ofrecen esos rasgos enlistados<br />

puede confirmar lo que decimos.<br />

El uso de «pintaderas» implica, por una parte, una relativa<br />

diferenciación clasista, al mismo tiempo que una especialización<br />

en orden al sistema de creencias, con la configuración al menos<br />

del shaman y quizás de un incipiente sacerdocio. Ese mismo tipo<br />

de interpretaciones nos lleva a considerar a la figura femenina a N<br />

perniabierta como un instrumento mágico de carácter fecundador,<br />

lo que, a su vez, implica, indirectamente, ia existencia de una O n -<br />

sociedad cuya economía se basa fundamentalmente en la agri- - m<br />

O<br />

cultura. Shamanes, pintura corporal con carácter sagrado, cere- E<br />

2<br />

monialismo incipiente, ritos de fecundación de los campos, agri-<br />

E -<br />

cultura incipiente o limitada: todo ello implica, a su vez, un tipo<br />

3<br />

de asentamiento de carácter aldeano, baja densidad de pobiación<br />

y una organización política poco cooperativa.<br />

Ese cuadro queda confirmado por el uso de banquetas y apoyanucas,<br />

como signos de prestigio social, distinción y, quizás, como<br />

indicadores de la aparición de un cierto género de dirigente político.<br />

Momificación y urnas funerarias, con representaciones del<br />

espíritu del muerto en la tapadera, hacen referencia a Lin paralelo<br />

desarrollo de las ideas en torno al más allá, dentro de ese<br />

mundo agrícola y aldeano; mientras la trepanación nos habla 3 O<br />

del creciente papel como hombre-medicina del shaman. Ese creciente<br />

desenvolvimiento de las creencias en un más allá y en las<br />

fuerzas sobrenaturales que rodean al primitivo agricultor, deben<br />

quedar simbolizadas en la serie de petroglifos que adornan cuevas<br />

sagradas o rocas con valor mágico.<br />

El conjunto de análisis individualizados, elemento por elemento,<br />

así como las inferencias derivadas como base para comparaciones<br />

de conjunto, del mismo modo que el estudio de<br />

otros aspectos tales como el paleobotánico, el de corrientes y<br />

vientos o el de condiciones biológicas en la hipotética ruta, pue-<br />

112 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

2<br />

n<br />

n<br />

n


EL aFORMATIVOx, AMERICANO 11<br />

den servir para establecer sólidamente una tesis difusionista a<br />

larga distancia.<br />

11. EL «FORMATIVO» AMERICANO<br />

Sena por demás ocioso que hiciésemos aquí la historia del<br />

desarrollo del concepto de Formatzvo en la arqueología ameri-<br />

mana, desde la obra de Spinden l3 hasta la síntesis de Willey y<br />

Phillips 14, cuando Ford lo ha hecho con detalle muy reciente-<br />

mente 15.<br />

Es más importante que nos refiramos al concepto mismo de<br />

Formativo. Como dice el propio Ford l6 y yo he destacado en oca-<br />

sión anterior '', el llamado período Formativo, o aPre-clásico»,<br />

viene a representar io que para ia arqueoiogia del Viejo Mundo<br />

es el Neolítico inicial. Sólo un chauvinismo científico, al que he-<br />

mos aludido en otro lugar lS, puede explicar el reiterado rechazo<br />

de la terminología utilizada en el Viejo Mundo para períodos<br />

semejantes.<br />

Sea cual sea el término que se emplee, lo que se está tratando<br />

de designar es la serie de cambios culturales que se operan en<br />

América entre el año 3000 a. C. y el 1500 ó 1200 a. C., y que en<br />

términos generales podemos calificar como proceso de neoliti-<br />

zación. Para Ford, el Formativo abarcaría desde el 3000 al 400<br />

antes de Jesucristo, y se dividiría en dos fases: Formativo colo-<br />

nial (3000-1200 a. C.) y Formativo teocrático (1200-400 a. C.), ter-<br />

minando hacia esas fechas con el comienzo de un período Pro-<br />

toclásico j9, períodos que en nuestro esquema corresponden al<br />

Neolítico (3000-1500 a. C.) y al Arcaico (1500 a. C.-1001200 d. C.) m.<br />

Según la definición de Ford, el Formativo está caracterizado<br />

por el desarrollo de la agricultura del maíz y de la mandioca,<br />

13 Spinden, 1917.<br />

l4 Willey y Phillips, 1958.<br />

15 Ford, 1969, págs. 1-4.<br />

l6 Ford, 1969, pág. 4.<br />

17 Alcina, 1966.<br />

18 Alcina, 1966, pág. 450.<br />

19 Ford, 1969, pág 5.<br />

20 Alcina, 1966, págs. 463-467.


12 JOS~ ALCINA FRANCH<br />

el uso de la cerámica, la elaboración de figurillas, uso de instru-<br />

mentos de piedra, progresivo desarrollo socio-económico de las<br />

poblaciones aldeanas que se sitúan en una extensa área que<br />

va desde el Perú hasta el Este de los Estados Unidos, consti-<br />

tuyendo básicamente lo que se conoce con el nombre de Amé-<br />

rica Nuclear.<br />

En el nuevo Mundo, como en el Viejo, la agricultura ha pre-<br />

cedido en muchos lugares a la fabricación de la cerámica; pero<br />

ésta, en general, no hace su aparición en poblaciones con eco-<br />

nomía fundamentalmente agrícola, sino más bien en aldeas de<br />

recolectores de moluscos y pescadores. Playas marinas, cursos<br />

fluviales y orillas de lagos son áreas de localización preferente<br />

de las aldeas de este período.<br />

Contando con un cuadro general de cultura semejante al de-<br />

lineado brevemente en los párrafos precedentes, Ford selecciona<br />

una serie de elementos culturales de carácter arqueológico, que<br />

le sirven de comparación para indicar una posible difusión con-<br />

tinental del fenómeno de neolitización. No nos interesa aquí<br />

hacer un examen a fondo de la tesis de Ford, sino, simplemente,<br />

extraer de ella la lista de rasgos seleccionados; es ésta:<br />

Industria de lascas y nódulos.<br />

Machacador de corteza.<br />

Ensanchador.<br />

Hachas de piedra pulimentada.<br />

Metates.<br />

Cuentas de collar de piedra.<br />

Pulidores.<br />

Perforadores.<br />

Orejeras.<br />

Espejos.<br />

Peines.<br />

Anillos.<br />

Figurillas.<br />

Pipas.<br />

Sellos o *pintaderas».<br />

Vasijas grandes sin cuello.<br />

Vasijas de boca ancha.<br />

114 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL


14 JOSE ALCINA FRANCH<br />

de marcar difusiones concretas en ese contienente, forman par-<br />

te también, total o parcialmente, de complejos culturales de<br />

carácter neolítico en otros continentes.<br />

El meollo de toda la cuestión que estamos discutiendo en<br />

estas páginas, y al que llegamos ahora, es dilucidar el origen<br />

o los orígenes del Formativo o Neolítico americano.<br />

El problema ha sido abordado en el pasado -y no vamos<br />

aquí a dar testimonio detallado de esa larga discusión- en<br />

términos excesivamente excluyentes: o bien considerando al<br />

Neolítico americano como el resultado de una difusión desde<br />

el Viejo Mundo, o bien como la consecuencia de una aislada<br />

evolución.<br />

Entendemos que ambos puntos de vista -como hemos di-<br />

cho en otra ocasión- son igualmente acertados y erróneos par-<br />

cialmente. El considerar que los condicionamientos ecológicos<br />

y las consecuencias de la evolución natural de ciertas culturas<br />

puedan conducir en lugares diferentes a resu!tadn semejantes<br />

en orden a la domesticación de plantas y al establecimiento de<br />

aldeas, construcción de chozas, y aun a la invención de la cerá-<br />

mica, no excluye el hecho de que puedan haber contribuido al<br />

nacimiento de alguna de esas ideas la llegada fortuita o continua<br />

de individuos o grupos que, en posesión ya de experiencias pa-<br />

recidas, hayan podido incrementar o acelerar el proceso de<br />

cambio.<br />

Evidentemente, no se trata de la aceptación íntegra de com-<br />

plejos culturales extraños, ni de la asimilación total a los im-<br />

perativos foráneos, sino de la adopciin de dete-rminados rasgos<br />

culturales, convenientemente seleccionados por la sociedad re-<br />

ceptora, que al cabo del tiempo quedan incorporados al patri-<br />

monio cultural local, e incluso se desarrollan de manera total-<br />

mente independiente a su foco originario, alcanzando a veces<br />

variedad y riqueza increíblemente superior a aqml foco.<br />

Aunque con esto se nos pueda tachar de un eclecticismo exa-<br />

gerado, creemos que la compleja realidad de los fenómenos de<br />

cambio cultural no permiten descuidar ninguna posibilidad de<br />

116 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Et


JOa ALCINA FRANCH<br />

IV. REVISI~N DE PRUEBAS<br />

Partiendo de las bases presentadas en los párrafos preceden-<br />

tes, tanto desde el punto de vista teórico y metodológico, como<br />

desde el punto de vista histórico-cultural, será posible entender<br />

ahora cuál es el alcance de nuestra hipótesis y la posibilidad de<br />

comprobación que tiene hasta estos momentos.<br />

Aunque en ocasiones anteriores nos hemos ocupado con ma-<br />

yor o menor precisión de algunos rasgos culturales, tales como<br />

pintaderas 24; vasija con mango-vertedero vasija trípode y po-<br />

lípoda 26 y figura femenina perniabierta 27, es conveniente que hoy<br />

presentemos esos elementos culturales en conjunto y de acuerdo<br />

con la metodología propuesta, para verificar hasta qué punto<br />

pndemns cinsiderarlns mmn prliehas tent&ivas de !a hipbtesis<br />

que defendemos. Si esta forma de presentación resultase parcial<br />

o totalmente positiva, podría pensarse que otra serie de rasgos<br />

a los que no se ha sometido a un análisis semejante, pero que<br />

presentan indicios a dar, igualmente, resultados positivos, po-<br />

drian ser pmehas en e! f~tliri.<br />

Una revisión como la que vamos a hacer a continuación era<br />

necesaria, en tanto que, desde nuestras primeras contribuciones<br />

hasta el presente, la extensión del empleo de las cronologías ba-<br />

sadas en el empleo del Carbono 14, han hecho variar sensiblemen-<br />

te a veces, los marcos temporales en los que nos movíamos. Esto<br />

es especialmente notable por lo que se refiere a las cronologías<br />

del Próximo Oriente, Mediterráneo y Europa.<br />

En los cuadros que se adjuntan en cada caso, hemos aplica-<br />

do, en general, los siguientes esquemas cronológicos:<br />

[ 1 ] Norteamérica: Willey, 1966.<br />

[2] Mesoamérica: Alcina, 1965 y Willey, 1964.<br />

[3] Centroamérica: Baudez, 1963.<br />

[4] Colombia: Reichel-Dolmatoff, 1965.<br />

24 Alcina, 1952, 1954, 1955-a, 1956 y 1958-a.<br />

Alcina, 1958-b, 1958-c<br />

26 Alcina, 1953-a<br />

27 Alcina, 1962.<br />

118 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL aFORMATIVO» AMERICANO<br />

151 Ecuador: Meggers, 1966.<br />

[6] Area andina: Lanning, 1967.<br />

[7] Noroeste argentino: Alcina, 1965.<br />

[8] Viejo Mundo: Ehrich, 1965.<br />

Para la distribución geográfica, cuya cartografía detallada re-<br />

queriría mucha extensión, nos remitimos a nuestras últimas pu-<br />

blicaciones sobre la cuestión 28, en las que nos detuvimos espe-.<br />

cialmente en el estudio de áreas y sus relaciones.<br />

111 Pintaderas<br />

[a] Forma y función: Nos hemos referido ampliamente a<br />

estos problemas al estudiar las «pintaderas» mexicanas Según<br />

las conclusiones a que llegamos en aquel estudio, las «pintade-<br />

ras» son instrumentos destinados principalmente a imprimir so-<br />

bre la piel humana diferentes motivos, aunque secundariamente<br />

se hayan podido utilizar para imprimir en telas o para decorar<br />

cerámica. Formalmente se distinguen dos tipos: el plano y el<br />

cilíndrico. La elaboración de estos sellos se hace siempre en ce-<br />

rámica o en madera. Por el material utilizado y la forma del re-<br />

lieve se distinguen claramente de los llamados cilindro-sellos<br />

orientales, por lo que en el análisis geográfico-cronológico no se<br />

tienen en cuenta estos últimos, cuya función es totalmente dife-<br />

rente, aunque la idea básica pueda ser idéntica. (Véanse lámi-<br />

nas 1 a 6.)<br />

lb1 Distribución geográfica y cronología: En el Cuadro 1<br />

presentamos en forma resumida los datos seguros acerca de la<br />

distribución geográfica en función temporal. Las columnas 1 a 10<br />

corresponden a los hallazgos americanos; las columnas 11 a 25<br />

se refieren a los hallazgos del Mediterráneo y Próximo Oriente;<br />

y las columnas 26 y 27, a los escasos hallazgos asiáticos. Las<br />

áreas de mayor concentración de hallazgos corresponden por<br />

una parte a Mesoamérica y Area andina septentrional y por otra<br />

a! Mediterránen y Próximo Oriente,<br />

28 Especialmente Alcina, 1969, fig. 4.<br />

29 Alcina, 1953-a, págs. 33-71.<br />

Núm 17 (1971)


Lámina 1


Lámina 2


Lámina 3


EL > AMERICANO 23<br />

En cuanto al hipotético foco originario, de acuerdo con lo<br />

que sabemos actualmente, parece hallarse en la región balkánica,<br />

ya que tenemos «pintaderas» pertenecientes a la civilización de<br />

Koros 30, así como otras correspondientes a la cultura Sesklo de<br />

Tesalia 31, ambas situadas en la primera mitad del quinto milenio<br />

antes de Cristo (Vid. lám. 1: 7, 8 y 15). De fechas ligeramente<br />

más recientes, son las «pintaderas» de Susa; pero a partir del<br />

IV milenio el uso de este instrumento se generaliza en casi toda<br />

el área comprendida desde la península Italiana en el Oeste has-<br />

ta el Elam en Oriente, mientras en el 111 milenio parece prepon-<br />

derar su uso en la región occidental del Mediterráneo. Es, por<br />

esas fechas, cuando suponemos que se incorporan al patrimonio<br />

cultural de los indígenas de Canarias, perdurando su uso, quizás<br />

hasta la llegada de los españoles.<br />

En América, las «pintaderas» más antiguas corresponden al<br />

período Preclásico del Valle de México, corazón del área meso-<br />

americana, de donde parecen derivar hacia el sur hasta alcanzar<br />

la costa ecuatoriana, donde se extenderá extraordinariamente la<br />

costumbre de su uso hacia el comienzo de la era Cristiana.<br />

La presencia de «pintaderas» en la cultura Jomón del Japón,<br />

con fechas extremadamente antiguas [?] no tiene su correspon-<br />

dencia en la cultura Valdivia de Ecuador, por lo que la teoría de<br />

Meggers, Evans y Estrada no parece proporcionar la explicación<br />

para la presencia de este instrumento en el Nuevo Mundo.<br />

Si examinamos, en conjunto, la distribución geográfica de<br />

este instrumento y su proyección cronológica, observaremos que<br />

el instrumento, tal y como lo hemos definido, en sus dos princi-<br />

pales formas y con una función similar en todos los lugares, tie-<br />

ne un foco originario en una zona relativamente concreta -Bal-<br />

kanes- de donde parece difundirse hacia oriente y hacia occi-<br />

dente, llegando a Canarias hacia el período comprendido entre<br />

2500 y 1000 a. de C., fechas en las que comienza su uso en el área<br />

mesoamericana.<br />

Un exame- es:i!isticv de !os temas ütifizaclos e= difereiites<br />

lugares o regiones tanto del Viejo Mundo como de América (lá-<br />

30 Laviosa, 1943, pág. 197, lám. XXV-8.<br />

31 Cornaggia, 1956, págs 128-29, 1ám VI.<br />

Núm 17 (1971)


Lámina 4


Lámina 5


Lámina 6


EL UFORMATIVm AMERICANO 29<br />

minas 1 a 3 principalmente), confirmará la identidad y relaciones<br />

mutuas entre varios de esos lugares en momentos diferentes, así<br />

como la línea de difusión que estamos señalando.<br />

[2] Vasija con mango-vertedero<br />

[a] Forma y función: Al presentarse por primera vez este<br />

rasgo cultural como susceptible de servir para una comparación<br />

entre el Viejo Mundo y América 32 analizamos, aunque brevemen-<br />

te, la función de este elemento, considerándolo como una forma<br />

especializada del mango de vasija que se da en un área relativa-<br />

mente concentrada en el mundo y al que, por consiguiente, po-<br />

demos considerar como óptimo para este tipo de análisis. Allí<br />

establecimos también la tipología fundamental y su derivación<br />

-<br />

genética 33. Este estudio formal puede ampliarse ahora (véanse<br />

las láminas 7 y 8) con nuevos ejemplares recopilados tanto para<br />

el Viejo Mundo como para América.<br />

lb] Distribución geográfica y cronología: En cuanto a la<br />

cronología, también podemos ofrecer ahora una considerable<br />

ampliación en los datos y algunas correcciones~ como consecuencia<br />

de la nueva cronología con Carbono 14 para el Viejo Mundo ".<br />

El área americana comprende las columnas 1 a 14; las columnas<br />

15 a 21 reúnen los datos correspondientes al Mediterráneo y<br />

Africa; las columnas 22 a 26 se refieren al Próximo Oriente y,<br />

finalmente, la columna 27 alude a los escasos restos asiáticos.<br />

El área de Siria, Mesopotamia e Irán, parece ser el foco onginario<br />

de este tipo especial de mango-vertedero, donde aparecen<br />

ejemplares en el V milenio a. de C. (Lám. 7: 3-13, 19-20 y 27-31).<br />

Hasta comienzos del IV milenio no parece que este rasgo cultural<br />

se extienda hacia Occidente, área en donde aparece con cierta<br />

frecuencia a partir del 111 milenio. Los hallazgos de Túnez, posiblemente<br />

ponen en contacto el Neolítico del Mediterráneo<br />

oriental cond de Canarias, donde este tipo es bastante frecuente.<br />

Las fechas más antiguas, para el Nuevo Mundo, corresponden<br />

a la cerámica Mamom del área Maya, y; a partir de ahí, se pme-<br />

32 Alcina, 1958-b.<br />

33 Alcina, 1958-b, cuadro 1.<br />

34 Alcina, 1958-b, pág. 186, cuadro 11.<br />

Núm 17 (1971)


Lámina 7


Lámina 8


34 JOSl? ALCJNA FRANCH<br />

raliza su uso en toda el área mesoamericana, siendo relativamen-<br />

te más reciente desde Centroamérica hacia el sur.<br />

En este caso, también, la concatenación geográfica y crono-<br />

lógica hace pensar en una difusión continua desde el Próximo<br />

Oriente en el V milenio antes de Cristo, hasta Mesoamérica y<br />

el área andina en América en el primer milenio después de Cristo,<br />

131 Vasija trípode y pofípoda<br />

[a] Forma y función: Por la enorme popularidad que este<br />

tipo tiene en una gran cantidad de áreas, podría pensarse que se<br />

trata de un rasgo cultural de distribución dispersa y por consiguiente<br />

que no permite un análisis semejante al de otros rasgos<br />

c~!t~rdes con fines de demnstraciSn difiisinnista. Sin emharg~,<br />

el hecho de que las áreas en que no se encuentra este elemento<br />

sean continuas y encierren en una banda por así decirlo que rodea<br />

todo el mundo la zona de hallazgos, permite pensar que hay po-<br />

sibilidades para un análisis como en los casos anteriores.<br />

En efecto, la función de las «vasijas con pies» es, por una<br />

parte de tipo técnico -el proporcionar un asentamiento equili-<br />

brado a un objeto de fondo redondeado-; por otra parte, estos<br />

soportes tienen frecuentemente una función religiosa o mágica,<br />

en tanto que contienen elementos sonoros -sonajeros- cuya<br />

utilidad no puede ser otra que aquella que le puedan dar los es-<br />

pecialistas en materia mágica o religiosa 35. Como hemos dicho<br />

en páginas anteriores, el número de soportes no es significativo<br />

desde nuestro punto de vista, ya que la idea reside en el sistema<br />

de soporte y no en el número de pies que se utilicen.<br />

lb] Distribución geográfica y cronología: Según decíamos<br />

antes, la distribución geográfica de este rasgo cuItural presenta<br />

la particularidad de correr casi en forma de banda36 a lo largo<br />

de los paralelos, tanto en dirección a Occidente como en dirección<br />

a Oriente, llegando incluso a las islas del Pacífico. En el Cuadro 3<br />

hemos intentado resumir y correlacionar los datos con valor<br />

cronológico que poseemos hasta ahora. Las columnas 1 a 17 co-<br />

rresponden a los hallazgos americanos; las columnas 18 a 35, re-<br />

35 Alcina, 1953-b.<br />

36 Alcina, 1969, fig. 4.<br />

136 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Lámina 9


Lámina 10


Lámina 11


Lámina 12


Lámina 13


44 JOS~ ALCINA FRANCH<br />

flejan los datos del Mediterráneo y Europa; los que se refieren<br />

al Próximo Oriente se señalan en las columnas 36 a 41; y final-<br />

mente en las columnas 42 a 44 se indican los datos de Asia y Ex-<br />

tremo Oriente.<br />

La región que parece ser el foco originario de este rasgo se<br />

señala en los Balkanes. En el IV milenio parece extenderse este<br />

tipo de soportes por el Asia Menor y Mediterráneo Oriental, mien-<br />

tras en el Mediterráneo Occidental y Canarias no se alcanzará<br />

hasta el 111 milenio. Los hallazgos de Iraq e Irán a fines del<br />

111 milenio y comienzos del 11 parecen servir de nexo en la emi-<br />

gración oriental de esta idea que viene a culminar en China a<br />

partir del 2500 a. de C. Por el lado occidental, los hallazgos -muy<br />

escasos- de Africa y Canarias, pueden servir de nexo, a su vez,<br />

para el gran desarrollo de este rasgo cultural en América, espe-<br />

cialmente en el área mesoamericana, de donde deben derivar las<br />

formas sudamericanas.<br />

El problema planteado por la presencia de vasijas polípodas<br />

en Ia cerámica Valdivia del Ecuador, al que hemos aludido en<br />

otro lugar 37 quizás puede quedar resuelto, si consideramos que,<br />

en este caso, ha habido dos diferentes momentos y lugares por<br />

los que penetra en América la idea de los pies múltiples en cerá-<br />

mica: Valdivia, representaría la llegada de ideas semejantes des-<br />

de el Japón, mientras el foco mesoamericano respondería a influ-<br />

jos recibidos por el Atlántico.<br />

[4] Figura femenina pevniabierta<br />

[a] Forma y función: La figura femenina ~erniabierta~~<br />

constituye esencialmente una forma particular de las figurillas<br />

femeninas representando muy probablemente a ia diosa madre»<br />

que suele acompañar el nacimiento de casi todos los cultos agrí-<br />

colas en el Neolítico inicial. En este caso, la forma está determi-<br />

nada por el carácter eminentemente sexuado de la figura, evi-<br />

dentemente femenina en la mayor parte de los casos, yacon una<br />

tendencia bastante marcada hacia la representación de! parto.<br />

37 Alcina, 1969, págs 38-39.<br />

38 Alcina, 1962.<br />

146 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL


46 JosÉ ALCINA FRANCH .<br />

paración, quizás afianzasen la idea que hasta ahora no pasa de<br />

ser una hipótesis.<br />

ALCINA FRANCH, José.<br />

BIBLIOGRAFIA<br />

Dzstrrbución geográfzca de las pintaderas en Amérzca, «Archivo<br />

de Prehistoria Levantina», vol 3: 241-255. Valencia.<br />

Distrrbuczón geogrúfrca del vaso trípode en el mundo, «Trabajos<br />

y Conferencias», vol. 1. 83-100. Madrid.<br />

Sonalas rztuales en la ceramzca mejtcana, «Revista de Indiasn,<br />

volumen 13: 527-538. Madrid.<br />

Dzffusron of pottery stamps, ~Proceedings of the XXXth. In-<br />

ternational Congress of Americanists~, 248. Londres.<br />

Hzpótesu acerca de la dzfusión mundzal de las pmtaderas, ~Tra-<br />

bajos y Conferencias*, vol. 1 217-223. Madrid<br />

El neolítico amencano y su problemútzca, «Anáis do XXXI Con-<br />

greso Internacional de Americanistas», vol 2 871-882 Sao Paulo.<br />

Las pintaderas de Canarias y sus poslbles relacrones, «Anuario<br />

de Estudios Atlánticos», vol. 2. 77-107 Madrid.<br />

Las «pzntaderas» mejzcanas y sus relaczones. Instituto Gonzalo<br />

Fernández de Oviedo. Madrid.<br />

El vaso con mango-vertedero en el Vzejo Mundo y en Amérzca,<br />

«Anuario de Estudios Atlánticos», vol 4 169-191 Madrid.<br />

El vaso con mango-vertedero, ~Miscellanea Paul Rivetn, vol. 1.<br />

9-16. México.<br />

La figura femenina pernzabzerta en el Vrejo Mundo y en Amé-<br />

rrca, «Anuario de Estudios Atlánticos», vol 8. 127-143 Madrid<br />

Manual de Arqueología Amerzcana. Aguilar. Madrid.<br />

La historia indígena de América como un proceso, «Anuario de<br />

Estudios Americanos», vol 23. 445-477. Sevilla.<br />

Origen trasatlántico de la cultura zndigena de Amérrca, «Revista<br />

Española de Antropología Americana», vol. 4: 9-64. Madrid.<br />

BAUDEZ, Claude F.:<br />

1963 Cultural developrnent in Lower Central Amerrca, «Aboriginal<br />

cultural development in Latin America. an interpretative re-<br />

viewn, 45-54 Washington.<br />

1956 Orrgrni e drstrzbuzione delle pintaderas prezstorrche xeuro-asia-<br />

tzchen, ~Rivista di Scienze Preistorichen, vol. 9 109-192. Florencia.<br />

148 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL AMERICANO 47<br />

EHRICH, Robert:<br />

1965 Chronologze tn Old World Archaeology. The University of Chica-<br />

go Press. Chicago.<br />

FORD, James A.:<br />

1969 A Comparzson of Formatzve Cultures zn the Amerzcas, «Smithse<br />

nian Contributions to Anthropology», vol. 11. Washington.<br />

LANNING, Edward P.:<br />

1967 Perú before the Incas. Prentice Hall Inc. Englewood Cliff.<br />

LAVIOSA ZAMBOTI, Pía:<br />

1943 Le pzu antzche culture agrzcole auropee. L'Italza, i Balcanz e<br />

1'Europa centrale durante il neo-eneolztzco. Universitá di Milano.<br />

Milán.<br />

MEGGERS, Betty J :<br />

1966 Ecuador. Ancient Peoples and Places. Thames and Hudson. Londres.<br />

MEGERS, Betty J.; Clifford Evans y Emilio Estrada:<br />

1965 Early Formatwe Period of Coastal Ecuador. The Valdzvza and<br />

Machalzlla Phases, ~Smithsonian Contributions to Anthropologp,<br />

volumen 1. Washington.<br />

PALOP MART~NEZ, Josefina.<br />

1970 Distribución mundial de la trepanaczon prehzstorica, «Revista<br />

Española de Antropología Americana», vol. 5 51-66 Madrid.<br />

REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo:<br />

1965 Colombza. Ancient Peoples and Places. Thames and Hudson.<br />

Londres.<br />

SANDERS, William T, y Bárbara J. Price.<br />

1968 Mesoamérzca. The Evolution of a Czvrhzatron. Random House.<br />

Nueva York.<br />

SPINDEN, Herbert J..<br />

1917 The origzn and dzstrzbution of agrzculture zn Amerzca, «Proceedings<br />

of the i9th. Inrernationai Songress of Americanists»,<br />

páginas 269-276. Washington<br />

WILLEY, Gordon R.<br />

1964 An archaeological frame of reference for Maya culture hzstory,<br />

«Desarrollo cultural de los mayas», págs 137-175. México<br />

1966 An Introductzon to amerrcan archaeology. vol 1. Prentice Hall<br />

Inc. Englewood Cliff.<br />

WILLEY, Gordon R, y Philip Phillips.<br />

1958 Method and theory in arnerican archaeology University of Chica-<br />

go Press. Chicago.<br />

Naím 17 (1971) 149


EL CIRCUMMEDITERRANEO Y SUS RELACIONES<br />

CON LA AMERICA PREHISPANICA: ¿DIFUSION O<br />

PARALELISMO ?<br />

POR<br />

CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

El estudio del poblamiento de la América prehispánica suele<br />

plantearse en forma de un problema cuya resolución se formula<br />

desde tres direcciones: i) la dei paso por el Estrecho de Eehr-<br />

ing; 2) la travesía transpacífica; y 3) la vía del Atlántico. La<br />

influencia más universalmente aceptada, sobre todo en cuanto<br />

al reconocimiento de la mayor masa migratoria, es la correspon-<br />

diente al poblamiento efectuado por cazadores y recolectores atra-<br />

vesando el Estrecho de Behring.<br />

Aunque el reconocimiento último de la vía transpacífica está<br />

condicionado por la verificación de la capacidad relativa de na-<br />

vegación de los grupos del Pacífico occidental, empero, parece<br />

aumentar el grado de aceptación de esta teoría en la medida en<br />

que los paralelismos culturales entre América y el sureste de<br />

Asia parecen sustentarse en la autoridad científica deQciertos<br />

afamados etnólogos.<br />

En cambio, el escepticismo es muy marcado cuando se trata<br />

de admitir las teorías que señalan al Atlántico como un mar que<br />

fuera navegacio por pueblos circummeciiterráneos, quizá porque<br />

dichas teorías hasta hace poco tiempo no se apoyaban en in-<br />

vestigaciones serias, y sí, en cambio, por un sinnúmero de con-<br />

jeturas y deducciones muy frecuentes entre algunos prehistoria-<br />

dores difusionistas.<br />

rara nuestro propósito de evaiuar ios datos reiativos a una<br />

)difusión ocurrida por la vía transatlántica, debe entenderse que<br />

no tratamos de revisar ahora las teorías de Elliot-Smith, pues lo<br />

que realmente nos interesa es abordar, desde el punto de vista<br />

Núm 17 (1971) 151


2 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

metodológico, las posibilidades de verificación de una tesis difu-<br />

sionista en dicho sentido. En principio, partimos del reconoci-<br />

miento de que las tesis de Elliot-Smith son muy atractivas para<br />

el investigador, y si bien se admite por dicho autor que la difu-<br />

sión egipcia más notable ocurriría desde Asia, no obstante, pien-<br />

sa que el Atlántico, por parte de fenicios y durante el transcurso<br />

del primer milenio antes de Cristo, jugó un papel importante en<br />

la transculturación de América.<br />

Actualmente, puede afirmarse que parecen confirmarse más<br />

las teorías relativas a una difusión asiático-americana, tal como<br />

ha sido formulada por Heine-Geldern, que la postulada por<br />

Elliot-Smith. Parece estar claro, por otra parte, que las teorías<br />

del primero son más analíticas, o más sistemáticas, y si se quiere N a<br />

menos conjeturales, que las del segundo. Por añadidura, es tam- E<br />

bién cierto que ia metodoiogia dei primero es más rigurosa que O -<br />

la del segundo: la transatlántica.<br />

- m<br />

O<br />

E<br />

El relativo descrédito en que pueden haber caído las teorías<br />

E<br />

2<br />

de Elliot-Smith puede considerarse relacionado con la manera<br />

E -<br />

misma como éste las ha presentado. Sin embargo, dicho des-<br />

2<br />

crédito tiene que ver con ia debiiidad de ia metocioiogia, más<br />

-<br />

que con la teoría misma, pues el método comparado formalista<br />

0<br />

m<br />

E<br />

a que ha recurrido no tiene los apoyos empíricos necesarios, y<br />

O<br />

por otra parte es muy pobre su conocimiento etnográfico e hjs-<br />

E<br />

tórico de las civilizaciones indígenas americanas. De hecho, los -<br />

- E<br />

datos que ofrece Elliot-Smith son más especulativos que veri-<br />

a<br />

2<br />

ficados.<br />

-<br />

Como resultado del escepticismo provocado por esta meto- -<br />

dología, la migración transatlántica ha tenido pocos defensores. 3 O<br />

No obstante, en los últimos años, y particularmente entre americanistas<br />

europeos, se están produciendo investigaciones difusionistas<br />

donde a la comparación formal de los paralelismos<br />

culturales sigue la comparación funcional de sus integraciones<br />

relativas en el seno de las civilizaciones americanas. Es a la<br />

luz de estas nuevas aportaciones, y del más sistemático planteamiento<br />

de ios probiemas, como parece cobrar una dimensión mas<br />

lógica la conclusión que lleva a aceptar la existencia de un influjo<br />

directo, transatlántico, entre el Circummediterráneo y algunas<br />

regiones de la América prehispánica. Dicho influjo se plantea<br />

152 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-


considerando una base marítima de lanzamiento que sería el<br />

Atlántico medio-occidental y las Canarias, y a partir del supuesto<br />

de que la expansión cultural del Mediterráneo ocurriría en tiem-<br />

pos anteriores a la era cristiana.<br />

Estas tesis se apoyan, al comienzo, en el reconocimiento de<br />

que existen paralelismos entre esta parte del Viejo Mundo y<br />

entre la correspondiente, sobre todo, a las altas culturas del<br />

Nuevo Mundo. Situados dentro de esta perspectiva, existen mu-<br />

chos problemas sin resolver, pero cabe señalar que los paralelis-<br />

mos culturales a que se refieren los partidarios de la difusión<br />

transatlántica se ocupan de formas cuya comparación ha llevado<br />

a confrontar tanto una convergencia como un grado relativo de<br />

integración funcional de los paralelos. En realidad, al establecer<br />

los caracteres culturales de las formas comparadas se acentúa<br />

la idea de una comunicación, más o menos esporádica o regular,<br />

entre ambas orillas continentales por el Atlántico. Esta sería<br />

una comunicación, asimismo, tan vieja o más que la del Pacífico,<br />

o por lo menos tanto como puede haberlo permitido la capaci-<br />

dad de travesía marítima que se haya desarrollado entre los<br />

pueblos de la cuenca del Mediterráneo. Eso pudo haber ocurrido<br />

a partir del invento de la embarcación a vela, hecho arqueológi-<br />

camente conocido en el Mediterráneo entre los años 6000 al 3000<br />

antes de Cristo l.<br />

La idea del poblamiento americano desde el Mediterráneo y,<br />

por ende, desde el Atlántico, es muy antigua, y de ella nos hablan<br />

varios autores clásicos -griegos y romanos- y árabes, y desde<br />

luego los cronistas españoles del siglo XVI, asociados con el estu-<br />

dio de los orígenes americanos, han hecho frecuentes alusiones<br />

al problema, en algunos casos refrendando la teoría atlántica.<br />

Sin tomar en cuenta a la totalidad de los cronistas e historiadores<br />

de Indias de la época a que hicimos mención, pero concirl~ranrln<br />

e! h~rhn<br />

LA--L-- r-- l -- CII ~ pree~qa~i& p r Prnb!emU, pdemos<br />

admitir que el debate relativo a la cuestión del poblamiento<br />

americano desde el Circummediterráneo, no es de ahora. La di-<br />

1 Cfr Childe, 1954, 131.


4 CLAUDlO ESTEVA FABREGA1<br />

ferencia consiste en que mientras ahora se progresa hacia una<br />

verificación empírica, antes todo se reducía a noticias de difícil,<br />

si no imposible, comprobación, a intuiciones inteligentes del pro-<br />

blema. Pero antes de abordar la cuestión de estas relaciones<br />

culturales entre el Circummediterráneo y América, desde el punto<br />

de vista del americanismo contemporáneo, podemos tomar como<br />

ejemplo de cómo se planteaba el problema por los cronistas de<br />

Indias, lo que nos dicen Acosta y Las Casas.<br />

Acosta reconoce * como bien fundadas las formulaciones re-<br />

lativas a la presencia en América de culturas avanzadas del Viejo<br />

Mundo, tesis que atribuye inicialmente a ciertos apóstoles, entre<br />

otros San Gerónimo y San Clemente. Añade a estas afirmaciones<br />

las noticias dadas por autores de la antiguedad acerca de naves<br />

cartaginesas que llegaron a tierras que se identifican como ame-<br />

-: ----- 11 A-- -1 XT na---A- --- 1-- ---- :,.-a,.- -&lL-*:---<br />

1.lCallits, IICV~U~S ai luucvu ~viuiluu pul la> ~ulli~ii~cs a~iaiirr~a3<br />

y que, al volver a Cartago, tuvieron prohibido voIver allí por<br />

temor a que, con las migraciones consiguientes a la atracción<br />

migratoria que podría ejercer América, se despoblara la propia<br />

Cartago.<br />

Esta navegación estaban en capacidad de consumaria ias gen-<br />

tes del Mediterráneo oriental atendiendo sólo a un pilotaje que<br />

se guiaba por la posición de las estrellas, y por el conocimiento<br />

de las direcciones de los vientos. Incluso, señala Acosta 3, que<br />

ya las Sagradas Escrituras indican la travesía de una flota de<br />

Salomón, a cargo de marinos de Tiro y Sidón, cuyo viaje duró<br />

tres años, y el cual consistió en navegar por el Atlántico hasta<br />

alcanzar lo que, probablemente, serían tierras americanas. Aun-<br />

que Acosta duda de que haya podido hacerse una travesía de este<br />

tipo, arguyendo la falta de brújula, no obstante, admite que los<br />

fenicios eran gentes expertas en saberse guiar por ias estreiias<br />

y los vientos, y hasta cierto punto eran capaces de orientarse<br />

por el tino, y en ese caso por las mismas corrientes y por los<br />

pájaros que llevaban consigo y cuya función era la de indicar la<br />

dirección de la tierra. Dice asimismo Acosta4, que los antiguos<br />

2 Acosta, 1962, 36 y sigs<br />

3 Ibíd, 47.<br />

4 Zbíd, 48.<br />

164 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EZ CIRCUMMEDITERRÁNEO Y LA AMERICA PREHISPANICA 5<br />

navegantes mediterráneos, a falta de brújula se sentaban en la<br />

proa, y desde ahí observaban las diferencias de forma y color<br />

de la mar. Acosta apoya su convencimiento de que América pudo<br />

ser antes descubierta por gentes del mundo atlanto-mediterráneo<br />

en el hecho de que un marino de su época alcanzara América<br />

después de haber perdido el rumbo con motivo de un temporal.<br />

En este sentido, atribuye Acosta la mayor parte de los descubri-<br />

mientos geográficos antiguos al azar, más que a la planificación.<br />

En noticias de Aristóteles, Las Casas 5, refiere a la misma con-<br />

vicción de un descubrimiento temprano de lo que parece haber<br />

sido el mar de los Sargazos por gentes mediterráneas, y recoge<br />

asimismo las versiones que daban los indios de Cuba respecto<br />

a que antes de los españoles habían arribado a dicha isla hom-<br />

bres de caracteres semejantes a los de éstos. Para refrendar esta<br />

noticia indígena, Las Casas hace referencia a ias condiciones<br />

atlánticas cuyos vientos y corrientes llevan fácilmente, o en poco<br />

tiempo, al continente americano 6. Así, Las Casas concluye7 que<br />

es verosímil todo cuanto se dice acerca de que América haya sido<br />

conocida, y, por tanto, poblada y culturalmente influida, por<br />

gentes que partieron, mucho antes que ios españoles de ios si-<br />

glos xv y XVI, desde algún punto del Mediterráneo o del Atlán-<br />

tico.<br />

Esa sería la opinión, en líneas generales, de quienes, cronis-<br />

tas de acontecimientos americanos, recogían noticias y versio-<br />

nes acerca de poblarnientos anteriores a los hispánicos.<br />

Si bien el problema no quedó totalmente abandonado por los<br />

investigadores, es cierto, sin embargo, que el interés por contiiluar<br />

esta clase de pesquisas ~erdió parte de su auge; e incluso<br />

se produjo una corriente de abandono del problema. El debate<br />

ha podido renovarse gracias a la acumulación de paralelismos<br />

culturales y a su significación arqueológica; por una parte, en<br />

términos cronológicos y a su distribución continua, y por otra,<br />

en términos de difusión.<br />

5 Las Casas, 1965, 1, 57<br />

6 Ibíd., 71<br />

7 Ibíd, 89-90.


6 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT.<br />

En principio, y arqueológicamente considerada la cuestión,<br />

la mayor parte de los investigadores tienden a centrar la problemática<br />

del difusionismo en la discusión del cómo y el cuándo pudieron<br />

entrar en América aquellos rasgos culturales que, históricamente,<br />

se consideran originados en la región mediterránea.<br />

Para algunos arqueólogos, en especial por parte de los partidarios<br />

del autoctonismo integral de las civilizaciones americanas,<br />

el problema que imponen a los difusionistas es resolver cómo y<br />

cuándo existieron condiciones suficientes para que se produjera<br />

el contacto. En tales términos, para los autoctonistas no se trata<br />

de saber hasta qué punto son formalmente similares uno o varios<br />

rasgos culurales americanos, en su contraste con los mediterráneos:<br />

se trata, más bien, de saber si pudo o no haber condicio- a N<br />

nes para que se produjera el contacto, y hasta qué punto, en el<br />

E<br />

momento de existir taies condiciones, ias cuituras americanas ya : - o<br />

habrían producido su propio despegue y desarrollos urbanos,<br />

-<br />

O o><br />

E<br />

esto es, las formas que otros arqueólogos consideran como debi-<br />

E<br />

2<br />

das a una difusión.<br />

E -<br />

Los paralelismos culturales se discuten, pues, desde diferen-<br />

2<br />

tes plataformas, especuiativas o empíricas, segun ios casos, por<br />

parte de los diversos autores que se ocupan de esta clase de estudios,<br />

pero dos son las metodologías relevantes: 1) la que postula<br />

el difusionismo del elemento, considerando la semejanza formal<br />

del mismo en ambos mundos, y 2) la que señala una semejanza<br />

formal, pero un origen y desarrollo independientes.<br />

El primer criterio es defendido, generalmente, por difusionistas<br />

para los cuales es suficiente la existencia del paralelismo,<br />

en unos casos, o el desarrollo de principios lógicos basados en 3 O<br />

la teoría de una distribución continua de elementos culturales,<br />

a partir de su ocurrencia en un punto cronoiógicamente ei más<br />

antiguo, hasta alcanzar otro donde la distribución refiere a fechas<br />

más modernas y, asimismo, a una área postulada como región<br />

de lanzamiento hacia América.<br />

E1 segundo criterio es, metodológicamente, más exigente, pues<br />

reclama una demostración basada en ias funciones reiativas de<br />

10s elementos culturales, por una parte, y recurre por otra a los<br />

, principios teóricos del paralelismo, según los cuales la mente<br />

humana, por tener una conformación psíquica filogenéticamente<br />

156 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

o<br />

-<br />

- E<br />

a<br />

2<br />

d -


universal, puede llegar a las mismas conclusiones culturales cuan-<br />

do se dan condiciones de proceso semejantes. Para dichos auto-<br />

res, el desarrollo de paralelismos entre América y el Viejo Mundo<br />

no es demostración suficiente de difusión, ya que el único princi-<br />

pio válido que reconocen es el de la integración de los paralelis-<br />

mos en formas de proceso y de función idénticas. Con esta posi-<br />

ción se aumenta la dificultad de probar la difusión, porque ade-<br />

más se exigen otras pruebas a los difusionistas, como son la<br />

equivalencia de cronologías sucesivas arrancando, en ese caso,<br />

de la región circummediterránea, y la verificación específica de<br />

la navegación que hiciera posible situar en América las formas<br />

mediterráneas.<br />

Puesto así el problema, consideraremos las dos tesis princi-<br />

pales: la relativa a las pruebas de esta difusión manifestada en<br />

forma de paraieiismos, y la relativa a las pruebas de un desarro-<br />

llo americano independiente, con formas semejantes y sin difu-<br />

sión, o por lo menos sin comprobación empírica de dicha difu-<br />

sión. En primer lugar, podemos considerar la que tiende a refor-<br />

zar las pruebas de una difusión por el Atlántzco acudiendo al<br />

análisis de los paralelzsmos culturales. Disponemos para eiio dei<br />

concurso de varios autores interesados en la solución del pro-<br />

blema.<br />

El punto de partida de las tesis que aluden al poblamiento<br />

americano desde el Circummediterráneo, consiste en tomar como<br />

tierra de lanzamiento a las Canarias, y las fechas en que eso<br />

pudo ocurrir, las del momento en que la cultura egipcia estuvo<br />

en condiciones de propagarse hacia el resto del mundo. Eso pudo<br />

ocurrir hacia el año 4.0G0 antes de Cristo, y aún, si tenemos en<br />

cuenta las consideraciones de Childe acerca de las embarcacio-<br />

nes de vela, incluso antes. En todo caso, sólo una cultura capaz<br />

de navegar grandes distancias podía salvar el obstáculo atlánti-<br />

.co, lo cual significa que dicha navegación parece haber tenido<br />

esa capacidad más después que con anterioridad al año 4.000<br />

antes de Cristo.<br />

Lo cierto es que si se acepta que las pirámides del Sureste<br />

.de Asia son una difusión desde Egipto, y si la forma de las ame-


8 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

ricanas, sobre todo las del área maya, se asemejan más a las<br />

asiáticas que a las egipcias, entonces ésta seria una difusión<br />

indirecta, y por lo mismo no podía haberse producido por el<br />

Atlántico. Si se dice *, por otra parte, que las pirámides egipcias<br />

fueron llevadas a América hacia el año VI de nuestra era, a tra-<br />

vés de Java y Cambodgia, entonces el problema consiste en que<br />

la cronología sería demasiado avanzada y, por añadidura, Amé-<br />

rica ya habría desarrollado por sí misma los principios de la<br />

pirámide cuando se produjera la difusión desde el Viejo Mundo 9.<br />

Esta difusión, en cualquier caso, concierne a varios elementos<br />

culturales, de los que la pirámide resulta ser el más espectacular.<br />

Sin embargo, una breve mención de paralelismos puede dar-<br />

nos una idea de la magnitud del problema a dilucidar. Dicha N a<br />

magnitud interesa no sólo por el gran número de paralelismos<br />

E<br />

O<br />

que aparecen, mas también alude a la importancia relativa de sus - m<br />

relaciones culturales internas, o sea consideradas en términos<br />

O<br />

E<br />

de las civilizaciones de origen y de las americanas. Pero, asimis-<br />

E<br />

2<br />

mo, es igualmente cierto que la comparación atañe tanto a proble- E -<br />

mas de taxonomía, como a problemas de interpretación interna<br />

><br />

de cada elemento. No se trata, por lo tanto, de meras semejan- -<br />

0<br />

zas. Se trata también de ver cómo estas semejanzas aluden a una<br />

m<br />

E<br />

respuesta única en origen -cultura inventora- y a una integra-<br />

O<br />

ción pluriadaptativa en sus diversos destinos históricos, esto es,<br />

E<br />

en las diversas sociedades que recibieron dichas formas por di- -<br />

- E<br />

fusión transatlántica.<br />

a<br />

2<br />

Estos son problemas importantes. Cada rasgo cultural por -<br />

separado carece de verificación adecuada cuando se procura in- -<br />

tegrarlo dentro de la estructura cultural específica americana. 3 O<br />

Sólo disponemos del paralelismo formal, y aunque éste es un<br />

punto de partida necesario, sin embargo, no parece suficiente a<br />

la luz de las actuales exigencias metodológicas, por una parte, y<br />

de la teoría culturalista y etnológica, por otra. Veamos, no obstante,<br />

cuáles son los paralelos y cómo se presenta la discusión<br />

entre difusionistas y autoctonistas en términos del mundo mediterráneo.<br />

8 Cfr. Lowie, 1946, 199.<br />

Véanse cronologías arqueológicas mesoamericanas, en Alcina, 1965,<br />

158 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


PARALELISMO CIRCUMMLEDITERRANEO-AMERICA<br />

T Li<br />

Y> Rasgo cultural<br />

Origen prcibable Zona americana<br />

U ir<br />

de paralelismo<br />

L o paralelo más anttguo<br />

Ritos de iniciación<br />

Sociedades secretas ...<br />

Momificacdn . .. .<br />

Pirámide . ...<br />

Animismo egipcio con amuletos<br />

Canales de :irrigación .. ..<br />

Circuncisión . .. ..<br />

Mitos del diluvio ...<br />

Peregrinacicin de los muertos en el<br />

más allá. . .. ... .<br />

Covada . ...<br />

Tatuaje . . ... . . .<br />

Culto fál1co . ... .<br />

Perforación del lóbulo auricular . .<br />

Deformación craneana . , . . . . .<br />

Cultos solares . ... ....... ,..<br />

Dibujos cruciformes . . . . . .<br />

Svástica .. . . . .<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nilio.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nillo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Ni!Lo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del NiLo.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Andina.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares<br />

Autor<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

10 Al rleferirnos al autor mencionarnos solo la ob~ra o artículo del que hemos obtenido la información<br />

Eso significa que dicho autor no es necesariamente un. difusionista. Por añadidura, algunos de los elementos<br />

culturales paralelos también son conocidos en Asia Oriental. Sin embargo, como nuestro trabajo se ocupa<br />

Pl<br />

cni sólo de relaciones transatlánticas, no hemos creído necesario extendernos a otras áreas geográficas<br />

ea w


CL<br />

m<br />

O<br />

Rasgo cultural<br />

Libaciones y quema de perfumes con<br />

el cadávler . . .<br />

Rociado de la cabeza del cadáver con<br />

agua .. .<br />

Máscaras . . . . ..<br />

Bustos y retratos-mascarillas funera-<br />

rios .<br />

Esculturas zoomórficas .<br />

Avenidas con esculturas . ..<br />

Megalitos ..<br />

Trompeta marina o strombus<br />

Bumerang<br />

Faldas de colores ,<br />

Serpiente emplumada . .<br />

Sacerdote vestido con la piel de la<br />

víctima ..<br />

Año solar de 360 + 5 días<br />

Pórticos de entrada . .. . ..<br />

Animismo con amuletos . .<br />

Adorno con perlas en templos y es-<br />

tatuas . .<br />

Concha cypraea . .<br />

Collares dle adorno .. . .<br />

11 Según Inbelloni, 1956, 272.<br />

Orrgen probable Zona americana<br />

o parale20 más anttguo de pavaleltsmo<br />

p-<br />

Región del Nilo<br />

Región del Nilo<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del hlilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del hlilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo y Cir.<br />

cummeditei:ráneo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares<br />

Mesoaméi-ica y otras.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Andina.<br />

Varios lugares.<br />

Mesoamérica, Antillas.<br />

Norteamérica.<br />

Norteamérica.<br />

Autor<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Elliot-Smith.<br />

Jackson ll.<br />

Jackson.<br />

Jackson.<br />

Jackson.<br />

CI<br />

O


-<br />

3 Ortgen probable Zona americana<br />

Rasgo cultural Autor<br />

i h.<br />

U o paralelo m& antiguo de paralelismo<br />

Y><br />

2 Industria de la púrpura . ... ...<br />

L<br />

Co-enterramiento de parientes en la<br />

muerte de un jefe<br />

Arcos saledizos en forma de trébol<br />

Edificios techados dentro del templo.<br />

Formas en cruz ... ...<br />

Columnas decoradas ... . .<br />

Arquitectura con bases atlantoides . . .<br />

Arquitectura con entradas en forma<br />

de bocas ... ...<br />

Patios o (atrios . . ... .<br />

Represent,ación del águila ... . .<br />

Halcón . ... ...<br />

Lechuza<br />

Bóveda pi-e-maya . . . .<br />

Universo horizontal y vertical .<br />

Asa-estribo en vasijas .. .. .<br />

w<br />

aa<br />

w<br />

Pintaderas o sellos de marcar ...<br />

Vasija co:n mango y vertedero .<br />

Figuritas femeninas perniabiertas . . .<br />

Vaso trípiode ... ..<br />

Escultura!: con rasgos negroides . . .<br />

Circummediterráneo.<br />

Región del Nilo.<br />

Europa clásica.<br />

Europa clásica.<br />

Europa clásica.<br />

Europa clásica.<br />

Europa clásica.<br />

Europa clásica.<br />

Europa clásica.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Phlo.<br />

Región del Nilo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Africa Occidental.<br />

Región del Nilo.<br />

Oriente Medio.<br />

Europa.<br />

Africa.<br />

Varios lugares.<br />

Andina y Norteamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Varios lugares.<br />

Antillas, Norte de Sud-<br />

américa.Mesaamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares y Meso-<br />

américa.<br />

Golfo de México.<br />

N.E. de Norteamérica<br />

Jackson<br />

Dittmer.<br />

Kubler.<br />

Kubler.<br />

Kubler.<br />

Kubler.<br />

Kubler.<br />

Kubler.<br />

Kubler.<br />

Chatelain.<br />

Chatelain.<br />

Chatelain.<br />

Chatelain.<br />

Chatelain.<br />

Alcina<br />

E<br />

Alcina (1958). a<br />

Alcina (1958-a). n<br />

Alcina (1962). n<br />

Alcina (1953).<br />

Alcina (1955). C. w<br />

3<br />

O


Rasgo cultural<br />

Leyenda de Quetzalcóatl ....<br />

Lagenarza ......<br />

Boleadora .. ...<br />

Honda . .....<br />

Taburetes . . ..........<br />

Urnas funerarias<br />

............<br />

Collares de cuentas en barro cocido .<br />

Espadas de madera con incrustaciones<br />

cortantes<br />

Lenguaje silbado .........<br />

Petroglifos .....<br />

Palo cavador ....<br />

Sífilis ....... ....<br />

Algodón ....<br />

Rames ....<br />

Phaseolus vulgarzs (judía)<br />

Banana<br />

Matrimonio entre hermanos<br />

Vírgenes recluidas, dedicadas al culto<br />

religioso .........<br />

Sistema de propiedad ...<br />

Trepanación . .<br />

Juegos de tirq .... ,.. , , . . . ,<br />

Orzgen probable<br />

o paralelo más antiguo<br />

Circummedit~erráneo<br />

Africa.<br />

Africa, Canaiiias.<br />

Africa, Canairias.<br />

Africa.<br />

Africa.<br />

Circummediterráneo.<br />

Canarias.<br />

Canarias, Africa.<br />

Noráfrica.<br />

Canarias.<br />

Circummediterráneo.<br />

N. E. de Africa, S. de<br />

Arabia<br />

Africa, Canarias.<br />

Circummediterráneo.<br />

Africa.<br />

Región del Nilo.<br />

Canarias.<br />

Canarias.<br />

Canarias.<br />

Región del Nilo,<br />

Zona americana<br />

de paralelismo<br />

Mesoamérica.<br />

Varios lugares.<br />

Sudamérica.<br />

Sudamérica.<br />

Antillas, Mesoamérica,<br />

Sudamérica.<br />

Antillas, Mesoamérica,<br />

Sudamérica.<br />

Sudamérica<br />

Mesoamérica.<br />

Mesoamérica.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Varios lugares.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina<br />

Andina.<br />

Yítrios lugares.<br />

Autor<br />

Alcina (1955).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Alcina (1969).<br />

Kelley,


$<br />

k<br />

V<br />

'O i;<br />

Ra!sgo cultural<br />

2 Batata . . . . . . . . . . . , .<br />

L<br />

Cocodrilo terrestre divinizado . .<br />

Lanzadardos . . .<br />

Hachas planas de empotrar<br />

Metalurgia . . ..<br />

Trenzado en líneas paralelas .<br />

Figuritas con caras negroides y cau-<br />

casoides .. . . ..<br />

Semántica y imorfologías linguisticas.<br />

Constructores de montículos<br />

Pinturas rupe< .; t res ...<br />

Figuritas romanas . .,<br />

Maíz . .. . ... . .<br />

.Adivinación por examen de entrañas<br />

animales ... .<br />

Sacrificio de animales domésticos y<br />

de ciertos colores<br />

Oráculos en santuarios . .<br />

Movimientos astrales asociados con<br />

divinidades . . .<br />

Combinaciones de animales míticos<br />

Serpientes de dos cabezas, una en cada<br />

extremo . . ..<br />

*<br />

Gobernantes !:on honores divinos . ,<br />

-- -<br />

Ortgen probable<br />

o paralelo más antiguo<br />

-<br />

AiErica.<br />

R'egión del Nilo,.<br />

Región del Nilo.,<br />

Mesopotamia.<br />

Rlegión del Nilo.<br />

Circummediterrámeo.<br />

Circummediterráineo<br />

Africa.<br />

Riegión del Nilo,,<br />

Circummediterráneo.<br />

Europa Occidental.<br />

Circummediterrámeo.<br />

AiFrica.<br />

Circummediterráineo.<br />

Circummediterráineo.<br />

Circummediterrámeo<br />

Circummediterráineo.<br />

Circummegiiterr


Rasgo cultural<br />

Enanos jorobados en las cortes seño-<br />

riales , ...<br />

Litera con asiento para transportar<br />

nobles . . . ..<br />

Eunucos para vigilar mujeres<br />

Disciplina militar<br />

Escudos con dibujos pintados para<br />

identificación de guerreros . ..<br />

Tiendas de tela para campamentos mi-<br />

litares . ,.. . . . .<br />

Cubilete<br />

Juegos de mesa . . . . . ..<br />

Látigo de azotar<br />

Tablero de calcular, de guuarros<br />

Medidas y pesos estandarizados<br />

Ollas con agujeros, colgadas de vigas.<br />

Palanca para contrapeso . ..,<br />

Plomada en construcciones<br />

Botes de carrizos, unidos en fajos<br />

Puentes de botes<br />

Sandalias d.e cuero o de cuerdas tor-<br />

cidas . .<br />

Espejos de bronce, circulares, con<br />

mango . . . . . . . . . . . .<br />

Pinzas de caobre y plata . ...<br />

Limas o raspadores de metal . ..<br />

Orzgen probable<br />

o paralelo más antiguo<br />

Circummediterráneo.<br />

Circurnmediterráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummedite~ráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummedite~ráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummedi terráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummedi terráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circurnmediterráneo.<br />

Circummeditsrráneo.<br />

Circummedite~~áneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

CircummediterrAneo.<br />

Circummedite~~áneo.<br />

Zona americana<br />

de paralelismo<br />

Andina<br />

Andina<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Autor


:i<br />

S Rasgo cultural<br />

-, L b<br />

w Enterramientos con acompañamiento.<br />

L. 2: Cuerpos de los nobles muertos envueltos<br />

en tiras de tela<br />

Tambor cillindrico con dos cabezas,<br />

de piel<br />

Trompeta con campana en la boca<br />

Casa rectangular, de adobe, con base<br />

de piedra y techo de paja, 2 ó 4<br />

vertientes<br />

Casa 'de adobe, con techo en forma de<br />

colmena y algo saledizo<br />

Grapas de :metal para sujetar los bloques<br />

de ]piedra cortada<br />

Mamposteria con piedras pulidas<br />

Adobes de .molde rectangular<br />

Cama individual de palos, de madera.<br />

Túnel de irrigación, subterráneo<br />

Sistema de sifón para subir aguas<br />

Telar vertical . . ..<br />

Dibujos inc:isos con detalles anatómicos<br />

en cerámica y en vestido<br />

Animales domésticos para transporte<br />

y para lana . .<br />

Ordenes relligiosas femeninas, conventuales<br />

.. .. .<br />

rl Medición rectangular de las unidades<br />

% terrestres ... . . . . . . ,..<br />

Orlgen probable<br />

o paralelo más antiguo<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummediteirráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummediterráneo.<br />

Circummediterráneo<br />

Circummedi terráneo<br />

Circumrnediterráneo.<br />

Circummedite~ráneo.<br />

Circurnmediterráneo.<br />

Circurnmediterráneo.<br />

Circummediterráneo<br />

Circurnmediterráneo.<br />

Roma<br />

Roma.<br />

Zona americana<br />

de paralelzsmo<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina<br />

Andina.<br />

Andina<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina<br />

Andina<br />

Andina.<br />

Andina<br />

Andina,<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Autor


-<br />

Rasgo cuítural<br />

Censos de población para el pago de<br />

impuestos . ... .<br />

Unidades militares formadas por múl-<br />

tiplos de 10 individuos .<br />

Excrementos de animales domésticos<br />

para fertilizantes agrícolas . . ..<br />

Prensa-molde para producciones in-<br />

dustriales de vasos ... . .<br />

Patos y roedores como animales ali-<br />

menticios ...<br />

Protuberan~cias decorativas en los<br />

grandes f:dificios . ...<br />

Tela enrollada, rectangular, por deba-<br />

jo de la espalda, ceñida con faja,<br />

para mqjeres . . . ... . ... . ..<br />

Entasis o ligero combamiento de las<br />

paredes . . ..<br />

Construcciones con inscripciones his-<br />

tóricas . .. ... .<br />

Palo cavador, en forma de horquilla,<br />

hecho de una rama<br />

Hachas en forma de T, de piedra y de<br />

metal . ...<br />

Telar horizontal, estacado en el suelo<br />

Hoz para cosechar grano<br />

Numerales de la cuenta decimal<br />

Origen probable<br />

o paralelo más antiguo<br />

Roma.<br />

Roma.<br />

Roma.<br />

Roma.<br />

Europa.<br />

Grecia<br />

Grecia.<br />

Grecia.<br />

Grecia.<br />

Región del N:ilo.<br />

Región del Nilo.<br />

Región del Ndo.<br />

Circummeditarráneo<br />

Región del Nilo.<br />

Zona amerzcana<br />

de paralelzsmo<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Andina.<br />

Varios lugares.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Rowe.<br />

Ibarra.<br />

Autor


Los defensores del difusionismo transatlántico basan sus pun-<br />

&os de vista en el reconocimiento de que cada uno de los elemen-<br />

tos culturales que se proclaman como paralelismos, constituyen<br />

formas que, en América, han tenido funciones similares a las<br />

que efectuaban en el Viejo Mundo, de donde se originaron. Para<br />

reforzar el supuesto de la difusión, se comparan leyendas, ten-<br />

dencias artísticas y formas lingiiísticas, tanto como formas ma-<br />

teriales, y se parte de que las culturas recolectoras-cazadoras<br />

.americanas deben su paso a la civilización al influjo directo<br />

.ejercido por poblaciones migratorias culturales más avanzadas<br />

procedentes del Viejo Mundo.<br />

Entre otras leyendas que se aportan para refrendar el princi-<br />

pio de esta difusión, es importante la de Quetzalcóatl p3, especial-<br />

mente en lo que tiene de reconocimiento de que se trata de un<br />

hombre de raza blanca, y por lo mismo de una prueba histórica<br />

prehispánica que alude a la presencia en América, desde antiguo,<br />

$de una población caucasoide y de una cultura mediterránea. Por<br />

añadidura, se recogen l4 como ciertas las noticias que nos llegan,<br />

en formas de leyendas relativas a los viajes de gentes antiguas,<br />

narrados por Homero, que atravesaron el Atlántico y que llega-<br />

ron a la misma América. Para ello, Mertz '' señala que, por lo<br />

menos, hacia el año 2000 antes de Cristo los fenicios ya conocían<br />

ciencias exactas suficientes y tenían conocimientos astronómi-<br />

cos y meteorológicos que les permitían llegar hasta el nuevo con-<br />

tinente. Por lo mismo, además, se postulan parecidos ideológi-<br />

cos 16, así como estructuras sociales semejantes entre ambos<br />

mundos, y Kelley l7 registra juegos y tipos de lanzadardos que<br />

considera como ejemplos probables de difusión.<br />

Lo mismo que se postula para ciertos rasgos, se reconoce tam-<br />

loién para ciertas manifestaciones religiosas, como cuando Cha-<br />

telain l8 dice que podemos advertir influencias egipcias en la mi-<br />

12 Cfr. Dittmer, 1960, 211.<br />

13 Cfr. Alcina, 1955, 880<br />

1.4<br />

Cfr. Meriz, i96ó. iii.<br />

'5 Zbídem.<br />

'6 Cfr. Desseffy, 1966.<br />

17 Kelley, 1964, 17.<br />

18 Chatelain, 1958, 81.


18 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

tología indígena, como serían la representación de clanes y tri-<br />

bus en símbolos de animales, tales el águila, el halcón y la Jechu-<br />

za. Dicho autor considera como un culto a Isis y a Osiris las<br />

representaciones solares mitificadas, e igualmente sería una in-<br />

fluencia egipcia la concepción horizontal-vertical que tenían del<br />

mundo los antiguos mexicanos. Este último rasgo es interpretado<br />

por Chatelain como una evolución del mito de Osiris.<br />

Los ejemplos mencionados tratan de seguir una línea lógica<br />

de comparaciones. Para ello se parte del principio de que las so-<br />

ciedades de recolectores y cazadores americanas no pudieron re-<br />

sistir la entrada de unas cuantas naves representativas de cultu-<br />

ras, en ese caso, megalíticas y más poderosas que las nativas y<br />

qUe, por siprioridad de armamento, p~?lieToíi impoiierse c iiis-<br />

talarse fácilmente en el Nuevo Mundo 19. Así, pudieron desarro-<br />

llar culturas más avanzadas que las existentes en aquel momento<br />

dentro de América.<br />

Heyerdahl M, uno de los difusionistas más populares, al refe-<br />

rirse a Merrill, a su vez, y por el contrario, uno de los autocto-<br />

nistas más acérrimos, dice que éste admite la probabilidad de<br />

que alguna vez hayan podido alcanzarse las costas orientales<br />

americanas por naves africanas, representativas de una cultura<br />

agrícola y de civilizaciones avanzadas. Sobre este particular de<br />

la ruta atlántica, Heyerdahl 21 señala que ésta es más alargada<br />

que otras, pero ofrece, en cambio, condiciones de travesía más<br />

favorables en términos de clima, corrientes y vientos. Una de<br />

estas corrientes lleva justamente desde la costa NW. africana a<br />

las Canarias, y de ahí hasta el golfo de México y las Indias Occi-<br />

dentales. Otra de estas corrientes tiene su origen en Madagascar<br />

y Sudáfrica, y lleva también a las costas brasileñas. La ruta co-<br />

lombina pudo haber sido.bisada antes por otras embarcaciones,<br />

y con éstas pudieron llegar por lo menos un gran número de<br />

=!zntcs, y desde Iiiegn ntris e!ement~s c'i!t~?m!es. De este mede,<br />

existieron dos rutas fáciles de navegar en el pasado, como serían<br />

l9 Cfr. Ditmmer, zbíd., 230.<br />

20 Heyerdahl, 1964, 134.<br />

Zbíd., 139.<br />

168 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


la que saliera de Madagascar y la de Noráfrica, con escala en las<br />

Canarias.<br />

Pericot U acepta la idea de Menghin relativa a que las pinturas<br />

patagónicas representarían el último paso de un largo viaje<br />

que lleva desde Europa hasta América la cultura del Viejo Mundo.<br />

Sobre este particular del contacto, PericotZ observa que éste<br />

debió efectuarse de un modo más bien fortuito, aunque advierte<br />

sobre el hecho de que la navegación circummediterránea tenía<br />

capacidad suficiente para realizar la travesía atlántica en las<br />

épocas fenicia y griega. En este sentido, señala también la existencia<br />

de fuentes árabes posteriores que registran la salida hacia<br />

el Oeste de grupos de embarcaciones que nunca regresaron.<br />

Abundando en esta lógica, la idea de navegaciones fortuitas<br />

resulta confirmada por los datos modernos, pues se tienen ya<br />

noticias de viajes, ejecutados desde Canarias, y, varias veces,<br />

por individuos tripulantes de embarcaciones poco fuertes, pero<br />

favorecidas por las corrientes, que les llevaban al Caribe, o a las<br />

costas orientales de América. Aparte de las mencionadas navegaciones.<br />

existen las dadas por el Padre Gumilla, en 1741, y otras<br />

posteriores contadas por los mismos canarios, que consideran<br />

como relativamente fácil este viaje, incluso en embarcaciones<br />

de poco tonelaje y desprovistas de seguridades para navegar por<br />

alta mar. Basta, dicen, con que sean favorables los vientos y que<br />

la mar esté suficientemente calma, para que pueda alcanzarse<br />

América.<br />

En el caso de los sellos o pintaderas, AlcinaZ4, considera que<br />

llegaron al área mesoamericana desde el Mediterráneo, y a partir<br />

de un punto de lanzamiento que sería el de Noráfrica, en fechas<br />

que estima alrededor de la primera mitad del primer milenio<br />

antes de Cristo. Admite Alcina que ésta puede haber sido una<br />

difusión fortuita, y que debido a la escasa cantidad de gentes que<br />

hicieron el arribo a las costas americanas, no dejaron huellas<br />

raciales significativas. Empero, si bien una escasa población de<br />

este tipo pudo quedar sumergida dentro del conjunto de una<br />

22 Pericot, 1962-a, 16.<br />

23 Ob cit<br />

24 Alcina, 1958, 205.<br />

Núm 17 (1971)


20 CLAUDIO ESTEVA FABREZAT<br />

gran masa indígena, se observan" algunos rasgos negroides en<br />

esculturas y en cerámicas de la región del golfo de México, y<br />

somáticamente en N.E. de Norteamérica, siendo éste el caso<br />

entre algonquinos e iroqueses. Este fenómeno ha sido también<br />

advertido por Wuthenau 26, cuando señala la presencia de características<br />

negroides y caucasoides en varias zonas de México,<br />

como en el valle central y estados de Veracruz, Guerrero, Chiapas<br />

y Tamaulipas. Incluso parece cierta una influencia de estilo<br />

greco-romano, como la representada por una cabecita encontrada<br />

en el valle de Toluca (México) y que ha sido fechada en 200<br />

años antes de Cristo 27. Este hallazgo hace suponer a Alcina que<br />

los romanos y los mediterráneos, en general, tenían capacidad<br />

de navegación suficiente para alcanzar las costas americanas con a<br />

N<br />

sus embarcaciones. En cada caso, empero, cabe admitir que no<br />

E<br />

era in&spensa'ole fuer=an roiiianaS las y-ue bicieroll O<br />

n -<br />

esta travesía pues podrían ser otras mediterráneas que, a su - o><br />

O<br />

vez, difundieron rasgos culturaIes adquiridos de Roma o de esta-<br />

E<br />

E<br />

ciones de tradición grecorromana. S<br />

E<br />

Al hacer hincapié Alcina en el rastro distribucional de las<br />

-<br />

pmia;eras, en su cronulogia y foi '--A-<br />

L~IILU LUIIIU 511 Su XS- ><br />

pectiva identidad cultural, pone de relieve28, por una parte, la<br />

conexión sucesiva de las mismas en una amplia área que va desde<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

la costa occidental africana, pasa por Noráfrica y las Canarias,<br />

O<br />

hasta llegar a la región del Caribe. El único punto en que se in- n<br />

terrumpe esta línea continua es el mismo foso atlántico, con algunos<br />

vacíos intermedios que no tienen gran significación desde<br />

este punto del problema. La sucesión geográfica y cronológica<br />

E<br />

- a<br />

n l<br />

n<br />

n<br />

de las pintaderas es ascendente, y en tal caso se manifiesta desde<br />

una que sería hipotéticamente originaria, y que se habría dado<br />

hace unos &jGG afios en la zuna circummediierránea, y hace -unos<br />

3<br />

O<br />

2500 en la misma América, en las regiones insular, mesoamerica-<br />

na, y norte de Sudamérica 2'.<br />

Indudablemente, éste no es un argumento que se aplique a<br />

25 l\_!cmz, 1955, 879-<br />

26 Wuthenau, 1966, 109-110.<br />

27 Cfr. Alcina, 1969, 16.<br />

Ibíd., 207.<br />

29 Zbid., 217 y 232.<br />

170 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


un rasgo cultural aislado, pues son varios más, como hemos visto,<br />

los que se presentan relacionados con una probable emigración<br />

desde el Circummediterráneo. Abundando en sus tesis, Alcina<br />

afirma que - el caso de la difusión se da también en forma de<br />

asociaciones, como la de vasijas con mango y vertedero, donde,<br />

por tratarse de dos rasgos funcionalmente integrados, no puede<br />

admitirse una doble convergencia inventiva. Refuerza Alcina sus<br />

argumentos atendiendo a la presencia de ejemplares característicos<br />

de mango-vertedero en el Viejo Mundo y en Canarias, lugar<br />

éste desde donde se produciría la migración a Mesoamérica y<br />

Centroamérica. Conforme a eso, la ruta atlántica desde Canarias<br />

sería coherente en el sentido de que la distribución de vasijas<br />

con mango y vertedero en América se da precisamente en aquellas<br />

regiones que se distinguen por ser las de acceso más lógico a<br />

embarcaciones con capacidad de navegación granderxie~iit: dependiente<br />

de las corrientes y de los vientos.<br />

Sucedió lo mismo con el vaso trípode, el cual aparece durante<br />

el Neolítico y la Edad del Bronce en el Circummediterráneo,<br />

y se presenta en Mesoamérica31. Estos fenómenos se repiten, en<br />

otros casos, como el de las figuras femeninas perniabiertas, para<br />

las cuales Alcina 32 postula funciones también similares en uno<br />

y otro continente, así como una secuencia cronológica que lleva<br />

lógicamente desde el Irán, pasando por Canarias, hasta América.<br />

En Canarias, lugar donde se daban los tipos más semejantes a<br />

los americanos, estas figuritas pudieron llegar unos 1.500 años<br />

antes de Cristo, mientras que la fecha más antigua de que se dispone<br />

para América, la correspondiente a la cultura Salinar<br />

(Perú), sería la de 400 años antes de Cristo. Aquí, de nuevo, se<br />

representa una cronología de secuencia progresiva, y lógica, que<br />

lo es también en el orden funcional tanto como en el formal.<br />

Lo mismo que se dice de rasgos en particular, como los. ya<br />

señalados, se destaca también la probabilidad de que en gran<br />

parte de su conjunto, haya que atribuir el desarrollo de un neolític0<br />

americano a la influencia de un antecesor que cabe identifi-<br />

3 Aicina, 1958-a, 10<br />

31 Cfr Alcina, 1953, 84 y sigs.<br />

3 Alcina, 1962, 127<br />

Núm 17 (1971)


22 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

car en el Viejo Mundo 33. Por ello, Alcina es partidario de aplicar<br />

el método comparado, con estudios intensivos, a las regiones del<br />

Circuncaribe y Occidente del Brasil, por una parte, y a la zona<br />

comprendida entre la región africana occidental, Azores, Cana-<br />

rias y Cabo Verde, por otra. Según esa tesis, el Atlántico fue<br />

atravesado, durante el segundo milenio antes de Cristo, por gen-<br />

tes que partieron de Noráfrica y las Canarias. Estas gentes, pro-<br />

vistas de cultura neolítica, tenían conocimientos pesqueros, y<br />

por lo mismo no les fue difícil subsistir en el mar. Esta travesía<br />

pudieron haberla hecho en unos seis meses, pero en todo caso<br />

la facilitaron las corrientes 34.<br />

La ocurrencia de hachas metálicas en América, con antece-<br />

dentes en la antigua Mesopotamia, hace que también Ibarra35 a N<br />

postule un desarrollo de la metalurgia indígena americana por E<br />

difusión originalmente mediterránea. Dicho autor 36 añade que O n -<br />

los altos numerales americanos debieron ser una difusión egip-<br />

= m<br />

O<br />

cia producida desde Asia.<br />

Carter" considera que las plantas que aparecen cultivadas<br />

en lugares continentales diferentes, como América y el Viejo<br />

E<br />

S<br />

E<br />

=<br />

Mundo, sugieren que el hombre no puede haberlas domesticado<br />

dos veces, sobre todo si se tiene en cuenta que algunas de ellas<br />

sólo pudieron atravesar las barreras oceánicas conducidas por<br />

3<br />

-<br />

0 m<br />

E<br />

los mismos hombres. Ciertas plantas son empleadas, por ejem-<br />

O<br />

plo, para usos medicinales en Africa y en América, y Carter de-<br />

n<br />

duce de eso que conclusiones culturales de este tipo no suelen - E<br />

a<br />

darse como efectos de un paralelismo, sino más bien como resultado<br />

de difusiones concretas. Conforme a este criterio, Carter<br />

l n<br />

n<br />

0<br />

objeta la aplicación de una tesis paralelista al surgimiento de las<br />

civilizaciones indígenas americanas, aunque reconoce que la difusión<br />

tendría un carácter más extensivo que intensivo. Por añadid.ura,<br />

e1 contacto intercontinental pudo efectuarse ya desde<br />

el tercer milenio antes de Cristo, si tenemos en cuenta que las<br />

navegaciones eran normales entre los diferentes países del Me-<br />

3<br />

o<br />

-- -<br />

33 Cfr Alcina, 1955, 880.<br />

3 Cfr. Alcina, 1969, 10 y sigs.<br />

35 Ibarra, 1964, 30.<br />

36 Ibarra, 1958, 291<br />

37 Carter, 1950, 161 y sigs.<br />

172 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


diterráneo y del Atlántico en aquellas fechas, y llegaban desde<br />

la India hasta Arabia, de manera que, como resultado de este<br />

hecho, Carter estima que las travesías oceánicas estaban dentro<br />

de las posibilidades de navegación del Viejo Mundo.<br />

Hasta aquí algunos de los paralelos de cultura indígena ame-<br />

ricana comparados con formas equivalentes entre pueblos afri-<br />

canos y circummediterráneos, tal como son planteados por los<br />

difusionistas. Así vistos, apuntan a una conexión histórica entre<br />

ambos continentes, realizada por la vía atlántica. Esta conexión<br />

implica algo más que el desenvolvimiento de ideas y formas si-<br />

milares de cultura. Implica más bien que las ideas que llevaron<br />

al desarrollo de las altas culturas americanas, a partir del Neolí-<br />

tico, no fueron originales o autóctonas, por lo menos en algunas<br />

de sus manifestaciones formativas. Más bien representan trans-<br />

formaciones culturales derivadas de préstamos cuyas fuentes es-<br />

pecíficas encontramos, además de en Asia, también en Africa y<br />

en el amplio mosaico cultural del Mediterráneo.<br />

Sin embargo, conviene repasar las objeciones que se hacen<br />

2 estos puntas de vista por parte de quienes propugnan la tesis<br />

de un desarrollo independiente y que, por lo mismo, se resisten<br />

a la idea de que haya habido algo más que poblamientos por el<br />

estrecho de Behring.<br />

La oposición a considerar como debidos a difusiones los pa-<br />

ralelismos atlanto-mediterráneos, antes señalados, tiene como<br />

postulantes a un afamado grupo de americanistas. Sus objecio-<br />

nes son ciertamente significativas en aigunos respectos. En pri-<br />

mer lugar, se destaca en ellos una crítica contra la tendencia<br />

difusionista a estimar explicables los paralelos culturales en fun-<br />

ción del préstamo, más que en función de un desarrollo conver-<br />

gente. En rigor, esta crítica se configura en torno al principio<br />

paralelista de que una vez dadas ciertas condiciones históricas<br />

de base, y admitiendo el principio de la estructura unitaria de<br />

la mente humana, América produjo respuestas culturales seme-<br />

jantes a las que pudieron darse en el Viejo Mundo.


24 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

Por ejemplo, Imbelloni 3a considera que la práctica de la momificación<br />

en la región andina surgió de la observación de los<br />

efectos naturales ejercidos sobre el cuerpo por la sequedad climática<br />

y de la observación de los compuestos químicos de los<br />

suelos en su relación con los cadáveres humanos. Según eso, el<br />

modelo de la momificación andina no se encuentra dado en la<br />

imitación de lo que se hacía en el Viejo Mundo, sino más bien<br />

en el desarrollo de la idea ritual que propendía a guardar ciertos<br />

cadáveres y que, para ello, disponía de la observación de la<br />

misma naturaleza y de sus procesos conocidos de corrupción y<br />

conservación. De acuerdo con eso, la observación sistemática<br />

condujo al conocimiento de que las vísceras eran lo más corruptible<br />

del animal, y de ahí que éstas fueran las partes extraídas a N<br />

para prolongar e1 estado de conservación de los cadáveres. Esta E<br />

sería, pues, una confluencia derivada ciei proceso de observación O n -<br />

paralela de los mismos fenómenos en diferentes partes del<br />

mundo. E<br />

Parece, por lo mismo, plausible para los autoctonistas rechazar<br />

la idea sistemática de una difusión desde el Viejo Mundo,<br />

2<br />

E -<br />

por lo menos en io que se refiere a ias formas de aita cuitura,<br />

2<br />

precisamente porque para ellos este criterio difusionista tiende<br />

a exagerar la importancia de los procesos históricos de dependencia<br />

cultural 39. En torno a esa dependencia, Imbelloni señala<br />

que el difusionismo, al destacar la presencia de un rasgo, hace<br />

olvido del complejo mismo en que dicho rasgo está integrado.<br />

O sea que, si consideramos la momificación andina como una práctica<br />

funeraria tomada en préstamos del antiguo Egipto, debe<br />

también exigirse que lo sea el conjunto ceremonial visto en tér- 3<br />

O<br />

minos de una integración semejante. Por añadidura, también<br />

rechaza Imbelloni la idea de que el VieJo Mundo programara<br />

sus migraciones al continente americano, y sobre esta base un<br />

principio del autoctonismo consistiría en exigir la demostración<br />

de que la difusión de un rasgo se presenta bajo la forma de un<br />

sistema total de paralelos 40.<br />

38 Imbelloni, 1956, 282.<br />

39 Cfr. Imbelloni, 1956, 284.<br />

Cfr Kelley, 1964, 18.<br />

174 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

O o><br />

-<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

2<br />

n<br />

n<br />

n


EL CIRCUMMEDITERRÁNEO Y LA AMÉRICA PREHISP~ICA 25<br />

Kubler41 ha insistido en una posición paralelista y contraria<br />

a la del difusionismo, cuando dice que las formas arquitectóni-<br />

cas paralelas que se encuentran en México y en el Circumrnedi-<br />

terráneo, como son los saledizos en forma de trébol, los edificios<br />

pequeños interiores o ubicados dentro de los templos, los árbo-<br />

les en forma de cruz, las columnas decoradas, entradas en forma<br />

de boca, casas con patio interior, no pueden considerarse como<br />

productos de una difusión, sino más bien como un desarrollo<br />

convergente que lleva a las mismas formas y que, no obstante,<br />

no tiene origen en un proceso formativo semejante. Por otra<br />

parte, la diferencia entre ambas formas o paralelos consistiría<br />

en que una y otra parten de un proceso caracterizado por el he-<br />

cho de que no constituyen la misma unidad orgánica que la co-<br />

nocida en la región del Circummediterráneo.<br />

Al respecto, añade Kubier que si bien ambas formas son<br />

parecidas, sin embargo, no lo son sus tradiciones, de lo cual re-<br />

sulta que muchas tesis difusionistas en este sentido deben inter-<br />

pretarse en términos de la misma conclusión que podría darse<br />

si, por ejemplo, al percibir como muy parecidas a dos personas<br />

diferentes, no advirtiéramos que cada una de eiias nacieron en<br />

lugares distintos y poseen, asimismo, una diferente fórmula ge-<br />

nética.<br />

Los argumentos demostrativos de un autoctonismo cultural<br />

por parte de las civilizaciones americanas, son defendidos por<br />

Caso 43, indicando éste que, hasta ahora, las pruebas de la difu-<br />

sión desde el Viejo Mundo son insuficientes si tenemos en cuen-<br />

ta que no se ha resuelto el problema de la prioridad cronológica<br />

específica de muchos rasgos culturales. Por añadidura, aunque<br />

Caso no discute la existencia de paralelismos, sí pone en cuestión<br />

la idea de que puedan tener la misma significación funcional en<br />

cada caso. Para ello acude a la comparación de rasgos que se dan<br />

paralelamente en el valle de México y en Monte Albán (Oaxaca,<br />

México), y en vanas partes del Viejo Mundo (Grecia, Roma, Nue-<br />

va Guinea y Africa), como son los trenzados en líneas paralelas.<br />

41 Kubler, 1964, 345.<br />

42 Ibíd., 357.<br />

43 Caso, 1964, 55.


26 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

Según Caso, dichos parecidos no pueden interpretarse como<br />

evidencias de difusión o de un origen común, pues lo importante<br />

es que, por ejemplo, en Monte Albán se usaba para servir de<br />

brazalete, en Micenas como anillos, y en Roma en los mosaicos.<br />

En cambio, señala Caso que hay ejemplos de paralelos en forma<br />

y función, como son hachas y vasos peruanos, mexicanos y<br />

palestinos 44, sin embargo de lo cual éste y otros paralelismos,<br />

digamos, la representación de figuras humanas en la escultura,<br />

el calendario, la pirámide, etc., deben explicarse más en función<br />

del desenvolvimiento de ideas semejantes, bajo condiciones de<br />

desarrollo cultural también similares, que en función de un trasvase<br />

de formas y de sistemas culturales del Viejo Mundo. Para<br />

Caso, son dos las cuestiones a resolver para poder aceptar la a N<br />

tesis difusionista que trata de explicar el surgimiento de las altas E<br />

cuituras americanas. Una de eiias es la que se refiere a ia coheren-<br />

O<br />

cia cronológica relativa de cada origen cultural, y la segunda es<br />

la comprobación de la capacidad de navegación que pudo existir E<br />

en el Viejo Mundo en cuanto a tripular barcos en condiciones<br />

de atravesar, en ese caso, el Atlántico de manera intencional y<br />

2 E<br />

=<br />

programada en fechas que sean anteriores a la aparición de los<br />

rasgos que caracterizan a las altas culturas americanas y que,<br />

empero, presentan paralelismos con los del Viejo Mundo, como<br />

2<br />

-<br />

0 m<br />

E<br />

son, sobre todo, la escritura, el calendario, y la pirámide, amén<br />

O<br />

de los demás señalados. El obstáculo principal que pone Caso<br />

n<br />

para aceptar la tesis del poblamiento atlántico, es la de que antes<br />

del siglo xv no existían naves capaces de hacer con éxito esta<br />

travesía en mar abierto. En realidad, estima Caso, dichas dificul-<br />

- E<br />

a<br />

2<br />

n<br />

n<br />

0<br />

tades serían insuperables por la imposibilidad de coordinar un 3<br />

O<br />

curso seguro que llevara a las naves hasta América.<br />

Esas objeciones aluden, por lo tanto, a que no habiendo existido<br />

esta capacidad para navegar, las altas culturas americanas<br />

fueron un producto del propio desarrollo de ideas y de condiciones<br />

que pueden parecer semejantes, pero que no indican necesariamente<br />

una difusión. Refuerza Caso su tesis antidifusionista<br />

176 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS<br />

n -<br />

=<br />

O o>


EL CIRCUMMDITERRmO Y LA AMÉRICA PREHISPÁNICA 27<br />

con la observación de que mientras los núcleos de alta civiliza-<br />

ción en Mesoamérica y en la región andina estaban separados<br />

por obstáculos naturales que les impedían relacionarse, sin em-<br />

bargo de eso, ambos se parecían entre sí en su desarrollo, más<br />

que separadamente comparadas dichas civilizaciones con las cul-<br />

turas de cazadores y de recolectores que vivían dentro de terri-<br />

torios conexos y con los que mantenían contactos. De este modo,<br />

el problema de la formación de las altas culturas indígenas ame-<br />

ricanas se representa como una verificación que tiene que darse,<br />

de acuerdo con Caso, en el terreno de la cronología y de la na-<br />

vegación.<br />

Las críticas al difusionismo se centran, principalmente, en<br />

términos del problema que representa verificar varias cuestio-<br />

nes. Además del concepto de integración cultural exigido por los<br />

autoctonistas que obliga a considerar el funcionamiento de un<br />

complejo, más que de un rasgo, de varios paralelos, más que de<br />

uno sólo, la condición que añaden es la de que se den evidencias<br />

de cronología y navegación, tanto como de distancia a. A la obje-<br />

ción de que no ha sido hecha, hasta ahora, esta demostración,<br />

Rowe añade que los difusionistas han limitado su problemática<br />

al reconocimiento de paralelismos aislados, y se han evadido de<br />

las cuestiones teóricas más importantes, como sería determinar,<br />

por ejemplo, la distribución geográfica completa de los rasgos.<br />

Según Rowe 47, un paralelo cultural observable en diferentes áreas<br />

no supone necesaridad de contacto directo, ya que lo importante<br />

es considerar la significación especifica del rasgo in situ. La ex-<br />

plicación difusionista, afirma Rowe, tiende a inhibir la aplicación<br />

del método comparado en ArqueoIogía, pues si toda la cultura<br />

puede explicarse como un resultado de secuencias progresivas<br />

de influencias, entonces sería innecesario tratar de verificar los<br />

problemas del surgimiento de las civilizaciones, teniendo en<br />

cuenta que las ideas importantes o nucleares de cada una de<br />

ellas sería la consecuencia de la difusión de una anterior 48.<br />

46 Cfr Rowe, 1966, 334<br />

47 Ibíd, 335.<br />

48 Cfr. Rowe, 1966, 337


25 CZAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

Los supuestos de que hacen uso los difusionistas y los paralelistas<br />

al defender sus respectivas tesis en torno al origen histórico<br />

del desarrollo de las civilizaciones americanas, son tanto<br />

teóricos como metodológicos, y por esa razón el problema que<br />

se nos plantea está tanto en dilucidar la cuestión de la plausibilidad<br />

teórica de una y otra posiciones, como en determinar los<br />

caminos que pueden conducirnos a solventar el problema. Estos<br />

caminos apuntan, sobre todo, a la metodología, y eso. es lo que<br />

nos interesa destacar desde ahora.<br />

Digamos de entrada que pueden advertirse dos posiciones claras<br />

en la defensa del difusionismo: 1) la representada por el arqueologismo,<br />

y 2) la representada por la investigación etnológica.<br />

Ambas son diferentes, porque dependen de una estructura de a<br />

N<br />

datos también diferentes. Mientras el arqueólogo tiende a la<br />

E<br />

comparaci"* formal, a la i@-lzol"gia, el etnó:ugci tieii& a la<br />

O<br />

n -<br />

ficación funcional de dicha tipología, y, por lo mismo, sus aná- - o><br />

O<br />

lisis respectivos operan, en principio, con resultados distintos.<br />

E<br />

E<br />

Empero de eso, cabe también decir que los arqueólogos se apro-<br />

S<br />

E<br />

ximan progresivamente a los análisis de la Etnología, en la me- -<br />

&da en ésta les grop"rciona ni,Aiod"s i-ela$i"us a la 2<br />

-<br />

ción funcional de las formas culturales. En principio, el análisis -<br />

0<br />

m<br />

funcional parte de una mayor complejidad de ideas, y su teoría<br />

E<br />

O<br />

es mucho más exigente que la resultante de la aplicación de métodos<br />

de comparación meramente formalistas o tipológicos. n<br />

E<br />

En esa progresión hacia el empleo de métodos donde la com- - a<br />

paración tipológica o formal es seguida por la comparación fun- n l<br />

n<br />

cional o asociativa, se encuentran los arqueólogos del nuevo<br />

n<br />

difusionismo. Las bases de este neodifuszonismo trascienden so- =<br />

O<br />

bre tres aspectos tradicionales, como son: forma, distribución y<br />

cronoiogía. Además de tales requerimientos, tienden a curisiderar<br />

otros factores, como son, integración relativa y grado de necesidad<br />

o utilidad de cada uno de los rasgos considerados. Por<br />

añadidura, procuran resolver estas cuestiones acudiendo a principios<br />

teóricos más complejos, y para ello recurren a los métodos<br />

empleados comunmenie para el estudio de Ios procesos de<br />

aculturación y de cambio social. Son estos últimos los que van<br />

constituyendo el armazón de las teorías neodifusionistas. Veamos,<br />

por tanto, cómo opera el neodifusionismo.<br />

178 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Uno de ellos, Alcina, parte del principio de que se puede<br />

convenir en que dos pueblos diferentes lleguen a las mismas con-<br />

clusiones -paralelismo- cuando se trata de formas culturales<br />

aplicadas a necesidades vitales, como pueden serlo la invención<br />

de un cuchillo, o de una punta de flecha, o de la misma rueda.<br />

Pero, señala, dicho principio no es aplicable cuando se trata de<br />

elementos culturales que no tienen caracteres de indispensabili-<br />

dad, como es el caso con los recipientes en forma de asa-estribo 49..<br />

Alcina recalca que el difusionismo debe basar sus hipótesis en<br />

el reconocimiento de ciertos hechos: 1) que las respuestas cul-<br />

turales refieran a fenómenos secundarios, esto es, no relaciona-<br />

dos con necesidades vitales; 2) que la forma cultural tenga el<br />

mismo sentido en cuanto a utilidad en las dos o más regiones<br />

comparadas; 3) que si bien no exista continuidad geográfica en<br />

la ocurrencia de dos o más paralelos culturales, exista la posibi-<br />

lidad, en cambio, de una relación histórica sobre la base de que<br />

la falta de pruebas empíricas no es criterio suficiente para re-<br />

chazar la difusión, 4) que pueda investigarse simultáneamente<br />

en dos direcciones: la constituida por una homogeneidad geográ-<br />

fica continua, y la constituida por una secuencia cronológica a<br />

partir de una región conocida como el punto más antiguo de<br />

manifestación del rasgo cultural específico, y 5) que exista seme-<br />

janza tanto en la forma como en la decoración del objeto: tal es<br />

el caso de las llamadas pintaderas o sellos de marcar. De la mane-<br />

ra como expone Alcina, puede reconocerse en estos postulados una<br />

marcada influencia arqueologista, en el sentido de referirse a<br />

modos de verificación que aluden a la forma y a sus detalles,<br />

pero también a su distribución y a sus relativas estratigrafías<br />

cronológicas.<br />

Willeyso pone en cuestión la aplicabilidad de los principios<br />

difusionistas en Arqueología. Acude para ello a una lógica dife-<br />

rente a la que es tradicional en su metodología. Si los tradicio-<br />

nalistas, por ejemplo, siempre han examinado el problema de la<br />

difusión partiendo del concepto de relaciones históricas, un paso<br />

más convincente debiera ser el de que cuando, además, se aplica<br />

49 Cfr. Alcina, 1958, 205.<br />

9 Willey, 1953, 369.<br />

Núm 17 (1971)


30 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

un método analítico consistente en verificar esta relación desde<br />

el punto de vista de patrón y de función. Desde un ángulo meramente<br />

arqueológico -y en cierto modo los datos de que se<br />

dispone son esencialmente arqueológicos-, el problema principal<br />

a verificar será establecer el antes, el durante, y el después 51,<br />

ya que, de este modo, estaremos en condiciones de considerar la<br />

especificidad relativa del contacto cultural que estamos procurando<br />

determinar. Sobre tales bases, los estudios de difusión<br />

hechos hasta ahora carecen de los requisitos de integración que<br />

deben tener desde el punto de vista de una verdadera reconstrucción<br />

cultural. Así, tanto el paralelismo, como el difusionismo,<br />

*deben explicar en términos de patrón y de función, pues sólo así<br />

es posible determinar la probabilidad o la misma certidumbre a N<br />

de una y otra posición. En tal caso, el problema que se discute<br />

E<br />

es más de síntesis cuiturai que de distribución o de cronología. O n -<br />

Llevados por este planteamiento, cabe añadir que el problema de<br />

- m<br />

O<br />

E<br />

la difusión atlántica se puede considerar desde la teoría funcio-<br />

E<br />

2<br />

nal de los rasgos culturales.<br />

E -<br />

Acordes con ello, algunos de los paralelos pueden examinarse<br />

><br />

en términos de íos principios expuestos por Goidenweiser ji. Es-<br />

tos principios se fundan en la idea de que cada forma cultural<br />

posee unos límites específicos de actividad. Tales límites son de<br />

ámbito mayor o menor según la aplicabilidad o usos de la forma<br />

en cuestión. Asimismo, la capacidad productiva de una máquina<br />

moderna de segar, por ejemplo, es diferente a la de una hoz,<br />

-pero, además, también lo es el complejo industrial a que hace<br />

referencia, de manera que, según esta asociación funcional dife-<br />

renciada, también serán diferentes las asociaciones sociales y las 3 O<br />

estructuras culturales en que interviene cada instrumento de segar<br />

por separado en cada sociedad especifica. En tai sentido,<br />

cuando las posibilidades intrínsecas de variación funcional de<br />

un rasgo son muy limitadas, es muy grande la probabilidad de<br />

que se den convergencias culturales. Pero cuando se trata de<br />

una forma que, como en el caso de la comparación entre una hoz<br />

y una máquina moderna de segar, refiere a compiejos tecnoiógi-<br />

51 Cfr. Willey, zbíd, 369.<br />

52 Goldenweiser, 1933, 45 y sigs<br />

180 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

2<br />

n<br />

n


cos y científicos diferentes, entonces la convergencia o paralelis-<br />

mo sería imposible, a menos que se repitiera todo el proceso,<br />

cultural en una escala de fenómenos que incluyen tanto un pro-<br />

ceso como una producción paralela de formas e ideas también<br />

similares. O sea: a partir de una forma o rasgo determinados,<br />

tendrán que darse usos, significados y funciones semejantes y,<br />

asimismo, complejos y patrones culturales. En cada caso, la pro-<br />

gresión hacia la complejidad cultural, a partir de un rasgo, re-<br />

quiere para que se admita su convergencia o paralelismo en dos<br />

o más lugares, condiciones internas semejantes que incluyen<br />

tanto un sistema ecológico, como un sistema sociocultural igua-<br />

les, considerados en sus puntos de partida.<br />

La idea que subyace en una aplicación correcta del método<br />

comparado es la de que, cuando se aplica al estudio de la difu-<br />

sión, la semejanza entre dos formas sencillas aisladas no es ne-<br />

cesariamente indicio de conexión entre dos sociedades. En tal<br />

caso, según Boas 53, se encuentran, y como ejemplo entre otros<br />

más, el fuego, el arco, el shamanismo, la creencia en un más<br />

allá, y estructuras gramaticales.<br />

Aplicar el método comparado a formas sencillas tiende, pues,<br />

a resolverse considerando que su significación, en orden a pro-<br />

bar una difusión, es irrelevante, si se tiene en cuenta el principio<br />

paralelista de la convergencia múltiple de formas semejantes<br />

que surgen del desarrollo de ideas «sencillas» en diversas partes<br />

del mundo. En tal caso, estas ideas derivan de condiciones y de<br />

necesidades paralelas. La cuestión se complica cuando acudimos<br />

a las causas de las variaciones, pues en tal extremo serían dos 54<br />

las condiciones que se combinan para producir una diferencia<br />

de desarrollo- 1) el medio ambiente externo, y 2) el medio am-<br />

biente interno. El primero refiere a la estructura de la forma<br />

ecológica; el segundo a la estructura de la forma psicológica.<br />

Ampliando este requerimiento, es obvio que si recurrimos al<br />

primer factor, advertimos en seguida que son muy variados los<br />

ambientes ecológicos, y que son también diferentes las condicio-<br />

nes que imponen al desenvolvimiento cultural de cada grupo.<br />

53 Boas, 1966, 271.<br />

54 Boas, zbidem.<br />

Núm 17 (1971)


32 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

humano. Entre otras condiciones, puede afectar al tamaño de-<br />

mográfico, a los tipos de alimentación, a los materiales básicos,<br />

esto es, a los recursos, al vestido, a la vivienda, etc., y a tecno-<br />

logías específicas, así como a condicionamientos relativos a las<br />

formas sociales y económicas y, por ende, a otras formas estruc-<br />

turales. Si eso es así, resultarán adaptativamente distintas las<br />

formas culturales, incluida la organización psicológica del siste-<br />

ma de personalidad.<br />

Este simple resultado de la forma ecológica distinta es teóri-<br />

camente suficiente para indicar que la difusión a cualquier esca-<br />

la, sea de unos pocos elementos, o sea de complejos integrados, o<br />

en cambio, de formas sencillas separadas, no significa que se<br />

produzca necesariamente el primer tipo de integración funcional<br />

que tuviera en origen el elemento, sobre todo si la tecnología<br />

am'oientada, es, si los recursos eii que se basa lo-<br />

cales. En la medida en que sean locales, en esa medida va a ser<br />

prácticamente difícil reproducir funcionalmente la misma forma<br />

cultural de origen, de manera que, en tal caso, va a producirse<br />

una adaptación que estaría dada en función de las posibilidades<br />

funcionales tenga el " forma de: cultura. Sel& inge-<br />

nuo, por ejemplo, esperar que los rasgos culturales mediterrá-<br />

neos se mantuvieran integrados, sin reinterpretación, sin sincre-<br />

tismo, en el seno de las civilizaciones indígenas americanas,<br />

sobre todo si tenemos en cuenta la estructura cultural diferente<br />

de ambas regiones en el momento de producirse el contacto. Por<br />

añadidura, entonces, dondequiera que encontremos ecologías di-<br />

ferentes y rasgos culturales semejantes, podemos llegar a la con-<br />

clusión de que la causa primera de esta similaridad no es eco-<br />

lógica, sino histórica, y por lo mismo, si existe continuidad de<br />

disirilDUción, &frrsionisía puede<br />

considerablemente.<br />

Sobre este particular, cabe coincidir con StewardS5, cuando<br />

dice no haber dudas acerca de la difusión de plantas, animales,<br />

tecnología, estilos y patrones del Viejo Mundo. Las pruebas de<br />

la difusión se producen, iio en el terreno de lo ~cüiiómicameiite<br />

básico, ni de los tipos sociales, políticos y religiosos. Esto es,<br />

55 Steward, 1958, 208<br />

,182 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL CIRCUM~IEDITERRÁNEO Y LA AMÉRICA PREHISPÁNICA 33<br />

no se dan en términos del núcleo cultural. La difusión nuclear<br />

sólo podría darse en el caso de una migración masiva y organi-<br />

zada, o de una conquista militar total. Incluso es aceptable, pues,<br />

su conclusión de que entre ambos hemisferios ha habido dii-u-<br />

sión, y así parece demostrarlo uno de sus cuadros cronológicos<br />

vistos en términos de dataciones absolutas comparadas entre<br />

Mesopotamia, Egipto, Perú y Mesoamérica, cuando muestra que<br />

el llamado período formattvo de Perú y Mesoamérica se mani-<br />

fiesta hacia el año 1000 antes de Cristo, y en el momento en que<br />

Mesopotamia y Egipto se hallan en plena capacidad cultural de<br />

expandirse 56.<br />

En cierto modo, también puede afirmarse que determinadas<br />

similaridades en diferentes partes del mundo serían ideas origi-<br />

nadas en causas semejantes, y así las variaciones de las mismas<br />

constituyen detalles de menor importancia ". Inclusive, podría<br />

serlo el principio de la distribución continua impuesto por Boas<br />

como condición para probar una conexión histórica, si no exis-<br />

tieran bases de comparación cultural apoyadas en series de cro-<br />

nologías, a su vez correspondidas por adaptaciones funcionales<br />

iógicas. Pueden ser, pues, poco significativos los paraieiismos si<br />

refieren, como ya apuntamos, a rasgos de poca o escasa comple-<br />

jidad.<br />

Debe reconocerse también, como ha dicho Kroeber ", que el<br />

problema consiste en determinar la relativa universalidad de<br />

los rasgos que se consideran difundidos, pues cuanto más uni-<br />

versal sea el rasgo, mayores serán las dificultades que encontre-<br />

mos para establecer las pruebas históricas de sus relaciones in-<br />

terétnicas. Asimismo, es también cierto " que cualquier desarro-<br />

llo cultural visto en términos de civilización, difícilmente podrá<br />

expiicarse como una totaiiciad de proceso independiente, pues<br />

incluso cuando pueda iniciarse como una peculiaridad histórica,<br />

sin embargo, en el curso de su proceso intervendrán factores<br />

alógenos.<br />

Sutmard, ibid, 109.<br />

57 Cfr Boas, 1966, 275.<br />

5s Ibídem.<br />

59 Kroeber, 1945, 231<br />

Ibid, 232 y sigs<br />

Núm 17 (1971)


34 CLAUDIO ESTEVA FABRKAT<br />

Por estas razones, para ser probada esta difusión desde el<br />

Circummediterráneo, no es indispensable allegar la demostra-<br />

ción de un curso histórico que lleva de una región a otra ciertas<br />

formas de cultura, y ni siquiera es necesaria la confirmación de<br />

una integración funcional bisada respecto de la original. El he-<br />

cho de que todo proceso de aculturación sea selectivo, más par-<br />

ticularmente cuando se refiere a la estructura de una civilización,<br />

hace que durante su concurrencia no se repitan necesariamente<br />

la totalidad de las combinaciones culturales posibles. Como se-<br />

ñala Lowie ", el hecho de que los japoneses hayan adquirido<br />

gran parte de la ciencia occidental, no significa que hayan supri-<br />

mido en la nueva combinación cultural resultante su ética y su<br />

patrón cultural. Eso va a depender de cuán sincrónicos sean los<br />

procesos culturales. Así expuesto el problema, las prioridades<br />

met~de!ógicus ric mil u cmsistir en pner primer= !a c~~diciSn<br />

de tener que demostrar si era o no posible navegar por el Atlán-<br />

tico. Más bien, el orden lógico debe consistir en establecer el<br />

paralelismo formal de los rasgos culturales y, por añadidura, su<br />

funcionalidad relativa, aunque en este último caso el Zoncepto<br />

de integración, ya &;im=s, E= e~lk,a!e c, qUe se reprGdUzca la<br />

totalidad del sistema cultural a que se refiere en origen el para-<br />

lelo cultural.<br />

Podríamos aceptar el postulado del desarrollo independiente<br />

limitado, si se tratara de unos pocos paralelos, aislados y des-<br />

provistos de significación histórica. Incluso un elemento tan im-<br />

portante para el crecimiento de una civilización, como es el de<br />

la agricultura, podría rechazarse que fuera debido a difusión<br />

desde el Viejo Mundo, como postulan algunos autores 62, y podría<br />

admitirse, por lo mismo, que los principales cultígenos fueran<br />

,<br />

en<br />

.<br />

erigrr, nativ~s de Amenca. Per~ es e! cas~ yUe e! prabkma<br />

de las convergencias no se refiere sólo a la agricultura, sino que es<br />

más bien un fenómeno que se da en niveles más complejos de<br />

la vida cultural, niveles que, por otra parte, no se aplican a la<br />

noción de necesidad, como pueden serlo los relativos a la subsistencia.<br />

Las ccnrergencius qUe eficentramas sar, müs abündan-<br />

61 Lowie, 1947, 355.<br />

62 Cfr. Comas, 1961, 67.<br />

184 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


tes y refieren, más que a rasgos sencillos, a complejos que re-<br />

quieren una elaboración o respuesta también complejas en el<br />

tiempo y en la estructura sociocultural. Este sería el caso, entre<br />

otros, de la pirámide, la momificación, la metalurgia, ciertos<br />

tipos de escultura, y algunas combinaciones religiosas.<br />

Uno de los puntos a discutir, es el de si el método de compa-<br />

rar dos formas iguales puede considerarse suficiente para probar<br />

una difusión. Si acomodamos nuestras explicaciones a la tesis<br />

del paralelismo, no hay duda de que la comparación formal en<br />

sí no es aceptable como prueba. Tanto el problema de la cone-<br />

xión histórica, como el del origen de uno o más rasgos cultura-<br />

les, quedan al margen cuando se trata de hacer su demostración<br />

recurriendo sólo a los principios de la semejanza morfológica.<br />

El paralelismo representará, en definitiva, una clase de interpre-<br />

tación basada en la idea de que la mente humana es uniforme y<br />

desarrolla ideas y respuestas semejantes dondequiera que se le<br />

plantean problemas también semejantes. Aunque no puede afir-<br />

marse que los autoctonistas americanos rechacen la totalidad de<br />

los esquemas difusionistas, pues en realidad lo que reclaman es<br />

el reconocimiento de que las civilizaciones indígenas de América<br />

deben considerarse desarrollos independientes, lo cierto es que<br />

su autoctonismo les lleva a forzar la exigencia de una interpreta-<br />

ción funcional de las formas comparadas, imponiendo condicio-<br />

nes que el actual estado y técnicas de investigación existente to-<br />

davía no satisface.<br />

Por tanto, y en la medida en que los paralelismos no podrán<br />

explicarse por difusión, el método de la distribución geográfica<br />

relativa de un rasgo puede resultar irrelevante 63. Este sería el<br />

caso, por ejemplo, de la azada, de la cerámica incisa, de los dibu-<br />

jos geométricos, e incluso de la misma agricultura de roza. La<br />

función de un rasgo sencillo, como el arado, supone entonces<br />

que le sean comunes algunos caracteres, tales, mango, hoja y<br />

rejas4. El problema, como estamos viendo, es tanto de teoría<br />

como de método, y su resolución descansa, además de en la ve-<br />

rificación de datos arqueológicos, en inferencias de carácter<br />

63 Cfr. Service, 1964, 368.<br />

M Ibíd., 370.<br />

Núm 17 (1971)


36 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

funcional. Pero, asimismo, en el caso de las civilizaciones ame-<br />

ricanas la resolución que afrontamos está facilitada por el acce-<br />

so a otras fuentes de conocimiento. Estas son: informaciones<br />

escritas por los misioneros, cronistas de Indias, noticias indíge-<br />

nas y tradición oral, además de la misma documentación admi-<br />

nistrativa y oficial. Se cuenta, así, con un repertorio de datos<br />

arqueológicos y etnográficos, y además con cronologías que per-<br />

miten trabajar con una amplia perspectiva cultural. En funció~i<br />

de estos materiales, el método de verificación no está tan limita-<br />

do como lo estaría en el caso de tener que recurrir únicamente<br />

a los restos arqueológicos; de lo cual podemos deducir que<br />

nuestra problemática histórica formal se reduce a establecer,<br />

por una parte, la prueba de los medios empleados para llegar a<br />

América, y por otra la prueba de las secuencias cronológicas que<br />

&"aii, sin &sc"iiiinuidad de uii continente a otro.<br />

En algunos casos, puede bastar el hecho de que ciertos elemen-<br />

tos culturales tengan una amplia distribución y una continuidad<br />

cronológica comprobada, como parecen demostrar varios auto-<br />

res, para que en los casos antes expuestos pueda hablarse de di-<br />

fUSitIi, más y-ue & c"n"ei-gencia y, & la &-<br />

fusión para dos o más rasgos, no cabe duda de que se habrá fun-<br />

dado un principio lógico para admitir otros, incluso los que pa-<br />

recen más dudosos, en el sentido de que si uno o más fenómenos<br />

culturales son aceptados como de origen mediterráneo, enton-<br />

ces también podrían serlo otros más, ya que en tal caso tanto<br />

la navegación, como la cronología, quedarían implícitamente<br />

aceptados. Por ello, para que la posición convergente o paralelis-<br />

ta sea consecuente consigo misma, es indispensable que ninguna<br />

forma de civilización americana pueda ser, en ese caso, de ori-<br />

..- - 3 !L -.... L.- -<br />

gtm mcuiLt-.~mIlcu.<br />

Gran parte del problema consiste, pues, en que, por una parte,<br />

pueden existir variaciones debidas a los condicionamientos del<br />

medio geográfico. Así, las cronologías comparadas y las distribu-<br />

ciones geográficas deben proporcionarnos comprobaciones for-<br />

males acerca de la i.elaiiva cun~emporai,eida~ de los para:e:os y<br />

de la precedencia específica de unos sobre otros. Este será un<br />

procedimiento metodológicamente formal. De acuerdo con eso,<br />

si de lo que se trata es de probar una difusión desde un punto<br />

186 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


geográfico, y si con ella se trata de relacionar a dos poblaciones<br />

muy distanciadas entre sí, entonces se impone aceptar el princi-<br />

pio de que esta difusión ha constituido un proceso de tiempo lar-<br />

go, salvo que la velocidad relativa de la difusión haya dependido<br />

de una navegación relativamente rápida y capaz de trasladar, en<br />

poco tiempo, formas culturales de un continente a otro. En el<br />

caso del Circummediterráneo, no hay duda de que la capacidad<br />

de expansión de sus culturas hasta América fue mayor que la de<br />

muchas culturas americanas respecto de su capacidad para in-<br />

fluirse entre sí y en un espacio continuo.<br />

Al aceptar este supuesto, postulamos también que la difu-<br />

sión desde el Circunmediterráneo a América, no sólo fue pro-<br />

bable, sino que también, una vez dadas las condiciones obje-<br />

tivas para una navegación, fue más rápida, incluso, que entre<br />

regiones interiores geográficamente más próximas de lo que<br />

eran para los mediterráneos. Tardaría, según este principio,<br />

y como ejemplo, más tiempo en ser influida Checoslovaquia por<br />

España, que lo fuera América por ésta, aun cuando las dis-<br />

tancias fueran mayores en el último caso. El problema no es,<br />

entonces, de distancia, sino de navegación. La cuestión de la<br />

distancia sería un factor importante si se refiriera a conexiones<br />

entre pueblos primitivos, pero tratándose de conexiones entre<br />

civilizaciones, ésta puede considerarse un asunto ciertamente<br />

secundario.<br />

De este modo, mientras, por una parte, el método comparado<br />

tiende al aislamiento de las formas y a producir correspol?delicias<br />

formales, se ve &figa& a Ccirrelaciones<br />

entre las formas y sus posibilidades funcionales, y<br />

entre éstas y los recursos adaptativos desarrollados por la sociedad<br />

que los integra en su proceso cultural. Una buena metodología<br />

inductiva obliga a relacionar formas y condiciones<br />

accGaa& cOii7u adapiaiivas. En tal se trata de<br />

,discutir las causas u orígenes probables que condujeron a la<br />

elaboración de una idea, sino que, para el caso de la difusión<br />

o del paralelismo, más bien importa trazar la distribución y<br />

Núm 17 (1971) 187


38 CUUDIO ESTEVA FABOEGAT<br />

cronología de un rasgo y sus posibilidades adaptativas en cada<br />

organización sociocultural. Partiendo de este postulado meto-<br />

dológico, la cuestión de comparar no reside en la investigación<br />

del cómo se formó una idea semejante, sino de cómo y cuándo<br />

se adoptó, y cómo se adaptó a otra estructura cultural ya exis-<br />

tente. Las analogías formales de un rasgo o de un complejo<br />

culturales no son, por tanto, pruebas suficientes, pero son el<br />

punto de partida inductivo de la difusión, tanto como puede<br />

serlo del paralelismo. La distinción entre uno y otro métodos<br />

consistirá en que mientras el primero trata de alcanzar, induc-<br />

tivamente, las causas de un desenvolvimiento cultural en las<br />

experiencias externas o interétnicas, el segundo procura hacer<br />

las inducciones partiendo de la inevitabilidad mecánica de cier-<br />

tos resultados o formas de cultura.<br />

Ei hecho de que no se repitan necesariamente dos procesos<br />

y de que, asimismo, sean también diferentes grandes partes de<br />

las totalidades culturales de sociedades comparadas, como lo<br />

son las civilizaciones indígenas americanas y las del Viejo Mun-<br />

do circummediterráneo, hace que la posición autoctonista se<br />

centre en e1 concepto de la diferente integración funcional que<br />

tienen formas que son aparentemente similares. Desde el punto<br />

de vista de negar la difusión recurriendo sólo a la diferente<br />

integración de las formas, los autoctonistas suelen depender<br />

de la prueba de un proceso material que carece, en tal caso,<br />

del apoyo de dos fuentes importantes de conocimiento: 1) La<br />

de las condiciones o recursos adaptativos que produjeron una<br />

forma semejante, con función o integración diferentes, y 2) La<br />

de las posibilidades funcionales de los rasgos admitidos como<br />

iguales, pero con ictegración diferente. La aproximación expli-<br />

cativa de ios autoctonistas es mayor en ei primer caso que en<br />

el segundo, aunque tampoco puede afirmarse que sea sufi-<br />

ciente.<br />

Caso y Rowe son los que, en nuestra opinión, más se acer-<br />

can al núcleo de la explicación suficiente, pero sus argumentos<br />

carecen, por ahora, de verificación empírica, sobre todo en or-<br />

den a conciliar la tesis del desarrollo independiente de ciertos<br />

paralelos con la necesidad metodológica de ajustar estas seme-<br />

janzas a un patrón funcional de civilización indígena en tér-<br />

188 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL CIRCUMMDITERRANEO Y LA AMÉRICA PREHISPÁNICA 29<br />

minos de requerimientos causales históricamente discsernibles.<br />

Este discernimiento sería la contrapartida metodológica que po-<br />

dría exigirse al planteamiento autoctonista, en todo caso poco<br />

flexible en materia de información etnológica y en materia tam-<br />

bién de fundamentación funcional diferenciada a que recurren<br />

para explicar las semejanzas<br />

Este problema se le plantea también al difusionista, pero el<br />

contexto de su problemática parte de una lógica empírica más<br />

coherente, si tenemos en cuenta que los fenómenos a explicar<br />

-la difusión desde el Viejo Mundo, específicamente, el Circum-<br />

mediterráneo- se presentan más como un problema de cro-<br />

nología que de analogía, más como un problema de adaptacio-<br />

nes funcionales que como un problema de imposibilidades rea-<br />

les de conexión histórica. Las evidencias formales parecen in-<br />

ciinarse del lado del difusionismo, si bien las cuestiones que<br />

señalamos, y las que discutiremos, permiten añadir que el pro-<br />

blema metodológico continúa siendo el más importante. Por aña-<br />

didura, lo es también resolver el problema de cómo y por qué<br />

se integraron diferentemente en América formas que, a partir<br />

de su semejanza, se les reconoce, en cambio, una adaptación<br />

distinta. El problema del difusionismo se presenta planteado,<br />

.entonces, en términos parecidos al del autoctonista: consiste en<br />

demostrar cómo los recursos americanos y las estructuras so-<br />

~ioculturales diferentes en el momento de ocurrir la difusión, se<br />

constituyen en causa suficiente de diferenciación. Este postulado<br />

teórico necesita apoyarse en una convalidación que sólo puede<br />

darla el modelo etnográfico, en la medida en que los modelos<br />

culturales de la Etnología son más completos que los de la Ar-<br />

queología.<br />

Asimismo, es evidente que la verificación empírica de la di-<br />

fusión sí requiere, por parte del difusionista, la demostración<br />

de una distribución cronológicamente convincente, en el sentido<br />

de que algunas de las partes atlánticas del Viejo Mundo próxi-<br />

mas a América deben ser más parecidas en patrón y función a<br />

las americanas, que las más lejanas. Este supuesto no es nece-<br />

sariamente indiscutible, por otra parte, ya que está condicio-<br />

nado por la existencia o no de homogeneidad cultural en el<br />

área circummediterránea, sobre todo si se piensa que puede<br />

Núm 17 (1971) 189


40 CLAUDIO ESTEVA FABRECAT<br />

darse el caso de que algunas regiones más alejadas que otras<br />

de América estuvieran, en cambio, más equipadas o nvanzadas<br />

en navegación, o en interés, que las más próximas, por ejemplo,<br />

Cartago, Grecia y Roma, que las Canarias. Así, entonces, el problema<br />

de la difusión debe seguir un orden lógico, que estaría<br />

dado por la siguiente secuencia: forma, función, distvibuczón,<br />

cronología y navegación. En tal caso, éste seria un progreso<br />

metodológico inverso al que postulan algunos autoctonistas.<br />

Al avanzar hacia una conclusión razonable, podemos afirmar<br />

que cuando se trata de una civilización urbana de tan considerable<br />

heterogeneidad sociocultural, como es el caso de las regiones<br />

mesoamericana y andina, no puede darse un proceso totalmente<br />

independiente, pues no conocemos ninguna civilización<br />

que haya surgido espontáneamente o sin haber estado en contacto<br />

con otras cuituras. Ei hecho de que las civiiizaciones americanas<br />

presenten rasgos paralelos a los del Viejo Mundo, sería<br />

una confirmación empírica de esta tesis, sobre todo si partimos<br />

del reconocimiento de que existe una distribución continua de<br />

ciertas formas de cultura cronológicamente fundadas en términos<br />

de proximidades sucesivas de aparición e integración iógicas.<br />

Si el concepto de patrón-función constituye el procedimiento<br />

lógico más importante a que podemos recurrir para aceptar el<br />

difusionismo transatlántico, y si este requisito se da en forma<br />

de relaciones verificables, y si en su conjunto estas relaciones<br />

constituyen formas o resultados paralelos, entonces la solución<br />

metodológica consistiría en seguir un procedimiento consistente<br />

en comparar dos modelos etnográficos, lo más completos posibles,<br />

uno correspondiente a la cultura o culturas americanas<br />

en cuestión, y otro a la cultura o culturas mediterráneas y africanas<br />

que se postuian como centros de una determinada difusión.<br />

En todo caso, este criterio metodológico es semejante a1<br />

expuesto por Malin~wski~~, cuando plantea que el estudio de<br />

la historia indígena africana debe hacerse partiendo de la comparación<br />

de dos momentos históricos diferentes, pero de una<br />

misma cultura inicial, a su vez comparando el modeio etnográfico<br />

más reciente con el modelo etnográfico de la sociedad que<br />

65 Malinowski, 1961, 37 y sigs.<br />

193 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


se considera aculturadora. Un ejemplo de este método sería<br />

acudir a comparar la cultura azteca, en el momento de la con-<br />

quista española, con alguna de las culturas mediterráneas, o de<br />

Canarias, en las épocas postuladas para el contacto.<br />

Este método supone la aplicación de análisis intensivos a<br />

componentes etnográficos de amplio espectro funcional, pues en<br />

un caso se trata de mostrar la presencia de paralelos, pero en<br />

otro se trata de observar su adaptabilidad en cada cultura y,<br />

por ende, el grado relativo de selectividad que se manifiesta en<br />

la integración funcional, en tal caso, integración dentro de los<br />

sistemas americanos específicos.<br />

Si, por una parte, tendríamos en la comparación intercultu-<br />

ral, referida a diferentes momentos de la etnografía mesoameri-<br />

cana y andina, un conocimiento de qué era o fue en los dos<br />

mocieios cuituraies, por otra, ai vernos obiigacios a estabiecer<br />

una cronología relativa que permitiera diferenciar una integra-<br />

ción histórica de otra, tendríamos también evidencias acerca de<br />

qué fue sustituido y qué continuó siendo parte de la cultura<br />

tradicional. Es lo que fue sustituido lo que aquí interesa a los<br />

efectos de su comparación con ia cultura dei Viejo Mundo<br />

circummediterráneo. En la medida en que estemos comparan-<br />

do dos momentos cronológicamente lógicos en términos de sus<br />

respectivas secuencias, en términos, sobre todo, de que la cro-<br />

nología del modelo americano sea más reciente que la crono-<br />

logía del modelo mediterráneo o canario específicos, en esa<br />

medida estaremos sobre la pista de una verdadera comproba-<br />

ción. De este modo, el problema metodológico que se nos plan-<br />

tea, ya que no propiamente el teórico o relativo a las bases<br />

filosóficas del difusionismo, consiste en nuestra relativa capa-<br />

cidad para construir modeios etnograifcos satisfactorios o sufi-<br />

cientes, sin perder de vista el hecho de que la integración fun-<br />

cional de los elementos difundidos no supone necesariamente<br />

que el proceso cultural total de las civilizaciones indígenas ame-<br />

ricanas haya sido posible manifestándose en forma de paralelos,<br />

particuiarmente en todas sus fases o integración de patron-fun-<br />

ción comparado.<br />

En realidad, pues, un estudio acerca de laadifusión transatlán-<br />

tica debe ser un estudio basado en los principios del cambio


42 CLAUEIO ESTEVA FABREGAT<br />

cultural, principios mediante los cuales el antropólogo es re-<br />

querido a producir etnografías comparadas, una referida a lo<br />

que fue, y otra referida a lo que es en el momento de la com-<br />

paración. Sobre esta base, deja de ser decisivo el problema de<br />

la navegación, en la medida en que son verificables otras con-<br />

diciones, en ese caso, culturalmente más significativas porque<br />

aluden a una interpretación también más dinámica por más<br />

funcional.<br />

Algunos de los principios formulados por Malinowski 66 en<br />

orden al estudio del cambio cultural, pueden ser aplicados en<br />

esta ocasión. Uno de ellos, fundamental en mi opinión, es el de<br />

la asimetria dinámica de los tipos de respuesta cultural que<br />

resultan del contacto entre diferentes culturas o civilizaciones.<br />

Esta asimetría estaría dada por la presencia o ausencia rela-<br />

+;.,-'- ,Ao r i n fQn+n,.. bl A, 10 La+a%.n-a-,:Ama S-.. .inri -m-+-<br />

C l Y u a UC UAI IUGLVL . LL UL ia ILLLLLV~LLILLU~U, pul u114 Fa1 LG, y e!<br />

de divergencias de las instituciones económicas, sociales, polí-<br />

ticas o religiosas, entre las dos culturas comparadas, ya que,<br />

dependiendo de su heterogeneidad cultural específica, la direc-<br />

ción de su progreso relativo después del contacto no tenía que<br />

ser +-+ml;rl-d E- +m1 -m-- r--:-<br />

L u L a u u a u . LLI L a l ~aaw, aclia<br />

más bien divergente. Esta divergencia podría ser causa de que,<br />

una vez dada la difusión, las instituciones funcionales resultantes<br />

fueran distintas en muchos casos.<br />

Así, el que ciertas formas, como decoraciones, pirámides, y<br />

otros fenómenos de complejidad relativa, aparezcan asociadas<br />

con estructuras mentales y funciones diferenciadas, puede en<br />

muchos casos significar una divergencia evolutiva a partir de<br />

una difusión verificada de algunos rasgos culturales. El hecho<br />

de que la difusión transatlántica no haya implicado una susti-<br />

+..AA, A, ..,m ,..1+..,, , ,+,m ,,,,,,,,+- -..- -1 S.-^ 2-<br />

LULIWLL UL ui~a LULLUI~ pul U L L ~ , LG~LGDGLLL~ YUC GI IGLIUIIICIIU ut:<br />

integración cultural de la difusión es equivalente a la adqui-<br />

sición de nuevas formas con reinterpretación interna condicio-<br />

nada por los factores tradicionales o formas ya existentes De<br />

ahí que el fenómeno de la asimetría del resultado cultural, tal<br />

,.,..+..im nnni:-nT.r..ir: ri...i:-ri~i-<br />

L"l11" p u a L u i a lYlalLlI"waRL, a=a apuLaur= a !a siiüaCih indfgeiia<br />

americana en lo que refiere a la explicación de divergencias<br />

66 Ob cit , 74 y sigs.<br />

192 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


derivadas de una diferente selección adaptativa de los rasgos<br />

culturales.<br />

Estimulados por este principio funcional de la integración<br />

histórica de una difusión, nuestro problema se amplía, enton-<br />

ces, a considerar no sólo la identidad de la forma, sino que más<br />

bien consiste, como hemos señalado en otro lugar6', en esta-<br />

blecer las diversas posibilidades de acción o adaptación de una<br />

función. De acuerdo con eso, no se trataría sólo, como hace<br />

Caso, de destacar que el paralelismo entre los trenzados ame-<br />

ricanos y mediterráneos no implica difusión porque tenían di-<br />

ferentes funciones, sino que vale también decir en un tal con-<br />

texto, que sus posibilidades funcionales son más ricas que las<br />

consideradas en una sola integración histórica. Por lo demás,<br />

e1 hecho de que sirvan a diferentes propósitos no niega, en prin-<br />

cipio, la difusión. El proceso de sentido a que hemos aludido<br />

en otra parte 68 supondría, entonces, verificar las condiciones en<br />

que se ha producido el contacto, la selección adaptativa, más<br />

que decidir que basta para rechazar la idea del contacto con<br />

acudir a un principio de funcionalidad que no refiere a las po-<br />

sibilidades funcionales del rasgo, sino a su integración relativa.<br />

La identidad funcional de la forma sería, en tal caso, un<br />

modo superficial de considerar el problema, si además no in-<br />

cluimos una perspectiva de las posibilidades funcionales del<br />

rasgo. Estas posibilidades deben verse en términos de las con-<br />

diciones en que se efectúa el contacto, pero asimismo en tér-<br />

minos de las reglas internas de cada sociedad, que son, en de-<br />

finitiva, las que fundan la particularidad del fenómeno adap-<br />

tativo. Por ello, el criterio de forma funcional sin más es tam-<br />

bién insuficiente, en tal caso, pues en realidad la cuestión es<br />

más compleja porque refiere al estudio de las consecuencias<br />

de la adaptación de un rasgo de difusión. En las consecuencias<br />

estaría dada la diferencia funcional, no en la comparación for-<br />

mal de la identidad funcional.<br />

El problema principal no reside, pues, en comparar rasgos<br />

aislados, sino más bien en comparar sistemas funcionales en<br />

67 Esteva, 1965, 17 y sigs.<br />

68 Esteva, 1965, 17.


44 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

origen y adaptaciones en las sociedades receptoras. Para ello<br />

partimos de un principio expuesto por nosotros en otra parte ":<br />

el de que todo desarrollo sociocultural equivale a un proceso<br />

de transformación de las funciones y de las estructuras a que<br />

refieren. Así, en tanto cada sociedad es un fenómeno histórico,<br />

los cambios que en ella ocurren son adaptativos a través de su<br />

propio medio social 'O.<br />

Este sería el enfoque que propugnamos aplicar, el método<br />

por medio del cual estaremos en condiciones de probar una di-<br />

fusión a América desde el Mediterráneo, difusión que, por aña-<br />

didura, consideramos cierta, aunque no necesariamente confir-<br />

mada por los procedimientos habituales de verificación. En<br />

cierto modo, además, el paso a las demostraciones de patrones<br />

y funciones postulado por Willey, no es sencillo, pues implica,<br />

asimismo, trabajar en la dirección que acabamos de señalar de<br />

las posibilidades funcionales de los rasgos, algo que hasta ahora<br />

se ha descuidado mucho, incluso en el caso de los mejores in-<br />

tentos de verificar positivamente dicha difusión.<br />

ACOSTA, P. Joseph de:<br />

1962 Historia natural y moral de las Zndzas. México.<br />

ALCINA FRANCH, José:<br />

1953 Distribuczón geográfzca del vaso trípode en el mundo, en «Trabajos<br />

y Conferencias», 3. 83-100. Madrid.<br />

1955 El neolítzco americano y su problemátzca, en «Anais do XXXVI<br />

Congreso Internacional de Americanistas», 871-882. Sao Paulo<br />

1958 Las pzntnderas melzcanas y sus relaciones. Madrid<br />

1958-a El vaso con mango y vertedero, en ~Miscellanea Paul Rivetn,<br />

1: 9-16. México.<br />

1962 La fzgura femenrna p~uniob~~vtn en e! VIqn Mzzeln y PM Ame!rzca,<br />

en ((Anuano de Estudios Atlánticos», 8. 127-143 Madrid-Las<br />

Palmas.<br />

1965 Manual de arqueología amerzcana. Madrid.<br />

1969 Orzgen transatlántico de la cultura indígena de Amérzca, Separata<br />

de ((Revista Española de Antropología Americana». Madnd<br />

BOAS, Fran~.<br />

1966 Race, language and culture Nueva York<br />

69 Esteva, 1962, 525.<br />

70 Zbidem, 527.<br />

194 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL CIBCUMMEDITERRÁNEO Y LA AMERICA PREHISPÁNICA 45'<br />

1950 Plant evzdence for early contacts wzth Amerzca, ((Southwestern<br />

Journal of Anthropologp, 9: 369-384. Albuquerque.<br />

CASO, Alfonso.<br />

1964 Relatzons between the old and new worlds. A note on methodology,<br />

en ((Congreso Internacional de Americanistas», 1: 55-71.<br />

México.<br />

CHATELAIN, Helen:<br />

1958 The eagle of the amerzcan zndzan and zts orzgin, en «Miscellanea<br />

Paul Rivetn, 1: 151-174. México.<br />

CHILDE, V. Gordon:<br />

1954 Los orígenes de la czvzlizaczón México.<br />

COMAS CAMPS, Juan:<br />

1961 Las culturas agrícolas de América y sus relaczones con el Vzejo<br />

A--"-. Mrindn ---, pn


46 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT<br />

1964 Las hachas de metal y de pzedra , en «Congreso Internacional<br />

de Americanistas~, 1. 21-30. México.<br />

TMBELLONI, José:<br />

1956 La segunda esfznge tndzana, «Jornadas Internacionales de Arqueología<br />

y Etnografía». Buenos Aires.<br />

1962 La Arqueología y Etnografía argentzna y sus correlaciones contznentales<br />

y extracontznentales. 2 volúmenes. Buenos Aires.<br />

XELLEY, David H<br />

1964 Lznguzstzcs and problems of transpaczfic contacts, en «Congreso<br />

Internacional de Americanistas», 1: 17-19. México<br />

KROEBER, Alfred L<br />

1945 Antropología general. México.<br />

KUBLER, George:<br />

1964 Polygenesis and dtffuszon Courtyards zn mesoamerican archztecture,<br />

en ((Congreso Internacional de Americanistas», 1 345-357.<br />

- Ménirn . - - - - - - - .<br />

KUNZ, DITTMER:<br />

1960 Etnología general. México.<br />

LAS CASAS, Fray Bartolomé:<br />

1965 Historza de las Indzas. 3 tomos México.<br />

LOWIE, Robert H :<br />

1946 Historza de la Etnología. México<br />

1947 Antropología cultural. México.<br />

MALINO WSKI, Bronislaw :<br />

1961 Theory of culture change. Urbana, 111.<br />

MANNERS, Ed ; A. Robert:<br />

1964 Process and pattern in culture. Chicago.<br />

MERTZ, Henriette:<br />

1966 Odysseus in America, en «Congreso Internacional de America<br />

nistasn, 1. 111. Sevilla<br />

«MISCELLANEA»:<br />

1958 Homenale a Paul Rivet México.<br />

PERICOT, Luis:<br />

1962 Amétrca zndígena Barcelona.<br />

1962-a E2 punto de vtsta de un auqueólogo europeo ante los problemas<br />

de la Prehzstorza amerzcana, en «Jornadas Internacionales de<br />

Arqueología y Etnografía», voi. 11. 10-18<br />

ROWE, J. H.:<br />

1966 Diffusionism<br />

334-337.<br />

and Archaeology, en ~American Antiquity, 31:<br />

196 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


SERVICE, Elman R :<br />

1964 Archaeologtcal theory and ethnologtcal fact, en ~Mannersu, Ed,<br />

364-375.<br />

STEWARD, Julián H<br />

1958 Theovy of cuíture change. Urbana, 111.<br />

«TRABAJOS y Conferencias»:<br />

1953 Seminario de Estudios Americanistas. Madrid.<br />

WILLEY, Gordon R.<br />

1953 A pattern of ddfuslon-acculturatzon, en aSouthwestern Journar<br />

o£ Anthropology», 9. 369-384. Albuquerque<br />

WUTHENAU, Alejandro von.<br />

1966 Representatzons of whlte and negroe people tn precolumb~an art,<br />

en «Congreso Internacional de Americanisias», 1. 109-110. Sevilla-<br />

Núm 17 (1971)


,UTRIMONIO ENTRE HERMANOS : ¿DIFUSION<br />

O PARALELISMO ?<br />

POR<br />

ALFRXDO JIMENEZ NUREZ<br />

El matrimonio entre hermanos presenta, a primera vista, unas<br />

características que hacen de esta institución un tema apropiado<br />

para su inclusión en un symposium sobre la posibilidad de relaciones<br />

transatlánticas precolombinas. En efecto, la rareza y<br />

otras circunstancias de esta institución y su presencia en diversos<br />

pueblos de Africa, en Canarias y en América, parecen razones<br />

suficientes para dedicarle alguna atención.<br />

Junto con la invitación a participar en este symposium nos<br />

llegó la sugerencia de ocuparnos de esta institución y considerar<br />

sus posibilidades como elemento probatorio de difusión entre<br />

el Viejo Mundo y América. Por falta de competencia en la cuestión<br />

estricta y por carencia de suficiente documentación, no<br />

fue nunca nuestro propósito abordar el tema en profundidad<br />

ni intentar conclusiones definitivas; nuestra orientación ha sido<br />

más bien de tipo teórico y metodológico, y nuestro propósito<br />

ha apuntado a estos dos objetivos: 1. Plantear, por medio del<br />

problema concreto que es el matrimonio entre hermanos, el problema<br />

más general y teórico de la comprobación de hipótesis<br />

.difusionistas. 2. Someter el matrimonio entre hermanos a la<br />

prueba de su idoneidad, porque ello parece necesario y previo<br />

- ---A<br />

a riialquigr intento de pofiiE&zar la ~ ~ i ~ t y &stni_hu~iSn<br />

~ n ~ i l<br />

5de la institución como argumento difusionista.<br />

Podemos anticipar que nuestras conclusiones en ste mo-<br />

mento son negativas, aunque este carácter negativo afecta más<br />

a la naturaleza de la prueba que al posible fenómeno de difu-


sión. Pero, en cualquier caso, esto no creo que importe mucho,<br />

en cuanto que estamos seguros de que para todos los presentes<br />

el difusionismo es un fenómeno a investigar y no una escuela o<br />

un compromiso al que nos sintamos atados o comprometidos en<br />

alguna forma. Cuando se actúa así no caben fracasos absolutos,<br />

ni nunca se pierde el tiempo por completo, ya que para e1 inves-<br />

tigador interesado en los problemas de difusión -que es algo<br />

bien distinto al «difusionista» a ultranza- la investigación no<br />

consiste necesariamente en probar, sino en comprobar.<br />

1. LA H IP~TESIS DIFUSIONISTA<br />

Ante la presencia de un mismo elemento cultural en dos<br />

áreas distintas puede surgir de inmediato la pregunta de si se<br />

. .<br />

trata de difusión a para!e:ismo. Nu obstaiite, !a me!mac;ón por<br />

una hipótesis difusionista ha de tener previamente en cuenta<br />

ciertos requisitos sin los cuales la difusión está eliminada desde<br />

un principio, y no vale la pena trabajar en ese sentido.<br />

Alcina Franchl resume en el siguiente esquema estos requisitos<br />

Nn&meiitalesr


MATRTMONIO ENTRE HERMANOS 3<br />

difusión entre culturas remotas entre sí. La cuestión metodo-<br />

lógica principal, para este autor, es si podemos usar y en qué<br />

forma las semejanzas culturales como evidencia de contacto en-<br />

tre áreas no contiguas y distintas. La necesidad de un método, de<br />

un perfeccionamiento de los procedimientos a utilizar en este<br />

campo, está plenamente justificada para Tolstoy por tres razo-<br />

nes principales, entre ellas la falta de procedimientos aceptables<br />

para probar hipótesis de este tipo, ya que se admite general-<br />

mente que los esfuerzos realizados hasta ahora en este sentido<br />

tenían notables defectos 2.<br />

Más adelante, Tolstoy sugiere, como mínimo, las tres ope-<br />

raciones siguientes que deben preceder a una evaluación de se-<br />

mejanzas entre culturas remotas: 1. Una de£inición precisa del<br />

aspecto cultural que se considere. 2. Un análisis de ese segmento<br />

a traves de las diversas cuituras, ei cuai producirá un inventa-<br />

rio de atributos mínimos discernibles que permita describir<br />

dicho segmento en cualquier tipo o lugar; lo que, a su vez, ase-<br />

gurará que las comparaciones serán exactas. 3. Una clasificación<br />

de las pruebas etnográficas y arqueológicas relativas a este<br />

aspecto en cada una de ias áreas donde se encuentra.<br />

Todavía podrían añadirse otros esquemas o relaciones de<br />

criterios a tener en cuenta en la comprobación del fenómeno<br />

de difusión; pero en vez de alargar esta lista nos parece más<br />

oportuno advertir que la bondad o utilidad de estos esquemas<br />

dependen, en buena parte, de la naturaleza del tema que se<br />

investiga. Por razones obvias, la mayor parte de estas investi-<br />

gaciones se refieren a elementos de cultura material que caen<br />

bajo la directa competencia del arqueólogo; otras veces se<br />

trata de elementos también materiales, pero de los que tenemos<br />

conocimiento por la documentación escrita, ias coiecciones et-<br />

nográficas o la directa observación de su fabricación y uso en<br />

el presente.<br />

En contraste con este material arqueológico y etnográfico,<br />

tenemos otros elementos culturales que exigen un tratamiento<br />

distinto; tal es el caso de la lengua y de las instituciones socio-<br />

culturales, especialmente cuando éstas no se manifiestan en<br />

2 Tolstoy, 1966, págs. 69 y sigs.<br />

Núm 17 (1971)


4 ALFREDO JIMÉN~ N U m<br />

objetos materiales. Incluso puede darse el caso de que el ele-<br />

mento cultural no sea apto en absoluto como prueba de difusión,<br />

bien por su naturaleza o bien por las circunstancias que lo ro-<br />

dean; de aquí nuestra insistencia en la tarea previa de dnalizar<br />

el rasgo, elemento o institución de que se trate para decidir su<br />

idoneidad y, en caso afirmativo, apreciar más exactamente su<br />

valor como prueba.<br />

Un elemento cultural puede ser importante y significativo<br />

por su alta frecuencia e incluso por su universalidad; o por todo<br />

lo contrario, es decir, por su rareza o singularidad. El matrimo-<br />

nio entre hermanos corresponde a este segundo caso; y así, las<br />

caracierisiicas loajo las se c"nciloe<br />

institución son su carácter excepcional, su limitación a una clase<br />

o familia dominante y, consecuentemente, su existencia sólo<br />

en sociedades complejas y muy estratificadas.<br />

Veamos hasta qué punto un esquema elemental de la dis-<br />

irlloución de tiP" de responde a esa n"cióii<br />

generalmente aceptada, no sin advertir antes el carácter limi-<br />

tado y superficial de esta recopilación, basada mayormente en<br />

autores del siglo pasado cuyas afirmaciones habría que some-<br />

ter, cuando fuera posible, a una comprobación y crítica ri-<br />

gurosas.<br />

El caso más citado de matrimonio entre hermanos, y el me-<br />

jor documentado entre los pertenecientes a la antiguedad, es<br />

el de los faraones egipcios. «La primera esposa del faraón era<br />

la consorte de un dios, a la que se le reconocía el privilegio<br />

excepcionai del contacto físico con él. Si era. además, la hija<br />

de un faraón anterior, había sido entonces engendrada por un<br />

cuerpo divino y debería poseer algo de la esencia divina» '.<br />

La influencia general de la civilización egipcia sobre Africa<br />

ha llevado a pensar en los casos de matrimonio entre hermanos<br />

dentro del Africa negra como un producto de la difusión a par-<br />

tir de Egipto. Se encuentra esta institución entre los funj y<br />

3 Wilson, 1951, pág. 96-97.<br />

202 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MATRIMONIO ENTRE HERMANOS 5<br />

shilluk del Alto Nilo 4; y también más al sur, en la región de<br />

los lagos, en lo que fue el reino de Uganda Entre los fundado-<br />

res del reino de Monomotapa, que incluía a los constructores<br />

de Zimbabue en la actual Rodesia, también se daba el matrimo-<br />

nio entre hermanos 6. Todavía más al sur, dentro de los lími-<br />

tes de la actual Bechuanalandia, el matrimonio con hermanas-<br />

tras se practicó entre los rolong y ngwaketse (tribus rswana),<br />

y parece ser que esta práctica fue abolida entre estos últimos por<br />

el jefe Bathoeng 1 (1889-1910). Al parecer las tribus tswana se<br />

distinguen precisamente de los demás grupos de lengua bantu<br />

de Africa del Sur por observar menos restricciones que ningún<br />

otro en cuanto al matrimonio 7.<br />

Sobre los pobladores de Teita, en el Africa Occidental, hay<br />

informes procedentes del siglo pasado de que eran muy sucios<br />

y pobres y de que casaban con sus respectivas madres y herma-<br />

nas porque no podían comprar esposas '. Los salakava de Ma-<br />

dagascar permitían el matrimonio entre hermanos; tales matri-<br />

monios eran contraídos por jefes que no podían encontrar otras<br />

novias del rango debido 9.<br />

En Atenas, las únicas limitaciones eran relativas a los pa-<br />

rentescos ascendente y descendente; pero parece que en los ú1-<br />

timos tiempos los matrimonios entre hermano y hermana eran<br />

desaprobados lo. Los casos que aparecen en la primitiva lite-<br />

ratura escandinava indican que el tabú sobre matrimonios en-<br />

tre hermanos no existía ". Los mordvin, de Rusia Central, pa-<br />

recen haber permitido estas uniones en otro tiempo; por otra<br />

parte, un eclesiástico ruso del siglo XVII censuraba a los hom-<br />

bres al servicio del gobierno que eran enviados con frecuencia<br />

a cumplir alguna misión; y carecían de residmcia fija y de sii-<br />

4 Baumann y Westermann, 1948, pág 272.<br />

5 Ibíd., pág 216.<br />

6 Ibíd., pág. 143.<br />

7 Schapera, 1950, p^ig I'in<br />

8 Summer, 1948, pág. 616.<br />

9 Ibíd., 1948, pág. 616<br />

10 Ibíd., pág 620<br />

11 Ibíd, pág 621.


ficientes ingresos, por el hecho de vivir viciosamente con sus<br />

madres, hermanas e hijas 12.<br />

Un recorrido por los pueblos orientales nos ofrece referen-<br />

cias al matrimonio entre hermanos en Fenicia, donde probable-<br />

mente sólo eran contraídos cuando la mujer había heredado<br />

algo de que no participaba su hermano 13. También hay refe-<br />

rencias a los persas y otros pueblos de la misma área. Los<br />

vedas consideraban abominable el casamiento con una herma-<br />

na mayor, pero el casamiento con una hermana menor era re-<br />

comendado como el mejor14. De los balineses se ha dicho que<br />

tenían la costumbre de que los gemelos de distinto sexo, dentro<br />

de las castas superiores, se casaran entre sí, y que no tenían la<br />

menor noción del incesto 15. En Birmania y Siam, y en tiempos a<br />

relativamente recientes, se casaban los hermanos y hermanas de<br />

las familias reaies i< Los hermanos y hermanas catiibüyaii~s<br />

se casaban entre sí1'. Esta distribución por el Oriente se prolonga<br />

y completa con las referencias al matrimonio entre hermanos<br />

en la familia real de las islas Hawai.<br />

Y dando un salto hasta las islas donde nos encontramos,<br />

N<br />

E<br />

O<br />

n - m<br />

O<br />

E<br />

E<br />

S<br />

E -<br />

varios autores nos habian de que, al menos en Tenerife y iaiizzrote,<br />

se realizaba el matrimonio entre hermanos. En Tenerife,<br />

«el rey -nos dice fray Alonso de Espinosa- no casaba con gen-<br />

2<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

te baja, y a falta de no haber con quién casar, por no ensuciar su<br />

O<br />

linaje, se casaban hermanos con hermanas» 18. El italiano To- :<br />

rriani, contemporáneo del fraile, dice también de los reyes - a E<br />

de Tenerife que «éstos ponían mucho cuidado al casarse; si faltaban<br />

mujeres de igual sangre y grandeza, les era permitido tol<br />

n<br />

n<br />

n<br />

mar por mujer a sus hermanas)) Ig. Del último soberano de Lanzarote,<br />

Guanareme, se afirma que se casó con su hermana Ico.<br />

En América, el caso mas notabie es ei de los incas, entre los<br />

3<br />

O<br />

12 Ibíd., pág. 622.<br />

13 Ibíd., pág. 620.<br />

14 Ibíd., págs. 615-616.<br />

15 Wd., pág. 616.<br />

16 Ibíd., pág 622.<br />

17 Ibíd., pág. 616.<br />

18 Espinosa, 1952, pag 42<br />

19 Torriani, 1959, pág. 178.<br />

204 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MATRIMONIO ENTRE HERMANOS 7<br />

cuales, y en palabras del cronista Cieza de León, cera ley que<br />

el señor que entre todos quedaba por emperador tomase a su<br />

hermana por mujer, la cual tenia por nombre Coya, que es<br />

nombre de reina ; y si acaso el que había de ser tenido por<br />

señor no tenía hermana carnal, era permitido que casase con<br />

la señora más ilustre que hubiese, para que fuese entre todas<br />

sus mujeres tenida por la más principal»20. Pérez de Barradas<br />

hace referencia a que los chibchas practicaron también esta<br />

forma de matrimonio 2'. Del valle del Cauca nos habla Trimborn<br />

en los siguientes términos: «La existencia de matrimonio con<br />

sobrinas, e incluso de matrimonios con hermanas, en distintas<br />

tribus es testimoniada por Cieza al referirse, por ejemplo, a los<br />

caciques de los lile: "Cásanse con sus sobrinas, y algunos seño-<br />

res con sus hermanas, como todos los demás." Y análogamente,<br />

hablando de [la ciudad de] Anserma, dice: "Cásanse con sus<br />

sobrinas, y algunos con sus mismas hermanas." Finalmente, nos<br />

dice también de los carrapa que "los señores principales se ca-<br />

san con sus sobrinas, y algunos con sus hermanas". De esto se<br />

desprende -continúa Trimborn- que, en todo caso, en una<br />

parte de las tribus del Cauca -si bien únicamente entre los ca-<br />

ciques- se daban casos de matrimonio con sobrinas e incluso<br />

con hermanas, aunque ambos no constituían la regla general, y<br />

estos últimos eran poco frecuentes» 22.<br />

Martius, en la segunda mitad del siglo pasado, dice, con res-<br />

pecto a las tribus del Amazonas superior en general, que el<br />

incesto, en todos sus grados, es frecuente entre ellas. En las<br />

regiones más meridionales, el tabú es más estricto y mejor ob-<br />

servado. Las costumbres son tanto más estrictas cuanto más<br />

w- ~rande -- es la tribu; en los pequeños grupos aislados sucede con<br />

frecuencia que un hombre viva con su hermana. Martius oyó<br />

hablar de dos tribus, los coerunas y los uainumus, que apenas<br />

observaban reglas a este respecto 23. LOS indios de América del<br />

Norte observaron el tabú de incesto, y en ningún pueblo estu-<br />

" Ciena de León, 1880, pág 33<br />

21 Pérez de Barradas, 1941, pág 250.<br />

22 Trimborn, 1949, pág 77<br />

En Sumner, op. cit, págs. 614-615


vo permitido la unión entre padre e hija o madre e hijo, aun-<br />

que en el área del Caribe, J entre personas de rango real, se to-<br />

leró la unión de hermano y hermana 24.<br />

Frente a estos datos, referidos a la época prehispánica, po-<br />

demos presentar dos citas correspondientes al siglo pasado. Una<br />

alude a los aleutas de la isla de Kodiak, de quienes se dice<br />

que, a principios del siglo XIX, cohabitaban padres e hijos, her-<br />

manos y hermanas. La otra se refiere a los indios de la Sierra<br />

Madre, en México, donde el incesto entre padre e hija «ocurre<br />

todos los días, aunque entre hermano y hermana es enteramen-<br />

te desconocido» 25.<br />

Hans F. K. Gunther presenta también un resumen de la dis-<br />

tribución de la institución que comentamos, y aporta la opinión<br />

de Rivers de que es inexacta la práctica del matrimonio entre<br />

hermanos en los vedas de Ceilán. Añade Gunther que el matri-<br />

monio entre hermano y hermana no se halla en los niveles más<br />

bajos; sino en los estadios más elevados; el nivel más humilde<br />

donde se observa es en el de los aborígenes de las Marshall 26.<br />

111. ANÁLISIS DEL MATRIMONIO ENTRE HERMANOS<br />

DENTRO DE UN CONTEXTO MÁS AMPLIO<br />

Hasta aquí el problema en su puro nivel descriptivo; trate-<br />

mos ahora de analizar el hecho etnográfico -el matrimonio en-<br />

tre hermanos- a partir de una formulación más precisa de esta<br />

institución. Nuestro propósito en este momento es objetivau;<br />

es decir, tratar de convertir en un «objeto» este complejo socio-<br />

culural a la manera en que el arqueólogo maneja su material y<br />

comprueba -según el esquema de Alcina Franch citado al prin-<br />

cipio- si cumple los requisitos básicos para proceder con él al<br />

desarrollo de una hipótesis difusionista. Se trata también en<br />

estos momentos de realizar las dos primeras operaciones indi-<br />

cadas por Tolstoy: una definición precisa del aspecto cultural<br />

que se considere y un análisis de ese aspecto a través de las.<br />

24 Driver, 1961, pág 271.<br />

25 En Sumner, op. cit., pág. 615.<br />

26 Gunther, 1952, pág. 33-34<br />

206 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MATRIMONIO ENTRE HERMANOS 9<br />

diversas culturas, de modo que obtengamos un inventario de<br />

atributos mínimos con el cual podamos describirlo válidamen-<br />

te para cualquier tiempo y lugar, y así intentar más tarde com-<br />

paraciones exactas. En resumen, la tarea consiste en establecer<br />

un ttpo o una tipología, según la terminología arqueolúgica, del<br />

objeto, aspecto o institución para poder someterlo a continua-<br />

ción a la gran prueba del fenómeno difusionista, que es la dis-<br />

tribución sobre el espacio geográfico en asociación, por supues-<br />

to, con la otra variable fundamental que es la cronología.<br />

Es evidente que para que un objeto o aspecto sean suscep-<br />

tibles de un anáhsis difusionista deben poseer una clara sin-<br />

gularidad, ya sea en su naturaleza, ya en sus funciones o en sus<br />

características formales. De no poseer estas cualidades, es más<br />

fácil y lógico explicar su amplia distribución como resultado<br />

de invención independiente y repetida. En este sentido, el ma-<br />

trimonio entre hermanos parece presentar una fuerte singula- ,<br />

ridad, un claro carácter excepcional en términos universales,<br />

por amplia que pudiera resultar una relación exhaustiva de<br />

casos.<br />

¿A qué se debe la excepcionalidad del matrimonio de un<br />

hermano con una hermana? Claramente, al hecho de contradecir<br />

una norma universal como es el tabú de incesto. Y es, precisa-<br />

mente, dentro de este marco conceptual donde creemos que debe<br />

analizarse primera y fundamentalmente esta institución, si que-<br />

remos intentar su formulación más exacta, el establecimiento de<br />

su propia tipología. Porque, de hecho, el matrimonio entre her-<br />

mano y hermana no es más que una de las variantes de un com-<br />

plejo superior, que es la unión entre parientes; y cualquiera<br />

que sean sus circunstancias y modalidades, creemos que es<br />

fundamental su adscripción a ese complejo más amplio, a su<br />

vez inserto en la contravención de una norma universal como<br />

es el tabú de incesto. No creemos, por tanto, que tenga sentido<br />

establecer exclusivamente una tipología o intentar aisladamente<br />

una definición efectiva del matrimonio entre hermanos, sino que<br />

tal propósito debe ampliarse hasta abarcar todas las formas de<br />

Núm 17 (1971) 207


matrzmonzo entre partentes. Esto nos lleva a considerar el<br />

tabú de zncesto, porque, como acabamos de decir, es ese hecho<br />

sociocultural el que presta fuerza y significado a estas formas<br />

anómalas de matrimonio.<br />

Sólo algunos sectores del vulgo mantienen todavía una expli-<br />

cación biológica o natural de la aversión al incesto, cuya prohibi-<br />

ción sabemos tiene orígenes y funciones de naturaleza exclusi-<br />

vamente sociocultural. No son los instintos sino razones sociales<br />

las que han llevado al hombre a introducir esta prohibición;<br />

pero por tratarse de un hecho sociocultural, sus características<br />

y alcance son tan sumamente diversos que resulta también muy<br />

difícil, si no imposible, establecer una tipología definida. Por<br />

una parte, tenemos el hecho de su universalidad, en cuanto que a N<br />

toda sociedad tiene establecidas algunas restricciones para la<br />

E<br />

O<br />

realización del matrimonio, lo cual no siempre coincide con ias<br />

n -<br />

=<br />

normas -generalmente más tolerantes- sobre el simple acto<br />

O o><br />

E<br />

de la relación sexual. Por otro lado, estas restricciones en la for-<br />

E<br />

2<br />

mación de matrimonios se basan en el concepto, también suma- E<br />

=<br />

mente difuso y variado, del parentesco. Al triple concepto de<br />

><br />

parentesco, que vemos operar en la sociedad humana, y que res- -<br />

ponde al establecimiento de lazos de consanguinidad, lazos de<br />

0 m<br />

E<br />

afinidad y lazos espirituales o ficticiamente consanguíneos, como<br />

O<br />

son, a modo de ejemplos, los establecidos entre padrino y ahijan<br />

do y entre miembros de un mismo clan, debemos añadir las nor-<br />

- E<br />

mas específicas de cada sociedad, con el resultado final de que<br />

a<br />

2<br />

la universalidad del tabú de incesto se convierte en un con-<br />

n<br />

0<br />

cepto muy dificil de manejar. Todo esto, a su vez, nos lleva a<br />

anticipar que el hecho contrario, es decir su violación, tampoco 3 O<br />

resulta muy significativo a nivel comparativo.<br />

Aun limitándonos a la acepción más restringida del incesto,<br />

como es la unión entre padre e hija, madre e hijo y hermano y<br />

hermana, la etnografía universal se muestra muy inconsistente.<br />

Dentro de una misma sociedad pueden estar sujeta a tabú una<br />

de estas posibilidades pero no las otras, aunque destaca como<br />

prohibición más universal la unión de madre e hijo. De la misma<br />

forma, la ampliación de lo incestuoso puede tomar formas tan<br />

curiosas como las que ilustran los dos casos siguientes: entre los<br />

burundi de Africa, el matrimonio de una muchacha con un<br />

208 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MATRIMONIO mTRE HERMANOS 11<br />

hombre mayor que ella tiene una connotación incestuosa, por<br />

pertenecer éste a una generación mayor que la joven n; en la población<br />

de Dakar y zona próxima, Faladé ha observado que el<br />

hecho de ser hermanos de leche es razón suficiente para la anulación<br />

del matrimonio, considerándose hermanos de leche los que<br />

han mamado, aunque sea una sola vez, del mismo pecho 2s. Pero<br />

de igual modo que las restricciones pueden alcanzar límites extremos,<br />

los derechos o la posibilidad de un hombre de copular<br />

con otras mujeres pueden extenderse tan ampliamente como en<br />

el caso de los shilluk del Sudán nilótico, mencionados al principio.<br />

Un shilluk puede tener relación sexual con la esposa de<br />

cualquier hombre al que él llama uwa; es decir, su propio hermano<br />

de distinta madre, la esposa del hijo del hermano de su<br />

pdo G !a espesa de !es miembros de su prepi~ C!UE q~e seaLnl<br />

de su misma generación. Puede invocar el mismo privilegio en<br />

relación con las esposas de su padre (excepto su propia madre)<br />

y las esposas de todos los hombres a quien se dirija con el término<br />

de uwa. Si un padre sabe que su hijo está copulando con<br />

su esposa, se irá a otra choza sin decir nada. La actitud de los<br />

informantes podría expresarse en estos términos: «¿Por qué ha<br />

de poner objeción el padre? Por supuesto que es mejor que su<br />

hijo haga esto que no que vaya con otra mujer, en cuyo caso<br />

podría estar obligado a pagar una multa por adulterio»".<br />

Para terminar con esta breve consideración sobre el incesto,<br />

su prohibición y su regulación, aludiremos a otra faceta que<br />

hace aún más complicado el cuadro, y que supone como una mo-<br />

tivación del incesto en oposición al peso que la sociedad en ge-<br />

neral trata de arrojar en favor de su prohibición; nos referimos<br />

a la frecuente asociación que existe en Africa entre incesto y<br />

brujería. Está bastante extendida en este continente la creencia<br />

de que un hombre puede obtener la fuerza máxima posible como<br />

hechicero mediante la relación incestuosa con su madre o su<br />

hermana, mientras esta misma relación con un pariente más<br />

27 Albert, 1963, pág. 197.<br />

28 Faladé, 1963, pág. 220.<br />

Seligman y Seligman, 1932, pág. 69.


lejano sería bastante ineficaz 30. También en Madagascar y Ocea-<br />

nía el incesto tiene a veces un poder mágico que favorece al ca-<br />

zador o al guerrero que lo practica 31.<br />

Pasemos ahora a considerar el problema no desde el punto<br />

de vista del tabú, sino todo lo contrario: de la prescripción, la<br />

preferencia o la mera posibilidad de realizar el matrimonio en-<br />

tre parientes. En primer lugar, puede afirmarse, sobre la base<br />

de la evidencia etnográfica, que estos matrimonios tienen una<br />

distribución prácticamente universal en el espacio, por cuanto<br />

no hay continente donde no se haya registrado; además, su dis-<br />

tribución en el tiempo va desde las épocas más antiguas de las<br />

que cabe tener noticia cierta y directa -como es ei caso de<br />

Egipto- hasta el tiempo presente. En segundo lugar, la insti-<br />

tución del matrimonio entre parientes, aun reduciéndolo al caso<br />

de parientes por consanguinidad y en primer grado, carece de<br />

patrón o pauta, ya que las variaciones son tantas como puede<br />

permitir la combinación de sus elementos. Por último, estos ma-<br />

trimonios se dan en sociedades de cultura y nivel muy diferen-<br />

tes entre sí, como manifiesta la mera relación de pueblos pre-<br />

sentada anteriormente.<br />

Creemos, en conclusión, que nos encontramos ante un ele-<br />

mento que no es susceptible de una tipología o definición que<br />

permita su manejo y comparación.<br />

Alfred Kroeber, en su conocido libro sobre antropología ge-<br />

neral, en la parte dedicada a estas cuestiones, afirma que la tipo-<br />

logia supone la disección de la institución o el objeto en sus di-<br />

versas formas a fin de averiguar cuál es su estructura esencial.<br />

La necesidad de comprender la estructura -continúa Kroeber-<br />

es obvia: sin ella, cosas no comparables pueden igualarse, o co-<br />

sas comparables pueden no llegar a asociarse ". Para desarrollar<br />

estos principios, Kroeber recurre a la covada, en contraste con<br />

30 Radcliffe-Brown, 1950, pág. 69-70.<br />

31 Webster, 1952, pág. 153.<br />

32 Kroeber, 1948, pág. 570.<br />

210 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MATRIMONIO ENTRE HERMANOS 13<br />

un elemento tan simple, pero también susceptible de una tipo-<br />

logia, como es el hacha.<br />

La covada se conoció primero en el pueblo vasco, y, como<br />

se sabe, consiste en que al nacer una criatura la madre se<br />

levanta y reanuda sus tareas, mientras el padre guarda cama.<br />

Lo mismo se ha observado también en América del Sur,<br />

Africa, India y China, bajo la creencia siempre de que el<br />

niño sufriría algún daño si no se observa esta costumbre.<br />

Pero al considerarse en detalle el comportamiento en cada<br />

sociedad, se comprueba la diversidad interna de esta costumbre:<br />

en algunos pueblos guardan cama tanto el padre como<br />

la madre; en otros ambos suspenden su trabajo; en otros<br />

dejan de trabajar y también se abstienen de ciertos alimentos,<br />

pero la madre lo hace en forma más severa y por más<br />

tiempo; en otros grupos, solamente la madre está sujeta<br />

a restricciones; y, finaimente, entre 10s ute merdionaies,<br />

la madre permanece sobre un lecho de cenizas calientes<br />

durante treinta días, mientras el padre yace junto a ella<br />

sólo durante cuatro, y después, consumida una buena comida,<br />

debe correr a cazar tan activamente como puede durante<br />

uno o varios días.<br />

Con toda esta gradación -se pregunta Kroeber-, ¿qué<br />

es lo que constituye la covada tipológicamente? Lo más que<br />

se podría dec~r como definición es que se trata de la participación<br />

del padre en el período de descanso y en la recuperación<br />

fisiológicamente natural de la madre después<br />

del parto; en otras palabras, viene a expresar la idea de que<br />

el recién nacido es hijo de ambos. Sobrepuesto a esto hay<br />

una variedad sin fin de cosas prohibidas y de cosas requeridas<br />

para el bien del niño o de los padres, a cumplir durante<br />

un período que puede variar desde unos días hasta<br />

un mes; y, sobre todo, hay toda una gradación desde el ro1<br />

exclusivo del padre hasta sólo el de la madre, pasando por<br />

una situación conjunta. No hay que extrañarse de que los<br />

etnógrafos hayan llegado a hablar de acovada clásica»,<br />

«semicovada», «seudocovada», etc., sin ser capaces de definir<br />

las formas de la covada, de manera que todas las costumbres<br />

tribales específicas entran indiscriminadamente en<br />

una u otra clase. En resumen -concluye Kroeber-, no<br />

poseemos una tipología satisfactoria de la covada; de aquí<br />

que en un estudio comparativo estaríamos comparando, a<br />

veces, comparables parciales e incluso no comparables.<br />

La cuestión de si la covada se ha difundido desde un origen<br />

único o ha tenido varios orígenes independientes no<br />

Núm 17 (1971) 211


puede, por consiguiente, contestarse actualmente. No es<br />

todavía un problema científico porque la covada no es<br />

fenómeno repetido definible, sino una variable o serie de<br />

fenómenos en gradación 33.<br />

Todo este razonamiento de Kroeber nos ha parecido oportu-<br />

no por su aplicación al caso del matrimonio entre parientes. Nues-<br />

tra posición es que tal hecho no es tampoco definible, no es un<br />

problema científico, dadas las múltiples características o varia-<br />

ciones que presenta a escala universal. En cuanto a la forma<br />

particular del matrimonio entre hermanos -lo que podríamos<br />

llamar un elemento o variación del complejo total-, creemos que<br />

tampoco presenta una estructura o tipología que permitan su<br />

comparación, y menos la deducción de una difusión o de unos<br />

orígenes independientes.<br />

Entre las variantes más importantes que podemos observar<br />

en el matrimonio entre hermanos, tenemos las siguientes:<br />

a) Teniendo en cuenta el fuerte carácter unilineal de la ma-<br />

yor parte de los pueblos primitivos, debemos admitir la gran di-<br />

ferencia entre hermanos y medio hermanos, y, consecuentemente,<br />

la importancia considerablemente menor de una unión entre<br />

hermanastros, a efectos de violación de normas y de singulari-<br />

dad. Esta clase de unión parece, precisamente, la más frecuente.<br />

b) Son muy dispares las razones o causas que conducen al<br />

matrimonio entre parientes en general, y en particular entre her-<br />

manos. Frente a la idea más común de que estos matrimonios<br />

se celebran entre las familias dominantes y por razones de un<br />

elevado status, y hasta de una naturaleza divina, tenemos los<br />

matrimonios entre padres e hijos y entre hermanos en socieda-<br />

des y clases que ocupan el extremo opuesto de la escala. Pensa-<br />

mos que, en el fondo, ambos casos obedecen a un principio téc-<br />

nicamente económico, como es la limitación del recurso que su-<br />

pone la mujer: en unas sociedades las jóvenes elegibles están<br />

limitadas, por cuestión de naturaleza y status, a las propias<br />

hermanas, mientras en otras sociedades la pobreza limita tam-<br />

bién la adquisición de cónyuge al círculo de la propia familia, a<br />

3 Kroeber, op. cit., págs. 544-45.<br />

212 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MATRIMONIO ENTRE HERMANOS 15<br />

la que no hay que satisfacer el precio correspondiente. Pero, de<br />

todas formas, este segundo caso resta mucha fuerza a nuestra<br />

institución y desdibuja la posible estructura que pudiéramos<br />

trazar de ella.<br />

c) En relación con el punto anterior, tenemos, asimismo, el<br />

hecho de que el matrimonio entre hermanos no está limitado a<br />

las sociedades complejas y bien estratificadas -otro de los ar-<br />

gumentos o notas que podrían ser de mucha utilidad como prue-<br />

ba de difusión- sino que la muestra etnográfica nos da casos<br />

tan alejados entre sí como el que representan los incas y esas<br />

tribus marginales del Brasil.<br />

d) El matrimonio entre hermanos ha de verse desde dos<br />

perspectivas bien distintas: como prescripción u obligación, que<br />

es el caso de ciertas familias reales o dominantes, de las que po-<br />

dríamos decir que no tienen otra alternativa; y como posibilidad<br />

o permisión, es decir, como suspensión o relajación de la prohi-<br />

bición que supone el tabú de incesto.<br />

IV. CONCLUSIONES<br />

Como final de esta exposición ofrecemos las siguientes con-<br />

sideraciones:<br />

1. Aun admitiendo que el matrimonio entre hermanos cons-<br />

tituya una institución o elemento sociocultural idóneo para la<br />

comprobación de una hipótesis de difusión, creemos que el estado<br />

de nuestro conocimiento a nivel etnográfico no es suficiente como<br />

para garantizar ninguna conclusión definitiva. Esta dekiciencia<br />

de conocimiento afecta, entre otros extremos importantes, a la<br />

cronología; de hecho, esta cronología es muy vaga o inexistente,<br />

pues la mayor parte de las referencias hablan de tiempos antiguos,<br />

sin más precisión, de épocas prehispánicas o anteriores a con-<br />

tactos con sociedades de Occidente, o de un presente etnográ-<br />

fico sumamente vago también. Por otra parte, la recopilación<br />

de casos a nivel universal comprende situaciones separadas en-<br />

tre sí por grandes períodos de tiempo (ejemplos, los casos repre-<br />

sentados por los faraones egipcios, los incas y los pueblos del<br />

Africa negra). Hay que recordar aquí, para mejor valorar la<br />

necesidad de una cronología adecuada, el requisito que Alcina<br />

Núm 17 (2971) 213


Franch recogía en su esquema con el número cuatro, y que dice<br />

.que, al mismo tiempo que se traza una línea geográfica homo-<br />

génea, ha de ser posible trazar otra línea cronológica en senti-<br />

do creciente desde el lugar en que, posiblemente, se haya inven-<br />

tado el objeto. También, por lo que respecta a la veracidad de<br />

los datos, hay que consignar la posibilidad de que algunos ca-<br />

sos registrados en la bibliografía no sean ciertos, o que no res-<br />

pondan reaImente al matrimonio entre hermanos de sangre, dada<br />

la amplitud de algunos términos clasificatorios que emparentan<br />

mucho más allá de los límites de la familia nuclear.<br />

2. Si pese a todas estas deficiencias en los datos, utilizamos<br />

el matrimonio entre hermanos como posible caso de difusión,<br />

una apreciación muy preliminar y personal nos llevaría a las<br />

siguientes conclusiones:<br />

a) Antes de intentar comprobar, y menos probar, la exis-<br />

tencia de difusión del matrimonio entre hermanos desde el Viejo<br />

Mundo a América habría que considerar a fondo si dentro del<br />

Viejo Mundo hubo realmente difusión, en qué sentido 3 senti-<br />

dos y bajo qué circunstancias. Pensamos particularmente en<br />

Africa, donde es firme la existencia de esta costumbre, en un<br />

lugar concreto como Egipto y en fecha muy remota, por lo que<br />

se impondría comprobar si los demás casos africanos tienen<br />

aquí su origen y si el caso de las Canarias forma parte de la mis-<br />

ma distribución general.<br />

b) Por lo que se refiere a América, donde al menos tene-<br />

mos también un caso seguro, como es el de los incas, la idea de<br />

una difusión transoceánica habría que descartarla virtualmente<br />

si dentro del Viejo ivíundo llegara a demostrarse la existencia<br />

de paralelismo en vez de difusión.<br />

c) América es, entre los grandes continentes, el que ofrece<br />

menor número de casos, pues en época prehispánica no se dieren<br />

en ihse!'it9 pn e! hemisferin fiertp, 7.7 lnc racnc reoictrarlnc<br />

J "' ----- - -a---- ---en<br />

el resto se concentran en una parte del área andina, el Caribe<br />

y algún lugar de la selva amazónica. Aquí conviene traer a colación<br />

la apreciación de Robert Lowie de que la mayo1 parte de los<br />

214 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MATRIMONIO ENTRE HERMANOS 17<br />

datos referidos al matrimonio entre hermanos fuera del área<br />

andina deben ser tratados con escepticismo 34.<br />

d) No obstante, esta rareza del matrimonio entre herma-<br />

nos en las culturas indígenas de América (esta falta de encaje que<br />

el fenómeno presenta dentro del patrón general de la organiza-<br />

ción s,ocial indígena) creemos que sería el gran argumento en<br />

favor de una posible difusión desde fuera de América; es aquí<br />

también donde entraría en juego el interesante caso de las Ca-<br />

narias, como puente entre el Viejo Mundo y el Nuevo. En este<br />

punto, el problema entraría a formar ya parte del más general<br />

de los contactos transatlánticos vía Canarias. Sin embargo, y aun<br />

admitiendo, en contra de la orientación más común entre los in-<br />

vestigadores del fenómeno de difusión, que el Atlántico presen-<br />

te tan buenas, por no decir mejoresj condiciones de todo tipo<br />

para una posible comunicación con América, creemos que la<br />

distribución universal del matrimonio entre hermanos, y la par-<br />

ticular de América, señalarían igualmente el camino del Pacífico,<br />

dados los casos correspondientes al sureste asiático, Polinesia,<br />

islas Hawai y la pnsicií>n geográfica de In incar;<br />

e) De todas formas, y teniendo en cuenta las muchas impli-<br />

caciones de una costumbre como el matrimonio entre hermanos<br />

por lo que se refiere a nivel sociocultural, sistema de parentesco,<br />

sistema de valores, etc., opinamos que su difusión a larga dis-<br />

tancia no parece muy probable, pues exigiría no el contacto<br />

esporádico y minoritario, siempre admisible a través de los dos<br />

océanos, sino un contacto más sistemático y extenso, que es lo<br />

único que podría cambiar estructuras más amplias, dentro de<br />

las cuales podría tener aceptación esta nueva forma de matri-<br />

monio.<br />

Y como final de estas reflexiones apresuradas y muy poco<br />

maduras, quisiéramos hacer estas dos últimas afirmaciones, que<br />

podrían aplicarse a otros muchos trabajos de esta naturaleza,<br />

y que personaimente nos proporcionan un poco de consueio des-<br />

pués de resultados tan negativos. La primera es que, si bien la<br />

34 Lowie, 1949, pág. 316.


demostración de difusión transatlántica en el caso del matrimo-<br />

nio entre hermanos sería un fuerte argumento en favor de la<br />

tesis general del contacto precolombino a través de este océano,<br />

la demostración de lo contrario, es decir de simple paralelismo,<br />

no invalidaría en absoluto la tesis general difusionista, que po-<br />

dría encontrar base en otros aspectos. La segunda afirmación o<br />

convicción personal es que nada perjudica más a la tareaocientí-<br />

fica y objetiva de los más serios investigadores del difusionismo<br />

que los excesos de imaginación y el apasionamiento de algunos<br />

difusionistas, y la mezcla de casos e hipótesis muy razonables<br />

con otros muy dudosos que sirven de base predilecta para el<br />

ataque de aquellos que, con no menos apasionamiento, tratan<br />

de destruir toda posibilidad y toda evidencia de difusión. Cree-<br />

mos, por consiguiente, que todo intento por mejorar ei método,<br />

refinar los conceptos y verificar casos, es una tarea necesaria y<br />

positiva en favor del verdadero y justo difusionismo.<br />

BIBLIOGRAFIA<br />

ALBERT, Ethel M.:<br />

1963 Women of Burundz: A study of social values, en «Women of tro-<br />

pical Africam, págs. 179-215. Editado por Denise Paulme. London.<br />

ALCINA FRANCH, José:<br />

1958 Las «pzntaderas» melzcanas y sus relaczones. Instituto «Gonzalo<br />

Fernández de Oviedon. Madnd.<br />

BAUMANN, H ; D. Westermann:<br />

1948 Les peuples et civzlisations de I'Afrzque. Payot. París.<br />

CIEZA DE LE~N, Pedro:<br />

1880 Segunda parte de la Crónzca del Perú Madrid<br />

ESPINOSA, Fr. Alonso de:<br />

192 Htcterk de ANtc~ctrn Sefinva de Cedelavx IntrndiirciSn de E. lerra,<br />

B. Bonnet y N. Alamo. Santa Cruz de Tenerife.<br />

FALADE, Solange:<br />

1963 Women of Dakar and the surrounding urban area, en «Women<br />

of tropical Afncan, págs. 217-229. Editado por Denise Paulme.<br />

London.<br />

GUNTHER, Hans F. K<br />

1952 Le mariage. Ses formes, son orzgine París<br />

KROEBER, Alfred L :<br />

1948 Anthropotogy. Harcourt, Brace and World, Inc. New York.<br />

216 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS


MATRIMONIO ENTRE HERMANOS 19<br />

LOWIE, Robert:<br />

1949 Social and polztlcal organizatim of the Tropical Forest and marglnal<br />

trzbes, en ~Handbook of South American Indiansu, vol. 5,<br />

págs. 313-350. Washington.<br />

PÉREZ DE BARRADAS, JOS~<br />

1941 La famzúa. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid.<br />

RADCLIFEE-BROWN, A. R.:<br />

1950 Introductlon, en «African systems of kinship and marnagen. Editado<br />

por - y Daryll Forde. Oxford University Press London.<br />

SCHAPERA, 1 .<br />

Kinshzp and marrzage among the Tswana, en ~African systems<br />

of kinship and marriage~, págs. 140-165. Editado por A. R. Radcliffe-Brown<br />

y D. Forde.<br />

SELIGMAN, C. G., y Brenda Z. Seligman.<br />

1932 Pagan trzbes of the Nzlotlc Sudan. London.<br />

wiiiiam G. Sumner:<br />

1948 Los pueblos y sus costumbres Buenos Aires.<br />

TOLSTOY, Paul.<br />

1966 Method tn Iong range comparzson, en «Actas del XXXVI Congreso<br />

InternacionaI de Americanistas», vol. 1, págs. 69-89. Sevilla.<br />

Tnaa1.4~1, Le~~irde:<br />

1959 Descrtpczón e historta del reino de las Islas Canarias. Trad., introducción<br />

y notas de A. Cioranescu. Santa Cruz de Tenerife.<br />

TRIMBORN, Hermann<br />

1949 Señorío y barbarze en el Valle del Cauca. Instituto «Gonzalo Fernández<br />

de Oviedo~. Madrid.<br />

WEBSTER, H<br />

1952 Le tabou París.<br />

1948 V.: BAUMEN, H. B.<br />

WILSON, John A.:<br />

1951 The culture of ancient Egypt. The Univ. of Chicago Press. Chicago.


ANTROPOLOGIA


PROBLEMAS DE PALEOPATOLOGIA OSEA<br />

EN LOS INDIGENAS PREHISPANICOS<br />

DE CANARIAS<br />

Su similitud con casos americanos<br />

POR<br />

JUAN BOSCH MILlLARES<br />

En el momento actual de nuestros conocimientos, tres hipó-<br />

tesis se debaten en el terreno histórico-científico de las emigra-<br />

ciones e influencias culturales existentes entre el Viejo y Nuevo<br />

Mundo antes Qei Descubrimiento por Cristobai Coion. Tres hi-<br />

pótesis que tratan de explicar el papel que desempeñaron en las<br />

distintas naciones del orbe. Una, que lo atribuye a los viajes pro-<br />

cedentes de Europa y Africa a través del Océano Atlántico antes<br />

de la gesta del gran Conquistador, y que terminaron en América;<br />

otra, que lo asigna a los llevados a cabo desde Asia al Nuevo<br />

Mundo por intermedio del Estrecho de Bering, por tierra, y del<br />

Pacífico por mar; y una última, que dice que dichas culturas<br />

nacieron al mismo tiempo en uno y otro continente, y se pusieron<br />

en relación y comunicación como consecuencia de estas navega-<br />

ciones mantimas y terrestres.<br />

En líneas generales, podemos decir que estas influencias cul-<br />

turales tuvieron lugar en el segundo milenio antes de Cristo y<br />

son de carácter puramente neolítico, ya que su distribución en<br />

.el Viejo Mundo tuvo lugar en dos principales direcciones: una<br />

que marchó hacia ei Extremo Oriente y ei Sudeste asiatico, di-<br />

fundiéndose por todo el Pacífico; y otra que lo hizo hacia el Sur<br />

por el Africa Oriental hasta Occidente. A su vez, esta rama de di-<br />

fusión tomó dos caminos principales: el que siguió la vía danu-<br />

N Ú ~ 17 (1971) ni


2 JUAN BOSCH MILCARES<br />

biana hasta el centro de Europa, y el que se dirigió por el Medi-<br />

terráneo hasta Túnez, después de haber pasado por el Norte de<br />

Africa. En este sitio tuvo lugar una segunda bifurcación que<br />

marchó en dos rumbos: uno atravesando Italia y las islas del<br />

Mediterráneo hasta Marruecos, y otro pasando por la Península<br />

Ibérica hasta reunirse en Francia con la rama italiana.<br />

De ahí que, refiriéndome al proceso de difusión del neolítico<br />

en el Mediterráneo y noroeste de Africa, por estar Canarias si-<br />

tuada en sus proximidades, haya sido considerado como un re-<br />

fugio de razas y culturas, y por lo tanto ofrezca el interés de<br />

haber conservado los rasgos fundamentales y característicos de<br />

la primera oleada cultural que a ellas llegó. Esta oleada, denomi-<br />

nada cultura de sustrato, invadió en sus comienzos a todas las<br />

islas, y posteriormente a unas sin alcanzar a las otras. Por con-<br />

siguiente, sabido que la llamada raza de Mechta-el Arbi, perte-<br />

neciente al grupo de Cro-Magnon, fue la originaria de los primi-<br />

tivos pobladores de Canarias, cabe pensar que la llegada del neo-<br />

lítico a este Archipiélago se verificase por el año 2000 antes de<br />

Cristo, y que el aislamiento cultural y biológico de la primitiva<br />

población del mismo tuviese acto de presencia a fines del segun-<br />

do milenio o comienzos del primero.<br />

Relacionado el neolítico de las Canarias con el del Noroeste<br />

de Africa y Mediterráneo, su situación en el Atlántico Central o<br />

Medio contribuyó en su medida a que aquél penetrase en el Nue-<br />

vo Mundo siguiendo esa ruta, dadas las corrientes marinas que<br />

favorecían esta navegación. En defensa de dicha hipótesis se<br />

han estudiado, por numerosos investigadores españoles, a cuyo<br />

frente se encuentran los profesores Pericot, Alcina, Serra y otros,<br />

pruebas arqueológicas, etnohistóricas, fitológicas y antropológi-<br />

cas. Redúcese, pues, mi aportación a este symposium, al estudio<br />

de la paleopatologia ósea canaria en algunos de sus aspectos, ya<br />

que el tema ha sido estudiado antes de ahora, es amplio, y será<br />

objeto de un trabajo extenso en preparación.<br />

Circunscribiéndome, por lo tanto, a los más importantes, co-<br />

menzaré con las cauterizaciones localizadas en la bóveda cranea-<br />

222 4NUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


PROBLEMAS DE PALEOPATOLOGIA 6SEA 3<br />

na de los canarios prehispánicos, seguidas de la trepanación y de<br />

la supuesta existencia de la sifzlis en estas islas.<br />

Cauterizar, según el Diccionario de nuestra lengua, es curar<br />

con el cauterio, y cauterio es todo objeto que sirve para atajar o<br />

corregir algún mal, valiéndose de medios que sirven para conver-<br />

tir los tejidos blandos o duros en una lesión caracterizada por<br />

la pérdida de sustancia de aquéllos en mayor o menor propor-<br />

ción. Estos medios en la época precolombina estaban hechos<br />

de piedra tallada que actuaban en estado incandescente sobre di-<br />

chos tejidos, incindiéndolos o raspándolos por presión o por<br />

medio de algún otro cuerpo que ejercía su acción por efecto de<br />

sus propiedades químicas.<br />

Al observar los cráneos de nuestros museos, y en especial los<br />

conservados en el Museo Canario, llama la atención la existen-<br />

cia, en bastantes de ellos, de iesiones que han sido ciasificadas,<br />

por los pocos hombres de ciencia que de ellos se han ocupado,<br />

como osteomielitis, osteitis, periostitis, sífilis, tuberculosis, tre-<br />

panaciones infectadas, reacciones por abrasión del periostio, he-<br />

ridas por traumatismos y tumores intra o extracraneales. Fiján-<br />

donos en ellas (figs. 1, 2, 3, 4, 5), se echa de ver que poseen iími-<br />

tes precisos y formas y dimensiones variadas, ya que aquéllas<br />

cambian entre las ovales, losángicas, circulares y en menos veces<br />

las irregulares, y las dimensiones oscilan entre medio y cinco<br />

centímetros de longitud, y medio a tres en el eje transversal. Su<br />

grado de profundidad también varía, pudiéndose decir que en<br />

las más sencillas la lesión queda reducida a una simple erosión<br />

de la lámina externa, y en otras deja el diploe al descubierto, sin<br />

que esto quiera decir que algunas no puedan llegar a perforar<br />

la lámina interna, accidente que hay que achacar a falta de pre-<br />

visión del ejecutante o al proceso que aconsejo la cauterización.<br />

Caracteriza, además, a esta lesión el presentar, una vez cicatri-<br />

zada, su superficie rugosa con entrantes y salientes rodeadas,<br />

frecuentemente por un reborde óseo en forma de rodete más o<br />

menos pronunciado. Este aspecto ondulado de la superficie es,<br />

como acabo de decir, el carácter específico de la cauterización.<br />

Respecto al hueso de la bóveda en que fueron practicadas,<br />

hay que señalar el frontal, parietales y occipital, y las tres sutu-<br />

ras coronal, sagita1 y lambdoidea, siendo el primero el hueso


4 JUAN BOSCH MILLARES<br />

preferido. Así lo demuestra el hecho de que en nuestros 32 casos,<br />

16 las tenían situadas en el mismo frontal, cerca del bregma o<br />

en sitios parabregmáticos; de los cuales cuatro presentaban dos<br />

en la línea media, uno con estos en el lado izquierdo, otro con<br />

uno en cada lado y uno con otro situado en la sutura corona1 derecha.<br />

Los restantes, hasta doce, poseían siete, con uno en el<br />

frontal, cuatro en el parietal derecho, dos en el izquierdo y uno<br />

en el occipital. Con excepción de cuatro ejemplares que pertenecen<br />

al sexo femenino, los restantes lo son del masculino.<br />

Para efectuar la cauterización se valían de instrumentos de<br />

piedra (basalto, sílex, obsidiana), calentados al fuego, con los<br />

que, después de incindidas las partes blandas y el periostio, raspaban<br />

la lámina externa y el diploe de fuera adentro y con pequeños<br />

cortes oblícuos en el mismo sentido, hasta darle la forma y<br />

prifiindidxd cnmei-iienter. Ui-iz vez te,~.inada !a intervrnc16n<br />

quedaba el fondo rugoso, pero otros la completaban apiicando<br />

raíces de junco empapadas en manteca de cerdo caliente para<br />

hacer más señalado su efecto.<br />

Corrientemente practicaban una o dos cauterizaciones en uno<br />

& lis hl.psic de! ~ráfipe 312 eSPeCifiCIdnS, ppre etrll ?7ecp,c 11<br />

hacían en dos distintos, o en algunas de las suturas antes mencionadas.<br />

Hay que señalar, además, que en algunos de ellos existían<br />

conjuntamente escarificaciones, cauterizaciones sincipital y<br />

suprainiana, y trepanaciones de tipo circular u oval.<br />

Las cauterizaciones fueron hechas en la infancia y juventud,<br />

porque los adultos muestran las lesiones cicatrizadas y porque,<br />

como acabo de decir, algunas fueron acompañadas de otras intervenciones,<br />

como trepanaciones y escarificaciones. De todo ello<br />

podemos deducir que fue aconsejada para curar algunas enfermedudes<br />

de! cerebro, cem9 !u rdunceliu, deleres de cabeza preducidos<br />

por la humedad o el frío, neurastenia debida a !a creencia<br />

de tener piedras dentro de ella, epilepsia y otras clases de<br />

convulsiones. Ahora bien, el hecho de encontrar en algunos crá-<br />

-neos las otras intervenciones, hace pensar que, al no desaparecer<br />

PI m21 !eS 2tQrmellt2h2, t~x~iere,nl q ~ recc~ir e 2 et,us opera-<br />

"& -&*.A*<br />

ciones.<br />

224 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Fig. 6.-CrEineo númcro 1. Aija (Perú). Cauterización su- Fig. 7.-Cráneo número 3. Aija (Perú). De mujer madura,<br />

perficial y pcqueiía que se reconoce por su relación con el que presenta una Irsión parabregrnática, pequeña y super-<br />

hrrgma J. su9 contornos circulares o losángicos. ficial, cicatrizada.


PROBLEMAS DE PALEOPATOLOG~A 6SEA 5<br />

Según he dicho más arriba, los elementos culturales de las ci-<br />

vilizaciones europeas y africana son de carácter claramente neo-<br />

Iíticos o tienen su origen en la época en que tal fenómeno se<br />

perfila en el Viejo Mundo. Los estudios hechos por varios inves-<br />

tigadores (Cioranescu, Torriani, Schwidetzky, Serra, Pericot, Al-<br />

varez Delgado y otros) hacen suponer que los canarios prehispá-<br />

nicos debieron conocer un tipo de navegación suficiente para<br />

haber permitido el paso de la población de estas islas desde<br />

el Africa próxima y sus comunicaciones entre sí. De ahí que haya<br />

que añadir que en época prehistórica, al menos en el segundo<br />

milenio antes de Cristo, tanto la navegación como la pesca fue-<br />

ron practicadas en aguas de Canarias y en la costa del inmedia-<br />

to continente africano. Cabe suponer, por lo tanto, que si los<br />

habitantes de Canarias y occidente de Africa no eran navegantes<br />

de altura, sí lo fueron con fines pesqueros entre las islas y el<br />

continente, siendo precisamente estos pescadores los que pudie-<br />

ron ser empujados por vientos y corrientes marítimas, que en<br />

esa región conducen al continente americano.<br />

El hallazgo, pues, en América de cráneos prehistóricos cau-<br />

terizados, semejantes a los del Viejo Mundo, constituye un<br />

dato de interés a favor de las relaciones entre los dos continentes.<br />

MacCurdy fue el primero que reconoció cauterizaciones en<br />

cráneos peruanos precolombinos, existentes con anterioridad en<br />

restos del neolítico europeo. Más tarde, Rady Moodie, Squier y<br />

Pedro Weis han descrito otros casos en el Amazonas y en la<br />

región centro-andina del Perú, donde se vieron casvs en mujeres y<br />

niños. En efecto, al observar los cráneos de las figs. números 6 y 7,<br />

vemos que las lesiones tienen la misma estructura que las des-<br />

critas en el viejo continente, ya que se presentan algunas como<br />

simple erosión de la lámina externa, otras con destrucción de<br />

7 - --~.<br />

la misma, quedando e! dipioe al descubierto, que si iiega a infec-<br />

tarse cambia por completo su estructura habitual, y otras con<br />

perforaciones en forma de pico que pueden ser trepanaciones<br />

añadidas al proceso o el mismo proceso que perfora la cavidad<br />

Núm 17 (1971)<br />

15


6 JUAN BOSCH MILLARES<br />

craneana. También en los casos cicatrizados la superficie ósea<br />

se presenta rugosa, con relieves y surcos más o menos pronun-<br />

ciados y rodeados por un levantamiento óseo en forma de rodete<br />

que circunscribe parte o toda la lesión, de igual manera que se<br />

aprecia en los del viejo continente.<br />

Asimismo, se encuentran cauterizaciones bregmáticas y pa-<br />

rabregmáticas con dimensiones parecidas a las obtenidas en los<br />

cráneos de Gran Canaria; y, al igual que ellas, debieron de ha-<br />

cerse en la infancia y juventud, pues los adultos las muestran<br />

cicatrizadas y asociadas, como en las del Viejo Mundo, a trepa-<br />

naciones, con la diferencia de que éstas eran, en las del Nuevo<br />

Mundo, del tipo cuadrangular, por orificios de trépano o acom-<br />

pañadas de rodajas óseas.<br />

Tienen, pues, como peculiaridades comunes las cauterizacio-<br />

nes en ambos continentes su iocaiización en OS distintos huesos<br />

del cráneo, menos en el temporal, sus límites precisos, su fondo<br />

ondulado y el hecho de haber sido producidas por la mano del<br />

hombre para tratar ciertas enfermedades.<br />

En resumen, las cauterizaciones se repiten en ambos Mun-<br />

dos con un conjunto de caracteres que no parecen inventados<br />

con independencia, lo que hace pensar que fueron nacidas en<br />

el Neolítico medio del viejo continente y que debieron de llegar<br />

al Perú muchos siglos después, pues sólo se las encuentra en las<br />

culturas peruanas niás avanzadas. De ahí que se pueda señalar su<br />

antiguedad en 800 a. C.; es decir, cuando ya el antiguo continen-<br />

te contaba con otros elementos culturales que quedaron rezaga-<br />

dos. Están, por lo tanto, las cauterizaciones peruanas separadas<br />

por una gran laguna cronológica de sus congéneres del otro mun-<br />

do para creer que pudieran haber venido por el Estrecho de<br />

Bering, máxime después de haberias encontrado en ias cavernas<br />

de Paracas, en la misma orilla del Pacífico, el centro más anti-<br />

guo de la paleopatología ósea peruana, lo que apoya la tesis de<br />

una importación marina,<br />

Acabamos de ver que las cauterizaciones pueden efectuarse<br />

en cualquiera de los huesos del cráneo, menos en el temporal,<br />

226 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


PROBLEMAS DE PALEOPATOLOG~A 6SEA 7<br />

con formas y tamaños distintos. En relación con ellas, y como*<br />

variantes de las mismas, hay que señalar la existencia de otras<br />

dos que tienen como características su localización «sui generis»<br />

y su forma también peculiar; es decir, las llamadas cauterización.<br />

y no trepanación, sincipital y suprainiana.<br />

Es sabido que fue Manovrier, en el año 1895, el primer inves-<br />

tigador que, estudiando seis cráneos femeninos recogidos en ur,<br />

pasillo del dolmen «La Justicia)), perteneciente al neolítico y<br />

situado en el departamento francés de Seine et Oise, en las pro-<br />

ximidades de Nantes, al oeste de París, descubrió el procedimien-<br />

to de cauterización sincipital.<br />

Por lo que se refiere a nuestras islas, el primer antropólogo<br />

que encontró esta lesión ósea, en los cráneos de Tenerife, fue<br />

Von Luschan, dando a conocer la existencia de 25 cráneos, en<br />

un total de 250 estudiados, en el deitschrifft für Ethnologie»<br />

del año 1896, resumido en el «L'Anthropologie» del mismo año.<br />

Más tarde, Lehman Nitsch, en su Rapport entre la T szncipital<br />

de Manouvrier et les lesions des cvanes des IsZes Canarzes, co-<br />

menta dichos hallazgos y refiere el testimonio de fray Juan<br />

Abreu Galindo, cronista del Archipiélago (fines del siglo XVI),<br />

cuando dice, al hablar de la cirugía de los guanches, que se<br />

hacían escarificaciones, si sufrían dolores sobre la piel de la<br />

parte enferma, con un cuchillo de silex o «tahona», untando<br />

seguidamente la parte al descubierto con grasa hirviendo de<br />

cabra hasta producir en el cráneo lesiones parecidas a las ob-<br />

servadas y descritas por Manouvrier.<br />

En 1908, Karl Südhnoff publicó en el «Bulletin de la Societé<br />

francaise de histoire de la Medecine)) un trabajo sobre Le T szn-<br />

cipital neolithique; en él, el historiador de la medicina de Leipzig<br />

hace referencia a los cráneos canarios tratados con este pro-<br />

cedimiento curativo o paliativo. Años después, Dominick J.<br />

Wolfel, de Viena, publicó en el número 5 del año 1937 de «Ac-<br />

tas Ciba» un trabajo titulado El significado de la trepanación,<br />

en el que hace unos comentarios sobre la existencia de ella en<br />

dos cráneos de estas Islas. Por su parte, el profesor Rafael Vara<br />

López, en su discurso de apertura del año académico de 1949-50,<br />

celebrado en la Universidad de Valladolid, hace referencia a su<br />

presencia en el Archipiélago Canario. Pérez de Barradas la cita


8 JUAN BOSCH MILLARES<br />

en su Manual de Antropología. El malogrado profesor Miguel<br />

Fusté, durante su estancia en estas Islas, confirmó su existencia.<br />

Cavin Wells, en su obra inglesa traducida al portugués con<br />

el título de Ossos, corpos e doencas, habla de que los guanches<br />

de Canarias presentaban en algunos de sus cráneos esta forma<br />

de cauterización. Y el que esto escribe, hace lo mismo en sus libros<br />

La medicina canaria en la época prehispánica e Historia de<br />

la madicina de Gran Canari~<br />

Nada nos han aportado con respecto a ella las crónicas de<br />

nuestros antiguos historiadores. Con excepción de la cita de<br />

Abreu Galindo antes expuesta, Chil y Naranjo (fines del siglo XIX),<br />

en su obra Estudios hutóricos, climatológicos y patológicos de<br />

las Islas Canarzas, dice que cauterizaban las heridas con cañas H<br />

empapadas en grasa hirviendo, sobre todo de cabra, conservada<br />

E<br />

bajo tierra en grandes recipientes para darle mayor grado de f<br />

causticidad; y otras veces con raíces de junco (ascirpus globige-<br />

- m<br />

O<br />

E<br />

rus»), cuyas cañas están llenas de una médula blanca fungosa, E<br />

2<br />

muy verde, menos en la cercanía de la raíz, donde tiene una E -<br />

membrana pálida en forma de vaina. Esta médula, extraída<br />

2<br />

con maña, servía para unirlas a las raíces, las que, mojadas -<br />

como una estopa, eran introducidas por la herida, después de<br />

E<br />

estar empapadas en manteca de ganado todo lo caliente que<br />

podían resistir. E<br />

Fue Manouvrier quien dio a esta forma de cauterización el<br />

-<br />

nombre de T sincipital, atendiendo a su forma y locaIización. a<br />

Sus lesiones estaban caracterizadas por presentar dos surcos<br />

que se cruzan en T invertida, de los cuales uno, el más largo, se !<br />

extiende desde el bregma hasta el lambda, siguiendo la sutura 2<br />

sagital; y el otro, el más corto, en sentido perpendicular a ésta,<br />

sobre los parietales, unas veces paralelamente a las suturas<br />

lambdoideas y otras sobre ellas. De estos dos surcos el longitudinal<br />

jamás falta, y puede estar algunas veces separado de la<br />

sagital e interrumpido en algunos sitios por pequeñas zonas de<br />

tejido normal (figs. 8, 9 y 10).<br />

El tamaño de este surco oscila entre los 3 y 12 centímetros<br />

de largo, aunque por término medio alcanza los de 6 y 7, y la<br />

de 1 y 4 de anchura. Su superficie aparece en unos casos lisa y en<br />

otros rugosa, según sea el objeto cauterizante y la intensidad<br />

228 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


-<br />

l. IL. 10 C'~,i~iivi Lb1 i l\ 1, I IIIL 1 (;ti i \ 1'1 ,111t tip3 2-ti


PROBLEMAS DE PALEoPATOLUGÍA OSEA 9<br />

de su acción. De la misma manera, algunas veces se presenta cons-<br />

tituida por pequeñas zonas de tejido óseo normal, alternando<br />

con otros donde se aprecian excrecencias. Los surcos son produ-<br />

cidos por la desaparición de la lámina externa, cuando no ha ha-<br />

bido más que erosión o cuando se llega al diploe; no así a la 1á-<br />

mina interna, que permanece intacta, salvo en aquellos en que<br />

ha sido perforada intencionadamente o por descuido del ejecu-<br />

tante. En este caso, queda convertida la cauterización en trepa-<br />

nación.<br />

A los lados del surco, esto es en sus bordes, presentan un en-<br />

grosamiento del exocráneo que da lugar a la formación de un<br />

rodete de 2 y 3 milímetros de espesor y de 1 ó 2 centímetros<br />

de ancho, constituido por dichas dos capas del hueso; se com-<br />

prenderá, por consiguiente, que si el corte se redujo a la simple<br />

incisión de la piel y ambas capas óseas, ei surco obtenido tiene<br />

que ser estrecho.<br />

Acabo de decir que el surco longitudinal, es decir el que va<br />

desde el bregma al lambda, nunca falta, pues, aun en aquellos<br />

en que su tamaño no pasa de 3 centímetros, es fácil darse cuen-<br />

ta de su existencia por e1 aspecto de la superficie, coincidiendo<br />

casi siempre su localización con la de los agujeros parietales,<br />

los cuales pueden estar desaparecidos en unos cráneos, con uno<br />

de ellos en otros y con los dos en los menos. Asimismo, en su<br />

trayecto se aprecian la línea de sutura de ambos parietales, mar-<br />

cada en unos y desaparecida en otros, y con tendencia a hacerse li-<br />

neal en unos y con la corona1 desviada hacia adelante en otros.<br />

En cambio, el surco transverso falta con bastante frecuencia,<br />

y adquiere en algunos ejemplares forma de cruz latina, de arco<br />

más o menos curvo y de media luna de concavidad posterior. De<br />

igual modo, puede darse el caso de que en una de sus terminacio-<br />

nes presente una ancha fosita, que puede perforarse a veces en<br />

forma de agujero irregular, según la intensidad y clase del agen-<br />

te cauterizante, al igual que sucede en los casos de trepanación<br />

incompleta.<br />

En nuestras investigaciones hemos encontrado 54 casos, de<br />

los cuales 27 pertenecen al sexo masculino, 15 al femenino y 12<br />

sin determinación del mismo. De ellos son dolicocéfalos 15, meso-<br />

céfalos 10 y braquicéfalos 2. Unos pocos murieron después de ser<br />

Núm 17 (1971) 229


10 JUAN BOSCH MILLARES<br />

intervenidos por procesos añadidos, como las supuraciones, y los<br />

restantes llegaron a su completa curación, habiendo alguno en<br />

que hubo de levantarse extensos colgajos del cuero cabelludo<br />

y del periostio para poder aplicar el instrumento de piedra pues-<br />

to al rojo. Asimismo, tengo que añadir que en los cráneos de<br />

niños guardados en el Museo no he podido encontrar huellas de<br />

haber sufrido la cauterización sincipital, por lo que me resisto a<br />

creer que fueran hechas por sus propias madres, valiéndose de<br />

una concha afilada para cortar la piel y raspar el hueso hasta<br />

llegar a poner al descubierto la lámina interna, en tanto otra<br />

mujer separaba los bordes de la herida.<br />

Pasando &ora a !m cráirieos encontrados e:: c! mevo rmti- O<br />

nente, y en especial al de una mujer procedente del Amazonas,<br />

recogido por Roy Moddie, a los coleccionados por Tello en el<br />

n -<br />

= m<br />

Museo de Antropología y Arqueología de Lima y a los doce es-<br />

E<br />

2<br />

tudiados por el profesor Ueiss en su obra Casos peruanos pre-<br />

. .<br />

&sfóriccrs de c~~fej-yfi~-o~~es cmnemes, por no citar<br />

principales, nos damos cuenta de que ellos, como los del Viejo<br />

Mundo, presentan lesiones de límites precisos, colocadas sobre<br />

E<br />

2<br />

el bregma, en la región de la gran fontanela o en sus proximidades,<br />

y extendidas a lo largo de la superficie de la bóveda<br />

O<br />

5<br />

s<br />

craneana (figs. 11 y 12). - a E<br />

Estas lesiones, calificadas de cauterización en T sincipztal, son n<br />

las mismas que las descritas por Manouvrier en los cráneos del :<br />

Viejo Mundo, dada la estructura de sus láminas externa y diploe.<br />

procedimientos usados para practicarla, formas, dimensiones y<br />

supervivencia hgidá.<br />

En conclusión, tanto unos como otros presentan erosiones de<br />

la tabla externa uniforme o alternando con partes sanas; su destrucción<br />

deja el diploe al descubierto, y hay perforaciones de la<br />

lámina interna, en forma de pico sin bisel, producidas por la<br />

violencia del raspado. La semejaliza de !a T siiicipiia! coii !QS heridas<br />

infectadas puede ser tan estrecha, dice el profesor Weiss,<br />

.que algunas veces llega a ser imposible la diferenciación, pero,<br />

en cambio, en los cicatrizados su aspecto es igual al de los nues-<br />

230 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

E<br />

"


PROBLEMAS DE FALEOPATOLOGÍA 6SEA 11<br />

tros; es decir, rugoso con relieves y surcos cicatriciales más o<br />

menos salientes, y con frecuencia rodeados por un levantamien-<br />

to en fornía de rodete que circunscribe parte o toda la lesión.<br />

No era rara, por lo tanto, la presencia de infecciones y supu-<br />

raciones, ni la coexistencia de la cauterización citada con otras<br />

intervenciones y enfermedades como fracturas, trepanaciones,<br />

escarificaciones y exóstosis observadas en los cráneos de Cana-<br />

rias, trepanaciones de tipo circular u oval con resección de ro-<br />

dajas óseas en los de Francia y Norte de Africa y trepanaciones<br />

.de tipo cuadrangular y rodajas óseas en los del Perú.<br />

Ahora bien, si comparamos los casos de T sincipital hallados<br />

en ambos continentes con el número de trepanaciones neolíticas<br />

llevadas a cabo en el período precolombino, podemos decir que<br />

su número es relativamente escaso. Contrasta esta deducción<br />

con ia cifra de ios haiiazgos, en una región limitada, a una distan-<br />

cia de 50 kilómetros de París, donde, al decir de Manouvrier,<br />

debió de existir una escuela de cirujanos floreciente desde mu-<br />

chos años antes, en contraposición con los de Aija en el depar-<br />

tamento de Ancash, del Perú, los más parecidos a los franceses,<br />

que proceden en corto número de una pequeña zona de dicho de-<br />

partamento y de los cementerios de Huañispampa y Calcamu-<br />

chica.<br />

La semejanza, por lo tanto, entre la T sincipital de los dos<br />

mundos y su interpretación como procedimiento curativo es<br />

tan extrecha que elimina la posibilidad de inventos indepen-<br />

.dientes. Antes al contrario, su origen parece ser único y fue<br />

'difundido a través de las culturas de los pueblos, partiendo del<br />

viejo continente, en Francia (donde debió de existir, como acabo<br />

de decir, una escuela de cirujanos florecientes que fue propa-<br />

gando el procedimiento y sus indicaciones), a través del Norte<br />

de Africa y Canarias, para llegar a América, después de haber<br />

atravesado el Atlántico.<br />

IV. CAUTERIZACI~N SUPRAINIANA<br />

Es llamada así por estar localizada en el occipital, encima<br />

(del inion, punto craniométrico situado en la unión de las dos<br />

líneas curvas occipitales superiores, las que, arrancando del


12 JUAN BOSCH MILLARES<br />

mismo, se pierden en los lados del referido hueso. Tiene, en realidad,<br />

esta cauterización forma y tamaño tan variados, que sólo<br />

por el criterio en serie, partiendo de la forma típica, puede ser<br />

reconocida. Así nos encontramos, en los treinta y dos cráneos<br />

conservados eh nuestro Museo Canario, su huella en el hueso,<br />

con los más diversos matices, pues si bien en algunos pasa desapercibida,<br />

en otros se reduce a la existencia de rugosídades en<br />

su superficie; rugosidades que pueden oscilar entre 1 y 3 centímetros<br />

de largo en el sentido horizontal, por 1 ó 2 de alto,<br />

hasta alcanzar por sus lados una zona, más o menos lisa o rugosa,<br />

de 3 a 10 centímetros de tamaño (figs. 13 y 14).<br />

La parte central, es decir la que está por encima del inion,<br />

marcadamente áspera, puede llegar a tener forma circular o a N<br />

triangular, con base superior y vértice inferior tocando el inion, E<br />

con dimensiones que varían entre 1 y 1,50 centímetros de iargo O n -<br />

y ancho respectivamente; y una profundidad lo suficientemente - m<br />

O<br />

amplia para darle aspecto de fosa, en este caso conocida con el E<br />

2<br />

nombre de fosa suprainiana.<br />

-<br />

Interpretada como defecto producido por la deformación cau-<br />

3<br />

cada por los trofeos, es necesario no confundirla con las inser-<br />

ciones de los músculos y aponeurosis occipitales, tan de por sí<br />

características.<br />

La intervención se reducía a raspar, con uno de los instrumentos<br />

antes citados, el sitio referido hasta producir una simple<br />

erosión de la lámina externa, en los casos más ligeros, o alcanzar<br />

el diploe en los más intensos, sin llegar a perforar la<br />

interna. En esta cauterización, a diferencia de la sincipital, no<br />

se recurría a los cáusticos químicos. 3 O<br />

En nuestros treinta y dos casos ninguno estaba perforado, y<br />

por carecer todos ellos de cuero cabelludo no fue posible encontrar<br />

señales de las incisiones llevadas a cabo en los tejidos blandos.<br />

Todos los casos estaban cicatrizados, y, por consiguiente, sobrevivieron<br />

a la intervención.<br />

Respecto a su significación cultural y arqueológica, y teniendo<br />

presente que en los cuarenta y ocho cráneos de niños guardados<br />

en esta Sociedad sólo la he encontrado en uno, reducida<br />

a una incisión ósea curva y corta, hay motivos suficientes para<br />

pensar que no fueron hechas como un rito de operación preven-<br />

232 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

2<br />

n<br />

n


Fig. 12.-CrAneo femenino de Aija (Perú) con lesiones de<br />

limites nr~cisos sohrr PI hregma.<br />

Fig. 13.-Cránro ?in número. Cauterizacibn suprainiana,<br />

dr 5 cm. de largo y 1/2 dr alto; rugosa en su parte media.


Fig. 1 l.-Cráneo 36 (3b ,ilto- 1. Gii~iy~id qiiv. tipo 2.76 Ti rp:in.ic ion \uprainiana<br />

de 3 cm. dr ancho rn su parte central y dr forma trinngulnr,<br />

con el vértice unido al inion, y líneas occipitales. sobre todo la derecha,<br />

prominentes. En su parte derechs tiene la trepanaciin 1% cm. de ancho.<br />

que aparece más extensa que en su lado izquierdo; rugosa y en el fondo<br />

el diploe.<br />

Fig. 15.-CrAneo F. La Calera de Ch~ncay<br />

(Perú). Cauterisacih supra-<br />

iniana, en la que la operación se redujo a raspar la tabla externa, sin al-<br />

canzar el diploe.


tiva usada en pediatna para evitar otras enfermedades, sino que<br />

fue aconsejada para aliviar los males de cabeza, vértigos y con-<br />

vulsiones epilépticas, pues al no hacer uso de hondas y porras<br />

en sus combates, tanto entre sí como contra los invasores, no<br />

pudo tener nunca carácter de fines descompresivos cuando su-<br />

frían lesiones traumáticas en el cráneo.<br />

En nuestros casos, la cauterización va acompañada algunas<br />

veces de la sincipital, y otras, las menos, de escarificaciones,<br />

exóstosis y abolladuras parietales.<br />

Por lo que se refiere al Nuevo Mundo, el alto porcentaje que<br />

alcanza la cauterización suprainiana en América, después de<br />

examinados los cráneos del Cementerio de la Calera, en el Valle<br />

de Chancay, de los observados en el Valle de Casma y de los<br />

encontrados en las necrópolis próximas por varios investigado-<br />

res peruanos, entre los cuales merecen citarse los profesores<br />

Romero Almeida, Tello, Weiss y Rosa Castro, revela que esta<br />

cauterización fue hecha en el Nuevo Mundo con relativa frecuen-<br />

cia; y si lo fue desconocida al principio, bastaron lo típico de su<br />

forma, la frecuencia en los niños y su localización en el occipital,<br />

encima del inion, bordeada en su parte inferior por las líneas<br />

curvas occipitales superiores, para caracterizarla y diagnosti-<br />

carla. En ellos, como en los del Viejo Mundo, las formas más<br />

dudosas se reducen a una rugosidad en la superficie del hueso o<br />

a un engrosamiento de las líneas occipitales, como consecuen-<br />

cia del raspado de la lámina externa, sin alcanzar el diploe, o<br />

llegando hasta éste sin perforar la lámina interna; no siendo ra-<br />

ros los casos en que la lesión presenta un orificio de dimensio-<br />

nes variables algunas veces filiforme, como si fuera un vaso<br />

nutricio del hueso. Pero, hecho curioso, así como en los cráneos<br />

de Canarias no hemos observado la asociación de la suprainiana<br />

con ninguna deformación cefálica, por no existir en líneas ge-<br />

nerales, en América Central va con mucha frecuencia acompa-<br />

ñada de la llamada uniforme fronto-occipital, forma común<br />

en la costa peruana central al final o después del período epi-<br />

gonal; y en otros existentes en el Museo de Lima, procedentes


14 JUAN BOSCH MILLARES<br />

de la costa (figs. 15 y 16)) va asociada con plagioclasa y amplia y<br />

profunda fosa suprainiana.<br />

Igualmente sucede en la ciudad de México. donde se ha ha-<br />

llaao un craneo de mujer con cauterización suprainiana y defor-<br />

mación fronto-occipital, lo cual hace pensar en que, habiéndose<br />

encontrado todos ellos en los mismos sitios donde se usaron<br />

los aparatos deformadores, esta cauterización suprainiana, que<br />

al parecer tiene sus raíces dentro del Nuevo Mundo, en el Tiahua-<br />

naco costeño, revistió un carácter de rasgo cultural más adelw-<br />

tado que el existente en Europa y Africa, a pesar de ser oriunda<br />

del viejo contmente.<br />

'V. TREPANACI~N<br />

sigJipn& con e! estll&c de les refe&-Jes ~ránecs S^ ~htienla<br />

conclusión de que los primitivos pobladores de Canarias practicaron,<br />

como otros muchos pueblos del Neolítico, la trepanación.<br />

Esta intervención, juzgada como la operación de mayor importancia<br />

y significación llevada a cabo desde muchos milenios<br />

anterinrnc 2 niiectra era ce rnnciA~rrí tamhi6n I2 más antjcnin<br />

U" C"A'VJL "U L1U"U .*U "*U, 0- -VI.UaUI* .,<br />

CUI*-VL---<br />

o --<br />

de entre las que existen huellas demostrativas; y, por lo tanto,<br />

nada de extraño tiene que se la haya encontrado en los cráneos<br />

de los aborígenes.<br />

La trepanación fue verificada, según acabo de decir, en casi<br />

todas las naciones del mundo antes del descubrimiento de América<br />

por Cristóbal Colón. Pero, comenzando por Europa, se sabe<br />

perfectamente que su ausencia fue completa en algunos de sus<br />

países occidentales, como Inglaterra, Suecia, Portugal y España;<br />

y en cambio fue frecuente en Francia, Checoslovaquia, Alemania,<br />

Fin!andia, Dinumurru, hsiu, A~stRa, Italia y Suizu. Atrihiiirll<br />

esta diferencia a la existencia en los primeros del elemento<br />

dolicocéfalo y a la invasión del braquicéfalo en los segundos,<br />

no hubo duda de que al penetrar en Europa procedentes del Este,<br />

a través del Valle del Danubio, fue Francia la nación donde<br />

m& se prurticó, per ser prrr,isumrntr la qm m& se f21rere.<br />

cida por esta invasión.<br />

En Africa, donde sus habitantes estaban constituidos por una<br />

mezcla de elementos muy diversos, sólo se verificó la trepana-<br />

234 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


PROBLEMAS DE PALEOPATOLOGÍA 6SEA 15<br />

ción en un territorio muy pequeño cerca del Aurés, ocupado<br />

por los Chaouias, tribus que contribuyeron a la formación del<br />

pueblo berébere. Entre estos elementos se encontraban dos con<br />

caracteres diferenciales: uno pardo, descendiente de una pequeña<br />

proporción de estos beréberes autóctonos, y en una mayor<br />

de los romanos, y otro blanco, procedente de los emigrantes<br />

europeos (cromañones, galos y germanos), mercenarios de los<br />

ejércitos romanos o vándalos refugiados en el Aurés a la caída<br />

de su dominación.<br />

No había duda, pues, de que los beréberes autóctonos la conocían<br />

antes de la llegada de los romanos, puesto que uno de los<br />

cráneos neolíticos de la necrópolis del Roknia, descubierto por<br />

el general Faidherbe, llevaba las huellas de una trepanación;<br />

es más, su técnica es más primitiva que la de los romanos, ya<br />

1- --e ! . . .. . . - . 1 -<br />

uc pw sl rriuy perreccionaua.<br />

Entre los habitantes medio salvajes del Aurés, una fracción<br />

de los Beni-Barbar, los Inoublen, poseían una inteligencia muy<br />

desarrollada, a tal punto que sus miembros eran médicos dota-<br />

dos de gran habilidad técnica operatoria, ya que se instruían en<br />

los centros yuinirgicos situados en el Djebei Chechar, donde<br />

aprendían las principales indicaciones de la trepanación y su<br />

tratamiento postoperatorio. Esta práctica de los Chaouias vino,<br />

sin duda, de Europa hacia fines del Neolítico, época en que los<br />

trepanadores eran numerosos en La Lozkre (Francia).<br />

En Asia y Oceanía, esto es Indonesia, Australia y Polinesia,<br />

donde se ha conservado más pura la dolicocefalia, no se ha<br />

señalado la existencia de la trepanación; y sí, en cambio, en la<br />

Melanesia, en la que, no obstante la dolicocefalia acentuada, el<br />

solo hecho de existir un pequeño número de braquicéfalos fue<br />

lo bastante para que de ios quinientos cráneos exiiumados se<br />

encontrara un 7 por 100 de trepanados.<br />

De todo lo expuesto puede deducirse que la trepanación llegó<br />

a Canarias, desde Europa, a través de Africa, por intermedio<br />

1, 1,- rL ,. Y,, *-:L.. 1-1 A-.,-- -.- -..- -- cm---- -- -- ----- !-<br />

'u~; ~u> buauum>, LI~UU UCI I~UIC>, yd ~ U CG L ~ Ljapalld I ~U ~c. uuluua,<br />

según tengo dicho, y por existir en estas islas, habitadas principalmente<br />

por cromañones, un pequeño número de braquicéfalos,<br />

dándose el caso curioso de que los dos únicos ejemplares donde


16 JUAN BOSCH MILLARES<br />

se muestra la trepanación terminada tienen un índice cefálico<br />

superior a 81.<br />

La trepanación llevada a cabo por los canarios prehispánicos<br />

consistía en desprender una o varias porciones, generalmente<br />

circulares, ovales o triangulares, de los huesos de la bóveda del<br />

cráneo. Y esto, que es cierto en la mayoría de los casos, no 10<br />

es en todos, por cuanto la intervención realizada se reducía en<br />

éstos a perforar las tres láminas sin extraer el trozo de hueso*<br />

circunscrito. De ahí que practicaran dos clases distintas de trepanaciones,<br />

las completas y las incompletas, según que la masa<br />

encefálica fuera puesta en comunicación con el exterior o no.<br />

Se caracterizaban las primeras por la regularidad de sus contornos,<br />

interrumpidos algunas veces por espolones óseos más o<br />

2<br />

menos irregulares, y por tener la abertura externa del hueso,<br />

. -<br />

famada par !a !mina externa, mayor diámetro que !a interna,<br />

8<br />

cortante y también irregular; de tal manera que el eje mayor -<br />

0"<br />

del orificio externo no sobrepase 2 centímetros del interno, lo<br />

I<br />

que demuestra el cuidado que tuvo el operador de no herir la S<br />

duramadre. Sus bordes presentan, una vez cicatrizados, forma -<br />

de "uise: 0 ia!!ados en picG. E- L1i b1 -1 -A--- pruilrr rcrav, !a - lAL,Jul ~ x r n r nartp<br />

n-cn<br />

de los cráneos neolíticos tienen el orificio de la lámina externa = - 0<br />

s<br />

mayor que el de la interna, de tal manera que el bisel así formado<br />

parte insensiblemente de la lámina externa para inclinarse<br />

U<br />

dulcemente hacia la cavidad craneana y unirse con la interna;<br />

d<br />

8<br />

mientras que en el segundo se presenta ésta perforada en forma 1<br />

C<br />

de agujero irregular y dentellado al ser separado el trocito de A<br />

8<br />

n<br />

hueso una vez terminada la operación (figs. 17, 18 y 19. Véanse<br />

8<br />

los crdneos 300 y 301.) 5 9<br />

Llevaban a cabo la intervención en cualquier sitio de la b6veda<br />

cranearia. Por lo iaiiio, piede dezir~e, en términos generales,<br />

que no tuvieron sitio preferente de elección, ya que lo mismo<br />

la realizaban en los parietales, frontal y occipital, aunque<br />

raras veces en el temporal y en las suturas lambdoidea, sagita1<br />

y coronal; es decir, en aquellos sitios donde la duramadre no estuviese<br />

aiinerida a los huesos de !a L6vedci ii3 en !os próximos<br />

a los senos venosos.<br />

Sin embargo, el lugar más apropiado y elegido fue el parietaI<br />

izquierdo, próximo al frontal, dándole forma oval o redonda, más<br />

236 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

2<br />

B


Fig. 19-b.-Cráneo 858 (19 altos). Gu~yadeque. 2 tipo guanche 72. Trepa-<br />

nzción incompleta situada entre los dos parietales, de 31,4 X 3 cm. de an-<br />

cho y 1/2 cm. de profundidad; rugosa en el fondo, que llega hasta la lamina<br />

Fig. 19-c. -CrAnro 302 (17 alto) Tirajana. sin tipo 77. Progn5tica. Eri<br />

frontal izquierdo, trepanación inconipl~ta de forma circular him liiiiitarin<br />

y con rebordes pronunciados; Sspera en e1 fondo, donde se apreci? e1 diploe.


PROBLEMAS DE PALEOPATOLOG~A ÓSEA 17<br />

frecuente la primera, en cuyo caso el eje mayor estaba orientado<br />

en sentido anteroposterior, a fin de que el vertical fuese el me-<br />

nor. Su tamaño variaba entre 1 y 4 centímetros para los trepa-<br />

nados en vivo, y entre 5 y 9 para los después de muertos.<br />

Ejecutaban la operación con instrumentos de piedra (basal-<br />

to, pedernal y obsidiana) tallados en forma de hojas excepcional-<br />

mente afiladas, con los que, una vez incididas las partes blandas,<br />

abrían el hueso mediante un movimiento rápido y circular, o<br />

lo raspaban y rayaban con cortes pequeños y oblicuos hasta<br />

darle el tamaño y la profundidad conveniente. En el primer caso,<br />

obtenían unas pequeñas cúpulas que limitaban una o varias por-<br />

ciones semiesféricas de la calota craneana hasta extraerla, si la<br />

trepanación era completa, o le daban las otras formas, proce-<br />

diendo, una vez finalizada, a la regularización de los bordes, para<br />

darles el aspecto de bisel o de pico anteriormente mencionado.<br />

Los aborígenes canarios practicaron la trepanación en el<br />

vivo y en el muerto, según lo atestiguan los cráneos observa-<br />

dos; y como los trepanados en el vivo curaron unos y sobrevi-<br />

vieron otros poco tiempo después de la operación, bastó el es-<br />

tudio de sus bordes y las radiografías del trozo trepanado para<br />

considerarlos dentro de un grupo o de otro.<br />

La trepanación en nuestros cráneos parece haber sido hecha<br />

en casos de fracturas, osteitis supuradas, sinusitis y traumatis-<br />

mos óseos; es decir, en cuantos males producían dolores de ca-<br />

beza, vómitos, vértigos, dificultades en la marcha, ceguera, pér-<br />

dida de la palabra, y otros síntomas que hacían pensar en la<br />

existencia de algún proceso en evolución dentro del cráneo, lo<br />

que no es óbice para suponer que en algunos otros haya sido<br />

realizada como práctica religiosa. dado el convencimiento y de-<br />

seo que tenían de que al efectuarla se desembarazaban de los<br />

malos espíritus.<br />

Con respecto a América, he de decir que, de antes del período<br />

precolombino, Guillman había descrito en América del Norte<br />

sólo quince trepanados, de ellos uno en el Lago Toscodia y otro<br />

en Rock-River; y en América Central, doce al norte del Estrecho<br />

Núm 17 (1971) 237


18 JUAN BOSCH MILLARES<br />

de Panamá, especialmente dos en México, uno trepanado, a nivel<br />

del parietal derecho, en Tarahumara y otro en Nararachi; a los<br />

que hay que añadir los encontrados por Carreño en Chalchiuitis y<br />

los hallados en el Estado de Michoacan.<br />

En cambio, en América del Sur, especialmente en los Andes,<br />

Bolivia y Perú, son nurnerosísimos los hallazgos, pues desde<br />

que Squiers descubrió el primer cráneo precolombino, trepana-<br />

do en esta última nación, innumerables trabajos se han publica-<br />

do sobre este tema. Muñiz encuentra cinco en las proximidades<br />

de Cuzco, once en la provincia de Huarochiri, uno en Tarma,<br />

otro en las ruinas del Cañete; y estima que las trepanaciones<br />

fueron practicadas doscientos años antes de la Conquista. Mac<br />

Curdy encontró 119 procedentes de Parcacancha, de los cuales<br />

32 estaban intervenidos, algunos de ellos con varias trepanacio-<br />

nes. Julio C. Tello, de 400 cráneos encontrados en Jouyosganz,<br />

en las proximidades de Huarochiri, observó 250 trepanaciones.<br />

Francisco y Luis Graña, en colaboración con Rocca, estudiaron<br />

250 cráneos de los existentes en el Museo Nacional de Antropo-<br />

logía y Arqueología, en el de la Facultad de Medicina de Lima<br />

y en el Arqueológico del Cuzco, de los cuales presentaban tre-<br />

panaciones clasificadas, 180 como completas y 42 como incom-<br />

pletas; y Pedro Weiss aporta espléndidos conocimientos de la<br />

trepanación en el período que estudiamos.<br />

Puede decirse, por lo tanto, para no h%er extensa esta re-<br />

lación, que fueron los peruanos los maestros de la trepanación,<br />

dada la pericia con que la ejecutaban y la confianza que inspira-<br />

ban, hasta el punto de que se encontraron cráneos con cinco y<br />

siete trepanaciones cicatrizadas, otros con señales de supervi-<br />

vencia y otros, los menos, en los que he hecha después de la<br />

muerte, para obtener rodajas óseas que destinaban a distintos<br />

fines.<br />

Refiriéndome a la trepanación hecha en el Perú, como nación<br />

más adelantada en dicho arte, he de decir que para realizarla, a<br />

diferencia de la de nuestras islas, se valían de instrumentos que<br />

no usaron los del Viejo Mundo, pues además del pedernal, ba-<br />

salto y obsidiana, emplearon punzones y cinceles hechos a base<br />

de cobre y de una amalgama metálica llamada champi. Poseían,<br />

además, un objeto muy curioso llamado el «tumi», que tiene la<br />

238<br />

ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Fig. 194 -Cráneci 288 (19 altos) Guayadeque. 3 lhpo guan- Fig. 20 -Cráneo 173, procedente de Cuzco, de cultura<br />

chle 73 TrepanaciOn incompleta en porción media de parie- Inca, de sexo masculino y de edad adulta, que presenta<br />

tal. derecho, de 354 cm. por 2% cm., de fonna oval, casi una craniectomía cuadrangular, de contornos bien preci-<br />

circular, con hundimiento de 3 mm., con bordes. sos, en los cuales es posible ver los surcos que corres-<br />

ponden a las características de la práctica quirúrgica.


forma de una T invertida, con una parte transversal semicircu-<br />

lar o curvilínea terminada en ángulo puntiagudo o redondeado,<br />

que cortaba y raspaba el hueso girándolo en sentido perpendi-<br />

cular, hasta escarbarlo en forma circular.<br />

Incindían las partes blandas con el referido «tumi», haciendo<br />

líneas diferentes para ofrecer campo suficiente a las maniobras<br />

respiratorias. Estaban supeditadas, por lo tanto, a los motivos<br />

de la intervención, pues regladas en los casos de lesiones intra-<br />

craneanas, eran más o menos irregulares en los tumores del<br />

hueso, osteítis diversas y, muy especialmente, en las traumá-<br />

ticas, donde practicaban cortes de figura y tamaño distintos,<br />

para hacer la limpieza y suturas de las heridas. De igual manera,<br />

se valían de los otros instrumentos afilados, como el bisturí,<br />

para disecar los planos profundos.<br />

Al llegar a la superficie ósea, efectuaron, como en el Viejo<br />

Mundo, diversos tipos de trepanaciones (ovales, circulares, trian-<br />

gulares); pero añadieron las cuadrangulares, rectangulares, po-<br />

ligonales y en corona de trépano o de barreno de los ebanistas<br />

(figs. 20 y 21), esto es modalidades que permitieron deducir la su-<br />

perioridad de las técnicas empleadas, los aspectos de la trepana-<br />

ción y la forma de aplicación de los instrumentos. Asimismo, se<br />

valían para hacer las perforaciones óseas redondeadas u oblon-<br />

gas de cinceles especiales hechos de champi, por ser duros y afi-<br />

lados, a fin de soportar el peso de una maza de metal que caía<br />

sobre él para facilitar la operación, pues se sabía que los cuchi-<br />

llos de obsidiana y demás piedras se rompían en fragmentos<br />

al horadarle, circunstancia que obligó a usarlos en sentido lon-<br />

gitudinal, a manera de sierra.<br />

De cuanto llevo expuesto puede llegarse a la conclusión de<br />

que la trepanación se llevó a cabo con relativá frecuencia en<br />

muchas naciones del Neolítico, y que fue juzgada como la ope-<br />

ración más antigua, significativa e importante de cuantas se<br />

realizaron en los milenios anteriores a nuestra era.<br />

Si fijamos nuestra atención en el mapa de su distribución<br />

en ambos continentes, no podemos menos, al tratar de explicarlo,<br />

Nkm 17 (1971) 239


20 JUAN EOSCH MILLARES<br />

de hacer referencia a las dos teorías que han surgido en el mo-<br />

mento actual de la ciencia, como consecuencia de la misma.<br />

Una defendida por los profesores Pericot y Alcina, que atribu-<br />

ye el origen de su aparición a los focos situados en la Europa<br />

Occidental, de donde pasó al Africa del Norte, siguió por las<br />

Islas Canarias y atravesó el Atlántico hasta llegar a tierras ame-<br />

ricanas; es decir, que tomó en su difusión la dirección hacia<br />

el Oeste. Fundamentada en el hecho de que en las trepanacio-<br />

nes llevadas a cabo en Perú y Bolivia la herida producida la cu-<br />

brían con un trozo de calabaza («Lagenana sucerariam), planta<br />

americana domesticada en el Viejo Mundo, oriunda de Africa,<br />

conocida y usada en Canarias y encontrada en Sudamérica en<br />

fechas anteriores a los 3000 años a. C., hace pensar que llegó al<br />

Nuevo Mundo cruzando el Atlántico. Si a ello añadimos que<br />

la trepanacion no existió durante esa epoca en Asia, Indonesia,<br />

Australia y otras naciones del Este de Europa, y que en Oceanía<br />

usaban el coco en lugar de dicha planta, échase de ver y com-<br />

prender las razones de su basamento.<br />

La segunda, defendida por Wolfel, dice que la trepanación<br />

americana estaba vincuiada a ia de Oceanía y Poiinesia, por te-<br />

ner similitud de técnicas y de motivos operatorios, hasta tanto<br />

no fueron ocupados estos territorios por los europeos, fecha en<br />

que las prácticas médico-quirúrgicas ejercidas por los aborígenes<br />

americanos sufrieron un definitivo colapso. Este fenómeno, pro-<br />

vocado por el violento choque entre las dos civilizaciones casi<br />

opuestas, tuvo su explicación en el conocido hecho de que un<br />

pueblo que ha logrado alto grado de cultura y formas propias<br />

de vida, al ser dominado por otro que impone sus leyes y cos-<br />

tumbres, abandona la natural trayectoria de su civilización.<br />

Esta imposición obiigo ai pueblo dominado a ia ocuitación de<br />

todos los secretos de su existencia, como único medio de defen-<br />

sa y fórmula muda de protesta.<br />

Por otra parte, expuestos los procedimientos operatorios de la<br />

trepanación usados en Canarias y en el Perú, como nación más<br />

adelantada dei Nuevo Mundo, sus indicaciones, formas e instru-<br />

mentos, con sus analogías y diferencias, es fácil deducir que los<br />

ejemplos peruanos sirvieron para ilustrar las descripciones de<br />

los casos del antiguo continente, ya que fueron más perfecciona-<br />

240 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


PROBLEMAS DE PALEOPATOLOG~ &EA 21<br />

dos que los de los aborígenes canarios, dada la abundancia de<br />

craniectomías que efectuaban de una manera reglamentada y de-<br />

liberada. A este propósito, baste decir que emplearon diferen-<br />

tes tipos de trepanación, unas iguales a los del viejo continente<br />

(ovales, circulares y triangulares) y otras inventadas por ellos,<br />

como las poligonales, cuadradas, en corona de barreno de los<br />

ebanistas, a fin de facilitar la eliminación del fragmento óseo,<br />

y los mismos instrumentos, y los suyos propios ya especificados<br />

anteriormente. Si a ello añadimos que, al igual que aquéllos, re-<br />

petían las asociaciones de la trepanación con las cauterizaciones<br />

y rodajas óseas, y que su distribución geográfica se reducía a<br />

pequeños dólmenes situados en cortos territorios ubicados al<br />

noroeste de París y en una pequeña zona del departamento de<br />

Ancash, en Aija (Perú), donde existía la mayoría de su colección,<br />

se puede decir que hubo semejanza en ambos continentes en<br />

cuanto se refiere a la ejecución de la trepanaczón, y que si hubo<br />

alguna diferencia lo fue como respuesta a los adelantos logrados<br />

por los habitantes del Nuevo Mundo.<br />

De ahí que haya que añadir, como conclusión, que las dos<br />

opiniones o teorías expuestas, en lugar de oponerse, se comple-<br />

mentan, pues la trepanación nació al mismo tiempo en ambos<br />

mundos, con la independencia necesaria; y que si se llevó a cabo<br />

con distintas técnicas lo fueron como consecuencia de determi-<br />

nadas formas de heridas de guerra y de determinadas armas de<br />

combate que pudieron ser las únicas difundidas o inventadas sin<br />

subordinación alguna.<br />

Uno de los temas más interesantes que aporta el estudio de<br />

las enfermedades padecidas por los primitivos pobIadores de<br />

Canarias es el que se refiere a la existencia de la sífilis en estas<br />

islas antes del descubrimiento de América por el gran navegante.<br />

'Se c~qrvnderi, pues, qx cm su ufi-acih o rirgución pdemos<br />

contribuir, en una pequeña parte, al esclarecimiento o duda<br />

puestos de manifiesto en la discusión de las dos teorías que sobre<br />

su aparición en el mundo se debaten desde hace años y siguen debatiéndose<br />

entre nuestros conocimientos actuales; esto es, la lla-<br />

Núm 17 (1971)<br />

16


22 JUAN BOSCH MILLARES<br />

mada colombina^, que afirma existió primeramente en Amé-<br />

rica y fue importada a Europa por los hombres de Colón, y la<br />

denominada «precolombina», que dice se padeció en Europa<br />

antes de conocerse en el nuevo continente. Dedúcese, por consi-<br />

guiente, la importancia del tema a tratar, toda vez que, situado<br />

el Archipiélago Canario en la ruta europea-americana, su ha-<br />

llazgo sería un argumento decisivo en favor de una de las dos<br />

teorías; o de una tercera en discordia que afirma que la sífilzs<br />

nació con el hombre y es, por lo tanto, congénita en todas las<br />

razas.<br />

El primer investigador que estudió, hace años, los 1.200 crá-<br />

neos coleccionados en las salas de Antropología del Museo Cana-<br />

rio y los existentes en otros pequeños museos de las islas, fue<br />

el antropólogo francés René Verneau, quien no dudó en afirmar<br />

que cie eiios 23 presentaban iesiones calificadas de gomas sifi-<br />

liticos, de los cuales 18 los tienen localizados en el frontal iz-<br />

quierdo; uno, con uno en cada lado del mismo hueso, otro con<br />

dos en el parietal derecho, otro con uno en cada parietal, otro<br />

con dos en el frontal y uno con uno en el parietal izquierdo. To-<br />

das estas lesiones presentan aspecto parecido, aunque distin-<br />

tos en forma y dimensiones; si bien tienen de común el que en<br />

ninguna de ellas se ha visto perforada la lámina interna.<br />

Refiriéndome, pues, a ellos y a los huesos de las extremida-<br />

des guardadas en dichos centros, bajo el punto de vista paleo-<br />

patológico, ayudado por el estudio radiográfico, exploración com-<br />

plementaria de suma importancia, puedo adelantar que los casos<br />

antes citados no son sifilítzcos, y, por consiguiente, que no existió.<br />

en nuestros aborígenes esta dolencia universal, conocida con<br />

distintos nombres en ambos mundos.<br />

Para afirmarlo basta recordar que siendo ia sífilis, en sus<br />

formas congénita y tardía o terciaria, la infección que acostum-<br />

bra, pasados los años, a localizarse en dichos huesos, a ellos<br />

recurriremos en nuestro estudio.<br />

En efecto, como es sabido, entre las formas radiológicas que<br />

hoy se describen de dicha enfermedad (osteoiítica, escierosante,<br />

gomosa y secuestrante), la que más interesa es la llamada gomosa,<br />

toda vez que el maestro de la antropología francesa las diagnos-<br />

ticó de tales. Así, pues, como argumentación, he de decir que los<br />

242 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


PROBLEMAS DE PALEOPATOLOGÍA ÓSEA 23<br />

gomas, únicos o múltiples, se presentan en la superficie del crá-<br />

neo como excavaciones de distintas formas y tamaños, aunque<br />

dominando la arriñonada, y con límites borrosos e irregulares,<br />

toda vez que, actuando la sífilis como proceso osteolítico, la<br />

destrucción de la lámina externa es mayor que la de la interna<br />

a causa de que el tejido de granulación específica penetra en el<br />

hueso a partir del periostio, razón por la cual la membrana<br />

ósea es destruida desde fuera. Ello da lugar a que en otras oca-<br />

siones se encuentre en el goma, además de lo antes expuesto,<br />

osificaciones en forma de engrosamiento y condensación alre-<br />

dedor del mismo, como señal de reacción del tejido óseo sano<br />

que le rodea.<br />

Parecía, pues, que no debía haber duda de que estas lesiones,<br />

interpretadas por el profesor Verneau como gomas, tenían se-<br />

mejanza con las que presentan nuestros cráneos, al tener Iími-<br />

tes precisos, formas casi siempre ovaladas o losángicas, redon-<br />

deadas o circulares y, en menos veces, irregulares; y dimensio-<br />

nes que varían entre medio a dos centímetros y medio en su<br />

diámetro transversal, y tres a cuatro en el sentido anteropos-<br />

terior. Su profundidad, al igual que la de los gomas, oscila entre<br />

la simple erosión de la lámina externa y la que deja el diploe<br />

al descubierto, sin que llegue a la lámina interna, y mucho me-<br />

nos a perforarla; y, como ellos, están rodeados frecuentemente<br />

por un reborde óseo en forma de rodete que circunscribe parte<br />

o toda la lesión. En estas condiciones, la radiografía basta para<br />

aclarar las dudas, pues en los gomas sifilíticos se observan focos<br />

de claridades irregulares (figs. 22 y 23) que permiten apreciar en<br />

su interior varias sombras densas correspondientes a secuestros<br />

pequeños con superficie apolillada, y en la periferia focos pe-<br />

queños de condensación, como expresión de una inflamación<br />

esclerosante.<br />

De igual manera, y sin salirnos de la cabeza, la sífilis de las<br />

fosas nasales y de la bóveda palatina (figs. 24 y 25) tienen gran<br />

importancia para negar o afirmar la existencia de la misma, bien<br />

en su totalidad o en la unión del vómer con las afisis palatinas,<br />

de forma oval y tamaño que oscila entre 2 y 3 centímetros.<br />

Por otra parte, la sífilis de los huesos largos es otra localiza-<br />

ción muy frecuente, tanto en la congénita tardía como en la ad-<br />

Núm 17 (1971) 243


24 JUAN BOSCH MILLARES<br />

quirida terciaria, después de muchos años de tenido el chancro.<br />

En estos casos, la radiografía describe tres formas: la hiperos-<br />

tósica, la rarefaciente y la mixta. En la primera se observa un<br />

espesamiento fusiforme, más o menos hojoso, de la diáfisis in-<br />

teresada, que da lugar a que sus bordes externos, por efecto de<br />

este aumento de espesor, sean irregulares y ondulados y se con-<br />

fundan con los del hueso antiguo o sano, mientras que la cavi-<br />

.dad medular puede algunas veces estar conservada, otras disi-<br />

mulada por la opacidad de la hiperóstosis y otras colmadas por<br />

las enóstosis. En la segunda, más rara que la primera, se obser-<br />

va que la infiltración gomosa produce sobre los huesos planos o<br />

una o varias zonas de transparencia, en tanto que en los huesos<br />

cortos y en las metáfisis de los largos origina geodas yuxtapues-<br />

tas rodeadas frecuentemente por una capa de condensación<br />

ósea o por una zona radiotransparente única, que puede tener<br />

forma redonda u oval. En la tercera, como su nombre indica,<br />

están asociadas lesiones de hiperóstosis y de rarefacción ósea.<br />

De todas las sífilis de los huesos largos, la de la tibia reviste<br />

una forma hiperostósica que alcanza por entero la totalidad de<br />

su diafisis o la de una de sus extremidades, bien en todas o en<br />

algunas de sus caras. En el primer caso, es pesada la totalidad<br />

de sus diámetros; la tibia sifilítica (figs. 26 y 27), por el predo-<br />

minio de la oposición subperióstica en su borde anterior, que<br />

aparece transformada en una verdadera cara, se incurva hacia<br />

adelante hasta darle la forma conocida con el nombre de «tibia<br />

en lámina de hoja de sable», que es carácter patognomónico de<br />

esta localización.<br />

Pues bien, ninguna de estas lesiones, características de la<br />

sífilis gomosa descritas en los huesos de la cabeza y largos,<br />

han sido encontradas en los numerosos documentos óseos que<br />

forman parte de las colecciones de nuestros museos. De ahí que<br />

neguemos la existencia de esta enfermedad en los aborígenes<br />

antes del descubrimiento de Colón, y que consideremos las le-<br />

siones encontradas por el referido profesor como cauterizacio-<br />

nes producidas por la mano del hombre, bien valiéndose de los<br />

instrumentos de piedra o de distintas plantas; en otros términos,<br />

como graduaciones de un proceso de osteítis traumáticas lleva-<br />

das a cabo con un fin terapéutico.<br />

244 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA SUPUESTA DIFUSION TRASATLANTICA<br />

DE LA TREPANACION PREHISTORICA *<br />

POR<br />

JUAN COMAS<br />

A partir del momento en que el «difusionismo~ formó escuela<br />

y ciertos antropólogos americanistas trataron de explicar los variados<br />

elementos de las culturas indígenas pre-colombinas como<br />

resultado de aportaciones extracontinentales, puede decirse que<br />

fue tomada en cuenta casi exclusivamente la vía traspacífica,<br />

Y no creemos necesario ejemplificar tal afirmación.<br />

Resulta, pues, justificado que el distinguido prehistoriador<br />

Luis Pericot se preguntara por qué los contactos prehistóricos<br />

por vía trasatlántica han atraído menos la atención de los difusionistas<br />

para explicar la presencia de los mismos o análogos<br />

elementos culturales en el Nuevo y el Viejo Mundo. Quizá ello<br />

pudiera atribuirse, por lo menos en parte, al descrédito que históricamente<br />

sufrió esta posible vía de penetración, a raíz de las<br />

descabelladas suposiciones que durante siglos atrajeron la atención<br />

mundial. Dejando a un lado a Cronistas y Viajeros del período<br />

colonial, y limitándonos a cómo se planteó la cuestión en e1<br />

siglo XIX, vemos atribuir el origen de los amerindios y de sus<br />

culturas a migraciones de fenicios, hebreos, fineses, etruscos,<br />

T,ukaj= prese~tads en e! 1 Si.w,nnli~ IM~PTMBC~QMO~<br />

sohe poszbles<br />

relaciones trasatlánticas precolombznas (Canarias, dzczembre 1970), que<br />

se publica simultáneamente en «Anuario de Estudios Atlánticos)), volu-<br />

men XVII, Madrid, 1971, y en «Anales de antropología^, vol. IX, Mé-<br />

xico, 1972.


2 JUAN COMAS<br />

sumerios, cananeos, cartagineses, griegos, egipcios, etc.; y con<br />

mayor énfasis aún se defendía el mito de la Atlántida l.<br />

Hace algunos años nos ocupamos con cierta amplitud de este<br />

problema 2, calificando esas pseudo-explicaciones de «más o me-<br />

nos fantásticas e infundadas». Recientemente Pericot analizó la<br />

misma cuestión con gran objetividad, apoyado en excelente bi-<br />

bliografía, concluyendo que tales explicaciones son las que «con-<br />

tienen mayor número de desatinos e ideas fantásticas» 3.<br />

Pero en la segunda mitad del siglo xx parece haber revivido<br />

ellnterés por el Atlántico como vía de penetración hacia Améri-<br />

ca en tiempos prehistóricos, recurriendo naturalmente a técni-<br />

cas de trabajo y a materiales concordantes con los avances de<br />

la investigación antropológica. a<br />

Buen ejemplo de esa preocupación nos la ofrece Pericot al ? E<br />

a~m.:l-.;,. 4.<br />

CJGIIUIL .<br />

«Para quien está en esta avanzada atlántica que es la g<br />

Península hispánica y al mismo tiempo se preocupa por la<br />

prehistoria africana, es imposible evitar la obsesión de meditar<br />

sobre e1 posible papel del Océano AtIántico como vía 1<br />

de transmisión de elementos culturales, más que de elementos<br />

étnicos, que en el mejor de los casos serían insignificantes~.<br />

Lo cual no impide que el propio autor, refiriéndose a los tra-<br />

E 2<br />

- O<br />

m<br />

bajos de Alcina Franch sobre este problema, afirme: «creo que<br />

merecen tomarse en cuenta y estudiarlos, pero también con mu-<br />

O<br />

E<br />

n<br />

cha pvudencia» Y es que, en efecto, a partir de 1952 ha dado a<br />

1 A. Bessmertny. LIAtlantide Exposé des hypothkses relatives<br />

l'enzgme de I'Atlantzde Payot, editeur. París, 1949. 270 págs. Leo Frobenius:<br />

Mythologie de llAtlantzde. Payot, editeur. París, 1949, 260 págs.<br />

Armando Vivante y José Imbelloni: Lzbro de las Atlántidas Buenos<br />

Aires. 406 págs.<br />

J. Comas. Los Congresos Internacionales de Amerzcanzstas. Sinteszs<br />

histórica. México, 1954. LXXXII + 224 págs. (cita en la p. XV).<br />

3 L. Pericot Amértca mdígena. Salvat Editores Barcelona, 1962 (páginas<br />

425439).<br />

L Pericot: El punto de vzsta de un arqueólogo europeo ante 10s<br />

problemas de la Prehzstoria amerzcana, «Jornadas Internacionales de<br />

Arqueología y Etnografía,, vol. 2, págs. 10-18. Buenos Aires, 1962 (cita<br />

en pág. 17).<br />

S Ver nota 4, cita en la pág 18.<br />

246 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

2<br />

n<br />

n<br />

n<br />

3<br />

O


LA SUPUESTA DIFUSIÓN DE LA TREPANACION 3<br />

conocer Alcina diversos estudios (sobre analogías de rasgos cul-<br />

turales arqueológicos) orientados hacia una explicación difusio-<br />

nista trasatlántica.<br />

Careciendo de toda preparación en el campo de intereses de<br />

nuestro buen amigo y distinguido colega Alcina Franch, y pese<br />

a que el problema general de los «contactos» o de los «paralelis-<br />

mos» culturales en América no pueden dejar de atraer nuestra<br />

atención, nos hubiéramos mantenido al margen del problema;<br />

pero en su más reciente trabajo, estimulante y sugestivo, plantea<br />

Alcina, en términos generales, la problemática del origen trasat-<br />

lántico de la cultura indígena de América, pasando revista a<br />

distintos rasgos de índole arqueológica, etnohistórica, fitológica<br />

y antropológica.<br />

Pensamos, a breve plazo, preparar un ensayo en el deseo de<br />

aportar información compiementaria y anaiizar criticamente ai-<br />

gunos -sólo algunos- de los elementos a que dicho autor hace<br />

referencia. Pero ahora nos limitaremos al examen de la trepa-<br />

nación craneal (Alcina, 1969, pp. 48-51), que posteriormente abor-<br />

da también Palop (1970) con idéntica orientación.<br />

Apoyándose sobre todo en ios testimonios de woifei (1925j,<br />

Loughborough (1946), Mac White (1946), Heyerdhal (1952) y<br />

Bosch Millares (1961-62), acepta Alcina da ausencia de trepana-<br />

ción en casi todo el continente africano, en Europa Oriental, así<br />

como en toda Asia, Australia y en casi toda Norteamérica». Nos<br />

habla de dos focos en Europa Occidental (Centroeuropa y Pen-<br />

ínsula Ibérica) y otro en el Norte de Africa, al que relaciona «con<br />

los abundantes hallazgos entre los habitantes prehispánicos de<br />

las islas Canarias». Y termina diciendo que «parece evidente que<br />

el foco originario de la trepanación hay que situarlo en Europa<br />

Occidentai, de donde parece iogico que pasase ai Norte de Africa<br />

y Canarias. El hecho de que falte esta técnica en Asia, Indonesia<br />

y Australia parece obligar a pensar que o bien el foco oceánico-<br />

americano es independiente, o bien se debe a influencias llega-<br />

das por el Atlántico)).<br />

A su vez, ia tesis sustentada por Paíop (1970) reconoce la exis-<br />

tencia de 3 áreas de distribución de los cráneos trepanados (Oc-<br />

cidental, Sudamericana y Oceánica), pero al mismo tiempo se-<br />

ñala otros núcleos de concentración en Checoslovaquia (con de-


4 JUAN COMAS<br />

rivaciones en Dinamarca y sur de Suecia), Argelia y Canarias,<br />

así como casos aislados en Palestina y Dagestan. A modo de<br />

conclusión, afirma Palop su creencia de que la trepanación dejos<br />

de considerarse como ampliamente dispersa presenta una<br />

muy concreta distribución en tres áreas (1970, p. 63). Y, apoyándose<br />

en una supuesta ordenación cronológica, de mayor a menor<br />

antigüedad, entre el área Occidental (3.000 a. C.), Aménca del<br />

Sur (500 d. C.) y área Oceánica (en fecha más reciente), cree que<br />

«parece lógicamente determinar un sentido a la difusión -si la<br />

hay- de Oriente a Occidente y, por consiguiente (y esto es 10<br />

que deseábamos demostrar en este ensayo) el rasgo antropológico-cultural<br />

que estudiamos puede servir de argumento a la<br />

tesis de Alcina sobre relaciones trasatlánticas~ (1970, p. 64).<br />

Examinemos la cuestión con algún detenimiento. La trepana-<br />

ción craneal, completa o incompleta, quirúrgica o póstuma, es<br />

una característica cultural de amplísima distribución en el tiem-<br />

po y en el espacio, dentro de los más variados ambientes. Los<br />

cráneos trepanados descritos en Francia a mediados del siglo pa-<br />

sado por Prunikres, Broca y otros, se adscribieron al período<br />

Neolítico, a las culturas megalíticas y de los dólmenes, o sea,<br />

hacia 3.000 a 2.000 a. C. 6.<br />

La bibliografía sobre dicho tema -origen, técnicas, causas,<br />

interpretación- es abundantísima: simplemente recordamos que<br />

Lastres y Cabieses (1960) transcriben 633 referencias bibliográfi-<br />

cas, y estamos convencidos de que la lista no es exhaustiva. Di-<br />

chos autores especifican los países y localizan nominalmente las<br />

estaciones arqueológicas donde fueron encontrados ejemplares<br />

con trepanación; el número de tales estaciones es de: 44 en Fran-<br />

cia, 16 en España, 4 en Portugal, 7 en Bohemia (Checoslovaquia),<br />

6 en Dinamarca, 4 en Suecia, 5 en Alemania, 3 en Polonia, 5 en<br />

Suiza, 2 en Italia, 6 en Gran Bretaña, 7 en Rusia europea, 1 en<br />

Turquestánl 1 en Siberia, 1 en Argelia, 1 en Canadá, 6 en Estados<br />

Unidos, 2 en México. Además, naturalmente, los centenares de<br />

6 Vallois rectifica esta cronología, atribuyendo tales cráneos al<br />

Eneolítico. «L'Anthropologie», vol. 49, pág. 163. París, 1940.<br />

248 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA SUPUESTA DIFUSIÓN DE LA TREPANACI~N 5<br />

cráneos trepanados recogidos en distintas localidades de Bolivia<br />

y Perú, tanto en el altiplano como en la costa. Observan, en fin,<br />

dichos autores «que ninguna de las grandes civilizaciones arcai-<br />

cas (Egipto, India, China) tuvo la trepanación como elemento<br />

cultural» 7.<br />

Pero una búsqueda detenida en otras fuentes de información<br />

nos permite ampliar algo el anterior inventario: Loughborough<br />

(1946) cita cráneos trepanados prehistóricos en Nueva Caledo-<br />

nia y archipiélago de la Lealtad, mas olvida mencionar los reco-<br />

gidos en España; y además añade capparently non has as yet<br />

been reported from Africa, Asia, Australia, North America, Cen-<br />

tral America or northern or north-eastern Europe», lo cual es<br />

erróneo, según acabamos de ver, y se confirma más adelante.<br />

Heyerdhal (1952, p. 656) menciona numerosos cráneos trepa-<br />

nados, contemporáneos, procedentes de ciertos archipiéiagos<br />

oceánicos, pero especifica haberlos encontrado también en can-<br />

cient burial caves» de las islas Hivaoa y Nukuhiva del archipié-<br />

lago de las Marquesas.<br />

Los trabajos de Genna, Battaglia, Messeri y Capitanio com-<br />

plementan la información de Lastres-Cabieses, ya citada, sobre<br />

los hallazgos de cráneos trepanados en Italia, hasta un total de<br />

catorce, correspondientes al Neolitico, Eneolítico y edad del<br />

Bronce, localizados en una amplia zona territorial que incluye<br />

Piamonte, Liguria, Toscana, Lacio, Véneto y Cerdeña. Genna se-<br />

ñala también la existencia de trepanación prehistórica en Tahití,<br />

Japón, Albania, Servia y Abisinia8. Por su parte Schreiner ha<br />

descrito cráneos trepanados en Laponia y Noruega '.<br />

7 Lastres y Cabieses, 1960, págs. 87-93 y 133.<br />

G. Genna: La irapanazione del cranzo Úei primiizvi. Cüni+zbuiü üiiu<br />

sua conoscenza nella preistoria in Italia, ~Rivista di Antropologian,<br />

volumen 29, págs. 139-159. Roma, 1930-32 (citas en págs. 140-141) Raffael-<br />

lo Battaglia: Crani Trapanatr dell'ltalia preistorica, «Actas IV Congreso<br />

Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas», págs. 127-132.<br />

Zaragoza, 1956. Mariantonia Capitanio: ZZ cranio trapanato dz Monte<br />

Urcrno. Istituto di Antropoiogia deii'üniversitá di Paduva. Padova, i9ó9.<br />

6 págs. Piero Messeri: Aspetti abnormi e patologicz nel materiale sche-<br />

letzco umano dello Scoglietto. Eta del Bronzo, «Archivio per 1'Antro-<br />

pologia e la Etnologia», vol. 92, págs. 129-159. Firenze, 1962.<br />

9 K. E. Schreiner: Zur Osteologze der Lappen. Oslo, 1935 (tomo 1,<br />

Núm 17 (1971) 249


6 JUAN COMAS<br />

Además de los 16 yacimientos con trepanación que para Espa-<br />

ña citan Lastres-Cabieses, conocemos otros 6 cráneos recogidos<br />

en la Cueva de la Pastora, Valencia lo. En cuanto se refiere con-<br />

cretamente a las islas Canarias, no aparecen datos sobre trepa-<br />

nación en el inventario de Lastres-Cabieses, ni en los trabajos<br />

de Fusté (1959, 1961-62) y Schwidetzky (1963). Falkenburger tam-<br />

poco la observó en su serie de 744 cráneos, pero recuerda que<br />

von Luschan obtuvo un 5 por 100 de trepanados entre 210 crá-<br />

neos de Tenerife ll. Por su parte Hooton alude, en 1925, a 5 crá-<br />

neos entre los que fueron motivo de estudio.<br />

Los trabajos de Nemeskeri y Acsady (1960 y 1962) especifican<br />

para Hungría la existencia de 99 cráneos trepanados, de uno y<br />

otro sexo, correspondientes a 58 localidades distintas y fechados<br />

entre los siglos IX a XI d. C. Por su parte, Boev (1963 y 1968) men-<br />

A-,, C -,A ,,,- + , ., A," , J." 1,,,1:A,A,- A, D..l-^,:, S-<br />

uulla J uaucu> ucpauauu> cll UU> luLauuauc> UG Dul~a~la, ICchados<br />

entre los siglos VII y x d. C.; asimismo se refiere a 8 localidades<br />

de la Unión Soviética Europea, del mismo período histórico,<br />

con 23 cráneos trepanados, distribuidos en amplísima<br />

región: Odesa, Moscú, alto Volga y Dagestan 12.<br />

E- n--2--- 1---1:-z D--:&: A-- --A ---- A-- 2- 1-<br />

GU Davlc.1 a IULLLIILU DL CLLILI~CI uua C.¡ aucu> L I G ~ ~ L ~ Q U U ~<br />

ut: m<br />

Edad del Bronce; igualmente se ha señalado la trepanación cra-<br />

pág 181) K E. Schreiner. Crania Norvegzca Oslo, 1946 (tomo 2, pági-<br />

nas 4, 79-83 y lám. IX).<br />

10 Miguel Fusté. Estudio antropológ~co de los pobladores neo-eneo-<br />

lítzcos de la región valenczana Valencia, 1957. 128 págs, cuadros y 1á-<br />

minas (referencia en la pág. 12).<br />

fl Frederic Falkenburger: Ensayo de una nueva claszfzcación cra-<br />

neológtca de los antiguos habztantes de Canarzas, «Actas y Memorias<br />

de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria»,<br />

volumen 17. págs. 5-52. Madrid, 1942 (cita en la pág. 13).<br />

12 Janos Nemeskeri, K. Ery Kinga, Kralovanszky Alán: A magyarors-<br />

zágz lelképes trepanaczó (Trepanactón szmbólica en cráneos de Hungría),<br />

aAntropologiai Kozlemenyekn, IV, 1-2, págs. 3-32. 1960. (Resumen en<br />

inglés.) G. Acsády, L Harsányi and J Nemeskéri. The populatzon of<br />

Zalavár 1n the Mzddle Ages, «Acta Archaeologica Academiae Scientiamm<br />

Hungaricae», 14, págs. 113-141, con 7 láminas Budapest. 1962 Peter<br />

Boev Dze Symboltschen Trepanatzonen, in «Anthropologie und Human-<br />

genetik~, págs. 127-135 Gustav Fischer Verlag Stuttgart, 1968. Les tré-<br />

panatzons symboliques chez les peuplades turques, «Bull. et Mém.<br />

Soc Anthrop Parisr, serie 11, tome 4, págs 671-73. París, 1963.<br />

250 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA SUPUESTA DIFUSION DE LA TREPANACIdN 7<br />

neal en Te11 Duweir (Palestina) y entre los bosquimanos y hoten-<br />

totes de Africa del Sur 13. En cuanto a Alemania, debe ampliarse<br />

el inventario de los 6 cráneos trepanados que citan Lastres-Ca-<br />

bieses, toda vez que Brunn (1936)) Hein (1960) y Ullrich (1965,<br />

1967 y 1971) localizan respectivamente 18, 25 y 35 cráneos trepa-<br />

nados en esa región, correspondientes a los períodos Neolítico<br />

y Bronce. Necrasov señala también la existencia en Rumania de<br />

la trepanación prehistórica 14.<br />

En México se conocen actualmente 10 ejemplares trepana-<br />

,dos, procedentes de los Estados de Chihuahua, Oaxaca y Méxi-<br />

co 15. En América del Norte se mencionan casos en Columbia Bri-<br />

tánica (Canadá), isla Kodiak (Alaska), y Estados de Washington,<br />

Georgia, Illinois, Arkansas y Nuevo México 16; es decir, con am-<br />

plia distribución territorial. Los cráneos perforados recogidos en<br />

distintos yacimientos de ivíichigan, Ohio y Ontario (Canadáj,<br />

descritos por H. Gilman desde 1875, no pueden incluirse, por sus<br />

características, entre los trepanados, de acuerdo con la defini-<br />

ción de estos últimos 17.<br />

Los casos mencionados, que seguramente no son todos los<br />

conocidos (véanse los inventarios publicados por Hein, Karolyi,<br />

Piggott), muestran que la trepanación, como rasgo cultural en<br />

pueblos prehistóricos, tuvo una distribución realmente muchísi-<br />

mo más amplia, a escala mundial, que la supuesta por Lough-<br />

borough y seguidores; y así lo han reconocido taxativamente<br />

otros investigadores. Por ejemplo Genna escribe:<br />

13 ~L'Anthropologie», vol. 47, pág. 658 (1937), vol. 48, págs. 411-413<br />

((1938); vol 49, págs. 163-164 (1940).<br />

14 Citado por Ullrich, 1971: pág 1283.<br />

15 Javier Romero. Dental mutilatzon, trephznation and cranzal de-<br />

formatzon, «Handbook of Middle American Indians~ (vol 9, pág. 63.<br />

1970) Cita nueve casos Pedro Weiss (1958, fig 2, pág. 547), menciona<br />

otro, de Juchtán, Oaxaca.<br />

16 Ales Hrdlicka. Trepanatzon among prehzstortc people especially<br />

in América, &iba Symposia~, vol. 1; núm. 6; pág. 173 1939.<br />

17 «Bu11 Soc. Anthrop. Parisn, tomo 11, págs. 434-440. París, 1876 Ales<br />

Hrdlicka Dzseases of and anttfacts on skulls and bones from Kodzak<br />

Zsland, «Smithsonian Miscellaneous Collections~, vol. 101, núm. 4, pá-<br />

ginas 3 y 4 Washington, 1941.<br />

Núm 17 (1971) 251


8 JUAN COMAS<br />

«Ben si puó dire, in complesso, che la trapanazione del<br />

cranio e un'operazione veramente caratteristica della mentalitá<br />

primitiva, se tanta 6 la sua estensione fra i primitivi<br />

nel tempo e nello spazio, da1 Neolítica ai nostri giorni,<br />

dall'Europa al190ceania» 18.<br />

Y por su parte, Lastres-Cabieses afirman lg:<br />

«. .. es un elemento cultural que aparece en los pueblos<br />

primitivos y civilizados de todas las edades y, práctica-<br />

mente, de todas las regiones del mundo ... Queremos re-<br />

calcar que desde el Neolítico se han encontrado cráneos<br />

trepanados en todo el territorio europeo, en el Norte de<br />

Africa, en la Asia Menor, en Siberia, Oceanía y práctica-<br />

mente en todo el territorio de América».<br />

2. POSIBLES CAUSAS Y ORIGEN DE LA TREPANACI~N<br />

En primer término deben rectificarse otras dos conclusiones<br />

que establece Loughborough, al aceptar -siguiendo a Guiard<br />

(1930)- la existencia de una relación causal entre braquicefalia<br />

y trepanación; afirmando, además, no haberse encontrado crá-<br />

neos irepanados femeninos ni infantiles ", porque:<br />

a) La simple confrontación de los datos publicados sobre<br />

este tema, muestra que entre los ejemplares trepanados se encuentran<br />

indistintamente braquicráneos, mesocráneos y dolicocráneos,<br />

es decir, que no hay relación ninguna entre el rasgo<br />

cultural y la conformación ósea; como tampoco Ia hay en cuanto<br />

a cráneos artificialmente deformados y normales. Incluso entre<br />

los aborígenes del Perú, donde tan frecuente es la trepanación,<br />

nos dice Weiss: «En el Perú, la supuesta asociación de las trepa-<br />

nlci~nps con la &fusiin & una raza hrayi&f&, encu~ntrz<br />

confirmación, porque sólo se presentan en cabezas meso o doli-<br />

coides y en cráneos deformados. Si hay casos, en braquicéfalos,<br />

son muy escasos» 21.<br />

b) Tampoco existe la supuesta exclusividad de la trepana-<br />

18 Obra citada en nota, 8, págs. 141.<br />

20 Lastres y Cabieses, 1960, págs. 86-87.<br />

20 Loughborough, 1946, págs. 421-422<br />

21 Weiss, 1958, pág. 526<br />

252 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA SUPUESTA DIFUSION DE LA TREPANACIÓN 9<br />

ción en el sexo masculino adulto. A modo de ejemplos, entre<br />

otros muchos casos, recordemos que Weiss y Lastres-Cabieses<br />

mencionan específicamente ejemplos de trepanación femenina e<br />

infantil. Ya Hrdlicka 22 afirmaba que la trepanación existía en<br />

ambos sexos, aunque predominando en los hombres. Y como<br />

casos concretos tenemos que de los 9 cráneos que para México<br />

cita Romero B, 4 son femeninos; entre los 47 cráneos trepanados<br />

estudiados por MacCurdy, había 16 femeninos 24; de los 6 de la<br />

cueva de La Pastora (Valencia), uno era también femenino 25;<br />

para Alemania especifica Ullrich la existencia de cráneos feme-<br />

ninos trepanados en la proporción de 7 por 100 respecto a los<br />

masculinos 26, etc.<br />

Por otra parte, el diagnóstico de las perforaciones craneales<br />

puede dar lugar a confusiones, atribuyendo a trepanación lo que<br />

son en realidad lesiones patológicas debidas posiblemente a tu-<br />

berculosis prehistórica y otras anomalías de origen traumático;<br />

la cuestión ha sido ya planteada por eminentes paleopatólogos,<br />

y sería muy conveniente proceder a la revisión de todos los casos<br />

más o menos dudosos ".<br />

Donde encontramos las más divergentes opiniones es en la<br />

explicación de cómo esta característica cultural ha llegado a las<br />

distintas regiones; y, naturalmente, ello depende de la concep-<br />

ción difusionista o de paralelismo cultural que, generalmente y<br />

sin pruebas suficientes, adoptan a priori algunos investigadores.<br />

Ya Broca, refiriéndose a la técnica de trepanación en un crá-<br />

neo de Yucay, en las proximidades del Cuzco (Perú), escribía:<br />

«No hay, evidentemente, ninguna relación entre este método de<br />

2 Obra citada en nota í6, pág. 173.<br />

Obra citada en nota 15.<br />

24 Ramón Pardal: Medtctna aborigen amerzcana. Buenos Aires, 1938.<br />

377 págs. (cita en la pág. 195).<br />

2.5 Véase nota 10.<br />

26 Ullrich-Weickmann, 1965, pág 269, 1967, pág. 518.<br />

2' K. Jaeger: Beitrage zur prahistorichen Chirurgze IPalaochmirgie),<br />

«Deutsche Zeitschrift fur Chirurgie», vol. 102, págs. 109-140. 190% Botreau-<br />

Roussel et Léon Pales: Faut-il revzser les trépanatzons préhtstorzques?,<br />

«Revue Anthropologique», vol. 47, págs. 296-309. París, 1937. Ullrich und<br />

Weickmann, 1965, pág. 263, 1967, pág. 516.


10 JUAN COMAS<br />

trepanación y el conocido desde tiempos inmemoriales en la ci-<br />

rugía indo-europea» 28; es decir, parece convencido de la aparición<br />

independiente de tal rasgo.<br />

La posición de Hrdlicka a este respecto resulta algo ambigua<br />

ya que, si bien dice que la trepanación<br />

«se desarrolló y difundió ampliamente durante e1 Neo-<br />

lítico en Europa, Africa del Norte y partes de Asia; y de<br />

Asia con toda probabilidad se extendió a América, alcan-<br />

zando el más alto desarrollo y su mayor frecuencia en los<br />

altipIanos de Perú y Bolivia»,<br />

añade más adelante:<br />

«La operación de trepanar el cráneo tuvo naturalmente<br />

su origen en algún lugar, pero ello no excluye la posibili-<br />

dad de haber podido originarse también, independiente-<br />

mente, en otros sitios, incluyendo América. Su distribución<br />

extensiva en este continente, con su presencia en la costa<br />

noroeste, y tan lejos como la isla Kodiak en Alaska, apoya<br />

fuertemente la idea de una transmisión asiática».<br />

Idea que confirma enfáticamente en su conclusión:<br />

cLa práctica de la trepanación en vida surgió en el Viejo<br />

Mundo durante el Neolítico, y quizá antes; es evidente que<br />

fue traída a América, a través de Asia, probablemente a<br />

fines de aquel período %.<br />

Es decir, que, aún manifestándose partidario de una difusión<br />

desde Asia a América por Bering, no deja de reconocer la posibi-<br />

lidad de orígenes independientes.<br />

Moddie, después de describir cráneos trepanados de Nuevo<br />

México (Estados Unidos), dice que «este hecho no supone ningu-<br />

na relación directa entre el Nuevo México prehistórico y el Perú<br />

pre-colombino» %: o sea, que rechaza la idea de difusión incluso<br />

entre regiones del mismo continente.<br />

Por su parte, Loughborough termina afirmando que no exis-<br />

28 Paul Broca: Cas smgulzer de trépanation chez les Zncas, «Bull. Soc.<br />

Anihrq. Parisn, iüniü 2, segunda serie, pAgs. 403408. Paii's, 1867 (cita<br />

en pág. 407).<br />

z9 Obra citada en Nota 16, págs. 170, 176 y 177.<br />

30 Roy L Moodie (citado en «Amer. Jour. Phys. Anthrop.~, vol. 15,<br />

página 184. 1930).<br />

254 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA SUPUESTA DIFUSIÓN DE LA TREPANACI6N 11<br />

ten pruebas definitivas en favor de que la trepanación se haya<br />

difundido de una a otra área geográfica, y que más bien, tenta-<br />

tivamente, se inclina a pensar en la invención independiente de<br />

tal rasgo cultural 31.<br />

Wolfel (1925), en su estudio acerca de la trepanación, conclu-<br />

ye que tal carácter, presente en los mares del Sur y en el Nuevo<br />

Mundo, es el mismo e idéntico en ambas regiones; afirmando<br />

que su difusión siguió el camino Occidente a Oriente, es decir, del<br />

Pacífico hacia las costas de América del Sur. Y ha tratado de<br />

justificar su teoría sugiriendo la existencia de un complejo cul-<br />

tural integrado por la práctica de la trepanación y el uso de<br />

la honda y la maza, porra o clava (sling and stone-headed mace)<br />

como armas de combate.<br />

La tesis de Wolfel ha tenido gran repercusión; y ha sido acep-<br />

tada por muchos autores. Pericot dice textualmente: «Del estudio<br />

de Wolfel se deduce la evidente relación entre la trepanación<br />

americana y la oceánica, debidas al uso de armas semejantes:<br />

honda y maza; forman pues un complejo cultural». Y años más<br />

tarde reitera tal criterio, admitiendo la difusión de la trepana-<br />

ción de Oceanía a América. Pero al mismo tiempo acepta la exis-<br />

tencia de «otro foco de trepanación, el bereber del Atlas e islas<br />

Canarias. Y no sería aventurado sospechar que éste pudo ser<br />

otro elemento que atravesase el Atlántico» 32; pese a su criterio<br />

difusionista, Pericot admite en este caso concreto la existencia<br />

de dos focos independientes como origen de la trepanación. Por<br />

su parte, Bosch Millares habla también de da evidente relación<br />

entre las trepanaciones americana y oceánica, pueblos que, como<br />

dice Wolfel, utilizaban como armas habituales la honda y la maza,<br />

instrumentos de que hacían uso los antiguos moradores de Ca-<br />

narias» 33; pero no se pronuncia sobre si el origen de la trepana-<br />

ción fue Oceanía, América o si atravesó el Atlántico desde Africa.<br />

La investigación acuciosa y exhaustiva de Weiss acerca de<br />

.-<br />

3: T LL ----e- L<br />

~uugr~uur<br />

uugii, 1746, pág. 421.<br />

2 Luis Pericot- Algunos nuevos aspectos de los problemas de la<br />

pvehistorza Canaria, «Anuario de Estudios Atlánticosa, núm. 1 (cita en<br />

págína 608). Madrid-Las Palmas, 1955.<br />

33 Juan Bosch Millares, 1962, pág. 49.


12 JUAN COMAS<br />

las trepanaciones en Perú, muestra la necesidad de ser muy cautos<br />

en cuanto a la tesis de Wolfel sobre la existencia real del<br />

complejo ahonda-maza-trepanación~, pues si bien es cierto que<br />

en las regiones selváticas amazónicas no se usaban la honda ni<br />

la maza y tampoco existe trepanación, en cambio no se explica<br />

«la falta de cráneos trepanados en las tierras bajas del lado occi-<br />

dental al norte de Chilca; en los diversos estratos culturales de<br />

Ancón; en los restos de las culturas de Chancay, Chimú, Mochica,<br />

Tallan, que usaron la honda y la clava o maza como armas de<br />

guerra» ".<br />

Heyerdhal, por el contrario, después de hacer un análisis cn-<br />

tic0 de la teoría de Wolfel, concluye, a su vez, con la hipótesis<br />

opuesta, es decir que si bien hubo difusión, ésta se realizó de<br />

Oriente a Occidente, o sea de América del Sur a Polinesia y Me-<br />

ianesia j5.<br />

Muy claramente expresan Lastres y Cabieses su punto de vis-<br />

ta al respecto:<br />

«Es completamente artificial tratar de interpretar la<br />

trepanación prehistórica como el resultado de una sola<br />

técnica, de un solo concepto o de un solo impulso cultural. .<br />

Los yacimientos arqueológicos en que han sido encontra-<br />

dos cráneos trepanados están separados entre sí no sola-<br />

mente por grandes distancias físicas sino por larguísimos<br />

períodos históricos.. . »<br />

Y haciendo referencia a la presencia de rodajas óseas obte-<br />

nidas por trepanación, dichos autores dicen:<br />


LA SUPUESTA DIFUSION DE LA TREPANACION<br />

la idea elemental, que surge espontáneamente en todos los pue-<br />

blos» 36.<br />

Si se exceptúa la gran concentración de cráneos trepanados<br />

en Perú y Bolivia, nos parece que las demás localizaciones repre-<br />

sentan porcentajes muy reducidos respecto al total de cráneos<br />

del mismo yacimiento o período. No vemos, por tanto, la razón<br />

de calificar unos casos como «muy aislados» y en cambio incluir<br />

otros en áreas o zonas de trepanación arbitrariamente estableci-<br />

das. Los datos concretos que hemos reunido al comienzo de este<br />

ensayo creemos que justifican el calificar de ampliamente dis-<br />

persa la distribución geográfica de la trepanación craneal.<br />

Y! intento de fechamient~ qUe hace Pahy (1970, p. M), ea<br />

apoyo de su hipótesis difusionista, para «los más antiguos ejem-<br />

plares trepanados de América del Sur», fijándolo en 500 de la<br />

era cristiana, no coincide con la información disponible. Akerk-<br />

necht 37 estableció que la trepanación en Perú tuvo su auge en la<br />

?re-iEcaica; ha si& ratificada más tarde pr Las-<br />

tres-Cabieses (1960, p. 21) al decir:<br />

«La gran mayona de las trepanaciones fueron hechas<br />

en el dilatado período Pre-incaico o en las primeras épocas<br />

del Incaico, aunque es posible, como piensan Quevedo y<br />

Rowe, que en el momento de la Conquista la trepanación<br />

todavía se practicaba en los alrededores del Cuzco».<br />

Y Bushnell, al describir los entierros de las Cavernas en la<br />

península de Paracas, los incluye en el llamado Periodo Formativo<br />

(1.000 a. C.) mencionando que «los cráneos son, en general,<br />

deformados artificialmente y con frecuencia trepanados> ".<br />

Pero además, debe tenerse en cuenta que la trepanación es<br />

un rasgo cultural muy complejo y variable, ya que se puede efectuar:<br />

1L I . .r~--<br />

-<br />

.," ~as~res<br />

y Cabieses, i9óí.3, págs. 92, 93 y izó.<br />

37 Erwin H. Ackerknecht Medzcal pvactzces, ~~Handbook<br />

of South<br />

American Indians», vol 5, pág. 638. Washington, 1949.<br />

38 G. H. S. Bushnell Peru. Thames and Hudson. London, 1957 (citas<br />

en págs. 24-25 y 61).<br />

13


14 JUAN COMAS<br />

a) En sujetos vivos, en muertos recientes o en restos óseos.<br />

b) En cada caso las técnicas de perforación y los aparatos<br />

utilizados pueden ser muy distintos.<br />

c) La forma de la trepanación varía mucho, posiblemente<br />

en relación con el objetivo que se perseguía en cada caso.<br />

Id) Las interpretaciones dadas a la finalidad de la trepana-<br />

ción, también son múltiples y heterogéneas.<br />

Referirse, pues, en términos vagos a la trepanación y su distribución<br />

entre los pueblos prehistóricos, con objeto de deducir<br />

conclusiones sobre sus orígenes, únicamente puede crear confusión.<br />

Sería precisa la previa investigación de cada uno de los casos<br />

y clasificar las trepanaciones de acuerdo con las 4 variantes que<br />

.&c.&bamos de se"lii:ar, e, coll cüa:esqüiera se esiimararr<br />

más significativas. Sólo a posteviovi cabría el intento de establecer<br />

un criterio objetivo acerca de las verdaderas analogías o<br />

diferencias que los distintos tipos de trepanación pudieran tener<br />

en diversas zonas geográficas o períodos cronológicos. Mientras<br />

",.<br />

----. ---l-:-*:--- -1 L..<br />

11U 3G LUlllCll CSLilb plCL¿lULlUlIC~ 11US p¿ilCCC lllUY SUUJCLLVU Gl lld-<br />

A--,.- --A-- ---- --- -e----<br />

blar de difusionismo trasatlántico para explicar el fenómeno an-<br />

tropo-cultural de la trepanación.<br />

No debe interpretarse lo dicho como una actitud anti-difu-<br />

sionista irreductible. En el pasado nos hemos ocupado circuns-<br />

tancialmente de la cuestión en términos concretos, es decir, refi-<br />

riéndonos en cada caso a uno u otro rasgo cultural, examinando<br />

sus características peculiares (origen, cronología, distribución)<br />

en un intento por saber si se trataba de un elemento creado o<br />

desarrollado en el Nuevo Mundo de manera independiente o si,<br />

por ei contrario, existia una posibilidad razonabie de corisicierar-<br />

lo como procedente del Viejo Mundo gracias al fenómeno de la<br />

difusión.<br />

Y es que personalmente estimamos erróneas y perjudiciales<br />

para nuestra ciencia una u otra de tales actitudes. Los difusio-<br />

nistas doctrinanos parten del supuesto de que la Humanidad no<br />

ha sido capaz de crear un determinado elemento cultural más<br />

que una sola vez y, en consecuencia, que su hallazgo en distintas<br />

regiones o áreas implica forzosamente un contacto por difusión.<br />

258 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA SUPUESTA DIFUSION DE LA TREPANACION 15<br />

Tal supuesto nos llevaría a la conclusión de que sólo un pueblo,<br />

y en una determinada época, ha podido inventar o descubrir, y<br />

que los otros pueblos se han limitado a copiar servilmente lo que<br />

el genio creador del primero les proporciona. Actitud biológica-<br />

mente inadmisible cuando los grupos humanos se desenvuelven<br />

en un medio ambiente similar. Es lo que, aplicado a la trepana-<br />

ción y rechazando el criterio de Ullrich (que considera dicha<br />

práctica de origen africano), expresa con toda claridad Necrasov<br />

al escribir<br />

aCar il est difficile de s'imaginer que cette pratique n'ait pas<br />

pu apparaitre par convergence, chez différentes populations» 39-<br />

.. V' UU y..'.'- AV., UI.A-AAL.21YL ",<br />

---------- y--------<br />

Pnl- rrr nnrtm Inr m-stirlifiicinnict-c llnrníirlnc tnrnhi4.n siirlacio-<br />

nistas, olvidan a veces la realidad que podemos observar tanto.<br />

en el pasado como en el presente: casos concretos, perfectamente<br />

comprobables, en que determinados rasgos culturales han<br />

pasado de un pueblo a otro por contacto directo (viajes, comercio,<br />

guerras, etc.) y por tanto su presencia se debe a un acto de<br />

difusión.<br />

Para terminar este breve análisis critico, hacemos totalmente<br />

nuestra -por lo que a la trepanación craneal se refiere- la prudente<br />

frase de Pericot: «Digámoslo desde el primer momento:<br />

no existe ningún argumento convincente de que Africa y América<br />

hayan tenido el más leve contacto humano antes de Colónn I<br />

BIBLIOGRAFIA<br />

ALCINA FRANCH, José:<br />

1969 Origen trasatlántico de la cultura mdígena de Amérzca, ~Revista<br />

Española de Antropología Americanan, vol. 4, págs. 9-64.<br />

Madrid.<br />

Bosc~ MILLARES, Juan:<br />

1961-62 La rnediczna canaria en la época prehrsvánz~ «Anuario de<br />

Estudios Atlánticos», vol. 7, pitgs. 539-620, vol<br />

Madrid.<br />

8, págs. 11-63.<br />

39 Ullrich, 1971, págs. 1283.<br />

40 Pericot, 1963, pág. 3.


16 JUAN COMAS<br />

BRUNN, W von:<br />

1936 Ueber Trepanationen im sachszsch-thurzngischen Kulturkreis,<br />

«Archiv fur Geschichte der Medizin und Natunvissenschaftenn,<br />

volumen 29, págs. 203-215<br />

CABIESES, Ferna~do: V. Juan B. LASTRES.<br />

GUIARD, Emile:<br />

1930 La trepanatzon crdnzenne chez les néolzthiques et chez les przmztifs<br />

modernes París 126 págs y 13 láms.<br />

HEIN, P.:<br />

1960 Haufigkeit, Verbreitung und Lokalzsation der schadeltrepanatzonen<br />

rn der Europazschen Vor- und Fvühgeschzchte. «Ungedruckte<br />

Med Diss.» Berlín.<br />

HEYERDHAL, Thor:<br />

1952 Amevican Zndians in the Paczfic George Allen & Unwin Ltd.<br />

London. 821 págs. (Lo relativo a trepanación en las págs. 655-666.)<br />

.,<br />

*r T . ~<br />

RAKULVI, Laszw:<br />

1963 Daten ueber das europazsche Vorkommen der Vor- und Fruhgeschichtlichen<br />

Trepanation, «Horno», vol. 14, págs. 231-237.<br />

LASTRES, Juan B :<br />

1951 La trepanación del cráneo, en las págs. 178-223 de


the Prehistoric Societyn, vol 6, con 2 figs. y 2 láms. fuera de<br />

texto.<br />

QUEVEDO, Sergio A.:<br />

1944 La trepanación tncana en la regzón del Cuzco, «Revista Universitaria~,<br />

número 85, págs. 1-198 y 18 láminas fuera de texto.<br />

Cuzco.<br />

TELLO, Eduardo.<br />

1937 La trepanaczón del cráneo en la antgua civzltzaczón Nazca.<br />

Tesis. Facultad de Medicina. Lima.<br />

ULLRICH Herbert und F. WEICKMANN:<br />

1965 Prahzstortsche Trepanatzonen und ihre Abgrenzung gegen andere<br />

Schadeldachdefekte, «Anthropologischer Anzeigen, vol. 29,<br />

págs. 261-272. Stuttgart 3 figuras, 1 tabla y 2 láminas fuera de<br />

texto.<br />

ULLRICH Herbert und F WEICKMANN:<br />

1967 Bedeutende neufunde zur beleuchtung der Praehistorzschen Trepanatzon<br />

als therapeutzsche handlung (Nuevos hallazgos importantes<br />

para el esclarectmzento de la trepanactón prehistdrica<br />

como acto terapéutzco), «VI1 Congres International des Sciences<br />

Anthropologiques et Ethnologiques, Moscou, 1964», vol. 2,<br />

páginas 515-520. Moscou, 1967.<br />

0<br />

ULLRICH, Herbert :<br />

1971 Das mottvproblern der Trepanationsforschung zm Iichte neuer<br />

funde (El problema de la motivación en el estudio de las trepanaciones<br />

a la luz de los nuevos hallazgos), «Actes du VI1 Congrés<br />

International des Sciences Préhistoriques et Protohistoriques,<br />

Prague, 1966», vol. 2, págs. 1.281-1 283. Prague, 1971.<br />

WEICKMANN, F. y V. ULLRICH, Herbert:<br />

WEISS, Pedro:<br />

1933 Las trepanaciones peruanas estudiadas como técnzca y en sus relaciones<br />

con la cultura, «Revista del Museo Nacional», tomo 22,<br />

páginas 17-34. Lima.<br />

WOELFEL, Dominlk J.:<br />

1937 El szgnificado de la trepanación. Los métodos de la trepanación<br />

prehzstórzca y primztzva, «Actas Cibau, núm. 5, págs. 139-153 y<br />

22 figuras Mayo, 1937.<br />

Núm. 17 (1971)


ARQUEOLOGIA


ESTRATIGRAFIAS ARQUEOLOGICAS CANARIAS :<br />

LACUEVADELBARRANCODELAARENA<br />

(TENERIFE)<br />

POR<br />

MANUEL PELLICER y PILAR ACOSTA<br />

Hacia 1955, algunos vecinos del pueblo tinerfeño de Barranco<br />

Hondo penetraron por vez primera, después de varios siglos, en<br />

un profundo tubo volcánico que se abre en un barranco al N.W.<br />

y cprcz & 12 !nc&dad7 Utilizandn linternas y teas, fue recorrida<br />

gran parte de dicho tubo, donde probablemente, ya que no nos<br />

consta con certeza, encontraron restos arqueológicos en superficie,<br />

de la misma manera que lo hemos hecho nosotros. La cueva es<br />

propiedad de don Antonio Hernández, siendo el encargado de los<br />

campos de cultivo circundantes don Domingo de la Rosa.<br />

En diciembre de 1969, nuestro buen amigo don José Navarro,<br />

tinerfeño y gran apasionado por la arqueología y por el montañismo,<br />

recorriéndose los abruptos barrancos de esta zona oriental de<br />

la isla de Tenerife, recibió la noticia, por parte de unos vecinos del<br />

pi?eV!e, de 12 existencia de ~a gran ciieva en e! Barranco de la<br />

Arena. Don José Navarro se personó en la cueva que estudiamos,<br />

advirtiendo su magnitud, su interesante relleno y, sobre todo, la<br />

existencia de algunos restos arqueológicos superficiales.<br />

A principios de enero de 1970, habiéndonos comunicado el<br />

c~ñnr A Nnvnrrn -- . -- A - czr-ct~risticas de la cn~va, rl_nrl_~m-os pn<br />

visitarla, acompañados por él, el día 11 de enero, llegando a la<br />

conclusión de su indudable interés para realizar en ella un sondeo<br />

estratigráfico de tal manera que. si diera resultado positivo,<br />

Núm 17 (1971) 265


2 MANUEL PEZLICER Y PILAR ACOSTA<br />

debería procederse a su excavación; por lo cual, obtenida la co-<br />

rrespondiente autorización, comenzamos un pequeño sondeo a<br />

la entrada, con una superficie de 1 m. por 1,50 m. En los trabajos<br />

del sondeo participaron un grupo de alumnos del Departamento<br />

de Prehistoria de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universi-<br />

dad de La Laguna, llevándose a cabo en calidad de prácticas de<br />

excavación. Escogimos precisamente para practicar el sondeo la<br />

zona de contacto entre el vestíbulo y el tubo propiamente dicho,<br />

por una serie de razones. Primeramente por las probabilidades<br />

de encontrar allí más potente relleno. En segundo lugar por pre-<br />

sentarse aparentemente unos niveles horizontales. Por otra par-<br />

te, por la razón de que los yacimientos en cueva suelen ser más<br />

fértiles en la entrada y en el vestíbulo que en las zonas más inte-<br />

riores. Más interesante hubiera sido realizar el sondeo más cerca<br />

de la peru los derrUbioc de bloTdes que la OkStrcv~n J --nos<br />

hubiera obligado a un gran trabajo previo de desescombramiento.<br />

Utilizamos para la excavación lámparas de butano y<br />

eléctricas. Toda la tierra del sondeo fue cribada con gran sacrificio<br />

por la fuerte humedad de los estratos.<br />

No podemos irieiios dz zqresar miestro agradecimiente u todos<br />

aquellos que nos han ayudado y que han demostrado un vivo<br />

interés por la arqueología canaria, especialmente al señor Navarro,<br />

quien, además de participar con pleno desinterés en las dos<br />

etapas de efectuación del sondeo, nos procuró el mapa topográfico<br />

de la zona a escala 1/25.000, a la vez que levantó la planta<br />

de la cueva. También nuestro agradecimiento a los alumnos del<br />

Departamento de Prehistoria, señorita Llaneza y señores González,<br />

Tejera, Pons, Socas, Trujillo y Padilla, que igualmente participaron<br />

en los trabajos de campo.<br />

1. Situación<br />

Lu cuevu de Barrmco )Imdo, del Barranco de la Arena L del<br />

Pino Esrengao, se halla situada en el llamado Barranco de la<br />

Arena, afluente del Barranco Hondo por su margen izquierda.<br />

Está situada a un kilómetro justo al W.-N.W. del pueblo de Ba-<br />

266 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-


ilf<br />

Cueva del Barranco de la Arena (Barranco Hondo. Tenerife)<br />

Bloques desprendidos $:2>;I; Arcilla arenosa .:. , a a. . ..<br />

Derru bios<br />

S -';o<br />

: Sondeo mtratigráfíco<br />

4<br />

F ig. 2


ESTRATIGRAFÍAS ARQUEOLÓGICAS CANARIAS 5<br />

rranco Hondo (fig. 1). Su acceso es sencillo, saliendo del pueblo<br />

por una vereda ascendente, de molesta subida, que prosigue ha-<br />

cia el N. y hacia el W., sipendo la curva de nivel 120. La vereda<br />

desciende hacia el fondo del barranco en la confluencia del Ba-<br />

rranco de la Arena con Barranco Hondo. Ascendiendo por el<br />

cauce de aquel barzanco, la cueva se abre a 300 metros de la des-<br />

embocadura, a la derecha, y a unos 5 metros de altura sobre el<br />

fondo del barranco. Su altura sobre el nivel del mar es de 670<br />

metros, distando de él en línea recta y hacia el S.E. tres kiló-<br />

metros.<br />

El pueblo tinerfeño de Barranco Hondo está situado a 7 kiló-<br />

metros al N.-N.E. de Candelaria, a cuyo partido pertenece.<br />

La cueva de Barranco de la Arena es un tubo volcánico que<br />

desciende en dirección E.-S.E. Su entrada, a causa de derrumba-<br />

miento de bloques basálticos, permaneció cerrada durante algu-<br />

nos cientos de años, hasta que las aguas practicaron una peque-<br />

ña abertura triangular de unos 70 centímetros de lado, por don-<br />

de puede penetrarse actualmente. El interior consta de dos par-<br />

tes principales: el vestíbulo y el tubo propiamente dicho (fig. 2).<br />

El vestíbulo, la parte más interesante arqueológicamente, tiene<br />

una forma irregularmente circular, con un diámetro de 12 metros<br />

por término medio. Hacia el N.E. prosiguen unas concavidades<br />

de difícil acceso. El derrumbamiento que obstruyó la entrada,<br />

a base de bloques basálticos de diferentes tamaños, pero de un<br />

diámetro medio de unos 50 cms., irrumpe hacia el interior con<br />

fuerte buzamiento hacia el N.W., hasta una profundidad de 4 me-<br />

tros y una distancia de 9 m. Indudablemente, debajo de este cú-<br />

mulo de derrubios por el punto de entrada debe hallarse la zona<br />

más interesante del yacimiento arqueológico. Al resto del vestíbu-<br />

lo, con una superficie de unos 50 metros cuadrados, no llegan<br />

estos derrumbamientos, presentándose la superficie del suelo<br />

casi horizontal, con sedimentos de arena arcillosa. La altura del<br />

vestíbulo es muy irregular, siendo por término medio de 4 me-<br />

tros. El tubo volcánico se dirige ascendente hacia su origen di-<br />

rectamente en una longitud de unos 77 m. practicables y en di-


6 XANUEL PELLICER Y PILAR AOOSTA<br />

rección W.-N.W. Su anchura, entre paredes casi paralelas, es de<br />

6 m. por término medio, distancia análoga a la altura entre el<br />

relleno del suelo y el techo del tubo. En el tramo de los 13 prime-<br />

ros metros del tubo, en la parte E., el suelo se presenta muy re-<br />

gular y con materiales sedimentarios. A partir de este primer<br />

tramo, y en una longitud de unos 52 m., el suelo del tubo está<br />

constituido por grandes bloques de basalto, desprendidos indu-<br />

dablemente de las paredes y del techo en un momento posterior<br />

a la formación del tubo, e incluso en un momento de habitación<br />

de la cueva.<br />

3. Hallazgos de superficie<br />

Uno de los motivos que nos indujo a practicar un sondeo<br />

en este yacimiento fue, aparte de su evidente relleno estratifi-<br />

cado, la presencia de restos arqueológicos en superficie, entre<br />

los que cabe destacar algunos fragmentos de cerámica a mano<br />

pertenecientes a grandes vasos de pasta tosca, con abundantes<br />

inclusiones, con formas de grandes cuencos de tendencia semi-<br />

esférica, con fuertes mamelones de sección oval junto al borde,<br />

de coloraciones negruzcas tanto en la superficie externa e inter-<br />

na como en el interior del barro, advirtiéndose un tratamiento<br />

de espatulación imperfecto e irregular, que en ocasiones llegan a<br />

formar una especie de ligeras acanaladuras con cierto aspecto<br />

decorativo (fig. 4, núm. 1). Uno de los fragmentos de superficie,<br />

localizado en el punto donde comienza el tubo propiamente di-<br />

cho, y a unos 10 m. de la entrada, debe pertenecer a un gran<br />

cuenco de unos 50 cms. de diámetro de boca.<br />

En superficie, tanto en los resquicios de las paredes de la<br />

roca volcánica como en el suelo e incluso en la parte media del<br />

tubo, entre los grandes bloques desprendidos, es frecuente la<br />

presencia de huesos de cabra, algunos de ellos con indicios de<br />

cremación. En diferentes puntos de la cueva, y en superficie es-<br />

pecialmente a partir de unos 25 m. de la entrada, son frecuentes<br />

los restos de hogares con abundantes carbones y fauna mayor<br />

quemada. Otro hallazgo de superficie está constituido por un<br />

fragmento de molino de tipo circular y muy plano, correspon-<br />

diente a la muela superior. Su naturaleza es de una roca volcá-<br />

270 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


nica extraordinariamente porosa y sus dimensiones serían apro-<br />

ximadamente de un diámetro de unos 30 cms.<br />

4. El sondeo<br />

Para cerciorarnos con evidencia del interés arqueológico del<br />

supuesto yacimiento, practicamos un sondeo, con resultados al-<br />

tamente positivos. Dicho sondeo se emplazó a 11 m. de la entra-<br />

da y en dirección W., N.W., precisamente en la línea que dividía<br />

el vestíbulo del tubo propiamente dicho y a 1 m. al N. de la pared<br />

Sur del tubo, estando orientado su eje mayor en dirección E.-W.<br />

La superficie del sondeo es de forma rectangular con unos ejes<br />

de 1,50 m. por 1 m., planta suficiente para poder trabajar cómo-<br />

damente un obrero.<br />

En la excavación se alcanzó una profundidad de 2 m., habién-<br />

dose atravesado cuatro estratos geológicos y arqueológicos dife-<br />

rentes (fig. 3).<br />

Estrato I.-Tiene una potencia de 0,40 m., presentándose to-<br />

talmente horizontal. Su naturaleza es de arcilla rojiza con gui-<br />

jarros basálticos de un diámetro medio de 0,05 m. Los materia-<br />

les aparecidos se reducen a cerámica, obsidiana, fauna y carbón<br />

vegetal.<br />

El conjunto cerárnico está formado por una docena de frag-<br />

mentos pertenecientes a cuatro vasos, todos ellos de la misma<br />

naturaleza, de pasta tosca, a mano, de cocción mediocre, a fuego<br />

oxidante, de coloración crema beige tanto en la superficie como<br />

en el interior del barro, de superficie irregular, con muestras<br />

de tosca espatulación, siendo sus formas las de cuencos de ten-<br />

dencia semiesférica, unos (fig. 4, núms. 1 y 3), y otro de ellos<br />

con borde fino saliente (fig. 4, núm. 2).<br />

De material lítico solamente apareció una lasca atípica de<br />

obsidiana de 2,s cms. (fig. 4, núm. 4).<br />

La fauna pertenece a cápridos, presentándose los huesos muy<br />

fragmentados. Es abundante el carbón vegetal, perteneciente a<br />

hogares que forman la base del estrato, o zona de contacto con<br />

el siguiente inferior (estrato 11) (fig. 3).<br />

Estrato II.-Tiene una potencia de 0,40 m., presentándose


10 MANUEL PELLICER Y PILAR ACOSTA<br />

igualmente horizontal. Su naturaleza es de arcilla negruzca, muy<br />

compacta, con abundante carbón vegetal. Los materiales encon-<br />

trados se reducen a fragmentos cerámicos, obsidiana, fauna y<br />

carbón vegetal abundante.<br />

El conjunto cerámico está formado por cuatro fragmentos<br />

de naturaleza análoga a los del nivel superior en cuanto a la<br />

pasta, conformación, cocción, coloración y tratamiento, perte-<br />

necientes a vasos de gran tamaño, redondeados, mientras que<br />

uno de los fragmentos tiene una forma de cuenco perahado de<br />

tendencia semiesférica, con borde grueso y de un diámetro de<br />

boca aproximado de unos 13 cms. (fig. 4, núm. 5).<br />

El material Iítico se compone solamente de una lasca de obsi-<br />

'diana atípica, aunque con cierto aspecto de raedera, de 2,5 cms,<br />

(fig. 4, núm. 6).<br />

La fauna pertenece en gran parte a ia especie Lacerta Sthe-<br />

lini Symoni, o Lacerta Symoni Symoni, existiendo, a su vez<br />

algún fragmento de hueso de fauna mayor, probablemente de<br />

cáprido. Muchos de estos huesos tienen resto de cremación. con<br />

indicio de desecho de alimentación.<br />

El carbón es todavía más abundante que en ei estrato supe-<br />

rior (I), algunos de cuyos fragmentos parecen ser de ceuphorbian.<br />

Estrato IiI.-Tiene una potencia de 0,10 a 0,15 m., siendo<br />

también horizontal y regular. Su naturaleza es de arena arcillosa,<br />

negruzca o clara según los puntos. Solamente apareció algo de<br />

carbón y restos de Lacerta Sthelini Symoni o Lacerta Symoni<br />

Symoni.<br />

Estrato ]V.-Tiene una potencia de 1 m. Está formado por<br />

grandes bloques basálticos de desprendimiento, de 0,50 m. por<br />

término medio. Estos bloques se encajan entre si eii un medio<br />

de arena y arcilla. En la parte inferior de lo escavado de este<br />

potente nivel, la arena es más abundante. En cuanto a materiales<br />

aprovechables arqueológicamente tenemos exclusivamente abun-<br />

dantes restos de Lacerta Sthelini Symoni o Lacerta Symoni Sy-<br />

moni y carbón vegetal; posibiemenie estos huesos de lagarto,<br />

mezclados con carbón de hogar, son restos de comida.<br />

Tanto en el estrato 111 como en este estrato IV está totalmen-<br />

te ausente la cerámica. Los 0,30 m. inferiores de este estrato IV<br />

274 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


ESTRATIGRAFÍAS ARQUEOIhGICAS CANARIAS 11<br />

son totalmente estériles, en cuanto a la fauna y el carbón. Los<br />

bloques prosiguen hacia abajo, pero ante la patente esterilidad<br />

arqueológica, el sondeo fue abandonado.<br />

111. PARTE CRITICA<br />

Se ha afirmado reiteradas veces que en el Archipiélago Cana-<br />

rio no existen yacimientos arqueológicos con estratigrafía ', lo<br />

cual no dejaba de ser un grave inconveniente para deducir cro-<br />

nologías relativas y para poder presentar un cuadro de estrati-<br />

grafías comparadas en función de las tipologías de los materiales<br />

y, por tanto, de la cronología; pero desde hace algunos años estos<br />

yacimientos con estratigrafías comienzan a aparecer en el Archi-<br />

piélago. El primer ejemplo lo tenemos en la cueva de Belmaco,<br />

en la isla de La Palma, con tres niveles claros, excavada por don<br />

Luis Diego Cuscoy y en vías de publicación 2. Según este investi-<br />

gador 3, a1 nivel superior de Belmaco corresponden cerámicas<br />

negruzcas, siendo las formas de los vasos eeneralmente de alta<br />

carena. En el nivel medio de dicha cueva las cerámicas son roji-<br />

zas con decoración de mamelones, correspondiendo a formas de<br />

carenas bajas decoradas con acanalados, algunos de los cuales se<br />

1 L. Diego Cuscóy, Paletnología de las Islas Canarzas. Santa Cruz de<br />

Tenerife, 1963, pág. 13.<br />

- Véase nota de L. Diego Cuscóy en la página 26 de la obra de Ilse<br />

Schwidetzky: La poblaczón prehzspánzca de las Islas Canarias. Santa Cruz<br />

de Tenerife, 1963, en la que textualmente dice. «La objeci6n que la<br />

autora hace a la falta de datos sobre la estratigrafía -objeción que<br />

también suelen hacer otros investigadores- tiene una respuesta muy<br />

sencilla: los yacimientos canarios no tienen estratigrafía. Los hallazgos<br />

son de superficie y por esta causa las deducciones cronológicas quedan<br />

muy limitadas.»<br />

- F. E. Zeuner: Summary of the cultural problems of the Canary<br />

Zslands, «Actas del V. Congr. Pan Afr de Preh. y Est. del Cuat.». Santa<br />

Cruz de Tenerife, 1966, 11, pág. 278.<br />

2 L. Diego Cuscóy: Paletnologia de las Islas Canarzas , pág. 46. Ilse<br />

Schwidetzky, op. cit., pág. 26.<br />

Agradecemos a nuestro amigo el señor Diego Cuscóy la informa-<br />

ción sobre la estratigrafía de la cueva de Belmaco, cuyo estudio espera-<br />

mos sea en breve publicado.<br />

Niim 17 (1971) 275


12 MANUEL PELLICER Y PILAR ACOSTA<br />

asemejan a los motivos de petroglifos allí existentes. En el es-<br />

trato inferior, según dicho investigador, las cerámicas son grisá-<br />

ceas y sin decoración, predominando las formas de fondo cóni-<br />

co. Tenemos, entonces, en este yacimiento de Belmaco una im-<br />

portante secuencia tipológica definida por la estratigrafía, se-<br />

cuencia tipológica que dará la primera pauta, en principio, para<br />

la clasificación cronológica relativa de las cerámicas de La Palma.<br />

El segundo yacimiento con estratigrafía, estudiado también<br />

por don Luis Diego Cuscoy, se sitúa al final del Barranco Aguas<br />

de Dios, en Tegueste (Tenerife), perteneciendo a una cueva se-<br />

pulcra1 con enterramientos superpuestos, y también en vías de<br />

publicación.<br />

En la isla del Hierro, después de la prospección que realiza-<br />

mos en junio de 1969 4, estamos convencidos de la existencia de<br />

importantes yacimientos con estratigrafía, cuya fertilidad ar-<br />

queológica nos la evidenciarán primeramente los sondeos que<br />

allí pensamos efectuar en yacimientos como la Cueva del Galle-<br />

go, cerca de Taibique, cueva de naturaleza volcánica y que se<br />

presenta como un pozo vertical de 10 m. de diámetro por 10 m.<br />

de profundidad. También cerca de Taibique, se sitúa la Cueva<br />

del Mocán o de Alcalán, formada por un gran túnel de medio<br />

cañón a donde se penetra por un pozo de unos 8 metros de diá-<br />

metro y 4 de profundidad. No dejan de tener interés, por el su-<br />

puesto relleno, los pozos de San Andrés, las cuevas de evidente<br />

habitación del Barranco de los Canales en el Júlan; la Cueva de<br />

los Números, cerca de las famosas inscripciones rupestres; el<br />

tubo volcánico denominado Cueva del Barranco de la Laja, en Tai-<br />

bique; la Cueva del Boquerón; el tubo volcánico de la Cueva de<br />

la Calcosa, en Restinga; la Cueva del Lajial, en Taibique; la Cue-<br />

va de la Herradura, en la Restinga, y tantas otras que pudjmos<br />

visitar, acompañados por el Sr. Machin y el Dr. Nieto. Por ra-<br />

zones de posible estratigrafía no dejan de ser importantes los<br />

concheros de la isla del Hierro, tanto el del Júlan como el de la<br />

4 Nuestro agradec~miento al Ilustrísimo señor Presidente del Cabildo<br />

de la Isla del Hierro, quien nos facilitó medios de comunicación para<br />

acercarnos a los yacimientos; de la misma manera, al señor Machín,<br />

quien nos acompañó, incansable, y nos informó sobre múltiples detalles<br />

en nuestra prospección.<br />

276 ANUARIO DE BSTUDIOS ATLANTICOS


ESTRATIGRAFIAS ARQUEOL~GICAS CANARIAS 13<br />

zona de Taibique, cortado por la carretera de la Restinga. De<br />

lo que se deduce que, a pesar de la formación de sedimentos<br />

arqueológicamente fértiles por razones geológicas, estas estrati-<br />

grafías, aunque raras, pueden localizarse en los diferentes puntos<br />

del Archipiélago, y serán precisamente ellas las que nos den la<br />

pauta donde basar nuestro estudio de sucesiones culturales. En<br />

Tenerife estas estratigrafías pueden darse preferentemente en<br />

tubos volcánicos abiertos en mayor número en la parte S.W. y<br />

N.W. de Santa Cruz y, muy especialmente, por la zona N.W. de<br />

la isla, al S. de Teno.<br />

La Cueva dei Barranco de la Arena o del Pino Esrengao debit<br />

ser habitada desde los primeros momentos en que el hombre<br />

puso pie en Tenerife hasta el momento del desprendimiento que<br />

ocasionó la obturación del tubo volcánico.<br />

En la estratigrafía aparecida en el sondeo se pueden observar<br />

dos partes: ia superior, compuesta por los estratos 1 y 11, con<br />

una potencia total de unos 0,90 m., con un proceso de formación<br />

sedimentaria de arcillas rojizas más o menos compactas y con<br />

guijarros relativamente recientes; esta primera parte de los es-<br />

tratos 1 y 11 está separada de la segunda parte (IV), de grandes blo-<br />

ques basálticos, por el estrado 111, de poca potencia y de natura-<br />

leza diferente, de tipo arenoso. Esta segunda parte se formó por<br />

efecto de los desprendimientos ocasionados por la descomposi-<br />

ción del tubo volcánico. Tal estrato IV, de desprendimientos,<br />

fue excavado solamente en 1 m. de profundidad, aunque induda-<br />

biemente su potencia es mayor.<br />

La cerámica sólo existe en los niveles 1 y 11, siempre de na-<br />

turaleza análoga, a fuego oxidante, coloración crema regular y<br />

con ligeras variaciones en cuanto a las formas, a través de las<br />

cuales, por la escasez de fragmentos, resulta imposible delimitar<br />

una evoiucion. Precisamente en ei débil estrato 111, de arena ar-<br />

cillosa, termina la cerámica, que no volverá a aparecer en los<br />

niveles inferiores. Este detalle no deja de tener el máximo inte-<br />

rés, porque nos indica, por primera vez, la posible existencia en<br />

Núm 17 (1971) 277


14 MANUEL PELLICER Y PILAR ACOSTA<br />

el Archipiélago Canario de unas culturas con un genero de vida,<br />

si no preneolítico, al menos de tipo neolítico precerámico.<br />

Los materiales líticos han sido francamente escasos en el son-<br />

deo, reduciéndose a lascas atípicas de obsidiana, correspondien-<br />

tes sucesivamente a los dos niveles superiores (1 y 11), lo cual no<br />

aporta ninguna novedad.<br />

Más interés, para el estudio del género de vida e incluso para<br />

la cronología relativa, nos lo ofrece-la fauna hallada. En el nivel<br />

superior encontramos casi en su totalidad fauna mayor muy frag-<br />

mentada y comida, perteneciente probablemente a cápridos, no<br />

habiendo sido hallados restos de Lacerta, como en los siguientes<br />

niveles inferiores (11, 111 y IV). En el nivel 11, la fauna pertenece<br />

en gran parte a Lacerta Sthelini Symoni o Lacerta Symoni Sy-<br />

moni 5, aunque en menor proporción están presentes restos muy<br />

S &-A-- A- S -e---- ---:Ll ---- &-<br />

2- -A-..:A- ,.#....-.A<br />

LL aglllt;llt.auu~ uc Laumi luay VI, ~U>IULCIIICIILC uc Lapl IUU LUILIU<br />

en el estrato superior (1). Este estrato 11, basándonos en la fauna,<br />

representaría el momento de transición de una economía depredatoria,<br />

propia de un género de vida paleolítico (estrato IV),<br />

a otra economía ganadera, propia de la neolitización (estrato 1).<br />

Exactamente, por falta de datos iriLidemus apiilltar<br />

una cronología al momento de formación de este estrato; por<br />

lo tanto, tampoco podemos asegurar el momento de la aparición<br />

de la domesticación de animales en Tenerife, si es que estos huesos<br />

pertenecen a znimales domésticos. Por otra parte, es muy<br />

probable que, dada la mayor proporción de huesos de Lacerta<br />

con respecto a los de fauna mayor, esta última pudo más bien,<br />

5 Agradecemos a nuestro amigo Doctor T. Bravo, Catedrático de Pe-<br />

trología de la Universidad de La Laguna, la información sobre la fauna<br />

de esta cueva que estudiamos. No obstante, a pesar de que el Profesor<br />

Bravo opina que en la isla de Tenerife los Lacerta Sthelini Symoni O<br />

Symoni Symoni desaparecieron en el Pleistoceno a consecuencia de lluvia<br />

de cenizas volcánicas, habiéndose conservado solo en la isla del Hierro<br />

y en algún otro punto del Archipiélago, la estratigrafía de la cueva del<br />

Barranco de la Arena parece probar que la desaparición de esta especie<br />

de lagarto no sucedió en el Pleistoceno, sino en el Holoceno, conviviendo<br />

y siendo el alimento animal casi exclusivo del hombre de Tenerife hasta<br />

la introducción de la técnica de la cerámica, hasta la neolitización, que<br />

pudo tener lugar a fines del 11 milenio a. C. (por poner una fecha),<br />

momento en que todavía existía en la isla esta especie de lagarto.<br />

278 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


en el estrato II no ser doméstica sino salvaje y objeto de caza.<br />

Hay que tener presente que parte de esta fauna ha sido hallada<br />

con restos de hogares y de carbón vegetal.<br />

El estrato 111, que representa la transición geológica del nivel<br />

de desprendimientos (IV) a los niveles de sedimentos arcillosos<br />

(1, 11) nos interesa arqueológicamente por la presencia de Lacer-<br />

fa como fauna exclusiva, y con indicios de desperdicios de co-<br />

mida.<br />

El estrado IV, de igual manera que el 111, contiene los Lacer-<br />

fa, también con indicios de desperdicios de comida y mezclados<br />

cón carbón de hogares, como fauna exclusiva. Es extraordinario<br />

el interés que este detalle puede presentar, ya que durante el<br />

proceso geológico de los desprendimientos de los bloques basál-<br />

ticos, en el tubo volcánico de la Cueva de la Arena habitó el hom-<br />

bre, que probablemente no se alimentaba de fauna mayor, ni<br />

cazada ni doméstica, sino exclusivamente, al parecer, de esta<br />

especie de lagartos, Lacerta Sthelini Symoni o Lacerta Symoni<br />

Symoni, desaparecidos en la isla de Tenerife en un momento en<br />

que ya existía la cerámica, probablemente bastante reciente.<br />

Esperamos que el día en que ya dispongamos de varias se-<br />

cuencias estratigráficas de más amplitud en diferentes puntos<br />

de Tenerife y del resto de las islas del Archipiélago, podremos<br />

determinar con más seguridad los orígenes, las penetraciones,<br />

las relaciones y las cronologías de las diversas cuIturas canarias<br />

prehispánicas.<br />

6 Véase nota 5.<br />

Núm 17 (1971)


EL ARTE RUPESTRE CANARIO<br />

Y LAS RELACIONES ATLANTIDAS<br />

POR<br />

ANTONIO BELTaAN<br />

El estudio del arte rupestre canario está aún en la fase analí-<br />

tica firecueiiies<br />

los desculoi


2 ANTONIO BELTRAN<br />

Tipológicamente, el arte rupestre canario podría sintetizarse<br />

de la forma siguiente:<br />

1. Figuras humanas, esquemáticas, exclusivas de la isla de<br />

Gran Canaria, con la extensa serie grabada del Barranco de los<br />

Balos 2, la figura aislada de la cueva del Moro, en Agaete, y las<br />

pintadas y acusadamente esquematizadas de la Majada Alta.<br />

11. Figuras animales, concretamente caballos, montados, pos-<br />

teriores al siglo XIII, en el barranco de los Balos.<br />

111. Figuras geométricas del tipo de la espiral, laberinto,<br />

círculos o semicírculos concéntricos, meandros, zarcillos, serpen-<br />

ttformes, rosetas y análogos, en Zonzamas (Lanzarote) y la Isla<br />

de La Palma (Belmaco, Tigalate Hondo, Roque de Teneguía, in-<br />

numerables yacimientos de la zona de Santo Domingo de Gara-<br />

fía y Las Iriciasj.<br />

IV. Círculos, óvalos y fzguras semejantes, simples o con<br />

diámetros cruzados, abundantes en el Júlan (Hierro) y existen-<br />

tes en Lanzarote, La Palma y Balos (Gran Canaria).<br />

V. Pinturas geométricas decorativas, en varios colores, de<br />

ia Cueva Pintada, de Gáidar (Gran Canaria), algunas descubier-<br />

tas en 1970.<br />

VI. Inscripciones alfabéticas grabadas en el Júlan, La Cale-<br />

ta, Tejeleita y La Candia (Hierro), Tajodeque (La Palma), Ba-<br />

rranco de los Balos y Barranco de Silva (Gran Canaria).<br />

Hay que señalar, de antemano, que sólo los signos muy sim-<br />

ples y elementales coinciden en las islas citadas, siendo peculia-<br />

res de cada una de ellas cuando se especializan o complican.<br />

También que, hasta ahora, no han aparecido grabados en Fuerte-<br />

ventura, lenerife (desechada la supuesta piedra de Anagaj ni<br />

en la Gomera.<br />

De la isla de La Palma se habían valorado sólo Belmaco, Tiga-<br />

late Hondo y una pequeña parte de los grabados de ia Fuente<br />

2 Antonio Beltrán, Ensayo tipológzco de ordenación de las figuras<br />

humanas grabadas en el Barranco de los Balos (Isla de Gran Canaria,<br />

España), en prensa en el núm. de aEthnosn dedicado al prof. Manuel<br />

Heleno.<br />

282 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL ARTE RUPESTRE CANARIO 3<br />

de la Zarza, y las conclusiones avanzadas, sin demasiadas prue-<br />

bas, eran las siguientes:<br />

a) El Júlan sería neolítico y lo mismo habría que decir de<br />

los inéditos grabados de Lanzarote y de los parecidos de Balos<br />

((Gran Canaria).<br />

b) Las estaciones de La Palma serían de la Edad del Bronce<br />

y datables entre el -1800 y el -1500, debiéndose aplicar este<br />

criterio al petroglifo grande de Zonzamas.<br />

c) Finalmente las inscripciones alfabéticas se fecharían en-<br />

tre el siglo 111 a. de J.C. y el 1 o 11 de la Era, época en que las<br />

Canarias eran ya conocidas por los romanos.<br />

Realmente estas conclusiones no se apoyaban en ninguna<br />

base concreta ya que no se diferenciaban los grabados de las di-<br />

versas idas ni existían estratigrai'ías que pudiesen confirmar las<br />

hipótesis; de aquí que las opiniones de los autores más pruden-<br />

tes se limiten a exponer razonables dudas sobre el origen y cro-<br />

nología de los grabados 3. Cierto que venían a coincidir en las<br />

referencias hechas a figuras análogas de Galicia, Bretaña, Esco-<br />

.tia e iriancia, admitiendo un ciclo mediterráneo que empalmaría<br />

con el norte de Africa.<br />

El elemento atlántico como origen y base de los petroglifos<br />

canarios fue valorado por Elías Serra Ráfols, Martínez Santa<br />

Olalla y L. Pericot, a pesar de que sólo conocían, al escribir, una<br />

pequeña parte del impresionante conjunto de la isla de La Pal-<br />

ma; se apoyaban en las semejanzas formales evidentes de Belma-<br />

3 L. Diego Cuscoy, Paletnología de las Islas Canarias, Santa Cruz de<br />

Tenerife, 1963, págs. 45-48. M. Tarradell, Los drversos horrzontes de la<br />

Pr~hictoria canaria, «Anuario de Estudios Atlánticosn, 15, 1969, pág. 385.<br />

M. Almagro, El arte rupestre del Afma del Norte en relaczón con la<br />

rama norteafrtcana de Cromagnon, íbidem, pág 123. S. Jiménez Sánchez,<br />

La prehistoria de Gran Canarta, «Revista de Historia)), 70, 1945.-Pérez de<br />

Barradas, Estado actual de las investigaciones prehzstórzcas sobre Ca-<br />

nanas, Las Palmas, 1939, haría llegar los grabados del Noroeste africano<br />

entre la mtad de! 11 milenario y los pnmerns sIg!n de! II; sus argu-<br />

mentos, dado que su síntesis era la más completa, sirvieron para que la<br />

tesis afncana ganase adeptos y nada habría que objetar a ella si nos<br />

referimos a los grabados de Gran Canaria y del Hierro, pero pierden<br />

mucho valor si se aplican a la totalidad de las islas y petroglifos.<br />

Núm 17 (1971) 283


co y Fuente de la Zarza, con modelos gallegos, bretones, irlandeses<br />

y escoceses y en un fondo cultural forzosamente común a<br />

todos ellos 4; cierto que ninguno de los tres dejó de tener en<br />

cuenta las influencias mediterráneas y africanas, enumerando<br />

minuciosamente los rasgos culturales coincidentes en las distintas<br />

áreas. Evidentemente las comparaciones de elementos aislados<br />

pueden inducir a error o bien obligar a líneas de difusión de<br />

una complejidad infinita, pero las indudables semejanzas de la<br />

Fuente de la Zarza con Gavrinis New Grange o Lough Crew permitieron<br />

escribir a Pericot algo que es muy difícil negar: «los<br />

petroglifos canarios constituyen un documento de valor inestimable<br />

para probar los repetidos contactos con las culturas prehistóricas<br />

continentales y nos ofrecen, por lo menos, tres capas,<br />

una moderna ya entrando en la Historia, alfabetiforme, y dos<br />

,-+- i,...,, ,. ..-Ar. , -,,A#. rin~+amnnrAnanr mor,, ",.O m;o,.a<br />

u L c L l u 1 c s y aclasu L U ~ J u ALIGLIUJ LVLILLLII~VL~LLL~J, ~ L I W yu- ~ 111~11-<br />

tras una mira hacia el Mediterráneo y el Levante español, la otra<br />

se orienta hacia las costas atlánticas europeas. Ninguna de ellas<br />

parece poder ser anterior al segundo milenio a. C.D.<br />

El cómo y cuándo de estas relaciones no tiene, por ahora, so-<br />

I..-:A- -..--:--. xrr-l$,l :,+,+A -1 nr:na, , rra+- A;,-~,.+~<br />

IULLUII 111 cuxa, YV ULLGI ILLLGLILU u u a & a I LA VL + ~ L L GLL bl&La, UII =&La-<br />

mente, aunque sólo manejó los grabados de el Júlan y Balos5;<br />

Mac White, apoyándose en los petroglifos de La Palma, supone<br />

ala posibilidad de que la espiral de Europa Occidental, en vez de<br />

venir del Egeo, con escala en Malta, sea de origen egipcio predi-<br />

nástico y se diseminase por el Norte de Africa y de allí a las Ca-<br />

narias, desde donde llegaría a la provincia atlántica europea» 6,<br />

4 Avelina Mata y E. Serra Ráfols, Los nuevos grabados rupestres de<br />

la isla de La Palma, ((Revista de Historian, VII, 1940-41, pág. 352. Ber-<br />

nardo Sáez Martín, Los trabajos del Semznario de Historia Primztiva<br />

del Hombre, en Canarias, en 1948, «Cuadernos del Seminario de Historia<br />

Primitiva del Hombre,, 111, Madnd, 1948. L. Pericot, Algunos nuevos<br />

aspectos de los problemas de la Prehzstorza canaria, «Anuario de Estu-<br />

dios Atlánticos», 1, 1955, págs. 579 y sigs.<br />

5 D J Wolfel, Leonardo Torrianz: Die Kanarischen Znseln und ihre<br />

Urbewohner, Leipzig, 1940; y referencias a comparaciones de los almo-<br />

garenes de Cuatro Puertas y Roque Bentaiga con los altares cretenses<br />

en Jiménez Sánchez, Exponentes megalítzcos cultuales de los aborígenes<br />

cananos, aActas del V Congreso Panafricano», 11, 1966, pág. 156.<br />

6 Eoin Mac White, Estudios sobre las relaczones atlánticas de la<br />

284 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Son muchas las semejanzas que existen entre temas del Noroes-<br />

te africano y los grupos de grabados de las diversas islas Cana-<br />

rias, y la proximidad de las costas de Río de Oro y del 4rchipié-<br />

lago no deja de influir en cualquier hipótesis que se emita. Por<br />

otra parte no cabe duda de que las comparaciones tipológicas<br />

nos llevan con más facilidad a Galicia, zonas alpinas de la Val<br />

Camonica y Carschenna, en Italia y Suiza, respectivamente, y a<br />

Irlanda y Escocia, en la forma que veremos.<br />

En cambio resulta difícil incluir las Canarias en la línea de<br />

la gran difusión de la espiral o motivos análogos que llega<br />

hasta Oceanía, el Sudeste de Asia y toda América '.<br />

Antes de pasar adelante vale la pena hacer una síntesis de los<br />

grabados de la isla de La Palma, aún inéditos, que pueden apor-<br />

tar una suma importante de informaciones en relación con el<br />

arte rupestre de otras áreas europeas y africanas. Se hallan es-<br />

tos grabados o bien en piedras verticales a los dos lados de los<br />

«cabocos» en cuyo fondo se asocian fuentes y cuevas o abrigos,<br />

todos ellos con restos de habitación a juzgar por las cerámicas<br />

en ellas encontradas, o también en piedras pequeñas, más o me-<br />

nos horizontales, en «topos» o lomos montañosos y una eviden-<br />

te proximidad al mar. En el primer grupo de grabados es evi-<br />

'dente la asociación de temas de meandros, serpentiformes o lazos<br />

con otros de espirales, laberintos o círculos y semicírculos para-<br />

lelos; en el segundo predominan estos últimos signos. En oca-<br />

siones las formas se complican y llegan a adoptar el aspecto de<br />

laberintos intestinales semejantes a los babilónicos, y en casi<br />

Península hispánica en la Edad del Bronce, Madrid, 1951, pág. 24; se<br />

apoya en Vaufrey, L'art rupestre nord-africain, 1939, y en un trabajo de<br />

Martínez Santa-Ulalla, del Museo Canario, 1947, que no llegó a pu-<br />

'blicarse.<br />

7 Entre la extensa bibliografía sobre el tema: Karl Kerenyi, Labyrznth<br />

Studien, 1." ed., Amsterdam-Leipzig, 1941, 2.., Leyden, 1950. Oswaldo<br />

F. A. Menghin, Estrlos de arte rupestre de Patagonia, «Acta Prehistóri-<br />

ca», 1, Buenos Aires, 1957, p 121, y Labyrznthe, Vulvenbilder und Frgu-<br />

renrapporte in der Alten und Neuen Welt. Beitrage zur Znterpretation<br />

Prahistorischer Felsgraphik, ~Beitrage zur Alten Geschichte und deren<br />

Nachleben. Feschrift fur Frarz Altheim zum 6 10.1968», 1, Berlín, 1969,<br />

página 1; Menghin aceptaría una ruta de Europa a Indonesia y Ocea-<br />

nía. Cfs. más bibliografía en nuestro Balos cit., págs. 139 y sigs.<br />

Num 17 (1971) 285


todas las estaciones hay algún signo excepcional que rompe con<br />

la regularidad, casi monotonía, en la repetición de los ya citados.<br />

En un estudio que preparamos sobre los petroglifos de La Palma<br />

se precisará más acerca de estos conceptos, pero parece induda-<br />

ble que los signos están en relación con las fuentes y corrientes<br />

de agua, casi siempre en su nacimiento, pero también siguiendo.<br />

su curso desde una orilla del barranco o cerca de las «degolla-<br />

das» de su desembocadura sobre los acantilados. De su orienta-<br />

ción y forma puede deducirse que muchos de los signos de forma<br />

redondeada tienen relación con el sol sin que se excluya la rela-<br />

ción con el mar, bien patente en el Roque Teneguía o en el grupo.<br />

del Cementerio de Santo Domingo. La repetición de estos hechos<br />

es tan evidente que los propios cabreros y recolectores de lapas<br />

de la zona de Garafía lo han advertido. Ya nos parece más com-<br />

plicado entrar, por el momento, en las posibles relaciones con<br />

ritos de adivinación y oráculos o bien en la supuesta representa-<br />

ción del descenso a los infiernos y del posterior regreso desde<br />

ellos, ligada con danzas y otros ritos, es decir la idea de la repre-<br />

sentación de la muerte y resurrección, propia de las culturas<br />

agrícolas, como quiere Kerenyi.<br />

Las semejanzas con ejemplos del mundo atlántico, europeo,<br />

o africano, son verdaderamente asombrosas, llegando a la casi<br />

identidad, si bien en Canarias hay siempre un elemento diferen-<br />

cial que debe ser atribuido a una larga evolución en un ambiente<br />

cerrado. Veamos, por ejemplo, los círculos concéntricos con línea<br />

radial de Mevagh (Donegal) o Youghal (Cork), o el tipo de labe-<br />

rinto cerrado de Hollywood (Wicklow), o los círculos o semicírcu-<br />

los enlazados de Seskilgreen o New Grange, o las espirales enla-<br />

zadas (del tipo de los occhiale de Val Camonica) de la última<br />

localidad citada; y en forma más simple los círculos concéntri-<br />

cos con radio cruzando todas las líneas o partiendo de la más<br />

exterior que se encuentran en Escocia (Auchnabreach), Suecia<br />

(Skalv y Backa)<br />

8 E. MacWhite, A new vzew on the zrzsh bronze-age rock scrzbings,<br />

Dublín, 1946. Sean O'Riordain, Antiguities of the Irzsh Countrystde, 3.a ed.<br />

Londres. 1956, pág. 56 V. Gordon Childe, The prehistory of Scotland,<br />

Londres, 1935.<br />

286 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL ARTE RUPESTRE CANARIO 7<br />

Los paralelos con Galicia son, igualmente, evidentes; aparte<br />

del laberinto cerrado de Mogor, los círculos concéntricos con ra-<br />

dios de Villar de Matos, Figueirido o Salcedo, el laberinto con<br />

radio y la agrupación de concéntricos de Lombo da Costa repiten<br />

tipos idénticos a los irlandeses o los palmeros 9. Sobrino Lorenzo<br />

Ruza mantiene la independencia de los petroglifos gallego-atlán-<br />

ticos y los considera núcleo original de los de Irlanda, Escocia,<br />

Norte de Inglaterra y Escandinavia e, incluso, en cierto modo,<br />

de los signos megalíticos de Boyne (Irlanda) y de Morbihan<br />

(Bretaña); pero en último término los petroglifos gallego-atlán-<br />

ticos procederían del área mediterránea. Los de Canarias, Gran<br />

Atlas, Sahara occidental y Argelia mostrarían fuertes afinidades<br />

con los gallegos y se extenderían hacia el sur, como demuestra<br />

el descubierto en Tchitundo-Hulo (Angola).<br />

Aunque más localizadas, las semejanzas de ios petrogiifos pai-<br />

meros y de las estelas de la Valtelina son también evidentes; los<br />

círculos con prolongaciones, las espirales enlazadas y otros ele-<br />

mentos de las piedras de Caven, Valgella, Ossino, Borno y Sonico<br />

que Anati sitúa entre el 2200 y el 1000, encuentran estrechos pa-<br />

ralelos en petroglifos de Belmaco y la Fuente de ia Zarza '" y<br />

también los círculos de Carschenna en Suiza". Hay que tener<br />

en cuenta, además, la espiral del oinochoe de Tagliatella, del<br />

siglo VI1 a. de J.C. y la presencia de un núcleo independiente<br />

de espirales en Malta, cuyo origen en el Mediterráneo oriental<br />

parece indiscutible.<br />

Los paralelos en la región de Marrakech (Ukaimedem) y el<br />

Sahara se combinan con la ascendencia, indudablemente de di-<br />

chas comarcas, de las cerámicas de La Palma, únicas de todo el<br />

archipiélago que tienen esta filiación O.<br />

9 R. Sobnno Buhigas, Corpus Petroglyphorum Gallaeczae, Santia-<br />

go, 1935. R. Sobrino Lorenzo Ruza, Los motivos de laberzntos y su in-<br />

fluencza en los petroglifos gallego-atlánticos, «Revista de Guimaresn, 1963,<br />

y Ensayo de datación de los laberintos grabados europeos de tzpo de<br />

Tagliatella, íbidem, 1956. Emm. Anati, Arte rupestre nelle regzoni occt-<br />

deniaii áeiia Penzsüiu íiiei-ica, Vaicaiiiünica, 1768.<br />

10 E. Anati, Arte prezstorzca m Valtellzna, 1968.<br />

11 Christian Zindel, Felszezchnungen auf Carschenna. Gmeinde Szls<br />

zm Domschleg, «Ur Schweiz)), XXXII, 1, 1968.<br />

12 R. Vaufrey, L'cige des spzrales de I'art rupestre nord-africam, ~Bul-<br />

Nktn 17 (1971) 287


Independientemente de los paralelos aislados, el mayor inte-<br />

rés está en la agrupación de signos diversos como encontramos<br />

en Belmaco, en la Fuente de la Zarza, en la Zarcita y otras esta-<br />

ciones de La Palma, y en la piedra dolménica de Gavr'inis, donde<br />

aparecen paralelas ultrasemicirculares o curvas, con meandros;<br />

en la estela de Pola de Allande (Asturias) en el Museo de Oviedo,<br />

con la misma asociación; o en las tres estelas del Museo de Ra-<br />

bat y procedentes de la región, donde nuevamente se unen mean-<br />

dros y signos curvos paralelos, aunque se añada aquí una repre-<br />

sentación humana. En Talat N'Iisk, en la región del Gran Atlas,<br />

hay grabados sobre losas de piedra formados por una circunfe-<br />

rencia que encierra signos más o menos semicirculares de varias<br />

líneas paralelas en la parte marginal del círculo y líneas ondula-<br />

das en el centro, mientras que en Aougdal N'ouagouns el interior<br />

queda sustituido por iaberíntos intestinales muy compiicados;<br />

es de advertir que, en ambos casos, de la circunferencia salen<br />

pequeñas rayas que podrían representar los rayos solares 13.<br />

En conclusión podemos decir que los tres problemas apasio-<br />

nantes del arte rupestre canario quedan en pie: el origen, la cro-<br />

nología y la significación, y que, como máximo, podemos aven-<br />

turar una serie de hipótesis de trabajo que dependerán, en todo<br />

caso, de la solución que se halle para el del poblamiento del<br />

Archipiélago. Aún hemos de añadir que no es válida para Cana-<br />

rias la terminología prehistórica europea o africana, y que si<br />

letin de la Soc. Preh. Francaise», 33, 1936, pág. 624. Jean Malhomme,<br />

Corpus des gravures rupestres du Grand Atlas, Rabat, 1, 1959, y 11, 1961.<br />

R. Pyto y J. C. Musso, Corpus des pezntures et gravures rupestres de<br />

Grande Kabyhe, París, 1969 Es importante señalar que los motivos de<br />

!m gr&mdm rqxctrcs de Lz ?l!ml se repten en !z demrzc16~ de 12<br />

característica cerámica; por desgracia, los ejemplares que conocemos<br />

del Museo de la Sociedad Cosmológica de Santa Cruz de La Palma, de<br />

colecciones particulares de la isla o el ejemplar del Museo Arqueológico<br />

Nacional, carecen de referencias concretas.<br />

l3 La piedra de Gavr'ínis en Coffey, New Grande and other inscribel<br />

txwtdi zrz Ire!nrzA y reprc.iiicc:Sn en Pericet: Prohtstnr~o n ~ prz?r?itiqvi>p.<br />

d<br />

art, Londres, 1969, pág 106; la de Pola de Allande en M. Berenguer, Arte<br />

en Asturias, Oviedo, 1969, fig. 48, y Malhomme, loc. cit., 1, 171, 329 y 330.<br />

Las estelas de Rabat, inéditas, nos han sido comunicadas por el profesor<br />

Souville<br />

288 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL ARTE RUPESTRE CANARIO 9<br />

hablamos de Neolítico o Edad del Bronce queremos referirnos<br />

al ambiente cultural de dichas etapas en los continentes, sin prejuzgar<br />

la cronología absoluta. No obstante ello, hemos podido<br />

observar en La Palma que no hay signos de cristianización de<br />

los grabados, lo cual quiere decir que en el tiempo de la colonización<br />

española ya no cumplían los grabados una finalidad religiosa<br />

e incluso que ya habrían olvidado los aborígenes su signif<br />

icación.<br />

Las figuras humanas, que se dan exclusivamente en Balos,<br />

(Gran Canaria), se presentan con un grado de estilización o esquematización<br />

que obedecería a una dinámica local e incluso a variaciones<br />

culturales que las llevarían hasta simples esquemas y<br />

signos cruciformes. Es imposible separar por épocas los diversos<br />

tipos hmanos, e inc!Usu pensamos ye !a mclyor parte de<br />

ellos pueden ser sincrónicos. Los más naturalistas, de grandes<br />

manos y pies, podrían situarse partiendo de fines del Bronce<br />

europeo; tal vez los de cuerpo rectangular y largo falo podrían<br />

encontrar paralelos en representaciones de la Edad del Hierro,<br />

pero fiada se opunz a q ~ piedan e a!cafizar !a í$uca de !a conquista.<br />

En las láminas 1 a V puede advertirse una ordenación<br />

tipológica que podría responder a un intento de seriación cronológica<br />

en la que los números 88 a 90 son modernos. La Majada<br />

Alta y la Cueva del Moro de Agaete habrían de someterse a la<br />

misma ordenación.<br />

Los caballos son posteriores a la llegada de los europeos a<br />

las islas.<br />

Las figuras espirales y semejantes de Zonzamas y La Palma<br />

reflejan un ambiente correspondiente a la Edad del Bronce con-<br />

+:,,,+..1 T ,- ^^-:---&^^ ^^--1-:-^ ---- l-3-1---- l7 &, A, 1,<br />

LmmILal. ~ u LUIIJUIILU~ a<br />

LUIII~ICJU> LU~IIU DGIIIICLLU, TUCIILC UG la<br />

Zarza, Zarcita, los Guanches, don Pedro y Buracas con asocia-<br />

ciones de meandros y de formas circulares arrastran los de sig-<br />

nos aislados (aunque sean numerosos en cada estación) como<br />

Tigalate Hondo, Teneguía, El Sauce, Santo Domingo, barrancos<br />

de CrUz Fasien, La TL;uz, ficrlie de Calafuiel Cueva del Agua, E:<br />

Palmar, Don Pedro, Juan Adalid, el Riachuelo y El Corchete.<br />

Su difusión es evidentemente atlántica, bien sea directamente<br />

desde el oeste de Europa o a través del noroeste de Africa y con<br />

lejanas vinculaciones con el Mediterráneo. Una tipología de es-


Lámina 1 ~(Balos)


Lámina 11 (Balos)


Lámina 111 (BaIos)


Lámina IV (Balos)


Lámina VI (Belmaco)


Lámina VI1 (La Zarza)


Lámina VI11 (La Zarza)


tos signos aparecerá en nuestra obra en preparación, pero ade-<br />

lantamos algunos en las láminas VI a VIII.<br />

Los círculos y óvalos del tipo del Hierro y los inéditos de<br />

Lanzarote, aparte de los existentes en Gran Canaria y La Palma,<br />

son difíciles de datar por su gran simplicidad y pueden ser de<br />

diferentes épocas y responder, incluso, a un fenómeno de con-<br />

vergencia. El hacerlos neolíticos por su aparente primitivisms<br />

no tiene justificación:<br />

Las pinturas de la Cueva Pintada (Gáldar) están aún por es-<br />

tudiar independientemente de los ajuares encontrados, y su as-<br />

pecto reflejan un ambiente parecido a la Europa mediterránea<br />

de hacia el 2000.<br />

Finalmente los signos ttfinagh no deben ser anteriores al si-<br />

glo 111 a. de J.C. y muchos deben datarse en épocas muy recien-<br />

tes; proceden, indudablemente, de ia zona sahariana.<br />

Podría pensarse que todos estos grabados, a excepción de los<br />

escritos, tienen un carácter religioso, relacionados con las divi-<br />

nidades de las fuentes y del agua y con el sol, quizá adorado en<br />

zonas abiertas sobre ei mar o en lo mas profundo dei arranque<br />

de los ucabocos~ en la isla de La Palma 14.<br />

14 Cfs. nuestro Balos cit , págs. 154155.<br />

306 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA «INSCRIPCION» FENICIO - CANANEA<br />

DE PARAIBA (BRASIL)<br />

(La polémica Gordon/Friedrich-Cross)<br />

ESTADO DE LA CUESTION<br />

POR<br />

FEDERICO PEREZ CASTRO<br />

Cuando las ((naves de TarJig» aparecen en el texto hebreo de1<br />

Antiguo Testamento solemos hacer ante nuestros alumnos univer-<br />

sitarios la aclaración de que esta expresión hebrea v1w-m nilm re-<br />

presenta iinguísiicameiiií: uíi feiitiiieiio ririá!~go a! de iiiirst:~ edje-<br />

tivo sustantivado ((10s trasatlánticos)). En ambos casos se trata de<br />

naves de gran calado, capaces de realizar navegación de altura, lla-<br />

madas siempre asi, con esas concretas referencias geográficas en<br />

sus nombres, aunque sus derrotas las lleven a otros puertos y por<br />

otros mares. De tal modo que la traducción más gráfica, práctica y<br />

expresiva del verdadero sentido de las (('Oniyyot TarSih seria ((tras-<br />

atlánticos)) i Quién nos habría de decir que hoy, como este Simpo-<br />

sio nos demuestra, se mantendría la posibilidad de que aquellas ma-<br />

ves de TarSib de la antiguedad fuesen verdaderos trasatlánticos y<br />

no sóio en sentido figurado 1<br />

Efectivamente, son muchas las razones de todo tipo que se dan<br />

en favor de la existencia de navegaciones trasatlánticas que llevasen<br />

a América la cultura mediterránea en la Edad Antigua, y los partici-<br />

pantes en este Simposio las conocen mucho mejor que yo ... Por ello,<br />

a mi sóio me toca informar sobre una pieza muy dekitida, pero de<br />

singular significación en este tema, pieza que está más próxima a mi<br />

campo de trabajo: el texto fenicio, o cananeo, o fenicio-cananeo de<br />

Paraiba (Brasil) ; un texto del que se habló mucho en el Último cuar-<br />

Núm 17 (1971) 30P


2 FEDERICO PEREZ CASTRO<br />

to del pasado siglo, pero que ahora, en los dos últimos años, y des-<br />

pués de haber transcurrido casi cien relegado al olvido, ha vuelto<br />

a ponerse sobre el tapete por virtud de los trabajos de Cyrus H. Gor-<br />

don y de los que contra él se han alzado en viva polémica. Se trata,<br />

como veremos, de un asunto muy discutido y ante el cual, quienes<br />

de él han tratado se han dividido en dos campos rotundamente an-<br />

tagónicos En uno de ellos se considera el texto de Paraíba como un<br />

fraude escandaloso, llevado a cabo en 1872 por un falsario desco-<br />

nocido, en el otro, se mantiene que el texto en cuestión es auténtico<br />

y constituye una decisiva pieza probatoria de la llegada de navegan-<br />

tes semitas a América del Sur en el siglo VI a. C. Ambos bandos<br />

esgrimen razones de peso dignas de tenerse en cuenta, unas más<br />

poderosas y otras menos; pero, en cualquier caso, la balanza sólo<br />

habrá de inclinarse hacia el lado en cuyo platillo pueda echarse el ma-<br />

yor peso de otro tipo de pruebas concurrentes, tomadas de los va-<br />

riados campos de la problemática planteada a este Simposio. Cúm-<br />

plenos, pues, informar objetivamente de cuál es el estado de esta<br />

batallona cuestión, destacando y valorando los principales argumen-<br />

tos contrapuestos.<br />

Parece obligado comenzar haciendo historia del asunto porque,<br />

lcomo veremos, los detalles de ella justifican el carácter problemático<br />

de algunos aspectos de la cuestión.<br />

Ya las comillas entre las que va encerrada la palabra ((inscripción»<br />

en el título de esta comunicación aluden al hecho que está en<br />

la base del problema. la ((inscripción» propiamente dicha de Paraiba<br />

no la ha visto ni la ha tenido nunca en sus manos ningún informante<br />

conoci~o. "- .-- - - - 1.- --d.>-<br />

larrlpvco ria ~UUUCJ ser determiíiadu el Iügar prc-<br />

ciso de su procedencia. Toda la polémica gira en torno de dos copias<br />

manuscritas hechas, según se dijo, del original, también manuscrito,<br />

de una copia que un desconocido tomó de una inscripción que<br />

nadie pudo ver<br />

Ac~rnpafian~~ a una caria fechada eii 11 sept. de 1872, y firíri&i<br />

con el nombre de Antonio Alves da Costa, recibe Cándido José de<br />

Araujo Viana, Marqués de Sapucaí, presidente del Instituto Histórico<br />

e Geográfico Brasileiro, una copia a mano, en caracteres fenicios, de<br />

308 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA tINSCRIPCI6N» FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 3<br />

una inscripción que se dice haber sido descubierta en Pouso Alto,<br />

en zona próxima al río Paraíba. El Marqués de Sapucaí hace entrega<br />

de la copia al Instituto Histórico por él presidido y éste la encom~enda<br />

a uno de sus miembros, el Dr. Ladislau de Souza Mello<br />

Netto, para su estudio e informe. El Sr. Netto, Director del Museu<br />

Nacional de =o de Janeiro, tras adquirir los conocimientos del fenicio,<br />

de los que antes carecía, necesarios para llevar a cabo el encargo<br />

recibido, informa al Instituto Histórico en una comunicaciórr<br />

cuyo extracto se publica en la ((Revista do Instituto Histórico, Geographico<br />

e Ethnographico de Brasil)), 36 (1873), 615 s. Un poco más<br />

tarde publica copia de la inscripción en la revista ilustrada de Rio de<br />

Janeiro O Novo Mundo, de 23 de abril de 1874. Pero Renan, a quien<br />

el emperador del Brasil, Dom Pedro 11, bien conocido por sus aficienes<br />

semit-sticas, se ha!$2 &rigidG pi&endG Gpinión sehre .su=to,<br />

había afirmado, en carta fechada en Sevres, 6 de sept. de 1873,<br />

que el tal texto no era inás que una impostura Tan rotunda respuesta<br />

causó a Netto un daño irreparable En 1875, abrumado por el<br />

veredicto de Renan, dirige sendas cartas a diez personas que, a su<br />

entender, podrían haber sido capaces de fabricar el texto de Paraiha,<br />

cree identificar la letra de una de las respuestas con la de la carta<br />

de remisión enviada, junto con la mscripción, al Marqués de Sapucaí.<br />

Todo ello lo declara Ladislau Netto en su Lettre d Monsieur Ernest<br />

Renan, que pubkó en Río de Janeiro en 1885. Pero hasta hoy no<br />

ha podido ser identificada la personalidad del remitente de aquella<br />

carta ni la de las otras nueve personas consultadas. Tampoco le fue<br />

posible a Netto identificar el pretendido lugar del hallazgo.<br />

A base de la copia publicada por Netto en O NOZJO Mundo, Konstantin<br />

Schlottrnann traza otra que aquel mismo año, 1874, aparece<br />

en la ZDMG. vol 28, juntamente con su artículo, también difundido<br />

en la Jenaer Literaturzeitung; en él Schlottmann se muestra<br />

indecrso respecto a la inscripción, pero no descarta la posibilidad de<br />

que sea auténtica.<br />

En 1889 F Calléja vuelve sobre el tema en su Note sur une stele<br />

phéniczenne trouvée au Bréuil (((Bulletin de la Société de Geographie<br />

d'Alger»), a la que acompaña una nueva copia del texto, lamentablemente<br />

plagada de incorrecciones y disparatadas grafías<br />

Es el epigrafista Mark Lidzbarsky quien, transcurrido un decenio,<br />

parecía haber puesto el punto final a este asunto, al declarar,


4 FEDFXICO Pf3REZ CASTRO<br />

en el tomo 1 de su famoso Handbuch der nordsemitischea Epigra-<br />

pkik, publicado en Weimar en 1898, que el texto de Paraíba era una<br />

falsificacion.<br />

Pero hete aquí que hace un par de años el profesor Cyrus H. Gor-<br />

don anuncia al mundo científico en la revista ((Orientalian 37, 1, de<br />

1968, que ha llegado a sus manos una nueva copia efectuada por el<br />

propio L. Netto a base de la copia original presentada al ((Instituto<br />

Histórico)) del Brasil Dicha nueva copia fue enviada por Netto el 31<br />

de enero de 1874 al sefíor Wilberforce Eames. Habiendo ido a parar<br />

a manos del profesor Jules Piccus, de la Universidad de Massachus-<br />

setts, éste se la facilita a Gordon el 22 de noviembre de 1967. Gordon<br />

la compara con el texto de Lidzbarsky, transliterado a caracteres<br />

hebreos y, sorprendido al descubrir numerosas divergencias, se siente<br />

movido a resucitar un tema que parecía definitivamente enterrado.<br />

De su nuevo estudio surge su vigorosa defensa de la autenticidad e<br />

importancia del texto de Paraíba Contra la opinión del Prof. C. H<br />

Gordon, el gran ugaritista y conocedor del mundo linfiístico y cultu-<br />

ral cananeo y mediterráneo, se alzan, en la misma revista ((Orientalia))<br />

y con no menor vehemencia Johannes Friedrich, de Berlín, renom-<br />

brado autor de la Plz6nizisclz-punische Grammatik, y Frank Moore<br />

Cross, Jr. (Cambridge, Massachussetts), bien conocido por sus estu-<br />

dios de los Rollos del Mar Muerto, del desarrollo de las escrituras<br />

judías, de la antigua ortografía hebrea y de la epigrofía palestinense.<br />

Son, pues, los argumentos fuertemente encontrados de estos estudio-<br />

sos los que hemos de exponer aquí.<br />

,-.<br />

rero antes veamos qué es io que dice la inscripción o, mejor dicho,<br />

su copia El texto en caracteres fenicios que acompaña a esta comu-<br />

nicación, tomado del reproducido por Gordon, puede ser translite-<br />

rado en la forma siguiente.<br />

1) nhn' bn kn'n msdn mhqrt hmlk shr hSlak-<br />

2j n' '1 'y z rhqt 'rs hrm wnSt bhr l'lywnm<br />

310 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA uINSCRIPCI~NW FENICIO-CANANEA DE PARAIBA<br />

3) w'lywnt bSnt t5't w'Srt lhrm mlkn' 'br<br />

4) wnhlk m'sywn gbr bym sf wnns' 'm 'nyt 'Srt<br />

5) wnhyh bym yhdw Stm Snm sbb l'rs lhm wnbdl<br />

6) myd b'l wl' nh 't hbrn' wnb' hlm Snm 'sr<br />

7) mtm wSlSt nSm b'y hdt 'S 'nky mt 'Srt 'br-<br />

8) h blt y' 'lywnm w'lynt yhnn'<br />

Copia de la inscripción de Paraiba, según Ladislau Netto, publicada<br />

por Gordon («Orientalia» 37, 1968, pág. 77).<br />

Y he aquí su traducción :<br />

1) ((Somos hijos de Canaán, de Sidón, la ciudad del rey. El comercio<br />

arrojó- 2) nos a esta lejana ribera, un país de montañas.<br />

Pusimos (= sacrificamos) un joven a los excelsos dioses 3) y diosas<br />

en el año diecinueve de Hiram, nuestro poderoso rey. 4) Partimos de<br />

Esyon-Geber por el Mar Rojo y viajamos con diez barcos. 5) Estuvimos<br />

juntos en el mar dos años alrededor del país perteneciente a<br />

Ham (= Africa), pero fuimos separados 6) por la mano de Ba'al<br />

(= ¿una tormenta?) y no estuvimos [ya más] con nuestros compañeros<br />

Así hemos venido aquí doce 7) hombres y tres mujeres, a una<br />

costa que yo, el almirante, domino S) Pero ,quieran dioses y diosas<br />

favorecernos f N.<br />

Núm 17 (1971) 31 1


6 FEDERICO PfiRJB CASTRO<br />

En dos o tres puntos de este texto caben otras posibilidades de<br />

traducción. Así el propio Gordon piensa que, en la lín. 718 en lugar<br />

de «una costa que yo, el almzrante, domino)) podríamos traducir así:<br />

«


LA FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 7<br />

Hiram en él mencionado, a saber, Hiram 111 (553-533), presenta toda<br />

una serie de rasgos ortográficos, morfológicos, sintácticos y lexico-<br />

gráficos que no permiten encajarla plenamente ni en el fenicio ni en<br />

el hebreo. Esto es lo que motivó en el pasado siglo la actitud negativa<br />

ante el problema de la autenticidad y en lo que siguen apoyándose<br />

aún hoy Friedrich y Cross para presentarla como falsificación. Pero<br />

Gordon argumenta que numerosas expresiones y giros gramaticales<br />

de nuestro texto pueden hoy documentarse, por aparecer en materiai<br />

epigráfico fenicio o cananeo, como veremos en su análisis detallado,<br />

desconocido en 1872 y descubierto casi todo él en lo que va de siglo.<br />

Sería, pues. de todo punto sorprendente que el presunto falsario,<br />

adelantándose con mucho a los conocimientos de su época, hubiese<br />

creado, como en una especie de visión profética, formas y rasgos de<br />

una lengua que, en aquel entonces, eran completamente ignorados.<br />

Incluso la estructura del texto habla en este mismo sentido. Su división<br />

es tripartita: 1) identificación del autor, 2) narración de los aconteci-<br />

mientos, 3) invocación a los dioses. Esta distribución en tres partes<br />

en inscripciones no funerarias coincide con la de Karatepe (KAI n. 26),<br />

que no fue descubierta hasta 1946. La única inscripción nord-occiden-<br />

tal semítica conocida antes de 1872 que presenta análoga fórmula<br />

tripartita es la de MeBa' de Moab; pero precisamente el final de ésta<br />

se encuentra roto, de manera que el presunto falsificador no pudo<br />

tomarlo de ella.<br />

Por otra parte también argumenta Gordon que no es posible juz-<br />

gar de la corrección lingiiística del texto de Paraíba a la luz de las<br />

reglas, mejor o peor conocidas, del fenicio clásico, ya que propia-<br />

mente no debe ser llamado fenicio ; refleja más bien la lengua cananea<br />

usada en la zona edomita de Esyon-Geber (vid. 1 Re 9, 26) ; cierta-<br />

mente es más real hablar de «cananeo», pues los propios semitas<br />

aplicaban a esta lengua dicha denominación, como puede verse en Is<br />

19, 18, y no la llamaban ni «hebreo» ni «fenicio»'; sus hablantes, aunque<br />

cananeos en general y demográficamente muy mezclados, seguían<br />

llamándose wananeos de Sidón)), a pesar de que su vinculación a esta<br />

ciudad no fuese próxima y directa. De hecho, las gentes procedentes<br />

de los estados-ciudades fenicios seguían manteniendo el recuerdo de<br />

su origen, aunque tal procedencia no fuera ni mucho menos inmedia-<br />

ta. Tal es. por ejemplo, el caso que conocemos por la inscripción de<br />

Nora (KAI n 46), que dice pertenecer a una comunidad «fenicia» de<br />

Núm 17 (1971) 313


S F'FBERICO PÉREZ CASTRO<br />

Cerdeña, originada por una emigración desde Chipre, la cual antiguamente<br />

fue colonizada por Tiro, madre de Kition y Larnaca, es decir,<br />

de los fenicios chipriotas. Se trata, pues, de una inscripción cananea,<br />

no fenicia ni propiamente hebrea.<br />

Junto a los razonamientos de índole epigráfico-lingüística, aduce<br />

Gordon un buen número de datos que, ya en el campo arqueológico y<br />

etnológico, nos hablan de la existencia de navegaciones trasatlánticas<br />

y llegadas a América de gentes mediterráneas semitas, corroborando<br />

así la posible autenticidad del texto que nos ocupa. Por constituir tales<br />

relaciones intercontinentales antiguas el tema básico de este Simposio,<br />

rebasan con mucho el marco concreto de mi comunicación; por ello<br />

me limitaré a recoger sólo algunos de los datos más destacados de la<br />

argumentación de Gordon en este sentido: en primer lugar, es notable<br />

el hecho de que las tradiciones ancestrales de pueblos americanos,<br />

coino ios aztecas, ios mayas y ios incas, vincuian ias raíces de su<br />

civilización, la zgricultura, la metalurgia, etc , a la llegada por mar,<br />

desde el Este, de un personaje blanco, con barba, llamado Quetzalcoatl<br />

por los aztecas, Kukulcan por los mayas, Viracocha por los<br />

incas Esta tradición está en estrecha relación con la circunstancia,<br />

puesta de reiieve por ~iexander von Wuthenau, de que entre ios millares<br />

de figurillas y cabezas de barro modeladas por los antiguos<br />

pueblos americanos no hay ni una sola, antes del año 300 d. C , que<br />

represente tipos de indios americanos ; sólo reflejan tipos orientales,<br />

caucásicos y negros de Africa. Incluso los sacrificios humanos a los<br />

dioses, practicados por los aztecas, como el que menciona el texto<br />

que estudiamos, piensa Gordon que son de tradición cananea. Bien<br />

claramente hablan de ellos inscripciones como la profana de Karatepe<br />

(KAI 26 A 11 19-111 2) y la famosa del rey MeSa' de Moab<br />

que sacrifica a KemoS «toda la población de Atarob (KAI 181- 11-<br />

12), y a AStar-Kemo: «toda la pobíacion de Nebo» (181 : 16-17). El<br />

antiguo Israel practicó tambibn, bajo la forma de herem, el sacrificio<br />

de seres humanos, tomado de los cananeos. Por otra parte, nada<br />

se opone, desde el punto de vista técnico, a la posibilidad de que los<br />

semitas llegaran a América en la Edad del Bronce o del Hierro antiguo<br />

; la pericia náutica de los fenicios les permitIa acometer empresas<br />

como la circumnavegación de Africa, que llevaron a cabo hacia<br />

el año 600 a. C. bajo el patrocinio del Faraón Necho, y Herodoto<br />

(4,42) nos da noticias que confirman sus conocimientos técnicos en<br />

314 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 9<br />

orientación :istronómica. Mas no sólo los fenicios, sino también los<br />

hebreos, actuaron en importantes empresas de navegación ; junto a<br />

Tiro, Sidón y Biblos, conocemos los intereses náuticos de las tribus<br />

hebreas de Zabulón (Gen 49,13), de Dan y de ABer (Jue 5,17) y el<br />

matrimonio del rey Ahab con la reina Jezabel de Tiro (1 Re 22,49-50)<br />

hace de Israel una potencia marítima También YehoSafat, rey de<br />

Judá, tras la división de los reinos en el 935 a C., realizó tentativas<br />

marineras desde el puerto de Esyon-Geber. Y antes, en el siglo x,<br />

los fenicios se alían con David (11 Sam 5,ll) y con Salomón (1 Re<br />

10,22), colaborando así fenicios e israelitas en empresas transoceáni-<br />

cas de gran alcance que partían desde Esyon-Geber cada tres años,<br />

tiempo en el cual sus naves podían llegar a las tierras más alejadas<br />

y regresar. De tal modo que la abigarrada población marinera de<br />

Esyon-Geber estaba formada por sirios, hebreos, tirios, sidonios, ar-<br />

waditas, etc., todos ellos cananeos, aunque Herodoto los engloba<br />

bajo la denominación general de «fenicios»<br />

Fenicio y hebreo eran dialectos cananeos, cuyos hablantes se en-<br />

tendían perfectamente entre sí; pero el texto de Paraíba, según Gor-<br />

don, está más próximo al hebreo que al sidonio; Esyon-Geber está<br />

cercano a la costa de Edom, de modo que el autor de la inscripción<br />

pudo ser un edomita meridional de la zona de Elat; y, por Último,<br />

la fecha de la llegada al Brasil de estos semitas, indicada en el texto<br />

(532/31 a. C ) encaja perfectamente con un momento histórico en<br />

el cual el empobrecimiento del país de Palestina, aun no creado de<br />

hecho el nuevo estado que Ciro autoriza en el 538, obliga a su po-<br />

blación a buscar nuevas tierras donde desarrollarse libremente.<br />

Tales son las principales líneas de la argumentación de Gordon.<br />

Si las aceptamos, habremos de reconocer que una vez más se com-<br />

prueba que toda civilización de alto nivel tecnológico se desarrolla<br />

por virtud de estímulos externos. La llegada a América de los semi-<br />

tas constituyó en ella este estímulo. Quedaría así expugnado el últi-<br />

mo reducto de la teoría de los ((inventores aislacionistas».<br />

Veamos ahora las más notables razones aducidas por Friedrich y<br />

Cross para negar la autenticidad de este texto.<br />

La primera y de más bulto es que nadie ha visto la inscripción.<br />

Toda la polémica gira en torno a un texto manuscrito puesto en circu-<br />

lación por una persona que no pudo ser identificada Este hecho es<br />

Núm 17 (1971) 315


10 FEDERICO PÉREZ CASTRO<br />

aiin más significativo para Cross, cuanto que el año 1872 se inserta<br />

en un momento en el cual toda una serie de circunstancias crean un<br />

clima propicio al fraude científico. Es precisamente el año en que el<br />

Emperador del Brasil, Dom Pedro 11, regresa de su viaje por Oriente.<br />

Siria, Palestina, Egipto y Asia Menor. Se trata de una época<br />

en la que, al socaire de grandes y sensacionales descubrimientos arqueológicos,<br />

como la inscripción del rey Me6at de Moab (1870), la<br />

estela del Templo de Jerusalem (1871), proliferan las falsificaciones,<br />

como el manuscrito presentado al British Museum por Shapiro Don1<br />

Pedro 11, único, en el Brasil de entonces, aficionado al orientalismo<br />

y versado en estudios de hebraísmo y arabismo, es la figura cuyo mecenazgo<br />

hace florecer en el país el interés por la ciencia ; el que preside<br />

constantemente las sesiones del ((Instituto Histórico)), en una<br />

de las cuales presenta Netto la copia de la inscripción de Paraiba.<br />

-7<br />

u no puede negarse que este texto sensacionai surge precisamente<br />

del círculo de académicos y aristócratas diletantes formado en torno<br />

a Dom ~kdro.<br />

Es también bastante sospechosa la gran claridad del texto en cues-<br />

tión y que, a juzgar por la copia, el original epigráfico estuviese<br />

compieto y perfectamente conservado, e igualmente que el copista<br />

supiera fenicio o llevase a cabo su tarea con una acribía sorprendente<br />

e inusitada.<br />

Por lo que respecta a la forma de la letra, la ortografía y la len-<br />

gua, insisten los detractores de la autenticidad, sin aceptar los nue-<br />

vos hechos aducidos por Gordon, en que 10s materiales de que se<br />

disponía en 3872 explican sus características. Así, paleográficamente,<br />

el documento de Paraíba parece una mezcla de formas de épocas di-<br />

versas (siglos IX, VIII y IV) que en aquel momento eran accesibles<br />

por los manuales y láminas publicados, dándose además la circuns-<br />

tancia significativa, segun opinión de Cross, de que algunas formas<br />

de letras erróneamente trazadas y repetidas a lo largo del texto se<br />

basan fielmente en los trazos erróneos que aparecen en aquellas pu-<br />

blicaciones decimonónicas. El mismo carácter misceláneo tiene la<br />

ortografía, que en parte coincide con la fenicia clásica y en parte con<br />

ia neo-púnica. Es, pues, una mezcla que no existió en eí siglo VI a. C.<br />

y que pudo crearse en cambio en el XIX d. C.<br />

También el lenguaje empleado les parece a Friedrich y a Cross<br />

una mezcla de fenicio clásico, neo-púnico, biblicismos y hebraismos.<br />

316 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA > FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 11<br />

Es Cross quien de una manera especialmente decidida afirma que<br />

nuestro texto ofrece una combinación de puros disparates con una<br />

serie de errores significativos, a saber: etimologías equivocadas de<br />

los filólogos del XIX; falsas lecturas de los especialistas de aquella<br />

época y especulaciones a base del púnico del Poenulus de Plauto. Es<br />

decir, que Cross no acepta la existencia del dialecto mixto cananeo<br />

de Esyon-Geber, propugnada por Gordon, de la cual afirma que no<br />

existen pruebas, aunque, por su parte, no aduce motivos para negar-<br />

la. Su impresión es, como en lo ortográfico y paleográfico, que se<br />

trata de lengua mixta forjada en el xrx con los materiales entonces<br />

existentes.<br />

También el contenido descansa en datos de fuentes literarias conocidas<br />

en 1872; así la circumnavegación de Africa pudo tomarse de<br />

---- H~rndntn --"' A '>" A9 ~r J AP 11 'U "'"'YLV Rihlin, (T \I ARo L I 4 ",IV 9K9Q; M" 10 AV,-- 99. > c?._n<br />

S,J?; o,)l),<br />

pasajes que se refieren a las empresas náuticas de Hiram 1 y Salo-<br />

món desde Esyon-Geber; y es igualmente posible que se utilizasen<br />

las noticias recogidas de Menandro por Flavio Josefo, referentes és-<br />

tas a Hiram 111, en cuyas fechas (552-532 a. C.) encaja Paraíba, como<br />

ya sefia!S Cch!~ttmrnn, ii?nyi?e nit?&r? Hirum fiie de SidSn, sin= de<br />

Tiro.<br />

También la costumbre de sacrificar un joven a los dioses era co-<br />

nocida a través de Diodoro de Sicilia (20. 14. l-7), en el cual pudo<br />

perfectamente inspirarse el falsificador. Y además, dentro de esta<br />

actitud de desconfianza, ¿a quién iba destinada la inscripción? -se<br />

pregunta Friedrich- ; quién habría podido leerla allí ?<br />

Casi todos estos argumentos contra la autenticidad tienen ya su<br />

respuesta en los razonamientos que Gordon comenzó esgrimiendo en<br />

defensa de aquélla, y que, en líneas generales, hemos recogido más<br />

arriba. Otros son objeto de su réplica posterior. Así, por ejemplo,<br />

sale al paso de Fr~edrich para explicar su objeción de que es absurda<br />

una inscripción conmemorativa que no cuente con público lector, di-<br />

ciendo, muy atinadamente, que los textos conmemorativos antiguos<br />

no se escribían siempre para ser realmente leídos. La inscripción tri-<br />

linglie de Behistum, que trata de inmortalizar a Darío, se escribió en<br />

una roca completamente inaccesible, donde nadie normalmente puede<br />

leerla ; y lo mismo ocurre con las inscripciones de templos y tumbas<br />

egipcios, no destinadas a ser leídas por los mortales. Su finalidad es


12 FEDERlCO PEREZ CASTRO<br />

que lo narrado en ellas sea tan perdurable como la roca sobre la que<br />

se graban.<br />

Y del estudio paleográfico de Cross, quien, como queda dicho,<br />

ve en el texto de Paraíba una mezcla de formas de los siglos IX, VIII<br />

y IV, dice Gordon que no tiene valor, porque las diferencias que<br />

Cross observa en el trazado y la forma de ciertas letras se basan en<br />

comparaciones micrométricas que nada quieren decir tratándose de<br />

copias manuscritas y no de la inscripción misma. Y además debe te-<br />

nerse en cuenta que, incluso en inscripciones, a veces aparecen for-<br />

mas de una misma letra que son entre sí diferentes (vid. Yadin, Mn-<br />

soda, N. York, 1966, p. 191, con distintas formas de W ; y también<br />

Dunand, By !&a Grammata, Beyrouth 1945, 160).<br />

Podríamos decir, para concluir la exposición de estas contrapues- E<br />

O<br />

tas opiniones, que en gran medida ía actitud de ios negadores de ia<br />

d -<br />

autenticidad está psicológicamente condicionada por la precavida des- - m<br />

O<br />

confianza ante lo que parece demasiado bonito para que sea verdad, E<br />

2<br />

((ZU schon, um 'wahr zu sein», como confiesa el propio Friedrich.<br />

E -<br />

Frente a esta actitud, Gordon nos recuerda que también tantos y<br />

><br />

tantos grandes descubrimientos que parecian imposibies fueron ver-<br />

-<br />

daderos, y cita el ejemplo, dentro del mismo campo cananeo, de la -<br />

0<br />

m<br />

E<br />

tan citada inscripción de MeSa', en la que aparece y nos habla el rey<br />

O<br />

moabita de que trata la Biblia, e incluso Omrí, el rey israelita.<br />

5<br />

Es muy posible que, poco a poco, la desconfianza se vaya disipan- -<br />

- E<br />

do Por lo pronto, como observa Gordon, ya entre el juicio de Lidz-<br />

a<br />

barsky y el de Friedrich hay un matiz de diferencia de apreciación. : l -<br />

Lidzbarsky dijo que el autor del texto de Paraíba fue un ignorante -<br />

que no hizo sino disparates, Friedrich, en cambio, le reconoce ((cier- 3<br />

O<br />

ta habilidad))<br />

Este cambio de actitud puede ir intensificándose si las observaciones<br />

y datos procedentes de otros campos van corroborando la llegada<br />

de semitas a América en la Antiguedad. Cobrarán entonces más<br />

peso las razones aducidas para probar que el texto de Paraíba no<br />

pudo ser compuesto en el siglo XIX.<br />

Esperamos, pues, impacientes que se hagan pú'oiicos ios nuevos<br />

textos y monumentos, de antigüedad comprobable en el laboratorio,<br />

que, según ha anunciado Gordon, han sido descubiertos, y que corroboran<br />

el significado de la ((inscripción)) de Paraíba.<br />

318 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

N


LA


14 FEDERICO PÉREZ CASTRO<br />

G. La objeción de que el rey Hiram y sus súbditos aparezcan aquí<br />

como de Sidón y no de Tiro, olvida que Tiro y Sidón se usan con<br />

gran frecuencia indistintamente a lo largo de los siglos, desde los<br />

tiempos de Ugarit hasta los de Virgilio. Así en el texto ugarítico<br />

KRT 1989, 201-2 la ASerat de Tiro es la Ilat de Sidón Y en la Eneida<br />

1.466,613 Dido aparece como sidonia, aunque sea de Tiro y su<br />

ciudad es Sidón (1.678) aunque su pueblo es tirio (1 - 696).<br />

hqrl hmlk, da ciudad del rey»<br />

C El uso del artículo con el nomen regens es un compuesto de estado<br />

constructo y su genitivo determinado es contrario a las reglas<br />

del fenicio y del hebreo. Reconoce, sin embargo, que en gramáticas<br />

como la de Gesenius, Ej 127, f-i, se recogen algunos casos de este uso<br />

en el A. T., pero C no quiere reconocerlos: los considera producto a N<br />

de corriipciones textuales (p. e 1 Sam 26,22). E<br />

P.<br />

u. Este fenómeno sintáctica, que según ias gramáticas tradicio- O n -<br />

nales parecía imposible e incorrecto, hoy es bien conocido. Lo en- - O m<br />

contramos documentado en la inscripción de Karatepe, 1.1 (KAI,<br />

n. 26), descubierta en 1946, donde aparece hbrk b'l «el bendito de<br />

Batah.<br />

E<br />

2<br />

E -<br />

1'<br />

iin. ij2 hilizn' «nos arrojó)) o ((fuimos arrojados)),<br />

F. Trátese de hif'il o de hof'al, ni una ni otra forma verbal aparece<br />

en fenicio, lengua que en lugar de ellas emplea yif'il y pf'al.<br />

2<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

C. Los estudios y manuales de lengua fenicia publcados en el siglo<br />

O<br />

pasado aún desconocían que en fenicio no existe el kif'ii Esto puede<br />

n<br />

comprobarse en Gesenius, Scripturae linguaeque phoeniciae .. y en<br />

- E<br />

a<br />

A. C Judas, Btude démonstrative de la langue phénicienne, Paris<br />

1874, obra ésta en la que aparece el hif'il como forma verbal fenil<br />

n<br />

n<br />

n<br />

Cia. De aquí pudo tomarla el falsario. 3<br />

O<br />

G Es cierto que lo normal en fenicio es el yif'il, en lugar del hif'il<br />

normai en hebreo Pero no se oivicie que en casos esporádicos apare-<br />

ce también el yzf'tl en el A. T. como el my719 (5) de 1 Sam 21,3, y,<br />

otros yif'il hebreos consignados en el ((Jahrbuch fur kleinasiatische<br />

Forschung)) 2 (1951) 50, 59 y en UT Ej 9.38.<br />

Lo normal en fenicio es esporádico en hebreo y viceversa.<br />

lín. 2 : 'E, ((hacia, a»<br />

F. Se trata de un hebraísmo Esta preposición nunca se da en fe-<br />

nicio.<br />

'y, «isla»<br />

320 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA FENICIO-CANANEA DE PABAIBA 15<br />

G: No es corriente que este sustantivo funcione como femenino,<br />

pero con tal género lo encontramos en Is 23,2.<br />

C: El pasaje Is 23,2 no puede ser prueba del género femenino de<br />

'y, porque es pasaje corrupto del A. T. Por otra parte el falsificador<br />

pudo ver en cualquier diccionario que 'y se consideraba masculino<br />

o femenino.<br />

G: Aunque el pasaje Is 23,2 fuera corrupto, como pretende C, ya<br />

el ugarítico nos ha demostrado que 'v puede ser femenino, pues David<br />

Neiman ha hallado en ugarítico (CTB, § 25) el plural femenino<br />

Zht ((islas)).<br />

'rs hrm, ((país de montañas))<br />

G: De aquí se deduce que la zona del descubrimiento debió de ser<br />

la región del Sur, cercana a Río de Janeiro, donde las montañas están<br />

próximas a la costa, y no la del norte del Paraíba.<br />

~nSt, ((pusimos))<br />

F: El imperfecto consecutivo fa:ta en fenicio y en púnico, es sólo<br />

propio del hebreo y de1 moabítico.<br />

C En fenicio y púnico no aparece ningún imperf. consecutivo, después<br />

del siglo x a. C.<br />

Obsérvese que Gordon no mantiene que este texto sea fenicio, sino<br />

cananeo.<br />

h. 2/3 : Syt. ..l, ((poner ... paran = ((sacrificar, ofrendar))<br />

G: El uso de esta raíz con preposición 1, con sentido de ((ofrecer<br />

algo a un dios, sacrificar)), no nos era conocido en semítico hasta<br />

el descubrimiento de los vasos púnicos en 1912 (J. Hoftijzer, VT 13,<br />

1963, 337-9). No pudo, pues, inventarlo un presunto falsario.<br />

C: Contra la opinión anterior, cree que el uso de esta expresión<br />

con el sentido de ((presentar, dedicar, ofrendar)) es conocida en el<br />

L-l..--.. A-1 A<br />

iicvicu uci A. T., eii pasajes c~ii~o Gm 44,s C; S~gl 9,X.<br />

Debemos observar, sin embargo, que este sentido en los pasajes que<br />

C aduce, no parece ni mucho menos acertado.<br />

También aduce C que Gesenius recogió esta expresión de la inscripción<br />

de Citium (CIS I, 46), de modo que el falsario pudo ma-<br />

-,:,,1,<br />

11CJd"d.<br />

Iín 2/3 y 8. 'lymm w'lymt, ((dioses y diosas))<br />

F. La sílaba -y~w- en scriptio plena no corresponde en modo algu-<br />

no al carácter defectivo de la ortografía fenicia. Tuvo razón Schlott-<br />

Núm 17 (1971)<br />

2 1


16 F'EDERICO PÉREZ CASTRO<br />

mann al afirmar que estas palabras con tal grafía son la prueba más<br />

clara de que se trata de una falsificación, pues en fenicio es 'Znn w'lnt.<br />

C. Se trata de un anacronismo ortográfico porque la 6 media1 no<br />

aparece nunca en fenicio clásico escrita con mater Eectionis w.<br />

Este uso no se encuentra hasta el siglo IV a. C. Por otra parte cree<br />

C que la grafía de Paraíba obedece a la falsa etimología que en el<br />

pasado siglo se le atribuyó al sustantivo 1 5 ~ que se creyó procedente<br />

de ~ V$Y. Aunque tal etimología falsa fue rectificada posteriormente,<br />

el falsario no tuvo noticia de ello y mantuvo el error.<br />

G: Hoy ya no puede afirmarse, como hicieron Schlottmann y Friedrich,<br />

que en la epigrafía cananea antigua no se usen las matres lectionis<br />

mediales, porque ahora, contra las reglas de los manuales consagrados,<br />

tenemos inscripciones del sur de Palestina, del siglo VI<br />

a. C., en las que se utilizan. los ostraca de La/$, descubiertos en<br />

1935. Así encontramos. 'yS, ((hombre)) en KAI 193, 10; It'yrh, «hacia<br />

la ciudad)) en KAI 194,7. Y también en el ugarítico del Bronce<br />

Tardio (UT, 4,5).<br />

Es cierto, por otra parte, que Gesenius en su obra Scripturae lingzmeque<br />

Phoeniciae Moaumenta ..., Leipzig 1837, p. 368. interpretó<br />

mal los alonim u-alonuth del Poenulus de Plauto, transcribiéndolo<br />

nw5yi ~ 9 1 9 5 ~ Pero . Gesenius no inventó este sustantivo que es antiguo,<br />

aunque sólo se ha conservado en hebreo postbíblico. Hay<br />

gran cantidad de palabras y frases documentadas en material epigráfico<br />

antiguo que no aparecen en la Biblia hebrea, pero sí se han<br />

conservado en literatura rabínica (Baruch A. Levine, Sumivals of<br />

Ancient Canaanite in the Mishnah, Microfilms Inc. ; Ann Arbor 1964).<br />

También hay términos ugaríticos que no figuran en el A. T., pero<br />

reaparecen en Qumran (UT, 5 19.2091).<br />

fin 3: bint, «en el año»<br />

C. En fenicio «año» en sigular es s't, Snt en fenicio es siempre plural;<br />

((años)) en fenicio es exclusivamente Snt, falta el Sanim del hebreo.<br />

Por ello, la palabra Snm de la línea 5 es un craso error.<br />

tS't r;dSrt, ((diecinueve))<br />

c: Este nUmera! es a-t-,n-rl;,,-;-m~n+n<br />

LALL UIALCLL L-SX~LLLLG r-hnennte<br />

LALUL-LL~L. La ferr?la 'jnt,<br />

((diez)), es rarísima en fenicio-piínico y nunca aparece en los numerales<br />

compuestos de 11 a 19. Es, en cambio, usada en la tardía ((tarifa<br />

de Marsella)) El falsificador observó que en púnico tardío se emplea<br />

322 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS


LA > FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 17<br />

'h más unidades en masculino con nombres masculinos, en contra<br />

de la discordancia genérica en hebreo, y le pareció lógico inventar<br />

la forma de unidades femeninas con"Srt para acompañar a un nom-<br />

bre femenino.<br />

G. Ciertamente hasta hace poco no parecía posible que en los nu-<br />

merales apareciesen terminadas en -t las unidades y las decenas a la<br />

vez. Ello fue considerado en el texto de Paraíba como una falsifica-<br />

ción ya por Lidzbarsky (Handbuch, 132). Pero ahora, desde las pu-<br />

blicaciones de los textos ugaríticos de 1957 y 1965, vemos que en<br />

ugarítico se encuentra documentada esta construcción. 'arbtt 'airt,<br />

«catorce»; hmSt 'Srt, ((quince)); Sb'at 'Srt, ((diecisiete)), etc. (Vid. UT,<br />

fj 7, 25-27 y textos 2054, 2100, 2101)<br />

C. Los numerales aducidos por G de textos ugaríticos, como hmSt<br />

'Srt, etc,, no son una prueba absoluta de la existencia de esta cons-<br />

trucción de los numerales 11-15, pues puede pensarse que en tales<br />

pasajes referentes a pesos y medidas la palabra 'Srt no signifique<br />

«diez», sino ((un décimo» de una unidad de peso mayor, o bien un<br />

peso de diez unidades menores que el ciclo. Pero, en realidad, no<br />

hay suficientes datos para afirmarlo.<br />

'br [C 'dr] «poderoso» ; «grande»<br />

C: La palabra 'br debe ser una confusión por 'dr, pues la primera<br />

es muy rara; 'dr es más corriente y lógica Por ello debe corregir-<br />

se 'br en '&, teniendo en cuenta que las formas de bet y dalet se<br />

confunden con mucha facilidad en las láminas de los manuales de-<br />

cimonónicos. Cree C que el falsario copió mlk 'dr de la inscripción<br />

de Egmunazar, en la cual este pasaje se leía así en 1872 (1 9); hoy<br />

la lectura correcta es rnmlk[t] 'dr.<br />

G: No es aceptable la suposición de C, pues en este texto bet y<br />

dalet están perfectamente diferenciadas, como puede verse en rnyd<br />

btl (1 61, donde aparecen las dos juntas y bien distintas.<br />

Iín. 4. ~zewhlk, «y marchamos))<br />

F. Es imposible en fenicio, lengua en la cual el verbo IzEk funcio-<br />

na como verbo peVyod Sólo existe algo análogo en moabítico:<br />

w'hlk, ((y yo fui», y en la inscripción de MeSat (14 y s.)<br />

Además el imperfecto consecutivo nunca aparece en fenicio, mien-<br />

tras que en este texto se repite continuamente.<br />

C El falsificador procuró elegir una forma arcaica inspirándose en<br />

la inscripción de MeSat (s. IX).


18 FEDERICO PfiREZ CASTRO<br />

'm gbr, «E.syon-Gebern<br />

C;. No debe pensarse que se trate de un error por 'syzem, pues en<br />

11 Snm 23,s tenemos h'snw, qtré htjny.<br />

C: No puede admitirse el nombre propio 'Es¿% porque no está documentado<br />

en fuente alguna Además 11 Sam 23,8 es pasaje corrupto.<br />

Por otra parte, el uso de mater lectionis Izcr para representar<br />

8 < ü es ortografía hebrea tardía.<br />

F. Esta scriptio plena con bw no es propia del carácter dominantemente<br />

defectivo del fenicio.<br />

sf, «caña» (ym sf, «Mar Rojo)))<br />

F Esta scviptio defectiva está de acuerdo con la ortografía fenicia.<br />

wnns', «y viajamos))<br />

Gd No debe rechazarse esta forma debido a que lo más usual sea<br />

?zzssat @ ~3). Porque existen análogos yinsoru (Deut 33!9) y yiqse-<br />

9'21 (Prozi 20,28).<br />

F. El imperfecto consecutivo no es fenicio.<br />

C: Es otra forma arcaizante o ~~pseudoetimológica~~ del falsificador.<br />

'nyt 'Srt, «diez navíos))<br />

G. Esta construcción que va contra la regla de la discordancia genérica<br />

entre el sustantivo y los numerales 3-10 no debe sorprender,<br />

pues hay casos de ella incluso en A T : Gen 7J3; Job 1,4.<br />

C No es fenicio ni hebreo. Vid su opinión en Iín. 3 (tS't wtSrt).<br />

lín. 5 : twnhyh, «estuvimos»<br />

F. Es hebreo antiguo, no fenicio ; a lo sumo puede ser neo-púnico.<br />

En fenicio no aparece la raíz hyh para «ser»; se usa sólo kn.<br />

Y el imperfecto consecutivo no es fenicio ni púnico.<br />

C. Coincide con F. Además el uso de la mater Zectionis final -h<br />

es típica de la ortografía hebrea, nunca de la fenicia o púnica. Sólo<br />

aparece en neo-púnico de época romana en iranscripcióii de iiombres<br />

extranjeros<br />

Stm s'nm, «dos años))<br />

G El numeral en femenino en concordancia con sustantivo femenino.<br />

Vemos pues que, como en ugarítico, hay concordancia de género<br />

en los numerales 1-2. También se cumpíe en S?zm 'sr mtm de<br />

Iín 6/7.<br />

C Lo que normalmente se esperaría sería el dual S¿%nfa.yim.<br />

G No hay por qué esperar SE'natayim. En la propia Biblia tenemos<br />

324 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA tINSCRIPCI6N>> FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 19<br />

s'gtayzm Sanim (11 Sam 2,lO). Véase también 11 Re 21,19 = 11 Crón<br />

33,21. Lo que debe decidir en cada caso es la realidad de los textos<br />

y no la ((ciencia linguística de los filólogos)).<br />

'rs Ihm, «país de Ham = Africa))<br />

F: Ya Schlottmann propuso leer 'r~ nkm,, ((tierra caliente)), porque<br />

los fenicios no conocían a los pueblos «hamíticos» de la moderna in-<br />

vestigación, aun perteneciendo a ellos (Gen 10,6)<br />

C. La expresión es muy sospechosa Que Ham sea un antepasado<br />

epónimo de los africanos (y cananeos) es una tradición hebrea, no<br />

fenicia ni púnica.<br />

zwnbdl, «y fuimos separados))<br />

F. Otro imperfecto consecutivo que no puede ser fenicio ni púnico.<br />

lín. 6 myd 6'1, «por la acción de Ba'ah<br />

G La expresión yad Ba'al con sentido de ((acción de Dios)) era<br />

desconocida hasta 1939, año en que A. M. Honeyman estudio el tex-<br />

to fenicio de Chipre, KAI, n." 30 bn yd b'l brt yd 'dm, «ya por 14<br />

acción divina, ya por la acción humana)). Puede referirse aquí a una<br />

tormenta, pues Ba'al es el dios de las tormentas, o a designación<br />

por medio de suertes o lotes Es claro que myd indica procedencia<br />

y no separación. Vid. Ecle 2,24 miyyad EEohzm.<br />

C: Debe entenderse ((fuimos separados del poder protector de<br />

Ba'aln, no «por el poder (o acción) de Ba'ab. Para que fuese «por»<br />

en fenicio se emplearía bd o bn yd (KAI 30,4). Este ba,= b + rc, no<br />

byn como cree Friedrich. Por otra parte, en el siglo XIX no era bien<br />

conocido el carácter de Ba'al como dios de la tormenta. Y mi-yad,<br />

en su sentido de ((separación del poder de...)), es conocido por Sal 88,6.<br />

wl' nh, «y no estuvimos))<br />

G: Debe entenderse como lwf-lo Es un yusivo tras lo', con<br />

sentido de pretérito, uso que se documenta en Job 23,11 wZ-lo' 'at<br />

«y no me desvié)) Se trata de un uso sintáctico desconocido en el<br />

siglo XIX y aún hoy en obras importantes.<br />

C. Propone corregir el texto leyendo nh[yh], sin tener en cuenta<br />

la observación que precede.<br />

G- Sobre el uso de hyh «ser» en lugar de kn, normal éste en feni-<br />

cio, hay que pensar en posible influencia de la lengua de Judá. Por<br />

otra parte, la raíz hyh/h~zre4 aparece también en ugarítico (UT,<br />

5 19.754a) y en eteo-cretense (C. H. Gordon, Evidence for the Mi-<br />

noajz Larcgzdage, Ventnor, N J. 1966, 9).


F. La negación hebrea, ugarítica y aramea lo' no es fenicia ni pú-<br />

nica. En fenicio-púnico se usa 'y, bl o 'bl.<br />

G: Efectivamente, la negación lo' no e; fenicia, es cananea como<br />

lo es el texto de Paraíba. La negación fenicia 'y aparece también<br />

en :a Biblia hebrea (Job 22,30), y no por ello vamos a decir que el<br />

libro de Job sea fenicio. En los textos de Karatepe (KAI 26: A 1,<br />

8, II.6,12, 111 11, C IV .12) encontramos el vocablo b'br = hebreo<br />

ba'nbur, ((por», y ello no significa que la inscripción sea hebrea.<br />

klm, «aquí»<br />

C : Este adverbio no aparece en inscripciones fenicias ni púnicas. Se<br />

encuentra, en cambio, tres veces en las reconstrucciones del púnico<br />

de Plauto intentadas en el pasado siglo que, con pocas excepciones,<br />

no tienen valor para C.<br />

Sam, odoso<br />

G: Concuerda en género masculino con mtm, «hombres», como es<br />

la regla en ugarítico, tratándose de los numerales 1 y 2 (vid. Stm<br />

- o><br />

O<br />

E<br />

en 1.5).<br />

E<br />

2<br />

'SY, «diez»<br />

E<br />

G La aparición en este texto de lby masculino, nlwy femenino<br />

demuestra que este numeral no era en fenicio, como se creía lWY*<br />

-<br />

0<br />

m<br />

masculino illby* femenino (KAI 111, 19)<br />

E<br />

C No puede mantenerse que en el pasado siglo la forma IiWy fuera<br />

O<br />

hipotética. Había entonces tres casos documentados : Levi 11, 76 n<br />

(Gesenius, lám. 26), Levi 11, 83 (Bourgade, 27); Levi 11, 84 (Bour-<br />

E<br />

a<br />

gade, 30). Pero 'Iby era especialmente conocido por figurar en la<br />

lín. 1 de la inscripción de Eimunazar.<br />

n<br />

n<br />

Iín. 7: mt, «hombre»<br />

G: Es el vocablo normalmente usado en semítico nord-occidental,<br />

pero sólo en 1933 se supo esto, al publicarse un texto en que apare-<br />

3 O<br />

ce mt, ((hombre, marido)) (UT, 19, 1569). Es el sustantivo fosilizado<br />

en hebreo en l3bB %?», $NW~>~D<br />

Aquí mt asrt es ((hombre de diez» = capitán, y no hay por qué correg~r<br />

er? e! mmhre prnpio _MnttaStart.<br />

C. No cree convincente la opinión de G, pues, tanto en fenicio como<br />

en hebreo, «hombre» se expresa predominantemente por 'ti 'adam.<br />

El falsario que C supone encontró mt, mtw, mtm en glosarios y es-<br />

326 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

N<br />

E<br />

O


LA


22 FEDERICO PfiREZ CASTRO<br />

munazar equivalía a melek rab de Sal 48,3 y por ello convirtió mb<br />

de Jonús en 'dr.<br />

lín. 8 : blt, «pero»<br />

G: Esta palabra no era conocida hasta 1887, fecha en que se des-<br />

cubrió la inscripción de Tabnit (KAI, n." 13. 5) del siglo VI, proce-<br />

dente de Sidón. También aparece en ugarítico (49: 1 : 26).<br />

y', ((bien, bueno))<br />

G: No se trata del adjetivo hebreo postbíb:ico ya'eh, sino del y',<br />

((bueno, bien, favorablemente)) de la inscripción KAI 111, 10, el tex-<br />

to 76 de Cartago, publicado en 1874 (KAI 11, 93) después de hecha la<br />

copia de Paraíba.<br />

[nhl] ty', «he tomado posesión))<br />

C Así lee, corrigiendo el texto. A base de esta propuesta de lec-<br />

tura; originada en la suposición de que se trata de una haplografla,<br />

argumenta que también podría pensarse en [gllty'., «la descubrí)).<br />

Piensa que esta forma descansa en un error de interpretación de los<br />

filólogos del siglo XIX, los cuales creían que el sufijo pronominal<br />

hebreo -ihül/a, -&hül/a equivalía al fenicio y'.<br />

Por otra parte, no cree que deba aceptarse la raíz brh, ((dominar))<br />

Se trata de brh, «huir», documentado en la serie de maldiciones de<br />

Ahiram de Byblos (Albright, JPOS 67 (1947) 156 y n." 26).<br />

'lyonm w'lynt yhnnrw, ((dioses y diosas nos favorezcan))<br />

C: El orden sintáctico sujeto-verbo no es usual ni en hebreo ni<br />

en fenicio, salvo énfasis especial. Se usa sin embargo en este pasaje<br />

y en otros varios del texto estudiado.<br />

ADDENDUM<br />

Después de haber sido presentada esta comunicación, llegó a mis<br />

manos el libro de Lienhard Delekat, Phonizier in Amevika. Die<br />

Echtheit der 1878 bekanntgew~rdenen kananmischen (altsidorjisclzen~<br />

Inschrift azls Paraiba in Brasilien nachgewiesen. ((Bonner Biblische<br />

Beitrage)), 32. Bonn 1969.<br />

_Ceriz e~~e~i\r= =retem!er remger xpi de ~UIIWU cnmpkta 19s<br />

puntos de vista que Delekat sustenta, interviniendo en la polémica<br />

de Gordon, Friedrich y Cross y en los que se muestra favorable a<br />

la autenticidad del texto de Paraíba. Haremos ,pues, notar, sólo los<br />

más relevantes.<br />

328 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA > FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 23<br />

La lectura, traducción del texto e interpretación de su contenido,<br />

difieren sensiblemente de las ofrecidas por los susodichos filólogos.<br />

Comparada con la de Gordon, presenta las siguientes divergencias:<br />

lín. 1 G: msdn mhqrt<br />

D: msdnm hqrt<br />

lín. 2 G: wnSt bhr<br />

D: wnStbhr<br />

-1in. 5 G- wnbdl<br />

D wlbdl<br />

lín. 6 G: 'wl' nh 't hbrn'<br />

D : wl'nh 'thbrn' '<br />

iín. 7 S : f,& !S<br />

D : b'y hrt 'S 'n ky<br />

lín. 8 G ['brlh blt y'<br />

D : hb lty'<br />

Por consiguiente, también la traducción varía en puntos impor-<br />

tantes. Dice así<br />

(1) ((Somos hijos de Canaán de la ciudad de Sidón El reino es [un<br />

reino] comerciante. Furmos (2) arrojados a esta lejana costa y que-<br />

remos ser probados (o bien aceptados; o bien: nos hemos hecho<br />

probar o aceptar) por el Altísimo (3) y por la Altísima. En el ano<br />

diecinueve de nuestro rey Hiram i Cierto ! (4) Navegamos entonces<br />

. .<br />

desde Esyon-Geber por el Mar Rojo, luego ya partimos con diez<br />

uarcos (5j y estamos ahora (o desde e~itüiicesj en :a mar [ya-] eíi tc-<br />

tal (o bien: juntos los diez barcos) dos años- que hemos cir-<br />

cundado la tierra, lo caliente (6) y lo separado de las manos de Ba'al,<br />

y nos hemos aliado para dondequiera que sea!- y así hemos ve-<br />

nido aquí doce (7) hombres y tres mujeres, porque en una [de las]<br />

costas, dondequiera que sea, -"-- P . . /o\ n,<br />

IIIUI ;el un ulrc. j LKL LU I (0, 1 F;-<br />

caron contra Ty'. Que el Altísimo y la Altísima nos sean favorables)).<br />

De esta nueva lectura y traducción, acompañadas de amplísimo<br />

comentario, extrae Delekat deducciones también nuevas, aunque hay


que hacer notar que su argumentación parece excesivamente complicada<br />

y laboriosa. A continuación recogemos lo más notable de su<br />

obra.<br />

A juzgar por la letra, la más temprana datación que puede dársele<br />

a la inscripción es la de fines del siglo v a. J. C.<br />

Lo que quisieron dar a entender los autores de la inscripción es<br />

que, partiendo de Esyon-Geber, habían ido por el Mar Rojo a Asia<br />

y Siberia, y por el Mar de Bering, a lo largo de Alaska, habían dado<br />

la vuelta a toda América hasta llegar a Paraíba. «Lo separado de<br />

las manos de Batal» quiere decir las regiones frías del Polo Norte y<br />

Polo Sur, por las que hubieron de pasar, es decir, las zonas en que<br />

el sol, pues Ba'al es el dios solar, se alza muy poco sobre el horizonte.<br />

El dios, por pecar contra el cual hubieron de morir diez mujeres<br />

de la expedición, Ty', es el dios solar Tayáu muestro padre)), al que<br />

daban cuIto los indios Cora con sacrificios humanos en la sierra de<br />

Nayarit, costa occidental de Méjico. Ello demuestra que los sidonios<br />

estuvieron en la costa occidental de América antes de llegar a Paraíba<br />

El texto ofrece dos dificultades fundamentales. Una es que en SU<br />

primera parte los sidonios se presentan como navegantes derrotados<br />

por los vientos hasta Paraíba, pero en la segunda como circumnavegantes<br />

de la Tierra. La otra, que en la época a que pertenece la inccripción<br />

la lengua de escritura en Sidón era el fenicio, no el asidonio»<br />

en ella empleado.<br />

Por su género, la inscripción no es un ((Proskynema)), una inscripción<br />

de visitantes de un lugar cúltico. Se trata de un acta de declaración<br />

de descargo instalada en el lugar de culto de los habitan-<br />

A-- 3- n---c~- 3 !. 3 L-LI---L ----- L - ~ . 3-t:~ ---- L- ----<br />

LCS uc rai aiva, uesyues ue ~iaverseia iii~ci pi cLauo ucuiudiiicii~c, ya a<br />

acallar las sospechas de éstos y no ser tomados por piratas. La muer-<br />

te de las diez mujeres, tal y como se explica, estaba destinada a ha-<br />

cer ver que los navegantes iban con sus esposas y no con mujeres<br />

cautivas, como es propio de piratas.<br />

Dei detenido comentario iinguístico deduce Deiekat, entre otras<br />

cosas, que se trata de un dialecto arcaizante, caracterizado sobre<br />

todo por el uso del imperfecto consecutivo, perteneciente al hebreo<br />

antiguo, al moabítico y al núcleo de imperfecto consecutivo de la<br />

330 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA ~INSCRIPCI~NB FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 25<br />

inscripción ZKR (KAI 202 A, 11-15). Por ello se explica que muchas<br />

palabras, formas y construcciones sólo estén documentadas en hebreo<br />

; este fenómeno también obedece a la monotonía y reducida extensión<br />

de los textos fenicios conocidos.<br />

Ahora bien, lo que, según Delekat, nos dice el texto de Paraíba<br />

no puede corresponder a la realidad. Hay múltiples razones que no<br />

permiten aceptar la posibilidad de esa larga circumnavegación de la<br />

Tierra por los polos. Hay que pensar más bien que los autores de<br />

la inscripción de Paraíba llegasen allí a través del Atlántico ; el arcaico<br />

dialecto empleado estaba destinado a presumir de circumnavegantes<br />

de la Tierra anteriores a otros posibles compatriotas arrojados<br />

también por los vientos al Brasil.<br />

De Sidón procedieron los participantes en la expedición emprendida<br />

desde Esyon-Geber durante el reinado de Hiram, en el siglo VI<br />

a. C., pero no los autores de la inscripción. Teniendo en cuenta que<br />

los cartagineses desde el año 510 a. C. monopolizaron el comercio<br />

no sólo en el Mediterráneo occidental, sino también en todo el occidente<br />

de Gibraltar, impidiendo la navegación en esa zona a todo<br />

barco que no fuera púnico! hay que pensar que los llegados a Paraíba<br />

fuesen púnicos y también a posibles lectores púnicos estuviese<br />

destinada la inscripción.<br />

De modo que la finalidad de la inscripción fue doble: por un lado<br />

destinada a tranquilizar a los habitantes de Paraíba, por otro a dejar<br />

constancia de que sus autores habían sido los primeros fenicios<br />

que por el Atlántico meridional habían llegado al desconocido continente.<br />

Pero la fecha falsa, oculta además en una frase criptográfica (pues<br />

su lectura ofrece dos posibilidades, que Delekat estudia), y el uso de<br />

i- 1 2. C:AA- L-A..L.. :A,. -A ..-m A-<br />

ia anLigua IrIigua uc ~xuuu, ~uudvicr LUllULlU6 ycru ILU uaaua ya<br />

su época por los autores púnicos, se debe a la intención de éstos de<br />

anticipar su llegada a América a ojos de otros eventuales lectores<br />

púnicos.<br />

Hay que suponer que de este modo querían asegurarse el monopoiio<br />

dei comercio de mercancías. Aunque tampoco, según Ueiekai,<br />

puede descartarse la posibilidad de que se tratase de verdaderos piratas.<br />

Así cree Delekat demostrar la autenticidad del texto de Paraiba


26 FEDERICO PÉREZ CASTRO<br />

en un libro que debe ser ieído por los interesados en ~ste problema,<br />

aunque, como ya dijimos, la línea de su argumentación parece excesivamente<br />

sinuosa.<br />

EIBLIOGRAFIA<br />

F C~LLEJA [Copia de la inscripción] uBulletin de la Sociéte de Géographie d'AI<br />

gel, 4 (1899) 214<br />

F C~LLEJA Note sur une tel le pkénzczenne trouvée au Bréd .Bu11 de la Société<br />

de Géographie d'Algeio 4 (1889) 209-2í7<br />

Luis CASTRO FARIAS (del Museu Nacional de Río) [Declaración en] aNew York<br />

Times,, 19 de mayo de 1968, p 13<br />

Ch CLERMONT-GANNEAU Les fraudes archéologzquer en Palestzne Paris, 1885 [So- - *<br />

bre Shapiro, págs 1-48 y passzm] E<br />

Frank Moore C~oss, Jr The Phoenzcaan Zn.scrzptzon fronz Brazzl A Nineteenth-<br />

Century Forgery. ~Orientalian 37 (1968) 4, 437-460. = m<br />

O<br />

E<br />

FEIJO BITTENCOURT Instttuto Hzstorzco os Fundadores. Río de Janeiro, 1938. E<br />

Cf págs 205-288 2<br />

E<br />

J FRIEDRICH Phontzzsch-~~nzsclze Gvanzmatak An-Or 32, Roma, 1951<br />

J. FRIEDRICH. Dze Unechthezt der phontzzsclzen Inschrzft aus Parahyba aorienta-<br />

Iia~ 37 (1968) 4, 421-424<br />

Cyrus H GORDON TRe Authentzczty of tlte Pltoenzczan Text frons Parahyba aOrien<br />

- e<br />

m -<br />

E<br />

talla. 37 (1968) 1, 75-80<br />

O<br />

C H Go~noa. The Canaanate Text from Brazzl aOrientahaa 37 (1968) 4, 425-438 n<br />

C H GORDON<br />

Years Ago aHadassah Magazinen Mayo 1969, p 17 SS<br />

E<br />

New Fzndzngs support Tlzeory Semctes Dzscovered Amenca 5000 a<br />

C H GORDON Reply to Professov Cross ~Orientaliao 37 (1968) 461-463<br />

M G Guzzo AMADASI<br />

tiquus~ VII, 2 (1968) 245-261<br />

Sull'autentzcztb deL testo fenzczo di Parahyba. aOriens An- 3<br />

O<br />

Mark LIDZBARSKY. Handbuch der nordsemitzrchen Epzgraphzk 1, i52. Xeimar,<br />

1898<br />

Ladislau NETTO Lettre d Monszeur Ernest Renan Lombaerta and Comp Rio de<br />

Janeiro, 1885<br />

L NLTTO [Publica una copta] u 0 Novo mundo^ (Revista ilustrada brasileña),<br />

21 ahril 1874<br />

L NETTO [Resumen de la conferencia dada en el Instituto Histórico. ] aRevista<br />

Henriette PSICHARI Oeuvres contplJtes de Ernest Renan Vol 10 N 452, p 641 s<br />

Cf 599<br />

332 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

O<br />

n<br />

n<br />

n<br />

0


LA FENICIO-CANANEA DE PARAIBA 27<br />

Henriette PSICHARI Oeuvres completes de Ernest Renan Vol 10, N. 452, p. 64l s.<br />

Calmann-Levy, Paris [Carta de Renan a Dom Pedro 11 Sevres 6 sept. 1873 1<br />

Konstantin SCHLOTTMANN [Reseña] aladislao Netto. Dze Phoniner tn Braz&en<br />

(Os Phentcios no Bran'l)~. Em Brief in dem zu Rio de Janeiro erscheinenden<br />

illustrierten Journal "O Movo IvIondo" vom 23 April 1874~ aJenaer Literaturzeitungn<br />

30 (1874) 459-461<br />

K SCHLOTTMAN. Dze sogenannte Inschrtft von Parahyba ZDMG 28 (1874) 481-87<br />

H SCHMOKEL. Dze Brasikenfohrt der Phoniker fand nzcht statt. aFrankfurter Allgemelne<br />

Zeitungn del 16-VIII-1968<br />

Alexander von WUTHENAU<br />

Altamerzkanische Tempbsttk (aKunst der WeItil) Holle,<br />

Baden-Baden, 1965.


ATLANTIDA


LA IDEA DE LA ATLANTIDA EN EL PENSAMIENTO<br />

DE LOS DIVERSOS TIEMPOS Y SU VALORACION<br />

COMO REALIDAD GEOGRAFICA<br />

POR<br />

MANUEL BALLESTEROS GAIBRQIS<br />

Siempre que haya de hablarse de relaciones históricas intercontinentales<br />

de carácter cultural, a través del Atlántico, habrá<br />

que plantearse ei tema de ia Atiantida, tema que es quizá uno<br />

de los que más han apasionado a gentes de las más diversas procedencias,<br />

desde el utopista elucubrador hasta el decidido explorador<br />

submarino. Tema, también, que ha tenido los más diferentes<br />

planteamientos, desde el puramente historiográfico hasta<br />

el geográfico y etnológico. Por esta razón, cuando se reúne un<br />

Symposio como el presente, parece obligado que nos detengamos<br />

a considerar cómo se han imaginado las épocas precedentes<br />

el problema de las comunicaciones de todo orden entre el Viejo<br />

Mundo euro-africano y el «más allá» atlántico.<br />

~~nque parezca innecesario recordario, en esta breve sistematización<br />

de la idea atlantídica en el pensamiento de los tiempos,<br />

hay que tener presentes las dos premisas siguientes, que en<br />

realidad orientan toda elucubración en torno al problema:<br />

a) Toda referencia a la Atlántida, anterior al descubrimiento<br />

de America, o a tierras en ei Océano, que puedan relacionarse<br />

con la idea atlantídica o ideas conexas con ella, tiene una constante<br />

clara: relaciones Atlántida-Mundo Mediterráneo. Es decir,<br />

del pretendido continente en dirección al mundo conocido.<br />

Naím 17 (1971)<br />

ne


2 MANUEL BALCESTEROS GAIBROIS<br />

b) Toda referencia a la Atlántida, desde el descubrimiento<br />

de América, hasta el planteamiento científico en nuestro tiempo,<br />

y el análisis del mito y de su desarrollo, tiene un carácter com-<br />

pletamente diferente: relaciones del Viejo Mundo mediterráneo<br />

o africano con América, es decir, en dirección Oriente-Occidente,<br />

y, con ello, pretensión de identificar el Nuevo Mundo, América,<br />

con las tierras atlantídicas.<br />

Como vemos, la diferenciación del planteamiento y orienta-<br />

ción, sea en un período o en otro, nos lleva necesariamente a<br />

consecuencias y posturas diametralmente opuestas, que podrían<br />

sistematizarse del modo siguiente:<br />

l." Que el mito platónico obedece a una realidad evidente,<br />

pero deformada; luego la Atlántida existió. En este caso (siempre<br />

dentro de la misma tipificación), habría que buscar la realidad at-<br />

lantídica con muchas variantes: a) terrenos sumergidos; b) civili-<br />

zaciones de la costa atlántica de Africa (Frobenius); c) islas<br />

en el Océano (de que vendría la Antilia, Ante-IIha en portugués,<br />

primer pueblo explorador del Océano); d) América, etc.<br />

2." Que el mito platónico no obedece a ninguna realidad, sino<br />

que es una construcción imaginada, con el fin de sustentar una<br />

utopía político-social. No es necesario entonces buscar ninguna<br />

tierra existente.<br />

3." Que la idea atlantídica, aunque sea mítica, es decir sin nin-<br />

gún sustentáculo material, se aprovecha para predecir el descubri-<br />

miento de América, y surge la identificación Atlántida-América,<br />

con sugeridoras posibilidades: a) que haya existido una relación<br />

pre-platónica (de que derivaría el mito platónico) entre el Viejo y<br />

el Nuevo Mundo, que pudiera explicar el poblamiento o el origen<br />

cultural de América (que es precisamente lo que nos reúne);<br />

o b) que haya existido una relación entre el Nuevo y 21 Viejo<br />

Mundo, por tenue que fuera, que justificara la idea de la proce-<br />

dencia occidental (es decir, del Atlántico o Atlántida hacia Orien-<br />

te, hacia el Mediterráneo) de las culturas madres de las clásicas.<br />

Por todo esto, me ha parecido conveniente hacer una revisión<br />

de posturas, de exposiciones, en orden cronológico, partiendo<br />

del propio escrito platónico, rastreando su supervivencia y las<br />

diversas vigencias e interpretaciones que se le dieron a lo largo<br />

338 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


de los tiempos, al ritmo de las nociones geográficas y del cono-<br />

cimiento cosmográfico general que cada tiempo poseyó.<br />

No es necesario repetir lo mil veces dicho: la Atlántida nace<br />

con este nombre en dos Diálogos de Platón, el Tzmeo y el Critras,<br />

aunque en los dos sea Critias, con el tiempo tirano de Atenas, el<br />

que habla del reino poderoso y luego sumergido. En el primero,<br />

Critias hace un relato histórico de cómo llegó hasta él la noticia<br />

de la existencia de este Reino, que quiso conquistar a una Atenas<br />

prehistórica y que fue vencido por ella y luego destruido por un<br />

cataclismo. Dice haberlo oído de labios de Critias el Antiguo, su<br />

abueio, y haber forzado a su memoria para reconstruir ias pa-<br />

labras del anciano, aunque muchas de ellas habían quedado<br />

grabadas en ella como caracteres sobre tablillas de cera. La no-<br />

ticia llegaría a los atenienses de aquel tiempo por medio de las<br />

informaciones de un sacerdote egipcio, que a su vez las había dada<br />

ai sabio y poeta Soión.<br />

En el segundo diálogo, Critias entra, pormenorizadamente, en<br />

la relación de cómo era el reino de los Atlantes, de su organiza-<br />

ción, etc. Dice, contradiciendo lo afirmado en el Timeo, que con-<br />

serva en su casa escritos en que todo ello consta; es decir, que<br />

no lo conserva en su memoria de adulto, procedente de relatos<br />

oídos a su abuelo de noventa años, sino documentalmente.<br />

Sobre este núcleo central - el relato platónico, puesto en boca<br />

de Critias, para mayor aspecto de verosimilitud histórica- gira<br />

todo. Hemos de preguntarnos entonces no si es verdad que hu-<br />

biera existido esa isla Atlántida (que podría llamarse continente,<br />

como el propio Platón dice), sino, si así lo creían los griegos del<br />

tiempo platónico, si lo habían creído antes de Platón, porque<br />

figurara en sus ideas cosmográficas y geográficas, si en su tiem-<br />

po tuvo una repercusión científica; es decir, si fue tomado como<br />

cierta y aceptada la noción geográfico-histórica de la localización<br />

de la Atlántida, su existencia y su desaparición.<br />

Pero también debemos preguntarnos si existía alguna base<br />

para que pudiera haber dicho Platón que hubo una tierra al otro<br />

Núm 17 (1971) 339


4 MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS<br />

lado de las Columnas de Hércules (Gibraltar), aunque no -claro<br />

está- que esta tierra fuera la Atlántida, sino que con este nom-<br />

bre se significó algo que pudiera ser más bien América; y que lo<br />

hubiera podido decir porque algún desconocido periplo o tra-<br />

dición de él hubiera dado pie a tal suposición y denominación,<br />

dentro del contexto mitológico de la existencia de Atlas y sus<br />

descendientes.<br />

A todas estas preguntas podemos contestarnos, después de<br />

las exhaustivas críticas hechas hasta la fecha por Imbelloni y<br />

Vivante (1942) y por Ballesteros-Beretta (194.5)) del modo si-<br />

guiente:<br />

a) Antes de Platón nadie se refirió a un continente hundido,<br />

ni a la existencia de una sociedad perfecta y una civilización<br />

a<br />

muy desarrollada en él.<br />

E<br />

b) Platón es el primero que hace referencia a este hecho,<br />

y se apoya en unos pretendidos escritos de Solón (al que diputa<br />

mejor poeta que sabio gobernante), aparentemente confirmados<br />

O<br />

n<br />

-<br />

2<br />

E<br />

por Plutarco en su Vida de Solón, pero que se apoya -lo que E<br />

pocos han observado- precisamente en los datos platónicos<br />

sobre este sabio de Grecia.<br />

c) Los escritores posteriores a Platón, unos lo creyeron y<br />

otros no; pero entre los primeros no se cuentan los geógrafos,<br />

que sólo lo mencionan a título de prueba de que hubo cataclis-<br />

-<br />

e E<br />

O<br />

mos geológicos y hundimientos, como una tradición, pero no<br />

n<br />

E<br />

como un hecho histórico de todos conocido y por todos aceptado.<br />

a<br />

d) La Geografía y la Ciencia helénicas no incorporaron a<br />

sus nociones básicas la existencia de la Atlántida, y pensadores<br />

de la talla de Aristóteles llegaron a decir que la Atlántida había<br />

sido sacada de la nada por Platón y también vuelta a la nada<br />

por él mismo.<br />

e) Por todo eso, la problemática existencia de la Atlántida<br />

no parece representar la memoria de contactos extra-mediterráneos<br />

cuyo confuso recuerdo hubiera tomado luego esta forma<br />

mítica y poética.<br />

2<br />

n<br />

2<br />

Centrando, pues, el problema de la existencia de la Atlántida<br />

en los términos que a nosotros nos interesan, es decir en las<br />

relaciones trasatlánticas de los pueblos del Viejo Mundo y los<br />

340 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA IDEA DE LA ATLÁNTIDA. REALIDAD GEOGRÁFICA 5<br />

del Nuevo, en el orden poblacional, cultural y tecnológico, pode-<br />

mos llegar a la conclusión de que, aunque si quitamos a atlanti-<br />

distas acérrimos como el desorbitado Braghine, y aceptáramos la<br />

existencia de tal continente y de todo lo que sobre él nos cuenta<br />

Platón, esto no significaría nada al respecto del tema que nos<br />

reúne, ya que todo lo que se nos dice es un pretendido impe-<br />

rialismo de los atlantes hacia Oriente, hacia Egipto y Grecia,<br />

y no a la inversa. Precisamente por esto es por lo que Frobenius<br />

buscó la Atlántida entre los antiguos Yoruba, como origen de<br />

la civilización poseidónica; pero sin pensar en absoluto, puesto<br />

que la localiza en el continente africano, en una posible América.<br />

No cabe la menor duda de que la dilatada vigencia de la cul-<br />

tura romana, coexistente en cierto tiempo con la plenitud griega,<br />

y viviendo, hasta su final, de la tradición helénica, con griegos<br />

egregios que participan de la cultura romana, ya sea en iatín o<br />

en griego, supone en muchos aspectos la plenitud de lo clásico,<br />

heredero además de ese mundo erudito y curioso que Fue el pe-<br />

ríodo helenístico, tan parecido en muchos aspectos, hasta en el<br />

crítico, al mundo nuestro de los siglos XIX y XX.<br />

Hablar en Roma de Urano, Poseidón y de mitos, en el terre-<br />

no científico, no es casi concebible; y como no fuera como una<br />

concesión aromántican, podemos usar este término aplicado a lo<br />

tradicional. Prácticos y realistas, los sabios romanos pudieron re-<br />

coger leyendas, pero siempre diciendo de dónde procedían, des-<br />

cargándose en la autoridad de antiguos prestigiosos.kEi mundo<br />

romano, además, pretendía saber fijamente cómo era el medio,<br />

la tierra, en que vivían los hombres que pretendía sojuzgar, pro-<br />

tectorar (valga el neologismo) o someter. Por eso es interesante<br />

saber qué pensó Roma de la tradición atlantídica: si la consideró<br />

mito o realidad, si la incorporó a su elenco de verdades presu-<br />

mibles o si sólo recogió la especie como una tradición histórica<br />

y no como una verdad geográfica. Podemos adelantar algunas<br />

conclusiones:


6 MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS<br />

1." Los que mencionan la Atlántida o son griegos (es decir,<br />

siguen la línea de información «a la helénicap) o hacen refe-<br />

rencia plena a Platón.<br />

2." Aquellos autores latinos que la mencionan, lo hacen en<br />

30 histórico, pero nunca en lo geográfico, y menos en lo geográ-<br />

fico presente. En otras palabras, no dicen que existió la Atlán-<br />

tida, sino que hubo quien dijo (Platón) que existió.<br />

3." Las referencias a tierras en el Atlántico, o con nombres<br />

de Atlantes, son de islas existentes, conocidas o de que se tiene<br />

plena referencia, o de tierras africanas.<br />

4." Para los romanos, ciertamente, la Atlántida no existió;<br />

-y, por lo tanto, elucubraron poco sobre la posibilidad de viajes<br />

.a ella, de relaciones entre el mundo mediterráneo y el hundido<br />

continente, aceptando, a lo sumo, que se trataba de islas cuya<br />

existencia era cierta.<br />

Sin ánimo exhaustivo, veamos cuáles son los principales de<br />

estos autores. Strabón, griego, se ríe de Posidonio por su credu-<br />

lidad en la Atlántida; aunque realmente Posidonio sólo cita la<br />

catástrafe cam prdeba de qüe geográficaimritz existieron ea-<br />

taclismos. Plinio, al mencionar a la Atlántida, lo hace con la re-<br />

serva de si credimus Plutonio, refiriéndose luego a una znsula ...<br />

Atlantis, como una isla real, que podríamos identificar como las<br />

Canarias o Azores. Pomponio Mela trata de islas en el Atlántico<br />

(Fortunatae), a las que pondera como paradisíacas; pero no cae<br />

en la tentación de hablar de la Atlántida. Plutarco, como vimos,<br />

al hacer la biografía de Solón, se apoya íntegramente en el texto<br />

platónico. Diodoro Sículo menciona igualmente islas en el Atlán-<br />

tico, pero que creer que éstas sean la Atlántida es una suposición<br />

A- C.7" o-A..a+m" .n .-.-....?%Aa-A- ,. a-. +m-.+- nl..:1-- ,AA..<br />

&fjruruira ub aua Lnbsbraa, LLW a~a~~u~~iuw<br />

GIL au LGALW. L L~LIUII ILLU-<br />

ge simplemente, citándola, la versión del Timeo.<br />

Nos quedan dos autores importantes, por su solidez y por<br />

su sabiduría de las cosas de su tiempo: Marco Tulio Cicerón y<br />

Lucio Anneo Séneca. El primero, en el famoso Sueño de Scipión,<br />

l.-l.1,. A, 1,- +: ,,,,, l.-L:+-Ll, ,,,, , 1, --.:"+A--:- 2. A-- ---<br />

maula UG la> ~ ~~ira> liaulrauica, LIGG GIL la GnlatGilua uc uua buiitinentes,<br />

uno por descubrir; pero no cita que el ignoto pueda ser<br />

la Atlántida. Lo mismo ocurre con Séneca, que en sus conocidos<br />

versos de su Medea asegura que Thulé no será la última de las<br />

342 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


tierras. Uno y otro, Cicerón y Séneca, tuvieron ocasión óptima<br />

para decir que la Atlántida de Platón estaba aún por hallar, y no<br />

lo hicieron.<br />

Cerrando el ciclo del mundo clásico, podemos hacemos una<br />

importante pregunta, que sea útil a nuestro propósito de adivinar<br />

si en el mito hay algo que pueda esclarecer relaciones trans-<br />

oceánicas precolombinas. Esta pregunta sena: jalguno de todos<br />

estos autores, incluido Platón mismo y las posibles fuentes en<br />

que bebiera, al recoger el mito o la versión, hace referencia<br />

a algún contacto que sugiera la idea de algún viaje, desplaza-<br />

miento o marcha que conduzca a la tierra de la Atlántida? Po-<br />

demos contestar, rotundamente, que no; es decir, que aunque<br />

tras la sombra de la Atlántida se escondiera América (como pen-<br />

sarán las gentes del Renacimiento y post-descubrimiento), el mito<br />

no permite fundamentar ni siquiera la hipótesis de que encierre<br />

la memoria de contactos precolombinos entre el Viejo y el Nuevo<br />

Mundo.<br />

IV. EL MEDIOEVO<br />

Es noción tópica suponer que la «Edad Media» es lo que su<br />

nombre indica, intermedia, edad entre lo clásico que muere y lo<br />

clásico que renace, entre el siglo V y el siglo XV; pero quien co-<br />

nozca los siglos y cultura medievales sabe que esto no es abso-<br />

lutamente cierto. El descenso de la cultura intelectual en muchos<br />

aspectos y la teologización del pensamiento polarizan la actividad<br />

humana discursiva en moldes más estrechos o circunscritos, pero<br />

no supone el total olvido de todo, pues el pensamiento cristiano<br />

de finales del Imperio proyecta sobre los siglos siguientes in-<br />

formación y iuz. Asi Iiiatón y sus ideas no son desconocidas, y,<br />

por lo tanto, la Atlántida estará como una idea larvada, esperan-<br />

do salir nuevamente a la superficie. Lo que pasa es que la idea<br />

atlantídica quedar5 como materia elucubrativa durante siglos,<br />

hasta el comienzo de las exploraciones en el Atlántico.<br />

NO es necesario entrar en demasiados detalles, sino citar ai-<br />

gunos ejemplos significativos. En los siglos 11 y 111 -precur-<br />

sores de lo medieval, en el pensamiento proto-cristiano-, Ter-<br />

tuliano y Arnobio citan a Platón al hablar de la Atlántida; Cosmas


8 MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS<br />

Indiocopleustes (siglo VI) sitúa la Atlántida en Oriente, mez-<br />

clando a Moisés con Platón (lo cual va a tener en lo futuro re-<br />

percusiones); San Isidoro simplemente la menciona; y ya en el<br />

siglo XI, San Anselmo vuelve a la cita de Platón. Intzresa co-<br />

nocer la existencia de este cordón umbilical que liga al mundo<br />

antiguo con el medieval para entender un fenómeno curioso y,<br />

sin embargo, lógico: la vigencia de la idea de la Atlántica forta-<br />

lece, quizá porque se creyera en su no total destrucción, la acti-<br />

vidad descubridora, que va hallando islas reales (aunque no<br />

deja de pensarse en mil otras, completamente imaginarias), y<br />

estos descubrimientos estimulan, entonces, y afirman la idea<br />

de que la Atlántida pudo ser una realidad. No es una pura ca-<br />

sualidad que en el conocido breve de 1344, en que el Papa esta-<br />

blece jurisdicción sobre las Canarias (Fortunatae nuevamente).<br />

junto a Piuvaria y otras, mencione a una iiamacia Atiántida.<br />

Pero en todo este mundo intelectual, geográfico, náutico y<br />

cosmográfico, no hay mención a viejas expediciones, sino que<br />

se hace referencia, a lo sumo, a gentes que emigraron de España<br />

a la llegada de los árabes, a santos obispos y -como un pálido<br />

reflejo cie ia utopía piatonica- a ia existencia de «Siete Ciu-<br />

dades», con una organización modelo, que viven dentro de la<br />

ley cristiana.<br />

Y llega, como un destello de luz, que ciega con el asombro<br />

a todas las previsiones geográficas, el Descubrimiento; y con él,<br />

el tenue cordón umbilical que ha mantenido vivo el recuerdo de<br />

la Atlántida cobra fuerza y aparece la última versión atlantídica,<br />

A- --- 1- ---l:-l-A A---:L~- 3- A: L-11-A- -1 -J.--<br />

ULU~LIZU~ pul la r Galluau ~iwglu~ UG ulla uara rlaiiaua al ULLU<br />

lado del Atlántico. En otras palabras, el pensamiento renacentista,<br />

saturado del dzvino Platón -como se le llamaba-, cuyo<br />

seguidor más entusiasta será Marsilio Ficino, da una nueva versión<br />

a la Atlántida. Paradójicamente, creyendo a Platón, lo cona---l:--<br />

---- ,.- ---- Le,.-<br />

Liauicic, pu~b aLcpLa yuc: G~LC Se l&iklZi ;d üii ~üiiiheiii~, pHü<br />

no que haya desaparecido, sino que es América.<br />

No todos están contestes en esta aceptación, pero se mueven<br />

en su órbita. Fernández de Oviedo es el primero que, quizá con<br />

344 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA IDEA DE LA ATLÁNTIDA REALIDAD GEOGRhFTCA 9<br />

fines políticos, para justificar la soberanía española de las Indias<br />

(como ha supuesto muy fundadamente Marcel Bataillon), habla<br />

de un poblamiento de las Indias por descendientes de Atlas e<br />

hispanos, pero sin referirse concretamente a la Atlántida. Giero-<br />

nimo Fracastor, de Verona, en elegantes versos latinos, dando<br />

muestra de su erudición humanística, que le ha permitido cono-<br />

cer a Platón, recurre a la Atlántida para explicarse algo que des-<br />

de entonces preocupa al pensamiento científico: el origen del<br />

indio americano, y pone en boca de uno de ellos un recitado<br />

asegurando que proceden de la hundida Atlántida. Lo mismo su-<br />

pone Gregorio García (1607), que, con el mismo fin, supone que<br />

las Indias son la Atlántida; y Sarmiento de Gamboa, que Amé-<br />

rica es la continuación continental de la Atlántida platónica.<br />

Y junto al padre Acosta, muy ducho en Humanidades, que la niega,<br />

el padre Las Casas y López de Gómara, sin discutir la Atlántida<br />

en sí misma, sugieren que Colón fue movido por esta idea para<br />

llevar a cabo su tesonera empresa.<br />

¿Qué nos queda de toda esta literatura renacentista, y ya ame-<br />

ricanista? Prácticamente, nada; que sabían de la existencia del<br />

texto platónico, que no se detienen en razonar si existió o no la<br />

tierra y la organización política que en él se detallan, sino que<br />

creen que el hallazgo de América puede dejar explicado el mito.<br />

VI. CONCLUSI~N<br />

No ha sido mi intento volver una vez más a explicar lo que la<br />

idea de la Atlántida supone, ni discutir las teorías modernas acer-<br />

ca de los orígenes del llamado «mito», y lo que en él puede o<br />

pudo haber de reaiidad histórica en reiacion con íos hundimien-<br />

tos armoricanos, por ejemplo, sino rastrear en el pensamiento<br />

de los tiempos, hasta el descubrimiento de América, la informa-<br />

ción que la idea atlantídica pueda contener acerca de relaciones<br />

intercontinentales precolombinas. Dicho de otro modo: he desea-<br />

do presentar ias diversas mentaiidades que, a través dei tiempo,<br />

se han aplicado al tema de la Atlántida.<br />

De este análisis puedo llegar a una conclusión, que no por<br />

atrevida, en uso de la sinceridad científica, puedo dejar de con-<br />

Núm 17 (1971) 345


10 MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS<br />

signar: que no creo que todo lo referente a la Atlántida pueda,<br />

tal como hoy conocemos el tema, arrojar el más pequeño rayo de<br />

luz sobre cualquier relación trasatlántica que pudo haber ha-<br />

bido antes de Platón, y que sólo al final, en el siglo XVI, se<br />

quiso hallar con la tradición atlantídica una explicación al Des-<br />

cubrimiento, pero sólo en el terreno elucubrativo, hipotético y<br />

conjetural.<br />

ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL MITO PLATONICO DE LA ATLANTIDA, FRENTE<br />

A LA TEORIA DE LAS VINCULACIONES TRAS-<br />

ATLANTICAS PREHISTORICAS ENTRE EL VIEJO<br />

MUNDO Y AMERICA<br />

POR<br />

JUAN MHOBINGER<br />

El renacimiento, sobre bases científicas, de la teoría de la<br />

realidad de navegaciones prehistóricas o protohistóricas desde<br />

Europa Occidental y el norte de Africa hacia los sectores cen-<br />

trales del Continente americano (cuya formulación específica está<br />

dada por el trabajo de Alcina, 1969), plantea nuevamente un pro-<br />

blema que se creía superado: el de la relación de la Atlántida de<br />

Platón con América. El mismo puede formularse de dos maneras:<br />

a) Cuál es la base real, geográfica y culturalmente hablando, de<br />

la descripción platónica, y si la o las tierras y culturas que<br />

proporcionaron esta base tuvieron alguna vinculación con el<br />

«Nuevo Mundo», y si, por lo tanto, pueden considerarse como<br />

una pieza más, más o menos importante, en el supuesto pro-<br />

ceso de difusión. &) En el caso de no haber una base real atlán-<br />

tica (sea en las costas eurafricanas, sea en islas como las que<br />

se hallan en el Atlántico Norte, sea en partes hoy sumergidas<br />

nc+n .


2 JUAN SCHOBINGER<br />

anunciaba) a América, a su vez la Atlántida platónica, al igual<br />

que su pararlelo mítico las Islas de los ~ien&enturados, rifle-<br />

jaría y/o preanunciaría a la AntilialAmérica. Si hasta ahora<br />

creíamos que «no es necesario suponer, como lo han hecho al-<br />

gunos, que tanto el relato de tierras lejanas y desaparecidas como<br />

la idea de las "antiecumenes" sean reminiscencias de antiguos<br />

viajes casuales al continente americano, de los que no existen<br />

pruebas de ninguna clase» ', ello se debía más que nada a que<br />

no se había planteado aún una teoría -o mejor, hipótesis de<br />

trabajo- sobre bases científicas acerca de antiguas conexiones<br />

culturales entre el Viejo Mundo y América por vía trasatlántica.<br />

Existiendo ahora ésta (aunque lejos aún de tener muchos pun-<br />

tos a su favor), corresponde volver a analizar con nuevos ele-<br />

mentos de juicio lo que Imbelloni llamó ala Atlántida del Ame-<br />

ricanistan.<br />

Una variante, y en realidad más conforme con el texto platóni-<br />

co, es la identificación con América de la «Tierra Firme» (+~lpoc),<br />

situada alrededor del «verdadero mar» que limitaba a la Ecume-<br />

ne centrada en el mundo mediterráneo. Esta es la opinión de<br />

varios escritores de la época del Descubrimiento (padre Las Ca-<br />

sas, López de Gomara, Zárate, fray G. García). Sarmiento de<br />

Gamboa fue el primero en sentar la tesis de un poblamiento de<br />

América como efecto de la migración hacia Occidente de una par-<br />

te de los habitantes de la «isla Atlántica», que a su vez habrían<br />

venido desde el Oriente tras el Diluvio (N.. Indias de Castilla o<br />

América, que luego inmediatamente tras el Diluvio se tornó a<br />

poblar .. por medio de las primeras gentes viniéndose por la<br />

tierra de la isla Atlántica») '. Esta última era imaginada con un<br />

extremo muy cerca de las costas españolas, en la zona de Cádiz,<br />

y uniéndose en el otro con el continente americano (esto último<br />

en contradicción con la descripción platónica). Por su parte,<br />

algunos cosmógrafos de los siglos XVI y XVII denominan «Atlán-<br />

tidan al nuevo continente 3, lo que alguno justifica diciendo que<br />

1 Schobinger, 1949, pág. 21.<br />

2 S. de Gamboa, 1906 (1572), pág. 25, cit. por Vivante e Imbelloni, 1939,<br />

página 59.<br />

3 G. Postel, 1561; N. y G Sanson, 1689.<br />

348 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Atlántida no quedó para siempre sumergida, sino que volvió a<br />

emerger en la forma americana 4. Ya en el siglo XIX, Jacob<br />

Krüger, uno de los primeros en creer que los fenicios llegaron a<br />

América, también identificó a ésta como la Atlántida (1855). Otra<br />

variante: que es «un fragmento de la antigua Atlántida» 5.<br />

Quien sistematizó por primera vez, con fundamentos que<br />

hoy llamaríamos etnológicos, la teoría del poblamiento ~atlán-<br />

tico» de América, fue el conde Giovanni Rinaldo Carli, a fines<br />

del siglo XVIII. Las semejanzas de civilización entrz muchos<br />

pueblos antiguos del Viejo y del Nuevo Mundo se explicaban<br />

mediante una vía de comunicación, «una tierra de muy grande<br />

extensión.. . , existente quizás hace más de seis mil años» 6. Las opi-<br />

niones de estos autores oscilan entre considerar a la Atlántida<br />

como un mero puente de pasaje o como verdadera cuna de la Hu-<br />

manidad, y más concretamente de los indígenas americanos 7. Con<br />

ello, surge implícitamente la ecuación Atlántida = Paraíso Te-<br />

rrenal, y Cataclismo Atlántico = Diluvio bíblico.<br />

La pregunta de si la Atlántida, o bien la «Tierra Firme. si-<br />

tuada más allá del Océano, y hasta la cual se podía llegar en tiem-<br />

pos de la existencia de la Atlántida, reflejan contactos o nave-<br />

gaciones muy anteriores a la época griega clásica, debe integrar-<br />

se con otros relatos sobre tierras existentes en el dejano Oeste*,<br />

situadas a veces en el Océano, a veces aún más allá (Islas de<br />

los Bienaventurados, Islas Afortunadas, Campos Elíseos -situa-<br />

dos «donde se pone el sol»-, Ogygia o Tierra de Cronos, según<br />

Plutarco, para no citar sino las de la Antigüedad Clásica).<br />

Antes de intentar contestar esa pregunta se impone un aná-<br />

lisis crítico sobre el problema. Para ello hay que partir de la<br />

concepción antigua -greco-oriental- de la Tierra y del Cos-<br />

mos, a su vez reflejo o hipóstasis de la antigua imagen mítica<br />

surgida en el seno de los templos protohistóricos.<br />

Veamos, por ejemplo, cómo ello se presenta en Hornero<br />

(ca. 800 a. C.): la Tierra es un gran disco, cuyo centro es el Mar<br />

4 C. Paw, 1768.<br />

5 J. Bircherodius, 1683; idea retornada hasta por autores de nuestro<br />

siglo.<br />

6 Carli, 1784, pág. 177, cit. p. Vivante e Imbelloni, 1939, pág. 74.<br />

7 Por ej. Brasseur de Bourbourg, 1868, 1871.<br />

Núm 17 (1971) 349


4 JUAN SCHOBINGER<br />

Egeo, y cuyo borde lo forma el cinturón inmenso del Océano,<br />

que como un río ciñe la «tierra firme» eurasiática; en él se sumerge<br />

diariamente el sol por el Occidente, para volver a surgir<br />

del mismo por el Oriente. En el nombre '~xaavóc (así como en su<br />

equivalente 'RyTjv), considerado ya por los antiguos de origen<br />

«bárbaro», se descubre la raíz fenicia uk, emparentada con la hebrea<br />

og, que significa «circunferencia» '. Es ésta una notable<br />

muestra de la importación conceptual (y en este caso también<br />

lingüística) y su adaptación propia, que constituye el punto de<br />

partida de la geografía griega.<br />

La calificación homérica del Océano como «padre de los<br />

dioses» revela su naturaleza primitivamente no geográfica. El<br />

carácter fluvial que se le otorga hace pensar en una «tierra más<br />

a<br />

N<br />

allá» del mismo; idea que, si no mencionada explícitamente en<br />

E<br />

Homero, tuvo sostenedores en épocas posteriores, hasta la temprana<br />

Edad Media9. Otro dato que completa su concepción es<br />

la del gigante Atlas, que sostiene las «grandes columnas que separan<br />

el cielo de la tierra». (Sobre esto, ver más abajo.) En el<br />

0<br />

n - m<br />

O<br />

E<br />

S £<br />

- E<br />

nombre de la isla Ogyia -sede de la ninfa Calipso- vemos la<br />

misma raíz semítica que en Okeanós.<br />

En Hesiodo, algo posterior a Homero, el esquema es fundamentalmente<br />

el mismo, y el Océano continúa envolviendo circu-<br />

2<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

larmente a la tierra sólida; pero en sus descripciones se manifiesta<br />

más claramente el esfuerzo por adaptar los mitos de la<br />

n<br />

- E<br />

epopeya a los más nuevos y más amplios conocimientos geográa<br />

2<br />

ficos. Además de los pueblos y regiones del área mediterránea,<br />

también se alude al Atlántico y, vagamente, a la isla de Tartessos,<br />

n<br />

n<br />

zona en la que, por sus brumas y su situación occidental extrema,<br />

pzrece bcdizur !a entmda 21 m~dn infernal. Igualmentej 10caliza<br />

en estas regiones la actividad de Herakles, en relación con<br />

3<br />

O<br />

Atlas -que ahora es representado como sostenedor del mundo<br />

sobre sus espaldas- y con las Hespérides. Todo ello se relacio-<br />

"n ei Lzbro de ios r"roverbtos (Yiii, 27j se iiabia de ciiaii6a Yai'ivé<br />

[estableció los cielos; cuando trazó un círculo sobre la haz del abismo D.<br />

Ver también Job, XXVI, 7-12<br />

9 Es conocido el arcaico esquema geográfico de Cosmas Indicopleustes<br />

(siglo VI A. D.), que incluye una ~Terra ultra Oceanumn.<br />

350 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


na directamente con la frecuencia creciente de las navegaciones<br />

hacia estos lugares.<br />

Un siglo y medio después, ya producida la colonización de<br />

algunas zonas, por rodios y calcidios primero 'O y los focenses<br />

después (quienes fundaron Massalia/Marsella hacia 600 y Emporion/Ampurias<br />

hacia 550 a. C.), es delineada la primera carta<br />

geográfica (xiva E) de que se tiene noticia en el mundo clásico;<br />

su autor es Anaximandro (610-546 a. C.), principal discípulo de<br />

Thales de Mileto. Tenía forma circular, según las reconstrucciones,<br />

presentando la masa continental como encerrando al Mediterráneo<br />

y, a su vez, totalmente rodeada por el Océano. Como la<br />

Tierra era imaginada en forma de un cilindro o tambor, cuya<br />

altura es 1/3 de su diámetro, debía suponerse una tierra o borde<br />

circumoceánico, que correspondería a la «otra orillas del río<br />

oceánico de la concepción primitiva. Esta masa acuática envolvente<br />

ya no era de carácter mítico, sino que su existencia se<br />

basaba en el conocimiento que los focenses habían adquirido<br />

del Atlántico y en el testimonio de los viajeros que comenzaban<br />

a visitar el Mar Rojo y el Golfo Pérsico, a los cuales, así como<br />

al Mar Caspio (y anteriormente al Mar Negro), se los consideraba<br />

como brazos del Océano.<br />

' Es probable que Anaximandro haya conocido el famoso Periplo<br />

Massaliota, contenido en la Ora Marítima de Avieno 'l. «El<br />

citado mapamundi no debía representar solamente la cuenca<br />

occidental del Mediterráneo, con las costas líbicas e ibéricas<br />

y el Estrecho de las Columnas, sino también la ciudad y el río<br />

de Tartessos y el Océano, con Oestrymnis (Bretaña), Albión (Inglaterra),<br />

Hierne (Irlanda) y con el Erídano-Rhinn '*.<br />

Las tierras desconocidas del norte de Europa («de los Hiperbóreo~~)<br />

y del resto de Africa y Asia («de lo; Etíopes») estaban<br />

contorneadas esquemáticamente, de manera que todo el.<br />

bloque continental formaba una gran isla circular, cuya centro<br />

era el centro espiritual helénico: Delfos. Es la supervivencia del<br />

esquema primitivo.<br />

10 García Bellido, 1940.<br />

11 Fontes Hispaniae Anttquae, 1, edic. de A. Schulten, 2.a ed., Barce-<br />

lona, 1955.<br />

12 Schulten. 1945, pág. 110.<br />

Núm 17 (1971) m


6 JUAN SCHOBINGER<br />

En los dos siglos que van desde la composición de la Odisea<br />

hasta la confección del mapa de Anaximandro se produce el inte-<br />

resante proceso de traslado y adaptación del teatro mítico a las<br />

regiones descubiertas, y, finalmente, la liberación de esta misma<br />

atadura mitológica. Esto último se refleja en los primeros peri-<br />

plos y cartas geográficas, y en la literatura geográfico-descripti-<br />

va de Hecateo de Mileto, Herodoto y Ctesias de Cnido, entre<br />

otros (siglos VI-V). Así, por ejemplo, Hecateo se opone a la<br />

identificación de los mitos con las comarcas del extremo occiden-<br />

tal mediterráneo, específicamente lo referido al ciclo de Herakles.<br />

Platón vive en un momento posterior, en que la libertad de<br />

movimientos de los griegos en el Mediterráneo occidental ha que-<br />

dado algo reducida por el dominio púnico de España, norte de<br />

Africa y algunas de las islas. La casi mítica Tartessos -puente<br />

hacia ias isias y costas atiánticas de Europa, así como hacia ei<br />

occidente de Africa y, tal vez, el Golfo de Guinea- quedó des-<br />

truida (fines del siglo VI a. C., según Schulten), y la actividad<br />

cosmológica continúa ahora orientada en sentido filosófico-sim-<br />

bólico. En el pitagorismo, sobre todo, se cultiva una tradición<br />

mitico-esotérica que tiene fuertes raíces en ias concepciones ar-<br />

caicas. Platón asimiló mucho del pitagorismo, reflejado en sus<br />

últimas obras, y sobre todo en el Timeo. Y es en este célebre<br />

diálogo, dedicado a la cosmogonía y al análisis de la naturaleza<br />

del hombre, en donde se halla, al principio, el tan conocido<br />

'ar 1 av r r x ó S h 8 y os luego desarrollado en el inconcluso diálogo<br />

Cuitias.<br />

Pero, ¿qué es 'Arhavris, y por qué ese nombre? Se trata<br />

del reino, la isla o la comarca de Atlas. ¿Qué es Atlas?<br />

Por un lado, se trataba del sostenedor de las columnas que<br />

en el confín del mundo habitado sostienen la bóveda celeste.<br />

También, o primitivamente, el guardián de las columnas que<br />

franquean el paso al Más Allá: las xóha r -los Pilones, el Yakim<br />

y Boaz- y tantos otros símbolos que representan el «umbral»<br />

del Mundo Ultraterreno, espiritual; de lo que Platón llamaba el<br />

Mundo de las Ideas 13. En el proceso ya mencionado de hipósta-<br />

13 Diríamos que se trata de la figura del «Guardián del Umbral»,<br />

luego sustituida por el Cancerbero. Una variante de esta figura la vemos<br />

352 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


sis geográfica de los mitos, tenemos como una de sus manifes-<br />

taciones a los estrechos marinos, sobre todo si son peligrosos y<br />

cortados a pico: Scilla y Caribdis, Columnas de Herakles (de<br />

Melkart para los fenicios) 14. También existió una temprana aso-<br />

ciación a la montaña (lugar sagrado para el pensamiento arcaico):<br />

el primer Atlas griego estaba situado en la Arcadia; se trataba,<br />

según Dionisio de Halicarnaso, del primer rey de esa comarca<br />

(a la que a su vez la tradición atribuía caracteres paradisíacos),<br />

que residía cerca del Monte Cauconio; sus descendientes sufrieron<br />

una inundación que los obligó a emigrar hacia la Troade 15. Tam-<br />

bién se asoció alguna vez al Atlas al Monte Ida de Creta, y al<br />

Monte Ida de la Troade; allí estaba la «sagrada Iliónz, guardiana<br />

de otro estrecho: el Helesponto.<br />

Paralelamente, y desde un punto de vista más profundo, ve-<br />

mos en Atlas una figura mistérica; una premonición del Cristo,<br />

del Dios que sufre, que padece (según la etimología: t h á o pa-<br />

decer, estar bajo un peso). Traspuesto al plano espacial, se lo co-<br />

loca -en combinación con el Sentido anterior- hacia el Occi-<br />

dente. donde se pone el sol: el mundo de Osiris, el Amenti egip-<br />

cio; el mundo de la muerte para los mortales, pero de la vida<br />

eterna para quienes han sufrido el proceso de iniciación y han<br />

logrado franquear el umbral. Este es, precisamente, el caso de<br />

Herakles, como se verá más abajo 16.<br />

en el ángel (cherubzm) con espada Hameante, que guarda la entrada al<br />

oriente del Edén (Génesis, 111, 24).<br />

14 Otra manifestación la constituyen algunos pasos montañosos y<br />

desfiladeros (Termópilas!~); la «Hohle Gasse» de la leyenda nacional sui-<br />

za, etc. En América también hay ejemplos de esto.<br />

l5 Vivante e Imbelloni, 1939, pág. 232.<br />

16 ES interesante que Prometeo, otra figura «sufriente», era, según<br />

la Teogonía de Hesíodo, hermano de Atlas. Ambos eran hijos del titán<br />

Japeto (hijo, a su vez, de Urano y Gea, y hermano por lo tanto de Cronos,<br />

padre de los dioses olímpicos) Esposa de Japeto fue Climene, hija de<br />

Vcéanc y ker=ana de !as nhfus. E: !a xitdegk heriSdica Odam es<br />

también un retoño de Urano y Gea, es decir, de Cielo y Tierra.<br />

En la mitología platónica, en cambio, Atlas es hijo de Poseidón (hijo<br />

de Cronos y hermano de Zeus), mientras que su madre es «aborigen*:<br />

Clito, hija única de Euenor y Leucippe, habitantes primitivos de la re


8 JUAN SCHOBINGER<br />

En el proceso de proyección geográfica, varios sitios fueron<br />

denominados «columnas de Herakles» (por ejemplo el estrecho<br />

de Kerch, en el Mar Negro); pero fue el estrecho de Gibraltar<br />

el que recibió ese nombre por antonomasia. Confluyeron aquí<br />

su situación extremo-occidental dentro del mundo conocido, su<br />

proximidad a una alta y extensa cadena montañosa, en la que<br />

se veía cristalizado el ser que «sostenía el peso de la bóveda ce-<br />

leste» (el Atlas), y la salida de las aguas «internas» del Mar Me-<br />

diterráneo a la inmensidad de las aguas «externas»: el 'flx~avóc<br />

-a su vez, hipóstasis del «río amargo» de los babilonios, del<br />

«río circular» (og) de fenicios y hebreos, del «río océano» de<br />

Hornero-. Por su proximidad al Monte Atlas (o si se quiere, al<br />

reino de Atlas, que abarcaba toda la zona que rodeaba a las<br />

columnas-) este océano fue denominado Atlántico.<br />

E- l#.- %-o-:+:--*<br />

bII IU3 IULuIILaJ JLLIIICLLVJ, !OS estrechos se dencminan bab,<br />

«puerta» (por ejemplo, Bab-el-Mandeb), donde se percibe el<br />

mismo sentido mítico-geográfico de «puerta hacia el Océano»;<br />

es decir, originariamente, «puerta hacia el Mundo Espiritual» 17.<br />

¿Y quién es Herakles y por qué se relaciona con Atlas? Herak!es-Mz!kar:-G;i!garLeSh<br />

es e! z';ziciGdo, e! siendo mor:a!<br />

obtiene por sí mismo acceso a la inmortalidad. Hay dos versiones<br />

de su iniciación: a) Rompe violentamente el obstáculo para<br />

llegar al «Más Allá» (cuya primera «región» es el Océano), abriendo<br />

así el Estrecho. Queda superado el «non plus ultra». b) Para<br />

uno de sus últimos Doce Trabajos -que representan, al comienzo,<br />

el camino de la expiación, y en su tramo final, el de la iniciación-<br />

obtiene la ayuda de Atlas, quien, como jefe del mundo<br />

liminar occidenal ' Ea TE^ í a (Hesperia), conoce el secreto y la<br />

ubicación de las «manzanas de oro de las Hespérides». El «jar-<br />

Uin Ut. las Hespérides», cümü :OS Campos Eliseus y las Islas de<br />

los Bienaventurados, son otros tantos nombres del Mundo Espiritual<br />

(o de ciertos sectores o facetas del mismo), en donde se<br />

gión. El primero de los nueve hermanos de Atlas es Eumelos, también<br />

llamado Gadeiros, esto último derivado evidente de la Gadir fenicia.<br />

17 Cfr. el nombre de una antigua ciudad templaria Bab-zlu (puerta<br />

de Dios = puerta para llegar al mundo de los dioses. Significado con-<br />

vergente con Teotihuacán. lugar de los dioses = lugar donde los hombres<br />

se convierten en dioses = lugar de iniciación).<br />

354 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


encuentran las almas de los virtuosos, de los valientes y de los<br />

iniciados.<br />

Atlas mismo le trae a Herakles las manzanas de oro (que<br />

algunos identifican hipostáticamente con la granada hispánica);<br />

pero para ello éste ha debido sufrir personalmente el «trabajo»<br />

de Atlas, de sostener -es decir, «llevar sobre sí»- todo el peso<br />

del mundo.<br />

Todo lo dicho constituye un fondo importante a partir del<br />

cual hay que entender el mito platónico («historia muy singular,<br />

pero absolutamente verdadera»), que sin duda persigue en lo<br />

fundamental efectuar una descripción alegórica de realidades<br />

y procesos cósmico-espirituales, hipostasiados hacia el extremo<br />

occidental del mundo conocido. La proyección hacia el pasado<br />

de esa utópica cuns;iwye la


10 JUAN SCHOBINGER<br />

La identificación de la Atlántida con el Paraíso bíblico, o, más<br />

ampliamente, con el mundo antediluviano, y la homología de los<br />

catacIismos que le dieron fin (o mejor dicho, el reconocimiento<br />

,de que ambos constituyen un desgajamiento de un sistema más<br />

amplio de cuatro grandes cataclismos que dieron fin a cuatro<br />

eras o edades, hallándose ahora el narrador en la quinta edad),<br />

se debe a las pacientes y eruditas investigaciones de José Imbe-<br />

lloni 19.<br />

Hay un interesante «relleno» histórico-literario dado por Pla-<br />

tón al relato que habría sido proporcionado por el sacerdote<br />

egipcio a Solón, y transmitido luego por varias bocas hasta<br />

Critias, quien lo habría referido en una reunión presidida<br />

por Sócrates destinada a tratar temas de gran profundidad<br />

ontológica. Empero los resultados de su estudio son hasta ahora<br />

un tanto contradictorios. Las identificaciones de la cultura de<br />

la Atlántida con la de Creta antigua (Frost, Brandensein), con<br />

'Tartessos (Schulten), con la cultura Atlántica africana del golfo<br />

de Guinea (Frobenius), con la isla de Helgoland en el Mar del<br />

Norte (Spanuth), por no citar sino a las mejor fundamentadas,<br />

en realidad no son enteramente excluyentes. Hay numerosos ele-<br />

mentos geográficos, históricos y culturales en la narración plató-<br />

nica, que él no pudo inventar, pero sí asimilar y «componer»,<br />

dentro de la unidad de su propósito que, como dijimos, no era<br />

el de presentar una historia externa, ni tampoco una mera fábula<br />

.o utopía. A las identificaciones anteriores se agrega ahora la más<br />

reciente: la que surge de excavaciones hechas en la isla volcánica<br />

cisa y sin mayores detalles de tipo cultural, la constituirían los mitos del<br />

puraiss perdirln.<br />

19 «El diluvio no estaba por sí solo, sino formando parte de un<br />

sistema, definido numéricamente, de calamidades telúncas, regido por<br />

el juego de los Cuatro Elementos, y su definitiva supervaluación como<br />

forma destructora no era otra cosa que el efecto de mutilaciones recientes<br />

de aquel antiguo sistema, todavía no tan remotas que fuese<br />

irnposi'"ie rec"ri"cei~ las CiS"i-aS, ((-jlta ?Gadai, 1968, P&ga 21). fqa luS<br />

pueblos del Asia Occidental, el factor principal para la supervaluación<br />

de la destrucción hídrica debió ser la inundación producida en la Baja<br />

Mesopotamia hacia comienzos del cuarto milenio a. C., durante el período<br />

de El Ubaid, cuyos rastros descubrió Wooley en Ur (Menghin, 1958).<br />

356 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


de Thera o Santorín, en el Mar Egeo, en donde existió una ciudad<br />

minoica destruida por torrentes de lava 20.<br />

Como conclusión, podemos considerar a Atlantis fundamen-<br />

talmente como una realidad espiritual, puente -junto con otras<br />

islas 21- en el tránsito de las almas (difuntas o iniciadas) hacia<br />

el «continente» situado del otro lado del «río Océano»; lo que<br />

transportado a la realidad tempo-espacial quedó hipostasiado en<br />

la AtlántidalReino de Atlas = Edad de Oro/Paraíso Terrenal, el<br />

que en un proceso inexorable quedó perdido o alejado del mundo<br />

humano a raíz de la .pérdida del principio divino» (Platón), o<br />

la «caída en el pecado» (Génesis): En el ámbito más concreta-<br />

mente espacial, ello quedó identificado con la región del actual<br />

Estrecho de Gibraltar, el vecino mar de Atlas (considerado como<br />

materialización del Océano) y las costas del mismo. Diríamos,<br />

en resumen, que una hipóstasis mas lnmedlata y cercana a ia<br />

época de Platón -aún contemporánea con la época en que vivi6<br />

Solón- sería el reino de Tartessos (cuya vida duró, según Schul-<br />

ten, entre unos 1200 y 500 a. C.); otra algo más lejana en eE<br />

tiempo, la civilización minoica en sus fases de esplendor, inclu-<br />

yendo la colonia recientemente descubierta de Thera (ca. 2Uü0-<br />

1400 a. C.), a su vez exponente mayor de la llamada cultura Po-<br />

seidónica (Frobenius, Imbelloni) que se manifestó también en la<br />

citada cultura tartesia, en la de los etruscos, y con formas nota-<br />

blemente puras en la cultura africana occidental de Ife sobre el<br />

Golfo de Guinea. En cuanto al ataque de los pueblos de Occiden-<br />

te sobre el Egipto, es casi seguro que se refiere al de los «pueblos<br />

del Norte y del Mar» aliados a los libios, en las postrimerías<br />

del Nuevo Imperio egipcio, hacia 1200 a. C. (tesis de J. Spanuth,<br />

ya adelantada por otro^)^. El cataclismo es mítico, pero pudo,<br />

a Luce, 1969.<br />

21 Tzmeo, 24 e).<br />

22 Spanuth habla de los aatlantes nórdicos», que migraron desde<br />

las dislocadas costas del mar del Norte hacia el Mediterráneo y Africa;<br />

resulta interesante que por si? parte e! nnrdafricanisf~ E. Zyh!xz hah!~<br />

de alibios nórdicos» (grupo «hespérico»), poseedores de carros de guerra<br />

de tipo egeo, que a partir del siglo XIII se constituyeron en clase domi-<br />

nante entre los vecinos occidentales del Egipto. (En cuanto a la iden-<br />

tificación física de Atlantis con Helgoland -considerando a esta isla


12 JUAN SCHOBINGER<br />

reforzarse hipostáticamente con uno o varios que tuvieron lugar<br />

en el área mediterránea (por ejemplo, el citado de Thera, a mediados<br />

del siglo XV), o aun de las costas e islas del Atlántico<br />

vecinas de España (como lo supone el oceanógrafo Le Danois<br />

para alrededor de 6000 a. C.) 23.<br />

Más allá de este complejo mosaico de aspectos, no se debe<br />

excluir la posibilidad de que, en parte, el relato platónico refleje,<br />

no un reino, isla o cultura más antigua ni geográficamente localizada<br />

con precisión, sino un estadio de la evolución mental y<br />

cultural de la Humanidad, estadio o fase que se reflejaría sobre<br />

todo en culturas prehistóricas del occidente de Europa (acorriente<br />

megalíticas, 111 milenio a. C.), o más allá aún, en el Paleolítico<br />

Superior. Si fuera esto último, tendríamos que llegar a la<br />

conclusión de que las especulaciones de autores como De Mereja<br />

N<br />

kovsky (más bien místicas y éticas), H. Poisson (antropológicas)<br />

y E. Uehli, seguidor de R. Steiner (más bien psicológicas), también<br />

poseen su parte de verdad. Tendríamos así una gran «época<br />

cultural atlántica», en que el pensamiento era intuitivo y no<br />

racional, en que el hombre se hallaba en estrecha relación con<br />

O n -<br />

= m<br />

O<br />

E<br />

2<br />

E<br />

=<br />

las fuerzas elementales de la naturaleza y del cosmos, y carecía<br />

de la plena conciencia del yo individual. La paulatina «mate-<br />

3<br />

-<br />

0 m<br />

rializacións de su pensamiento llevó, por un lado, a una econo-<br />

E<br />

mía productora y demás avances de1 Neolítico y épocas poste-<br />

O<br />

riores; pero también a la pérdida del «principio divino» -de la n<br />

comunión directa con los dioses-.<br />

- E<br />

a<br />

Si ello es así -y hemos entrado sin querer en el terreno de<br />

la especulación, aunque, esperamos, no de la fantasía-, enton-<br />

2<br />

n<br />

o<br />

ces tampoco carecerían tanto de sentido las opiniones que asociaban<br />

de algún modo el cataclismo atlántico con la Edad Glacial,<br />

y no sería total casualidad la coincidencia de la fecha consignada<br />

en el Timeo para aquél, con el último estadio dentro del<br />

retroceso glacial, Würm 4 o Salpausselka (aprox. 9000-8000 a. C.).<br />

Se justificaría así, incluso, la especulación ocultista en rela-<br />

= O<br />

@iSE la Ai!áliiidú, aUnqUe ésta ya no se basa eii Plaión, sino<br />

como único resto de una tierra más amplia-, ha sido refutada con<br />

razón)<br />

23 Le Danois, 1940, págs. 98-101, 109.<br />

358 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


que lo trae a colación para ayudar a justificar sus resultados<br />

pretendidamente obtenidos por clarividencia. Hay, en realidad,<br />

una interesante coherencia entre el sistema cosmogónico y antropogónico<br />

de cuatro grandes épocas o estadios anteriores al<br />

actual (siendo el último el Atlántico) de los teósofos y el xahatóc<br />

Aiyos tan pacientemente estudiado en sus manifestaciones mediterráneas<br />

y sobre todo americanas por José Imbelloni. Así se<br />

explica, también, la coherencia profunda con Platón, tanto el del<br />

Tzmeo y Cvitzas como el del Fedón y otros escritos.<br />

La conclusión principal de este largo pero necesario excurso<br />

es que la Atlántida de Platón es primariamente una realidad<br />

mítico-espiritual, y secundariamente, histórico-cultural en sentido<br />

amplio; pero no una realidad geológica ni geográfico-histórica<br />

iitpr.1 c~iC~&íE en zifiz cercm-. 2! EstrPch^ de C,ih=!-<br />

AL ..-- -A.<br />

tar (Columnas de Herakles o Hércules) es enteramente simbólica,<br />

y su posible equiparación con las islas Azores, Madeira o<br />

Canarias, enteramente a posteriori. Lo mismo respecto a la posible<br />

identificación del «continente» ($TELPOC) ubicado del otro<br />

lado del Océano, con el continente americano.<br />

La Atlántida, con todas sus connotaciones, debe ser restituida<br />

a su verdadero lugar: el Reino del Espíritu, y el de las pro-<br />

;fundidades del alma humana.<br />

Si hoy día un estudioso afirmara ingenuamente que las tierras<br />

misteriosas situadas en el Océano Atlántico de que se hablaba<br />

en la Antigüedad clásica constituyen «una reminiscencia de un<br />

pasado lejano, y que posiblemente hubo relaciones entre los dos<br />

grupos de continentes, el eurafricano y el panamericano, y que<br />

estas relaciones quedaron truncadas a consecuencia de un cataclismo~~~,<br />

ello no sería admisible en virtud de todo lo dicho<br />

antes.<br />

Y sin embargo, el rechazo absoluto tampoco sería científicamente<br />

correcto. Precisamente la complejidad de las «realidades<br />

de la Atlántida~, sus múltiples facetas, su carácter de realidad<br />

24 M. Desseffy, 1960.<br />

Nzím 17 (1971)


14 JUAN SCHOBINGER<br />

múltiplemente trasladada e hipostasiada, lleva a admitir que<br />

bajo ese nombre podría también ocultarse un eslabón cultural<br />

entre el Viejo Mundo y la América prehistórica. Y no sólo en un<br />

sentido genérico y ecuménico, sino concretamente geográfico<br />

trasatlántico. Pero los indicios de ellos son endebles, y por<br />

ahora nos mantenemos escépticos al respecto, así como en relación<br />

a los contactos trasatlánticos en general en cuanto pudieran<br />

tener consecuencias significativas sobre el desarrollo cultural<br />

americano. Nos seguimos ateniendo al importante hecho,<br />

señalado primeramente por Ratzel: «Mientras el Océano Atlántico,<br />

antes de ser surcado por los europeos, ha tenido el papel<br />

de un verdadero abismo, el Pacífico fue el teatro de las más activas<br />

comunicaciones intercontinentales~ ". En el siglo XV, ninguna<br />

isla del Atlántico estaba habitada -salvo las más cercanas<br />

a ia costa-, como no io estuvo isiandia en el norte hasta su ocupación<br />

por escandinavos en el siglo IX. En cambio, en aquel<br />

mismo siglo de los descubrimientos, casi no había isla en el extenso<br />

Océano Pacífico que no estuviera poblada. Los contactos<br />

e influencias culturales transpacíficas tienen hoy indicios y pruebas<br />

soiidas (comenzando con la cerámica de 'v'aidivia en Ccüador,<br />

111 milenio a. C.); no así la vía directa trasatlántica, salvo<br />

tal vez para elementos aislados y relativamente intrascendentes.<br />

BIBLIOGRAFIA<br />

ALCINA FRANCH, José'<br />

1969 Orzgen trasatlántico de la cultura indígena de América, «Revista<br />

Española de Antropología Americana)), vol. IV, págs. 9-64 Madrid,<br />

BRANDENSTEIN, Wiihelm:<br />

1951 Atlantis. Grosse und Untergang eines gelmnisvoiien inseirezcizes.<br />

Viena.<br />

BRASSEUR DE BOURBOURG, Etienne:<br />

1968 Quatre lettres sur le Mexique. París.<br />

1871 Bibliotheque mexico-guatemalienne. París.<br />

CAKL;, Giovanni I?ina!Uíx<br />

1784 Lettere Amerzcane. Florencia. (Hay traducciones al alemán y ai'<br />

francés.)<br />

Cit. p. Vivante e Imbelloni, 1939, pág. 385.<br />

380 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


EL MITO PLATONlCO DE LA A~NTIDA<br />

DESSEFFY, M.:<br />

1960 L'«Atlantzde» et le «Far West» des chronzqueurs anciens znterpretés<br />

a la lumrere de l'éthnologze moderne. VI Congrés Int. des Sciences<br />

Anthropologiques et Ethnologiques (París, 1960), Resúmenes, hoja 68.<br />

(No publicado en las Actas.)<br />

FROBENIUS, Leo:<br />

1949 Mythologze de l'dtlantide. París. (Traducción de «Die Atlantische<br />

Gotterlehre~, Jena, 1926).<br />

FROST, K. T.'<br />

1963 The Crztzas and Minoan Crete. «Journal of Hellenic Studiesn, volumen<br />

33, págs. 189-206.<br />

GARC~A BELLIDO, Antonio:<br />

1940 Las przmeras navegaciones griegas a Zberia, «Archivo Español<br />

de Arqueología», núm. 41. Madrid.<br />

IMBELLONI, José:<br />

1940 Las profecías de América y el ingreso de Atlántida en la Americanística,<br />

«Boletín de la Academia Nacional de la Historia», t. XII,<br />

páginas 115-148. Buenos Aires.<br />

LE DANOIS, Edouard:<br />

1940 El Atlántico. Historia y vida de un océano. Buenos Aires. (Traduc-<br />

-!L- 3-. T PALI--L: n--c- 1020 \<br />

CLUII UC; «L. fiLIalluquc». raln, 1750.1<br />

LUCE, J. V. :<br />

1969 Lost Atlantis. New lzgth on an old legend. Nueva York-St. Louis-<br />

San Francisco.<br />

MENGHIN, Osvaldo F. A.:<br />

1958 El diluvio bíblico a la luz de la ciencia moderna, «Revista de la<br />

Universidad de La Plata», núm. 3. (Apartado, 16 pp.) La Plata.<br />

MEREZKOVSKY, Dimitn:<br />

1944 Atlántida-Europa Buenos Aires. (Traducc. de «Das Geheimnis des<br />

Westens. Atlantis-Europa». Leipzig, 1929.)<br />

ORTA NADAL. Ricardo.<br />

1968 El panorama mental de la Protohistoria en José Zrnbelloni, ~Cuadernos<br />

de Antropología,. Univ. Nac. del Litoral, Facultad de Filosofía.<br />

Rosario.<br />

POISSON, Georges:<br />

1945 L'AtIantzde devant la science. Etude de préhistoire. París.<br />

SARMIENTO DE GAMBOA, Pedro:<br />

1906 115721. Historia del Imperzo de los Incas. Berlín.<br />

SCH OBINGER, Juan:<br />

1949 Las primeras navegaciones de los grzegos; su contrzbuczón a la<br />

15


JUAN SCHOBINGER<br />

amphaczón de los conoczmientos geográficos y al naczmzento de<br />

la ciencza geográfzca. 22 páginas mecanografiadas. (MS inédito.)<br />

SCHULTEN, Adolfo:<br />

1945 Tartessos. 2.a ed. Macind.<br />

SPANUTH, Surgen.<br />

1953 Das entratselte Atlantzs. Stuttgart. (Hay traducción española: La<br />

Atlántida (en busca de un continente desaparecido). Prólogo y<br />

traducción del Dr. E. Ripoll. Barcelona, 1959.) (Ver también, del<br />

mismo: Und doch: Atlantis entratselt. Stuttgart, 1955.)<br />

UEHLI, Ernst:<br />

1957 Atlantzs und das Ratsel der Ezszeztkunst. 2.a ed. Stuttgart.<br />

VIVANTE, Armando e IMBELLONI, José:<br />

1939 Libro de las Atlántidas. Buenos Aires.<br />

ZYHLARZ, E.:<br />

1970 (Trabajo en prensa sobre el origen de los libios, en «Acta Prae- E<br />

hstúricas. Buerios &res.j O<br />

,,<br />

- m<br />

O<br />

Textos platonianos principalmente utilizados: Timeo. Trad., prólogo<br />

y notas por Francisco de P. Samaranch. Ed. Aguilar. Buenos Aires, 1963.<br />

Critlas (igual que el anterior). Fedón, trad. de Luis Roig de Lluis. Ed. ES- E<br />

pasa-Calpe Argentina, Colección Austral (Diálogos, 8.a ed.). Buenos<br />

Aires, 1946. Confrontado con el texto griego, ed. Instituto «Antonio ae<br />

Nebrija», Introducción, texto y notas de Angel Alvarez de Miranda. - O<br />

Madrid, 1948.<br />

ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

N<br />

E<br />

E<br />

2<br />

m<br />

E<br />

O<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

n<br />

n<br />

3<br />

O


DESCUBRIMIENTOS<br />

VIAJES


JENSEITS DER SAULEN DES HERAKLES *<br />

VON<br />

JOHANNA MHMIiW<br />

Die überpriifende Interpretation der aus dem Alterturn stam-<br />

me=&= wd &u& mitteldtprkhe Q dkn erganzten Traditionen<br />

über mehrere vertikal verlaufende mediterran-atlantische In-<br />

teressenzentren bildet eine unerlassliche Voraussetzung für das<br />

Resultat des Kongressthemas, ob sich genügend Beweispunkte<br />

sammeln lassen für einen vorkolumbischen horizontalen Bruk-<br />

kr~schhg VQE der Alten mr Nerieri wdt.<br />

Im Vergleich zum universalen eurasisch-amerikanisch-afrikanischen<br />

Forschungsradius konzentriert sich mein begonnener histonsch-geographischer<br />

Zyklus mediterran-atlantischer Untersuchungen<br />

auf 4 Themen:<br />

1. Die Kanarischen Purpurinseln.<br />

2. Die keltisch-britannischen Zinninseln.<br />

3. Irisch-atlantische Kunde friihchristlicher Missionsfahrten.<br />

4. Platons Atlantismythos.<br />

1. Die Kanarischen Inseln als phonikische Purpurkolonie<br />

behandelt meine 1969 auf dem 10. Internationalen Kongress für<br />

Namenforschung an der Universitat Wien vorgetragene und dis-<br />

kutierte etyrnologisch-ethnographische Studie, die bereits als Pu-<br />

blikation vorliegt (Sammelband 1, S. 465 ff., Wien 1969). Der<br />

Name Kanaria ist auf die Kanaanaer, die phonizischen Purpur-<br />

* Al otro lado de las Columnas Herácleas. Investigaciones histórico-<br />

geográficas sobre contactos mediterráneo-atlánticos en el Viejo Mundo<br />

Núm 17 (1971) 365


2 JOHANNA SCHMJMP<br />

farber, zurückmführen (die Ableitung und der Zusammenhang<br />

mit dem lateinischen Wort 'canis' = 'Hund' ist unrichtig). Durch<br />

die seit Homer bekannte religiose Distanzierung als 'Inseln der<br />

Seligen' oder 'Glückliche Inseln' wurde das phonizisch-kartha-<br />

gische Handelsreservat der Kanarien gesteigert. Ihre gelegentli-<br />

che Deutung als Relikt der untergegangenen Atlantisinsel Pla-<br />

tons ist kein Argument für die Entdeckung der Neuen Welt. Da-<br />

gegen eigneten sich wegen der damals üblichen Kustenschiffahrt<br />

die Kanarien ahnlich wie Madeira, die Cap Verdeschen Inseln<br />

und die Azoren als eventuelle Stützpunkte für transozeanische<br />

vorkolumbische Unternehmungsversuche.<br />

2. Die nordlichen Kassiteriden ahneln einer Dublette der<br />

sudlichen Kanarien. Wahrend die vom griechischen Handelszen-<br />

trum Marseille über Rhhe und Loire sowie die spatere Bre-<br />

tagne nach Britannien nuirende Fernhandeisroute wirtschaftii-<br />

che und zivilisatorische Volkerverbindungen schafft, markieren<br />

-nach der phonikisch- agyptischen Afrikaexpedition (Necho II.,<br />

um 600 v.Chr.) die karthagischen Entdeckungsfahrten Himilcos<br />

und Hannos (6.Jhdt.v.Chr.) den Seeweg entlang der westafrika-<br />

nischen und westiberischen Küste. Liie uber 360 jahrige mariti-<br />

me Blockade der Strasse v. Gibraltar (seit dem 6.Jhdt.v.Chr.)<br />

unterstreicht die westmediterran-atlantische Vormachtstellung<br />

Karthagos einschliesslinch der kontinuierten Bedeutung des pho-<br />

nizisch-karthagischen Hafens Gades. Da die Iberische HalbinseI<br />

als wichtiges wirtschaftsgeographisches Zwischenglied erschop-<br />

fend in der wissenschaftlichen Literatur behandelt worden ist<br />

(vgl. insbesondere das spanische Werk von Ramón Menéndez<br />

Pidal: Historia de España, Bd. 1, Teil 11: Ezpaña protohistorica,<br />

Madrid 1960)) befassen sich meine Untersuchungen hauptsachlich<br />

mlt dem etimographischen Exkurs (Griechen, Keiten, Karthager,<br />

Landschaft, Klima, Kult usw.) in Plutarchs griechischer Schrift<br />

De facie Iunae (1.12.Jhdt.n.Chr.). Im Gegensatz zu der schon seit<br />

dem deutsch-belgischen Geographen Abraham Ortelius (16.Jhdt.).<br />

kursierenden Hypothese lasst sich nachweisen, dass es sich um<br />

eine Beschreibung mder Britischen Insein, des ~rrneikanais und<br />

atlantischer Küstenregionen -die im 4.Jhdt.v.Chr. schon Pytheas<br />

v. Massilia (Marseille) erforscht hatte- handelt, aber nicht um<br />

den neuen Kontinent Amerika.<br />

366 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


JENSiCiTS DER SAULEN DES HERAKLES 3<br />

3. Es gilt wissenschaftlich zu untersuchen, ob die in der ir-<br />

landischen Literatur geschilderten und auf mittelalterlichen Kar-<br />

ten westwarts eingezeichneten atlantischen Inseln, die mit den<br />

gleichen paradiesischen Vorzügen wie die Kanarien ausgestattet<br />

wurden und in der irlandischen Ubersetzung OJBrasil den glei-<br />

chen Namen führten wie die antiken 'Glucklichen Inseln', nur<br />

Phantasiegebilde sind. Der irische christliche Missionar und See-<br />

fahrer St. Brendanus (485-577) konnte nicht allein im Norden,<br />

sondern auch im Süden -wo eine literarisch und kartographisch<br />

nach ihm benannte, westlich der Kanarien eingezeichnete Insel<br />

vielleicht dokurnentarische anstatt legendare Bedeutung verrat-<br />

ein vorkolumbischer Wegbereiter der transatlantischen Entdek-<br />

kung Amerikas gewesen sein. Bevor sich seit dem 7.Jhdt.n.Chr.<br />

die arabisch-islamische Kontinentalsperre weit über die Strasse<br />

v. Gibraltar vorverlagerte, ahnlich wie mehr ais 1000 Jahre zuvor<br />

die phonikisch-karthagische Blockade der Saulen des Herakles,<br />

stellten Irland, das 'gotische' Spanien und Nordafrika mit dem<br />

wiederaufgebauten Zentrum Karthago eine geschlossene christ-<br />

liche Platform für mediterran-atlantische Missionsfahrten dar.<br />

Die bereits von den irischen Monchen eingeleitete transozeanische<br />

Enveiterung des Weltbildes vollendete Christoph Columbus -be-<br />

zeichnendenveise nach vorheriger Englandreise und unter Bevor-<br />

zugung der Kanarischen Inseln als atlantische Zwischenstation-<br />

unter dem christlichkatholischen Protektorat der spanischen Ko-<br />

nigin Isabella 1. durch die 'westindische' Entdeckung Amerikas.<br />

4. Platons 'Atlantis' ist das berühmteste antike Beispiel für<br />

irrtümliche modeme Konstruktionen, die eine Gleichsetzung mit<br />

Amerika und eine Bezugnahme auf eine friihzeitige Hochkultur<br />

der Neuen Welt bezwecken. Obwohl über das Problem -dessen<br />

Inhalt und Diskussion einen separaten Kongress erfordert- un-<br />

zahlige Publikationen existieren und zuletzt die Griechen und<br />

Amerikaner einen interessanten Identifikationsversuch mit der<br />

Ringvulkaninsel TheraISantorin vorlegten (vgl. James W. Mavor:<br />

Reise nach Atlantis, Wien/München/Zürich 1969), ermoglicht die<br />

Einordnung des Themas Platons in den mediterran-atlantischen<br />

Forschungszyklus, einige historisch-geographische Fakten zur Lo-<br />

sung des Ratsels beizusteuem.<br />

Platons Atlantis-Mythos (Timaios und Kritias) zeigt eine fiir<br />

Núm 17 (1971) 367


4 JOHANNA SCHMIDT<br />

dessen eignes philosophisch-politisches Programm charakteristische<br />

Tendenz. Nach dem Ruckgang der mediterranen Vorherrschaft<br />

Griechenlands wird nicht weniger als die ostliche Persermacht<br />

die westliche Gefahr der Konkurrenz Karthagos bedrohlich.<br />

Die Reformplane Platons -die er im 4.Jhdt.v.Chr. bei den sizilischen<br />

Herrschern und siegreichen Gegnern der nordafrikanischen<br />

Metropole venvirklichen wollte- erganzt die sinnibildliche<br />

Mythe von 'Atlantis', deren topographische Fixierung unmittelbar<br />

jenseits der Saulen des Herakles und besonders hervorgehobene<br />

südwestspanische Lokalitat um Gades nicht zufallig oder beliebig<br />

verlegbar, sondern beabschtigt ist. Platons patriotischer Wunsch<br />

einer kunftigen Wiedererstarkung der griechisch-attischen Seemacht<br />

regte zu dem 'Wahrheit und Dichtung' mischenden pole- a N<br />

mischen Thema an: Ruckprojiziert in die ursprungliche Periode<br />

O<br />

der phonizischen Thaiassokratie und Kombiniert mit den monu-<br />

n -<br />

mentalen Bezeugungen der kretischen Hegemonie, entwirft Pla- - m<br />

O<br />

ton ein phantasiereiches Bild vom Aufstieg und Untergang der In- E<br />

se1 'Atlantis', das in Wirklichkeit eine griechische Gegenreaktion S E -<br />

auf die westmediterran-atlantische Nachfolge und Vorherschaft<br />

Karthagos darsteíit. 2<br />

* * * -<br />

Dieses Exzerpt historisch-geographischer Forschungen über<br />

mediterran-atlantische Kontakte jenseits der Saulen des Hera-<br />

O<br />

kles lasst in vor -vor-und nachchristlicher Zeit einige Chancen n<br />

und Auftakte für vorkolumbische transozeanische Volkerbeziehun-<br />

- E<br />

a<br />

gen zwischen der Alten und Neuen Welt erkennen. Ebensolche<br />

methodisch erarbeiteten Argumente und überzeugenden Funde<br />

2<br />

n<br />

n<br />

der Experten für Ethnologie Amerikas vermogen- trotz allen 3 O<br />

Respekts vor den praktischen Experimenten moderner Seefahrer<br />

wie Thor Heyerdahl -im gemeinsamen internationalen Teamwork<br />

definitiv zu entscheiden, ob eine überseeische Kontaktund<br />

Einflussnahme des curasisch-afrikanischen Volkerkomplexes<br />

erfolgte oder ob die von Prof. Luis Pericot García (Mittelamerika<br />

-Maya u. Azteken, und Südamerica- Inkaherrschaft<br />

im Andenraum, in der KuIturgeschichte der WeIt, Bd. Asien,<br />

Afrika, Amerika, Braunschweig 1966, S. 486 ff.) vertretene These<br />

der Originalitat der mittel-und südamerikanischen Hochkulturen<br />

weiterhin Gultigkeit besitzt.<br />

368 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E


HYPOTHESES CONCERNANT LES RELATIONS<br />

PRECOLOMBIENNES ENTRE L'AFRIQUE<br />

ET L'AMERIQUE<br />

PAR<br />

RAYM0N-D MAUNY<br />

Le récent succes du voyage transatlantique du Ra, radeau de<br />

2- TL-- TT J-Ll --:--A A- --A ---- --A--l:*A --..<br />

papyl ua UG I ilui ncya uau, VIGL~L uc; i r;uuluci uiic; aLruanrc; uuu-<br />

velle a la question des rapports entre 1'Ancien et le Houveau<br />

Monde avant Colomb. Tenants et adversaires des liaisons trans-<br />

océaniques précolombiennes s'affrontent a nouveau. C'est la une<br />

vieille querelle, aussi ancienne que Colomb: nombreux en effet<br />

-.-A LA! ---: --A -L---LL i 1--2 :- 1- -1-2-- Jl---- 2- AL<br />

VUL CLC ccux YUI U ~IL UIG~LIIC a 1u1 lavll- la giullt: u avuir u~c;uuvc;l L<br />

llAmérique, pour l'attribuer en général a des ressortissants de<br />

leur propre pays. 11 serait sans doute plus facile de faire le dé-<br />

compte des peuples auxquels l'on n'accorde pas d'avoir été les<br />

premiers a aborder par llAtlantique le Nouveau Monde que le<br />

contraire!<br />

Je n'ai pas eu le loisir de dépouiller l'immense littérature qui<br />

existe a ce sujet -ce serait la bien du temps perdu d'ailleurs au<br />

détriment d'études plus sérieuses- mais j'ai déja relevé comme<br />

candidats a cette découverte les Egyptiens, les Phéniciens, les<br />

Carihagiiiois, lec israéliies, les Celtes, les #raloes, les Berlo&res,<br />

les Noirs dlAfrique. Je mets évidemment a part les Vikings dont,<br />

contrairement a ceux précédemment cités, il est certain que, partant<br />

du Groenland, ils aient abordé quelque part sur les c6tes<br />

américaines: c'est seulement sur I'étendue et la localisation de<br />

1 leurs - les a"is &ff&ieeni.<br />

Spécialiste de l'histoire africaine, je ne retiendrai que les<br />

exemples africains: Egyptiens, Carthaginois, Berbkres, Arabes, et<br />

Noirs ont-ils franchi I'Atlantique avant Colomb?


2 RAYMOND MACNY<br />

Mais avant d'aborder ces hypothkses, il convient d'abord de<br />

poser la question de la possibi~itk meme de ces voyages. Quelles<br />

sont les données constantes de la géographie, des vents et des<br />

courants? Quelles navires étaient capables ou non d'effectuer la<br />

traversée, depuis quels lieux et depuis quand? Quels auraient<br />

été les mobiles de ces navigateurs?<br />

11 n'est pas de mon propos de faire ici un exposé détaillé<br />

de la question de la navigation dans llAtlantique, mais tout<br />

simplement de rappeler, a notre époque de marine a vapeur, a<br />

a mazout ou autres, qu'il n'était pas possible, avec de simples E<br />

navires voiie carrée, de parcourir i'océan daiis n'importe que! O<br />

n -<br />

sens ni a n'importe quelle époque de l'année.<br />

- m<br />

O<br />

C'est pour avoir oublié les facteurs vents et courants que l'on<br />

E<br />

E<br />

a échafaudé tant d'hypothkses hasardeuses, faisant aller et reve- S E<br />

nir par exemple les navires des Anciens le long des &es africaines,<br />

comme si ies terribles aiizés, souffiant inexorabierneñt<br />

a longueur d'année le long des rivages du Sahara, du nord-est - O<br />

m<br />

au sud-ouest, n'existaient pas. E<br />

O<br />

Cette simple raison explique que les Caps Juby et Bojador,<br />

E<br />

situés exactement a la limite des vents variables permettant le<br />

n<br />

E<br />

'retour vers le nord, ont été la limite sud des navigations dans a<br />

llAtlantique jusqu'en 1434. Non pas que l'on ne pouvait pas aller n<br />

n<br />

n<br />

plus loin, meme avec des navires antiques a voile carrée, mais<br />

qu'il parait impossible de revenir vers le nord lorsqu'on les avait 3<br />

O<br />

dépassés, avant les perfectionnements des navires et de la navigation,<br />

quanci ii fut possibie de combattre les vents contraires en<br />

tirant des bords, c'est-a-dire a partir du XIIP-XIVe sikcle, par<br />

l'utilisation simultanée de la voile latine et du gouvernail<br />

d'étambot.<br />

Meme les navires a rames, qui théoriquement dévraient pouvoir<br />

revenir contre ies vents défavorabies, ne le peuvent que s'ii<br />

s'agit d'une brise presque nulle. Ce n'est pas le cas le long des<br />

cotes sahariennes pour la remontée vers le nord.<br />

Maintenant, comment se présentait la traversée de llAtlantique<br />

370 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


H YP~HESES CONCERNANT LES RELATIONS PREC0U)MBIENNES<br />

au sud du 45" N., pour des navires a voile carrée? Pouvait-on le<br />

franchir n'importe ou comme on le fait aujourd'hui? La réponse<br />

est simple. 11 y avait deux passages possibles et deux seulement:<br />

celui du Maroc et des Canaries aux petites Antilles, en utilisant<br />

les alizés du Nord-est, longue de 6.500 km. environ (c'est la route<br />

de Colomb, des galions, de Bombard et de Thor Heyerdahl); et<br />

celui de l'embouchure du Congo a celle de llAmazone, longue<br />

de 7.500 km. environ. C'est la route du retour en Europe par les<br />

Antilles des voiliers du golfe de Guinée et de 1'Angola du XVe acr<br />

XIXe, partant en généralt de l'ile de Stio Tomé. Cependant, 3.000<br />

km. seulement séparent les points les plus rapprochés des deux<br />

continents, la Sierra Leone en Afrique et le Cap Stio Roque au<br />

Brésil; mais vents et courants ne portent pas de l'un vers l'autre.<br />

Voila qui restreint singulikrement les possibilités de contacts<br />

directs entre Afrique et Amérique! 11 en va de meme dans le<br />

sens Amérique-Afrique. Ici il existe deux routes au sud du 45" N.:<br />

l'une de Floride a Gibraltar en passant approximativement par<br />

les Acores -c'est la route de retour de Colomb et des galionslongue<br />

de 7.000 km. environ, et l'autre, allant du Brésil au Cap<br />

en utilisant les ~quarantikmes rugissantss (roaring forties) aw<br />

sud du 40" S. C'était la route suivie par les Portugais h partir de<br />

1498 pour se rendre dans l'océan Indien -la carreira da India-,<br />

contournant l'anticyclone de Ste. Helkne. Elle est longue de<br />

7.500 km. environ.<br />

Une fois posés ces facteurs géographiques, rkgles du jeu que<br />

nul np. pp.ut enfreindre, romment se préentent chos~ pint<br />

de vue des navires, des foyers de navigation en Afrique?<br />

1. Les ~débuts de la navzgation<br />

La question de savoir quand a débuté la navigation dans le<br />

monde n'est pas encore résoiue, mais, sans pouvoir préciser da-<br />

vantage, il semble bien qu'il faille attendre le VIIIo millénaire<br />

avant notre &re, soit le mésolithique, pour voir apparaitre les pre-<br />

mikres embarcations, souches d'arbres, radeaux d'herbes et de<br />

3


4 RAYMOND MAUNY<br />

bois liés, de papyrus, puis pirogues monoxyles et enfin navires<br />

.de planches, de plus en plus perfectionnés l.<br />

Au Néolithique, les hommes franchissaient déja certains dé-<br />

troits mais iI faut attendre (avec l'exception de la Sicile, peuplée<br />

dés le Paléolithique, de détroit de Messine pouvant etre franchi<br />

,a la nage, surtout aux périodes de régressions mannes) 6000<br />

.environ avant J. C. pour voir se peupler la Crete et Chypre, sinon<br />

-4000 pour d'autres iles méditerranéennes. De -4000 environ da-<br />

tent les premieres représentations de la voile, cette découverte<br />

capitale des hommes du Néolithique (Egypte et Mésopotamie).<br />

11 faut de longs siecles encore avant de voir s'établir, le long<br />

des rivages arficains de la Méditerranée et de la mer Rouge, les<br />

relations a longue distance destinée a rapporter aux centres<br />

urbains du Proche-Orient l'étain de Grande-Bretagne, l'or et l'am-<br />

bre de 1'Europe du nord, rejoignant a Tartessos et Gades le cuivre<br />

.de' Bétique et a l'est, l'ivoire, l'or et les aromates de la mer<br />

Rouge.<br />

2. Le foyer égyptzen<br />

C'est en Egypte que, dans l'état actuel de nos connaissances,<br />

sont attestées les premieres embarcations africaines: barques<br />

légkres de papyrus, semblables a celles du lac Tchad moderne,<br />

pour les débuts et utilisées tout au long de l'histoire ancienne<br />

comme barques de peche dans le Ni1 2, mais non, semble t-11, en<br />

mer, malgré la référence dlEsaie (XVIII,2) parlant de cnavires<br />

de jonc~. 11 doit s'agir ici de simples barques de peche des es-<br />

tuaires et du littoral et non de navires construits pour la haute<br />

mer.<br />

Des la VI0 dynastie au moins (2400-2280 a. C), les Egyptiens<br />

savaient batir en planches de grandes et solides embarcations<br />

A voile qui affrontaient la mer. Vers 1500, les grands navires<br />

de la reine Hatshepsout, avec un équipage nombreux, allaient<br />

1 Pour l'historique des débuts de la navigation, voir G Montandon.<br />

L'ologen~se culturelle Paris, Payot, 1934, p 585-614.<br />

2 G. Posener: Dzctzonnazre de la czvzlzsatzon égyptzenne, 1959, p. 174,<br />

pour l'exemple de Deir el-Bahari, XIO dynastie.<br />

372 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


HYPOTHESES CONCERNANT LES RELATIONS PRECOMMBIENNES<br />

rapporter les aromates du Pount, a l'entrée sud de la mer Rouge 3.<br />

Mais leur domaine véritable était, a part cette mer, la Méditerra-<br />

née orientale et il semble bien que les Egyptiens de 1'Ancien et<br />

du Moyen Empire et peut-etre meme du Nouvel Empire, n'aient<br />

jamais atteint et encore moins franchi le détroit de Gibraltar.<br />

En -600 av. J. C., c'est a des Phéniciens que le pharaon Ne-<br />

chao 11 fera appel pour tenter de faire le tour de llAfrique (Hé-<br />

rodote, IV, 42). Le doute subsiste pour le voyage de Sataspks<br />

(vers -470) rapporté par le meme auteur (IV, 43) puisqu'il dit<br />

que c'est en Egypte qu'il pnt «un vaisseau et des marins du pays»<br />

mais le fait est rapporté par les Carthaginois. Ces derniers ont<br />

d'autant plus d13 fournir navires et équipage qu'ils s'agissait<br />

d'aller explorer la cdte atlantique du Maroc, rivages dont ils<br />

avaient le monopole économique.<br />

Le seul objet égyptien trouvé sur 1'Atlantique en Afrique est<br />

un scarabée de Lixus de la XXVIO dynastie (-660-525)) qui a du<br />

arriver la par les voies normales du commerce carthaginois 4.<br />

11 semble donc qu'il faille écarter 1'Egypte du nombre des<br />

foyers maritimes qui auraient pu envoyer des navires hors du<br />

détroit des Colonnes d'Hercule vers le large et établir un contact<br />

avec le Nouveau Monde.<br />

11 n'y avait cependant pas une impossibilité en soi d'effectuer<br />

le voyage pour les Egyptiens, avec les navires de planches qu'ils<br />

possédaient. Mais il semble exclu de toute facon qu'ils aient pu,<br />

avec de simples radeaux de papyrus, accomplir le voyage Nil-<br />

Gibraltar-Safi (4500 km. environ) dans une mer aux vents varia-<br />

bles supposant de longues escales dans l'attente de vents favo-<br />

rables, puis Safi-Antilles (6500 km. environ) avec les conlmodes<br />

alizés, Antilles-Yucatan (3000 km. environ) aux vents favorables<br />

a conditions d'éviter la saison des cyclones. Et encore moins de<br />

trouver la route du retour et de l'accomplir avec des radeaux, du<br />

Yucatan a Gibraltar (8500 km.) et Gibraltar-Egypte (4000 km.).<br />

C'est pourtant cet immense périple qu'il slagirait d'accomplir si<br />

l'on voulait vraiment prouver des relations suivies et efficaces<br />

3 Sur la navigation égyptienne, voir G. Posener et ahz Dzctionnazre<br />

de la czvzlzsatzon égyptienne. Paris, Hazan, 1959, p. 183 184.<br />

4 Communication verbale de l'égyptologue J. Leclant.<br />

NÚm 17 (1971) 373<br />

5


6 RAYMOND MAUNY<br />

au point de vue de la naissance de la civilisation amérindienne.<br />

Nous sommes, avec les essais déja accomplis, bien loin du<br />

compte.<br />

D'ailleurs, de l'autre cdté de l1Atlantique, que peut-on raison-<br />

nablement attribuer aux Egyptiens?: la présence de pyramides<br />

..en Egypte et au Mexique (bien plus tardives que les premieres)<br />

et autres faits culturels ne prouvent pas des contacts. 11 peut tout<br />

.aussi bien s'agir d'un phenómene de convergence, comme il en<br />

existe bon nombre en ethnologie<br />

3. Les foyers phénzcien et carthagtnois<br />

Bien plus sérieuse est la candidature de la Phénicie et de<br />

Carthage. 11 n'est pas possible de dissocier ces deux foyers d'une<br />

meme culture. Des -1100 av. J. C. selon la légende, les Phéniciens<br />

avaient atteint les Colonnes dlHercule et fondé Gades (Cadix)<br />

et Lixus prks de Larache au Maroc. Des -800, Carthage naissait<br />

a son tour: ses commercants et marins essaimerent tout le long<br />

des c6tes nord africaines, de Cyrénaique a I'ile de Mogador, I'antique<br />

Cerné, ou I'archéologie vient de mettre au jour des restes et<br />

du mobilier punique allant du -VIIe au + Ve de notre &re 6.<br />

Contrairement aux Egyptiens, les Carthaginois sont solidement<br />

implantés en Afrique du Nord atlantique. De Ceuta a Mogador,<br />

slégr&nent leurs établissements de Tanger, Lixus, Sala,<br />

Azemmour et autres et, au déla, ils allaient échanger l'or par le<br />

.trafic muet, quelque part sur le littoral sud-marocain '.<br />

C1est a eux, nous l'avons vu, que le pharaon Nechao 11 a fait<br />

appel pour effectuer le tour de llAfrique d'est en ouest vers -600<br />

et sans doute eux encore qui ont fourni l'équipage du Perse<br />

Sataspks vers -470. Eux encore que nous montre le texte dit PéripIe<br />

du Pseudo-Scylax (vers -350) établis sur toute la c6te maro-<br />

5 Voir A. Caso: Semelanzas , 1965, p. 147-162 et J. H. Rave, 1966.<br />

6 A Jodin: Mogador , 1966 et Les étabtzssements , 1967<br />

7 Hérodote Histotres, IV, 196, par contre, je rejette entierement les<br />

conclusions des passage du livre, excellent par ailleurs, de J. Carcopino,<br />

Le Maroc antique, 1943, concernant


HYPOTHESES CONCERNANT LES RELATIONS PRECOLOMBIENNES '7<br />

caine et venant commercer a l'ile de Cerné (Mogador) et eux<br />

enfin dont l'historien Polybe décrit les échelles du commerce<br />

marocain lors de sa mission qui lJamena en -147, lors de la chute<br />

de Carthage, de Ceuta au cap Hespérien (Juby). 11s sont donc<br />

a pied d'oeuvre, solidement installés sur llAtlantique, ou il navi-<br />

guent pendant de longs siecles.<br />

Meme apres la chute de Carthage, ce sont des Puniques roma-<br />

nisés qui peuplent tout le secteur, de Gades a Mogador et qui<br />

complktent l'initiation des Libyco-Berberes a la vie maritime.<br />

L'archéologie a relevé partout dans les villes c6tieres les traces<br />

.de leurs établissements, a Lixus, Sala et Mogador en particulier,<br />

mais pas plus au sud.<br />

Je laisse volontairement de c6té le -trop- farneux Périple<br />

dlHannon, que de tres nombreux auteurs et non des moindres<br />

prennent encore pour un texte aurhentique aiors qu'ii s'agii ires<br />

probablement dJun faux de basse époque (1." siecle av. J. C.)'.<br />

Jusqu'ou ont poussé en mer les Carthaginosis? Polybe, on l'a<br />

vu, s'est arreté au cap Hespérien (Juby) mais ne souffle mot des<br />

Canaries. 11 ne semble donc pas qu'en -147, les Puniques aient<br />

poussé jusqu'a ia ou rout au moins qu'iis y aient crée des établis-<br />

sements commerciaux, mais des -80 environ, des Gaditans, donc<br />

des Puniques, avaient abordé a des iles «Fortunées», soit Madere<br />

soit les Canaries.<br />

Que faut-il penser par ailleurs de la trouvaille de monnaies<br />

*de Carthage et de Cyrénaique datant de -330 environ faite a<br />

Corvo, l'une des Aqores, en 1749? R. Henning (1936) (t. 1, págs. 109-<br />

119) tient la découverte comme authentique, mais M. Cary & E.<br />

Warmington (1932, pág. 80) restent sur une prudente réserve.<br />

Les navires a voile carrée dont disposaient les Carthaginois<br />

kraient capabies Q'affronrer ia rraversée de i'Arianrique en suivant<br />

la «route de Colombn entre Mogador, les Canaries et les Antilles<br />

8 Sur la question du Pérzple dlHannon, voir en particulier, pour les<br />

arguments contre l'authenticité, G Germain, Qu'est ce que le Pénple<br />

.d'Hannon. ., 1957. p. 205-248, et R. Mauny, Le Périple d'Hannon. Un faux<br />

célebre , 1970, p 76-80, et Les siecles obscurs de I'Afnque nowe. Paris,<br />

Fayard, 1970 [1971], p. 95-101.<br />

M. Cary & E. Warmington, 1932, p. 79 (le fait est rapporté par<br />

Plutarque a Sertorius).


8 BAYMOND MAUNY<br />

profitant des alizés. Mais s'il est possible que le voyage ait été<br />

fait (60 a 70 jours de traversée) par des navires entrainés vers<br />

le large par la tempete, il l'est bien moins que ces navigateurs<br />

involontaires, s'ils ont pu échapper a la dent des Caraibes - ou<br />

plut6t de leurs ancetres- aient pu trouver au surplus la route<br />

du retour au nord de I'anticyclone des Acores<br />

Bien qu'il ne s'agisse pas ici d'un Punique, I'on nous permet-<br />

tra de parler d'Euphémos le Carien, qui fut jeté par la tempete<br />

hors du détroit de Gibraltar, jusqu'a une ile en plein océan,<br />

habitée par des hommes sauvages, les Satyrides, qui exercérent<br />

leur lubricité sur une femme barbare que les matelots leur livre-<br />

rent 'O. S'agirait-il des Canaries? Peut-etre. Des Antilles? C'est<br />

moins probable. Ou d'une histoire de marins, tout simplement?<br />

Quels éléments archéologiques trouvés en Amérique peuvent<br />

faire penser a des contacts avec ie Vieux ivíonde par i'intermé-<br />

diaire des Phéniciens, Carthaginois et Yuniques d'époque taidive?<br />

Essentiellement les terre-cuites mexicaines dont un grand nom-<br />

bre ont été attribuées par I'amateur d'art précolombien A. von<br />

Wuthenau a des «Sémites» ll. Mais comme j'ai eu l'occasion de<br />

i'écrire déja, ces spiendides oeuvres d'art sont maiheureusement<br />

dépouillées de toute signification archéologique: elles n'ont pas<br />

été trouvées, pour leur presque totalité, lors de fouilles et l'on<br />

ne connait ni leur origine exacte, ni leur contexte et encore moins<br />

leur age. Rien n'empeche que certaines soient meme postérieures<br />

a Colomb et meme des faux modernes.<br />

La répartition de ces tres belles tetes entre les différents<br />

groupes ethniques du Vieux et du Nouveau Monde est une clas-<br />

sification forcément subjective. 0n' pourra toujours trouver une<br />

ressemblance entre les types humains représentés par des oeu-<br />

vres d'art. L'artiste n'est pas obiigé de reproduire ficieiement<br />

un modele, de faire un portrait réaliste -pensons a Picasso . -.<br />

Et n'oublions pas au surplus l'interprétation, subjective elle<br />

aussi bien souvent, donnée par les auteurs modernes, surtout<br />

10 ?uUsanius, 1, 23, Y. U-m-1 UIn-.,-n-+n ~.n~tnn~n-t.:-m AL:-m-<br />

A~',Ul',*, '"~"r'"Zrr'~~''U -u, C"5, UprL'GU fi, , 'GUC.<br />

et Aegypti, Le Caire, T 11, 1928, p. 180 v; commentaires dans M. Cary &<br />

E Warmington, 1932, p 81.<br />

11 A. von Wuthenau, Terres cuites précolombiennes, 1969, commentaires<br />

R. Mauny, 1969, p. 574.<br />

376 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


HYP~HESES CONCERNANT LES RELATIONS PRECOLOMBIENNES 9<br />

s'ils ont une thkse ou hypothese a étayer . Les «Sémites» d'A. von<br />

Wuthenau pourraient bien entrer dans cette catégorie.<br />

Quant aux monnaies romaines qui auraient été trouvées au<br />

Vénézuela selon J. M. Cruxent, je n'ai pu avoir aucun renseignement<br />

sur concernant l'authenticité de cette découverte 12.<br />

A la fin de lVAntiquité, il semble bien que ni les Egyptiens, ni<br />

les Phéniciens et Carthaginois, ni les Gréco-Romains non plus<br />

d'ailleurs, n'aient réussi a aller bien loin vers l'ouest dans 1'Atlantique.<br />

Les Canaries figurent sur la carte de Ptolémée au second<br />

sikcle de notre ére, mais rien n'apparait plus a l'occident. 11 a pu<br />

toutefois y avoir quelques escales involontaires dans les iles<br />

(Acores, Madere, Canaries) mais sans lendemain, et des voyages<br />

également involontaires a travers 1'Atlantique au cours de la<br />

période, mais voyages sans retour. Mais quelle influence auraient<br />

pu avoir quelques naufragés sur les civilisations précolombiennes<br />

?<br />

4. Le foyer arabo-berbkre<br />

Ce nouveau foyer maritime, qui va profiter des lecons de<br />

ses prédécesseurs méditerranéens, nait au VIIe siecle. Un arsenal<br />

est construit des 732 a Tunis et, jusqu'au XIe, la chasse musul-<br />

mane va s'attaquer aux c6tes dlEurope chrétienne. Sur le détroit<br />

de Gibraltar, Ceuta devient le port principal d'embarquement<br />

pour Al-Andalus mais aussi le verrou de la Méditerranée.<br />

Un trafic important relie les ports du Sud marocain, de Noul<br />

Larnta a Ceuta, en passant par Mogador, Safi, Anfa, Tanger et<br />

autres au monde méditerranéen et a 1'Espagne musulmane. Mais<br />

ni les Arabes ni les Berbkres, pourtant a pied d'oeuvre, ne dépas-<br />

seront -sauf quelques navires entrainés vers le sud par la tem-<br />

p&e- le terminus de Noul Lamta.<br />

Les quelques récits rapportés, comme celui des ~Aventuriers<br />

de Lisbonnen (in Idrisi 1154)) d'Abu Yahya al Sa'ih (in Al-Tadili<br />

12 R. Mauny, Les navzgatzons médzévales , 1960, p. 110 S C. Jett &<br />

G F. Carter, 1966, p. 867, rapportent d'aprks Casella, 1950, la découverte<br />

d'une tete «romaine» en poterie au Mexique et la représentation de fruits<br />

uaméricains» Pompei. Ces faits sont évidemment vérifier.<br />

Núm 17 (1971) 377


10 RAYMOND MAUNY<br />

1218) 13, d'Ibn Fatima (in Ibn Said 1286), de Mohamed ben Ra-<br />

gano (in Al-Omari vers 1337) se réfkrent a des navigations a<br />

courte distance (Madkre, Canaries pour les premiers) mais sur-<br />

tout involontaires, de navires entrainés par la tempete, en géné-<br />

ral, pour les derniers 14. 11 s'agit de voyages sans lendemain,<br />

sans influence profonde et il ne faut pas oublier que lors de<br />

l'arrivée des Européens dans le secteur, les Acores et Madkre,<br />

tout comme les iles du Cap Vert, étaient inhabitées, et les Ca-<br />

naries, toujours paiennes.<br />

Le XIe sikcle fut une période de forte réaction chrétienne:<br />

Croisades en Orient et, en Occident, reconquete de la Sicile, de<br />

la Sardaigne et de Malte. Lisbonne est libérée des 1147 et, apres<br />

la bataille de las Navas de Tolosa en 1212, lfEspagne musulmane a N<br />

est réduite peu a peu au royaume de Grenade. Les chrétiens sont E<br />

désormais maitres de ia mer et ies expeditions punitives affectent<br />

toutes les c6tes d'Afrique du Nord, de Tripoli au Maroc atlan-<br />

O n -<br />

O o><br />

tique. Les musulmans sont définitivement surclassés sur mer<br />

par les chrétiens des le XIIe et il est symptomatique de voir alors<br />

les pklerins musulmans voyager de Ceuta a Alexandrie sur des<br />

E<br />

2<br />

E -<br />

navires génois, pour pius de sureté 'j. P~US tard, Ceuta sera prise<br />

en 1415 par les Portugais.<br />

2<br />

-<br />

0 m -<br />

La asuprématie arabe)) dont ont fait état certains auteurs l6<br />

E<br />

est valable, pour l'occident, jusqu'au XIe seulement, alors qu'elle<br />

O<br />

sera toujours une réalité dans l'océan Indien jusqu'en 1498. 11<br />

n<br />

13 Ce voyage aux Canaries est rapporté par Al-Tadili (vers 1218). Voir n<br />

A Faure Vie des satnts du Sud marocain des V, VI', VII's. de I'hégzre.<br />

Rabat, «Coll. textes arabesn IHEM, Vol. XII, 1958. C'est sans doute le<br />

meme qui est rappelé dans le Kitab al-Istzbar (v. 1192). Voir R. Cornevin,<br />

Histowe de lJAfrtque, 1962, p 395-6 et Voyages musulmans aux Canartes<br />

du XZl's., Dakar, «Notes Africainesn, n.O 96, oct. 1962, p. 128 et R. Mauny,<br />

Navzgatzons arabes anonymes aux Canaries au XII's., .Not. Afr.~, n." 106,<br />

Avril 1965, p. 61.<br />

l4 Sur toute la question des navigations arabes médiévales dans 1'At-<br />

lantique? sur les c6tes afncaines et aux Canaries, voir R. Mauny, 1960,<br />

p. 26-33 et 86-91.<br />

l5 Ibn Jobair (1183) Voyages. T. 1, 1949, p. 3437.<br />

Comme M. D. W. Jeffreys, Nkgres précolombiens en Amértque, 1953,<br />

p 1-3 et Hui-Lin-Li, 1961, p 114-126.<br />

3 78 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

E<br />

a<br />

n<br />

3<br />

O


HYPOTHESES CONCERNANT LES RELATIONS PRECOMMBIENNES 11<br />

est bien peu vraisemblable que les Arabes, qui connaissaient<br />

bien mal llAtlantique, comme nous allons le voir, aient pu le fran-<br />

&ir, meme a l'époque de leur supériorité maritime.<br />

Ma'sudi, au milieu du Xe siecle, nous dit en effet de l'océan.<br />

«Aucun navire ne le parcourt; on n'y trouve pas de terre cultivée<br />

et habitée par des &res ráisonnables, on n'en connait ni l'étendue<br />

ni la fin; on ignore le but ou elle conduit et on la nomme Mer<br />

des Ténebres, mer Verte ou mer Environnanten 17.<br />

Mais Ma'sudi était Irakien: on peut donc arguer qu'il était<br />

mal placé pour parler de 1'Atlantique. L'argument n'est plus valable<br />

pour Al-Idrisi, natif de Ceuta et qui passa une bonne partie<br />

de sa vie a Cordoue. Or que nous dit-il de l'océan? «Personne ne<br />

sait ce qui existe au dela de cette mer; personne n'a pu rien en<br />

apprendre de certain a cause des difficultés qu'opposent a la<br />

navigation ia profondeur des ténebres, ia hauteur des vagues, ia<br />

fréquence des tempetes, la multiplicité des animaux et la violence<br />

des vents. 11 y a cependant dans cet océan un grand nombre<br />

d'iles, soit habitées, soit désertes; mais aucun navigateur ne se<br />

hasarde a le traverser ni a gagner la haute mer; on se borne<br />

a cotoyer sans perdre de vue ie rivage~ 18.<br />

Ibn Khaldoun, a la fin du XIVe, confirme que cet océan est<br />

une «mer tres vaste et sans bornes.. Un navire qui s'y laisserait<br />

aller au gré du vent, s'éloignerait toujours et finirait par se<br />

perdre. .. Aussi, n'y navigue t-on pas sans courir de graves dangers<br />

... Quand les navires arrivent aux parages situés au dela des<br />

cdtes du Noul, ils ne peuvent aller plus loin sans s'exposer a des<br />

graves dangersn 19.<br />

Au surplus, les Européens, les Génois en particulier, étaient<br />

établis A demeure A Ceuta des le XIIIe slkcle et il serait invraisembiabie<br />

que, de cet observatoire de choix, lis n'aient pas appris,<br />

s'ils avaient eu lieu, l'existence de voyages arabes A des terres loin-<br />

17 Macoudi. Les Prairtes d'or. 1861, 1, p. 257-258.<br />

18 Edrisi, 1866 et 1968, p 197. La connaissance des iles se réfere sans<br />

dnfitc 5 !'~~péditi~n &S


12 RAYMOND MAUNY<br />

taines, interrogé les marins a leur retour, noté l'arrivée de plantes<br />

nouvelles comme le fabuleu mais.. et rapporté dans leur patrie<br />

la syphilis, maladie américaine qui se répandit comme une trainée<br />

de poudre a partir de 1492.<br />

Ni les Arabes ni les Berbkres, ces derniers pietres marins au<br />

surcroit, ne semblent donc avoir traversé llAtlantique, sux qui<br />

connaissaient a peine les Canaries a leur porte, avant Colomb.<br />

Cependant il n'est pas exclu que des navires musulmans aient<br />

été entrainés par la tempete jusqu'en Amérique, mais ici aussi,<br />

voyages d'aller, sans lendemain ni influence 'l.<br />

5. Les Noirs dlAfrique<br />

Comme nous l'avons dit plus haut, il y a un seul passage entre<br />

1'Afrique noire et 1'Amérique. celui reliant l'embouchure du Con-<br />

go a celle de l'Amazone, a peu prks a cheval sur l'équateur: 7000<br />

kilométres environ de mer a franchir dans le «pot au noir».<br />

Or sur ces cotes dlAfrique, l'on ne trouvait a l'époque de la<br />

découverte -et a fortion auparavant- que des pirogues sans<br />

voile, incapables de tenir longtemps, faute de vivres en particu-<br />

lier, en haute mer. La meilleure preuve de ce peu d'efficacité des<br />

embarcations africaines est le fait qu'a 250 km. seulement du<br />

cap Lopez, l'ile de Silo Tomé était inhabitée vers 1472 lorsque<br />

les Portugais la découvrirent.<br />

Reste donc la seconde route, au nord de llAfrique noire mais<br />

relativement proche, la croute de Colombn décrite plus haut. 11<br />

eut fallu pour qu'ils la prennent que les navigateurs dlAfrique oc-<br />

cidentale parcourent d'abord le trajet Cap Vert-Iles du Cap<br />

Vert (600 km. environ au large) pour arriver A la limite sud des<br />

alizés portant vers llAmériaue. Or, lors de la découverte du pays<br />

A partir de 1444, les Portugais ne trouvkrent, du Sénégal jusqu'a<br />

Sofala au sud de l'embouchure du Zambkze, que des pirogues<br />

sans voile, incapables donc de se rendre aux Iles du Cap Vert,<br />

qui étaient d'ailleurs inhabitées lorsqu'elles furent rencontrées<br />

pour la premikre fois en 1460.<br />

Les primitifs radeaux dlEuphorbia balsamifera des Azenk-<br />

21 Quoiqu'en ait dit le Cdt. Cauvet, Les Berberes en Aménque, 1930,<br />

et M D W. Jeffreys, 1953.<br />

330 ANL'ARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


gues des cdtes de Mauritanie signalés des 1442 environ a Arguin<br />

par Zurara et 1506 vers Tidra par V. Fernandes, propulsés au<br />

pied ou a l'aide d'une planche servant de rame, s'ils pouvaient<br />

facilement traverser de petits bras de mer et longer le littoral,<br />

ne pouvaient évidemment se lancer au large. 11 est bien spécifié<br />

qu'ils n'avaient aaucun agres» ni voile U.<br />

Ce qui a pu faire penser certains auteurs a la possibilité de<br />

tels voyages effectués par des Noirs jusqu'au Nouveau Monde<br />

avant Colomb est d'une part la présence de populations plus<br />

foncées que les Amérindiens moyens qu'ils avaient rencontrés<br />

jusque la, et la découverte de tetes colossales aux traits interprétés<br />

comme aégroides~ par certains auteurs, dans la région<br />

de La Venta au Mexique (civilisation dite olmeque), et d'autre<br />

part la mention de deux voyages océaniques effectués par des<br />

Mandingues, rapportée par Al-Omari (vers 1337).<br />

Que faut-il penser de tout cela? N'oublions pas que les termes<br />

negre, maure, étaient synonymes pour les auteurs européens des<br />

XIVe au XVIe siecles et pouvaient s'appliquer a toute population<br />

ou individu plus foncé que la moyenne. Les noms de personnes<br />

Moreau, Morin, Morel, ne signifient pas autre chose, ainsi que<br />

adjectif moricaud. Les «N&gres» mentionnés a Darien par Pierre<br />

Martyr en 1513 ne devaient pas &re autre chose. C1:st, de la<br />

part des découvreurs espagnols, de l'anthropologie populaire et<br />

rien d'autre.<br />

Quant aux tetes «négroides» olmeques de la civilisation de<br />

La Venta dont parle le meme L. Weiner et M. D. W. Jeffreys<br />

~ensuite, il s'agit pour I'américaniste J. Soustelle «de monolithes<br />

de dimensions colossales ou les traits humains sont sculptés sur<br />

des pierres sphériques. Cela conduit nécessairement ii étaler<br />

certains traits, par exemple les ailes du nez, ce qui donne un<br />

air vaguement africain aux personnagew ".<br />

Nous avons vu plus haut ce qu'il convient de penser des tetes<br />

de terre-cuite étudiées par A. Von Wuthenau. Outre les asémi-<br />

22 Gomes Eanes de Zurara, Chronzque de Gurnée. Trad. L. Bourdon,<br />

Dakar, IFAN, 1960, p. 93-94, P. de Cenival et Th Monod, Descrzptzon ,<br />

1938, p. 119-121 et note 239, p 170.<br />

23 R. Mauny, 1960, p. 107 et 1969, p. 575-578.


14 RAYMOND MAUNY<br />

tes», il en existe un petit nombre qui peuvent passer pour mégroidesn<br />

et ont été présentées comme telles au Festival des Arts<br />

negres de Dakar de 1966. Nous ferons les memes remarques que<br />

plus haut pour les terre-cuites «sémites»: ces traits «négroides»<br />

sont vraisemblablement a rapporter a l'imagination créatrice des<br />

sculpteurs de l'époque, mais, comme ces statuettes ne sont pas<br />

datées, elles pourraient remonter au XVIe sikcle, époque a laquelle<br />

il y avait effectivement déja des Noirs en Amérique 24.<br />

Les voyages mandingues du début du XIVe? Reportons nous<br />

a l'unique source qui en parle, Al-Omari. Le suItan Mansa Moussa<br />

monta sur le tr6ne du Mali vers 1312 a la suite de la disparition<br />

de son prédécesseur, qui n'avait pas voulu ecroire qu'il était imposible<br />

de parvenir a I'extrémité de la mer Environnante. 11 fit<br />

équiper 200 navires remplis d'hommes et d'autres, en meme nom- E<br />

bre, remplis d'or, d'eau et de vivres, en quantité suffisante pour O n<br />

des annéesn. (Un seul navire reparut au bout d'un certain temps,<br />

les autres s'étant perdus dans un violent courant) «Mais le<br />

sultan ne voulut point le croire. 11 équipa 2000 vaisseaux. . et<br />

partit avec ses compagnons sur l'oceán; ce fut la dernikre foic<br />

que nous le vimes, lui et les autres )> 15.<br />

- m<br />

O<br />

E<br />

2<br />

E<br />

Rappelons tout d'abord que ces «navires» ne pouvaient etre<br />

autre chose que des pirogues, monoxyles ou non, dont certaines<br />

- O m<br />

E<br />

étaient d'ailleurs de grande taille, mais peu faites pour affronter<br />

O<br />

la mer, et sans voiles. Que pouvaient faire de telles embarcations<br />

n<br />

propulsées seulement a la pagaie? Les courageux mais impru-<br />

E<br />

a<br />

dents navigateurs ont-ils pu meme accomplir 100 km. sans &re<br />

exténués, eux qui ne pouvaient profiter ni des vents ni des coun<br />

n<br />

n<br />

rants? Car meme sans voile, l'exploit eut été possible s'ils étaient o 3<br />

partis du Sud marocain, en suivant la «route de Colomb». 11 y<br />

a déja eu en effet des traversées de liAtiantique a ia rame, comme<br />

celle de Harbo et Samuelson, en 1896, qui mirent 55 jours de<br />

24 Voir en particulier l'avis autorisé de l'américaniste G. Stresser-Péan,<br />

Directeur de la Mission archéologique francaise au Mexique, in R. Mau-<br />

ny, !060, p 570.<br />

u Al-Omari (vers 1337), Masalzk , 1927, p. 74-75 M Hamidullah, L'Afrz-<br />

que découvre I'Amérique avant Coíomb, 1958, p. 173-183, fait arriver les<br />

Mandingues en Amérique; pour l'opinion contraire, voir R. Mauny, 1960,<br />

p. 104-105<br />

382 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

D *


HYPOTHESES CONCERNANT LES RELATIONS PRECOLOMBIENNES<br />

New York aux Iles Scilly en Cornouailles, en profitant du Gulf<br />

Stream 26, ou J. Fairfax, qui rejoignit en 168 jours les Canaries<br />

a Miami en 1969. Mais dans ces cas modernes, n'oublions pas que<br />

les navigateurs savaient parfaitement ou ils allaient, la longueur<br />

du trajet, les dangers qui les attendaient, la route qu'ils suivaient.<br />

Situés hors des routes des vents et courants portant vers<br />

1'Amérique et ne possédant pas la voile, les Noirs dJAfrique occi-<br />

dentale ne pouvaient franchir I'Atlantique, tandis que le pour-<br />

raient aujour d'hui par exemple les Iégkres et efficaces pirogues<br />

a voile léboues du Sénégal, qui n'hésitent pas a aller pecher tres<br />

loin en haute mer.<br />

S'il existe véritablement des éléments mandingues dans la<br />

civilisation mexicaine, comme le voudrait L. Weiner, jl ne pour-<br />

rait s'agir que d'infhences postérieures a 1520 environ, époque<br />

a laquelle des Noirs dPAfrique commenckrent a etre transportés<br />

en Amérique.<br />

Nous avons tenté de montrer dans les pages précédentes les<br />

raisons qui ont pu faire croire a des liaisons transatlantiques<br />

entre Vieux et Nouveau Monde avant Colomb, et également cel-<br />

les qui s'opposent a Chykocken de te1 contácts.<br />

11 est, a notre avis, improbable, mais non impossible que, pen-<br />

dant llAntiquité et le haut Moyen Age, certains navires ou bar-<br />

ques entrainés au large par la tempete, aient occasionnellement<br />

rejoint les parages de Gibraltar et du Maroc a 1'Amérique; mais<br />

cela reste encore a prouver et les arguments donnés pour mon-<br />

trer des emprunts de la civilisation mexicaine a la méditerranéen-<br />

ne sont loin d'emporter la conviction des spécialistes mexicains<br />

que j'ai pu consulter 27.<br />

Les contacts en sens opposé, Amérique-Vieux Monde, sont<br />

encore moins probants: les Amérindiens n'avaient pas de navires<br />

capables d'effectuer des voyages transocéaniques. Cependant, il<br />

y a bien eu quelques traversées involontaires de pirogues indien-<br />

26 1. Merrien, Les navigateurs solitaires, 1965, p. 68-72.<br />

27 Voir R. Mauny, 1969, p. 104110.<br />

15


16 RAYMOND MAUNY<br />

nes vers 1'Europe signalées avant Colomb. Mais des relations ré-<br />

gulieres, constantes, dans les deux sens sont absolument exclues,<br />

sauf pour le cas des Vikings du Groenland allant et revenant du<br />

«Vinland», bien qu'elles aient laissé bien peu de traces probantes.<br />

Dans le cas contraire, comme nous l'avons déja évoqué, il<br />

serait impossible que des plantes aussi précieuses que le mais,<br />

pour ne citer que celle-la, ne se soit pas répandue partout dans<br />

le Vieux Monde des I'établissement de ces relations régulieres,<br />

comme cela a été le cas dans les quelques décennies qui ont suivi<br />

1492 De meme, pourquoi la syphilis aurait-elle attendu 1494<br />

environ pour se répandre partout en Europe et ce avec une rapidi-<br />

té foudroyante selon tous les témoignagnes contemporains? 29.<br />

Mais un probleme au moins pourrait etre résolu, car iI ne I'a<br />

pas encore été, malgré le magnifique exploit de Thor Heyerdahl:<br />

il reste toujours a démontrer que les navires ou embarcations<br />

a voile carrée de 1'Antiquité et du haut Moyen Age, d'avant le<br />

XIIIe siecle, époque a laquelle apparait la voile latine et le gouvernail<br />

d'étambot, pouvaient effectuer la traversée complete<br />

Europe ou Afrique-Amérique et retour, ou bien seulement le vo-<br />

S E<br />

E<br />

yage aller.<br />

Le héros du Kon-Tiki avait choisi pour ses deux expériences<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

successives un matériau archaique, peu commun, le papyrus, uti-<br />

lisé pour les barques de peche du Ni1 seulement a notre connais- 5 n<br />

sance, et non en mer, des le Néolithique. Des les premieres dy- E<br />

nasties, ce sont des navires de planches de bois -de cedre du<br />

a<br />

Liban tres probablement- qui furent utilisées dans ces parages n<br />

pour les traversées a longue distance en mer. Or, au bord de la<br />

Méditerranée, le papyrus ne poussait que dans le delta du Nil. 11<br />

3<br />

O<br />

--L aiir~it .AA& Jnnr -.,a- f2!1cI p ~ v r p ~'PY=@~~_PECP nit vraim-nt rnn&ante,<br />

que Thor Heyerdahl aille avec le Ra du delta du Ni1 A Safi et de<br />

28 Sur la présence supposée de mais dans le Vieux Monde avant<br />

Colomb, voir de tres nombreux articles de M. D. W Jeffreys, dont une<br />

partie seulement a été portée ici en bibliographie. Rappelons qu'il n'existe<br />

aucune mentzon sere, reproductzon sculptée ou dessinée, ou autre élément<br />

permettant d'affirmer que le mats ait franchz I'Atlantique avant 1492.<br />

29 A. W. Crosby, The early hzstory of syphills. a reapprtsal «Ameri-<br />

can Anthropologist», 1969, p. 218-227.<br />

384 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

E<br />

O<br />

n<br />

-<br />

=<br />

m<br />

O<br />

E<br />

O


HWOTHESES CONCERNANT ISS RELATIONS PRECOLOMBIENNES 17<br />

la en Amérique, pour pouvoir affirmer qu'un te1 radeau était<br />

vraiment capable de relier 1'Egypte au Nouveau Monde.<br />

Nul doute qu'une telle traversée de la Méditerranée, mer aux<br />

vents variables, était plus difficile que celle de 1'Atlantique de<br />

Safi aux Antilles, trajet sur lequel l'on a presque constamment<br />

les alizés en poupe. En que1 état serait arrivé le Ra a Safi apres<br />

cette éprouvante traversée? Les papyrus gorgés d'eau auraientils<br />

été capables de faire la seconde partie du trajet? C'est peu<br />

probable. 11 aurait fallu construire un second radeau en matériaux<br />

locaux, par exemple les joncs qui servaient au début de ce siecle<br />

encore aux pauvres pecheurs de l'embouchure du Loukkos, la<br />

rivikre de Larache, a confectionner les madia. Mais, a ma connaissance,<br />

ces radeaux primitifs n'ont jamais été signalés en mer.<br />

La premiere tentative d'Heyerdahl eut lieu de mai au 18 juil-<br />

- -D------<br />

!et 1969: i! accGmp!it, u!Grc, 2~ dépar? de cufi, fizriaatinn<br />

de 2700 milles (4.500 Km. environ) mais dut abandonner le Ra 1,<br />

apres 56 jours de mer, 600 milles avant le but, la Barbade. Son<br />

second voyage, également au départ de Safi, conduisit le Ra II<br />

a la Barbade en 57 jours, du 17 mai au 12 juillet 1970, pour un<br />

przoürs de 3270 mi!!es, s=it &!M! Km. 30.<br />

L'on comprend mal que, d'une part, notre courageux naviga-<br />

teur ait utilisé l'anachronique papyrus au lieu de construire un<br />

navire de planches gréé a l'antique, et d'autre part que, voulant<br />

prouver les possibilités de relations entre Egypte et Amérique et<br />

plus particulikrement le Yucatan, il ne soit pas parti des bouches<br />

du Ni1 et n'ait pas cherché a atteindre le Mexique. Ii est vrai que<br />

le Ra 11 n'aurait sans doute pas pu supporter le voyage supple-<br />

mentaire Barbade-Yucatan.<br />

Une tentative semblable a la sienne avait d'ailleurs déja été<br />

faite p e zvant, ~ égaleimnt m déprt de Safi, mais i! n'en u pratiquement<br />

pas été parlé car elle n'a pas réussi: celle effectuée<br />

par un jeune couple francais, les Gil-Artagnan, sur un radeau de<br />

Thor Heyerdahl, Expéditions. Ra París, 1970, p 341 Rappelons<br />

que le Dr A. Bombard, dans un simple radeau de caoutchouc de 4,65 de<br />

long et sans vivres, relia Tanger a la Barbade. L'exploit sportif lui meme,<br />

déja remarquable, n'est rien en comparaison de ses expériences au point<br />

de vue de la survie des naufragés en mer. Parti le 19 octobre de Las<br />

Palmas, il arrivait le 22 décembre 1952 5 la Barbade.


18 RAYMOND MAUNY<br />

ckdre marocain, le «Jangada», construit a Safi meme. Ses auteurs<br />

avaient l'intention de gagner a son bord les Antilles en suivant<br />

la aroute de Colomb».<br />

Aprks un essai infructueux le 23 mars 1968, le radeau prenait<br />

la mer le 27 avril 1968, mais malheureusement, par suite d'une<br />

forte tempete au cours de laquelle ils faillirent sombrer, nos navigateurs<br />

furent recueillis a 200 kms. du point de départ, le 1" mai,<br />

au large d'Agadir, par un pétrolier britannique, le «Mobil Apex».<br />

L'épave du radeau s'echoua sur la c6te juste au nord du Cap Juby,<br />

Eut elle réussi, cette traversée eut prouvé qu'il était possible<br />

de passer du Maroc en Amérique avec un radeau construit avec<br />

des matériaux marocains et un gréément a l'antique. Mais ici<br />

aussi nous avons affaire a un esquif a mon sens trop archaique,<br />

le radeau; il aurait été beaucoup plus probant pour les historiens<br />

de la navigatinn et reiix dii peuplement de 1'Américpe et des rlvilisations<br />

précolombiennes, d'utiliser une grosse barque de peche,<br />

construite, armée et gréée a l'antique, avec voile carrée et<br />

rame de gouverne, correspondant a celles qu'utilisaient les marins<br />

phéniciens, carthaginois ou romains d'il y a 2000 a 3000 ans.<br />

C.'pt d'aillel_rs CQ que c~mptent fajre lec: C.il-.Artignln &m<br />

les années qui viennent, au départ de Lisbonne, Séville ou du<br />

Maroc, selon l'aide qu'ils receveront éventuellement des Marines<br />

des Etats concernés, des Académies, Sociétés, Clubs ou de particuliers,<br />

aide matérielle et financiere dont ils ne peuvent se passer,<br />

11s ont courageusement mesuré le risque d'une telle entreprise<br />

-1eur premier essai le montre- et nous ne pouvons que leur<br />

souhaiter de trouver cette aide indispensable et de réussir,<br />

cette fois. La tenacité paie souvent, comme le montre I'exemple<br />

de leur ami Thor Heyerdahl.<br />

T-1" en"+ lnc AIA,....-"+e m..- n n . 3 0 .,n,-en-... n.. An"":,.- L.,<br />

LLLJ PULLL LGJ LLLLIL~LILJ YUL ILUUJ VGLJULLJ au uuaUxGL UGU iiypothkses<br />

concernant les navigations transatlantiques avant Colomb.<br />

Nous savons désormais qu'elles ont été possibles et c'est<br />

tout; ce n'est pas suffisant. Quant aux traits culturels communs<br />

de chaque c6té de 1'Atlantique3', faut-il les rapporter a des phé-<br />

Voir en particulier la liste donnée par H. H. Rowe, Diffusionzsm and<br />

archaeoíogy, 1966, p 334-337 et la réponse de S C. Jett & C. F Carter,<br />

A comment on Rowe,s diffusiontsm and Archaeology, 1966, p. 867-870.<br />

386 AhrUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


HYP(YTH&~ES CONCERNANT LES RELATIONS PRECOLOMBXENNES 19,<br />

nomknes de diffusion ou de convergence? Nous n'excluons pas a<br />

priori la premiere série, mais l'objectivité nous oblige a dire que<br />

les probabilités en sa faveur sont bien minces et que les preuves<br />

archéologiques qui pourraient servir ii l'étayer sont pratiquement<br />

inexistantes; celles qui sont avancées sont peu sures et nulle n'est<br />

indubitable et sans équivoque.<br />

La question est cependant trop importante pour qu'on ne<br />

poursuive pas les études relatives a de possibles influences venues<br />

de la Méditerranée en Amérique précolombienne dan~ un<br />

esprit dépourvu de toute idée préconcue. A part les essais qu'on<br />

se doit de faire au sujet des navigations elles memes et dont nous<br />

venons de parler, c'est évidemment l'archéologie amérindienne<br />

en tout premier Iieu qui pourra contribuer la plus a résoudre<br />

le problkme.<br />

BIBLIOGRAPHIE<br />

BEIRENE, D. R.: Pre-Colombian Dzffusim from the Near and Mzddle East<br />

to South and Central America. a study of early axes. Baltimore,<br />

Masters's Thesis, Johns Hopkins University, ms. 1964.<br />

BOMBARD, Dr. A.: Naufragé Volontazre. Paris, Les Edit. de France, 1958.<br />

BONNET, B.: Las Canarias y íos primeros expioraáores áei Atidntzco.<br />

La Laguna de Tenerife, «Rev. de Historian, 1962, neo 57, p. 39-46 &<br />

n.O 58, p. 82-89.<br />

CARCOPINO, J. Le Maroc antique. Paris, Gallimard, 1943, 336 p., XIV pl.<br />

9 cartes.<br />

CARY, M. & E. Warmington. Les explorateurs de lJAntzquzté. París, Payot,<br />

349 p., 15 cartes.<br />

CASELLA, D : La Frutta nelle pttture pompeiane. Napoli, ~Pompeiana:<br />

Racolta di studi per 11 secondo centenario degli scavi di Pompein,<br />

1950, p 355-386.<br />

CASSON, L : Les marrns de I'Antzquité. Paris, Hachette, 1961, 295 p., 30 fig.<br />

CAUVET, Cdt : Les Berberes en Amérzque. Alger, Bringau, 1930, 455 p.<br />

CENIVAL, P. de, & Th Monod. Descrzptzon de la cote dPAfrzque de Ceuta<br />

au Sénégal par Valentzm Fernandes (1506-1507). Paris, Larose, 1938,<br />

215 p., 1 carte h.t.<br />

CROSBY, A. W: The early hzstory of syphzlzs: a reapprzsal, «Americ Antropol.~,<br />

vol. 71, n.9, april 1969, p. 218-227.<br />

DUFOURCQ, Ch La questzon de Ceuta au XIIIO si2cle Rabat, «Hespéris»,<br />

T. XLII, 1955, p. 67-127.<br />

EDRISI- Descrzptzon de l'Afrzque et de 1'Espagne. Trad. R. Dozy &<br />

M. J. de Goeje. Leiden, Brill, 1866 et 1968, 393 p. + texte arabe.<br />

GERMAIN, G. Qu'est-ce que le Pérzple d1HannonP Document, amplzfzcat10n<br />

lzttéraire ou faux intégral? Rabat, «Hespéris», 1957, p. 205-248.<br />

Núm 17 (1971) 382


20 RAYMOND MAUNY<br />

GODINHO, V. Magalhaes: O milho maiz. Orzgen e dzfus¿io, «Revista de<br />

Economia», XV, 5, 1963, p. 33-38.<br />

HAMIDULLAH, M.: L>Afrzque découvre I'Amérzque avant Chrzstophe Colomb.<br />

Paris, ~Présence africn, févr.-mars 1958, p. 173-183.<br />

HEINE-GELDERN, R: Ezn Romzscher fund aus dem vorkoíumbzschen Mexzko.<br />

In ~Anzeiger der Osterreichischen Akademie der Wissenschaften»<br />

Wien, uPhilosophische historische Klassen, 1961, vol. 98, p. 117-119.<br />

HENNING, R.: Terrae mcognitae. Leiden, Brill, 4 vol, 1939-1953.<br />

HEYERDAHL, Thor: Expédztzons Ra. Parzs, Presses de la Cité, 1970, 345 p., ill.<br />

HUI-LIN-LI: Mu-Lan-Pi. A case for pre-columbzan transatlantic travels<br />

by Arab shzps, ~Harvard, J. Asiat. Studn, 1961, vol. XXIII, p. 114-126.<br />

JOBAIR, Ibn. Voyages. Trad. Gaudefroy-Demombynes. Paris, Geuthner,<br />

2 T, 1949-1951, 265 p.<br />

IDRISI (Al-) Voir Edrisi.<br />

JEFFREYS, M. D W: Negres précolombieens en Amérzque. Asso, Italie,<br />

«Scientia», 6.0 série, juil Aoiit 1953, 16 p.<br />

- Arabs dzscover Amerzca before Columbus. Durban, «Ramadan Annuai<br />

of the ~usiim's Digestn, voi. 111, n.O íi, sept. i953, p. i8-26 6r<br />

67-74.<br />

- Pre-colombzan Maize zn Afrzca. «The Eastern Anthropob, vol. VII,<br />

n.O 3-4, p. 138-147.<br />

- Pre-Colombian Arabs zn the Caribbean. Durban, «The Muslim Di-<br />

gest», aug. 1954, p. 25-29.<br />

- Cofombus and the zntroductzon of Mazze zn Spazn. «Antiiropos»,<br />

50, 1955, p. 427432.<br />

- The orzgins of the portuguese word zaburro as their name for<br />

Mazze. Dakar, «Bull. IFAN», séne B, 1957, p. 111-136.<br />

- How anczent zs West African Maize? London, «Africa», XXXIII, 2,<br />

april 1963, p. 115131.<br />

- Milho zaburro = milho de Guynee = maize Lisboa, ~Garcia de<br />

Ortan, 11, 2, 1963, p. 213-226.<br />

- Congo maza = portuguese maize. «Ethnos», 1964, 3-4, p. 191-207.<br />

- Plant dzffusion: hands off Amerzca. A taxonomzst versus the rest.<br />

~Anthropol. J. of Canadá», 111, 1, 1965, p. 5-15<br />

- Maize and the ambzguzty of Columbus's letters, do, 111, 4, 1965,<br />

p. 2-11.<br />

- Who introduced maize znto Southern Africai .S. Afr. J. of Sc.s,<br />

supple, jan. 1967, p. 2340.<br />

- Pre-colombian mazze north of the Old World Equator. Paris, «Cah.<br />

d'Et. Afr », vol. IX, I0 cah, 1969, p. 146-149.<br />

JETT, Stephen C., & George F. Carter: A comment on Rowe's Dzfftrsionzsm<br />

and Archaeology. Salt Lake City, «Americ Antiquity~, vol. 31, 6.<br />

act. 1966, p 867-870.<br />

JODIN, A Mogador, comptozr phénzczen du Maroc Atlantique Rabat,<br />

Divis. des Monum Hist. et des Antiq. du Maroz, 1966, XV + 211 p.,<br />

34 fig., LIV pl.<br />

388 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


H ~ H E S E S CONCERNANT LES RELATIONS PRECOLOMBIENNES 21<br />

- Les Etablzssements du roi Juba 11 aux Iles purpuraares. do, 1967,<br />

284 p., 31 fig., CXXIII pl.<br />

LANDSTROM, Bjorn. The shzps of the Pharaohs 4000 years of Egyptian<br />

buzldzng. London, Allen & Unwin, 1970, 159 p., 353 fig., 65 phot., 1 carte,<br />

LA RONCIERE, Ch. de. La découverte de I'Afrtque au Moyen Age. Cartographes<br />

et explorateurs. Le Caire, Soc. Roy de Géogr. d'Egypte,<br />

3 T., 1925-1927.<br />

LEFEBVRE, Cdt., des Noettes: De la Marzne antzque a la Marzne moderne.<br />

La révolution du gouvernad Paris. Masson, 1935, 150 p, 114 fig.<br />

MAUNY, R' Les navigations médtévales sur les c6tes saharzennes antérieures<br />

d la découverte portugazse (1434). Lisboa, Centro de Estud..<br />

Hist. Ultramar., 1960, 151 p., 5 fig.<br />

- Documents a verser au dossier de l'hypothkse de I'ortgtne négroafricaine<br />

de la czvzlzsatzon olmeque du Mexzque. Dakar, «Bull. IFAN B »,<br />

XXXI, 1969, p. 574-587.<br />

- Le Pérzple d'Hannon, un faux célebre concernant les navigatzons<br />

antzques. Paris, uArcheologia». n.O 37' nov -déc. 1970, p 76-80<br />

MERRIEN, J : Les navzgateurs solztaires de Johnson a Tabarly. Paris, Denoel,<br />

1965, 381 p., 111.<br />

MIRACLE, M. P.: Interpretatzon of evzdence on the zntroductzon of Mazze<br />

into West Afrzca London, ~African, XXXIII, 2, april 1963, p. 132-135,<br />

- The introductzon and spread of Maize in Africa London, «J. of<br />

Afric. Hist.», VI, 1. 1965. p. 39-55.<br />

MONOD, Th.: Sur les deux bords de I'Atlantzque sud. Sáo Paulo, «Bol. dm<br />

Institut, paulist. de Oceanogr», T. 1, 2, 1950, p. 29-38<br />

MOTA, A. Teixeira da, & An. Carrera: Mzlho zaburro and milho macoroca<br />

in Guinea and the islands of Cabo Verde. London, «Africa», XXXVI,<br />

jan. 1966, p. 73-84.<br />

OMARI, Ibn Fadl Allah Al-: Masalzk el-Absar fz Mamalzk el-Amsar. L'Afrzque<br />

moins llEgypte. Trad. Gaudefroy-Demombynes. Paris, Geuthner,<br />

1927, 284 p., 5 cartes.<br />

PEREZ EMBID, F.: LOS descubrimientos en el Atlántzco hasta el Tratado<br />

de Tordesillas. Sevilla, Esc de Estud. Hist Americ., 1949, 370 p.<br />

XXXV fig.<br />

F~RTERES, I? : L'introUuc:;on dú ;~üis en Afrtqiie. a:. U>Agridi. iropet<br />

de Bot. Appl », T. 11, 5-6, mal-juin 1955, p. 221-231.<br />

Rom, J. H : Dzffusionism and Archaeology. Salt Lake City, «Americ-<br />

Antiq N, vol. 31, 3, 1966, p. 334-337.<br />

WEINER, Leo: Africa and the discovery of America. Philadelphia, Innes,<br />

3 vol., 1920-1922.<br />

WILLETT, Fr. The intrvdúcti~~ of PY1üíze h:o Wesí Africü; üií üssessiííeíit<br />

of recent evidente. London, «Africa», XXXII, jan. 1962, 1, p. 1-13.<br />

WUTHENAU, Alex von. Altamerzkanische Tonplastik. Baden-Baden, Holle<br />

Verlag, 1965, 215 p., ill.; Terres cuztes prdcoIombiennes. Paris, A. Michel,<br />

1969.<br />

Núm 17 (1971) 389


LA NAVEGACION PRIMITIVA EN EL ATLANTICO<br />

AFRICANO<br />

POR<br />

ELIAS SERRA RAFOLS<br />

Saivo para ios candorosos catiantistass, que pueden admitir<br />

(que la población aborigen de las Islas Canarias no era más que<br />

la supervivencia de los atlantes de Platón, tras el cataclismo que<br />

hundió la mayor parte de su tierra, la presencia de estos primiti-<br />

vos habitantes ha constituido siempre un problema planteado y<br />

no resueito. Verdad es que probiema análogo se presenta a los<br />

naturalistas, que se encuentran aquí con especies vegetales y ani-<br />

males cuya inmigración no pueden explicar; como sus tipos aná-<br />

logos vivieron en el continente en épocas remotísimas y, en cam-<br />

bio, faltan aquí otras especies que han venido a sustituir a aque-<br />

llas arcaicas en las costas próximas, hay que excluir la llegada<br />

accidental de simientes o huevos, que se hubiese operado en<br />

cualquier época en condiciones parecidas: en un momento anti-<br />

guo estas islas estuvieron en contacto con los continentes, y<br />

luego esta situación cesó. Pero estas consideraciones no afectan<br />

a ia presencia humana: de un lado, estos contactos, postulados<br />

por ciertas especies vegetales y animales, son muy anteriores a<br />

la existencia del hombre sobre la tierra; de otro, no hay que<br />

olvidar que otros grupos de islas como Madera y Azores forman<br />

parte del mismo mundo biológico que las Canarias, pero carecían<br />

de pobiación indígena. ¡Allí no hubo supérstites de ninguna Atlán-<br />

tida!<br />

Los canarios primitivos no eran autóctonos; vinieron de fue-<br />

ra. Pero, jcómo? El problema ha llamado la atención a infinitos


2 EL~AS SERRA RAFOLS<br />

autores, casi a tantos como los que se han ocupado, poco o mucho,<br />

de nuestros aborígenes y no comulgan en las teorías atlantistas;<br />

entre los últimos que han tratado del tema recordemos a<br />

Juan Alvarez Delgado1. No será mucho que se nos permita<br />

echar nuestro cuarto a espadas en la cuestión.<br />

En primer lugar, coincidiendo con este autor, rechazamos todo<br />

conocimiento náutico para los canarios en la época en que fueron<br />

descubiertos desde Europa, esto es el siglo XIV o finales del<br />

XIII. Los testimonios de los contemporáneos son unánimes, y la<br />

arqueología ha venido a concordar plenamente con ellos; si mediante<br />

los huesos de peces pelágicos, encontrados en las estaciones<br />

prehistóricas noruegas, sabemos que los primeros vikingos<br />

a<br />

N<br />

pescaban ya en mares profundos y lejanos de sus costas 2, por los<br />

ramS Flz&ZgciS & de moi-eiia y otros de. orilla E<br />

y la ausencia de otros pelágicos en las estaciones canarias sabemos<br />

que estos pescadores eran incapaces de embarcarse. Los testimonios<br />

invocados en contrario de Abréu Galindo 3, que menciona<br />

un lugar de Tenerife cuyo nombre dice que significaba «Mira<br />

navíos)), y el más explícito de Torriani 4, según el cual los grancanarios<br />

afaceuano barchi d'arbor Drago ilquale intiero cauauanno,<br />

et poscia postogli la saerra di pietra nauigauanno con rami<br />

et con uela di palma attorno i lidi de l'isola, et ancora solieuanno<br />

alle uolte passare a Tenerife, et a Forteuentura a rubaren, no son<br />

O<br />

n -<br />

=<br />

m<br />

O<br />

E<br />

S E<br />

= E<br />

=<br />

-<br />

0 m<br />

E<br />

O<br />

convincentes. No cabe duda que al cabo de dos centurias de ver<br />

naves en torno de las Islas habrían los indígenas dado esta sign<br />

- E<br />

a<br />

nificación a alguno de sus vocablos. El testimonio tan concre-<br />

2<br />

n<br />

to de Torriani es aislado y tardío, si bien derivará de un infor-<br />

0<br />

me anterior a su tiempo (fines del siglo XVI); los contemporáneos,<br />

en cambio, nos muestran a los canarios de Gran Canaria<br />

nadando valientemente para aproximarse a los navíos, incluso<br />

3<br />

O<br />

1 J. Alvarez Delgado: La navegación entre los canarios prehispiínzcos,<br />

«Archivo Españo1 de ArqueoIogían, XXIII, 1950, págs. 164-1 74.<br />

2 A. V. Brogger: Tñe viiczng sñips. Their ancestry ami evoiurion, Osio,<br />

1951, pág. 10.<br />

3 Fray Juan de Abréu Galindo: Hrstoria de la conquista de las siete<br />

zslas de Canaria, Edición Cioranescu, Santa C m de Tenerife, 1955, pág. 292,<br />

4 Leonardo Torriani: Descrzttione , Edición Wolfel, Leipzig, 1940, folio~<br />

38-39 del original.<br />

392 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA NAVEGACIÓN PRIMITIVA EN EL ATL~NTICO 3<br />

con cargas en la cabeza, y ello desde el siglo XIV. Tal hazaña no<br />

corresponde a gentes conocedoras de artificios flotantes, y la<br />

descripción que nos da el ingeniero cremonés es demasiado con-<br />

forme a usos malayos -una embarcación de corteza con vela de<br />

palma trenzada- para que no sospechemos que la excesiva eru-<br />

dición de nuestro autor o de su informante le ha inducido a ge-<br />

neralizar y aprovechar en una ocasión que le pareció oportuna<br />

un hecho local de otra parte.<br />

Hay quien conjetura que los primitivos canarios fueron sim-<br />

plemente traídos como cómodos pasajeros a bordo de naves de<br />

pueblos marítimos, que, desembarcado el pasaje, no se ocuparon<br />

más de las islas así pobladas. Se hace difícil concebir el objetivo<br />

de semejante operación y suponer que los transportados no tu-<br />

viesen una comunidad cultural con sus patronos. Por esto no<br />

renunciamos a hallar un modo espontáneo de que poblaciones<br />

ribereñas de los mares vecinos a Canarias llegasen, más o menos<br />

azarosamente, a sus costas en múltiples oleadas y en varias<br />

ocasiones. Y para llegar a alguna conjetura fundada debemos<br />

empezar por examinar con cuidado las prácticas náuticas y pes-<br />

queras de esos ribereños, en la medida que conocemos sus es-<br />

tados pasados.<br />

Sin duda habrá que hacer una recapitulación histórica, pero<br />

antes y más interesante nos parece conocer la situación tradi-<br />

cional que ha llegado hasta nuestros días, para modificarse rápi-<br />

damente con la ocupación europea de las costas africanas. Hace<br />

casi cincuenta años se publicaron en la revista franco-marroquí<br />

«Hespéris» dos interesantes artículos sobre las prácticas náuti-<br />

cas de gran parte de la costa que nos interesa. Montagne trató<br />

de los marinos indígenas de la zona francesa5. Laoust, de los<br />

pescadores beréberes del Sus 6. De estos estudios resulta que la<br />

costa marroquí se reparte en dos zonas, según las prácticas ma-<br />

rineras y aun el lenguaje de sus pescadores: en el norte, hasta<br />

el Um-er-Rebia, las embarcaciones y las prácticas son las mismas<br />

5 Montagne: Les marins mdzg2nes de la zone francaise du Maroc, «Hes-<br />

péris», 111, 1923, pág. 175.<br />

6 Laoust: Pecheuvs berh6res du Sous, «Hespéris», 111, 1923, páginas 237<br />

y 297.<br />

Núm 17 (1971) 393


4 ELhS SERRA RAFOLS<br />

tradicionales en los viejos puertos mediterráneos. Más al Sur<br />

aparece el cárabo, embarcación sui generis, ligera de costillaje<br />

y tablazón, delgada, elástica, fácil de varar en la arena de las<br />

pequeñas playas y de izar lejos del mar. Esta nave, así como<br />

la mayoría del vocabulario que la acompaña, corresponde a una<br />

tradición independiente a la primeramente mencionada como<br />

mediterránea.<br />

La navegación de tipo mediterráneo hemos de suponerla como<br />

la propia de los árabes, y aun tal vez convendría no remontarse<br />

tanto. Sabemos que no hubo navegación de altura de parte<br />

de los indígenas de esta costa hasta el establecimiento en Salé<br />

de un nido de piratería formado a base de una colonia de emigrados<br />

españoles, al fin de la Edad Media, que alcanza su máximo<br />

florecimiento, con el concurso turco, en la Edad Moderna.<br />

La costa marroquí más al Sur debió de quedar prácticamente<br />

desconocida durante mucho tiempo para los mismos árabes.<br />

Montagne7 nos dice que «las luchas que marcan las tentativas<br />

efímeras de los Banu Ifran en la región de Rabat (siglo X), luego<br />

los combates incesantes de los almohades contra los Berghouata,<br />

dieron por resultado la desaparición casi completa de la vida<br />

urbana entre el Bu Regreg y el Um-er-Rebia~. Una vieja tradición<br />

supersticiosa conservada en una descripción de la España árabe<br />

que remonta al siglo X I ~<br />

confirma estos hechos, esto es, la abs-<br />

tención de los marinos árabes de navegar por la costa marroquí<br />

hasta época tardía. Ese texto refiere lo siguiente:<br />

«Se decía que la parte central del Mar Occidental, que se<br />

llama Pélagos, no pudo nunca alcanzarse hasta el día en que<br />

la llave que tenía en la mano el personaje representado por la<br />

estatua [de1 Hércules de Cádiz] cayó a tierra. A partir de este<br />

momento se pudo llegar por mar hasta Salé, Sus y otros lugares.<br />

Esto se creía por lo general en el lugar [de Cádiz]».<br />

Esta fecha de una explicación supersticiosa de un hecho que<br />

en adelante, cuando toda la costa fue recorrida, pareció chocan-<br />

7 Montagne: Loc. czt., pág. 186.<br />

8 Kztab ar-Rawd al Mztar &, apud García Bellido: «Archivo Español de<br />

Arqueología», XVI, 1943, pág. 313.<br />

394 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA NAVECACI6N PRIMITIVA EN EL ATLÁNTICO 5<br />

te, la da el mismo libro en otro pasaje 9: «gente de la población<br />

de Cádiz narra que una de las dos llaves cayó en el año 400 11009-<br />

101. El objeto, que fue recogido y que tenía en efecto la forma<br />

de una llave, fue llevado al señor de la ciudad de Ceuta; éste<br />

mandó pesarlo: su peso era de ocho libras»; detalles estos últi-<br />

mos que inducen a dar autenticidad al hecho en sí, interpretado<br />

supersticiosamente.<br />

Más tarde, a mitad del siglo XIV, he aquí la idea que de la nave-<br />

gación atlántica de los árabes tenía Ibn Jaldún (+ 1406) '', extra-<br />

ordinario observador de la realidad. En sus famosos Prolegóme-<br />

nos habla de las Canarias, que él fue el primer escritor árabe<br />

que las conoció por referencias auténticas y contemporáneas:<br />

«No se da con el lugar de estas islas, de no ser que se las tope<br />

por casualidad, y nunca de propósito. La navegación de los bar-<br />

cos se guía en efecto por los vientos y por el conocimiento de<br />

los puntos desde donde soplan y de los países a que se puede<br />

llegar, si se sigue en línea recta la dirección de dichos vientos.<br />

Cuando varía el viento, si se sabe a dónde se llega en línea recta,<br />

se orientan las velas en esa dirección, dándoles la inclinación<br />

precisa para guiar el navío, según normas conocidas por los nau-<br />

tas y marineros que son patrones de las naves. Las tierras si-<br />

tuadas a ambas orillas del mar Griego [Mediterráneo] están<br />

todas consignadas en una hoja, corforme a la forma en que<br />

pueden ser halladas y según su disposición ordenada en las costas<br />

de dicho mar, y en esa hoja, al Kunbas, están asimismo señala-<br />

dos los puntos desde donde soplan los vientos y las variadas<br />

direcciones que siguen, siendo de esta manera cómo se gobier-<br />

nan los marinos en sus viajes. Ahora bien: todo esto falta para<br />

el Mar Circundante [Océano], y por eso no lo surcan barcos,<br />

sin coniar con que en la atmósfera de este mar y sobre la super-<br />

ficie de sus aguas se condensan unos vapores que impiden na-<br />

vegar a los barcos; vapores que, por su lejanía, no pueden disipar<br />

los rayos solares reflejados por la superficie terrestre. A causa<br />

9 Krtab ay-Raw a2 Mztar & Loc crt, pág. 312.<br />

10 Ibn Jaldún, Al Mugaddrma, edición Quatremkre, tomo XVI, pág. 94;<br />

traducción especial de García Gómez<br />

Núm 17 (1971) 395


6 EL~AS SERRA RAFOLS<br />

de esto es sumamente difícil orientarse hasta estas islas y dificultoso<br />

obtener noticias sobre ellas)).<br />

No parece aventurado postular que la navegación de tipo.<br />

mediterráneo tardó mucho, hasta el siglo XI según la tradición<br />

gaditana antes recogida, en propagarse por la costa africana; la<br />

pérdida en el siglo XIII de los puertos andaluces, Cádiz ante<br />

todo, debió de ser para ella un rudo golpe, y en fin y en todo<br />

caso no afectó a las prácticas tradicionales de los pescadores<br />

beréberes de la costa al sur del Um-er-Rebia.<br />

Si la actual marinería de aquella costa norte es de origen<br />

árabe, o mejor hispano-árabe, difundida en la Baja Edad Media,<br />

jcuál será el origen de las naves tipo cárabo y su tradición aneja?<br />

Basta leer la deccnpción detallada de ellas que nos da Laoust,<br />

para notar su analogiri evidente con un tipo muy antiguo de<br />

nave, la de los vikingos, igualmente carente de distinción entre<br />

proa y popa. Pero en realidad no pensamos en esas naves nórdi-<br />

cas como «antecedentes» de los humildes cárabos del Sus; pen-<br />

samos en la navegación antigua en estos mismos mares, en los E<br />

buques púnicos. La navegación púriica, ante todo navegación<br />

pesquera, debió dejar estas barcas frágiles y manejables, so-<br />

3<br />

brias en consumo de madera, escasa en todos estos países; y como<br />

ellas, debían ser las naves gaditanas de la antiguedad.<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

Nada más verosímil que estos cárabos abordasen en más<br />

O<br />

de una ocasión algunas de las Islas Canarias, especialmente n<br />

las orientales, y acaso ellos sean los responsables de alguna o,<br />

- E<br />

a<br />

algunas de las aculturaciones superpuestas en el conjunto cultural<br />

que se halló en el momento de la conquista europea.<br />

n<br />

n<br />

* * *<br />

Pero precisamente el objeto de estas líneas es llamar la aten-<br />

ción sobre otro tipo de navegación oeste-africana como posible<br />

vehículo de las más remotas invasiones en el Archipiélago.<br />

Este tercer tipo de tradición marinera no existe ya. Pero por<br />

fortuna nos ha quedado de él una descripción, apenas suficiente,<br />

de mano de1 viajero portugués Valentim Fernandes ", que es-<br />

11 Valentim Fernandes, edición Cenival-Monod, págs. 118 y 120.<br />

396 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

O<br />

a<br />

O<br />

n<br />

-<br />

m<br />

O<br />

E<br />

E<br />

2<br />

3<br />

O


cribía a fines del siglo xv. En efecto, los portugueses, en su<br />

avance a lo largo de la costa del desierto, llegaron hacia 1440 a<br />

doblar el Cabo Blanco y a penetrar en un país diferente, la Bahía<br />

del Lebrel o del Galgo, con numerosas islas - en algunas de las<br />

cuales luego se establecieron- y con una población arraigada,<br />

dependiente en gran parte de la pesca como medio de vida. He<br />

aquí cómo Valentim Fernandes nos describe este rudimentario<br />

pero seguramente viejísimo medio de navegar:<br />

«Os seus batees he cinco páos de figueyra de inferno secos,<br />

saber: huum de braca e mea em longo, e assi os dous em cada<br />

ylarga de dous palmos menos, e estes tres som atados com linhas<br />

das ditas redes e ficam detras todos tres ygoaes, e adiante sae<br />

o da metade mais, que he mais comprido; emtam atam outros<br />

dous p5os de 6 palmos das ilargas todas apartados [por aperta-<br />

dos]. No meo d'estes $os poem suas redes, ou moiher e fiihos,<br />

ou qualquer cousa que querem leuar, e elle detras assentado em<br />

aquelles tres que mais saem, com as pernas de dentro pera o<br />

mais largo. Em cada máo traz huma tauolleta de palmo e meo<br />

de comprido e meo palmo em largo, com que remam. E os que<br />

andam na barca andam em agoa ata cima de gyoihos, e assy<br />

andam e nom se affogam. E d'esta maneyra atrauessam qualquer<br />

golffo d'aquelles parcees xij leguas, e tambem correm assi toda<br />

costa. E como som em terra, logo sua barca p6em ao sol pera<br />

enxugar, pera ser mais leue. E quando alguum d'elles tem unha<br />

d'estas barcas e huma rede, se conta por rico. Breo e stopa nunca<br />

O virom» 12.<br />

12 SUS bateles tienen cinco palos de higuera infernal secos, a saber:<br />

uno de braza y media de largo (2,6 m ) y así los dos en cada costado de<br />

dos pcclmus meza (2,!0) y estus :res van atadus cm cüerdas de !us<br />

dichas redes y quedan por detrás los tres iguales y por delante sale<br />

el de en medio más, que es más largo. Entonces atan otros dos palos<br />

de seis palmos (¿1,20?) a sus costados bien apretados. En medio de<br />

estos palos ponen sus redes, o la mujer e hijos, o cualquier cosa que<br />

quieran llevar, y él detrás en aquellos tres que salen más con las pier-<br />

--e<br />

M> de deiiii-o hacia 2: más aii~h~ (¿G larga?). Y ei. calla mam trae::<br />

una tablilla de palmo y medio (0,30 m.) de largura y medio palmo<br />

(OJO m.) en ancho, con que reman. Y los que van en la barca van<br />

con agua por encima de las rodillas y así van y no se ahogan. Y de<br />

esta manera atraviesan cualquier golfo de aquellas marismas, 12 le-<br />

Núm 17 (1971) 397


8 nfAS SERRA RAFOLS<br />

Sin duda la descripción es torpe, pero no ininteligible, si re-<br />

cordamos que la braza son metros 1,7 ó 1,8, y que por tanto el<br />

palo de en medio alcanzará unos 2,6 de largo, esto, comprido o<br />

2ongo en portugués. Que ilargas significa costados, y así los palos<br />

de 6 palmos (1,2 m.) fijados a ellas hacen oficio de amuras o<br />

barandas, abiertas por delante y por detrás. En fin, que largo<br />

vale por ancho (pero en la línea 9 valdrá como en castellano).<br />

Estos pobres marineros de la Bahía del Galgo eran zenagas<br />

(azenegues en Valentim Fernandes), población beréber ya en<br />

aquel momento brutalmente sometida por los árabes nómadas<br />

hasaníes. La descripción que de ellos nos da Fernandes tiene<br />

rasgos que nos recuerdan a los canarios, con sus barbas abun-<br />

dantes y sus vestidos de pieles. Otros rasgos coincidentes pode-<br />

mos sacar del conocimiento moderno de su lengua, que persiste<br />

hoy en pequeños grupos de ellos que moran al norte del Senegal,<br />

y en la cual Marcy observó características fonéticas que la aproxi-<br />

man a los lenguajes canarios, más que otros dialectos beréber<br />

res; y no menos sus inscripciones rupestres, análogas, según el<br />

mismo autor, a las de el Hierro en nuestro Archipiélago.<br />

Además hay que tener presente que esta población zenaga<br />

se extendía poco antes, hasta comienzos del siglo xv por lo me-<br />

nos, mucho más al norte, hasta el Sus mismo, y enlazaba con<br />

su población bereberófona, el grupo Silha o Chleu. Sólo enton-<br />

ces sobrevino en el Sahara Occidental o Atlántico el desastre<br />

de la invasión nómada árabe, los beduinos Duai Hassan o hasa-<br />

níes, que rechazan hacia el Sur a los zenagas; y así arabizan esta<br />

costa a diferencia del resto del Gran Desierto, que ha mantenido<br />

en lenguaje y cultura, ya que no en religión, gran parte de sus<br />

tradiciones preislámicas. Estos zenagas, de tradición sedentaria<br />

y pescadora, probablemente vivían del mar en los bancos de1<br />

actual Sahara español y poseían estos rudimentarios bateles con<br />

los que remotas generaciones habrían abordado las Canarias. En<br />

efecto, hay que confiar mucho más en la tenacidad y resistencia<br />

guas, y también corren así toda la costa. Cuando están en tierra, lue-<br />

go ponen su barca al sol para que se seque y sea más ligera. Y cuando<br />

uno de ellos tiene una de estas barcas y una red se cuenta por rico<br />

Nunca vieron alquitrán ni estopa.<br />

398 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LA NAVEGACI~N PRIMITIVA EN EL ATLÁNTICO 9<br />

física y moral del hombre, incluso el primitivo, de lo que suponen<br />

autores modernos (pensamos en R. Mauny13, con el mayor<br />

respeto para su ciencia y prudencia), que basándose en la marcha<br />

y fuerza de las corrientes y vientos en esa zona atlántica rehusan<br />

creer en viaje alguno de Sur a Norte. No es tal vez éste nuestro<br />

caso, pues sabemos a los zenagas establecidos en latitudes iguales<br />

a las de Canarias, y dicho autor se refiere concretamente al<br />

regreso de Hannon de su supuesto periplo africano hasta Guinea,<br />

asunto en el que no entramos. Pero, si en los mares hiperbóreo~,<br />

con medios totalmente inadecuados, los vikingos alcanzaron<br />

Groenlandia y América, no me parece descabellado creer<br />

que los zenagas, con medios sin duda más risibles, pudieron<br />

cruzar el mar de Canarias. Y las llegadas tuvieron que ser tan<br />

arriesgadas, tan azarosas, que ello explique que no perdurase<br />

comunicación regular alguna, que los bienes ergológicos recibidos<br />

por cada isla difieran tanto de las demás y que, en fin, se<br />

perdiese la noción de estas navegaciones sin regreso.<br />

13 Raymond Mauny, ¿es navigatzons médiévaíes sur les &es saha-<br />

riennes Lisboa, Centro de Estudios Históricos Ultramarinos, 1960.<br />

Núm 17 (1971) 399


TEXTOS ARABES DE VIAJES POR EL ATLANTICO<br />

POR<br />

JUAN VENRNET<br />

1. Desde la monografía de J. J. Costa de Macedo l hasta hoy<br />

se han ido acumulando una serie de textos y noticias etnológicas que<br />

permiten adivinar, ya que no conocer, las relaciones de los árabes<br />

con el Atlántico.<br />

$ 2. Algunos de ellos, sumamente fantásticos, no serán tenidos<br />

en cuenta aquí. Me refiero a los que aluden, por ejemplo, Mustafa<br />

al-Sihiibi2 o Sabri Farid al-Badiwi3, muchos de los cuales me pa-<br />

recen tan imaginarios como la gacetilla que sobre el diario de un<br />

marino árabe, compafiero de Colón, se pretende haber descubierto en<br />

Trinidad ".<br />

l J J Costa de Macedo Memona em que se pretende firovar que os Arabes<br />

~záo conhecerGo as Canarzas antes dos Portuguezes (Lisboa, 1844 )<br />

Musta fa al-Cihiibi ALPzrgrüftyyCn al-"arab Colección Iqra', núm 230 (E1<br />

Cairo, 1962), pp 3238 Algunos de los datos se han recogido en la obra de Badiwi<br />

Sabri Farid al-Sadiwi IktzSat dcarab AmerZka qabla KrzstCf Kúlúmb (Da<br />

masco,1967) Transcribe alguno de los textos que más abajo traduciré, y rastrea<br />

su pista (en especial en la navegación de 13G7) en la literatura árabe oriental Apor-<br />

ta citas tomadas de distintos periódicos o revistas (aAiigemeine Zeitungn, aNews-<br />

weekio) que han dludido al descubrimiento de tribus aborígenes americanas que<br />

-^".-L.- -.-^. -.^- ..^l.-.^ ^-.. I -....--<br />

pLcacudn u c C i u ~ ~ a U<br />

lCLlgiUDaD \ayuuu de üii %es d SO) ü custüiiibres qüe recüei-<br />

dan las árabes, así como una reseña de las comunicacrones sobre el tema, en especial<br />

las de tipo histórico-botánico presentadas en el congreso de la Arnerican Oriental<br />

Society en 1961 (cf p 14 en que traduce la gacetilla de aNewsweeko, 10-41961).<br />

«Al-Adibo 36,11 (1959), 62 insertó la siguiente gacetilla «En la isla de Tri-<br />

nidad se ha descubierto el manuscrito árabe que escribió el marino MüsZ b SZtiO,


2 JUAN VERNW<br />

4 3. A este mismo tipo de trabajos de divulgación pueden refe-<br />

rirse estudios como el de Purf Liy3n5. De tipo distinto y más eru-<br />

dito son los de L. 0uthwaite6 y, sobre todo, los de Raymond Mau-<br />

ny. Los numerosos trabajos del segundo, publicados en general en<br />

la década de 1950-60. se integraron armónicamente en su tesis com-<br />

plementaria Les navigations médiévales sur les cótes sahariennes a*<br />

terieurs ci 1s. découvprte portuguise que debe reaparecer, ampliada,<br />

uno de estos días por la casa parisiense Fayard El trabajo de Serra<br />

Rafols Los Brabes y las Canarias prehispánicasa, entra de lleno en<br />

nuestro tema, puesto que en él se recopilaron, con ayuda de don<br />

Emilio Garcia Gómez en la parte filológica, los textos árabes que<br />

se refieren a las islas. A continuación damos la traducción de unos<br />

textos árabes medievales que se refieren a navegaciones atlánticas,<br />

ordenados cronológicamente. Dejamos al margen, intencionadamen-<br />

te, otros, sumamente fantásticos y como taies considerados por Se-<br />

rra Rafols; y en cambio incluimos algunos poco conocidos en el año<br />

1949. En determinados casos, y por necesidades del estudio crítica<br />

que sigue a nuestra antología, introducimos textos ajenos al Atlán-<br />

tico y omitimos, siempre, los pasajes de autores literarios (poetas de<br />

corte, etc ) que ocasionalmente se interesaron por ei tema2.<br />

uno de los marinos arábigo-andaluces que acompañaron a Cclón en el viaje dei<br />

descubrimiento de América El manuscrito describe la capitulación de Málaga y<br />

Gianada y las desgracias que habían alcanzado a los árabes andaluces~.<br />

6 Túr3 A LA flnnfrdíi hya AmZrzkd al-jani¿bzyva MawdZcu ta'rzsyugra-<br />

fi aMMIAn, 28. 1 (1953), 3444.<br />

6 L. Outhwaite The Atlalttzc (Nueva York, 1957)<br />

Centro de Estudios Históricos Ultramarinos (Lisboa, 1960) La mayoría de<br />

las monograíías previas de Mauny aparecieron en BIFAN y eHespéris~<br />

8 aRevista de Historian, 15, 23 (1949), 161-177.<br />

9 Para este Ultimo caso puede manejarse de primera intención el libro de Henri<br />

Péres La poésze arabe andalouse au szicle XI (Paris, 1953), pp 212-2l8, véase,<br />

por ejemplo, tamhién al-Makkari Analectes sur I'hzstozre et la lzttb-ature des<br />

Arabes d'Espagne. Ed Dory (Leiden, 1861), 11, 450 (Ibn Hani, tawil, iya), y 11,<br />

298 (Ibn Darra?, tawil anü, 17 versos sobre un temporal al ir a Almería)<br />

402 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


5 4.<br />

TEXTOS ÁRABES DE VIAJES POR JCL ATUNTICO<br />

a) Siglos IX y X. Ja.fjáS el Marino<br />

Este personaje llamó la atención de E Lévi Provencal lo.<br />

Lo cita apoyándose en el Muqtabisll, año 859, en que, junto con<br />

MarkasiS b. Saküh, recorre el Atlántico para interceptar una flota<br />

normanda; al-cUcjri12 nos lo presenta como tomando parte en la<br />

campaña en la defensa de Algeciras, frente a aquéllos, y dice, en un<br />

texto que nos ha llegado corrupto l3 «Los normandos navegaban<br />

en cuarenta barcos. Les salió al encuentro la flota del emir Muham-<br />

mad dirigida . sb5 (sic) b. KaGih y JaSjag el marino . JaSjaS e Ibn<br />

KaSiíh por Ibn Saküh'l] los atacaron y quemaron dos naves ... de<br />

los majas con todo lo que contenían. Entonces los infieles se enar-<br />

decieron [hmyi] y allí encontraron el martirio JaSjáS y muchos de los<br />

musulmanes que le acompañaban. Las naves de los mayas siguieron<br />

su ruta hasta alcanzar los muros de Pamplona (sic) y causaron daños<br />

(asabü) a Garcia b. Wannlquh, señor de Pamplona, quien se libró de<br />

ellos » 14.<br />

5. Sin embargo, a pesar de que al-"Udri nos da como fecha<br />

de su muerte el 859, JaSjS figura aún citado por el Muqtabis en el<br />

año 889 (edición de Antuña, p. 88 I= fol. 67a. del ms.) con motivo<br />

de la fundación de Pechina: ((Salieron al encuentro de sus vecinos,<br />

los árabes de gassan, los jefes de los dos mares Entre esa multitud<br />

que iba al encuentro de Sawar se encontraba Saqd b Aslwad, JasjaS,<br />

lo E 1.évi-Provencal Hzstorza de la España musulmana hasta la caída del ca-<br />

lzfoto de Córdoba (711-1091 de J C) (Madrid; 19M)j pp 227 y 257, nnta 111 RPY-<br />

tera lo que aquí expone en sus Instttuctones, vida soczal e intelectual (Madrid,<br />

1965), p 208 y nota 39<br />

ll Edición de Antuña (París, 1937), p 88<br />

l2 Sobre este autor arabigoespañol (m 1085), cf. J Vernet, Un texto nuevo e<br />

amportante para la Hzstoria de la Espana musulmana hasta el szglo XZ. (RIEID,<br />

12 (l965.fifi), 17-34<br />

13 Edición de CAbd al-"Az al-Ahwáni (Madrid, 1965), p 119<br />

l4 Este texto constituye, en lo que se refiere a la expedición contra Pamplona,<br />

una interpolación Es prácticamente imposible que los normandos pudieran remon.<br />

tar el Ebro con sus barcos hasta alcanzar Navarra.<br />

Núm 17 (1971) 403


4 JUAN VERNET<br />

su hijo, Muhammad b 'Umar b Aswad, hijo de su hermano ("Umar<br />

b As'wad fue el fundador de la mezquita de Pechina) ..N 15.<br />

5 6. Así -prescindiendo de entrar en la fecha de la muerte de<br />

nuestro hombre- llegamos al texto decisivo, que debe pertenecer a<br />

la segunda mitad del siglo IX y que nos conserva Ibn "bd al-MunOini<br />

al-Himyari en el Rawd al-mzcttar l6<br />

((JaSjaS, uno de los jóvenes de Córdoba Ir, se puso de acuerdo con<br />

un grupo de amigos, equiparon unos barcos, embarcaron y penetra-<br />

ron en el Océano Estuvieron ausentes cierto tiempo Luego regresa-<br />

ron con mucho ganado y trajeron noticias maravillosas)).<br />

7 El texto de "Abd al-MunCim, siguiendo con esa noticia,<br />

afíade :<br />

((Pero sólo se navega por ese Océano la parte contigua a Occi-<br />

.dente y al Norte, es decir, desde los confines del país de los negros<br />

hasta Ijretaña. Esta es una gran isia [o penínsuiaj que se encuentra<br />

'en los confines boreales En el Océano hay seis islas, enfrente del<br />

país de loc negros, que se llaman al-Jálidat. Nadie sabe lo que hay<br />

más allá Al hablar de Lisboa, si Dios quiere, aportaremos un rela-<br />

to, más largo que éste, de quienes penetraron en el Océano))<br />

8 Si poiígraio ai-lvías%di, en sus Praderas de Oro i" nos da<br />

un pasaje en que rezuma el mundo clásico, Eudoxo de Cízico lg y<br />

Posidonio de Apamea 20. Dice refiriéndose a las invasiones norman<br />

das de al-Andalus<br />

((Antes del año 913 llegaron a al-Andalus buques desde el mar<br />

(Océano) con miles de personas que saquearon sus costas Las gen-<br />

tes de al-Andalus aseguran que son los rnayüs que caen de repente<br />

l5 Identificaciones segh E Lévi-Provenqal Rmd al-mzct6r (ed y trad Ley-<br />

den, 1938). p 36, nota 3<br />

l6 Ed E Lévi-Provencal (Leyden, 10.78) nfim 24 (p B de! texto árabe/@<br />

de la traducción francesa) Sobre este autor (m 1494), véase el artículo S v de<br />

T Lewicki en *E T, 111, 697-698.<br />

17 Ed Lévi-Provencal Rawd , p 36, nota 3, 10 identifica, con razón, con el<br />

JaSj5.S de Pechina<br />

18 Edición de El Cairo, 1958, vol 1, p 163 (vol 1. pp 365-366 de la ed y<br />

trad de Barbier de Meynard y Pavet de Courteille (París, 1861). revisada por Ch Pel-<br />

'lat, p 14'7-148) (París, 1962)<br />

19 Sarton Historza de la czencza La czencza antigua durante la Edad de Oro<br />

grzego (Buenos Aires. 1965), IV, 433<br />

20 Cf Sarton Introductzon to the Hzstory of Science, 1 (Baltiniore, 1927), 204<br />

404 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTiCOS


TEXTOS ÁRABES DE VIAJES POR EL ATLÁNTICO 5<br />

sobre ellos, procedentes del mar, cada doscientos años. Proceden de<br />

un golfo [el Cantábrico] que se abre en el Océano y que no es el<br />

golfo [de Cádiz] en el que está el faro de bronce. Yo creo -pero<br />

Dios es más sabio- que es un golfo que va a parar al mar de Azov<br />

y al mar Negro ; que esas gentes son los rusos -de los cuales hemos<br />

hablado antes en este libro-, puesto que sólo ellos pueden atravesar<br />

el mar de Azov y el Negro y salir al Océanoa1. En las cercanías de<br />

Creta se han encontrado tablones de plátano atados con fibras de<br />

cocotero procedentes de barcos que habían naufragado y a los que<br />

las olas habían arrojado en esos parajesz2 Pero estos ensamblajes<br />

só!o se hacen en el Indico, puesto que los buques del Mediterráneo<br />

y del mar de los árabesa3 se ensamblan con clavos En los buques<br />

del Océano Indico no se utilizan clavos, ya que las aguas del mar<br />

los corroe y los debilitaa4 . (lianna &'a al-bahr ju&bu-Lhadzd fa-<br />

taraqa al-masümTr fi-1-bahr wa-tudciifu) Esto obliga a los constructo-<br />

res a unir dos tablones con fibras a las que se impermeabiliza (wa-<br />

tuliyat) con grasa de alquitrán (nüra) Todo esto indica -pero Dios<br />

es el más sabio- que esos mares se comunican y que el mar, más<br />

allá de China y Corea bordea el país de los turcos y va a unirse con<br />

los mares de Occidente en uno de los golfos del Océano Periférico<br />

(Dqiyanas al-Muhrt))).<br />

5 9. A mediados del siglo x un marino persa de Ram Hurmuz<br />

(912-1009) compuso un libro titulado KZtüb "ajiÜ'~b al-Hind (libro de<br />

Aquí parece encontrarse el eco (


6 JUAN VERNET<br />

las maravillas de la India) 25, en que narra distintos viajes por mar<br />

realizados en la línea regular entre Persia (Siraf) y China (Cantón).<br />

En una de ellas (pp. 23-26) se narra el caso de un polizón gaditano<br />

que salió de su escondite al oír el barullo del puente en medio de un<br />

temporal para informarse de lo que ocurría. Los pasajeros quedri-<br />

ron extrañados de que no lo supiera y le replicaron<br />

«, Es que tú no estás con nosotros? No ves el aspecto pavoroso<br />

del mar y de las olas, la oscuridad de la atmósfera que no permite<br />

ver de día ni de noche ni al Sol ni a la Luna ni a las estrellas por<br />

las que nos guiamos? Vamos a entrar en el hemisferio Sur2s y van<br />

a cebarse en nosotros los mares y las olas. Pero lo que más nos<br />

preocupa es ese fuego hacia el cual nos dirigimos y que llena todo el<br />

horizonte Preferimos morir ahogados antes que quemados Hemos<br />

pedido al piloto que cambie el rumbo para que, en el instante supre-<br />

mo, no veamos a nuestros compañeros, para que perezcamos ahoga-<br />

dos, pues de lo contrario, moriríamos quemados, viéndonos unos a<br />

otros y oyendo el chasquido del fuego en la carne de nuestros ve-<br />

cinos.<br />

»El andaluz dijo -Llevadme ante el piloto. Le llevaron y le<br />

saludó en hindú El piloto, asombrado, le preguntó. -2 Quién eres?<br />

Eres un comerciante o perteneces al séquito de alguno de ellos?<br />

Quién te embarcó y dónde están tus mercancías ? Respondió : -Em-<br />

barqué empujado por la multitud en la misma noche en que os hicis-<br />

téis a la mar Me refugié en un rincón del barco. Inquirió: -cDón-<br />

de comes y bebes? Contestó: -Los marineros ponen cada día, cer-<br />

ca del lugar en que me oculto, un plato de arroz mantecoso y una<br />

jarra de agua para las palomas mensajeras 2 'De eso me alimento.<br />

Mis mercaderías son pellejos y dátiles.<br />

»El piloto se admiró de lo que oía, mientras que los pasajeros,<br />

olvidando sus sollozos, se iban reuniendo a escuchar, y los marine-<br />

ros, siguiendo las órdenes del voceador, arreglaban el aparejo del<br />

25 Sobre el autor, cf GALS, 1, 409; J W Fuck S v en ZEI, 1, 1398 El<br />

texto fue editado por P. A van der Lith y traducido al francés por M Devi:<br />

(Le:defi, lw-mfi) VE- rec:e-tc tru&cc:Sc frrzcesu & J. Sa:rlget fig~ra<br />

Memortal que se dedicó a éste (Damasco, 1954), 158-300<br />

26 ES decir, vamos rumbo al Sur, buscando el cénit de Cánope (Suhaye) Esta<br />

estrella en el año 900 tenía las siguientes coordenadas a = 8g0, S = 5% S<br />

27 Cf Mez -El venacimtento. , p 598<br />

406 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


TEXTOS ÁRABES DE VIAJES POR EL ATLÁNTICO '7<br />

buque, las velas As1 se enderezó el rumbo. El jeque preguntó. -Pi-<br />

loto, e qué les ocurre a esas gentes que no dejan de llorar y gemir?<br />

Respondió. No ves que aún no han perdido el miedo a los mares,<br />

a los vientos y a las tinieblas? Pero lo peor es que nos dirigimos<br />

hacia ese fuego que llena el horizonte. He recorrido este mar desde<br />

antes de la pubertad con mi padre que había pasado en él toda la<br />

vida Ahora tengo ochenta años y no he oído hablar de nadie que<br />

haya pasado por este lugar 28 o que de él tuviese noticia. El jeque ga-<br />

&ano exclamó - i No hay peligro ni temor ! i Estáis a salvo ! Esto<br />

es una isla rodeada de arrecifes en los que rompen las olas del mar<br />

que rodea la tierra y que por la noche aparenta ser un fuego terri-<br />

ble que asusta al ignorantez9. Este espejismo desaparecerá en cuanto<br />

salga el sol por Ia mañana. todo volverá a ser agua Este fuego se<br />

ve desde la costa de al-Andalus y yo he pasado30 una vez a su tra-<br />

ves. Esta sera ía segunda)).<br />

b) Siglo XI. Los Magruinos. La pesca de ballenatos.<br />

Las Afortunadas<br />

10. Al-Idrisi (m 1166) nos refiere en su Nuzhat al-mus'tiiq fZ<br />

ijtzrüq al-afüq 31 la siguiente navegación, que podemos situar en la<br />

primera mitad del siglo XI :<br />

J. Vernet Influencias ntusulmanas en los orágenes de la cartografáa nátrtzco<br />

BRSG 89 (1953), 35-62, cree que el barco se encontraba en ese momento en<br />

las inmediaciones de Filipinas.<br />

29 Cf G Sarton Is Buzurg's descrzptzon of the phosphorescent sea c 953<br />

?he first of zts kind En dsiSD 39 (1948), 235 , 41 (19501, 198 ; E Newton Harvey<br />

hrly descrzptions of the phosphorescent sea En aIsis~ 42 (1951), 142-143, 307 El<br />

mismo fenómeno se describe en los Ajbür al-$Zn wa-CHind (ed y trad de J Sauvaget,<br />

París, 1948), 10 aY en ese mar, quiero decir, el de Harkand (golfo de<br />

Bengz!a), ci?anc!c !as 9!aS se encrespan parece que se mcendia D E1 fenómeno es<br />

debido a la noctdl~tca mzliarzs (cf. J Vernet La ciencza en el Islam y Occrdentr<br />

$Spoleto, 1965), nsettimane di Studio . D, 11, p 621, pero dada la distribución cosmopolita<br />

de ese protozoo (sobrevive en todas las aguas de temperatura superior<br />

a 4O C) no se pueden sacar consecuencias definitivas para la localización del fenomeno<br />

30 Y! text~ irahe err?p!ea !a r&z cbv, aya tradricr~ón matreada presenta alguna<br />

dificultad. Pero puede admitirse que en el contexto en que se encuentra implica<br />

una navegación Atlántico adentro.<br />

31 Ed Dozy y De Goeje (Leyden, 1886), pp 184-185 de la ed , y 223-225 de<br />

la trad Esta misma noticia la reproduce al-Himyari, Rawd al-miet6v (ed LPvi-Pro-<br />

Núm 17 (1971) 407


8 JUAN VERNlTT<br />

((De Lisboa fue de donde partieron los aventureros (al-rnugarriri-<br />

na), quienes se adentraron en el mar de las Tinieblas para averiguar<br />

qué contenía y dónde terminaba, conforme se ha dicho antes Existe<br />

en Lisboa, cerca de los baños termales, una calle que lleva el nom-<br />

bre de los Aventureros.<br />

»He aquí lo que sucedió se reunieron en número de ocho, todos<br />

primos hermanos, y después de haber construido un barco mercante,<br />

embarcaron en él agua y víveres para una expedición de varios me-<br />

ses. Zarparon con el primer soplo del viento E Después de haber<br />

navegado bajo su impulso durante unos once días, llegaron a un mar<br />

de olas enormes, nubes espesas (kadar al-rawi'ik) con numerosos es-<br />

collos (tarüi) y poca luz. Temiendo perecer cambiaron la dirección<br />

de las velas y navegaron hacia el S. durante doce días y llegaron a<br />

la isla de los Carneros, donde innumerables rebaños de carneros pa-<br />

sin pastor iii iia&e los<br />

))Habiendo balado a tierra, encontraron una fuente de agua corriente,<br />

y cerca de ella una higuera silvestre Cogieron y mataroii<br />

algunos carneros, pero su carne era tan mala, que era imposible comerla.<br />

Cogieron las pieles y navegaron doce días más hacia el Sur<br />

hastz qüe cíicoiitrarori una isla. Estaba habitada y cultivada ; se aproximaron<br />

a ella para reconocerla, y cundo estaban cerca se encontraron<br />

rodeados de barcas, hechos prisioneros y conducidos con su nave<br />

a una población situada sobre la costa. Entraron en una casa donde<br />

vieron hombres de gran estatura, rubios, casi pelirrojos y altos (mhum<br />

tiwal-l- qudüd), que tenían poco pelo y que llevaban el cabello<br />

laso, y mujeres de una rara belleza. Durante tres días quedaron prisioneros<br />

en una de las habitaciones. pero al cuarto vieron venir a<br />

un hombre que hablaba el árabe, el cual les preguntó quiénes eran,<br />

por qué habían ido y cuál era su país Contaron toda su aventura;<br />

éste !es Uia büeii~s esíje~aliza~ y !es hizo ~aki que eia iriiérpreie del<br />

rey Al día siguiente fueron presentados al rey, que les hizo las mismas<br />

preguntas, y le respondieron lo mismo que al intérprete el día<br />

antes que se habían aventurado sobre el mar a fin de saber lo que<br />

--<br />

venqal, p 16 del texto y 23 de la trad ) El texto lo da idénticamente Gadiwi, pp 42-<br />

44, traducción alemana en R Henning Terras zncognztae Ezne Zusamnierstellung<br />

und krzstische Rewertung der wxhtigsten r~orcolumbiscben Entdeckungsreasen an<br />

Hand der daruber vorlzegenden Origznal berzchte 4 vols (Leiden, 21944-1953) Tiaducción<br />

española en Serra Los átabes , pp 168-169<br />

408 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


TEXTOS ÁRABES DE VIAJEü POR EL ATLÁNTICO 9<br />

podía haber de extraordinario y curioso y para llegar a sus límites.<br />

»Cuando el rey les escuchó decir esto, se puso a reir y dljo al in-<br />

térprete: "Explica a esas gentes que mi padre ordenó a algunos<br />

de sus esclavos embarcarse en ese mar, que lo recorrieron a lo ancho<br />

durante un mes hasta que la claridad de los cielos faltó por completo<br />

y se vieron obligados a renunciar, sin haber conseguido su propósito<br />

ni obtenido utilidad alguna" El rey ordenó al intérprete que les pro-<br />

metiera sus dones y que les hablase bien de él. Así lo hizo. Volvieron<br />

después a su prisión y quedaron en ella, hasta que habiéndose levanta-<br />

do el viento del O. se les tapó los ojos, se les hizo entrar en una barca<br />

y se les adentró en el mar. Esas gentes refirieron "Estimamos (qad-<br />

dama) que nos llevaron tres días y tres noches y se nos condujo a una<br />

tierra donde nos desembarcaron, con las manos atadas detrás de la es-<br />

palda y nos abandonaron. Quedamos allí hasta la salida del sol en<br />

el más triste estado a causa de lo fuerte de las ligaduras, hasta que<br />

oímos ruido y voces de gentes. Gritamos todos a la vez y algunos<br />

habitantes de aquella comarca acudieron, y viéndonos en tan mal<br />

estado nos desataron y nos interrogaron. Les contamos lo que nos<br />

había sucedido. Eran beréberes Uno de ellos nos dijo -;Sabéis<br />

cuál es la distancia que os separa de vuestro país? Y, al decirle que<br />

no, repuso: -Entre el lugar en que os encontráis y vuestra patria<br />

hay dos meses de camino El jefe de los aventureros dijo entonces.<br />

-Wa asafz (Ay de mí)" He aquí por qué el nombre de este lugar<br />

es todavía Asafi. Es el puerto de que hemos hablado como siendo el<br />

más occidental del mundo»<br />

8 13 Al-Qazw'ini (m 1283) en su Afár al-bzlüd wa-ajbür al-<br />

%iEadS2 nos transcribe el siguiente pasaje del geógrafo aLOUdri<br />

(m. 1085) 33<br />

((Irlanda es una isla situada al noreste del sexto clima. Al-"Ugri<br />

refiere «Es la úilica base que tienen los paganosx4 en este mundo.<br />

- ---<br />

32 Ed E F Wustenfeld, vol 11, pp 358359<br />

33 Sobre el cual cf nota 12<br />

A',A.-A fx-e-<br />

34 Sobre la correcta traducción de este término, cf la reseña que E García<br />

2] , l.l.--<br />

A l . . T ". "#"-."w. """,-",W" a, A", ",.S,,",<br />

"U.L.LG U L U 8 L U ""LL'*,L'~L' U" y.L,,'oC..> L,I.LTr~lY,O-> U C i "lllllYS* I?Z<br />

Occadent d'capres les sotrrces arabes (Uppsala, 1955) en $Al-Andalusn XX (1955),<br />

pp 469-471), Recientes descubrimientos en escavaciones medievales de tierras so-<br />

1:anas y burgalesas prueban la existencia de paganos (magos para los árabes) en<br />

esas regiones, aun en el s~glo x


Tiene un perímetro de mil millas y sus habitantes tienen el tipo y<br />

el aspecto de los paganos .. Se dice que en sus costas se pescan los<br />

ballenatos. Son peces muy grandes. Pescan sus crías y las comen<br />

(yasii?zina ajrü'aki yataaddamiha bilzü). Dicen que estas crías nacen<br />

en el mes de Elúl y se pescan en TiSrin 1 y 11 y en Kanün 1 y 11, en<br />

estos (últimos) cuatro meses 35. Después se quema su carne ; no es<br />

apta para el consumo)).<br />

«En cuanto al modo de pescarla, refiere al-"Udri que los pesca-<br />

dores se reúnen en varias naves llevando un astil grande (naiil kablr)<br />

de hierro que tiene muchas muelas de hierro 36; en el astil hay una<br />

grande y sólida anilla en la que se ata una soga fuerte Cuando<br />

divisan la cría ($anzuj aplauden con las manos y gritan El ruido<br />

distrae al ballenato y se acerca amigablemente (musta'nisan) a las<br />

barcas. Entonces uno de los marineros se le acerca y le acaricia vio-<br />

ientamente en ía frente (wa- yakuizku yabizatahu huRLan iadrdanj<br />

y le atonta (yastaliddu) El ballenato encuentra gusto en ello [mo- .<br />

mento que aprovecha'] para colocar el astil en medio de la cabeza,<br />

coger un martillo fuerte de hierro y dar con él, en el astil, tres gol-<br />

pes con toda su fuerza. [El animal], tan pronto nota el primero,<br />

segundo y tercer golpes, se revuelve violentamente y a veces alcan-<br />

za con su cola a algún buque y lo hunde. No para de revolverse<br />

hasta que queda exhausto (lugfib). Los marineros de las otras naves<br />

ayudan a arrastralo hasta la playa. A veces, la madre del ballenato<br />

se da cuenta de lo que ocurre y los persigue, pero consiguen apar-<br />

tarla mediante grandes cantidades de ajos machacados (al- madqaq)<br />

con los que recubren la superficie del agua. Cuando nota el olor 'de<br />

los ajos se aparta y hace marcha atrás (qahqará). Los marinos cor-<br />

tan la carne del ballenato y la salan La carne es blanca como la nie-<br />

ve y la piel negra como la tinta (niqs))).<br />

8 12. Al-Bakri (m. 1094), en su Kztáb al-masülzk wa-1-mama-<br />

Izk 37, dice :<br />

Pág 109/214 «En el Océano, frente a Tánger y a la montaña<br />

llamada Adlent, se encuentran las isla? Afortunadas, es decir, feli-<br />

ces Se llaman así porque sus bosques y campiñas se componen de<br />

35 ES decir octubre, noviembre, diciembre y enero<br />

38 ES la descripción de un arpón.<br />

37 Ed y trad de De Slane (Argel, 3857), reimpresión Bagdad S d<br />

410 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


varias clases de árboles frutales que crecen espontáneamente y que<br />

producen frutos de excelente calidad; en vez de hierbas, el suelo<br />

produce cereales, y en vez de zarzas con espinas, se encuentra toda<br />

suerte de plantas aromáticas. Estas islas, situadas al oeste del país<br />

de los beréberes, están desperdigadas por el Océano, pero no muy<br />

distantes unas de otras)).<br />

Pág. 113/222 «Los buques que se dejan arrastrar más allá del<br />

cabo Espartel por el viento del Este, son empujados hacia el interior<br />

del Atlántico, a menos que el viento no pase a soplar del Oeste)).<br />

Pág. 103/292. «El ribat de Qawz está situado en la costa del At-<br />

lántico y es el puerto de Agmat. Los buques acuden a él desde todos<br />

los países, pero sólo pueden hacerse a la mar en la estación de las<br />

lluvias, cuando el cielo está oscuro y la atmósfera brumosa. Enton-<br />

ces se levanta un viento de tierra que les es muy favorable y que, si<br />

continúa, los saca fuera de peligro. Por el contrario, si el cielo está<br />

claro y la atmósfera pura, el viento sopla del Oeste, procedente del<br />

mar, y levanta olas lo suficientemente grandes como para arrastrar<br />

al buque a las playas del desierto Y pocos son los que se salvan))<br />

S 13. Al-Idrisi (m. 1166) alude reiteradas veces, en su Nuzhat al-<br />

mus'tüq fT-ijtirüq al-afüq 38, por ejemplo, a que :<br />

«Cuando la atmósfera está límpida se ve el humo '[de un volcán]<br />

desde el continente. Se refirió esto a Ahmad b. "Umar, conocido<br />

por Raqm al-Iwazz, almirante en jefe de la flota del emir de los mu-<br />

sulmanes "Ali b. Yüsuf b. TaSufin (1106-1143) y decidió conquistarla<br />

con las naves de que disponía Pero la muerte le sorprendió y no<br />

pudo llevar a cabo sus propósitos. De estas islas se cuenta una his-<br />

toria prodigiosa narrada por los rnugarriran .. %.<br />

§ 14 Ibn Sa0id al-Magribi, en su Kitüb bast al-ard f'Z-1-tú1 wa-l-<br />

%ni, siguiendo a Ibn Fatima, describe así las costas del Atlántico<br />

del clima 1, sección 140.<br />

38 MS de la Biblioteca Nacional de París 2221 que se corresponde con las pág!nas<br />

55/63 de l2 ed y trad p2rC?a!pE de no7.r J<br />

lnntl 21)<br />

La---- --,<br />

39 Cf supra p 8, nota 31<br />

40 Cf edición J Vernec (Tetuán, 1958) Sobre este tema Ibn FZtima (por el<br />

nombre se puede deducir que era beréber) poco o nada sabemos, salvo que fue un<br />

\ iajero infatigable


12 JUAN VERNET<br />

((Refiere Ibn Fatima : "Las islas de la Felicidad [Paza'zr al-<br />

Sa%dat] se encuentran entre las islas eternas [al-jálzdüt] y el continente,<br />

desperdigadas por los climas 1, 11 y 111. En total son 24.<br />

Lo que de ellas se sabe es como de leyenda. El Atlántico (al-bahr<br />

al-Muhit) va subiendo en latitud (yatadarroy) poco a poco, dentro<br />

de esta sección, hasta llegar a la desembocadura del Nilo que pasa<br />

por G5na4l, que se encuentra en L = 10" 20' y y 14" en frente de la<br />

desembocadura del Nilo, en el Atlántico. Allí se encuentra la isla<br />

de la Sal Entre ambos hay 1-30'. Su longitud de Norte a Sur es<br />

de 2" y poco más y su anchura es de medio grado. En su extremidad<br />

meridional, junto al mar, se encuentra la ciudad de Awlil. Sus gentes<br />

se alimentan de peces y tortugas, comercian con la sal que transportan<br />

en buques, remontando el Nilo, a los países que están a sus<br />

orillas".<br />

»Añade [Ibn Fatima] : "En todo el país de los negros no hay<br />

ninguna otra salina (mallaha). Al lado de esta isla se encuentra la<br />

isla del Ambar; están separadas por un estrecho de medio grado y<br />

dista del continente aún menos. Su longitud es de dos grados y su<br />

anchura. en la parte superior, es de un tercio de grado Se la llama<br />

también isla de las Tortugas, ya que viven en ella muchos ejemplares<br />

de estos animales Las gentes de ese país las cazan, cortan y secan<br />

su carne y la exportan a otros países En esa isla se encuentra también<br />

gran cantidad de ámbar"<br />

»La primera ciudad de Takrür que se encuentra al occidente de1<br />

Nilo es Qalanbü, puerto célebre que en la época de Abü "Ubayd al-<br />

Bakri estaba en manos de los infieles .».<br />

Ej 15. Ibn Fatima realizó un viaje a lo largo de las costas africanas<br />

Su relato fue recogido en el clima 11, sección 1 del Kitüb bast<br />

al-ard fi-l-tal ?va-Ltard de Ibn Sacid al-Magribid2 (m 1286) y luego<br />

algo resumido en la Geogvafia de AbÜ-l-F~da'~~. Dice Ibn SaOid .<br />

((Refiere Ibn Fafima que una vez enbarcó en Nü1 Lamta, en la<br />

41 Cf R Mauny Btat actuel de lo questzon de Ghana BIFAN, 13 (1951),<br />

463-475, Ch Monte11 Les aG/zána~ des géographes et des euuopéens aHespériso,<br />

3s pgm), 441-452<br />

42 Ci ed 1 Vernet (Tetuán, 1938) En esta sección sitúa en el Atlántico la<br />

sexta isla JálidZt y cuatro de las islas SacSdát<br />

43 Abü-1-Fidá Géographe Ed y trad M Reinaud y De Sane (París, 1848),<br />

pp 213-Zí6 del vol 11<br />

412 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


TEXTOS ÁRABES Dr. VJAJES POR EL ATLÁNTICO 13<br />

costa del Atlántico; el buque le llevó mar adentroq4 y fue a parar<br />

entre tinieblas (dabüb) y bajíos 44b1! Los marineros perdieron la de-<br />

rrota y no supieron dónde se encontraban. Abandonaron el buque<br />

mayor y embarcaron en el bote salvavidasq5 y recorrieron el mar<br />

[rwa- sár8 bahrz~na-hu] sobre sargazos [bnSiS], a veces a fuerza de<br />

remos, hasta que -después de todo esto- llegaron al fondo de este<br />

golfo46, en el cual vieron atunes en tal cantidad que quedaron mara-<br />

villados 47 ; lo mismo ocurrió con el gran número de pájaros blancos.<br />

Llegaron a tierra cuando estaban a punto de terminárseles los víve-<br />

res Cuando pasaron al pie del monte brillante [al-larvcüc], los beréberes<br />

de G~dala~~ les hicieron signo de que no se acercaran No entendieron<br />

el por qué, pero se alejaron en dirección Norte hasta que<br />

salieron de sus límites Cuando desembarcaron no pudieron entenderse<br />

con los gudala hasta que apareció una persona que hablaba las dos<br />

lenguas Los interrogó por la causa de su extravío y se lo explicaron.<br />

Los marinos les preguntaron por qué les habían puesto en guardia<br />

[para que no desembarcaran] en el monte brillante Les informaron :<br />

-Todo él son serpientes venenosas. El forastero lo ve rutilante, de<br />

piedras de colores hermosos. Así se engaña, se acerca y las serpientes<br />

lo matan-. Les desearon buena suerte, les compraron (ibtü" mitzhu)<br />

el esquife y los llevaron con ellos a la ciudad de Tagira, capital<br />

de los gudala, que está situada a 11" de longitud y 20" de latitud. Permanecieron<br />

con ellos bebiendo leche de camella y comiendo carne de<br />

44 Ea-ayama bz-lc~ al-markabu Para la traducción, cf Dozy Supplément azcx<br />

d*ctaonnatres arabes Ed J Brill (Leiden, 1927), vol 1, 366b<br />

44 ha Wn-aqászr Cf Dozy Supplément , 11, 365b<br />

45 Literalmente al-qürzb al-sagir<br />

46 El golfo de Oro, también llamado Verde por la gran cantidad de juncos<br />

T-" LU~U.-,J -=-T.., , sobrc esta palabra, ~i Du~y Su#pltmeni , 11, SUD, ei significado<br />

,que da (hajíos, bancos de arena) no me parece seguro en este caso, puesto que<br />

Ihn Sacid dice wa- yuqdu la-ku al-jün al-ajdar k-anna-hu fi-kz aqüsir wehdf<br />

qdar katB Por tanto adoptamos «]uncon basándonos en el ejemplo que el propio<br />

Dozy da una línea más arriba apoyándose en Ibn al-AwwZm 1, 210,2 que dice al-<br />

karm al-qasir para designar la «.viña corta^ (contrapuesta a la emparrada). Qasir<br />

dai-ia plüral uqñsií, buirus Búsid~ii cxi su Muid ul-rnukli 11, iTi8a dice wa qo-<br />

~Üra wa-mi baqayya nzilz al-sunbul mzn oi-lzabb bacdama yudás<br />

47 Según los geógrafos árabes del golfo de Oro, salen los atunes, una vez a1<br />

año, en dirección al Mediterráneo<br />

4s Según Colín, ZEI, 11, 1148, los gudala están junto al Senegal.<br />

Núm 17 (1971) 413


14 JUAN VEXNET<br />

camello 4g hasta que soplaron vientos favorables para ir a Nül. Zar-<br />

paron con ellos.<br />

»Dice [Ibn Fatima] : Su país [el de los gudala] es el desierto y la<br />

arena. Pero en él crece bien la caña de azúcar gracias a los cinco<br />

ríos que bajan del Monte Brillante, los cuales describe Tolomeo, quien<br />

dice que el río central se conoce por río de las serpientes.. . 50 ; a con-<br />

tinuación, en esta sección, viene el monte de los Lamtüna, entre<br />

quienes tuvo origen el sultanato de los portadores de lz'_tüm».<br />

d) Siglo XIII<br />

16. Ibn al-Zayyat al-Tadili (m. 1230)51, en su libro consagrado<br />

a biografías de místicos, inserta los siguientes textos 52.<br />

«Abü Yahya b. Mahyu al-Sanhajri, apodado Abü Yahy5 al-Sá'ih 5S.<br />

a<br />

N<br />

Le he visto en Marr5kuS. Había recorrido Oriente y otros lugares.<br />

E<br />

Murló en bgmat Urika en 1208 . Recorrió el país de los Yazüla,<br />

después se dirigió a Nü1 Lamta, pasó a la región de los Dukkala y<br />

entró en las islas del mar del Magrib al-Aqsa, en donde Dios le hizo<br />

ganar, para su causa, multitud de gentes Ahmad b. Muhammad b. Is-<br />

O<br />

: -<br />

O o><br />

E<br />

E<br />

2<br />

- E<br />

ma'il al-Hawwari me ha referido: -He oído decir a Abü Yahyá al-<br />

Sa'ih. «En las islas del mar de Marruecos he encontrado gentes que<br />

no conocían el islam He enseñado a los hombres y a las mujeres el<br />

islam y sus leyes, y sólo los he abandonado cuando han sabido cum<br />

><br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

plir la plegaria del tasbSh ... N.<br />

l. Ibn Saqd al-Magribi, en su texto que conserva al-MaqqarE<br />

en su Naf. al-Tib 54 (ed Cairo, 1949), nos dice :<br />

49 Qadid al-jafil Qadzd, Belot. viande coupée en tranches et torréfiée au n<br />

soleil 3<br />

50 Las indicaciones del texto coinciden bien con la descripción que de la Pen- o<br />

ínsula y había de Río de Oro nos da el Derrotero de la Costa Occidental de Africa<br />

(Cádiz, 1969), p 355<br />

CCf GALS, 1, 558, EI, 2111, 999 Es posiblemente el autor del tratado so-<br />

bre las mareas estudiado por Leonor Martinez Martín Contribución al estudzo de<br />

las mareas entre los árabes (Barcelona, 19573, 22 pp<br />

52 KKitab al-taiamwj ita n$ül aCtaqamf Ed. A Faure (Rabat, 1958), pá-<br />

ginas 424-425<br />

53 Será a este personaje al que alude el KitZb al-istcbsñr (c 1192) al hablar<br />

de Tánger cuando dice aHe encontrado a algunos que han ido a explorar las rs-<br />

las Afortunadasn ?<br />

54 Nafh aCEb (Ed Cairo, 1949), vol 1, pp 156-157.<br />

414 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

2<br />

d<br />

n


«Y en el Océano están las siete islas eternas, situadas al Oeste de<br />

la ciudad de Salé. Aparecen visibles a simple vista en un día claro<br />

despejado de atmósfera y sin calígene. En ellas se encuentran siete<br />

ídolos con figura de hombres que indican que más allá no hay ni<br />

rutas ni caminos. En dirección Norte se encuentran las islas Sacádát,<br />

que contienen ciudades y pueblos en gran número, y de ellas zarpan<br />

las gentes a las que se llaman magos, de religión cristiana ; la prime-<br />

ra de esas islas es la de Bretaña».<br />

e) Siglo XIV Las Afortut~adas<br />

18 Al-QalqaSandis5 (m. 1418), tomándolo del Masálik akabsár<br />

de Ibn Fadl Allah al-TJmari (m 1349), nos dice<br />

«El Masalik al-absár relata Refiere Ibn Amir Hafib Le pre-<br />

guntéS6 [a Mansa Müsi b. Abi Bakr, soberano de Mali] cómo había<br />

alcanzado el poder. Me contestó. «Mi predecesor creía que el mar<br />

Océano [al-Bakr al-Muk%] tenía un límite al cual era posible llegar.<br />

Preparó doscientos buques, los llenó de hombres con víveres que les<br />

bastaban para varios aÍios y les dio orden de que no regresaran hasta<br />

haber alcanzado el Iímite del Océano o haber agotado las provisio-<br />

nes Estuvieron ausentes mucho tiempo y al fin regresó un solo buque.<br />

Compareció el capitán y se le interrogó acerca de lo ocurrido. Res-<br />

pondió. «Los buques navegaron mucho tiempo, hasta que les sor-<br />

prendió, en el mar, en medio de las olas, un río que tenía una fuerte<br />

corriente. Engulló todos aquellos buques. Yo era el último y regresé<br />

con el mío Pero [el Rey, Muhammad b Qa'w] no lo creyó Preparó<br />

55 Subh al-aCJÜ Colección Surátuna (El Cairo, s/d), vol V, pp 294-295 Cf ia<br />

tradiirct8n francesa de M Gandefroy-Demomhynps (Paris, 1927), pp 73-75, Ahmad<br />

Zaki P5B5 Une seconde tentatzve des musulmans pour decouvrzr l'dmeraque<br />

BIE, 2 (1920), 57-59, R Henning Terroe incognitae, 3 (21953), 161-165, IHS,<br />

3, 802.<br />

56 Este diálogo ocurre en El Cairo en el año 1323, fecha en la cual Mansa<br />

MüsZ [1307-13321 realizó la peregrinación a La Meca En El Cano [Ibn Jaldiin<br />

u"-'..:..- J-- D-.,LL~~ T--A A- nA CI..-- /D-..L inqm -.-i 11, iiqi b-A<br />

JIIJYVIIC IItJ U l l O C I C J lldU UC U C JLdIIC \ld113, JUAS), YUI UUj r;iiCViiCi U<br />

al poeta español-granadino Abü Isháq Ibráhiin al-SZhilT, más conocido como Tu-<br />

wayfin, se lo llevó con él Al-Sáhili alcanzo altos puestos en la administración negra.<br />

Ibn Batfita nos da algunas noticias sobre él en su Rflzla (Ed y trad Defremery<br />

y Sanguinetti, reedición, París, 1854 = 1968), lol. IV, pp 419, 431 y 432


16 JUAN VERNET<br />

dos mil buques, mil para los hombres y mil para los víveres, me nom-<br />

bró regente y zarpó para averiguar la verdad Y esa fue la Última vez<br />

que le vimos a él y a quienes le acompañaban)).<br />

8 19. Sams al-Din Dimagqi (m 13.2'71, en su Manual de Cosmo-<br />

grafia s?, nos narra una expedición [¿la de los mugarriran a] a Ca-<br />

nartas -<br />

«Según Abii OUbayd al-Bakri, autor de la obra titulada Libro de<br />

los reinos y de los caminos, las islas Afortunadas están situadas en<br />

frente de Tánger y se llaman en griego ((Qarthianis)) Se encuentran<br />

sumergidas (?), excepto una que se llama Afortunada porque en sus<br />

walles y bosques se encuentra toda suerte de frutos excelentes que<br />

aparecen en estado silvestre, sin necesidad de cultivo . Las otras islas<br />

se encuentran dispersas a distintas distancias de la costa africana. Al-<br />

gunos navegantes, arrastrados por vientos contrarios, fueron lan-<br />

zados a las costas de una de esas islas, desembarcaron, y tomándola<br />

como base, exploraron las otras islas y regresaron cargados de cosas<br />

maravillosas y excelentes. Los habitantes de esa isla, admirados de su<br />

presencia, les dijeron. ((Jamás, antes de vosotros, habíamos visto a<br />

nadie que viniera de Oriente y por tanto creíamos que no existiría<br />

nada en el mar Circundante)). El buque, después de estar a punto de<br />

irse a pique varias veces, regresó a al-Andalus y cuando les pregun-<br />

taron que de dónde venían y qué cargamento llevaban, refirieron su<br />

historia.<br />

»En vista de ello se fletaron algunos buques y se hicieron a la mar,<br />

pero no encontraron esas islas, y la mayor parte de ellos naufragó a<br />

causa de lo impetuoso del mar y de la violencia del viento. Los nave-<br />

gantes, antes citados, midieron la distancia entre la costa de al-Anda-<br />

lus y una de esas islas y vieron que era de 10°)».<br />

8 20. Ibn Jaldiin (m 1406) nos dice en sus Prolegómenoss8<br />

((En este clima, hacia Occidente, se encuentran las Islas Eternas,<br />

tomadas por Tolomeo como punto de partida para contar las longi-<br />

57 Cf la traducción francesa de A F Mehren (Amsterdam, 1964 = 1874), página<br />

175<br />

S8 Ed Quatrem&e, pp 93-94, trad De Slane, 1, 112-113, trad inglesa de Rosenthal,<br />

1, 117; J Vernet Los conoczmzentos náutzcos de los Itabztmtes del Occide~te<br />

zslámico RGM, 144 (junio 1953), 667-679, Serra Rafols<br />

CanaRas . , p 171 y SS (Trad E García Gómez)<br />

Los árabes y las<br />

416 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


TEXTOS ÁRABES D6 VIAJES POP. EL ATLÁNTICO 17<br />

tudes. Están situadas en el Atlántico, lejos de la tierra firme que<br />

forma parte del mismo clima. Es un grupo de numerosas islas, de las<br />

cuales las mayores y mejor conocidas son tres Se dice que están habi-<br />

tadas. De acuerdo con lo que hemos oído, algunos buques de los fran-<br />

cos han tocado estas islas a mediados de este siglo y han atacado a<br />

sus habitantes Los francos se apoderaron del botín y se llevaron pri-<br />

sioneros, que, en parte, han vendido en las costas de Marruecos Los<br />

cautivos pasaron al servicio del Sultán y cuando hubieron aprendido<br />

la lengua árabe dieron detalles sobre su isla Sus habitantes, dicen,<br />

trabajan la tierra con cuernos para sembrarla, ya que desconocen el<br />

hierro ; se alimentan de cebada ; sus rebaños se componen de cabras,<br />

y combaten con piedras. Su única práctica religiosa consiste en incli-<br />

narse ante el Sol naciente No conocen religión alguna y jamás han<br />

ido misioneros a predicarles<br />

»Unicamente por azar se llega a las islas Eternas, puesto que jamás<br />

se va ex profeso En efecto los buques que navegan por el mar sólo<br />

pueden avanzar con la ayuda de los vientos y los marineros necesitan<br />

conocer los puntos desde donde soplan los distintos vientos y saber<br />

a qué país se puede llegar cuando únicamente se sigue el curso de uno<br />

de ellos. Si éste es variable y se sabe el lugar al que se quiere ir siguien-<br />

do la línea recta, se orientan las velas según la corriente de aire, dán-<br />

doles la inclinación necesaria para hacer andar el navío. Todo eso se<br />

hace de acuerdo con unas reglas bien conocidas por los marineros v<br />

navegantes duchos en los procedimientos de la navegación.<br />

»Todas las localidades situadas en las dos orillas del mar Medite-<br />

rráneo se encuentran dibujadas en un hoja, de acuerdo con su ver-<br />

dadera forma y la dicposición que tienen junto al borde del mar. Los<br />

puntos desde donde soplan los vientos y las distintas direcciones que<br />

siguen están también indicadas en esta hoja, a la que se llama com-<br />

pás, y constituye la guía a la que se confían los marineros en sus<br />

viajes Este recurso no existe cuando se trata del Atlántico, razón<br />

por la cual los navegantes no se atreven a lanzarse océano adentro,<br />

puesto que SI perdiesen de vista sus costas no sabrian cómo volver al<br />

punto de partida Y tocio ello sin contar los vapores que se conden-<br />

san en la atmósfera y en la superficie de este mar, que impiden el<br />

avance de los buques. A esos vapores, dada su lejanía, no los alcan-<br />

zan ni los disipan los rayos de sol que se reflejan en la superficie de<br />

Núm 17 (1971)<br />

27


18 JUAN VERNCT<br />

la tierra Por eso es difícil alcanzar esas islas y prácticamente impo-<br />

sible saber algo sobre ellas)).<br />

f) Notas criticas<br />

8 21. De todos los textos hasta aquí aducidos hay uno que, o<br />

pesar de la importancia de su autor, hay que poner en cuarentena.<br />

Nos referimos al de Ibn Jaldün, en el cual nos parece poder señalar<br />

las siguientes faltas de información o incongruencia:<br />

a) Hemos visto (textos 5s 6, 10, 12, 19) que los francos no fue-<br />

ron los únicos ni los primeros, en la Edad Media, en alcanzar las<br />

Canarias.<br />

6) No es sólo por azar cómo se llega a las Canarias. La derrota:<br />

era conocida -y ese conocimiento nunca se perdió- desde la anti-<br />

@edad<br />

c) El compás o carta náutica era conocido por los árabes como<br />

mínimo desde 133060, y en ellas figuraban las costas atlánticas desde<br />

Irla*& e Iqr!ñ_t~rra hasta Mzz~gáE61. E! texto & Ihn Tolrlfin SE-<br />

J ----giere<br />

que éste sólo vio o tuvo conocimiento de una carta náutica de<br />

fines del siglo XIII, del tipo de la Pisana. Por otra parte, y según<br />

testimonio del propio Ibn Jaldün 62, a mediados del siglo XIV la flota<br />

marroquí tenia aún un potencial militar muy fuerte, y malamente se<br />

concibe ese potencial militar sin que sus marinos dispusieran de los<br />

Últimos adelantos de la técnica. Además, los textos árabes hablan de<br />

navegaciones entre distintos puertos del Atlántico y las crónicas nos<br />

relatan navegaciones de la flota cordobesa -luego veremos algunas-<br />

hasta aguas del Cantábrico La flota granadina63 no parece<br />

53 Cf. v q el texto de la conferencia pronunciada por García Bellido Los<br />

viajes atlánttcos de los iberos, el 15-10-1902, A García Bellido Sobre las ánforas<br />

antzguas de Canarzas aHomenaje a Elías Serra Rafolsa (La Laguna, 1970), 193-199<br />

Cf. J Vernet The Maghreb cizart, aImago Mundia, 16 (1962), 1-16<br />

61 1-0 cm! hace preiqnner !a ex!stenc!-i antermr de !ewntamentis parc!a!es<br />

con la hidrografía de mares locales que se ensamblarían en el portulano norm~l<br />

Cf J Vernet Los conorzmzentos<br />

63 Cf Mu~addzma, 40-42, Cagijas A4udéjares. 11. 476, Maqqari Naflz , 3,<br />

111-113 y 10, 76 y 119, Ashár al-rzyad 2, 138, Iltáfa, fol 454<br />

418 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


haber alcanzado el mismo nivel, a pesar de los pomposos elogios que<br />

Ibn al-Jafib (m. 1374) dedica a alguno de sus almirantes 64.<br />

21 22<br />

Sabemos muy poco de cómo eran los buques musulmanes<br />

en el Atlántico. Francisco Morales Belda ha hecho un notorio es-<br />

fuerzo para articular los datos que han llegado a sus manos, que<br />

aprovechamos e intentamos completar en las líneas que siguen, ad-<br />

virtiendo de paso que textos poéticos de circunstancias, como aquel<br />

en que Ibn Darra? (m. 1030) describe la flota cordobesaee, tienen<br />

escaso valor para nuestros fines. En todo caso parece poderse dis-<br />

tinguir dos épocas clave la anterior y la posterior al 1100 En la<br />

primera los buques cordobeses, que se enfrentaron con éxito a los<br />

normandos a partir del 844, debieron inspirarse en éstos y en los bar-<br />

cos mediterráneos para su arquitectura Y de los barcos normandos<br />

nos ha quedado múltiple constancia gráfica (tapiz de Hastings) y<br />

arqueológica (túmulos funerarios) 67. Aproximadamente tenían una es-<br />

lora de 25 metros, una manga de 5,6 y un puntal de 2,3, lo cual viene<br />

a coincidir con las representaciones de Hastings (1 barco = 8 hom<br />

bres y varios caballos ; o 64 hombres), en los que los buques son im-<br />

pulsados a fuerza de remos y con vela cuadradaea.<br />

8 23 Ibn Hawqale9 nos recoge un texto que parece ser la par-<br />

tida de nacimiento del navegar de bolina y, en consecuencia, de la<br />

aparición de la vela latina. Dice que en Tinnis (delta egipcio) ve<br />

cómo<br />

«Se encuentran y se rozan los barcos que navegan uno hacia arri-<br />

ba y otro hacia abajo, llevados por el mismo viento, que hincha las<br />

velas de ambos y les da la misma velocidad)).<br />

e4 Ibn Salvador (m 1354), cf IhBta, fols 1819, Maqqari Nafh, 8, 192193 ,<br />

Ibn Kum5Sa (coetáneo del anterior) Nafh, 7, 282<br />

65 La marina de al-Andalus (Sarcelona, 1970)<br />

Cf nota 9 y Dozy The Hzstory of the Almohads (reimpresión Amsterdam,<br />

WE), p lo?, trad de Fagnx (A!ger, 1893), p 129, inserta una ptCn (fimd, qü!<br />

67 Cf T C Lethbrldge Shzpbuzldmg en A hzstory of technology, 11 (Ox-<br />

ford, 1957), pp 563-588<br />

6-f Morales Belda La marina , p 107<br />

69 Configuration de la terre Kttüb surat al-ard, trad de J H Kramers y<br />

Núm 17 (1971) 419


20 JUAN VERNET<br />

8 24. Este criterio es el que viene a sostener G. Hourani cuan-<br />

do fija el origen de este artificio en 880.<br />

8 25 Los buques del Indico de esa época llevaban a bordo pa-<br />

lomas mensajeras [cf. fj 91 para poder comunicar con tierra 'l. Y lo<br />

mismo debía ocurrir en el Mediterráneo y en el Atlántico, conforme<br />

puede intuirse de la existencia de un servicio de correos que utiliza-<br />

ba las palomas mensajeras 72.<br />

5 26. Los tipos de buques aparecen más delineados y con terml-<br />

nología propia a partir del siglo XII Gracias a la Geografia de Ibn<br />

Sacid al-Magribi (Clima 7, sección 1) 73 sabemos que en el Cantábri-<br />

co navegaban carracas (qaroqir) y que en el Mediterráneo (6,2, p. 114)<br />

los chatos o místicos (?nusattaha,t) En las costas de Africa (5 15)<br />

llevaban botes salvavidas (al-qarib al-ságir) 74.<br />

5 27. En el Indico tenemos testimonios de que los botes se em-<br />

pieaban en caso de necesidad para arrastrar ai Duque a fuerza de re-<br />

mos 75, O en un período más tardío, con velas7=. Esto sugiere que<br />

las grandes naves utilizaban la vela cuadrada, tal y como la vemos,<br />

por ejemplo, en las miniaturas de las maqümas de al-Hariri (m 1122),<br />

C; Wiet; 1 (París, 19641, p. 154 (= 156 de la ed de Kramers y 102 de la de J de<br />

Goeje).<br />

70 Arab seafarzng in the Indzan Ocean rn ancient and early medzeval times<br />

(Princeton, 1951). pp 82-83 El origen de este tipo de vela ha hecho correr rau-<br />

dales de tinta Cf a guisa de ejemplo, P Paris Vozle 2atzner Vole arabe? Vozle<br />

Cf J Vernet Influencias musulma~zas , p 5, en que recoge un texcc,<br />

característico de Martín Cortés<br />

72 Cf S D. Goitein Tlze comnzerczal mazl servzce in medaeval Islam JAOS,<br />

8.1, 2 (1964), 118-123 Hirth & Rockill recogen el siguiente testimonio chino<br />

del siglo IX aA bordo de las embarcaciones de los persas solían ir muchas paí?-<br />

nias, capaces de volar varios miles de lz' y que cuando se las soltaba, volvían a<br />

casa en un solo vuelo, srviendo así de mensajeras de buenas noticias^ lapud Mez<br />

Renaczmaento , p 598)<br />

73 Ed J Vernet (Tetuán, 1958). pp 126 y 144, buen inventario de tipos de bar-<br />

cos en H Peres L,z poesze andalouse en arabe classzque (París, 19531, pp 212-<br />

218, los detalles que da Ibn Sida en Mujas~asas, 10 (Beirut, s/a), p 15 y SS , son<br />

hastante deficientes, aunque útiles<br />

7.4 Cf Morales Eelda La marina . p 106<br />

75 Buzurg b Sahriyár Kztáb Ca9Z'zb al-Hlnd Ed P A pan der Litli Trad<br />

M Devic (Leiden, 18831, p 46<br />

7,s Marco Polo Vaajes Trad Ismael Antich Sariol Ed Fama (Baicelona,<br />

19551, p 273<br />

420 AMUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


TEXlOS ÁRABES DE VIAJES POR EL ATLÁNTICO 21<br />

y las pequeñas la vela latina (vela de cuchillo), cuya aparición, de<br />

tener en cuenta el pasaje de Ibn Hawqal referente a Tinnis, habría<br />

ocurrido antes del siglo X, y de la cual conservamos dibujos en ma-<br />

nuscritos bizantinos de esa y CUYO origen es difícil de dis-<br />

cernir, y el timón de codaste (igualmente bien visible en una miniatura<br />

de las maq¿inzas) que, procedente de China, debió empezar a intro-<br />

ducirse en Europa Occidental algo más tarde7s Igualmente en este<br />

período los buques del Mediterráneo alcanzarían las grandes dimen-<br />

siones que recogió -con exageración- el chino Chan Yu-Ku~<br />

(fl. 1225) en su manual de aduanas 79, al decir que «un barco lleva<br />

por sí solo varios miles de hombres, teniendo también a bordo tien-<br />

das de vino y comestibles, así como telares»s0.<br />

8 28. Morales Belda y G. Hourani s2 han establecido, tanto<br />

para el Mediterráneo como para el Indico, la velocidad media de los<br />

buques de la época.<br />

J 24 Y! nr;m~rn njre e! qcr uqui =Ss interesa, establece<br />

Y' ""-'<br />

" 9 Y -'-<br />

sus conclusiones a base de las jornadas de navegación (majrü) m<br />

que recoge, sustancialmente, en Himyari y que coinciden bastante<br />

bien con otras que nos da Ibn SaW al-Magribis4. Es decir, que la<br />

77 Figura u32 de A Irlzstory of tecltnology No opina lo mismo Morales Beld~ -<br />

L,a marina , pp 107 y 109<br />

7s Sobre timones dobles (exclusivos del Mediterráneo), cf. Ibn Yubayr Rihla<br />

p 320, ed de De Goeje (1907), y p 375 trad francesa de Gaudefroy-Demombynes<br />

(París, 1949), donde se dice que eran gobernados con dos cuerdas, lo cual implicaría<br />

que el timón de codaste ya era conocido en el siglo xi~<br />

'9 Apiid Me, p. 596, cf IHS, 2, 545<br />

60 Cf Ibn Pubayr Rzltla, p 367<br />

81 Morales Belda La martna ., p 109<br />

82 G Hourani Arab seafarzng zn the Indian Ocean zn anczent and early medieval<br />

tames (Princeton, 1951), p 1ll<br />

S3<br />

84<br />

Cf DOZY Supplément , 1, 191<br />

Cf J TvTernet Es$=& gz lY ~g~gr~f-I= Tbjz S;;CM al-!rfpgT262 iiSaíiiü&i.,<br />

6, 2 (1958), 307326 Apreciación ligeramente inferior a la de L Casson Speed<br />

under saz1 of anczeet shtps ~TPAPHA~, 82 (1951), 136148, Ibn Sacid, ed Vernet,<br />

pp. 100-101, da las siguientes distancias en d r a Mallorca-Barcelona l,33 ; Menorca-Montpeliei,<br />

3 ; Ibiza-Valencia, 1, Cerdeña, diámetro N-S, 2,5, Córcega, dli-<br />

Núm 17 (1971) 421


22 JUAN VERNET<br />

velocidad media (circunstancias de vientos y comentes normalec)<br />

puede estimarse en cuatro o cinco nudos (cien millas dí&/ciento ochen-<br />

ta-doscientos kilómetros).<br />

30 No conocemos textos más explícitos que los hasta aquí<br />

aducidos, ni hallazgos arqueológicos, que prueben, indudablemente,<br />

su existencia, y que, de existir, según el Prof. Mauny 86, se encontrarían<br />

en Río de Oro.<br />

Las líneas que siguen apuntan a señalar que, en circunstancias<br />

normales, pudo haber habido navegaciones con retorno desde las<br />

costas del Occidente atlántico hasta Canarias y el golfo de Guinea.<br />

Que en la Edad Media los árabes fueron (y regresaron) a Canarias<br />

y más allá no cabe la menor duda (cf. 6, 10, 12, 13, etc.), sobre todo<br />

porque los picos más importantes de éstas alcanzan a verse, con tiem-<br />

po despejado, desde muy cerca de las costas africanas" Fuerteven- - E<br />

tura (Montaña Muda, 683 ms horizonte a 100 Kms.), Lanzarote<br />

2<br />

(volcán Corona, 660 ms.'/100 Kms ), Gran Canaria (Los Pechos, -<br />

t I'<br />

metro N-S, 1,5. Sicilia, longitud máxima, 2.5, Idrisi Nudzat (p 214 de la ed v E<br />

266 de la trad), dice que se calculaban treinta y seis días para ir desde el Atlán-<br />

O<br />

tic0 hasta el puerto de Antioquía (es decir, 3 600 millas) En rigor estas estima- n<br />

ciones se basan, bien en el decir de un marinero -y váyase a saber qué circuns- - E<br />

a<br />

tancias meteorológicas rodearon su viaje-, bien (y lo parece) en medidas toma-<br />

das sobre el propio planisferio del Idrisi<br />

85 Cf Ch Issnwi drab geography and the circunnavegation of Africa aOsi- n<br />

risn, 10 (1952), 117-128, que hemos podido manejar gracias a nuestro colega y amigo,<br />

Prof Hartner, quien nos ha enviado un xerox del mismo<br />

3<br />

O<br />

86 R Mairny Cerné L'fle de Herné (Rio de Oro) et la question des nazigations<br />

antzques sur la cote ouest-africaine I IV Conference Internationale d'Africanistes<br />

de I'Ouest (Santa Isabel de Fernando Poo, 1951), vol 11 (1954), 71-78<br />

S7 Nafh .., 1, 104 Yáqüt Geographzsches Worterbuch Ed Wustenfeld (Leipzig,<br />

1924), 11, 70, citando a Birüni, Qanün indica que se encuentra a 200 tarsal de<br />

13 costa (entre 800-1 000 kilómetros, según el valor que se adopte para la parasang2<br />

Pedro Agrrtin de! Castdlo, en su Descrzpcrdn histórzca ?r peopráfica de las<br />

islas Canarias (terminada en 1737, atado por la edtción de Miguel Santiago. Madiid,<br />

1948, vol 1, p. 49), hace ma observación similar, dado que ael monte Teyde<br />

se descubre su eminencia 60 leguas Y de la costa de Africa a Fuerteventura hay<br />

12 leguas de distancia, y su vista no dejaría de provocar a su reconocimiento,.<br />

422 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

N<br />

E<br />

O<br />

n<br />

-<br />

-<br />

m<br />

O<br />

E<br />

E<br />

2<br />

-<br />

0<br />

m<br />

2<br />

n


TEXTOS ARABES DE VIAJES WR EL ATLANTICO 23<br />

1980 ms /180 Kms ) y el Teide (3.710 ms.4240 Krn~.)~~, y porqiie<br />

los medios técnicos de que disponían (remos, vela latina) les permitían<br />

remontar la corriente de 0,5 nudos que discurre en dirección N -S. a<br />

lo largo de las costas africanas 89. Esa capacidad existía desde muy<br />

antiguo, pues circunstancias similares tuvieron que afrontar las flotas<br />

omeyas que se enfrentaron a los normandos y alcanzaron el CantábricogO,<br />

o las que surcaron reiteradamente el Mediterráneo No<br />

parece necesario que para regresar hacia el Norte tuvieran que engolfarse,<br />

y aunque asi fuera, la maniobra no debía serles desconocida,<br />

pues la practicaban los pilotos árabes del Indico contemporáneos suyos<br />

en circunstancias más adversas que las de la zona del Atlántico<br />

que nos afecta. Nos referimos a la navegación en el canal de Mozambique,<br />

que hoy en día el Africa Pilot g1 describe así. «La corriente<br />

del canal es muy veloz. Hay que navegar con precaución durante todo<br />

el año. Son frecuentes velocidades de dos nudos que a veces alcanzan<br />

entre dos y tres)).<br />

8 31. Los textos árabes de la época abundan al respecto. Así<br />

Ibn Saqd en el capítulo que trata de la región de la tierra poblada<br />

al sur del Ecuador, sección 7 02, dice :<br />

«Si algún buque del mar de la India penetra en el golfo de Qumar<br />

y las corrientes y los vientos lo arrastran hasta divisar el Monte<br />

[del arrepentimiento], se arrepiente por no haber extremado<br />

las precauciones y se somete a su destino, pues o el buque se estrella<br />

en las rompientes o pasa más allá y nunca más se sabe de él ni de lo<br />

Aplico la fórmula Hkm = 4,/c, en que Hkm es el radio del horizonte ex-<br />

presado en kilómetros, Am la altura de la montaña expresada en metros, y 4 el<br />

valor aproximado de la constante que resulta de resolver el problema de Sanad ibn<br />

'AIU (m c 864)<br />

89 Cito para el mes de mayo, según la Pzlot CIzart of the North Atlantrc<br />

Ocean del United States Naval Oceanographic Service, 122-1969 Don Narciso<br />

Pardo de Donlebún, que ha realizado trabajos hidrográficos durante seis años<br />

en lac costas del Sahara y Canarias, me ha informado, a instancias de nuestro<br />

común amigo Sr. Orte, del Observatorio de Marina de San Fernando, de que su<br />

opinión era factible y lo es remontar la corriente entre la costa de Africa y Cana-<br />

rias bien a iemos o con ayuda de velas<br />

90 Esos pasajes pueden verse reunidos en Morales Belda La marzna , p 44<br />

y siguientes<br />

91 Vol 111 (Londres, 2196i), p 23<br />

92 Ed J Vernet, p 17


24 JUAN VEENET<br />

que le ha ocurrido. Se dice que existen torbellinos que hacen girar<br />

a las naves hasta engullirlas. Los viajeros del mar de la India llaman<br />

a ese lugar mar de la Ruina (jarüb) y mar de Suhaylg3, puesto que<br />

si llegan hasta ahi ven a Suhayl encima 94 (mzqarznan) de sus cabe-<br />

zas Al pie de este monte, al Norte, en el golfo de ai-Qumar está<br />

la ciudad Dagi~tiyya [


TEXTOS ÁRABES DE VIAJES POR EL ATLÁNTICO 25<br />

India, según refieren sus autores)), que han quedado más que con-<br />

firmados con la publicación de T. A Chumousky leo.<br />

5 34. Pero que los árabes también intentaban circunnavegar<br />

Africa parece seguro Fra Maiiro nos conserva en su Mapamundz<br />

(1457) lol el texto de una navegación árabe bastante al oeste del cabo<br />

de Buena Esperanza (1420), que es e! reverso de la medalla de las<br />

afirmaciones de Ibn Majid. Está claro, pues, que cristianos y mu-<br />

sulmanes buscaban nuevas vías comerciales. Ahora bien, el retorno,<br />

sabiendo la dirección de vientos y corrientes, no era imposible. y lo<br />

conocían desde mucho antes -sabían que Madagascar era una isla-.<br />

Consistía en dejarse arrastrar hasta unos 37" Sur, en donde la co-<br />

rriente pierde fuerza y gira hacia levante (a la altura del cabo Agu-<br />

jas), luego hacia el Norte, dejando Madagascar al Oeste y luchando<br />

sólo con corrientes del orden de 0,5 nudos; abastecerse en la isla,<br />

, -<br />

is!amizür!ü ei; parte, recc;ger la !eyen& de! paja:= :cj y trar?sfcr-<br />

marse en los pilotos por antonomasia del Indicolo2 Sin estos cono-<br />

cimientos previos es imposib!e explicar el séptimo viaje del eunuco<br />

chino Cheng-Ho lo3 (1431-1433), quien precisamente, y gracias a la<br />

presencia de musulmanes en sus buques, pudo realizar la circunnave-<br />

nnr:~- A,. nñnannnnnn..<br />

gauvii ur; AvlauasaaLai. De SUS hazañüi estamcs s~ficientemente de-<br />

cumentados por la estela descubierta en Fu-Kien104 en 1937.<br />

«El emperador, contento de nuestra lealtad y fidelidad, nos ha<br />

ordenado a mí y a otros, a la cabeza de algunas docenas de miles de<br />

oficiales y soldados, embarcar en más de cien grandes naves. . Des-<br />

100 Tres rotezros desconkeczdos de Aftmad zbn Mádpd o firloto árabe de Vasco<br />

do Gama Tr portuguesa del Dr Myron Malkiel-Firmounsky (Lisboa, 1960) El<br />

texto ruso (Leningrado, 1957) tiene una excelente reproducción fotográfica del<br />

original árabe, que falta en la versión portuguesa<br />

101 Discusión en Henning Terrae . , 11, núm 162<br />

102 Cf J Vernet Ru?? = Aepyornzs maxzmus aTamudaa, 1 OS'), 102-10s<br />

La historia de esos pilotos fue trazada por lbn M5fid en una de sus propias obras<br />

y se adivina que su experiencia nunca debió decaer por lo que dice Idrisi (ms Pa-<br />

rís, num 2 2211 en su Nuzhat al muftáq, fol 6263 aEl capitán del navío lleva<br />

en el trinquete numerosos y apropiados instrumentos~.<br />

103 Cf Hennmg, IV, núm 164, Din Ta-San y Olesa Muñido El poder ~zaz~al<br />

chzno desde suc orígenes haito la caída de la dinastb Mwg (Barcelona, 19651,<br />

pp 155-159<br />

104 J Vernet Cap La Edad Media en La conquista de la tierra (Barcelona,<br />

1970), pp 40-41, J Needham Sczence and ctviltsation tn China (Cambridge, 1959),<br />

voi 111, pp 557-558<br />

Núm 17 (1971) 425


32 JUAN VERNET<br />

de el tercer año de la era de Yung-Lo (1405) hasta ahora, hemos<br />

recibido siete veces la misión de ir como embajadores a los paísea<br />

del Océano occidental. Los países bárbaros que hemos visitado son<br />

Champa, Java, Palembang y Siam; desde aquí cruzamos directamen-<br />

te a Ceilán, en ei sur de la India, visitando Calicut y Cochin; hemos<br />

alcanzado las regiones occidentales de Hormuz, Adén y Mogadisco.<br />

Hemos recorrido más de cien mil lz' de inmensos espacios marinos y<br />

hemos contempiado enormes olas parecidas a montañas que alcanzan<br />

la cima del cielo. Hemos avizorado países bárbaros muy lejanos, en-<br />

treviéndolos a través del color azul de la atmósfera, mientras nues-<br />

tras naves, con las velas henchidas como nubes, continuaban veloz-<br />

mente día y noche su ruta, hendiendo las encrespadas olas como si<br />

fueran un camino real...)) a<br />

VI. ATLÁNTICO, MEDITERRÁNEO<br />

E INDICO - m<br />

O<br />

E<br />

5 35. Discutir hoy en día, después de conocer el mecanismo de<br />

las grandes navegaciones polinesias, después del cruce del Atlántico<br />

con medios primitivos como el realizado por Bombard los, si pudo<br />

haber navegaciones a América antes de su descubrimiento oficial, parece<br />

superfluo, más seguro es que si éstas existieron (y debieron<br />

- n m<br />

E<br />

existir), fueron navegaciones sin retorno, como fueron sin retorno<br />

O<br />

las arribadas fortuitas de botes esquimales o de pieles rojas a las<br />

n<br />

costas europeas en las edades Antigua y Medialo6. Que las Canarias<br />

E<br />

a<br />

y el cabo Bojador constituyeron el límite ofzcialmertte conocido del n<br />

n<br />

n<br />

mundo antiguo, parece seguro ; pero de ahí a deducir que en las eda-<br />

des Media y Antigua no se alcanzaron las costas del golfo de Gui- 3<br />

O<br />

nea, ni tal vez el periplo de Africa en uno u otro sentido, nos pare-<br />

ce excesivo. Si los barcos omeyas surcaban el Cantabrico hasta el<br />

golfo de Gascuñalo' y recorrían el Mediterráneo y las costas atlán-<br />

ticas de Marruecos a placer, no parece existir impedimento técnico<br />

o natural para que no pudieran vencer en circunstancias similares<br />

105 Alam bombard Náufrago voluntano En una balsa a través del Atlántico.<br />

Ed Labor (Barcelona, 1966)<br />

106 CI La conquzsta de la tzerra (Barcelona, 1970), pp 36-37<br />

107 J Lacourt-Gayet Hzstozre du cornmerce (París, 1950), vol 11, p 214<br />

426 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS<br />

N<br />

E<br />

2<br />

E


~mms ARABES DE VIAJES POR EL ATLANTICO 27<br />

corrientes contrarias de 0,5 nudos, si los vientos soplan predominan-<br />

temente del primer cuadrante nada impide que pudieran remontar de<br />

bolina las costas de Africa o engolfarse (como sus compañeros del Tn-<br />

dico) y retornar a sus bases para entrar en zonas de corrientes y vientos<br />

más favorables.


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV<br />

Y LOS ARCHIPIELAGOS ATLANTICOS<br />

POR<br />

FFL4NCISCO MORALES PADRON<br />

1: VIAJES EN EL SIGLO XIV<br />

Catalanes, mallorquines y portugueses recorren el Atlántico<br />

en el siglo XIV. Los portugueses saben lo que quieren y cuentan<br />

con un respaldo estatal, quedando sus hechos consignados en las<br />

viejas crónicas y en la documentación. Catalanes y mallorquines<br />

actúan privadamente; no tienen el apoyo del Estado y no cuen-<br />

tan con unas crónicas que inmortalicen sus navegaciones. Sólo<br />

la documentación se hará eco de ellas, y, poco a poco, ahora<br />

va dando sus secretos. Las exploraciones de unos y otros tienen<br />

de común, como muy bien ha escrito Rumeu de Armas, el esce-<br />

nario y los móviles.<br />

El escenario está representado por las aguas en torno a los<br />

archipiélagos atlánticos, estos mismos y la costa africana a lo<br />

largo de más de 2.000 kilómetros. Raymond Mauny ha analizado<br />

detalladamente este campo de acción, al igual que ha hecho Jai-<br />

me Cortesáo, entre el Cabo Non, o Nun, y la desembocadura<br />

del Senegal, de los 29" a los 16" en dirección general NE-SO hasta<br />

Cabo Blanco, luego NS desde el Cabo Blanco al Senegal. Esta<br />

fracción de costa presenta accidentes (Cabo Juby, Bojador, Blan-<br />

co, Timiris) poco acentuados y sólo dos golfos de relativa impor-<br />

tancia, el de Río de Oro y la Bahía de Levrier o del Galgo. Unas ve-<br />

ces rocosa y otras veces arenosa, la costa no deja de ser, por ello,<br />

bastante accesible. Los 2.000 kilómetros de costa pueden ser<br />

divididos en tres secciones, de norte a sur: del Cabo Non al


2 FRANCISCO MORALES PADRON<br />

Cabo Bojador; del Cabo Bojador al Cabo Blanco, y de éste a la<br />

desembocadura del río Senegal. Ateniéndonos únicamente a la<br />

morfología de la costa se podrían establecer sólo dos sectores:<br />

uno del Cabo Non al Blanco, caracterizado por costa sobre todo<br />

rocosa, y un segundo sector del Cablo Blanco al río Senegal, re-<br />

presentado por costa arenosa. Cuando Mauny adopta la triple<br />

división lo hace teniendo en cuenta que la zona Cabo Juby-Bojador<br />

señala el límite de los vientos variables y es el escenario de las<br />

navegaciones antes de 1434.<br />

Para el caso hispano, por así decirlo -hablamos de explo-<br />

raciones en el XIV-, hay que pensar no sólo en catalanes y ma-<br />

llorquines, sino también en genoveses y andaluces; todos ellos<br />

contarán con una plataforma que va de las Islas Baleares a Se-<br />

villa-Cádiz. El peso del quehacer marinero recaerá sobre todo<br />

en los marinos de la Corona aragonesa, por lo cual podemos de-<br />

cir que el siglo XIV es la centuria de Aragón y el xv de Andalucia-<br />

Castilla, en cuanto a navegaciones por el Atlántico se refiere.<br />

Es tanto ya lo que sabemos de todos estos viajes, explica<br />

Rumeu. que se hace muy difícil someterlos todos a una síntesis-<br />

Buenaventura Bonnet, Elías Serra Ráfols y Florentino Pérez-<br />

Embid, con todo un amplio bagaje bibliográfico, han tenido en<br />

España, junto a Antonio Rumeu de Armas, 10s mejores histo-<br />

riadores de todo este complejo proceso, y a sus obras y refe-<br />

rencias nos remitimos.<br />

1. Navegaciones aisladas desde fines del siglo XIII<br />

La centuria del XIV se abre, por así decirlo, en lo que a explo-<br />

raciones se refiere, con la fecha de 1291; pero a ésta le acompa-<br />

ñan y cortejan otras fechas que dan un destacado matiz a estos<br />

años iniciales. En 1291 cae San Juan de Acre, haciendo más difí-<br />

cil la conexión con Oriente, gran mercado de especias; Castilla y<br />

Aragón firman el Tratado de Soria, por el cual fijan el río Muluya<br />

como límite de sus esferas de influencia en Africa del Norte; y<br />

íos hermanos Vivaidi organizan ia primera expedición Qescubri-<br />

dora medieval por el Atlántico. Inútil subrayar la íntima relación<br />

que existe entre estos tres hechos, dados en vísperas d.. nacer un<br />

nuevo siglo, cuyos primeros años serán testigos de las enseñan-<br />

430 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS DESCUBRIMILWTOS EN MS SIGLOS XIV Y XV 3<br />

zas de Duns Scott en Oxford (1300), de la actividad artística de<br />

Giotto (1301), el nacimiento de Petrarca (1304), la redacción de<br />

11 Convivio por el Dante, y el nombramiento de Juan de Monte-<br />

corvino como arzobispo de Pekín (1308). Montecorvino, un fraile<br />

representante de aquella teoría de seguidores de San Francisco<br />

que, con Carpino el primero y movidos por una «mística de los<br />

descubrimientos», por un nuevo sentido de la religión (natura-<br />

lista) y de la evangelización (nada de claustros) expansiva y via-<br />

jera, comenzaron a abrir el Asia a Occidente.<br />

Al mismo tiempo que se daba la Bula Vox in Excelso (1312),<br />

suprimiendo la Orden de los Templarios, tenía lugar el redescubri-<br />

miento medieval de las Islas Canarias, por obra de un genovés<br />

llamado Lancellotto Malocello. Malocello, según Rumeu, debió<br />

zarpar de Sevilla, tras unas escalas mediterráneas, si nos atene-<br />

mos a los informes del Libro del Conoscimiento redactado por<br />

un fraile sevillano contemporáneo del viaje, quien debió recibir<br />

informes de los mercaderes situados en la ciudad del Guadalqui-<br />

vir desde la época de San Fernando. Durante veinte años domi-<br />

nó Malocello en Lanzarote; y de su estancia quedó una cartogra-<br />

fía atestiguadora, donde se ve la enseña de Génova clavada so-<br />

bre la isla. Malocello es el primero de una pléyade de hombres<br />

cuyo coraje disipó los terrores del misterioso Atlántico y lo con-<br />

virtieron, poco a poco, según Charles Verlinden, en el centro de<br />

la civilización más avanzada que el mundo ha conocido. Con Ma-<br />

locello, pues, se lcgra la divulgación cartográfica de la exis-<br />

tencia de las Canarias, como se comprueba perfectamente en el<br />

portulano de Angelino Dulcert, por ejemplo (1339).<br />

Los pueblos ibéricos, sin la suficiente preparación náutica,<br />

tenían que echar mano de hombres mediterráneos, donde siem-<br />

pre -el Mediterráneo- hemos de ir a buscar filiaciones e influen-<br />

cias al examinar todo lo que ocurra en el Atlántico y al otro lado<br />

del Atlántico. Por eso es, sin duda, por lo que en 1313 Manuel<br />

Pessagno, un mercader genovés, es nombrado por Portugal almi-<br />

rante con carácter hereditario. Lentamente se iba insinuando la<br />

acción descubridora atlántica, que, con escenario primero en<br />

los archipiélagos de Canarias-Madera y costa hasta Cabo Bo-<br />

jador, se ampliaría más tarde a todo el mundo americano. Eran<br />

unos balbuceos cuando aún daban coletazos las misiones al<br />

Nún 17 (1971) 431


4 FRANCISCO MORALES PADRON<br />

Asia y las andanzas de los mercaderes. Precisamente, Oderico de<br />

Pordenone salía, como postrer misionero, en 1319, un año antes<br />

de que Juan XIII instituyese la Orden de Cristo por la Bula<br />

Ad ea exquibus cultus augetur divinus, en sustitución de los<br />

Templarios y a petición del rey D. Dionis.<br />

Los veinte años que van de 1320 a 1340 parecen, por el momen-<br />

to, nulos en andanzas marineras por el Atlántico. Por entonces<br />

muere el Dante, y muere también «El Colón de Asia», Marco Polo,<br />

dejándonos un libro que va a influir en el infante don Enrique<br />

en su momento; muere también el Giotto (pero nacen, con un<br />

año de diferencia, Santa Catalina de Siena, 1337, y San Bernar-<br />

dino de Siena). Los pueblos peninsulares no acaban de salir de<br />

la Reconquista. En 1340 tiene lugar la Batalla del Salado, ganada<br />

por Castilla y Portugal a Abul Hassan, caudillo de los benime-<br />

rines, y al rey moro de Granada. Esta ausencia o inactividad náu-<br />

tica hasta casi mediar la centuria, haciendo la salvedad de Malo-<br />

cello, quedará ampliamente compensada por lo que sucedió en-<br />

tre 1340 y 1360.<br />

En 1339, Dulcert dibuja su carta' donde inserta a las Canarias<br />

como fruto del viaje de Malocello. A partir de esta fecha (1340),<br />

y hasta 1415, tiene lugar la etapa que Pérez-Embid llama de<br />

«tanteos organizados», etapa con duplicidad de viajes, obra de<br />

lusitanos y mallorquines, complicada al final con la presencia de<br />

castellanos.<br />

2. Navegaciones organizadas<br />

En 1341 -hemos de ser esclavos de la cronología para no<br />

perdernos- se da la Bula Gaudeamus et exultamos, de Bene-<br />

dicto XII, dirigida a Alfonso IV, en ia cual se cree ver ei docu-<br />

mento más antiguo concediendo los derechos del Patronato a<br />

Portugal. Tres elementos muestra ya esta Bula referentes a la<br />

ideología de los descubrimientos y conquistas ultram2rinas: por<br />

un lado, el citado título de Regio Patronato; luego, el derecho a<br />

hacer esclavos como correspondta a 10s cautivos que tomaban<br />

los moros, y que será la excusa para el negocio negrero que<br />

surge con estas navegaciones atlánticas; hemos dicho aegreron,<br />

pero también abundante y de otro color es el «negocio» que se<br />

ANUARIO DE ASTUDIOS ATLANTICOS


LOS DESCUBRIMIENTOS EN M S SIGLOS XIV Y XV 5<br />

realiza con los aborígenes canarios; finalmente, el tercer elemen-<br />

to radica en la destrucción de las idolatrías paganas, hecho que<br />

veremos repetir en América, y que tantas controversias han ori-<br />

ginado y siguen originando al examinar el fenómeno con crite-<br />

rios actuales y sin ver la raíz o razón profunda, espiritual, de<br />

tal proceder. No se trataba de destruir por destruir culturas.<br />

Esta Bula citada menciona a un almirante que, sin duda, es el re-<br />

ferido Manuel Pessagno; pero no es él, autorizado a comerciar<br />

con el Norte y a realizar viajes de exploraciones rumbo al Sur,<br />

quien en 1341 zarpa de la rada del Tajo, o Tejo, en dos barcos:<br />

son compatriotas suyos quienes dirigen a los dos barcos: Angio-<br />

lino del Teggia dei Corbizzi y Niccoloso da Recco. Uno de los<br />

barcos era de Florencia y el otro de Génova, y dentro de ellos<br />

navegaban lusitanos, castellanos, florentinos y genoveses. Es una<br />

expedición oficial, que no lleva muchas ideas de su destino,<br />

aunque piensan establecerse en algún sitio. Debieron visitar Fuer-<br />

teventura, Gran Canaria, Hierro, Gomera, La Palma y, quizá, Ma-<br />

dera y Azores. La importancia de esta expedicrón radica en que<br />

facilita a Portugal los argumentos jurídicos para hablar de prio-<br />

rzdad descubrzdora en relación con Canarias, como veremos que<br />

hará Alfonso IV al investir el Papa a Luis de la Cerda como rey<br />

del Archipiélago. Después de esta expedición, que había salido el<br />

1 de julio de 1341, las Canarias se pusieron de moda; en todas<br />

partes se hablaba de ellas.<br />

Casi pisándole los talones, como sucedería más tarde en los<br />

«viajes andaluces» a América, en 1342 Guillermo Pere preparaba<br />

«una cocha de un puente», y Francesc des Valers, o Desvalers, en<br />

una iniciativa totalmente privada aparejaba en el archipiélago<br />

balear dos cocas («cachas bayonescas~). El primero se proponía<br />

ir a las «islas recién descubiertas en las partes de poniente»; el<br />

segundo navegaría a las islas recien descubiertas en las partes<br />

del Occidente vulgarmente denominadas islas de la Fortuna (Arch.<br />

Hist. Mallorca LC. 3; fol. 5 lorto 11). Diez días después (26 de<br />

abril), lo hacía Domingo Gual con una «coca», y con carácter se-<br />

mioficial. Nada sabemos de sus resultados; pero no por ello<br />

dejan de tener importancia estos intentos, un año después de<br />

la referida expedición portuguesa y dos años antes de los inten-<br />

tos de Luis de la Cerda. Queden al menos consignados, como lo


6 FRANCISCO MORALES PADRdN<br />

hacen todos los autores. Igualmente importa referir que un año<br />

después (1343), en Mallorca, Jaime 111 era destronado y su corona<br />

se la ceñía Pedro IV de Aragón.<br />

Y es ahora (1344) cuando hace acto de presencia Clemente VI y<br />

Luis de la Cerda o de España. El primero dictando la Bula Tua<br />

devotionis sincerrtas, por la cual inviste con jurisdicción tempo-<br />

ral y derecho de Patronato al referido Luis, hijo de Alfonso de la<br />

Cerda y bisnieto de San Luis y de Alfonso el Sabio. Fue inves-<br />

tido con corona y cetro y se prohibió a otro príncipe cristiano<br />

intervenir en las Islas Canarias, que son citadas con nombres<br />

tomados a Plinio: Canaria, Ningaria, Pluviana, Capraria . Ni la<br />

carta de Dulcert (1339) ni la expedición lusa de 1341, y menos<br />

las organizadas de Desvalers y Gual, han tenido que ver con esto.<br />

Pero la reacción diplomática se acusa inmediatamente: Castilla,<br />

Portugal y Gran Bretaña protestan, ésta porque creía que sus<br />

islas también estaban incluidas en la investidura .<br />

Como vemos, Portugal y Castilla tienen ya puestas sus miras<br />

en el Sur. Castilla hacía medio siglo que se había repartido con<br />

-4ragSn e! Norte de Africa. Las miras u objetivos luso-castellanos<br />

entrarán en fricción, e inician una serie de protestas por sus de-<br />

rechos a la expansión por el Africa Occidental, que sólo terminará<br />

en 1480. Portugal alega como derechos su mayor proximidad geo-<br />

gráfica y su prioridad descubridora; argumento de carácter ro-<br />

manista, como bien observa el padre Mateos. Castilla esgrime<br />

como derechos el ser la heredera de la corona visigótica, a la<br />

cual pertenecía Mauritania-Tingitania.<br />

Luis de la Cerda no realizará la ocupación del Archipiélago;<br />

pero transmitirá a su hijo el derecho sobre el mismo, y éste moti-<br />

----A -1 :-:-:<br />

vara U ruluCi de fricciones !Uso-caste!!ar,as.<br />

Los dos países, recién estrenada la nacionalidad, por así de-<br />

cirlo, acusan una tremenda impotencia naval que les impide or-<br />

ganizar expediciones, como lo harán en el siglo xv. No sucederá<br />

lo mismo con los mallorquines, cuyas expediciones, ampliamente<br />

estudiadas por Bonnet Keverón y Serra Ráfols, tienen lugar en<br />

1342, 1352 y 1386, aparte de arribos fortuitos o preparados de<br />

mercaderes que debieron aventurarse por aquellas latitudes.<br />

Los portugueses, que han sido los primeros en aprender y bene-<br />

434 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 7<br />

ficiarse del valor de las bulas, se agencian en 1345 la Nuper pro1<br />

parte, que es una confirmación de la de 1341, y otras posteriores<br />

donde se les conceden diezmos.<br />

Los que han examinado el mapa de Abraham Cresques -PO-<br />

dríamos ahora hablar de la cartografía mallorquina, como lo ha<br />

hecho Rey Pastor, y evidenciar su carácter de madre de la por-<br />

tuguesa- han podido constatar que en él consta un viaje rea-<br />

lizado en 1346 al Río de Oro (Senegal) por Jaime Ferrer. ¿Valor<br />

de esta expedición? Ser la única, por el momento, efectuada en<br />

el siglo XIV a la costa africana, prueba de que tal zona era ya co-<br />

nocida por los marinos mallorquines y catalanes.<br />

Boccaccio escribe su Decamerón (1348) cuando también en Se-<br />

villa un fraile minorita (1348-50) redacta el llamado Libro del<br />

conoscimiento de todos los reinos del mundo. Boccaccio se debió<br />

inspirar en un hecho real y en sus fantasías; el fraile minorita<br />

sevillano se inspira en portulanos, derroteros y parece que en una<br />

experiencia personal. Ninguno de los dos debió enterarse de que<br />

ese mismo año de 1348 moría el Príncipe de la Fortuna, Luis de Es-<br />

paña, sin que cuajara su reino atlántico. Pero entonces, y esto<br />

sí que es importante, es cuando en Mallorca despunta un proiec-<br />

to de evangelización pacífica de las Canarias usando indígenas<br />

convertidos, tal como se hará en América. Hay, sin duda, influen-<br />

cias de Raimundo Lulio en esto, que, sin ser franciscano, actuó<br />

como tal, pues estaba imbuido del nuevo sentido que los hijos<br />

de Francisco de Asís dieron al cristianismo. Los proyectos ma-<br />

llorquines casi coinciden con el intento del destronado Jaime<br />

(1349) por recobrar su reino insular; intento que le cuesta la vida.<br />

Dos reyes insulares, uno investido, y que no fue a su «insula»,<br />

y otro coronado y dueño de su reino, morían con un año de<br />

diferencia. El destino parece dejarse escuchar, si nos aventurá-<br />

semos a jugar con él y hacer suposiciones, porque no faltan mo-<br />

tivos para relacionar archipiélagos y reyes. ¿Y quién nos impide<br />

que hagamos algunas elucubraciones al enunciar que un año<br />

después, en 1350, nacía Pierre D9Ailly? Pierre D'Ailly será el autor<br />

del libro más manoseado por Cristóbal Colón: Imago Mundi.<br />

Un año más tarde, y Rumeu se encargó de demostrarlo irrefuta-<br />

blemente, se creaba en una humilde localidad de Gran Canaria e1<br />

primer Obispado insular: el de Telde (1351). La evangelización era


un hecho real en el Archipiélago; con razón hemos señalado entre<br />

los objetivos el de la conversión.<br />

Precisamente en 1352 se organiza la expedición de Arnaldo<br />

Roger, con el fin de ir aa las islas descubiertas no ha mucho,<br />

nombradas de Canarias, con el fin de convertir. . a las gentes<br />

que habitaban las mencionadas islas». Debieron llegar hasta el<br />

Archipiélago -no consta-, dejar misioneros y regresar los<br />

mercaderes. La expedición se había organizado bajo los auspicios<br />

de Pedro 111 de Aragón y Cataluña, contando también con indí-<br />

genas canarios convertidos que hablaban catalán. Pocas noticias<br />

más sabemos de esta interesante expedición; y hemos de aguar-<br />

dar, por lo menos por el momento, casi otros veinte años para<br />

escuchar el rumor de proas en las aguas atlánticas. Pero tampo-<br />

co se sabe nada de esta nueva expedición, confiada, en 1369, a<br />

los obispos de Barcelona y Tortosa; y casi nada de unos marinos<br />

aragoneses que alrededor de 1370, empujados por los vientos, lle-<br />

gan a Canarias, toman indígenas y retornan.<br />

Con esta nebulosidad transcurren los viajes de los marinos<br />

maditerráneos; más claridad documental ofrecen los intentos<br />

portugueses. Porque sabemos que en ese mismo 1370, Fernando 1<br />

de Portugal otorga a su almirante Lanzarote de Franca las islas<br />

«desiertas de Lanzarote y Gomera, en el mar de Cabo Non»;<br />

tampoco sabemos si el flamante almirante luso partió rumbo a<br />

su destino, y así comprobaremos que Portugal hasta 1414, ya con<br />

la dinastía de Avis, se inhibe de ocupar las Canarias.<br />

Con Fernando I de Portugal (1367-1387), la clase mercantil<br />

lusitana gana en poderío; genoveses, placentinos, lombardos, mi-<br />

laneses y catalanes de Aragón y Mallorca despliegan una gran<br />

actividad en Lisboa y otros puertos del reino. La posible expan-<br />

sión sufre una parálisis a causa de las continuas guerras con Cas-<br />

tilla Para financiar estos conflictos el rey devaluó la moneda,<br />

cosa que no se había realizado jamás. El alza de los precios que<br />

se produjo ocasionó un gran descontento, y en Lisboa estalló<br />

una rebelión que el rey sofocó duramente. Fue en este lapsus<br />

cuando el Estado se consagró a reforzar la flota portuguesa;<br />

para ello exoneró de tasas a los armadores, y en especial a los<br />

que construían barcos de más de 100 toneladas. Estos barcos eran<br />

las «carabelas», que sonaban desde el siglo XIII. Era imposible que<br />

436 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS DESCUBRIMIENTO8 EN LOS SIGLOS XIV Y XV 9<br />

Fernando hubiese renunciado al proceso descubridor por las cos-<br />

tas africanas y archipiélagos atlánticos si Castilla no se lo hubiera<br />

impedido con una nueva guerra. (Murió durante esta guerra,<br />

en 1383).<br />

En 1369, Enrique de Trastámara mata a D. Pedro tl Cruel.<br />

Y ya estamos en la década del 70, cuando los genoveses saquean<br />

Chipre y se apoderan de Famagusta (1373); cuando en el «Atlas<br />

Catalán» de Abraham Cresques se dice que los antiguos situa-<br />

ban el Paraíso Terrenal en las Canarias (1375); cuando los Papas<br />

conceden nuevas Bulas a Portugal (Accedit nobis, 1376 y 1377,<br />

con el mismo título); cuando Ibn Jaldún habla de cautivos cana-<br />

rios que viven en Marruecos vendidos como esclavos por los fran-<br />

cos (probablemente los aragoneses); cuando nace Brunelleschi<br />

(1377) y muere Santa Catalina de Siena (1380). En el año de 1370<br />

se ha fijado la segunda empresa misional a Canarias, después<br />

de la de 1352; así como para 1386 se ha datado la tercera, pero<br />

son muy vagos los indicios de su realidad. Fue en ese año de 1386,<br />

año del nacimiento de Donatello y Van Eyck, cuando tuvo lugar<br />

la expedición de los cpauperes heremite», religiosos de cuya<br />

gestión nada se sabe, a no ser que los identifiquemos con los<br />

trece frailes cristianos muertos en 1391 por los indígenas cana-<br />

rios. Hemos de volver atrás en el hilo de los acontecimientos.<br />

Desde Kolaios de Samos, antes, hasta Alonso Sánchez de<br />

Huelva, nunca en la «historia de los descubrimientos» estará<br />

ausente la tormenta que lleva a un navío hacia un destino igno-<br />

rado; es lo que le sucede en 1382 al navío del sevillano Francis-<br />

co Lopes, yendo de Sanlúcar a Galicia. Fue a parar a Gran Ca-<br />

naria, donde los aborígenes le atendieron espléndidamente. Cuan-<br />

do suene la hora de la leyenda de Alonso Sánchez de Huelva, ve-<br />

remos que una de las versiones habla de barcos que iban de<br />

España a Flandes o a Inglaterra.. .<br />

La muerte del rey portugués Fernando, en 1383, significó la<br />

proclamación de Juan de Avis, la dinastía que hará realidad el<br />

«plano» de los descubrimientos. La revolución que afecta el po-<br />

der había sido favorecida por las buenas relaciones que éste sos-<br />

tenía con la clase mercantil de Lisboa, de Oporto y de otros<br />

centros comerciales. El apoyo de arqueros británicos le permi-<br />

tirá contener la invasión castellana y triunfar en Aljubarrota


10 FRANCISCO MORALES PADRON<br />

(1385). Ese año, vecinos de Sevilla y vizcaínos zarpaban para Ca-<br />

narias. Dos años más tarde, Juan de Avis se casaba con Philippa,<br />

hija del príncipe británico Juan de Gaunt. El tercer hijo de este<br />

matrimonio será el predestinado a poner las bases de un im-<br />

perio que se extenderá de China al Cabo de Buena Esperanza y<br />

,de aquí al Brasil, o viceversa. Cuando Juan de Avis se casaba<br />

nacía fray Angélico.<br />

En 1390, Enrique de Trastámara concede la conquista de<br />

Canarias a Hernán Peraza, caballero veinticuatro de Sevilla, en<br />

atención a que las islas se consideraban que habían formado par-<br />

te de la fenecida corona visigótica *. En 1391, la nave «Santa<br />

Ana» (luna premonición?) zarpaba de Sevilla camino de Fuer-<br />

teventura y Guinea, armada por dos genoveses y el sevilla-<br />

no Juan González. Y en 1393, Alvaro Becerra realizaba la expe-<br />

dición de vascos y sevillanos organizada por Pedro Martel. Esta<br />

expedición, recogida en la Crónica de Enrique III, salió de Se-<br />

villa, llegó a Lanzarote, cuyo rey y reina capturaron, junto con<br />

algunos súbditos; tomaron cuero y cera, supieron que aquellas<br />

islas eran aligeras de conquistar» y retornaron, después de vi-<br />

sitar Fuerteventura, Gran Canaria, Tenerife y la Gomera. Con este<br />

viaje queda patentizado el carácter de incursión o depredación,<br />

más tarde acentuado, que tienen muchos de estos viajes al «mar<br />

de los archipiélagos». Como el jefe de la expedición es Gonzalo<br />

Pérez Martel, al que ya se ha mencionado por otra posterior, de<br />

1399, nace ya el vínculo Sevilla-Canarias, establecido, por supues-<br />

to, desde mucho antes, pues hemos visto cómo hay frailes sevilla-<br />

nos que escriben sobre Canarias; pero ahora nace el vínculo direc-<br />

to, de personas interesadas en las islas que viven en Sevilla,<br />

desde donde realmente se hará la conquista del Archipiélago.<br />

Aunque es un testimonio tardío, no por eso se ha de silenciar el<br />

texto de Ortiz de Zuñiga indicando que por entonces eran muy<br />

frecuentes los viajes entre Sevilla y Canarias; testimonio confir-<br />

mado por la documentación. Hay también expediciones confusas,<br />

pero no documentadas, que se suelen citar en estos finales del<br />

siglo XIV, en que tiene lugar el nacimiento de Enrique e1 Nave-<br />

* Pérez-Embid habla de la expedición de Hernán Peraza en 1385, y<br />

de la de Gonzalo Peraza Martel, Señor de Almonaster, en 1399<br />

438 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS


LOS DESCUBRIMIENTOS FX M S SIGLOS XIV Y XV 11<br />

gante; el infante viene a la vida en 1394. Así muere el siglo en la<br />

historia de las exploraciones atlánticas.<br />

11. Los DESCUBRIMIENTOS EN EL ATLÁNTICO EN EL SIGLO xv<br />

Si el siglo XIV, por así decirlo, se abría con la expedición de<br />

los Vivaldi, la centuria próxima tiene también un amanecer deci-<br />

sivo, pues contempla todo un proyecto de conquista seria. En los<br />

postreros años del XIV, que Ortiz de Zúñiga presumía, escribien-<br />

do más tarde, eran corrientes los viajes a Canarias desde Sevi-<br />

lla, en la Corte de Enrique 111 se movía Roberto de Braquemont,<br />

embajador de Carlos IV de Francia, quien, buscándole una sali-<br />

da a un sobrino suyo, solicita del monarca castellano derechos<br />

para conquistar las Canarias. Obtiene el permiso; y el sobrino,<br />

que se llama Jean de Bethencourt, sale de La Rochella el 1 de<br />

mayo de 1402, acompañado del alma y organizador de la empre-<br />

sa, Gadifer de la Salle. Tras unas escalas en Galicia y en el Puer-<br />

to de Santa María, arriban a Lanzarote. En 1404, Bethencourt,<br />

que había ido a Castilla, regresa con el título de rey y una fla-<br />

quísima ayuda. Rompe con La Salle; va a buscar y vuelve de<br />

Francia con refuerzos en 1405; y en compañía de su sobrino<br />

Maciot, intenta, sin éxito, conquistar Gran Canaria y La Palma;<br />

reparte tierras en Fuerteventura y se va a Francia para no vol-<br />

ver. Su marcha coincide casi con el reinado ya de Juan 11 de<br />

Castilla y el nacimiento de Filippo Lippi y Piero de la Fran-<br />

cesca (1406).<br />

1. Planteamiento de la rivalidad ltrso-castellana<br />

En 1415, tres del nacimieiiiü de Juana de Arco,<br />

comienza la etapa en el proceso descubridor atlántico llamada<br />

por Pérez-Embid de «rivalidad política y fundamentos científi-<br />

cos». Tiene esta etapa un primer período, que alcanza hasta 1434-5<br />

se dobla Bojador), en que se plantea geopolítica e históricamen-<br />

te la rivalida& En planteai&n~" se loarajan las de<br />

Portugal para descubrir, la actividad del infante don Enrique, la<br />

coyuntura lusitana, las embrionarias expediciones del período y<br />

el dilema de Portugal ante tres rutas que se abren delante de<br />

Núm 17 (1971) 439


12 FRANCISCO MORALES PADRON<br />

sus proas. Por parte de los castellanos, hay que tener presente<br />

las navegaciones andaluzas, la actitud de la Corona y los acontecimientos<br />

en Canarias, de cuyos conquistadores se acepta el<br />

vasallaje, pero sin i~tervenir directamente.<br />

Haciendo un resumen de lo que vamos a examinar seguidamente<br />

(y siguiendo a Pérez-Embid, máximo sintetizador de todo<br />

este proceso), diremos que, en este lapsus de rivalidad, Portugal<br />

y Castilla pleitean diplomáticamente por el «espacio vital* que<br />

ambas necesitan. Fortugal lo hará apoyándose en la eficacia de<br />

sus marinos, en la visión de su dinastía y en el respaldo papal;<br />

Castilla sólo argumentará en contadas ocasiones, se expedirá algún<br />

que otro document~ y hará escuchar algún alegato, y, sobre todo,<br />

dejará en manos de los marinos andaluces el mantener sus derechos<br />

en las aguas atlánticas. Portugal, dirigida por el infante,<br />

1- m..,. m...,....,. ,... ,.-.l.- --- .-- -1--.<br />

JQUG N YUG Y ~ k LUGIILLI ~ ~ LLIX , LUII u11 pml, el? iaiiio qüe C2st.illa,<br />

enredada en guerras nobiliarias, no tiene tiempo de acordarse<br />

de Canarias o de la navegación y rescates por Africa. Cuando<br />

los portugueses pasen el Cabo Bojador, en 1434, Enrique el Navegante<br />

pide diplomáticamente las Canarias a Juan 11 de Casti-<br />

!la, pero no y surge :a LÜ~-~L>S~ ~~n¿r~>~ei-~ia en el Concilio<br />

de Basilea que personifica Alonso de Cartagena. La batalla<br />

diplomática alcanza un cenit en 1454, fecha de la Bula Romanus<br />

Pontifex y principio del período de «paz y atonía» que personifica<br />

Enrique IV de Castilla, totalmente despreocupado de los<br />

asuntos canarios. La muerte del infante don Enrique (1460), con<br />

una momentánea paralización de las navegaciones Iusas, y el comienzo<br />

del reinado de los Reyes Católicos, con una puesta al día<br />

de la rivalidad africano-atlántica, sólo tiene un punto final en<br />

1479-1480, con el Tratado de Alcácovas-Toledo, que confirma la<br />

T\<br />

~ula Aeiernis Regis.<br />

Durante el primer momento, de 1415 a 1435, Castilla acepta<br />

pasivamente una titulación de soberanía sobre Canarias, que<br />

le ofreció Juan de Bethencourt; pero no interviene directamente<br />

en los sucesos insulares. Este momento o etapa de rivalidad<br />

queda perfectamente señalado por la toma de Ceuta, en ia que<br />

están presentes el infante don Enrique y su padre, Juan 1. Los<br />

portugueses intentan buscar al moro, prolongar la Reconquista.<br />

Portugal se encontraba situado entre los puertos del norte y de1<br />

440 ANUARIO DE ES7 17DIOS ATLANTICOS


LOS DESCUBRIMIENTOS EN MS SIGLOS XIV Y XV 13<br />

sur de Castilla, dos fuerzas de sentido igual; pero Portugal po-<br />

seía una mejor situación atlántica, tenía conciencia plena de sus<br />

fuerzas y posibilidades. Por otro lado, estaba el conglomerado<br />

social: había una nobleza salida de Aljubarrota con ganas de<br />

afirmar el señorío territorial, según el espíritu de clase; por<br />

parte de la burguesía, que imprimía su dirección al nuevo Estado,<br />

se daba un anhelo por ampliar sus actividades comerciales a mer-<br />

cados nuevos; el grupo artesano-industrial esperaba dotar a la<br />

producción de formas más amplias, remuneradoras y libres. La<br />

sociedad lusitana, desde el siglo anterior, había ganado una es-<br />

pecial estructura económica y una mentalidad de carácter cos-<br />

mopolita. Una vez que Portugal crea su género de vida nacional<br />

(comercio marítimo a distancia, con base en la agricultura, en la<br />

pesca, en los productos extractivos y en la sal), se consagra a<br />

llevar sus relaciones comerciales por mar hasta España, Afri-<br />

ca Septentrional, Flandes, Levante e Italia. Muchos extranjeros<br />

fijarán en ella su residencia, sin perder el contacto con la patria,<br />

y van a contribuir al nacimiento de una burguesía esencialmen-<br />

te cosmopolita. Esta nueva clase, movida por aspiraciones expan-<br />

sionistas, acabará por imponer su género de vida y su tendencia<br />

a los demás, y en particular a los mismos monarcas lusitanos. En<br />

esa sociedad se incrustaron genoveses y catalanes, marinos y co-<br />

merciantes, que eran quienes mejor habían encarnado la nece-<br />

sidad de expansión que la cristiandad acusaba. A todos animaba<br />

una esperanza de vida mejor, a todos aquejaba una tensión la-<br />

tente, a todos afligía un recelo de ver al país ofendido por el<br />

enemigo.<br />

Dentro de este estado de espíritu se formó el plan de expan-<br />

sión portugués, plan que no fue un sistema de ideas elaboradas<br />

tras lenta maduración: el pensamiento de expansión lusitano sur-<br />

ge lentamente; viene determinado por las circunstancias citadas<br />

y por las necesidades económicas de la cristiandad. Surge con<br />

un objetivo esenciaI: el comercio con Oriente. Cristaliza gracias<br />

a la excelente posición geográfica y a la preparación náutica;<br />

y contará con unos favorecedores inmejorables: Juan 1, algunos<br />

de los «ínclitos infantes», sus hijos, el organizador y realizador<br />

Juan 11 y, por supuesto, el infante Enrique.<br />

En 1415, pues, se inicia la penetración en Africa, con la cap-


14 FBANCISIO MORALES PADRÓN<br />

tura de Ceuta; Ceuta interesa como llave del estrecho, como ata-<br />

laya y como camino hacia la región del oro. El drama portugués<br />

del 400 radica en la necesidad de dominar la crisis económica,<br />

crisis que, por igual, afecta al rey, a la nobleza y a la burguesía.<br />

Como remedio, se piensa y practica la expansión ultramarina,<br />

dirigida por el infante, «quien viendo que las rentas paternas no<br />

bastaban, dedicose al descubrimiento de nuevas tierras», indica<br />

el cronista.<br />

La gran ruina del tesoro no radicaba sólo en la depresión e<br />

inflación económica, sino en el sustento de una nobleza empo-<br />

brecida. A base de proyectarles a las aterras alem mar», el era-<br />

rio se aliviará algo, y sus rendimientos podrían ser más produc-<br />

tivos.<br />

Si Ceuta se conquistaba, Ceuta podría ser el núcleo de atrac-<br />

ción de los productos africanos que Fiandes, por ejemplo, consu-<br />

mía; además, sería el puente donde se darían cita las rutas de<br />

Tombuctú con las caravanas de Alejandría. Con todo ello, y el<br />

acaparamiento de metales preciosos, no era imposible que Por-<br />

tugal arrebatase a Venecia algo de sus pingües beneficios en Flan-<br />

des e Ingiaterra; pero conquistada Ceuta, se vio que de nada ser-<br />

vía como fuente de riqueza, pues con la conquista cesó su enla-<br />

ce con el interior. El fracaso de Ceuta iba a llevar al Cabo Non,<br />

«e deste Cabo Non -dice Duarte Pacheco (Esmera1do)- co-<br />

menzó a descubrir el virtuoso infante don Enrique*. Porque<br />

Ceuta no sólo llevó al Cabo Non, sino a las Canarias y a las Ma-<br />

dera-Azores. He aquí varios puntos de una base subordinada a<br />

una misma lógica. Las islas comenzaron a producir agrícolamen-<br />

te, y para tal actividad hubo que recurrirse a la mano obrera<br />

africana, que se obtenía mediante cabalgadas o «entradas» en la<br />

cercana costa africana; esto se ZntensZfZcará en 1444, con ía toma<br />

de Arguzm. Al igual harán los colonos antillanos en la costa de<br />

tierra firme. A causa de la necesidad de lograr estos esclavos,<br />

se impuso la necesidad de llegar más lejos en las exploraciones<br />

de la costa; más lejos era doblar el Cabo Bojador. Otra razón<br />

estaba en ia necesidad de entrar en contacto con ias caravanas<br />

alejadas de Ceuta, y para ello el remedio estaba en el aconoci-<br />

miento geográfico».<br />

Un año después de la toma de Ceuta, comienza a reinar<br />

442 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANIICOS


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS S1OU)S XIV Y XV 15<br />

Alfonso V el Magnánimo en Aragón y nace San Francisco de<br />

Paula. Los portugueses, interesados siempre en contar con el<br />

respaldo papal, lo buscan para la acción de Ceuta, y obtienen<br />

en 1418 la Bula Sane Charzssimum. Es entonces, precisamente,<br />

cuando Juan de Bethencourt concierta la venta de las Canarias<br />

con el Conde de Niebla; esta venta la llevará a cabo Maciot, el<br />

15 de noviembre de 1418, quien sigue gobernando en las islas en<br />

nombre del Conde. Mientras unas islas se venden, otras se<br />

descubren. A Madera arriban en ese año, lo mismo que a Porto<br />

Santo, Joáo Gonzalves Zarco y Tristilo Vaz Texeira. El papado,<br />

activo, emite dos nuevas bulas: la Romanus Pontifex, erigiendo<br />

un obispado en Ceuta, y la Rex Regum, de cruzada a favor de<br />

Portugal. La actividad bularia del Vaticano no va a cesar; de<br />

1419 a 1421 se emiten nueve bulas más, todas en función de la<br />

toma de Ceuta y la guerra de cruzada en Africa. Mientras estas<br />

bulas se dictan, en 1421 se le concede al sevillano Alfonso de las<br />

Casas la conquista de las Islas Canarias libres. Se da una duplici-<br />

dad de señorío, porque, según sabemos, el Conde de Niebla ha<br />

comprado a Maciot unas islas; pero la madeja se desenreda en<br />

1430, cuando el Conde Niebla vende sus derechos a Guillén de<br />

las Casas, hijo de Alfonso.<br />

En 1421 comienzan los intentos por realizar exploraciones<br />

sobre la costa. Según Barros, los marinos de las barcas y ba-<br />

rineles temían mucho a un bajo o restinga que hacía «hervir»<br />

las aguas, e infundían pavor; tanto que se tardó doce años<br />

-en sobrepasar el Cabo Bojador. Pero antes de dejar atrás el<br />

Cabo Bojador -que los italianos desean apropiarse su descu-<br />

brimiento o bojeo, en función del topónimo-, se dio, en 1424,<br />

la expedición de Fernando de Castro contra Gran Canaria. El<br />

infante se desvía de las islas ocupadas o más accesibles,<br />

que estaban bajo soberanía castellana, y busca aposentarse en<br />

una no ocupada, donde, piensa, no va a chocar con Castilla.<br />

Pero Castilla reacciona inmediatamente -1425, cuando se inicia<br />

la ocupación de Madera-, y hace oír una protesta por boca de<br />

su embajador Alonso de Cartagena, pronto más famoso aún. Las<br />

Azores, o los Azores, más al Oeste aún, se descubren en 1427,<br />

por obra de Gonzalo Velho, ampliándose así la plataforma insu-<br />

lar para la penetración en Africa, la navegación hacia el Sur o la


marcha camino del Oeste. Sin embargo, la colonización de Azores<br />

(Santa María, San Miguel) no comenzó hasta 1445, según la<br />

Crónica de Guiné. Estos son los tres rumbos que ofrece el Atlántico.<br />

Con el infante, como vemos, se inicia una etapa decisiva en<br />

la historia de los descubrimientos. Hombre de genio, pero de genialidad<br />

peculiar, propia de los individuos de acción, poseía Ia<br />

capacidad de pasar rápidamente del pensamiento al acto, más<br />

por un impulso elemental de carácter que por razonamiento.<br />

No era tan filósofo como el rey don Duarte; ni tan culto, en el<br />

sentido humanista de la palabra, como su hermano don Pedro;<br />

ni tan justo y humano como el infante don Juan; ni tan santo<br />

como el Infante Santo: no fue el mas intelectual de los cinco<br />

N<br />

hermanos; pero poseyó más que ninguno el poder de intervenir E<br />

en el curso de ia historia de su puebio y de ia ~umanidad. Fisica- O n -<br />

mente lo conocemos gracias al políptico de Nuño Gonzalves y a - m<br />

O<br />

la miniatura que hay en la Crónica dos feitos de Guiné, del ma- E<br />

2<br />

nuscrito de París. Literariamente lo conocemos a través de Azu-<br />

E -<br />

rara, cuya crónica refleja la preocupación de trazar un roman-<br />

2<br />

ce caballeresco que tiene como figura centrai ai infante. Es una<br />

-<br />

crónica «para el señor», que es la figura central de los hechos<br />

0<br />

m<br />

E<br />

relatados, dentro de una épica con formas de «arturismo».<br />

O<br />

Ateniéndonos a las crónicas y documentos, para el infante eI<br />

n<br />

rumbo de las «descobertas» era el Sur y sus ramificaciones. Pri-<br />

- E<br />

mero interesaba Africa, como «algarve alem mar»; luego los ar-<br />

a<br />

2<br />

chipiélagos atlánticos, como plataforma y zona de experimenta-<br />

n<br />

n<br />

n<br />

ción; y, desde ellos, la ruta hacia Occidente y la ruta al Sur,<br />

«versus Guinea», que llevaría a la India. ¿Planes, objetivos, ra- 3<br />

O<br />

zones del infante?<br />

Razones.-El impulso común a las nacionaiidades peninsulares;<br />

el desarrollo interno de una sociedad en crecimiento que<br />

determinaba ese impulso; la crisis económica; la presencia de<br />

una dinastía que sustituyó a la nobleza agraria y feudaI en la<br />

dirección del Estado; la lucha contra el Islam; intereses crematísticos.<br />

Objetivos-Según Azurara: saber qué había más allá de Bojador,<br />

ejercer un nuevo comercio ventajoso, conocer el poder<br />

musulmán para seguridad de la península, buscar a1 Preste Juan,<br />

444 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

D *


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 17<br />

evangelizar y destruir el monopolio comercial italiano en Oriente.<br />

Según Duarte Pacheco: la guerra contra el infiel y el comercio<br />

del oro. Para Joáo de Barros: la exaltación de la fe católica y la<br />

guerra contra el infiel. Para Damiáo de Gois: alcanzar la India<br />

gangética.<br />

De todo hubo en sus objetivos: sigilo, ambición de ocupar<br />

los archipiélagos atlánticos, política de monopolio, convertir en<br />

un mare clausum el océano, etc. No se le puede dar prioridad<br />

a un objetivo sobre el otro, aunque sí aclarar algunos, como es<br />

el caso de alcanzar la India. ¿Se refería a la India Tercia o Abi-<br />

sinia, o se refería a la India Gangética? Los que le restan mérito<br />

al infante le suponen el proyecto de alcanzar Abisinia tan sólo.<br />

Hemos citado la protesta de Juan 11 de Castilla ante el por-<br />

tugués por intromisión de los hombres del infante en Canarias'<br />

y también la petición del infante para que Castilla le cediese la<br />

soberanía sobre algunas de estas islas. Pero Castilla no accede;<br />

no accede, y en 1433 Juan 11 confirma a Guillén de las Casas<br />

la concesión hecha a su padre en 1420, y le encarga de proseguir<br />

la cnnqi~ista. La situación de Maciot de Bethencourt debió de<br />

ser difícil a raíz de la venta; porque Guillén lo apresa y lo<br />

lleva al Hierro; pero el infante don Enrique lo libera y conduce<br />

ci Portugal y consigue que Maciot en 1448 le ceda Lanzarote. Las<br />

islas quedan escindidas; esto debió ocurrir hacia 1430. En el año<br />

de 1433, Alfonso V le hace al infante importantes concesiones so-<br />

bre las de Madera y Azores (donación de las islas, poder po-<br />

blarlas, etc.). El infante otorga la capitania sobre una parte de<br />

la isla -antecedente de las capitanías brasileñas- a Tristáo Vaz<br />

Texeira, cab'allero de su casa.<br />

2. Lucha por el dominio<br />

Algunas fechas traen consigo más de un acontecimiento relacionado,<br />

aunque su escenario esté muy distante el uno del otro.<br />

Con ei bojeo dei Cabo BoJ~~o~ termina ei primer perioao (íii.15-<br />

1435) de la etapa de «rivalidad» y se abre la segunda (1435-1454),<br />

de forcejeos por una jurisdicción imprecisa. Ya vimos cómo el<br />

papado comienza a intervenir en esta disputa, y hemos señalado<br />

Núm 17 (1971) 445


el interés y razones del infante por las Canarias. El Concilio de<br />

Basilea (1435) es el marco para el planteamiento a gran altura<br />

del problema de las Canarias. Los portugueses aducen que las<br />

islas son res nullzus (como los castellanos más tarde en América),<br />

la prioridad descubridora, su mayor cercanía geográfica, sus propósitos<br />

de evangelizarlas. Los castellanos, por boca del Obispo<br />

de Burgos, Alonso de Cartagena, rebaten esta argumentación y<br />

alegan los derechos castellanos: la mayor proximidad de las Canarias<br />

a Mauritania-Tingitania, la ocupación parcial y el desea<br />

de ocuparlas totalmente. Por otro lado, el hecho de que el infante<br />

solicite permiso a Juan 11 para conquistar las islas es una<br />

prueba evidente de que carecía de otros derechos. Los alegatos<br />

en latín apagan el nacimiento de Verrochio y de Hans Mehling, a<br />

N<br />

ocurridos entonces (1435). Don Enrique pedirá diplomáticamente<br />

E<br />

a Juan II de Castiiia la cesiGn de sus derechos de süberaiih so- "<br />

n -<br />

bre las islas; estima que más que ignorar derechos castellanos le<br />

= m<br />

O<br />

interesa resolver el asunto por la vía de la diplomacia.<br />

E<br />

E<br />

La mentalidad de Alonso de Cartagena al aducir los derechos<br />

2<br />

E<br />

=<br />

castellanos es completamente medieval; como lo es la interven-<br />

><br />

ción papa;, que con las Duias citadas paiecit liqüiddr por e! =omento<br />

la cuestión luso-castellana sobre Canarias. En la bula re-<br />

-<br />

0<br />

m<br />

ferida de Eugenio IV (Dudum cum ad nos) se hace elogio de<br />

E<br />

0<br />

Portugal por haber realizado la conquista de Ceuta y llevado<br />

5<br />

a cabo guerras contra los moros, y dice el Papa que por compla- n<br />

E<br />

cer al rey de Portugal don Duarte, le concedió por bula especial la - a<br />

conquista de las Cananas porque el rey lusitano le había manifes- n l<br />

n<br />

tado que estaban en poder de infieles y no había ningún príncipe<br />

0<br />

cristiano interesado en ellas; pero a la vista de la queja castellana, 3<br />

O<br />

confiesa el Papa que no ha sido su intención perjudicar a Casti-<br />

Ha, por lo cual exhorta a don Duarte a que r~ianienga la paz y iio<br />

intente nada que sea lesivo a los derechos de su vecino peninsular<br />

(similar a lo que diría en la Rex Regum, de 1443). La<br />

disputa no terminaría aquí, porque en 1448 el infante comprará<br />

Lanzarote a Maciot e intenta conquistarla. . Pero no nos adelantemos.<br />

La intervención papa1 de 1434 y 1436 es el origen de futuras<br />

mediaciones papales, sobre todo al plantearse el caso americano.<br />

Jurídicamente, y sin olvidar que hay que verlo a la luz de la doc-<br />

446 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 19<br />

trina del Papa Dominus Orbis, tiene este hecho una importancia<br />

enorme.<br />

Pero geográficamente lo que importa subrayar en 1434 es<br />

el Paso del Cabo Eojador. Ante sus proas se abría, por obra de<br />

Gil Eannes, la geografía de Guinea. La rivalidad luso-castellana,<br />

no cabe duda, se va a intensificar. Más fuertes que nunca, se<br />

apuntan tres rutas:<br />

1. Hacia el interior de Africa, vía Ceuta; fracasada.<br />

2. La del Oeste, por Canarias, Madera y Azores, que tam-<br />

bién se abandona.<br />

3. La del Sur, que Gil Eannes ha despejado en 1434 y hace<br />

que los marinos lusos concentren su atención en ella.<br />

Como sostén a estas rutas necesita el infante las Canarias:<br />

de ahi Fe reamdr SLIS pretensimes s~bre e! Archipié!ago.<br />

Al plantear el infante la discusión sobre las Canarias no hemos<br />

de olvidar:<br />

-. La expedición vasco-sevillana de 1393.<br />

- La expedición, y conquista con vasallaje, de Juan de Bethencourt<br />

.<br />

- La expedición andaluza de 1418 para traer a Maciot.<br />

- La existencia de un comercio activo entre Canarias y Andalucía<br />

(esclavos, cueros, sebos).<br />

Don Enrique fija su residencia en Lagos (1437), desde donde<br />

dirige la construcción de la villa de Sagres. Su política, desde<br />

este alcor, será la política de Portugal en los mares. Su mirada<br />

está puesta al sur de Bojador tan fijamente que tal vez no palpe<br />

la conquista frustrada de Tánger en ese mismo 1437, donde cayó<br />

prisionero ei infante don Fernando, que Calderón inmortalizaría<br />

en El Principe Constante.<br />

A partir de 1434, y en una tarea sistemática, Portugal va a<br />

lanzar una serie de expediciones periódicas que en sesenta y cua-<br />

tro años le llevarán al Cabo de Buena Esperanza.<br />

¿a actividad diplomática ha sido intensa; todo por razón de<br />

un descubrimiento. En la próxima década, la de 1440-1450, el<br />

infante reanuda con nuevo ánimo las navegaciones más allá de<br />

Bojador, movido por los informes que facilitan algunos cautivos.<br />

Núm 17 (1971) 447


20 FRANCISCO MORALES PADRÓN<br />

No faltan la remisión de embajadores a Roma para agenciarse<br />

bulas. Y así, Antonio Gonzalves descubre Río de Oro, y Nuño<br />

Tristao llega a Cabo Blanco en 1441. Los lusitanos han fondeado<br />

en Cabo Blanco y en la Bahía de Arguín en 1443; delante de<br />

sus rodas está Guuzea, una imprecisa denominación y geografía.<br />

Pero lo interesante es que comienzan a llegar negros al Algarve;<br />

para algo Nuño TristGo ha llegado a la tierra «dos negros», cercana<br />

al río Senegal; v que se nota un cambio en la poIítica Jusitana.<br />

Lo que ha sido un empeño particular del infante, visto con cierta<br />

desconfianza en las altas esferas, se convierte en algo trascendental<br />

y de interés nacional. El lucro está por medio, pero la esclavitud<br />

no está, por el momento, reñida con la Iglesia. No olvidemos<br />

-y Rumeu lo recuerda- que el infante ni lleva misione- a<br />

N<br />

ros ni exige iglesias; la labor evangelizadora se limita a bautizar<br />

míseros esciavos. En ia costa africana ia «cruzada» se eoiivirtit<br />

O<br />

n -<br />

en un continuo asalto para capturar esclavos.<br />

-<br />

Ante el desastre de Tánger, que puso en difícil situación a E<br />

2<br />

Ceuta, el Papa da la bula Propugnatoribus fidei, concediendo E<br />

gracias espirituales a quienes ayuden; otra bula del mismo año<br />

de 1442 es la IIZius qui se pro divinz, concediendo indulgencias<br />

plenarias a los que participen en las expediciones militares organizadas<br />

por la Orden de Cristo; y la Etsi Cunstos, comando<br />

bajo su protección o. Ceuta; y la Etsi suscepti cura regirninis, au-<br />

O<br />

torizando al infante a profesar en la Orden de Cristo (el infante<br />

era ya administrador de ella). Se le autoriza también a adquin<br />

E<br />

a<br />

rir islas en el mar océano y otros bienes, y a ejercer en das actos<br />

espirituales o designar obispos que los ejerzan. El infante<br />

n<br />

n<br />

no llegó a profesar por razón del voto de pobreza que se le exigía 3 O<br />

o para evitar que sus bienes pasaran a la Orden. Por eso no ostentó<br />

nunca el título de Gran Maestre de la Orden de Cristo, sino<br />

el de Regente o Gobernador.<br />

Otra bula será la Exigunt nobilitatis, del mismo 1443, reno-<br />

vando el permiso para comerciar con los infieles; y sobre todo la<br />

Rex Regarn (14431, concediendo el dominio de todas las conquis-<br />

tas, aunque al final se hace el Papa eco de las quejas de Castilla<br />

(es similar a la Dudum, de 1436).<br />

El lucro está por medio, dijimos; sin que falten las bulas:<br />

448 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

O m<br />

-<br />

E<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 21<br />

cinco se dieron entre 1443 y 1444. Como el interés crematístico<br />

está por medio, en 1443 Alfonso V concede al infante el privile-<br />

gio de que nadie pueda navegar más allá del Cabo Bojador sin<br />

su licencia (esto se lo confirmará en 1448). Y también en 1443 se<br />

funda la Compañía de Lagos, la primera en el mundo para la na-<br />

vegación y comercio con regiones ultramarinas.<br />

Tampoco falta lo fabuloso: el infante había encargado en<br />

1443 a Antonio Gonzalves que adquiriese noticias del Preste Juan<br />

y de la India. Proseguían por estos años las navegaciones a Cana-<br />

rias y el afán de su conquista. No faltaban las relaciones con Sevi-<br />

lla. Consta que con cierta frecuencia partían barcos de las costas<br />

andaluzas hacia Canarias. Pero sin ayuda real, privadamente, se<br />

realiza un esfuerzo que no puede silenciarse ni pasarse por alto:<br />

los portugueses -Diniz Díaz- llegan a Cabo Verde, en la costa,<br />

en 1444, y a la cercana isla de Las Palmas. El interés del infante<br />

por Canarias tampcco ha cesado; quiere que Juan 11 le venda<br />

Lanzarote, y el rey lusitano Alfonso V recibió una respuesta<br />

negativa. De estas negociaciones, si fuéramos a extraer un re-<br />

sumen, diríamos que, a la larga, las Canarias fueron cambiadas<br />

por Guinea. El infante, interesado en ella, no vaciló en el cambio.<br />

Por eso es por lo que ya había buscado también el respaldo papa1<br />

en forma de bula.<br />

Hacia 1446, Alvaro Fernandes pasa el Cabo Rojo, y Dionis<br />

Fernandes tocó en el río Senegal, llegando a Cabo Verde; y Nuño<br />

Tristáo alcanzaba río Grande, en la actual Guinea portuguesa,<br />

muriendo al querer explorar el río. Importa aclarar que toda la<br />

costa al Sur de Bojador se llamó Guinea, pero el río Senegal<br />

divide a la zona en dos partes: .<br />

aj Ai Norte: árida, de moros azenegues, donde se practicaba<br />

el comercio de oro y esclavos.<br />

b) Al Sur: de vegetación tropical, con negros jalofos, donde<br />

la trata de esclavos se realizaba en mayores proporciones.<br />

Resulta curioso hacer mención de dos cartas lusitanas de<br />

ese año de 1446, prohibiendo, una, que vayan barcos portugueses<br />

a Canarias sin licencia del infante, a quien deben abonar el<br />

quinto de lo que trajesen, y otra remitiendo una armada real<br />

contra corsarios castellanos que andaban robando por las costas<br />

Núm 17 (1971)<br />

29


22 FRANCISCO MORALEX PADRÓN<br />

de Portugal; esto úItimo se agudizará, por las naturales guerras,<br />

en los últimos treinta años del siglo, como se comprueba exami-<br />

nando el «Registro General del Sello» del Archivo de Simancas.<br />

Al mediar el siglo, cuando nace Boticelli y sube al solio pontificio<br />

Nicolás V (1447), la política del papado comenzó a definirse<br />

con más claridad, por lo que a las navegaciones oceánicas<br />

se refiere. Esta política acusó un notable partidismo por Portugal,<br />

Inesperadamente, el asunto de las Canarias cobra actualidad.<br />

El infante compra a Maciot la isla de Lanzarote (1448); se entiende<br />

que lo que compra son sus hipotéticos derechos, y comienza a<br />

llamarse señor de la isla. Dos años permanecen los portugueses en<br />

ella, porque al fin los mismos pobladores los expulsan. Por lo que<br />

se refiere a la corte castellana, ésta se limita a la vía diplomática<br />

y a la te6rica defensa de SLE derechos. TU! ceme Cart~geilu pretestó<br />

en 1435, se protesta ahora por boca de Juan Iñiguez de Atabe<br />

(1451-52). Cuando el infante hace el aegocio» con Maciot,<br />

las exploraciones sufren un colapso, sin duda para una mejor<br />

preparación. Hay que pensar también que la disminución de1<br />

ritmo SP debe a raz~nes p~!iticas o U =etives fiá~tims, ~UIC<br />

la navegación a la zona de Guinea es más difícil; es fácil ir, pero<br />

difícil volver. Las carabelas, con su navegación de bolina, contra<br />

el viento, facilitan el retorno; pero será la aplicación de la denominada<br />

«voltan de Guinea, o «engolfamiento» (adentrarse en<br />

el Atlántico), lo que hará más fácil el regreso, y, sin duda, la<br />

llegada a Arnérzca, sin quererlo, de más de un expedicionario.<br />

Por parte castellana, observamos que la Corona concede al Duque<br />

de Medinasidonia (1449) la explotación de los mares y tierras<br />

«nuevamente descubiertos desde Cabo de Aguer hasta la tierra<br />

alta y Cabo de Bojador, con iodos sus ríos, inciuso el que llaman<br />

Mar Pequeña», pesquerías, rescates, etc. No se penetra en Guinea,<br />

pues se pone a Bojador como limite sur. Es un ejemplo este texto<br />

del interés castellano y del papel de los nobles y marinos andaluces,<br />

a los que acudirá Colón en su momento. Nada de extraño tiene<br />

que los portugueses procuren siempre buscarse ei respaldo papa:<br />

para sacudirse molestas competiciones. El infante ha recibido,<br />

en 1449, donación de ciertos derechos de mercancías, procedentes<br />

de tierras situadas entre el Cabo Cantim y Bojador. También<br />

450 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS DESCUBRIMFNTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 23<br />

recibe licencia entonces para poblar las Azores, donde ya había<br />

enviado ovejas. Los acontecimientos se han espesado de tal ma-<br />

nera que se tornan farragosos.<br />

Un alto; un alto para ver cómo en la mitad de la centuria<br />

Gutenberg abre su imprenta. ¿Qué importa esto? Mucho: la<br />

cultura mundial va a dar un giro de muchos grados, y ese joven-<br />

cito llamado Cristóbal Colón, que nada presiente de su destino,<br />

llegará un día a España -no está lejos- y, para subsistir, se<br />

dedicará a «vender libros de estampan; es decir, libros impresos,<br />

gracias al invento de Gutenberg, que facilitará también llevar<br />

luego la nueva de su hallazgo a muchos puntos de Europa. Al<br />

descolgarnos sobre la otra mitad del 400 podemos ver con la<br />

imaginación realizándose dos expediciones lusitanas más a las<br />

Canarias (Luis Alfonso Criado y Fernando Valermon, etc., 1451).<br />

y a Donatello terminando su Gattamellata (1451); naciendo a Juan<br />

Caboto (1451) y a Leonardo da Vinci (1452), viendo su primera luz.<br />

Precisamente este último año, el Papado extendía en favor de<br />

Portugal tres bulas relativas a Ceuta y autorizaba a atacar y so-<br />

meter a los sarracenos. La última de ellas, la Dum diversas, no<br />

alude a los derechos de Castilla sobre la costa occidental de<br />

Africa: ni.los admite, ni los rechaza; es vaga.<br />

3. Paz y atonía<br />

Casi a la par que muere Enrique de Trastámara (1454), fenece<br />

el imperio bizantino. Los turcos han tomado Constantinopla en<br />

1453; hacía tiempo que se esperaba la caída de la ciudad, por lo<br />

cual la noticia no afectó hondamente la psicología europea; pero,<br />

no obstante, se dio cuenta de que el imperio otomano se había<br />

convertido en ei más poderoso de todo el cercano Oriente. Tara<br />

Venecia la caída de Constantinopla, donde ella tenía barrio es-<br />

pecial de mercaderes, significó un duro golpe, porque dejó ais-<br />

ladas las colonias del Mar Negro y amenazó a las del Egeo. El<br />

comercio de especias que venía por Ormuz se veía entorpecido.<br />

Por lo que al Aiiántico se refiere, ia perdida be Constantino-<br />

pla va a influir mucho, puesto que altera la búsqueda de una<br />

ruta por ese océano camino de la India. Sin embargo, en 1454 se<br />

cierra el período denominado de «forcejeo por una jurisdicción<br />

Núm 17 (1971) 451


24 FRANCISCO MORALES PADR~N<br />

imprecisa* para dar paso a otra etapa, que llega a 1475, bautiza-<br />

da de «paz y atonía». Es una consecuencia del reinado de Juan 11,<br />

que había protestado e insinuado amenazas contra la expansión<br />

lusa, y sobre todo en lo que a Canarias se refiere. La indiferencia<br />

de Enrique IV llega a más: llega a concederle el señorío de Gran<br />

Canaria, Tenerife y La Palma a dos nobles portugueses, violando<br />

los derechos de los Herreras. Lo que el infante no había logrado<br />

en forcejeos diplomáticos, se logra ahora fácilmente en 1455,<br />

cuando muere Nicolás V y sube al solio pontificio Calixto 111.<br />

Pero antes de morir, Nicolás V ha tenido tiempo de dictar<br />

su última bula: la Romanus Pontifex, considerada como el máximo<br />

puntal de la acción ultramarina portuguesa, como la Carta<br />

a<br />

Magna del imperio portugués. Portugal obtiene la exclusividad<br />

de la navegación sobre Guinea, asegurándose así toda la costa a<br />

O<br />

partir del Cabo Non y Cabo Bojador. Es, por todo ello, esta bula n =<br />

m<br />

O<br />

el precedente más directo de las grandes bulas papales de Ale-<br />

E<br />

jandro VI con relación a América. La bula, confirmada en 1456 por S E<br />

la Inter Coetera, de Calixto 111, marca un hito clave en el pro-<br />

E<br />

ceso expansivo lusitano. porque hace ya una especie de deslinde<br />

de zonas de expansión, al fijarle a Portugal su esfera de acción. -<br />

0 m<br />

Lamentablemente, Castilla no reacciona, y abandona, por así de-<br />

E<br />

cirlo, las ventajas logradas por Juan 11; aunque, por supuesto, O<br />

los portugueses han encajado definitivamente el fracaso por lon<br />

grar la soberanía sobre Canarias. Nada dice la bula sobre la<br />

E<br />

a<br />

Orden de Cristo; «tampoco se especifica el derecho de conquista<br />

sino sobre las tierras situadas al sur de los Cabos Non y Bojador n<br />

y Guinea, con ampliación a otras situadas en las partes meridionales,<br />

sin que todavía aparezca el clásico usque ad Indos que<br />

veremos en textos posteriores. y ni siquiera la dirección hacia<br />

Oriente», como apunta el padre Francisco Mateos. Con todo,<br />

la Romanus Pontifex consagra definitivamente los desvelos lusitanos<br />

de casi medio siglo en abrir a Occidente la ruta de las navegaciones<br />

por e¡ desconocido océano.<br />

Hay cuatro bulas más de 1456, obra de Calixto 111; perü 1a<br />

más importante es la citada, que señala la dirección meridional<br />

de las expediciones, más allá de Nun y Bojador y de la costa de<br />

Guinea usque ad Indos. ¡Ya apareció el término omitido anterior-<br />

452 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

3<br />

O


LOS DESCUBRIMIENTOS EN MS SIGLOS XIV Y XV 25<br />

mente!, que sirve para asentar notables precedentes, dentro de<br />

la concepción jurídica de la época, para la demarcación que<br />

vino más tarde en el Tratado de Alcácovas-Toledo.<br />

Volviendo al proceso de navegaciones, hemos de poner nues-<br />

tra atención, abandonando el campo jurídico, en los marinos que,<br />

como Alvise de Cadamosto, al servicio de Portugal, llega a Porto<br />

Santo, Canarias, Senegal y Gambia, donde se une a Antonio di<br />

Noli; pero se discute el arribo de Cadamosto, en 1456, a las islas<br />

orientales de Cabo Verde.<br />

Calixto 111 no tuvo mucho tiempo para continuar favorecien-<br />

do a la Corona lusitana, pues muere en 1458. Por mtonces,<br />

pintaba Benozzo Gozzoli, cuyos murales -al decir de Palm-<br />

tienen los colores de la prosa colombina describiendo el paisaje<br />

, . . ,<br />

americano; esa America adunde se Ira tambi6n a hszar rlüehus<br />

de los productos que ahora se ansían, y adonde se llegará por<br />

error, buscando el camino que los portugueses indagan todavía<br />

a la altura de Guinea, una Guinea que se relacionará con AmC-<br />

- P..: ------<br />

rica a través de uno de los comercios más nefastos que el hombre~amontado.D---:-"---+-<br />

e--- m#. ----.<br />

r lr;Lmalur;iir=, Lwiliv e! LwuiE;LL;u de uuul,a ,,ccía,<br />

en 1459 el rey portugués arrienda a Fernando Gomes por<br />

cinco años, en 200.000 reis, dicho comercio, con la condición de<br />

descubrir anualmente 100 leguas de costa y de que el marfil importado<br />

fuera para la Corona.<br />

Cabo Verde y e! infante atraen nuestra atención al despuntar<br />

el 1460. Por un lado, nos encontramos a Antonio di Noli,<br />

llamado Antoniotto Usodimari, con Diego Gomes descubriendo<br />

el grupo oriental de las islas de Cabo Verde; Noli recibiría la<br />

capitanía de la isla de Santiago. De otro lado, el 13 de septiembre<br />

de 1460 muere el infante. La vida del infante se ha cietenicio;<br />

sus barcos también. Sin embargo, en 1461-2 Pedro de Sintra,<br />

junto con sus marinos, descubre Sierra Leona y llega a Cabo<br />

Mesurado, en la actual Liberia.<br />

El infante desaparecería en su villa de Sagres, donde planeó<br />

sus expediciones, donde meditó y escribió su largo testamento,<br />

profundamente dominado por el pensamiento de alem-tumulo,<br />

del más allá. Dos fueron los más allá que le aguijonearon: e1<br />

alem-tumulo y el alem-mar.<br />

Núm 17 (1971) 463


f?6 FRANCISCO MORALES PADR6N<br />

Cuando el infante muere, dejaba atrás cuarenta años de con-<br />

tinuos esfuerzos. Desde el Cabo Non o Bojador a Sierra Leona<br />

se extendían unos 2.000. kilómetros. Dos épocas, Edad Media y<br />

Modernidad, oscilaron en la personalidad y en la acción del in-<br />

fante. Colocado en el fiel de las dos épocas, quizá se inclinó más<br />

hacia la segunda. Quizá valga la pena el examinar un poco esta<br />

contradictoria figura, que, además, nos permite hacer un balan-<br />

ce del proceso descubridor del 400.<br />

No cabe duda de que, en una primera fase, el infante fue un<br />

cruzado medieval, pero en sentido negativo; es decir, fue un anti- a<br />

musulmán. Por eso dice muy bien Rumeu en La política idzgenista<br />

de isabei ¿a Catóiica: «Considerar ai infante corno u11 ci-üza-<br />

O<br />

n -<br />

do es un anacronismo, aunque tampoco es auténtica la ver- - m<br />

O<br />

sión contraria». La inhumana escena que Azurara recoge, y en la<br />

E<br />

cual el infante aparece en lo alto de un caballo presidiendo una<br />

S<br />

E<br />

cuadrilla de esclavos, es un testimonio harto elocuente. La ex-<br />

-<br />

pansion misionai, encarnada en esa época en ia tarea de los frari-<br />

ciscanos, no le interesó. Ello no quiere decir que no fuera hom- - O<br />

bre de ardiente fe católica; lo demuestra la documentación y su<br />

O<br />

testamento, elocuente testimonio de su extraña mezcla de fervor<br />

religioso, sentido práctico y capacidad administrativa. En él in- n<br />

E<br />

dica que por todos los siglos de los siglos se deberían decir mi- a<br />

sas por su alma en todas las iglesias de las tierras que mandó n<br />

n<br />

descubrir; señala todos los templos, los días de las celebracio- n<br />

nes, los legados que deja para tales servicios, etc. Al alcaide de 3<br />

O<br />

Tomar, sede de la Orden de Cristo (de la que fue su administrador<br />

generaij, ie deja ei cargo remunerado de «proveedor de su alma».<br />

Pero lo que se transparenta con más evidencia en su personalidad<br />

es el horno economicus, que procura dominar la naturaleza<br />

y las técnicas para adquirir y producir riquezas. No olvidemos<br />

que el infante mostró siempre una gran solicitud por el<br />

desarroiio de ia agricuitura en las tierras de ia Orden de Cristo,<br />

por el establecimiento de ferias en sus ciudades y villas, y por<br />

el desarrollo industrial; por, en una palabra, la explotación de<br />

las tierras descubiertas.<br />

454 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

m<br />

E


LOS DESCUBRIMIGNTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 27<br />

Este «hombre económico» está en la base del «hombre político~,<br />

y, por consecuencia, de su política de expansión, comenzada<br />

por la colonización de los archipiélagos de Madera y Azores.<br />

Entre sus mayores timbres de gloria debe señalarse, según testimonios<br />

de Cadamosto y Duarte Pacheco, la valoración que hizo<br />

de la caña de azúcar y de la vid, cuyos esquejes importó del Egeo.<br />

Su sentido eminentemente práctico, su aguda visión, su capacidad<br />

de administración, etc., determinarán también su acción.<br />

Cuando asume la responsabilidad de proseguir la expansión iniciada<br />

por el país, él señalará como el mejor medio de obtener esclavos,<br />

oro, marfil y caballos africanos, la fundación de factorías,<br />

hacia donde confluiría el tráfico. Señala la práctica del sigilo<br />

y del monopolio, y traza la política de buscar siempre el<br />

respaldo de la Iglesia contra posibles pretensiones de otras 20ronas.<br />

Obra suya es la misma organización financiera de las<br />

expediciones.<br />

Su idea geo-económica le lleva a emplear a todos los especialistas<br />

útiles para sus propósitos, sin distinción de razas, nacionalidades<br />

o creencias: judíos, como Samuel Goleimo e Isaac Franco;<br />

judío-mallorquín, como Jacome de Mallorca (Jaffuda Cres-<br />

~ques, hijo de Abraham Cresques), fundador de la escuela cartográfica<br />

lusitana; italianos, como Di Noli o Cadamosto ...<br />

Con él, por primera vez, el pensamiento de la exploración del<br />

planeta se convierte en todo un plan nacional. El pensamiento<br />

explorador se vitaliza con un método, asume carácter orgánico y<br />

científico y se torna en un proceso ininterrumpido. Gracias a él<br />

se estudiaron las corrientes marinas y los vientos; para dominar<br />

a estos elementos se adaptó un instrumento adecuado: la carabela,<br />

reservada para las expediciones del infante, de cuya época datan<br />

las prohibiciones de venderlas a extranjeros. Igualmente se prohibió<br />

la salida de mapas y pilotos.<br />

El arte de navegar se vio favorecido por la introducción y<br />

uso de nuevos instrumentos y sistemas para la observación de<br />

posiciones. La cartografía se modernizó, y del Atlántico se fueron<br />

desterrando o alejando muchas islas fantásticas. Los eroteiros»<br />

atlánticos sucedieron a los «portulanos» mediterráneos. En<br />

los barcos entraron los escribanos, que fueron también geógra-


28 FRANCISCO MORALES PADE6N<br />

fos y cronistas. Se inzczó el servicro de intérpretes, tan decisivo<br />

para el conocimiento de las nuevas culturas y geografías y para<br />

la evangelización. (Esto ya lo vimos en el siglo XIV que lo hacen<br />

los catalano-mallorquines, muchas de cuyas prácticas sigue el<br />

infante).<br />

Se inauguran nuevos métodos de explotación comercial y de<br />

colonización, expresado en el monopolio de las tierras, en la<br />

adaptación de productos exóticos, en la creación de compañías y<br />

en el establecimiento de fortines-factorías.<br />

Hagamos un breve alto en este balance para no olvidar a la<br />

masa, al pueblo; deslumbrados por la talla de los grandes hombres,<br />

solemos olvidar a sus colaboradores. Todos los hombres<br />

son una especie de potencialidad latente, que sólo las circuns-<br />

tancias del momento permiten realizar plenamente. El infante<br />

don Enrique supo recibir y expresar las ansias de su pueblo, O n<br />

cuyo apoyo fue decisivo. Con esa base, él hizo lo que hizo y dio<br />

vida a un hombre puevo, ávido de universo; un hombre dispuesto<br />

a ir al Paraíso Terrenal si fuera preciso. Ese hombre, esa generación<br />

capaz de llegar al Paraíso, la personificó Cristdbal Com<br />

O<br />

E<br />

E<br />

2<br />

E<br />

lón, el único hombre que hasta el momento ha creído haber des-<br />

3<br />

cubierto el Paraíso Terrenal. - O m<br />

E<br />

La década del 60 es la década de la muerte del infante; lo<br />

hace cuando la década nace. Podríamos acabar aquí el proceso<br />

- E<br />

a<br />

descubridor, pero cabe también terminarlo en 1479-80 o en 1493;<br />

n<br />

n<br />

ambos hitos marcan delimitaciones fundamentales en la expansión<br />

de Castilla y Portugal.<br />

Los asuntos ultramarinos se van a entrecruzar más que nunca<br />

con los problemas peninsulares. La muerte de Enrique IV<br />

plantea un grave problema de sucesión en Castilla. En 1468, los<br />

nobles castellanos imponen a Isabel como heredera, repudiando<br />

3<br />

O<br />

9 Tiiana .A ".&-A- &!traEej2; PE~Q trlerá ctrl gc~lrl. y &, si la &-<br />

cada del 60 la hemos querido dejar reducida a la muerte del<br />

infante y a dos o tres viajes, y sobre todo con el balance de su<br />

tarea, la década del 70 se torna inmensamente movida.<br />

La llegada de Soeiro da Costa al río de su nombre en 1470, es<br />

456 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

-


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 29<br />

seguida por la toma de Arcila al año siguiente, que trajo la caída<br />

de Tánger (no capturada en 1437). Se alcanza también la Mina<br />

por Joao de Santarem y Pedro Escobar. El proceso descubridor,<br />

como vemos, se ha reiniciado tras la desaparición del Infante.<br />

Fernando Poo llega a la isla de su nombre en 1472, y sn 1474-5<br />

Rui de Sequeira llega al Cabo de Catalina, y se descubren las<br />

islas de Santo Tomé y Príncipe.<br />

Ya Isabel de Castilla ha sucedido a en Enrique IV (1474), y al<br />

año estalla la guerra peninsular y comienza el reinado de los<br />

Reyes Católicos, que va a actualizar la política en el Atlántico<br />

abandonada por Enrique IV. En Portugal, los asuntos de Guinea<br />

están en manos de Juan 11, auténtico continuador del infante.<br />

Pero en Castilla está Isabel, que con energía reclama derechos.<br />

4. Guerra y Tratado<br />

En Valladolid -1475-, el mismo año que debió nacer Pi-<br />

zarro y uno antes de las Coplas de Jorge Manrique, está fe-<br />

chada una Real Cédula que reza: «Bien sabedes e debedes sa-<br />

ber que ios reyes mis progenitores de donde yo vengo, siem-<br />

pre tovieron la conquista de las partes de Africa e Guinea, e<br />

llevado el quinto de todas las mercadurías que de las dichas<br />

partes de Africa e Guinea se rescataba, fasta que nuestro adver-<br />

sario de Portugal se entrometió en entender, como ha entendido<br />

e entiende, en la dicha conquista . lo cual ha sido y es en gran<br />

daño e detrimento de los dichos mis reinos e de mis rentas.. D.<br />

La mentalidad o punto de vista de Isabel queda perfectamente<br />

reflejada en este escrito: Portugal había lesionado los derechos<br />

de Castilla en Africa aprovechándose de la pasividad de Enri-<br />

que iV. De acuerdo con este criterio los viajes de marinos anda-<br />

luces comienzan a menudear, poniendo la reina unos receptores<br />

del quinto real y obligando a que en los barcos fueran escribanos<br />

reales para vigilar el quinto. De los puertos andaluces sobresalía<br />

en este comercio africano Palos de la Frontera. Basta con exami-<br />

nar ei «Registro General del Sello» guardado en Simancas. iviu-<br />

chos son los viajes de esta época de los que se tienen noticia.<br />

Uno, el de Charles de Valera, que capturó más de 100 moros<br />

azenegues en Guinea; otro, del mismo Valera, que se enfrentó


30 FRANCISCO MORALES PADRÓN<br />

con un pirata lusitano en 1476; otros son viajes particulares, con.<br />

licencia o sin licencias reales. En 1478 hubo una gran expedición<br />

a Guinea de más de treinta barcos, que zarpó de Sevilla y otros<br />

puertos de Andalucía, donde iba como capitán real Pedro de<br />

Covides (véase la 4." Década de Alonso de Palencia). Sobre las Ca-<br />

narias los Reyes habían logrado de Diego de Herrera e Inés Pe-<br />

raza, por compromiso signado en Sevilla en 1477, los derechos<br />

para que la Corona realizara la conquista de las islas no some-<br />

tidas.<br />

Toca a su fin el verano de 1479, así lo recoge la Crónica de<br />

Pulgar, cuando se inician los trámites de la paz, que se firmará<br />

en Alcácovas en septiembre. Por entonces Colón se casa, y pintan<br />

Mehling, Filippo Lippi y Boticelli, el que dejará para nuestro<br />

asombro el Nacimiento de Venus como una premonición del Na-<br />

cimiento de América, que un florentino, relacionado con el pin-<br />

tor -Americo Vespucio- descubrirá intelectualmente. El acuer-<br />

do de Alcácovas se ratificó en Toledo en 1480. Los acuerdos fue-<br />

ron dos:<br />

1) Tratado de ias Tercerías de Moura, de acuerdos matrimo-<br />

niales y destino de Juana la Beltraneja.<br />

2) De paz perpetua, incorporando y ratificando el de Medina<br />

del Campo de 1430.<br />

Interesa saber que antes de 1480 la reina Isabel había encomendado<br />

al Prior de Prado y a otros miembros de su Consejo<br />

dictaminasen sobre «el negocio de las islas Canarias». Las siete<br />

islas pertenecían a Diego de Herrera y a su mujer, bajo el «superior<br />

dominio» de los Reyes Católicos. La reina pretendía recuperar<br />

Gran Canaria, Tenerife y La Paima de ios infieles, pero no<br />

quería dañar los intereses de Herrera. El Consejo dictaminó que<br />

la Corona podía conquistar las Islas e indemnizar luego a los<br />

Herrera-Peraza. Esta consulta y dictamen interesa doblemente:<br />

. \<br />

1) Como uniecedenie del Lmsejo qüe !u reku ui-dzn~rá<br />

crear siempre a su Confesor, Fray Hernando, ahora ya Obispo<br />

de Avila, para que dictamine sobre el negocio de Colón.<br />

2) Como exponente del deseo de la Corona por hacer las<br />

458 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 31<br />

islas realengas, sin que sobre ellas se imponga la autoridad de<br />

un particular. Ello explica -esta política- la reacción más tar-<br />

de a conceder a Colón jurisdicción sobre tierras.<br />

Por los Acuerdos de Alcácovas-Toledo se fijó:<br />

1. Posesión a Portugal de Guinea, Madera, Azores, Cabo<br />

Verde y otras islas que se encuentren navegando de «Canarias<br />

para baxo contra Guinea».<br />

2. Posesión a Castilla de las Islas Canarias «e todas las otras<br />

yslas de Canaria ganadas e por ganar».<br />

3. Los Reyes Católicos se comprometían a impedir que sus<br />

súbditos o extranjeros vayan desde sus reinos a las partes reser-<br />

vadas a Portugal. Los castellanos y andaluces pueden ir a Cana-<br />

rias y ganar otras islas. De ia ruta hacia ei Oeste nada se dice.<br />

Es la ruta que tal vez pudieron intentar los Vivaldi -y otros más<br />

tarde como Olmos y el mismo Infante según Pero Vazques de la<br />

Frontera-, pero que Portugal dejó de lado atraído por Guinea.<br />

Como no se habla para nada del Oeste en el acuerdo, cuando<br />

llegue el descubrimiento colombino se plantea un probiema que<br />

se intenta resolver encajonándolo dentro de lo pactado. En<br />

1479-80 sólo tiene sentido la ruta hacia el Sur, el mar junto a la<br />

#costa. El Tratado fue sometido a la ratificación de Sixto IV que<br />

lo confirmó en la Bula Aeternis Regis.<br />

El monopolio y exclusividad obtenido por Portugal lo aprovecha<br />

para fundar en 1481 el Castillo de San Jorge de la Mina,<br />

que aseguró el éxito mercantil de la empresa de expansión por<br />

el oro. Allí convergia todo el comercio de la costa de la Malagueta,<br />

Marifl, Oro, Esclavos . La continuación de ia expansion descubridora<br />

es obra de Diego Cáo, que descubre el río Congo que<br />

llamó «Poderoso» en 1482. Durante los últimos seis años de vida<br />

de Alfonso V las exploraciones habían estado paralizadas, pero<br />

al subir al trono Juan 11, el «Príncipe Perfecto», en 1481, se le<br />

da nuevo impulso a la navegación, rumbo al Sur, i~berada ya de<br />

trabas por el acuerdo con Castilla. C5o puso en la boca del río<br />

,Congo el primer «padriio» portugués. En 1484, el mismo Ciio<br />

pasa 200 leguas más al Sur del «padriio» de San Agustín, y colo-<br />

Núm 17 (1971) 459


32 FRANCISCO MORALES PADRÓN<br />

ca otros dos a los 15" 42' y 21" 47'. Siguió hasta los 22" 10' de la-<br />

titud sur (1485-6).<br />

Entonces pintaba Ghirlandajo y actuaba Pico de la Mirando-<br />

la y Savonarola. Colón, que, al aparecer en 1482-3, había visitado<br />

el Fuerte de la Mina donde hoy está Cape Coast Castle (Ghana)<br />

desde Funchal, donde vivía con su esposa, hacía algo decisivo<br />

en su vida: entraba en España. Tenía unos treinta y tres o treinta<br />

y cuatro años. Surge la etapa clave de la vida de Colón: la de los<br />

siete años en España.<br />

ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


APENDICE*<br />

* Agradezco a mi querido amigo Francisco Sevillano Colom, direc-<br />

Ior del Archivo Histórico de Mallorca, el envío de estos documentos.


PRIMERA LICENCIA (Circular)<br />

Archivo Histórico de Mallorca, Letres Comunes, 3 f. 5.<br />

15 abril 1432<br />

Comunicación circular del Gobernador de Mallorca Roger de<br />

Rovenach a todos los almirantes, capitanes, patrones y demás seseres<br />

& zrmzdzs EEkTes. & 12 !icenci~ ~t~rgada 2 Gudlerwrn<br />

Pere, ciudadano de Mallorca y patrón de una cocha de un puente<br />

o cubierta, que se propone ir a las islas recién descubiertas en<br />

las partes de poniente, con la que ruega a todos, de parte del<br />

rey de Mallorca (Jaime 111) que no estorben ni impidan a dicha<br />

rnrbn 01 rirmnlir cii nhim+ixrn. g n t ~ c U! rnntr~rin ci oc nmrmrarin<br />

wVw.CCIw.wUI.~yI.. UUV"J"CI"V, UIICVU) "VI.LLU..V,C1.wU.IwwwUU~*V<br />

la ayuden y socorran, seguros de la gratitud real. 15 de abril 1432.<br />

No publicada antes. Hallada por Francisco Sevillano Colom, que no<br />

la publica íntegra en su trabajo Mallorca y Castilla (1276-1343), «Boletín<br />

de la Sociedad Castellonense de Culturan. Castellón, 1970. El documento<br />

se relaciona con la época en que acababan de ser derrotados los Beni-<br />

mermes en el Salado (1390), lo que despejaba los mares próximos a<br />

Gibraltar en la ruta hacia el Atlántico, hacia Flandes y hacia las Cana-<br />

rias y Africa norte-atlántica. Antes, esos mares estaban infestados de<br />

piratas y corsarios moros y de otras nacionalidades.<br />

SEGUNDA LICENCIA (Concesión)<br />

A. H. M., LC, 3, fol. 10v-11. 16 abril 1432<br />

El Gobernador de Mallorca, Roger de Rovenach concede a<br />

Francisco des Valers (o Desvalers) la capitanía de dos cochas<br />

bayonescas, de las que eran co-patrones P. Magie y Bartolomé<br />

Giges; y armadores Bartolomé Moragues, P. Giges y Francisco<br />

Núm 17 (19í1) 463


36 FRANCISCO MORALES PADR~N<br />

Albussa, ciudadanos de Mallorca. Las dos cochas se llamaban,<br />

una «Santa Cruz» y otra «Santa Magdalena». Se proponían nave-<br />

gar y llegar a las islas recién descubiertas en las partes de occi-<br />

dente vulgarmente denominadas islas de la Fortuna. Le es otor-<br />

gada al referido Fco. de Valers el mando y la jurisdicción sobre<br />

las cochas bayonescas y sobre la tripulación que lo acompaña<br />

en todas las cuestiones de jurisdicción civil, criminal y de mero<br />

y mixto imperio, en el mar y en tierra. Debe ejercer la capitanía<br />

usando del consejo de sus co-patrones y armadores, la facultad<br />

de substituir, en caso necesario, por unanimidad o por mayoría,<br />

al citado capitán y elegir a otro de entre ellos. 16 abril 1342.<br />

Publicada por Miguel Bonet. Expedzciones de Mallorca a las islas a<br />

Canarlas (1342 y 1352). BSAL, VI, 286 (año 1896).<br />

De ahí !e tema Ylius Sem Rufds. Lns ~a!!nquxes en Cnnnria,<br />

E<br />

O<br />

«Revista de Historia». La Laguna, 54 (1941), quien no lo publica, lo cita<br />

solamente.<br />

Cita también esas expediciones Antonio Ruméu de Armas: La expb<br />

raczón del AtIántzco por mallorquznes y catalanes en el szglo XIV (conf.<br />

en 1964), pág. 12.<br />

: -<br />

O o><br />

E<br />

E<br />

2<br />

E<br />

TERCERA LICENCIA (Concesión)<br />

A. H. M., LC, 3, fol. 20-21. 26 abril 1432<br />

E<br />

El Gobernador de Mallorca, Roger de Rovenach concede la a<br />

capitanía de una expedición a las islas recién descubiertas en las<br />

partes de occidente, vulgarmente llamadas islas de Fortuna, a<br />

Domingo Gual, patrón de una cocha bayonescha, al que acom- 3 O<br />

pañan Guillermo Bossa, G. des Cos, P. Dalmau, G. Maymó, Bernardo<br />

Ramón y Juan Pagá, patrones, compañeros y armadores<br />

de la referida cocha. Le otorga, con la capitanía, la jurisdicción<br />

civil y criminal y mixto y mero imperio sobre toda la tripulación,<br />

en mar y en tierra, y en cualquier lugar. Ordena a todos obediencia<br />

a Domingo Gual, quien debe ejercer la capitanía con el asesoramiento<br />

de los arriba mencionados o de la mayor parte da<br />

ellos. A éstos les da facultad de, en caso necesario, destituir a<br />

Domingo Gual y elegir por mayoría al que juzguen más apto.<br />

26 abril 1342.<br />

464 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

n<br />

2<br />

d<br />

n<br />

n


LOS DESCUBRIMIENTOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV 37<br />

Está citado por Elías Serra Rafols: Los rnallorquznes en Canarias,<br />

«Rev. Historia*, 54 (1941), pág. 8 (de la separata). (No está publicado<br />

íntegro, sólo atado.)<br />

TERCERA LICENCIA (Circular)<br />

A. H. M., LC) 3, fol. 21. 26 abril 1432<br />

Circular del Gobernador de Mallorca a todos los almirantes,<br />

capitanes, patrones y demás señores de armadas o naves, para<br />

notificar la licencia otorgada a Domingo Gual, patrón y capitán<br />

de una cocha bayonescha y a sus co-patrones y armadores, que<br />

tienen intención de dirigirse a las islas recién descubiertas en las<br />

partes de pontente. Ruega a todos, de parte dei rey de Mallorca,<br />

que no causen dañe a la expedición, antes bien la ayuden, en<br />

caso necesario. 26 abril 1342.<br />

Publzcado en apéndice por Elías Serra Rafols: Los mallorquines en<br />

Canarias, ((Rev. Historia», 54 (1941), pág. 19 (de la separata).


E05 CONTACTOS TRASATLANTICOS DECI-<br />

SIVOS, COMO PRECEDENTES DEL VIAJE<br />

DE COLON<br />

POR<br />

DEMETRIO RAMOS<br />

1. LOS RETORNOS<br />

En el planteamiento del tema de los contactos trasatlánticos<br />

precolombinos suelen superponerse dos cuestiones distintas:<br />

una, la posibilidad de que a lo largo de los tiempos algunas em-<br />

barcaciones occidentales llegaran de verdad al Nuevo Mundo;<br />

otra, que así pudieran introducirse sucesivas entregas culturales.<br />

El primer hecho -la llegada de naves- lo consideramos no sólo<br />

posible, sino inevitable, pues desde que el hombre del Mediterrá-<br />

neo se vinculó al Océano al navegar el Estrecho, la propia natu-<br />

raleza terminaría por arrastrarle, aunque no lo pretendiera. No<br />

podemos borrar tan fácilmente ni las tormentas, ni los vientos<br />

ni las corrientes.<br />

Si hoy están fuera de toda duda los contactos transpacíficos,<br />

ello sena ya un motivo de cautela para no obstinarnos en negar-<br />

les en el Atlántico, afirmando que en estas orillas los hombres<br />

fueron menos marineros por el hecho de haber permanecido des-<br />

habitadas las de la Madera, pues estas islas -como las Azores-<br />

estaban fuera de la deriva de los vientos que llevaban hacia Occi-<br />

dente, que en cambio permiten explicar el temprano poblamiento<br />

de las Canarias. Y si el hombre llegó a poblar las Canarias, ello<br />

quiere decir que no se resistió a la aventura del mar. Otros, traS<br />

los primeros, hubieron de seguir el mismo camino, pues si la boca<br />

del Estrecho permaneció abierta y se navegó en busca de las<br />

Núm 17 (1971) 467


2 DEMETRIO RAMOS<br />

Casitérides, ¿por qué razón no había de navegarse también hacia<br />

Canarias, cuando el circuito de circulación oceánica lo hacía<br />

:más fácil? Puede pensarse, es cierto, que porque aquí no existían<br />

minerales de estaño, pero si este razonamiento sería inválido<br />

para la época anterior y posterior a la búsqueda del estaño, tam-<br />

-bién en ese caso tal marginación sólo sería admisible después<br />

>de que lo hubieran comprobado, lo que siempre obligaría a ad-<br />

:mitir viajes exploratorios. Es cierto que en Canarias no se han<br />

encontrado vestigios de un comercio fenicio, tartésico o romano<br />

-aunque esto sea ya más discutible-, pero ello no quiere decir<br />

que cada una de estas culturas no hubiera intentado buscar aquí<br />

lo que no encontró o !o que no insistió en encontrar, precisamente<br />

porque las naves no volvían, si las que se aventuraron a<br />

ello no regresaron, arrastradas hacia el interior del Océano.<br />

a) Las condiczones naturales para el tránsito, los ejemplos de<br />

posibzlzdad y los indiczos de efectividad<br />

- m<br />

1<br />

S E<br />

Sobre este espacio de Canarias actuaban las condiciones naturales<br />

que podían forzar al tránsito del Océano sin que fuera<br />

a -<br />

0<br />

m<br />

necesario el propósito de ir mar adentro. Para nuestro caso es<br />

suficiente que fuera accidental y esporádicamente. Si las huellas<br />

E<br />

del paso de gentes se encuentran en América -ahí están los indicios<br />

arqueológicos ofrecidos por el Prof. Alcina ', los testimon<br />

E<br />

a<br />

nios romanos que allí han aparecido ', las representaciones humanas<br />

de rasgos negroides o los síntomas de personajes civili-<br />

n<br />

n<br />

1 José Alcina Franch: El formatzvo arnerlcano a la luz de los posibies<br />

znjiujüs recrbru'üs por e: rltldíiti~, el? e! a1 Simpm:~ Intv~~urimu!<br />

sobre posibles relaciones precolombinas», donde amplía anteriores tra-<br />

bajos, sistematizados ya en su estudio: Orzgen trasatlántico de la cultura<br />

mdígena de Arnénca, «Revista Española de Antropología Americanan<br />

IMadrid), vol IV (1969), págs. 9-64.<br />

2 José García Payón: Una cabecita de barro de extraña fzsonomia,<br />

*Boieiin del insiliuiü de Aiiirüpcik&i e Hi~toriaii (?vléxic~) xim. 6 (1961);<br />

Robert Heine Geldern: Ezn romzscher Fund aus dem vorkolumbzschen<br />

,Méxzco, «Osterreichischen Akademie der Wissenschaften~ (Viena), núme-<br />

TO 16 (1961), págs. 117-119.<br />

3 Luis Pericot. Afrzca y América El problema de sus poszbtes con-<br />

468 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

3<br />

O


LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 5<br />

zadores surgidos de las costas del golfo de México 4-, ello obli-<br />

garía a pensar en algo más que en una posibilidad. Al menos, las<br />

condiciones objetivas de que estas arribadas pudieron suceder<br />

en la inmensa dimensión de los tiempos, no lo descartan.<br />

Y que era posible llegar allí, lo creemos suficientemente de-<br />

mostrado, y más tras al excelente aporte del Prof. Marco Dorta,<br />

que ha presentado repetidos ejemplos de navegaciones históricas<br />

tactos precolombtnos, publicación del Instituto de Estudios Africanos.<br />

Madrid, 1963; Alexander von Wuthenau. Representattons of negrozds,<br />

«Actas y memorias del XXXVI Congreso Internacional de Americanis-<br />

tas» (Sevilla), tomo 1, págs. 109-110.<br />

4 Mucho antes de que se pensara en fundamentos arqueológicos, ei'<br />

ámbito mexicano fue ya motivo de concreta presunción. Un personaje<br />

tan atento a coleccionar noticias y testimonios como Sarmiento de<br />

Gamboa, que residió en México durante dos años, antes de pasar a1<br />

Perú en 1557, recogió en la Segunda parte de la Historta General llamada<br />

Indica, que escribió a fines del siglo xvr una noticia que merece la<br />

pena recordar. Sarmiento comienza por aludir al supuesto fabuloso y<br />

pintoresco de que «Ulises, después de la expugnación de Troya, navegó<br />

en puniente, y quiso probar su ventura por el mar Atlántico, océano*<br />

por donde agora venimos a las Indias, y desapareció, que jamás se<br />

supo después qué se hizo», tomando tal conseja de Pedro Antón Beuter<br />

-a quien cita-, que publrcó en Valencia, en 1546, la Przmera parte de<br />

la crónica general de toda España , saqueando la Crónzca general de<br />

Florian de Ocampo. Y agregaba Sarmiento que «este Ulises, dando cré-<br />

dito a lo dicho, podemos deducir por indicios que de isla en isla vino<br />

a dar a la tierra de Yucatán y Campeche, tierra de Nueva España,<br />

porque los desta tierra tienen el traje, tocado y vestido grecesco de la<br />

nación de Ulises, y muchos vocablos usan griegos y tenían letras grie-<br />

gas. Y desto yo he visto muchas señales y pruebas. Y llaman a Dios<br />

Teos P, deducción que extraía -ya lo sabemos- del vocablo introducido<br />

por los misioneros. Con todo, a pesar de esta confusión, nos demuestra<br />

que intentaba explicar su perplejidad. Pero si esta parte citada carece del:<br />

menor fundamento, sí tiene interés lo que añade a continuación, como<br />

prueba de convicción, pues dice. «Oí también decir, pasando yo por allí,<br />

que antiguamente conservaron éstos [indios] una áncora de navío como en!<br />

veneración de ídolo, y tenían cierto Génesis en griego, sino que dispa-<br />

rutüba a !us priixros pases. Iridicios suri 5astaii:es -cunc!üia- de mP<br />

conjetura sobre lo de Ulises » Despojando todo este relato de las mal-<br />

paradas ocurrencias, la mención del áncora no deja de ser curiosa,<br />

aunque bien pudo pertenecer a una embarcación española que naufra-<br />

gara por los años de la conquista. Vid. Pedro Sarmiento de Gamboa:<br />

Hrstorta de los Zncas, edic. Emece, Buenos Aires, 1947, págs. 98-99.


4 DEMETRIO RAMO3<br />

,que alcanzan tierras americanas desde la zona de Canarias, incluso<br />

tratando de evitarlo, con naves y dotaciones que, a pesar de po-<br />

der maniobrar, no consiguieron eludir los impulsos de los vien-<br />

tos, que si bien eran excepcionales, no tenían el carácter de tor-<br />

mentas irresistibles 5. ¡Cuánto más podrían producirse esos arras-<br />

tres cuando los medios de maniobra eran mínimos o todavía ele-<br />

mentales o cuando el hombre antiguo podía creer que tras una<br />

isla había otra!<br />

En qué medida esas arribadas, que es forzoso admitir en<br />

épocas precolombinas, pudieron introducir entregas culturales,<br />

es otra cuestión. Ello depende de la actitud de la sociedad recep-<br />

tora y también de la situación en que pudiera encajar el elemen-<br />

to infiltrado. El trasplante masivo, claro es, no es admisible,<br />

pero la reiteración en circunstancias receptoras también diver-<br />

sas, forzosamente hubo de promover efectos no siempre desde-<br />

ñable~. El caso de la supervivencia de Alvar Núñez Cabeza de<br />

Vaca y de tantos más, podrían servir de banco de prueba mí-<br />

nimo -dada su transitoriedad-, siguiendo con ello un método<br />

semejante al ofrecido por el Prof. Marco Dorta en cuanto a las<br />

navegaciones $.<br />

Si creemos que es preciso admitir que esas arribadas forzo-<br />

sas se dieron ya en épocas remotas, nosotros vamos a ofrecer<br />

por lo menos testimonios que permiten aceptar que se produje-<br />

ron en tiempos ya próximos al descubrimiento, con la singula-<br />

ridad de que tales pasos pueden ser comprobados desde nuestra<br />

orilla.<br />

b) La posibilzdad de retorno, en lo que cree la investigación más<br />

reciente<br />

Por lo pronto, la reiteración de llegadas -distanciadas en el<br />

5 Enrique Marco Dorta. Vzajes accidentales de Canarzas a América.<br />

En NI Simposio sobre posibles relaciones trasatlánticas precolombinas».<br />

Santa Cruz de Tenerife -Las Palmas, 1970<br />

6 A!ejrndrn de Humhddt en sii Fmwe~ critrque de !'H~stove de !a<br />

Géographie du Noveau Continent, tomo 1, pág. 123 y sigs, hizo referencia<br />

a similares navegaciones forzadas, de barcos que en el siglo XVIII<br />

traficaban entre las distintas islas Canarias y se vieron arrastrados<br />

a América.<br />

470 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS ?S<br />

tiempo, como también debieron ser distantes en la localización<br />

de la arribada- había de tener fatalmente una variante, cuando<br />

la técnica marinera pudo contar con embarcaciones que permi-<br />

tieran la maniobra: que quien llegara al otro lado del océano<br />

en virtud de lo fortuito, pudiera evitar la captación, el quedar<br />

atrapado hasta consumirse, es decir, que retuviera, con el deseo<br />

de retorno, la posibilidad de intentarlo y que, al fin, alguien<br />

consiguiera volver. Ese regreso inauguraría, de verdad, lo que<br />

hemos venido llamando «contactos», pues hasta entonces la re-<br />

lación únicamente había consistido en un «tacto», sin la recipro-<br />

cidad que supone ya el efecto de la vuelta. De ese retorno se<br />

derivaría, al fin, el descubrimiento.<br />

Curiosamente, pues, el tacto más superficial que el Viejo<br />

Mundo pudo hacer, lo que sería una fugaz visita, había de tener<br />

-en contraste con el alojamiento para siempre de todas las an-<br />

teriores- una trascendencia inmensa: el volcamiento, el contac-<br />

to definitivo. De aquí que tengamos que otorgar a este hecho el<br />

máximo valor y que le califiquemos de contacto trasatlántico<br />

decisivo.<br />

El profesor Manzano, en su importante libro sobre la gestión<br />

de Colón en España 7, ya nos adelantó -lo que compartimos de-<br />

cididamente- que su proyecto de viaje de descubrimiento se<br />

basaba en una rotunda convicción de la existencia de determi-<br />

nadas tierras al occidente del Océano, cuya localización sabía<br />

exactamente, a una distancia que conocía -a 750 leguas de la<br />

isla del Hierro- aunque tales tierras él no las hubiera visto.<br />

Este era su «secreto», lo que en «puridad» llegó a confesar a<br />

quien, por ese motivo, creyó en su proyecto y se transformó en<br />

su colaborador más firme y constante. Superó así el profesor<br />

Manzano las distintas vías por las que se creyó accedió Colón<br />

al propósito del descubrimiento: la de la puesta en práctica de<br />

las ideas de Toscanelli, que fueron de especial consideración con-<br />

cretamente para Angel Altolaguirre la de su genial elaboración,<br />

Juan Manzano. Crzstóbcrl Colón: siete años deczszvos de su vrda,<br />

1485-1492. Madrid, ediciones Cultura Hispánica, 1964.<br />

8 Angel Altolaguirre Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli.<br />

Madrid, 1903. Se ratifica en La carta de navegar atrzbuida a Cristóbal<br />

Colón por Mr. de la Ronciere, Madrid, 1925, y en las notas con que ilus-


6 DEMEXBIO BAMOS<br />

en virtud de un proceso intelectual, resultado del conocimiento<br />

y estudio de toda la literatura científica antigua y de la época,<br />

de los cálculos astronómicos y de los libros de viajes, como el<br />

de Marco Polo, todo lo cual es increíble 9, y por último la que<br />

tró las Décadas, de Herrera, en la edición de la Academia de la Historia,<br />

tomo 11, Madrid, 1934. Como prueba de la polarización de la investigación<br />

sobre este punto vid. Henry Vignaud: La lettre et la carta de Toscanelli<br />

sur la rute des Indes par llOuest, Pans, 1901, y también Mernoire<br />

sur I'authenticité de la lettre de Toscanelli du 25 de juzn 1474, París, 1902,<br />

siempre en contradicción de los supuestos que Altolaguirre quiso fundamentar,<br />

pues ese tema -admitir o descartar la influencia que pudo<br />

ejercer Toscanelli en Colón-, parecía ser lo medular. Confr. Gustavo<br />

Uzielli: Toscanelli, Colombo e la Ieggenda del Pzloto, ((Rivista Geográfica<br />

Italianas (Roma), IX, cuad. 1 (1902); sobre la polémica suscitada por la<br />

tesis de T"T&iinU& vi& U ---- P--J.--. 7' ". 3 r--~ ---- - 7<br />

nciily Luruici. nerrry v zgrruuu, auurnai de ia<br />

Societé des Americanistesn (París), XV (1923), págs. 1-17, y Charles E.<br />

Nowell. The Toscanellz tetters and Columbus, «Hisp. Amer. Historical<br />

Reviewn, XVII (1937), págs. 346-348.<br />

9 Se impone cada día más claramente la presunción de que sólo<br />

tardíamente Colón logró apoyar en muchos de los autores, que se creía<br />

uiaii~j;, %S co~i~epciüiie~, basadas miciaimente en una interpretación<br />

de las noticias que poseía. Un documento publicado por Louis-André<br />

Vigneras como apéndice a su estudio Etat des études sur Jean Cabot,<br />

«Congresso Internacional de Historia dos Descobrimentos», Lisboa, 1961,<br />

nos confirma en ello. Se trata de una carta del mercader John Day, cuyo<br />

destinatario -según su examen- es Colón, y en la que corresponde a<br />

su interés por saber las novedades de los viajes de Caboto desde Brístol.<br />

En esta carta le dice también que no puede remitirle el libro de la<br />

Inventzo Fortunata, que escribiera Nicholas de Lynn, por no haberlo llevado<br />

consigo, aunque «el otro de Marco Paulo y la copia de la tierra<br />

que es fallada le enbzos. Resulta sorprendente que en 1497 todavía estuviera<br />

pendiente Colón del libro del viajero veneciano, lo que no es<br />

.-e a-:-.Ll-<br />

iiiauuiaiuic, puch ei iiiisiiio ejempiar que se conserva en ia bibiioieca<br />

colombina, con apostillas del descubridor y del P. Gorricio, sólo es la<br />

edición abreviada latina, reeditada por Francisco de Pepuriis. Por cier-<br />

to, la Inventzo Fortunata la cita Las Casas en el lib. 1, cap. XIII de su<br />

Hzstorza de las Indzas, como obra en la que se mencionaban islas en<br />

el Atlántico, cita que en la Historia de D Hernando se hace, al referirse<br />

a 10s ieniüs que su padre consuitó, aunque se ia aiude en forma harto<br />

curiosa, trocado su título en autor -«Juvencio Fortunato narra »-,<br />

evidentemente por error de Ulloa, al traducir el texto que Las Casas<br />

leyó en original. Por lo que se ve, en 1497 tampoco Colón había visto<br />

todavía tal obra Con estas pruebas que ofrece la carta de Day se de-<br />

472 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


pretendía reconocer en su plan la consecuencia de un predescubrimiento<br />

personal, en lo que tanto y tan vivamente ins~stió<br />

Ulloa lo.<br />

La tesis del piloto desconocido, que anteriormente ya fue motivo<br />

de atención -como conjetura- por tantos autores, basándose<br />

en la consideración de la sospecha de Fernández de Oviedo<br />

y en las más rotundas afirmaciones de Gómara y Las Casas -redondeadas<br />

por Garcilaso-, ha sido revalorizada por el profesor<br />

Manzano, y -por lo que sabemos- con gran cantidad de pruebas,<br />

en el libro que tiene a punto de publicar. Las presunciones<br />

de la historiografía reciente -no sólo la portuguesa-, como lo<br />

vemos en Vigneras l1 y en Quinn 12, contarán, pues, con conclusiones<br />

decisivas, sobre lo que ya dejó apuntado Las Casas cuando<br />

-*---- a11iAía 2! erigen pl~fi c ~ l ~ ~ cpe b entre i ~ ~ «!Q- : que que-<br />

110s tiempos somos venidos a los principios, era común, como<br />

dije, tratarlo y platicar10 como por cosa cierta, lo cual creo que<br />

se derivaría de alguno o de algunos que lo supiesen . », como<br />

rrumba, por lo tanto, el supuesto de que Colon baso su proyecto des-<br />

cubridor en una elaboración teórica, que se asentaba en el estudio de<br />

textos científicos y relatos de viajes. Y si esta tesis se desvanece, por<br />

lo menos en el caso de estas dos obras, la de los informes previos se<br />

robustece como única solución.<br />

10 Luis Ulloa: Hlstorla umversal: América, de la edit. Gallach, Bar-<br />

celona 1932, donde compendia anteriores trabajos dedicados al tema,<br />

como el que tituló Crtstophe Colomb catalán. La vraze genese de la dé-<br />

couverte de Z'Amerique. Maisonneuve, 1927.<br />

11 Vigneras [9], en la carta que firma John Day, dirigida al almi-<br />

rante, le dice, después de relatarle el viaje de Caboto que «se presume<br />

cierto a'verse fallado e descubierto en otros tiempos el cabo de la dicha<br />

tierra por los de Bristol que fallaron el brasil [la que llamaron isla<br />

Brasil, frente a Irlanda] como dello tiene notma VSa, la qual se dezia<br />

la ysla de Brasil, e presúmese e créese ser tierra firme la que fallaron<br />

los de Bristol». Como se ve, el mercader amigo de Colón hace clara<br />

mención de su concreto conocimiento de esos viajes previos.<br />

12 David B Quinn: Etat present des études sur Za rédécouverte de<br />

1'Amenque du xv sszcle, ~Journal de la Societé des Americanistas»<br />

(París), LV (1966), págs 343-382, tomando en consideración las investi-<br />

gaciones de Sofus Larsen, concretadas en La découverte de I'Amerique<br />

vingt ans avant Chrrstophe Colomb, «Journal de la Societé des America-<br />

nistesn (París), XVIII (1926), págs. 75-89.


8 DEMETRIO RAMOS<br />

menciona «que los indios vecinos de aquella isla tenían reciente<br />

memoria de haber llegado a esta isla Española otros hombres<br />

blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no mu-<br />

chos años» 13.<br />

c) El aumento del rttmo de arribadas y el de posrbles retornos:<br />

el punto de partzda y el de regreso han de ser dzsttntos<br />

Por lo pronto, estamos ya ante un hecho -el del contacto<br />

decisivo- de alguien, llámese como quiera, que en virtud de cir-<br />

cunstancias fortuitas, traspasó la anchura del Atlántico, llegó a<br />

tierras americanas, y pudo regresar. Pero lo que nosotros vamos<br />

a examinar es la posibilidad de que este retorno no fuera el úni-<br />

co, es decir, que más de un barco que alcanzara costas uitra-<br />

atlánticas pudiera reponerse del azaroso desvío para retomar<br />

la vuelta. Con ello, para ser consecuentes de su efecto, habremos<br />

de relacionar la nada casual aparición de supuestas islas míticas<br />

en el fondo del Atlántico, puesto que las leyendas con que se las<br />

revistió sería una forma de explicar su contenido paradisíaco,<br />

dada la desnudez de sus habitantes, sobre todo si quien retorna-<br />

ba tuvo sólo oportunidad de verles a distancia. Un estudio de<br />

textos que nos fijen la cronología de esas nociones y un cotejo<br />

con su reflejo cartográfico sería particularmente útil. Ciertamen-<br />

te, antes tendríamos que superar el frío esquema racionalista<br />

que aún persiste, empeñado en ver el proceso de los descubri-<br />

mientos atlánticos descompuesto en tres elementos o fases: la<br />

leyenda, la experiencia -o búsqueda de lo legendario- y, al fin,<br />

la consecuencia científica 14, pues quizá no todo lo que conside-<br />

ramos fabuloso merezca esta sencilla caracterización, al menos<br />

en lo que lo motiva.<br />

Si es cierto que las posibilidades del ritmo de arribadas, al<br />

otro lado del Atlántico, se incrementan a partir del momento en<br />

que se intensifica la navegación a lo largo de la orilla euroafri-<br />

cana -pues a mayor número de barcos más posibilidades de<br />

13 Las Casas- Hzstoria de las Indias, lib. 1, cap. XIV.<br />

l4 Quinn [12], pág 346.<br />

474 ANUARlO DE ESTUDIOS ATLAhrTICOS


LOS CONTACTOS TRASAT~TICOS DECISIVOS 9<br />

arrastres-, también es lógico que esta escala creciente de llega-<br />

das determine igualmente un paralelo de eventuales retornos.<br />

Para intentar avanzar de alguna manera en el problema que<br />

nos planteamos, debemos establecer un fundamento de reflexión<br />

que pueda servir como asidero. Y el único en el que no puede<br />

haber discrepancia es éste: que la nave que fuera arrastrada<br />

hacia las regiones occidentales del Océano, hubo de alcanzar en<br />

su retorno forzosamente un punto distinto del que fue su base<br />

de partida, pues tanto la deriva como el tornaviaje han de ajus-<br />

tarse a la mecánica de los vientos y corrientes que se mueven<br />

en torno del anticiclón de las Azores. El viaje de ida, por consi-<br />

guiente, ha de fijarse sobre una latitud inferior a estas islas,<br />

donde las «brisas» que soplan al O.-SO. pueden alcanzar una<br />

fuerza, incrementando la constante del alisio, a la que una nave,<br />

en las condiciones en que se navegaba en el siglo xv, no pudiera<br />

sustraerse. Por consiguiente, si en esa época, cuando se navegaba<br />

hacia la costa africana, lo hacían pegándose al litoral, únicamen-<br />

te cabe que ese arrastre se produjera navegando desde Africa a<br />

Europa -porque entonces habían de adentrarse, separándose<br />

de la costa-, a menos que se tratara de una embarcación que<br />

hubiera tenido que apartarse, porque fuera proa a las Canarias<br />

occidentales. En cualquier caso, el ámbito más propicio para la<br />

deriva coincide siempre con estas islas, tanto si se procede del<br />

Sur, como de la Península. De aquí que el Alonso Sánchez de<br />

Huelva pueda ser tan verosímil, como también esas otras bo-<br />

rrosas figuras de quienes llegaban al Archipiélago procedentes<br />

de Guinea lS.<br />

Que la latitud en que se produjo el arrastre a que se vio for-<br />

zada la nave en que logró regresar el informante de Colón fue<br />

15 Las Casas, lib. 1, cap. XIV, habla de una nave que saliendo de<br />

España se dirigía a Flandes o Inglaterra; Gomara alude a aquella «que<br />

trataba en Canarias y en la Madera». Esta es la versión en la que Gardaso<br />

el Inca encaja a Alonso Sánchez de Huelva: Historia general del<br />

n, .-< -..-A T 1-7rwu,<br />

palL. 1, 11" 1, cap. III Ei empefio más deciciiciü en pro de este<br />

personaje, en Baldomero de Lorenzo y Leal: Crutóbal Colón y Alonso<br />

Sánchez o el primer descubrzmrento del Nuevo Mundo, Jerez, 1892, donde<br />

reúne las distintas versiones de las fuentes, como lo ha sistematizado también<br />

Francisco Morales Padrón.


10 DEMETRIO RAMOS<br />

ésta, es evidente, puesto que el pensamiento colombino tiene<br />

muy presente esta realidad, según se rastrea en el relato de Don<br />

Hernando, pues al hablar de cómo pudo germinar en su padre<br />

la idea del viaje a las costas asiáticas, al referirse a todos los<br />

rumores que circulaban en los ámbitos marineros, dice que «de<br />

todas estas cosas supo también valerse el Almirante, que vino a<br />

creer por sin duda que al Occzdente de Canarzas y de las islas de<br />

Cabo Verde había muchas tierras» 16, como más adelante, tratando<br />

de las conjeturas que se hacían, dice que «por esta razón y<br />

otras análogas puede ser que mucha gente de las islas del Hzerro,<br />

de la Gomera y los Azores asegurasen que veían todos los años<br />

algunas islas»; como líneas más abajo, refiriéndose al supuesto<br />

de la isla Antilia dice que «ninguno la colocaba más de 200 leguas.<br />

al Occidente frente a Canarras y a la isla de los Azores» ". Más<br />

adelante, al tratar del rumbo del viaje descubridor, anota que O n<br />

= m<br />

«muchas veces les había dicho [su padre a la tripulación] que<br />

O<br />

no esperaba tierra hasta tanto que no hubiesen caminado 750 E<br />

leguas al Occidente de Canarias» la. La referencia a las Canarias,<br />

como se ve, es el común denominador, aunque parezca paliarse<br />

ese supuesto único con alternativas. Por eso Las Casas dice sin<br />

ambages que Colón «siempre tuvo en su corazón, por cualquiera. - e m<br />

E<br />

ocasión o conjetura que le hubiese venido, que habiendo nave-<br />

O<br />

gado de la zsla de Hierro por este mar Océano setecientas y cin-n<br />

cuenta leguas, pocas más o menos, había de hallar tierra» lg.<br />

- E<br />

Que en el Almirante no se trataba de meras conjeturas, sino-<br />

a<br />

de algo muy fundamental, nos lo dice también Las Casas al es- -<br />

cribir «que sin alguna duda podemos creer que por otra ocasión<br />

[refiriéndose al piloto que dice llegó a morir en Madera] o por 3 O<br />

las otras, o por parte dellas, o por todas juntas, cuando él [Colón]<br />

se determinó, tan cierto iba de descubrir lo que descubrió.<br />

y hallar lo que halló, como si dentro de una cámara con su propia<br />

16 Hernando Colón: Historia del almtrante, edic. Madrid, 1932, tomo 1,<br />

capituio V, pág. 43.<br />

17 Hernando Colón [15], 1, cap. IX, pág. 72.<br />

18 Hernando Colón [15], 1, cap. XXI, pág. 167.<br />

'9 Las Casas: Htstorta de las Indlas, lib. 1, cap. XXXIX.<br />

476 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

2<br />

E


LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 11<br />

llave lo tuviera» m; como vuelve a repetirlo en otra parte: «como<br />

si este orbe tuviera metido en su arca» *l.<br />

La cuestión, como se ve, que nos plantea Las Casas -y evi-<br />

dentemente con razón- no es ya si Colón tuvo una información<br />

o un solo indicio basado en el retorno de una nave, sino si estos<br />

Indicios fueron más de uno, aspecto en el que creemos no se ha<br />

reparado, por conformarse cada investigador con una solución<br />

única para explicar el misterio de la motivación colombina.<br />

Si tenemos en cuenta volviendo al hilo inicial de nuestro<br />

razonamiento- que, como dijimos, una nave que se viera arras-<br />

trada al Occidente nunca podría alcanzar directamente, en su<br />

retorno, el punto de partida, resulta claro que la sensación que<br />

pudiera quedar latente de ese viaje azaroso fuera doble. Así es<br />

cómo resulta perfectamente claro lo que se lee en Don Hernan-<br />

.do y cómo las aparentes alternativas, lejos de ser contradicto-<br />

rias, se nos aparecen ajustadas a la lógica: «al occidente de Ca-<br />

narias y de las islas de Cabo Verde», «de las islas del Hierro, de<br />

la Gomera y los Azores», «al occidente, frente a Canarias y a la<br />

isla de los Azores».<br />

¿Hubo, pues, más de un viaje de retorno? Esto es lo que cree-<br />

mos, pues también es lo más lógico, puesto que si uno pudo vol-<br />

ver, por la misma razón pudieron regresar más, ya que las exclu-<br />

sivas no cabe pensar que estuvieran previstas en los designios<br />

de la providencia. Y esta diversidad no viene a crearnos ninguna<br />

complicación, como pudiera creerse si nos dejamos guiar por las<br />

apariencias; antes al contrario, ello nos resolvería no pocas de<br />

las dificultades con las que se tropieza el historiador en este cam-<br />

po colombino, puesto que así no sólo resultarían compatibles<br />

los distintos indicios de pilotos desconocidos -entre los que se<br />

veían obligados a optar los investigadores, excluyendo a los de-<br />

más-, sino que también se nos clarificaría la razón por la cual,<br />

quien ya había presentado en Portugal un plan, decidido a tomar<br />

la empresa, sintiera la necesidad de contrastar luego opiniones,<br />

«tomar lengua y aviso», como según Alonso Gallego ", en sus de-<br />

m Las Casas [13], lib. 1, cap XIV.<br />

2' Las Casas 1131, lib. 1, cap XXVIII.<br />

Pleitos colombmos, edic EEHA, Sevilla, 1964, tomo VIII, pág. 339.


12 DEMETRIO RAMOS<br />

claraciones en los pleitos, dice que Colón buscó en su visita a la<br />

Rábida. Y es que, por encima del relativo valor de un retorno<br />

-que con excesiva precipitación suele llamarse ((predescubri-<br />

mienton-, lo que merece la máxima ponderación es la clase de<br />

consecuencia que el mismo pudiera determinar, es decir, cómo<br />

se interpretaron las noticias que ese retorno puso en circulación.<br />

d) La interpretación de lo que llegó a ser visto: la fase de Zc<br />

sorprendente; la fase de tdentificación rnitica y la detecta-<br />

dora del mundo asiátzco<br />

Así, antes de tratar de los presumibles retornos, que creemos<br />

se produjeron, parece necesario hacer alguna consideración sobre<br />

las ideas que sería posible adquirir de los que pudieron rea<br />

gresar, y los efectos que crcarian esas r;avegac;ones, ap!icunde O<br />

un método de confrontación, de acuerdo con el contramolde que<br />

necesitamos identificar. Por lo pronto, debemos descartar el sun<br />

- m<br />

O<br />

puesto de una interpretación común y uniforme. Las condiciones<br />

E<br />

2<br />

en que los marineros afectados arribaran a las islas y tierras<br />

influilian &&ivamente er; e!v I>üestGS en la cir-<br />

E<br />

cunstancia de tal navegación imprevista, lo normal es que una<br />

buena parte de la tripulación tendría que perecer de sed o de<br />

- O<br />

m<br />

E<br />

hambre, dada la falta de provisiones con que serían sorprendi-<br />

O<br />

dos por la deriva forzada. Llegarían únicamente los mejor dotados<br />

físicamente o los que, en virtud de la tensión psíquica -pues<br />

las resistencias humanas son imprevisibles cuando pesa la resn<br />

E<br />

a<br />

ponsabilidad- pudieron sobrevivir. Pero, en todo caso, de esos<br />

n<br />

n<br />

pocos -y limitadas en número eran ya las tripulaciones- quizá<br />

sólo alguno alcanzaría !a playa indiana con cierta consciencia.<br />

Sias J


MS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 13<br />

pues los indígenas no estarían a lo largo de todas las costas.<br />

Y aunque así fuera, si por un lado los únicos supervivientes tratarían<br />

de evitar todo contacto, también los nativos -víctimas<br />

de paralela perplejidad- estarían recelosos de tan inopinada<br />

aparición 23. De no ser así, sólo un contacto amistoso podía salvarles.<br />

En estas condiciones, cabía emprenderse la nueva aventura<br />

del retorno, apresuradamente, antes de que tal trato se deteriorara.<br />

La situación en que se hallara la nave y la posibilidad de<br />

un aprovisionamiento preventivo, permitirían intentarlo, si 10s<br />

supervivientes se encontraban con capacidad para ello. La empresa<br />

de la vuelta no era sencilla, pero de los que llegaran a iniciarla,<br />

alguien pudo coronarla con éxito si les acompañaba la suerte<br />

de encontrar el rumbo de los vientos favorables. Pero -y ahora<br />

topamos ya con lo fundamentai-, ¿qué ideas podrían arrastrar<br />

tras esa inopinada aventura?<br />

Lógico es creer que, para unos, lo visto no pasaría de ser una<br />

o varias islas desconocidas, simplemente, sin más trascendencia;<br />

para otros lo visitado tendría una especial interpretación, poco<br />

menos que mara~illosa'~. De aquí nacerían en una segunda fase<br />

23 Tómese, como ejemplo, la soledad que, a causa de la perplejidad<br />

indígena, encontró Colón en el que llamó «Puerto de la Mar de Sancto<br />

Tomás» en la Española y, en contraste, la gran multitud que se acumuló,<br />

una vez que se rompió el recelo por la intervención de los indios<br />

que el Almirante llevaba en su nave Las Casas lo relata así (libro 1,<br />

cap LVI), tomándolo del diario: «Mandó salir [el Almirante] dos hombres<br />

de las barcas en tierra, para ver si había población, porque desde<br />

la mar no se parecía», lo que quiere decir que los nativos, temerosos,<br />

no se dejaban ver Los enviados descubrieron un poblado, pero después<br />

de intermrsr ?ir? ?unte, y sin dd2, 21 retlrare para dar e! awsn de !o<br />

que vieron, algunos indios -pocos- les siguieron, a los que sorprenden<br />

los españoles. Las Casas cuenta así el lance: «Vueltos [los enviados],<br />

dijeron que había una población grande, un poco desviada de la<br />

mar Mandó remar el Almirante las barcas hacia en derecho de donde<br />

estaba [hacia el poblado desierto] y, llegando cerca de tierra, vieron<br />

mes indms qiie ve~ian a !a or?!!a de !a mar, y p-esto ql~e al principio<br />

parecían tener temor, pero diciéndoles los indios que [Colón] consigo<br />

traía que no temiesen, vznzeron tantos, que parecían cubrzr la tzerra »<br />

Como se ve, el ejemplo es bien iIustrativo<br />

24 La sensación de asombro trasciende a cada paso en el Drano de


14 DEMETRIO RAMOS<br />

-o se reforzarían- los supuestos de islas fabulosas, tal como<br />

se refleja en lo que tan fácilmente calificamos de cartografía<br />

fantástica: Antilia, San Brandan, Siete Ciudades, Brasil, etc.<br />

Pero estas adscripciones, más que producto de la propia navegación,<br />

serían el resultado acumulativo de esas novedades inconcretas.<br />

Y las calificamos así porque nunca pudieron ser confirmadas,<br />

bien porque -como es lógico- los protagonistas,<br />

hombres sencillos, no se sintieron tentados a repetir, premeditadamente,<br />

la aventura por su cuenta, o ya porque ello fuera imposible,<br />

por fallecimiento, lo que es bien presumible tras el agotador<br />

esfuerzo, por fallo físico o como resultado de fiebres tropicales<br />

de que se vieran afectados, pues si pocos pudieron llegar<br />

al otro lado, menos lograrían regresar y menos aún sobrevivir.<br />

Y ese o esos marineros dolientes, que normalmente no sabrían<br />

. ,<br />

escribir, apenas dejafian tras de si otra cosa que !a versih de<br />

una aventura marinera por islas desconocidas, de las muchas<br />

que podrían circular. De aquí que las noticias no pasaran de ser<br />

flotantes nociones indeterminadas, referidas, más que al hecho<br />

en sí, al lugar en que se situaban. Todo dependía, pues, de quien,<br />

cm etra mentalidad, llegara a iz:eri;re:ar!as.<br />

Mas si, para quienes quisieran interpretarlas o traducirlas a<br />

algo más concreto, la identificación se diversificaba en esas distintas<br />

adscripciones -Antilia, Brasil, Siete Ciudades, San Brandan-,<br />

nada tiene de extraño que alguien se atreviera a saltar a<br />

una distinta adivinación. ¿Podría tratarse de la antepuerta de<br />

las Indias o del mismo Cipango? Este fue el supuesto al que llegó<br />

Colón. Su intuición parece lógica. Si se creía que entre la Europa<br />

Occidental y el fin del Asia mediaba la extensión del Océano<br />

Colón, donde las descripciones maravillosas se repiten una y otra vez.<br />

Véase, sobre la misma región antes citada de la Española, esta estampa<br />

que traslada Las Casas (lib. 1, cap LVI): «En esta comarca toda pare-<br />

cían montañas altísimas que parecían llegar al cielo, que la isla de Tene-<br />

rife dicen que era nada en comparación dellas en altura y hermosura;<br />

llenas de verdes arboledas, que era diz que una cosa de maravilla y<br />

estaba tan verde como si en Castilla fuera por mayo o por junio, puesto<br />

que las noches tenían catorce horas »<br />

480 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS CONTACTOS TRASAT~~TICOS DECISIVOS 15<br />

lón en este caso- transformaba lo visto, según la noticia que le<br />

llegaba, en base de certeza de lo que podía suponer, mientras el<br />

marinero se contentaba simplemente con la idea concreta de lo<br />

visitado: unas islas oceánicas, más lejanas.<br />

Así, pues, del mismo modo que creemos que no pocas embar-<br />

caciones, aunque distanciadas en el tiempo, fueron arrastradas<br />

sucesivamente a tierras americanas, también creemos que debe<br />

admitirse que fueron varias las que excepcionalmente lograron<br />

regresar, puesto que el mar nunca pudo ser una fosa insalvable,<br />

al menos por accidente. Pero si la influencia que pudiera ejer-<br />

cer la arribada a ultramar quedaba condicionada especialmente<br />

por las actitudes de la sociedad asumiente, en el caso de los re-<br />

tornos las limitaciones procedían sobre todo del protagonista,<br />

que para comenzar no era un hombre de empresa y luces, sino<br />

un rudo marinero, y que además no sabía de dónde venía 25, ya<br />

que todo su horizonte informativo se refería al recuerdo de los<br />

temporales, a las privaciones sufridas, sin pasar más allá de la<br />

visión de una o más islas desconocidas y misteriosas, bagaje<br />

no demasiado convincente, cuando de tantas y tantas consejas<br />

estaba repleta la vida de la mar. Además, al terror sufrido por el<br />

riesgo de su suerte al alcanzar tierra americana, se uniría, al re-<br />

greso, el temor de que quisieran ser utilizados sus servicios para<br />

dar con las islas visitadas. Y que esta limitación existió, nos lo<br />

demuestra el propio Las Casas, pues al relatar lo que se decía<br />

de unos marineros que llegaron a una isla desconocida en el<br />

Océano, dice que, vueltos a Portugal, contaron lo que habían vis-<br />

to «esperando recibir mercedes del infante»; pero como sin duda<br />

se les exigieron más noticias de las que podían dar o, temerosos<br />

de ser empleados en una tentativa para dar con lo que decían,<br />

se volvieron más cautelosos en su relato, «a los cuales diz que<br />

25 Según lo recoge Sena Barcelos, Subsidios para a historia de Cabo<br />

Verde e de Guznea, tomo 1, pág. 56, una nave que de Guinea regresaba a<br />

Santiago de Cabo Verde se adentró más a occidente por mal cálculo del<br />

piioto y, cuando se cruzó con eiia otra carabeia portuguesa, supo que<br />

se hallaba a 150 leguas de las Cabo Verde, creyendo estar ya entre ellas<br />

Si en este error tan grueso podía incurrir un piloto, en 1513, habituado<br />

ya a un tráfico regular, calcúlese lo que podría suceder a naves arras-<br />

tradas fuera de su rumbo y por ámbitos desconocidos<br />

Núm 17 (1971)<br />

31


16 DEMETRIO RAMOS<br />

maltrató y mandó que volviesen; pero el maestre y ellos no 1s<br />

osaron hacer, por cuya causa, del reino salidos, nunca más a él<br />

volvieron» ".<br />

Por lo pronto, tenemos el contramolde de las interpretacio-<br />

nes que se sucedieron, cuya primera fase, justamente, es la del<br />

terror, que demasiado fácilmente hemos atribuido a un genérico<br />

«terror medieval», si no lo derivamos de rumores tan remotos<br />

como los de los tiempos cartagineses. La segunda fase -en la<br />

que ya debemos ver la huella de algún presumible retorno con<br />

determinado efecto- la fijamos en el siglo XIV, como permite su-<br />

ponerlo la bula pontificia que habla de la isla Antilia. Es la etapa<br />

de la identificación fantástica. La tercera corresponde al siglo m,.<br />

en la que los síntomas vienen a imponernos no uno sino varios<br />

regresos; y si persiste una interpretación semejante, no es tanto<br />

porque continúen inaiteradas ias ideas provocadas por esas no-<br />

ticias o experiencias, sino porque cuando se ha llegado a creer<br />

en algo más que en islas, los fracasos obtenidos en las ocasiones<br />

en que se pretendió dar con ello, les obligaron a acogerse a la<br />

versión ya tradicional n, que se veía respaldada -además- por<br />

ia eruciicion y ei saber de ía época.<br />

Para hacer alguna luz en un tema que cuenta con bases do-<br />

cumentales tan leves, hemos de apelar al recurso que se nos pro-<br />

porciona por los síntomas de reflejo -lo que llamamos método<br />

de contramolde-, pues lógicamente no puede creerse que un<br />

26 Las Casas, lib. 1, cap. XllI<br />

27 De aquí que, al persistir la tradicional vaguedad a la que se apela<br />

en las fórmulas de cancillería, tal como lo vemos en los documentos de<br />

Santa Fe, que hablan -sin ninguna mención concreta a las Indias-<br />

únicamente de «islas e tierras firmes en las mares océanasn, Henry Vinnaud<br />

en su Wisfozre crztigzle de !a Gra~ Fwreprzse de Cristnphe Co!nrn_hr<br />

París, 1911, y especialmente Charles de la Ronciere: La carta de Crzstophe<br />

Colomb, París, 1924, llegaran al absurdo de sostener que Colón<br />

trató de descubrir fundamentalmente -al partir para su primer viajeislas<br />

oceánicas.<br />

482 dWUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


U)S CONTAl'TOS TRP.SATL&NTICOS DECISIVOS 11<br />

retorno, con noticias concretas, podía caer en el vacío. Y si en-<br />

contramos expediciones que inexplicablemente se montan con<br />

una gran ambición, es decir, no como tímida o caprichosa tenta-<br />

tiva, para buscar algo, ello nos impone que tal empresa es el<br />

efecto de una causa determinante28, que cabe comprobar de<br />

acuerdo con los mismos síntomas que la búsqueda ofrece. Si las<br />

conclusiones que se obtienen se ven respaldadas por otros tes-<br />

timonios indicativos que hablan de tal realidad, podremos creer<br />

que estamos en una vía de certidumbre. No tendremos, cierta-<br />

mente, el viaje fortuito a la vista, con sus detalles y su protago-<br />

nista -cosa explicable, porque hay que dar por descontado que<br />

se trataba de un humilde patrón que hacía un viaje rutinario-,<br />

pero sí su evidencia, cuando un hombre de prestigio y categoría<br />

-capaz para tal empresa-, y no un simple aventurero, se lanza<br />

al mar para aprovechar aquella experiencia casual.<br />

28 Que tales expediciones no tuvieran más motivo que la intuición<br />

es lo que hizo que resultaran increíbles los alcances que creyó advertir<br />

en eiias J. Cortesáo en lhe Eirecoiumbian ázscovery oj Amerzca, «Tne<br />

Geographical Journab (Londres), tomo LXXXIX (1937), págs. 29-42, tratando<br />

de tres viajes portugueses a América: el de Teive -del que ahora<br />

hablaremos- hasta el banco de Terranova; el de Telles -de quien<br />

trataremos más adelante-, y el de Dulmo, que se perdió en el mar.<br />

Vignaud también se fijó en estos viajes en sus Etudes critiques sur la<br />

vze de Colomb avant ses découvertes, París, 1905, págs. 22-25, del mismo<br />

modo que Fortunato de Almeida, La découverte de Z'Amerzque. Pzerre<br />

dJAilly et Christophe Colomb. Les voyages des Portugazs vers Z'Ouest<br />

pendant le xve sikle, Coimbra, 1913, y Francisco Fernandes Lopes en su<br />

estudio Colabora~üo portuguesa no descobrimento da Amerzca nüo braszleira<br />

(publicado en la Historza da expansüo portuguesa no mundo, de<br />

C. M. Baiiio, Lisboa, tomo Ii, 1940, págs. 33i-3581, aunque matizando<br />

mucho las conclusiones. Rotundamente contrarios a los puntos de vista<br />

de Cortesáo fueron G. R Crone: The alleged precolumbzan dzscwery of<br />

America, «Geographical Journab (Londres), tomo LXXXIX (1937), páginas<br />

455460; Roberto Almagia, que parecía imbuido de un criterio nacionalista,<br />

en su obra 1 przmz esploratorz dell'dmerica GZz italiani,<br />

Roma, 1937, págs 45, 426-19; Charies E ~oweii: ihe Coíumbus Question-<br />

A survey of Recent Lzterature and Present Opmion, «The American Historical<br />

Review» (Nueva York), XLIV, núm. 4 (1939), págs. 803-822, y<br />

también Samuel E. Morison. Portuguese voyages zn the Fzfteen Century,<br />

Cambridge, Harvard Univ. Press, 1940, págs 21-29 y 43-48<br />

Núm 17 (1971) 483


18 DEMETRIO RAMOS<br />

a) La expedición de Teive, un intento de repetir un viaje for-<br />

tuito: el cambio de rumbo y la entrada en el Sargazo<br />

Tales condiciones concurren en la expedición de Diego de<br />

Teive, de hacia 1452 que, organizada por el infante don Enrique,<br />

tiene la ventaja de algunos asideros documentales, contando,<br />

además, con un estudio serio, como el realizado por Cortesáo ".<br />

De ella habla también Don Hernando Colón, cuando, al referirse<br />

a todas las consejas que pudo conocer su padre antes de concebir<br />

su proyecto, menciona algo de este viaje que -aunque parece<br />

intencionadamente desdibujado en su alcance, al decir que se<br />

hizo en busca de la fantástica isla de las Siete Ciudades-, le es<br />

imposible silenciar, por haber salido a relucir en las declaracio-<br />

nes de los pleitos que los Colón sostuvieron con la Corona. Y así<br />

dice que realizó una entrada hacia Occidente acierto Diego de<br />

'Tiene [por Teive], cuyo piloto, llamado Pedro de Velasco 30, na-<br />

tural de Palos de Moguer ... dijo al Almirante en Santa María de<br />

la Rábida, que salieron de Fayal y navegaron más de ciento cin-<br />

cuenta leguas al Sudoeste. . » 'l.<br />

29 Jaime Cortes50: A viagem de Dzogo de Tezve e Pero Vázquez de<br />

la Frontera ao Banco de Terranova em 1452, «Arquivo Histórico da Ma-<br />

rinha» (Lisboa), núm. l (1933), además del trabajo ya citado [28], y<br />

también en Génesis del descubrimtento: Los portugueses, Barcelona,<br />

Hzstoria de Amérzca, de la edit. Salvat, 1947, págs. 684700. Como plan-<br />

teamiento genérico, vid. Gustavo Cordeiro Ramos: Die Azorische Inseln<br />

und dze Erschlzessung der Nevem Welt, «Ibero Amerikanisches Archivn<br />

fHamburgo-Berlín), 111, núm. 2 (1939), págs 81-105.<br />

30 En la Historza del Almzrante don Cristóbal Colón, escrita por su<br />

hijo Don Hernando, a Pero Vázquez se le llama Velasco, que era la forma<br />

en que se iaiiiiizaba apeliido en la época, es;e es Uiio & los<br />

detalles que permiten suponer que las notas de Colón en que se basara<br />

su hijo estaban escritas en latín.<br />

31 Hernando Colón: Historia del Almirante [16], cap. IX, tomo 1,<br />

páginas 7475. No deja de ser curioso que todos los casos que se refieren<br />

en este capitulo se presentan solo como motivos que animaron al Almi-<br />

rante, por la esperanza de encontrar eii t.1 camino «alguna isla u tierra<br />

de gran utilidad, desde la que pudiera continuar su principal intento»<br />

(página 67) y no, en cambio, como indicios ,de que las costas asiáticas<br />

estuvieran tan próximas como quería suponerse Así se explica que la<br />

%expedición de Teive se mencione despojada de su verdadero objetivo y<br />

484 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS


LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 19<br />

Por lo pronto, ese rumbo -al Suroeste-, es decir, adentrán-<br />

dose en el Océano, resultaría ya demasiado extraño, sobre todo<br />

cuando podía emprenderse tal viaje desde Madera, si sólo se<br />

buscaba ponerse en determinada latitud, si no es que se preten-<br />

día, además, penetrar en profundidad, aprovechando la ventaja<br />

de ser las Azores el archipiélago que se encontraba más al inte-<br />

rior del Océano, con casi 10" de diferencia en longitud Oeste sobre<br />

las Canarias. Por consiguiente, forzoso es reconocer aquí un in-<br />

tento de entrar muy lejos.<br />

Ahora bien, una expedición a vela -como las de entonces-<br />

que partiera de Fayal, antes de poder emproar al Suroeste, ne-<br />

cesariamente había de navegar a rumbos entre el Este y Sur, has-<br />

ta encontrar los alisios. ¿Cómo, pues, en la versión que nos ha<br />

llegado de la Historia de Don Hernando se dice que; desde las<br />

Azores, «navegaron más de ciento cincuenta leguas al Sudoesten,<br />

si ello es imposible? La explicación de esta aparente anomalía<br />

cabe obtenerla leyendo el texto paralelo de Las Casas -que tuvo<br />

a la vista el manuscrito de Don Hernando-, donde se relata el<br />

viaje en forma que permite comprender la realidad de esta ex-<br />

pedición, pues escribió: «habían partido de la isla del Fayal, y an-<br />

duvieron 150 leguas por el viento lebechio, que es el vzento<br />

Nomeste». Se nos cita, como se ve, dos vientos que, aunque son<br />

opuestos, los superpone -pues el lebechio es el viento del Este<br />

y, por lo tanto, nunca puede identificarse con el Noroeste; ello,<br />

- - -<br />

pues, evidencia que el manuscrito de la Historia de Don Hernan-<br />

do que utilizaba el dominico hablaba de dos rumbos y que no<br />

supo descifrar lo que podía decir: «anduvieron 150 leguas por<br />

el viento lebechio [empujados por el levante], después de nave-<br />

par con el viento Nomeste», es decir, después de haber ido, im-<br />

"<br />

pulsados por éste, primero al Suroeste, hasta encontrar el alisio.<br />

relacionada con una de esas islas supuestas. Se trata de contribuir a1<br />

empeño no solo de agigantar el mérito de su padre, sino de ofrecer una<br />

versión de exclusiva realización, la que necesitaron sostener en los<br />

pleitos para evitar cualquier merma en los derechos discutidos. Por<br />

esta razón, todos los casos que se citan son supérfluos y de escasa va-<br />

loración, salvo este ,del informe de Pero Vázquez, que si no podía ser<br />

omitido, por haber sido mencionado en varias declaraciones, así se des-<br />

valoriza en lo que era sustancial.<br />

Nkm 17 (1971) 485


20 DEMETRIO RAMOS<br />

La mención de los dos vientos por Las Casas nos está dando,<br />

pues, los dos rumbos, aunque él los confundiera. El dominico,<br />

al no entender el original, respetó lo que creyó leer en él, mientras<br />

que Ulloa prefirió, al traducirlo, simplificar lo que veía confuso,<br />

con lo que mutiló la primera parte del viaje 32. La aclaración<br />

que, por la confrontación de textos podemos hacer, no sólo<br />

nos restablece lo que faltaba, sino que nos permite también descubrir<br />

una prueba patente de la intencionalidad de la expedición,<br />

,que sólo podía realizarse así gracias a una previa experiencia,<br />

que evidencia un arrastre anterior del que pudo ser víctima una<br />

nave al llegar a la latitud de los alisios. Con ello, por consiguiente,<br />

podemos reconstruir en esta parte la peripecia inicial del viaa<br />

je que determinaba la expedición de Teive, cuyos pasos procura- :. E<br />

$a repetir fielmente. Por consiguiente, no se trata de una expe-<br />

0<br />

dición que se monta por una intuición, sino de una repetición, n -<br />

O o><br />

que busca algo -ello es evidente- visto en un viaje accidental,<br />

E<br />

del que pudo ser protagonista una nave que desde el Fayal se<br />

dirigía a Guinea U. - E<br />

De esta forma se nos hace igualmente patente que la profun-<br />

2<br />

dización hacia el Oeste tuvo que ser mucho mayor que esas «más -<br />

de ciento cincuenta leguas», pues si llegaron a más, quiere de- B<br />

E<br />

cirse que las ciento cincuenta leguas son una cifra notoriamente<br />

rebajada. Tal parece evidente, pues, si tomamos la media de lo<br />

n<br />

recorrido en los diez días primeros de la navegación de Colón, - E<br />

a<br />

esa distancia se cubrió en cinco días, con lo que sería inconcebi- 2<br />

ble que tan pronto renunciaran a continuar por aquel rumbo ;<br />

32 Se trata, como se ve, de otro error del traductor que publicó la 3 O<br />

Hrstorza, de Don Hernando, semejante al que padeció en el caso de la<br />

Inventio Fortunata -tai como io ieyó Las Casas en ei original, y como<br />

lo transcribe en el libro 1, cap. XIII-, que en la Historia, de Don Hernando,<br />

se convierte en un autor, al decirse Juvencio Fortunato narra<br />

33 Cortesáo, que creyó que el viaje de Teive fue montado por un mero<br />

deseo promotor [28], no advirtió este síntoma clarísimo de que se<br />

estaba guiando por una experiencia previa, pues si se trata de repetir<br />

es obvio que hay un viaje accicientai cuyas circluisianaas procura reproducir.<br />

Así pues, los pasos de Teive nos reconstruyen, como contramolde,<br />

ese viaje desconocido. Queremos aprovechar esta oportunidad<br />

para dejar constancia de nuestro agradecimiento al doctor Enrique<br />

Marco Dorta, con quien provechosamente discutimos este punto<br />

486 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

n


M8 CONTACTOS TRASATL~ITICOS DECISIVOS 21<br />

premeditado, cuando después prolongaron tanto la navegación<br />

por otras latitudes. Es más, si sabemos que cambiaron de rum-<br />

bo ante el temor que les suscitó la continuidad del sargazo, calcu-<br />

lando por el límite en que le encontró Colón, habrían necesitado<br />

recorrer no 150, sino algo más de 200 leguas. Y como no puede<br />

creerse que se sintieran tan preocupados por la acumulación de<br />

hierbas sino después de comprobar su continuidad, al menos du-<br />

rante un par de jornadas, tenemos que admitir que llegaron a<br />

colocarse a los 29" de latitud, donde ciertamente el sargazo tiene<br />

su mayor dimensión, penetrando, por lo tanto, hasta los 40" de<br />

longitud O., después de cubrir en tal dirección unas 290 leguas.<br />

Entonces sí que es comprensible el viraje que dieron. Pero nó-<br />

tese que, si primero cambiaron del Suroeste al Oeste, estaban<br />

siguiendo justamente ei camino que siguió Coion. ¿Y no es esto<br />

harto sintomático? ¿Qué podía buscarse por allí?<br />

b) La remontada de Teive y su significado: se cree en tierra<br />

continental<br />

Que la expedición no era una simple intentona caprichosa, de<br />

nuevo nos lo demuestra el hecho de que, al no atreverse a seguir<br />

entre el sargazo, cambiaron de rumbo «y al tornar -dice Don<br />

Hernando- descubrieron la isla de Flores, a la que fueron guia-<br />

dos por muchas aves.. , después, caminaron tanto al Noroeste,<br />

.que llegaron al cabo de Clara, en Irlanda, por el Este.. » 34. Tal<br />

relato -que repite Las Casas, parafraseándole- nos evidencia<br />

mucho más de lo que puede leerse, pues ese retorno hacia las<br />

Azores, es decir hacia la base de partida, para luego continuar,<br />

resulta incomprensible. Por consiguiente, lo que se desprende es<br />

,que, al marginar el sargazo, remontaron en latitud, con lo cual,<br />

al salir del ámbito de los alisios, se vieron favorecidos -como<br />

Colón a la vuelta de su viaje- por vientos que les permitieron,<br />

.en la latitud de las Azores, topar con la isla Flores. Pudieron<br />

34 En la edición príncipe en italiano de la Historia, de Don Hernan-<br />

do, se dice aquí ache presero il capo di Chiara in Irlanda per Loesten,<br />

aunque claro es, como leyó Las Casas en el original castellano, este<br />

cabo hubieron de tomarle al Este, como lo retocamos, pues debe tratarse<br />

de otra errata que se le deslizó a Ulloa.


22 DEMETRIO RAMOS<br />

dominar la situación y fue entonces cuando -prosiguiendo su<br />

intento- «caminaron tanto ... que llegaron al cabo de Clara, en<br />

Irlanda [teniéndole] por el Este; en cuyo paraje hallaron recios<br />

vientos del Poniente, sin que el mar se turbara, lo que juzgaron<br />

podía suceder por alguna tierra que le abrigase hacia Occidente».<br />

Con mayor claridad que en el texto de Don Hernando, Las Casas<br />

dice que no se atrevieron a continuar el viaje en busca de la<br />

tierra así presentida, en términos que dejan fuera de toda duda<br />

el propósito que llevaban, pues lo explica así: «lo cual no prosi-<br />

guieron yendo para descubrilla, porque era ya por agosto y te-<br />

mieron el invierno» 35.<br />

Ahora bien, si esta expedición se monta para llevar a cabo<br />

un descubrimiento rumbo al Suroeste, es decir, buscando tierra<br />

frente a Canarias y, a causa del temor que les suscita la extensión<br />

del sargazo, remontan y, tras el descubrimiento de la isla de Flo-<br />

res, siguen aún mucho más al Norte, hasta ponerse al Oeste de<br />

Irlanda, es evidente que no se trata de una empresa de objetivo<br />

limitado, sino que lo que se cree tener delante es algo tan exten-<br />

so que, si juzgan no poder buscarlo frente a Canarias, según el<br />

rumbo con el que salen, tratan luego de hallarlo a lo largo de<br />

un tan amplio arco como para subir a las islas Británicas 36. Con-<br />

35 Las Casas: Historza de las Indias, lib. 1, cap XIII.<br />

36 Esta expedición de Teive se ha querido ver como motivada por n<br />

las supuestas noticias de la Ixola Ottnttcha que figura en el mapa de<br />

Andrea Bianco, de 1448, al Suroeste de Cabo Verde, de cuya consigna- l<br />

n<br />

ción en esta carta -sin que en otra anterior se la hubiera mencionado-.<br />

dedujeron Yule Oldham y Batalha Reis una llegada fortuita a las costas<br />

del Brasil. No es nuestro propósito discutir este punto, pero sí nos O 3<br />

sentimos en la necesidad de evidenciar que ninguna relación puede<br />

existir con ei viaje de ieive. Ei hecho de que figure esa isla en una<br />

carta de 1448 quiere ya decir que esa presunta arribada al Brasil tendríamos<br />

que suponerla anterior. J. Cortesáo en O designzo do Infante e<br />

as explora@es atlántrcas até a sua morte, que forma parte de la Historia<br />

de Portugal, de Damiáo Peres, así como en Los portugueses, del volumen<br />

sobre la Génesis del descubrtrnrento, Barcelona, 1947, trató en<br />

efecto de sostener ese haiiazgo de ia cosra brasiieña, y, para apüyar<br />

el indicio únlco que ofrecía este dato del mapa de Bianco, alegó la<br />

expedición de Teive, en la que quiso ver su consecuencia, al misma<br />

tiempo que relacionaba con la arribada a la Ixola Otinttcha, para fijar<br />

la fecha en la que pudo ser avistada, una mención de Antonio Galvao<br />

488 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

O<br />

- E<br />

a<br />

n


LOS CONTACTOS TRASATL~WICOS DECISIVOS 23<br />

secuentemente, todos estos indicios inclinan, objetivamente, a<br />

convenir que se pensaba en algo más que islas, es decir, en una<br />

tierra continental que, dadas las concepciones de la época, ha-<br />

bía de ser el extremo asiático. Y tal planteamiento sólo es com-<br />

prensible de haber sido promovido por un retorno que hubiera<br />

costeado en tal sentido tierras americanas, aunque no fuera se-<br />

guida su continuidad. La misma remontada desde el mar del<br />

Sargazo hasta el paralelo de la isla de Flores, demuestra que<br />

tenían noticia del camino de regreso, como es lógico.<br />

Huellas de que ese retorno existió, las tenemos en el mismo<br />

relato de Don Hernando -basado en las notas de su padre-,<br />

que repite Las Casas en su Historia, donde leemos que la expe-<br />

dición de Teive fue motivada porque «en tiempo del infante Don<br />

Enrique de Portugal, con tormenta corrió un navío que había<br />

salido del puerto de Portugal y no paró hasta dar en ella [la isla<br />

de las Siete Ciudades]», para agregar que, cuando regresaron,<br />

el maestre y los marineros terminaron por escapar del país, por<br />

no querer volver a buscar lo que habían hallado, que claro es,<br />

si se interpreta como la isla de las Siete Ciudades, es porque así<br />

lo leyó en el libro de Don Hernando. Esta falta de información<br />

concreta explica que, cuando «algunos salieron de Portugal a<br />

buscar esta misma [isla] que por común vocablo llaman Anti-<br />

en su Tratado dos diversos e desvairados caminhos, Lisboa, 1563, donde<br />

se dice que, según las opiniones que había oído, una embarcación portuguesa,<br />

que fue arrastrada por una tempestad, descubrió en 1447 la<br />

isla de las Siete Ciudades. Pero si esta mención no parece que pueda<br />

relacionarse con una tierra vista t~n al Sur -todos los mapas medievales<br />

que representan esta isla la sitúan de las Azores al Norte-, tampoco<br />

creemos que la exploración de Teive pueda considerarse como motivada<br />

por ese presunto haiiazgo mericiionai, pues ia ixoia Otznfzcha ia<br />

representó Blanco al Suroeste de Cabo Verde, y no es lógico que fuera<br />

en su busca una expedición que salió de las Azores sin dirigirse a Cabo<br />

Verde. Tampoco concuerda con la afirmación de Cortes50 -que nos<br />

parece forzada, para apoyar su tesis del anticipo del descubrimiento del<br />

Brasil- el rumbo que tomó Teive después de su retroceso, justamente<br />

en dirección contraria, hacia ei oroe este. Todo eiio obiiga a pensar<br />

que las noticias que movieron a Teive corresponden a una arribada a<br />

las Antillas y a su correspondiente retorno, por la vía de los vientos del<br />

Oeste, en cuyo regreso volvieron a ver más tierras. Quizá la tradición<br />

que menciona Antonio Galváo se refiera a este hecho.<br />

Núm 17 (1971) 489


24 DEMETRIO RAMOS<br />

llan " -refiriéndose concretamente a la expedición de Teive-,<br />

quedaran cortos en la penetración del Océano 38.<br />

Está en lo cierto Quinn cuando, al referirse a esta penetración<br />

desde las Azores, dice que «es verdaderamente la primera exploración<br />

seria del Océano» 39, puesto que se realizó a lo largo de un<br />

amplio arco y en función de una interpretación que no puede ser<br />

dudosa. El relato de Diego Gomes de Sintra, uno de los marinos<br />

que tuvo a su servicio el Infante, nos lo demuestra; pues dice<br />

que Don Enrique «desejando conhecer as regióes afastadas do<br />

Océano occidental, se acaso haveria ilhas ou terra firme além<br />

da descricáo de Ptolomeu, enviou caravelas para procurar terras»<br />

". El hecho de que se hable tan claramente de aterra firme»<br />

a<br />

evidencia que las noticias llevadas por la nave que retornó fue- N<br />

E<br />

ron interpretadas no sólo como islas, sino también como capaces<br />

O<br />

de crear la convicción de que las costas continentales asiáticas<br />

d -<br />

O o><br />

estaban allí.<br />

Y que eso es lo que creían, nos lo prueban varios testimonios<br />

37 Las Casas, lib. 1, cap. XIII, igual en Don Hernando, cap. IX.<br />

3-0 es nada extraño que quedaran corius, dada ia difi~uiiad en 2<br />

calcular las distancias en longitud. Incluso en informaciones que pretenden<br />

ser puntuales y que se hacen en condiciones no anormales, prevenidos<br />

para registrar lo que se fuera encontrando, es decir, en viaje<br />

preparado para descubrir, los errores que frecuentemente se aprecian<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

son asombrosos. En la carta de Day que estudió Vigneras, de la que<br />

n<br />

trataremos más adelante, al relatarse lo que descubrió Caboto, traslada<br />

que «el cabo más cercano a Yrlanda está a 1" DCCC millas al houeste<br />

del cabo Dursel que es en Yrlandan. A este propósito, comentó Vigneras,<br />

que si Caboto calculaba las distancias en millas romanas (de 1480<br />

- E<br />

a<br />

l<br />

d<br />

n<br />

n<br />

metros), como lo hacían la mayor parte de los navegantes en la época, 3 O<br />

1.800 millas significaban 1.440 millas náuticas. Sin embargo, la distancia<br />

entre Iriancia y ei cabo ai que se refería alcanza 2.G% m~iias nbuticas.<br />

Ante este ejemplo bien concreto cabe comprender también que -con<br />

una información tomada en circunstancias poco normales, y más si<br />

los que volvieron, para cubrirse del riesgo, prefirieron situar su recorrido<br />

por ámbitos más próximos- Teive luego pudiera quedarse corto<br />

en su penetración.<br />

3' David B. Quinn ii2i, pág. 363.<br />

* As relapies dos descobrirnentos da Guzné e das dhas dos Acores,<br />

Madezra e Cabo Verde, traducción al portugués de Gabriel Pereira, &Oletim<br />

da Sociedade de Geografia de Lisboa», 17 serie (1898-1899), páginas<br />

265-293<br />

490 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

E<br />

E<br />

2<br />

E<br />

-


LOS CONTACTOS TRAsATLÁNTICOS DECISIVOS 25<br />

que aparecen en los pleitos colombinos, al aludirse a las conversaciones<br />

que tuvo con Colón el piloto Pedro Vázquez. Alonso Vélez,<br />

alcalde de Palos, en efecto, declaró que cMartín Alonso [Pinzón]<br />

llevó aviso de Pedro Vasques de la Frontera, que avía ydo<br />

a descubrir esta tierra [se refiere a las Indias] con un Ynfante<br />

de Portogal y dezia que por cortos la avían errado y se avían engañado<br />

por las yervas que avían hallado en el golfo de la mar, y<br />

dixo al dicho Martín Alonso que cuando llegasen a dichas yervas<br />

. que siguiesen la vía derecha porque hera ynposible no dar<br />

en la tierra.. porque1 dicho ynfante de Portogal [en su tiempo,<br />

quiere decirse] por no hazerlo erró la dicha tierra y no llegó » 41.<br />

Según la declaración dc Fernando Valiente, el piloto Pero<br />

Vasques de la Frontera «avía ydo una ves a fazer el dicho descubrimiento»,<br />

P decir, e! de las Indias, y que a C016n y a Pinz6n y<br />

a toda la gente animaba en Palos para que «fuesen aquel biaje,<br />

que avían de fallar tierra muy rrica» ". Ello lo confirma otro<br />

testigo, Alonso Gallego, cuando asegura que «Pedro Vázquez de<br />

la Frontera, como persona que avía sydo criado del Rey de Portugal,<br />

tenía notigia & !a tierra de las dichas Yndias» 43 y ve<br />

por ello, Pinzón «en casa de Pedro Vázquez de la Frontera»<br />

hubo de prometer, antes de emprender el viaje, que ni él ni sus<br />

parientes cavíamos de bolver a Palos hasta descubrir tierra» 44. Si<br />

tal seguridad quiso poner el viejo piloto de la expedición de<br />

Teive, los testimonios de Alonso Vélez sobre él -«que avía ydo<br />

a descubrir esta tierra»-, de Fernando Valiente -que cavia ydo<br />

una vez a fazer el dicho descubrimiento»-, y el de Alonso Gallego<br />

-que atenía noticia de la tierra de las dichas Yndiasx- no<br />

pueden ser más concluyentes. Y para que así fuera, para que pudiera<br />

&&-se que atenia norjcia,) inritiprz en Gn pjmh~ &eminado,<br />

forzoso es admitir algo más que una simple presunción,<br />

máxime cuando Don Hernando y Las Casas hacen esa referencia<br />

41 Pleitos colombinos, edic. de Antonio Muro Orejón, con la colabo-<br />

ración de Florentino Pérez-Embid, José Antonio Calderón Quijano, Fran-<br />

cisco Morales Padrón y Tomás Marín Martínez. Sevilla, EEHA, tomo<br />

VIII, 1964, pág. 258.<br />

42 Pleitos colombtnos, VIII, pág. 301.<br />

43 Pleitos colombmos, VIII, pág. 339.<br />

M Pleitos colombinos, VIII, pág. 341.


26 DEMETRIO RAMOS<br />

a la nave que poco antes fue arrastrada por una tormenta y pudo<br />

regresar.<br />

He aquí, pues, una huella bien visible de un retorno, que debe<br />

ser fijado antes de 1452, de una nave portuguesa que hubo de<br />

ser arrastrada hacia tierra americana, concretamente a la altura<br />

de las Canarias, de donde logró volver remontando en latitud,<br />

quizá a la vista de las Bermudas, motivo por el cual resulta ex-<br />

plicable que, fracasado el tanteo frente al Hierro, lo intentara<br />

Teive luego más al Norte. Por 10 menos, el contramolde de esta<br />

expedición lo hace patente.<br />

111. LA CONSOLIDACI~N DE LA IDEA ERUDITA DE LA LEJAN~A Y LA a<br />

CONSECUENTE INTERPRETACIÓN DE NUEVAS NOTICIAS EN LA ETAPA<br />

DE 1462: ISLAS OCEÁNICAS<br />

E<br />

O<br />

El fracaso de Teive a todo lo largo del arco atlántico, de los<br />

292 los 51" latitud Norte, forzosamente hizo retroceder las ideas<br />

que se habían llegado a forjar. Resulta totalmente lógico que las<br />

tierras que hubiera visto ese desconocido piloto fueran interpre- 3<br />

tadas, con ciertas dudas, como asiáticas. Creer que a esa conclusión<br />

sólo pudo llegar Colón, sin que a nadie más -ni siquiera a<br />

- e<br />

m<br />

E<br />

alguno de los colaboradores del infante Don Enrique-, se le hu- O<br />

biera ocurrido antes, es totalmente absurdo. Pero un fracaso tan<br />

rotundo debió imponer un replanteamiento, es decir, la vuelta<br />

a la aceptación de la dimensión de la circunferencia terrestre,<br />

que estaba establecida científicamente, haciendo retroceder la extensión<br />

de las tierras asiáticas y, por lo tanto, ampliando la del<br />

- E<br />

a<br />

-<br />

Ockano. Por eso, el recuerdo de aquellas noticias que vemos en<br />

la donación de Alfonso V y en la referencia que conoció Colón,<br />

se contrae a islas: la de las Siete Ciudades o Antillia. Este es el<br />

momento en el que puede ser cierto lo que dice Pérez-Embid<br />

cuando alude a las tentativas autorizadas por la Corona portuguesa<br />

hacia el interior del Atlántico, considerándoIas como «búsquedas<br />

hechas un tanto al azar, arriesgando muy poco, y sin<br />

esperar de ellas casi nada , por si acaso lograban traerle noticia<br />

cierta de cualquier isla» 45.<br />

3<br />

O<br />

45 Florentlno Pérez-Embid: Los descubrimzentos en el Atlántico hasta<br />

492 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

= m<br />

O<br />

E<br />

E<br />

2<br />

E


LOS CONTACTOS TRAsATI~NTICOS DECISIVOS<br />

a) La donación a Joao Vogado<br />

En las condiciones dichas, ¿qué consecuencias podía tener<br />

otro regreso de una nave arrastrada al Occidente? La que vemos<br />

en la concesión que, diez años después de aquel rotundo fracaso,<br />

en 1462, se otorga por Alfonso V de Portugal a Joáo V~gado~~<br />

para crear una jurisdicción sobre islas atlánticas que él creía po-<br />

der hallar. Esta concesión no puede ser caprichosa, y creemos que<br />

en ella hay que reconocer, sobre todo después del fiasco anterior,<br />

un nuevo retorno, que ahora ya sólo sirve para considerar que<br />

debía admitirse al menos la existencia de islas ignotas.<br />

Si en la donación a Joáo Vogado se dice que muevamente se<br />

han hallado islas, las cuales aún no están pobladas, [y que] según<br />

la carta de navegar son llamadas la una de Lovo, la otra Capra-<br />

ria» 47, y que Cortes20 -basándose en el mapa de Perato de 1456-<br />

puede convenir que simplemente se trata de nombres que tuvie-<br />

ron dos de las Azores que, por transporte, creían pendientes de<br />

localizar; en cambio la movilización en busca de ignotas islas,<br />

que es capaz de provocar esta confusión. forzosamente hay que<br />

atribuirla a un retorno, sucedido por estas fechas.<br />

b) La donación en favor del Infante Don Fernando<br />

Debe considerarse que no cabe atribuir el motivo de esa de-<br />

cisión en favor de Vogado a una mera ilusión suya, pues una<br />

prueba de que hay un motivo verdaderamente serio la tenemos en<br />

la donación que el 29 de octubre de 1462, el mismo año de la<br />

concesión a Vogado, hace el rey portugués en favor de su herma-<br />

no ei infante Don Fernando. En efecto, en ella se menciona ya que<br />

el tvataáo de Tordesillas, Sevilla, EEHA, 1948; obra en la que el autor<br />

se polariza concretamente en los descubrimientos a lo largo de la costa<br />

africana.<br />

% Xamos Coeiino: Higuns áocumeniüs do Aryüivü iu'uciüiiüi dü Torre<br />

do Tornbo acerca das navegacóes e conquutas. Lisboa, 1892, pág. 28.<br />

47 Eduardo Brazao: Les Corte Real et le Nouveau Monde, ((Revue<br />

dfHistoire de 1'Amerique franqaise~ (Montreal), XIX, núms. 1-3 (1965),<br />

donde se ofrece canevas de situación muy minucioso.<br />

Núm 17 (1971) 493


28 DEMETRIO RAMOS<br />

la isla que se le confía la vio Goncalo Fernandes, de Tavira, cuando<br />

regresaba del río de Oro, encontrándose al oesnorueste de las<br />

Canarias y Madera, y que por serle el tiempo contrario no la pudo<br />

alcanzar. Y se agrega que el infante «ja a mandara buscar por<br />

certas sinais que dela lhe deram», y que equeria outra vez man-<br />

dar buscar» 48. Tan repentina preocupación por las islas oceáni-<br />

cas, acumulándose en el mismo año las concesiones al infante y<br />

a Vogado, obligan a pensar que ese Goncalo Fernandes había re-<br />

gresado con informaciones tales -y no como supone Cortes50<br />

sobre un islote volcánico capaz de aparecer y desaparecer- que<br />

fueron capaces de provocar una reanimación de las ideas que,<br />

tras el fracaso de 1452, se interpretan cautelosamente, para ad-<br />

mitir únicamente la existencia de islas ignotas. Gaspar da Naia<br />

considera que, situando Goncalo Fernandes tan inciertamente<br />

al ONO. de Canarias y Madera, es decir, muy adentrado en el<br />

Océano, lo que pudiera haber visto, correspondería a las actuales<br />

Bermudas «cujo aspecto e características peculiares, diferentes<br />

das de todas as ilhas do Atlántico entao conhecidas, constitui-<br />

riam os cevtos sinais que dela Ihe deram» 49. Creemos que está<br />

en lo cierto, pues sólo así se comprendería esa donación a Voga-<br />

do de islas deshabitadas que se suponían más allá de las Azores.<br />

IV. NUEVAS NOTICIAS EN 1472-73 Y LA TENTACI~N A APARTARSE DE<br />

LA IDEA ERUDITA: LA CONSULTA A TOSCANELLI Y EL PLAN DE TELLES<br />

Nada sabemos sobre lo que llegaron a intentar el infante o<br />

Vogado -si es que algo realizaron-, pero el hecho de otro retor-<br />

no, ahora otra vez bien patente, tenemos que reconocerle por los<br />

años de 1472 o 1473. La evidencia de una inusitada desazón atlán-<br />

tica que surge en la corte de Lisboa poco después de esa fecha,<br />

así lo señalan. Síntomas de esa desazón asiática renacida los te-<br />

48 Alguns Documentos 1461, pág. 32. Vid. también Damiáo Peres.<br />

Historza dos descobrimentos portugueses. Porto, 1943, t. 1, pág. 164.<br />

49 Alexandre Gaspar da Naia. Cristobal Colón znstrumento da po-<br />

lítica portuguesa de expansáo ultramarina Lisboa, 1950, pág. 11.<br />

494 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS CONTACTOS TRASATLb.NTICOS DECISIVOS 29<br />

nemos en la gestión del canónigo Martins acerca de Toscanelli,<br />

personaje que había llegado a ser considerado como «el conti-<br />

nuador de la labor que en esta misma rama del saber realizó Pto-<br />

lomeon ¿Por qué habrá de buscarse entonces un replanteamien-<br />

to científico sobre la distancia a que podían situarse las tierras<br />

asiáticas y el Cipango? 51. Nada permite explicarlo si no es por el<br />

hecho de que un nuevo retorno hubiera permitido deducir la<br />

existencia, al menos, de un cordón de islas, una de las cuales se<br />

consideraba excesivamente extensa para ser catalogada en para-<br />

lelo con las demás islas atlánticas conocidas. Y justamente coin-<br />

ciden con la consulta al sabio Toscanelli -síntoma de la necesi-<br />

dad de replantear los supuestos científicos sobre la situación del<br />

Cipango y del Cathay- una serie de concesiones que, en forma<br />

repentina, se suceden entre 1473 y 1475, es decir, en tan estrecha<br />

correspondencia cronológica con la consulta a Toscanelli, que<br />

si unas la preceden y otras son muy poco posteriores, todas son<br />

inmediatas. ¿Qué pudo suceder para determinar tanta atención<br />

por el oeste del Océano en este período? Algo repentino también<br />

hubo de determinarlo, pues el simple capricho no es admisible,<br />

sobre todo cuando se producen tantas reiteraciones.<br />

a) El caso de las donaciones previas a la gestión con Toscanelli<br />

Respecto a las donaciones previas a la gestión Martins-Tosca-<br />

nelli -plenamente resuelta después de los trabajos de Sumien-,<br />

50 Altolaguirre [8], pág. 6. Evidencia su fama con el testimonio<br />

-entre otros- de los versos que le dedicó el Verino. Vid. también<br />

~ ~ rT_Tz1&: t ~ La ~ qjztg l ~ e i temp dz del ~ ~ Z ZTcrcgne!ji Q pn<br />

~Raccolta di documenti e studis~,<br />

parte V, vol. 1. Roma, 1894.<br />

51 Altolaguirre [8], pág. 7: «Martins, accediendo a los deseos de<br />

Alfonso V de Portugal, interesó de Toscanelli le remitiese el proyecto<br />

-su dictamen, diríamos-, a lo que éste contestó en 25 de junio de 1474».<br />

Según se lee en el texto latino de la copia de la carta que se encuen-<br />

tra en las guardas cie la obra cie Pío 11, De Kerum uDzque gesiurun, que<br />

se halla en la biblioteca Colombina, Toscanelli fue, efectivamente,<br />

consultado en nombre del rey, pues decía: uquerit nunc Serenissimus<br />

rex a me quamdam declaracionem, ymo, potius, ad occultum ostensionem<br />

ut etiam mediocriter doti illiam viam caperent et mtelligerent».


30 DEMETRIO RAMOS<br />

debemos hacer alguna consideración. La primera se fecha el 12<br />

de enero de 1473 y por ella el monarca lusitano concede a doña<br />

Brites, viuda del infante don Fernando, así como a sus hijos,<br />

una isla encontrada «a travez)) de Cabo Verde, es decir, hacia el<br />

Oeste, sin que -dados los vagos términos de la época- ello<br />

quiera decir que exactamente había de corresponder con su la-<br />

titud. Más bien debe tomarse esa expresión en el sentido de un<br />

tornaviaje de Guinea y, por lo tanto, ampliable el presunto ha-<br />

llazgo a la latitud de Canarias, pues de haber sido más al Norte,<br />

se hubiera referido a las de Madera o Azores, que es lo que de<br />

esa manera se excluye. En concreto, a lo que quiere hacerse refe-<br />

rencia con esa expresión es a una nave que había salido de San-<br />

tiago de Cabo Verde. En el mismo diploma 52 se dice también<br />

que el difunto infante procuró «por algunas vezes» que se diera<br />

con ella, lo que al menos nos sirve para fechar el suceso como<br />

posterior al mes de septiembre de 1470, época de su fallecimiento.<br />

Que se trataba de algo que creían como cierto, es evidente, pues<br />

lo corroboran las instancias de Doña Brites para retener los de-<br />

rechos -casi trece años después de muerto el infante-, lo que,<br />

dadas las circunstancias políticas del momento, no era tan fácil<br />

obtener. ¿Se trataba de la misma isla a la que se hizo referencia<br />

en la concesión de 1462? No lo creemos, pues si así hubiera sido<br />

se habría mencionado ese precedente, que facilitaría la gestión,<br />

y el diploma se habría extendido como confirmación. En lo que<br />

cabe pensar al menos es en un arrastre, pues, como Gaspar de<br />

Naia razona al tratar del avistamiento de islas desconocidas, se-<br />

ría -dice- «enteramente lógico que al regresar de un nuevo<br />

viaje penetrasen más al Oeste, intentándolas reconocer, tanto<br />

más cuanto los vientos y las corrientes lo favorecían» 53.<br />

Pero hay más: el 21 de junio del mismo año de 1473 vuelve<br />

a otorgarse una nueva merced, esta vez a Ruy Goncalves da Cá-<br />

mara, quien, en gratificación de los méritos contraídos en Africa,<br />

recibe la concesión de una isla «que ele per si ou seus navios<br />

char» 54. El dato nos interesa porque nos demuestra que, en este<br />

52 AZguns documentos 1461, pág 37<br />

53 Gaspar da Naia [49], pág. 10<br />

54 Velho Arruda- ColecqEo de documentos, pág 157; Damiáo Peres:<br />

496 ANUARlO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 31<br />

momento, existe una rotunda certeza sobre la existencia de islas,<br />

pues de otra forma, y del mismo modo que Doña Brites no hu-<br />

biera instado sobre la que se dice fue vista en tiempos de su es-<br />

poso sin ese convencimiento, tampoco Goncalves da Cámara<br />

habría pretendido ese premio para compensar sus servicios si él<br />

mismo no creyera que había de traducirse en efectos prácticos.<br />

Por consiguiente, algo parece detectarse, quizá sucedido poco an-<br />

tes de este año de 1473, como para provocar tal reactivación y<br />

estas coincidentes demandas.<br />

b) Lo que ,determina la consulta de la optnión de Toscanellt<br />

La gestión del canónigo Martins, por encargo del rey de Por-<br />

tugal, cerca de Toscanelli, que da origen a su dictamen del 25 de<br />

junio de 1474, no puede verse como algo independiente, sino<br />

justamente -como creemos nosotros- en conexión con este<br />

clima de inquietud que las decisiones citadas nos evidencian. El<br />

mismo Duarte Pacheco, que bien pudo conocerlo, dejó escrito<br />

en su Esmeraldo cmuitas opinióes houve nestes reinos de Por-<br />

tugal nos tempos pasados entre alguns letrados acerca do des-<br />

cobrimento das Etiopias de Guiné e das Indias; porque uns di-<br />

zian que nao curassem de descobrir ao longo da costa do mar,<br />

a que melhor seria irem pelo pego, atravesando a golf50 até<br />

topar em alguma terra da India ou vizinha dela, e que por esta<br />

via se encontraria o caminho; outros disseram que melhor seria<br />

descobrirem ao longo da terra, sabendo pouco a pouco e que<br />

nela ia, e assim suas rotas e conhecengas, e cada provincia de qué<br />

gente era, para verdadeiramente saberem o lugar em que estavam,<br />

Historla dos descobrimentos portugueses, Porto, 1943, t 1, pág. 166, ci-<br />

tando el documento en Archzvo dos Acores, IV, 437.<br />

55 Duarte Pacheco. Esmeraldo de situ orbzs, edic. de la Academia<br />

?crti?gcesu de Histcriu, Lisha, 1954. Sebre este texte, escr:t~ a partir<br />

de 1505, y sobre el que se han basado tantas teorías, vid. Joaquim Barra-<br />

das de Carvalho: O descobrimento do Braszí a traves dos textos (Edip5es<br />

critzcas e comentadas, IV: «O Esmeraldo de situ Orbis~, de Duarte<br />

Pacheco Perezra), «Revista de Historian (Sáo Paulo), núm 74 (1968),<br />

páginas 403-416.<br />

Núní 17 (1971)<br />

32


32 DEMGIRIO RAMOS<br />

por onde podiam ser certos da terra que iam buscar, porque de<br />

outra guisa nao podiam saber a regia0 em que estavam. .D.<br />

Cortesáo -y no acabamos de comprenderlo, dada su aguda<br />

perspicacia- consideramos que se autolimitó excesivamente aI<br />

empeñarse en plantearlo todo en función de la coyuntura políti-<br />

ca, lo que le llevó a creer que si el comienzo de las conversacio-<br />

nes de Martins con Toscanelli «se debe atribuir al infante Don<br />

Enrique», luego -en este momento- da información de uno<br />

cualquiera de los antiguos colaboradores de Don Enrique había<br />

aconsejado al príncipe que tratase de conocer concretamente e1<br />

plan de Toscanelli y sus fundamentos»; es decir, como si, a título<br />

meramente informativo, sobre todas las posibilidades, sólo se<br />

inquiría su opinión porque Don Juan, «al asumir la dirección<br />

de la empresa, quiso volver a examinar el problema. auxiliado<br />

naturalmente por sus cosmógrafos colaboradores y por el resul-<br />

tado de los últimos descubrimientos» 56.<br />

No lo creemos así, reducido el caso a una simple e indiferente<br />

exploración de opiniones, para estudiar el problema geográfico<br />

,,h-;a +*Ano nonan+nc-.. m-~o- .naA


LOS CONTACTOS TRASATLÁ~TICOS DECISIVOS S<br />

de volver a considerar como posible la existencia de tierras con-<br />

tinentales -es decir, asiáticas- mucho más próximas de lo que<br />

los sabros quieren admitir. El dictamen de Toscanelli, dígase 10<br />

que se quiera, no decide sobre el punto que se le plantea, pues<br />

que sea más corto el camino del Occidente, el transoceánico, que<br />

el que venía siguiéndose a lo largo de la costa africana para llegar<br />

a la India y extremo asiático, no significaba nada en la práctica,<br />

pues de lo que se trataba era de saber si por ese camino más<br />

corto se podía llegar al continente, o lo accesible eran las islas<br />

que se daban por existentes según la interpretación restricta<br />

imperante desde el fracaso de 1452. Y como Toscanelli responde<br />

es, con el más cauto eclecticismo, admitiendo, por una parte,<br />

que al otro lado del Océano lo que hay son efectivamente las<br />

islas supuestas, de lo que tienen noticia los portugueses -y así<br />

lo dice: «sed ab insula Antilia vobis nota»-, y más lejos, a diez<br />

espacios, la isla asiática de Cipango; y por otra, que las costas<br />

continentales del Asia no están tan lejos, sino a una distancia<br />

de Lisboa que calcula en veintiséis espacios, es decir a 6.500 mi-<br />

llas, dando a cada espacio 250 millas, como dice. Por consiguien-<br />

te, que era dable alcanzar a través del Océano el extremo asiáti-<br />

co, pero sólo apoyándose en las islas intermedias.<br />

A la luz de este dictamen puede vexse cómo, otra vez, se<br />

contraen los supuestos optimistas que evidentemente se habían<br />

concebido -pues de otra forma sería ininteligible la consulta-,<br />

para referirse las determinaciones que se suceden nuevamente<br />

a islas oceánicas, aunque de estas resoluciones trascienda, como<br />

trasciende, el gran proyecto que se había acariciado. En 1452<br />

hubo, pues, un fracaso, tras la exploración práctica de la inter-<br />

pretación de las noticias adquiridas; ahora, tras la respuesta de<br />

Toscanelli, se renuncia -se fracasa otra vez- tras lo que cali-<br />

ficaríamos de exploración intelectual.<br />

c) La concesión a Telles y su interpretación<br />

La concesión que inmediatamente se otorga a Ternao Teiies,<br />

tres textos conocidos, el de la Biblioteca Colombina, en latín; el de<br />

la Historia, de Don Hernando, en italiano, y el que reprodujo Las Casas,<br />

en castellano.<br />

Núm 17 (1971) 499


34 DEMETRIO RAMOS<br />

(evidentemente afectada por la respuesta de Toscanelli, lleva fe-<br />

cha de 28 de enero de 1475 y, como es ya lógico, alude exclusiva-<br />

.mente a islas. Se le otorgan, como donatario, cualesquier zslas<br />

,que pudiera hallar por sí mismo o por quienes mandara a bus-<br />

carlas; islas al occidente del Atlántico se entiende, pues se le po-<br />

nía como condición excluyente que no fueran de las que pudieran<br />

.existir mas partes da Guiné» Que el plan previsto alcanzaba a<br />

la más amplia dimensión es evidente, puesto que en la misma<br />

carta se le autorizaba a poseer y transmitir a sus sucesores las<br />

islas de las Flores, por haberlas adquirido de Joáo de Teive -el<br />

hijo de Diego de Teive-, cuyo contrato de compra se reconocía<br />

y aprobaba. Con ello se ve bien claro que Telles premeditaba si-<br />

tuarse justamente en el punto clave en que se estableció Teive,<br />

para actuar desde esa base de partida y, en la práctica, como su<br />

continuador. Ei pían sería, pues, ei mismo, tai como se caiificó<br />

aquel gran intento una vez que se desvaneció la interpretación<br />

promotora: dar con las grandes islas del otro lado del Atlántico,<br />

renunciándose a la aspiración de alcanzar la tierra firme, aunque<br />

deba presumirse que se trataba de un primer paso -el que se<br />

consideraba fndispensabie, según ia idea toscaneiiana- para<br />

poder dar el salto definitivo hasta la orilla asiática del Cathay.<br />

Pero esta carta de donación tuvo, en su confirmación, un per-<br />

feccionamiento que no puede ser más sintomático y que reafirma<br />

las previsiones que tenemos enunciadas sobre el propósito de<br />

repetir -ahora sobre el marco de los supuestos del sabio floren-<br />

tino- el plan de Teive. En efecto, cuando estaba iniciada ya la<br />

guerra de la Beltraneja, el rey de Portugal extiende en Zamora,<br />

el 10 de noviembre del mismo 1475, nueva carta ampliatoriaS9,<br />

por la cual, teniendo en cuenta que en la anterior parecía hablar-<br />

58 La fecha de esta carta de donación suele consignarse en 1474,<br />

como figura en Alguns documentos [41], págs. 38-41. Sin embargo, Cor-<br />

tesáo [29] -que tan excelentemente estudió este punto- alude a las<br />

cartas originales que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Lisboa,<br />

donde la fecha que consta para ésta, de la que tratamos, es la del<br />

28 de enero de 1475.<br />

59 Publicada por Ernesto do Canto- Os Corte-Reáes: memorra hzsto-<br />

rica acompanhada de rnuztos documentos medrtos. Ponta Delgada, Ilha<br />

500 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAAiTICOS


se sólo de islas no pobladas y como pudiera ser que las naves<br />

que fueran despachadas hallaran la isla de las Siete Ciudades o<br />

cualesquiera islas que también estuvieran pobladas, se resolvía<br />

que fuera válida igualmente la concesión para «as Sete Cidades ou<br />

algumas outras ilhas povoadas, que no presente náo sao navegadas<br />

nem achadas nem tratadas por meus naturais)). Seguidamente,<br />

se concedía el monopolio comercial a Telles de todas esas<br />

islas. y, lo que es más sintomático, se justificaban las mercedesdichas<br />

porque se creía que acaso de encontrarlas podrían venir<br />

grandes provechos a mzs reinos),. Con ello, implícitamente, se<br />

pone de manifiesto que la pretensión -la consecuencia de ese<br />

salto a la isla de las Siete Ciudades- consistía en ponerse en situación<br />

de dar el segundo salto, entrando ya en el espacio asiático.<br />

P,,+,,ñ, A, ,.,.<br />

~ U L<br />

L ., ,,:+,A, +,,+A A, A ,+, ,., T,<br />

u a L u UG UGILIUJLL~L yuc IG-<br />

Lcaau, LUIL l~luy UUGII LLILGLLU,<br />

lles no era ni un visionario ni un impremeditado. El mismo plan<br />

lo evidencia. Pero sus datos no estorban. Telles pertenecía a una<br />

de las más poderosas familias del reino y siempre se había distinguido<br />

por su prudencia; ccmo hombre de mérito pertenecía al<br />

-*A-.- pLup;u P--,-.- uuLIJcju &\cal, D ,,I era guberiiador y mzyordvmo de !a casa<br />

de la princesa, la esposa del príncipe Don Juan -quien estaba<br />

al frente de la tarea expansiva-, y dotado de un reconocido<br />

sentido práctico. Pues bien, jno cuadran con estas condiciones<br />

personales que fuera él quien estuviera detrás de la cautelosa<br />

consulta a Toscanelli, para, tras haber tomado todas las precauciones<br />

necesarias, llevar a cabo la gran empresa trasatlántica?<br />

¿Qué conclusión se deriva de ello? Pues, sencillamente, que en<br />

ese momento se tienen tales indicios prácticos sobre la existencia<br />

de tierras al otro lacio del Océano que, sin la menor vacila-<br />

. ,<br />

ciar;, se deeideii a irioiiiar !A exlpresa. Estos süpUestus se iiliponen,<br />

pues sólo así sería explicable que un hombre de tal categoría<br />

se pusiera al frente, ya que desde sus altos empleos en la Casa<br />

Real no cabría verlo convertido en un aventurero. De aquí las<br />

precauciones que se toman.<br />

Que los indicios son serios no puede dudarse, pues sóio asÉ<br />

de S. Miguel, 1883, pág 61, además de en Alguns documentos [46], pági-<br />

nas 41-42.<br />

Núm 17 (1971) 501


36 DEMETRIO RAMOS<br />

se comprende que se sintieran inclinados, otra vez, a creer en<br />

la proximidad de la tierra asiática, lo que motiva la consulta, a<br />

.consecuencia de la cual prefieren no dejarse seducir por la ilusión<br />

del Cipango. Sin embargo, en esa decisión del 10 de noviembre<br />

de 1475 tenemos que ver como el registro de las novedades de<br />

que se disponía, pues si se quiere hacer mención de una isla<br />

grande -que se interpreta por la de las Siete Ciudades- y de<br />

otras pequeñas, todas ellas pobladas, ¿podemos caer en la comodidad<br />

del supuesto fabuloso, cuando ello encaja en la realidad<br />

antillana? @.<br />

Nada sabemos sobre lo que Telles pudo llegar a poner en<br />

práctica, ni siquiera si efectivamente hizo algo. Presumiblemente,<br />

el comienzo del conflicto de la sucesión de Castilla, en el que<br />

Pnrt~?gi! interviene en apoyo de la Reltraneja -maya de 1475-<br />

paralizó todo, y más cuando se complicó en una guerra, cuyo<br />

desenlace no fue tan rápido como se esperaba: antes de concluir,<br />

Telles moría en Setúbal, en 1477, al tratar de reprimir un motín.<br />

Con todo, lo que se había previsto tan pacientemente obliga<br />

a coilsiderar!o como cmltramdde de cm serie de noticius ~ U P<br />

debieron merecer indudable crédito en el círculo dirigente del<br />

príncipe Don Juan, como para originar esa larga reflexión y esa<br />

madurada preparación, y decidir a Telles, nada menos que un<br />

miembro del Consejo Real, a hacerse cargo de la nueva empresa<br />

descubridora. Y, como dice Cortesao, «suponer que un hombre<br />

-como Telles- dotado de un espíritu tan objetivo se lanzase a<br />

una aventura desprovista de la menor base, en pos de una isla<br />

fantástica, es un contrasentido».<br />

d) El motivo de la iniciativa portuguesa: la coincidencia de los<br />

avzstamientos en la vuelta de Guznea con otros por las lati-<br />

tudes septentrzonales<br />

¿Qué pudo originar esa resuelta atención? Este es el proble-<br />

ma que nos interesa. Hemos hablado de noticias - en plural-<br />

@ Cortes50 [28] también creyó que Telles habría podido descubrir<br />

las Antillas.<br />

502 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


porque es lo que creemos más lógico. El replanteamiento de las<br />

concepciones que determinaron la actividad de Teive, después de<br />

su rotundo fracaso, impone creer que una serie de nuevos indicios<br />

obligaron a ello. Insistimos en la pluralidad porque, dado<br />

.el descrédito en que se hundió el proyecto de 1452 y la tenaz<br />

oposición de todos los científicos de la época, el restablecimiento<br />

de la tesis de la proximidad no era posible si no se hubieran sumado<br />

distintas pruebas convergentes que, superpuestas, hicieron<br />

poco menos que indiscutible la aceptación.<br />

Por un lado debemos conceder algún valor a las noticias de<br />

hallazgos o avistamientos que se dieron, en la latitud de las Canarias,<br />

en torno a 1472, motivo de la solicitud de Doña Brites y<br />

de Goncalves da Cámara. Creemos que ello pudo ser consecuencia<br />

de la llegada de los portugueses al fondo del Golfo de Guinea y<br />

al Sur del Ecuador, pues los tornaviajes -la vuelta de Guineallevaba<br />

desde entonces a buscar una ruta mucho más adentrada<br />

en el Océano y, consecuentemente, más expuesta a las desviaciones<br />

hacia Occidente. Con todo, los avistamientos de tierras que<br />

pudieran producirse no debieron provocar. de momento. más<br />

que una atención limitada, pues las noticias que llevaron los<br />

protagonistas o resultaban de dudoso crédito o, en el caso concreto<br />

de merecerle, no hacían otra cosa que confirmar los supuestos<br />

que se tenían sobre islas perdidas en el Océano, cuyo<br />

valor no resulta excesivamente atrayente 61.<br />

Pero a esas informaciones, interpretadas las más de ellas<br />

como antojadizas, debió unirse pronto otra de mayor entidad.<br />

Rastrear cuál pudo ser ésta no es difícil, si intentamos ajustar<br />

los datos que la investigación ha logrado acumular.<br />

En &c~Q, fina pista muy p~sitiva nQs la &-e& '.aren 62, q~lpi<br />

61 S. E. Morison, Portuguese voyages tu Amenca zn tke frfteenth<br />

century, Cambridge, Mass., 1940, New York 1965, insiste en ,dudar sobre<br />

la realidad de cualquiera de estas arribadas de que tratamos, desde-<br />

fiarido iiiiucho de lo DaiTiiáo Feres [48j.<br />

62 Sofus Larsen: La découverte du contrnent de llAmerique septen-<br />

trionale en 1472-1473 par les Danois et les Portugars, «Bol. Leres» (Coim-<br />

bra), 1922; La découverte de lJAmerique vrngt ans avant Ckrzstopke<br />

Colomb, ~Journal Soc. Americanistesb (París), t. XVIII (1926), págs. 75-89,


38 DEMETRIO RAMOS<br />

analizó una carta, publicada por Bove, en la que Carsten Grypp,<br />

burgomaestre de Kiel, hablaba al rey Cristian 111 de Dinamarca,<br />

en 1551, de su propósito de enviarle un mapa en el que se hacía<br />

referencia a un viaje dispuesto por su abuelo Cristian 1, que rea-<br />

lizaron Ditrick Pining y Hans Pothorst, de acuerdo con el rey de<br />

Portugal, «en busca de islas nuevas» por las latitudes septentrio-<br />

nales. De ambos se tienen noticias y se sabe que Pining fue go-<br />

bernador de Islandia. Como en la expedición tomó parte algún<br />

portugués y en el relato de Gaspar Fructuoso en las Azores,<br />

de 1590, se habla de Jo5o Vaz Corte Real, padre de los famosos<br />

hermanos Corte Real, como autor de una expedición realizada<br />

por orden del rey portugués en la que llegó a Terra Nova, Larsen<br />

concluyó por admitir que él tuvo que ser el compañero de Pining<br />

y Pothorst y que el viaje de éstos no puede ser otro que el men-<br />

cionado por Gaspar Fructuoso, fechándole entre 1472 y 1473.<br />

La reconstrucción de Larsen -que aquí damos reducida a sus<br />

conclusiones- ha sido muy discutida 63. Quizá fue demasiado ro-<br />

tundo, sobre todo al avznturarse a fundir con sus protagonistas<br />

la actividad del desconocido Juan Scolvus, del que habla una le-<br />

yenda del globo de Frisius - Mercator. Quinn se muestra muy re-<br />

ticente de este fácil procedimiento de Larsen en fundir las noti-<br />

cias sobre varios navegantes en una sola expedición, especial-<br />

mente por lo que toca a Scolvus: da historia que él ha construi-<br />

do -dice- no tiene más de unidad que de continuidad» @.<br />

Sin embargo, Cortes50 -que consideró desacertada la fecha<br />

dada por Larsen-, aportó una serie de testimonios que prueban<br />

que el viaje se realizó 65. Discrepa sobre la posibilidad de que lle-<br />

trabajo que más extenso había publicado antes en inglés. The dzscovery<br />

of iAJOr:!2 pvverLpu yeurs CU!ümbüs, Levia y<br />

Cía , Londres, Hachette 1924.<br />

63 Richard Hennig en Terrae Zncognltae, Leiden, t IV, 1939, páginas<br />

213-245, hace una revisión crítica. Contradictores de Larsen fueron<br />

Giuseppe Caraci' Una pretesa scoperta dell'Amerzca vent'annt innanzi<br />

Colombo, «Boll. Reale Societá Geog. Ital » (Roma), t. VI1 (1930), pági-<br />

,-"A, 049. . ~T--..-TT ,L [28], pág. 806, y cmcreianieiie Korisuii [28j, pá-<br />

-,.- 77q<br />

ginas 33-41<br />

64 Quinn [12], pág. 364.<br />

65 Vld. Cortesiio [29], págs 729-730. Entre otras pruebas que aduce<br />

está la precisión con que se dibuja Groenlandia en el mapa que La<br />

504 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS CONTACTOS ~RAsATI~NTICOS DECISIVOS 39<br />

garan al San Lorenzo, «aunque sea natural que la exploración de<br />

la costa occidental de Groenlandia llevase a los navegantes al co-<br />

nocimiento de las tierras americanas más cercanas»; y, si bien<br />

admite que fueran en ella marinos portugueses, no creyó que<br />

pudiera identificarse ninguno de ellos con Joáo Vaz.<br />

Todas estas objeciones nos parecen legítimas. Pero Cortesáo,<br />

empeñado siempre en el método de la coyuntura política, se dejó<br />

arrastrar otra vez al terreno del planteamiento de posibilidades<br />

circunstanciales. Parte del supuesto, que ya conocemos, de que<br />

el príncipe Don Juan trató, primeramente, de reunir el mayor<br />

caudal posible de opiniones, y que una de las solicitadas, con ese<br />

simple fin, fue la de Toscanelli. Del precedente de Teive y del<br />

proyecto toscanelliano deriva un plan de comprobaciones, ca-<br />

rácter que da al proyecto de Telles y a esa expedición por las latitu-<br />

des del Norte. Ambas, pues, habían de estar en paralelo y, como<br />

la segunda concesión de Telles es de noviembre de 1475 y, en<br />

1476, se le otorgaba una pensión -que parece creer destinada<br />

al proyecto que habría de montar desde la isla de Flores-, tam-<br />

bién deduce que la expedición del Norte, con Pining y Pothorst<br />

tiene que fecharse en este año. Por lo que vemos, Cortesao se<br />

dejó conducir, como Larsen, por el deseo de hacer coincidir la<br />

expedición de los marinos de Cristian 1 con la atribuida a Scol-<br />

vus. Y como en el globo de Frisius - Mercator se escribe «qui<br />

populi ad quos Iohannes Scolvus danus pervenit czrca annum<br />

1476», Cortesáo consideró preferible asirse a esta fecha, en vez<br />

de modificarla, como tuvo que hacerlo Larsen.<br />

Establecidos así los distintos puntos de vista, fácil es adver-<br />

tir que si Cortesáo cree en el paralelismo del plan de Telles con<br />

el de la expedición del Norte, por la misma razón, si el primero<br />

tuvo que paralizarse a causa de la guerra, también se habría pa-<br />

ralizado el segundo. No obstante, esta argumentación no tiene<br />

otro alcance que evidenciar lo quebradizo del método de la co-<br />

yuntura política. Por esa razón consideramos que el plantea-<br />

miento tuvo que ser muy distinto del que establece Cortesáo<br />

como base de partida. Es decir, que la petición de opinión a Tos-<br />

Roncikre 1271 atribuyó a Colón y que publicó en La carfe de Crtstophe<br />

Colomb, París, 1924


40 DEMETRIO RAMOS<br />

canelli no pudo proceder de un deseo meramente informativo,<br />

para reunir opiniones. Tampoco a Telles cabe verle como peón<br />

dispuesto a una simple experiencia de comprobación. Toda esa<br />

estrategia resulta demasiado artificiosa. Un hombre de esa categoría<br />

no se embarca en un tipo de aventura, como en la que<br />

se compromete, si no cuenta con seguridades o con indicios<br />

que puede tomar como tales, es decir, si no es -en virtud de<br />

los motivos de convicción que tenga- precisamente el promotor.<br />

La consulta a Toscanelli tampoco puede partir de la nada.<br />

Invertidos los términos, es decir, siendo la consulta al sabio<br />

florentino una forma de comprobación, consecuencia de una decisión<br />

que pretende llevarse a cabo con todas las precauciones,<br />

todo resulta explicable. Y en ese caso, se libera de su ajuste forzado<br />

tener que situar en paralelo la expedición del Norte.<br />

Que ese paralelismo era artificioso se evidencia por sí solo:<br />

¿cómo la Corona portuguesa iba a tratar de comprobar si se<br />

podía, por la vía de Occidente, llegar a las Indias -en lo que<br />

tan celosa se sentía- movilizando tras el mismo objetivo al<br />

rey Cristian 1 de Dinamarca? Por consiguiente, si esto es difícil<br />

- m<br />

O<br />

E<br />

E<br />

2<br />

- E<br />

de aceptar y si el proyecto que Telles quiere llevar a cabo no<br />

es una mera comprobación de las ideas de Toscanelli -puesto<br />

que éstas se piden para apurar con sondeos de seguridad lo que<br />

se prepara-, tampoco la expedición del Norte puede entenderse<br />

2<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

como comprobación.<br />

¿No sería a la inversa? Esto es lo más razonable. Larsen<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

llegó a una conclusión: que el viaje de los marinos del Norte,<br />

2<br />

n<br />

en el que van portugueses, se realizó en 1472 ó 1473, de acuerdo<br />

n<br />

con la tradición que recogió Gaspar Fructuoso. La fecha parece 3 O<br />

aceptable especialmente porque entonces encajaría perfectamente.<br />

¿Qué alcance daríamos al viaje? Otro muy distinto del<br />

que ha querido verse. El rey de Portugal no pudo en ningún<br />

caso -y tampoco hay testimonios que lo apoyen- pretender<br />

montar una expedición «en busca de islas nuevas» en colaboración<br />

con el rey de Dinamarca. Posiblemente, los marinos portugueses<br />

que participaron eran gentes que estaban al servicio<br />

--<br />

66 Quinn, en su trabajo de 1966 [12], pág. 364, también parece<br />

aceptarlo.<br />

506 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

N<br />

O<br />

n -


LOS CONTACTOS 'I RASATLÁNTICOS DECISIVOS 41<br />

del rey danés, contando con licencia de su monarca, concreta<br />

o no. Podían ser tripulantes de un barco portugués llegado a<br />

Dinamarca, que se había inutilizado, de los que algunos estaban<br />

aún pendientes de regresar a su país. Navegaron a Islandia y<br />

desde allí, en una expedición montada por Pining y Pothorst.<br />

fueron a reconocer Groenlandia.<br />

En el costeo del litoral Oeste de Groenlandia pudieron verse<br />

arrastrados, al regresar a Islandia, por la corriente del Labrador<br />

y contemplar entonces, desde lejos, las costas de la Tierra de<br />

Baffin o los acantilados de la península del Labrador. Con es-<br />

tas noticias llegarían a Lisboa y, lo que para los daneses no<br />

tenía ningún interés, para los portugueses serían de suma Im-<br />

portancia aquellas novedades entrevistas: había extensas tierras<br />

al otro lado del Océano. Y si éstas existían en las latitudes sep-<br />

tentrionales, cabía conjeturar que se prolongaran al Sur. Esto<br />

pudo hacer renacer aquellas ideas que sirvieron de base a la<br />

expedición de Teive. Es decir, lo que nos resultaba incompren-<br />

sible -la repentina renovación de aquella interpretación dese-<br />

chada-. así' con esta reconstrucción, resulta plenamente ex-<br />

plicable, pues las tierras que él intuyó al Oeste de Irlanda, pa-<br />

recían existir. Estas serían las novedades que nos faltaban<br />

y las que, unidas a los atisbos que poco tiempo antes se habían<br />

tenido por la latitud de Canarias, en el retorno de Guinea, de-<br />

terminaron lo que Ilamaríamos proyecto de Telles, encontrán-<br />

dose aquí también la razón de la consulta de Toscanelli. En<br />

este caso, se trataba de un regreso muy distinto de los que ha-<br />

bían podido producirse anteriormente: en condiciones de infor-<br />

mar, porque no habían sido náufragos o gentes que arribaron<br />

en trance de sobrevivir. Sus referencias no podían estar teñidas<br />

por fantasías paradisíacas increíbles. De aquí también su efecto.<br />

Un contacto, en suma, epidérmico, lejano, pero suficiente para<br />

provocar todo el despliegue de que la experiencia descubridora<br />

$de los portugueses era capaz.<br />

acc-rdn, pus, con !os -fer.tQ-, 1- avi-tamientn & 1-<br />

navegación norteña son paralelos con los que habían logrado<br />

poco antes algunos barcos procedentes de Guinea en la latitud<br />

de las Canarias, por el área de las Antillas.


DEMETRIO RAMOS<br />

V. RE GRES^ EN 1479 EL «PILOTO DESCONOCIDO»? ALGUNOS ATISBOS<br />

SOBRE EL INFORMANTE DE COL~N<br />

En los distintos casos que hemos examinado se nos han se-<br />

ñalado tres etapas -1452, 1462 y 1473- que repiten el mismo<br />

diálogo entre el azar de un retorno y, con la interpretación de<br />

las noticias, el propósito de alcanzar, de ~descubrzr, lo que se<br />

creía identificar. Los dos elementos activos han sido siempre el<br />

casual visitante y un promotor inteligente. Pues bien: lo que he-<br />

mos podido presentar de esta forma por la vía de la reconstruc-<br />

ción, utilizando los elementos que nos han quedado, lo vemos.<br />

comprobado en el proceso de la génesis del proyecto colombino,<br />

Sdxmnr -según !E cmstancm qce hizo CdSn en sc DinrmF<br />

el 9 de agosto- que en 1484 un vecino de la Madera gestionaba en<br />

Lisboa licencia y apoyo para ir con una carabela hacia Occiden-<br />

te 67. Según Varnhagen, este personaje no puede ser otro que<br />

Fernam Domingues do Arco, al que se dio efectivamente, el 30<br />

& junio de zfi~, rsnitaníí> & ir!-, qcp 61 nrnm~tía<br />

--Y- ----- r- --------<br />

descubrir *, de acuerdo con su petición. En este caso resulta<br />

más difícil identificar el reflejo de un nuevo retorno, pues, al<br />

contrario que en 1452 y 1474, no se advierten síntomas de una<br />

seria movilización que replantea todos los supuestos, pues esa<br />

iniciativa parece responder a la tradición sembrada por los an-<br />

teriores intentos.<br />

Quizá esta iniciativa responda a aiguna de ias presuucio~ies portu-<br />

guesas, como las que recoge Don Hernando y repite Las Casas, al hablar-<br />

nos de aquel «marinero tuerto» que en el puerto de Santa María habló.<br />

a Colón de «que en un viaje suyo a Irlanda vio dicha tierra, la de las<br />

Siete Ciudades»; o la de aquel otro Pedro de Velasco, gallego, quien<br />

también a Colón «afirmo en la ciudad de Murcia que yendo por aquel<br />

camino a Manda se aproximaron tanto ai iu'ordesie que viervn tierra<br />

al Occidente de Irlanda)). Todo ello no eran más que conjeturas, y en<br />

ningún caso cabe relacionarlo con las noticias de los viajes de Brfstol<br />

de que luego hablaremos.<br />

68 Está publicada esta donación en AIguns documentos [46], pág. 56.<br />

508 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS CONTACTOS TRAsATL~TICOS DECISIVOS 43<br />

a) Consideraciones en torno al problema del upzloto descono-<br />

czdo»<br />

Ahora bien: si el proyecto colombino obedece a una concreta<br />

información procedente de un piloto que también pudo<br />

regresar de las islas de Ultramar, y si se nos preguntara con qué<br />

viaje habría que relacionarle, únicamente podríamos establecer<br />

una conexión -de acuerdo con lo que el propio descubridor<br />

deja transparentar- con cierta borrosa navegación realizada por<br />

la latitud de las Canarias 69. Quizá deba atribuirse la dificultad<br />

.de la identificación por el nulo reflejo de ese retorno -a diferencia<br />

de los anteriores- en la política descubridora de Portugal,<br />

lo que nos inclina a pensar que el protagonista no fuera<br />

portugués ni navegó en barco lusitano. Creemos, eso sí, que la<br />

versitn del piioi" regresa de su ya eii irance de muerte,<br />

para confiar su secreto a Colón, parece excesivamente ingenua,<br />

como si fuera una forma de explicarse el vulgo ese contacto<br />

con un piloto que nadie había conocido, a lo que había de apelarse<br />

como único recurso, máxime si se basaba en algún indicio<br />

que llefiej.&a una parte de la presrrmilole i=ealidad. Es más, del<br />

hecho de que, después de presentado su plan ante el rey de<br />

Portugal, creyera Colón conveniente tomar «lengua y aviso», es<br />

decir, ampliar sus bases de información, parece deducirse una<br />

cierta preocupación -de cuyo origen trataremos en otro estu-<br />

dio-, como si aquellas noticias no las hubiera recibido a raíz<br />

del retorno, sino tiempo después. Tampoco creemos que esa in-<br />

formación la obtuviera mucho antes de comenzar sus gestiones<br />

,en Lisboa. Y como éstas las consideramos breves y las fechamos<br />

en 1484, resulta legítimo pensar que las noticias y su decisión<br />

de emprender el viaje pieoducio de Su esiaricia en<br />

la Gomera, en la que creemos decididamente, como el profesor<br />

Rumeu de Armas, estancia que es inmediatamente anterior a su<br />

paso a Lisboa, quizá después de hacer una breve escala en la<br />

Madera, realizada ya con vistas a su proyecto.<br />

El coix=ido S-ü tieiiipo y,<br />

69 Sobre este punto, vid. Demetrio Ramos. Motivos que pudo tener<br />

,Colón para ofrecer su proyecto a España. «Revista de Indias», núme-<br />

ro 125.<br />

Núm 17 (1971) 509


44 DEMETRIO RAMOS<br />

según nuestra reconstrucción, vivió la última época de su vida<br />

en la Gomera. Si navegaba en una nave portuguesa -como Pero<br />

Vázquez- y se dedicaba a la adquisición de conchas canarias,<br />

de las que, como dijo Las Casas, «se venden en tanto precio<br />

en la Mina de Portugal» 'O, o era un andaluz que comerciaba en<br />

las islas y el suceso se produjo intentando llegar al Hierro ", no<br />

lo sabemos con plena certeza, aunque esto es lo que creemos..<br />

En cualquier caso, lo que sí parece -de acuerdo con las prue- .<br />

bas indirectas- es que su forzado viaje se produjo a la altura<br />

de las Canarias, arrastrado, por consiguiente, por un fuerte le-<br />

vante.<br />

Hace ya unos años, publicó Vigneras un interesantísimo do-<br />

cumento -que estudió con perspicacia- que consideramos pue-<br />

de servir para completar algo esa brumosa figura del llamado<br />

«piloto desconocido», al mismo tiempo que -si resulta correcta<br />

nuestra reconstrucción- explicaría la actividad exploradora que,<br />

con anterioridad al viaje de Colón, se desencadena en Inglate-<br />

rra y que mereció la atención de no pocos investigadores ". Aten-<br />

ción que se ha visto recrecida recientemente, tras las aportacio-<br />

nes de Vigneras 73.<br />

70 Las Casas 1131, lib. 1, cap CXLVIII, t. 1, pág 393.<br />

71 Recuérdese que Humboldt ya hizo referencia, como curiosidad,<br />

a embarcaciones que en el siglo XVIII, navegando entre las islas del archipiélago<br />

Canario, fueron arrastradas a América [6], t. 1, pág 123. Una<br />

de ellas, en 1731, que procedente de Tenerife se dirigía a la Gomera; otra,<br />

en 1764, había salido de Lanzarote y su destino era Tenerife.<br />

72 H. P. Biggar. Les precurseurs de Jacgues Cartzer. Otawa, 1911;<br />

J. A. Williamsen. The voyage of the Cabots and the Dzscovery of Novth<br />

America, Londres, 1929; David B. Quinn: Edward IV and exploratzon,<br />

aMai-iiiei-'~ Miii~rn, RAI (:9JV), págs 202-284.<br />

73 Louis-André Vigneras: New lzght on the 1497 voyage to Amerzca,<br />

«Hipanic American Historical Review*, t XXXVI (1956), págs 503-509,<br />

trabajo reiterado en The Cape Breton Landfall- 1494 or 1497, gCanadian<br />

Historical Reviewn, XXXVIII (1957), págs. 219-228, y ampliado en Etat<br />

present des études sur Jean Cabot, en «Actas do Congreso InternacionaI<br />

de Ei~iüiiá dos Ees~obili~enios~, Lisha, 1761, t. 1x1, R. AlizagiB: Sde<br />

navigazronz dz Giovannz Caboto, «Riv. Geogrf. Italiana» (Roma), t. 67<br />

(1960), págs 1-12; D. B Quinn. The argument for the English discovery<br />

of America between 1480 and 1494, ~The Geographical Journaln (Londres),<br />

tomo CXXVII (1961), págs. 277-285, J. A Williamsen: The Cabot voyages


) Los znexplicables viajes que hacen 20s de Bristol<br />

Los historiadores se habían ocupado de un viaje que desde<br />

Bristol se había realizado en 1480 hacia Occidente, sin ningún<br />

resultado práctico, dirigido por el más conocedor de toda Inglaterra,<br />

cuyo objetivo, según el manuscrito de William Worcester,<br />

que se conserva en el Corpus Christi College, era asque ad<br />

insularn de Brasylle in occidentali parte Hibernien. Lo más significativo<br />

es que, casi en paralelo con la organización de este<br />

viaje, el monarca inglés había autorizado, con fecha 18 de junio<br />

de 1480, a Thomas Croft, oficial de las aduanas de Bristol, y a<br />

tres comerciantes de la localidad, a despachar dos o tres barcos<br />

sin necesidad de cumplir determinadas obligaciones fiscales -de<br />

--- lac we lcp&&2n ~XP~~QS-, pgrn bziscgr y / Í ~ ~ c cierta u b ~ iclg ~ ~<br />

llamada la isla Brasil 74, lo que parece ser una forma de amparar<br />

navegaciones que se consideran arriesgadas. Se trata, pues, de<br />

una resolución que apuntaba al mismo objetivo que ese otro<br />

viaje iniciado sólo un mes después, el 15 de julio, al mando de<br />

Th. Lyde Q Lhyd, qiie se him a la m2r cm una nave que pertenecía<br />

a John Jay, en busca de la isla Brasil. Sin haberla hallado,<br />

regresaba a puerto dos meses más tarde, el 18 de septiembre.<br />

No obstante este fracaso, sabemos que Croft también hizo<br />

uso de su licencia, pues, a través de los cargos que luego se<br />

le hicieron, conocemos que hacia el 6 de julio del siguiente año<br />

and Brzstol dzscovery under Henry VZI, Cambridge, Hakluyt Society,<br />

1962, que es una nueva edición de la citada en la nota anterior, ampliada<br />

y puesta al día; M. H Jackson The Labrador landfall of John Cabot,<br />

~Canadian iiistoricai ñeview», t. Xiw (i9ó3j, págs. 122-i4i, L. Carnpeau;<br />

Jean Cabot et la decouverte de 1'Amerzque du Nord, «Revue d%Histoire<br />

de 1'Amerique Francaisen, t. XIX (1965), págs. 397-408; A. A Ruddock:<br />

John Day of Brzstol and the Engllsh voyages across the Atlantic be-<br />

fore 1497, «The Geographcal Journaln (Londres), t. CXXXII (1966), pá-<br />

ginas 222-233, así como el trabajo de Qwnn que ya tenemos citado [12],<br />

ai que siguió otro más que iiiuió: Iuhn Eay anci Coiumbus, «The íieo-<br />

graphical Journaln (Londres), vol CXXXIII (jun. 1967), págs. 205-209.<br />

74 Así se dice en el documento, vid E. M. Carus-Wilsom: The over-<br />

seas trade of Brrstol zn the later Middle Ages, Bristol, Record Soc. Pubns.<br />

7, 1937, págs. 157-165.<br />

Núm. 17 (1971) 511


46 DEMETRIO RAMOS<br />

1481, despachó dos embarcaciones, el «George» y la «Trinity»,<br />

en busca de la misma isla. (Cómo cabe explicar esta repentina<br />

coincidencia de expediciones que, a toda prisa, se lanzan a la<br />

aventura y con análogo propósito descubridor? 75.<br />

Por otra parte, el texto de una carta de Pedro de Ayala, em-<br />

bajador de Fernando el Católico en la corte de Londres, en la<br />

que daba cuenta al monarca español en 1498 del viaje que, con<br />

la protección del rey inglés, acababa de realizar Juan Caboto,<br />

al aludir a sus antecedentes, confirmaba documentalmente las<br />

actividades que se habían desarrollado en Bristol, pero también<br />

permitía advertir que se efectuaron en dos fases, tras una para-<br />

lización de esas presurosas iniciativas de 1480-1481, que venían<br />

a constituir la primera, para referirse a la segunda al escribir<br />

así: «los de Bristol ha siete años que cada año han armado<br />

dos, tres, cuatro carabelas para ir a buscar la isla del Brasil y<br />

las Siete Ciudades con la fantasía deste ginovés)) 76. Para Harrisse,<br />

éste era un testimonio evidente no sólo de que el inspirador de<br />

esos viajes era Juan Caboto, sino también de su participación<br />

en ellos n, desde 1491, fecha que fijaba en virtud de la referen-<br />

cia de Ayala -«ha siete años»-, aunque también aventuraba,<br />

es cierto, la posibilidad de que el embajador de Don Fernando<br />

en Londres hubiera escrito siete en vez de diecisiete, solución que<br />

permitiría englobar esos viajes de 1480-1481, identificando en-<br />

tonces a Caboto con el desconocido Lyde o Lloyd.<br />

Bellemo, por el contrario, no creía que era necesario suponer<br />

que Ayala se hubiera equivocado, pues la dificultad que surgía<br />

del silencio que hacía el embajador de los viajes de 1480-1481<br />

la resolvía considerando que la referencia a los siete años aludía<br />

75 El mismo profesor Quinn, en The argument [73], pág. 279, nota 1,<br />

manifiesta también su asombro por este hecho, aunque la conclusión<br />

que deduce sea, por demás, paradójica: «What it does prove is that an<br />

outbreak of activity in overseas voyaging occurred at Bristol in 1480-81,<br />

the precise stimulant to which has not been discovered», pues así olvida<br />

e! mcti.c q~e & pr=T;=car esa uctLi:&&<br />

76 Esta carta que citamos se ha publicado varias veces, entre otras,<br />

por Biggar [72], págs. 27-29, y por Williamsen [72], etc.<br />

77 Henry Harrisse: Jean et Sebastzen Cabot, Ieur origine et Zeurs<br />

voyages, París, 1882.<br />

512 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 47<br />

tan sólo a los viajes en que participó Caboto, sin que esto excluyera<br />

los anteriores a 1491, realizados bajo su in~piración'~.<br />

En definitiva, de una manera o de otra, Caboto era el motor<br />

de esos viajes, lo que se conjugaba con el supuesto -al que ya<br />

apeló Contarini- de que en su juventud salió de Venecia atraído<br />

por la fantasía de emprender descubrimientos.<br />

Pero todo esto se derrumbó de pronto, cuando el profesor<br />

Ballesteros ~iibrois publicó, en 1943, sus hallazgos de documentos<br />

relativos a Caboto, que demostraban su presencia en<br />

España entre 1491 y 1493 79. Con ello, su presencia en Inglaterra<br />

no podía remontarse mucho más allá del año en el que el rey<br />

inglés, en 1496, le concede patente para sus viajes, lo que, por<br />

otra parte, concuerda con el aviso del embajador Puebla, en<br />

ese año, y la contestación de los reyes: «Nos dicen que es venido<br />

un indivzduo, como Colón, a proponer al rey de Inglaterra »<br />

Por añadidura, según la carta del embajador Ayala, ese recién<br />

llegado había hecho antes gestiones en Sevilla y en Lisboa para<br />

realizar el mismo viaje que el promovido en Inglaterra. Consec~~entemente~<br />

Cahntn, como promotor -según lo evidencia Ballesteros-,<br />

se inspiraba en el descubrimiento realizado por Colón,<br />

pues está comprobada su presencia en Barcelona poco antes<br />

de su regreso y no puede descartarse que llegara a presenciarle.<br />

La frase del embajador Ayala, en la que se habían sustentado<br />

todos los supuestos de la intervención de Caboto en<br />

las iniciativas descubridoras de Bristol, había sido mal interpretada,<br />

pues su sentido -como acertadamente lo leía Ballesteros-<br />

era el siguiente: «Los de Bristol, ha siete años que cada<br />

año han armado dos, tres, cuatro carabelas para ir a buscar la<br />

isla del Brasil y las Siete Ciudades con Ia fantasía deste ginovésn,<br />

es decir, con igual pretensión que Caboto 'O, al que dan erroneamente<br />

la misma naturaleza que a Colón.<br />

-- --.<br />

'"icenzo Beiiemo. Gzovanni Caboto, en ia Raccoira di documenti<br />

e Studz, Roma, 1894, parte V, vol. 11.<br />

79 Manuel Ballesteros Gaibrois: Juan Cabot en España, «Rev. Indias~,<br />

núm. 14 (1943), págs. 607-627.<br />

80 Ballesteros Gaibrois [79], pág. 618.


48 DEMETRIO RAMOS<br />

c) Cómo promueven los vzajes de los de Bristol y lo que cuenta<br />

Day a Cristóbal Colón<br />

Descartado el papel de Caboto, venía a plantearse un pro-<br />

blema -que es el que nos interesa concretamente-, pues ¿quién<br />

fue entonces el promotor de esos viajes de los de Bristol, en su<br />

segunda fase, y por qué razón se llevaron a cabo? Que esos<br />

viajes hay que admitirles, es indiscutible, tanto por lo que se<br />

sabe de ellos -lo poco que se sabe- como por lo que hizo<br />

constar el embajador Ayala con su expresión «ha siete años que<br />

cada año han armado dos, tres, cuatro carabelas para ir a bus-<br />

car la isla del Brasil» S'. Pero si esto es ya importante, mucho<br />

más lo es explicar esa anterior explosión de 1480-1481, pues al-<br />

guien también tuvo que promoverla y con una razón bien con-<br />

vincente, como para determinar esa atropellada simuitaneidad.<br />

La aportación de Vigneras -a la que nos referimos antes- ha<br />

dado nueva luz a este debatido problema. El documento que<br />

publicó este investigador, en efecto, contiene detalles de singu-<br />

lar valor. Se trata de una carta que en 1497 dirigió a Colón e1<br />

mercader John Day, apenas iiegado a Inglaterra -quizá proce-<br />

81 Quinn 1121, pág. 368, se muestra perplejo ante esta información,<br />

pues tomándola al pie de la letra -dice- «de Bristol habían salido de<br />

14 a 28 naves tras esa supuesta isla a partir de 1490 (si se hace remon-<br />

tar los siete años desde la partida de Caboto) o desde 1491 si se calcu-<br />

lan como referidos a la fecha de la carta. De ser así, escnbe, resultaría<br />

que ni los mismos portugueses habían intentado la exploración del<br />

Atlántico con tal intensidad. Por otra parte, es increíble que Bristol<br />

(donde únicamente estaban registrados seis barcos) pudiera mantener taF<br />

ritmo, sin combinar la pretensión descubridora con las actividades de<br />

pesca o comercio» Por nuestra parte, consideramos que Ayala no trató.<br />

ni de fijar el momento en que se inician las expediciones -que es 10<br />

que creyó Harrisse- ni de ofrecer un recuento de las embarcaciones<br />

empleadas por los de Bristol en viajes de descubrimiento, sino de in-<br />

formar que a partir de un momento dado -1490 ó 1491- se incrementó.<br />

la búsqueda.<br />

82 NO lleva fecha, pero como habla del viaje emprendido en el mes<br />

de mayo -io que se corresponde con el de 1497 de Caboto- y refiere<br />

que, a su regreso, el rey de Inglaterra había decidido que volviera a<br />

salir «el año benidero», no cabe duda que debe ser fechada la carta en<br />

1497, presumiblemente en diciembre Quinn, en The avgument [73], llega<br />

a la misma conclusión.<br />

514 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


dente de Sevilla-, para informarle del alcance que habían te-<br />

nido los viajes de Caboto, correspondiendo a la petición que le<br />

había hecho el propio Colón: «Con el criado de V. Señoría re-<br />

cibí su carta y visto lo que en ella me manda [me pide] quisiera<br />

que fuera servido. .S 83.<br />

La carta fue escrita en un buen castellano, lo que ya nos<br />

permitiría suponer que Day comerciaba en España, donde lar-<br />

gas permanencias habían de darse por necesarias para dominar<br />

el idioma con taI corrección. Pero no es necesario suponer nada,<br />

pues Vigneras prueba documentalmente que se dedicaba al co-<br />

mercio del plomo andaluz s4.<br />

Day remitía a Colón una «copia de la tierra que es fallada»,<br />

es decir, un mapa en el que se registraba lo que Caboto había<br />

descubierto en 1497. Y a este propósito, después de relatarle las<br />

incidencias ciei viaje y io que se había visto en él -pues en e1<br />

de 1496 dice que por los vientos contrarios tuvo que volverse-,<br />

le comentaba: «Se presume cierto averse fallado e descubierto<br />

en otros tiempos el cabo de la dicha tierra por los de Bristol que<br />

fallaron el Brasil, como dello tiene noticia V. Señoría, la qual<br />

se dezia ia ysia de Brasii, e presumese e créese [ésta sería una<br />

de las conclusiones de Caboto] ser tierra firme la que fallaron<br />

los de Bristoln.<br />

Por lo pronto, esta carta nos confirma no sólo que se hicie-<br />

ron viajes por «los de Bristob, previos a los de Caboto, sino<br />

también que éstos se realizaron mucho tiempo atrás: «en otros<br />

tiempos»; lo que nos conduce a pensar en los anteriores a<br />

las expediciones aludidas por Ayala. La más antigua que se<br />

conoce es la de 1480, que se sabe fue negativa, como lo fueron<br />

83 Yste d~c~ment~ he ka!!ada pcr V:gnerus en e! A U. de Simancas,<br />

Estado, leg. 2 (l.O), fol 6 (hoy en Autógrafos). Creemos que el<br />

criado de Colón que le entregó la carta puede ser un tal Jorge, pues al<br />

final del escrito de Day, y refiriéndose al ejemplar de Marco Polo que<br />

le remite en préstamo, dice aquando V S& fuese servido entregue 0,<br />

. .<br />

mande dar el libro a micer Jorge». Quizá se trate de un mercader ita-<br />

!iuEc qUe .;:ajarc, de Se~v7i!!a a Lcn&res clertr, frecUencio, p=sib!e-<br />

mente del grupo de los Berardi. Aunque también este Jorge podría ser<br />

otro comerciante inglés ligado al propio Day.<br />

Ruddock [73] le identifica también como miembro de una culti-<br />

vada familia de comerciantes de Londres, los Say.<br />

Núm 17 (1971) 515


50 DEMETRIO RAMOS<br />

los de la segunda fase. Ante este cuadro, Vigneras concluye que<br />

«debemos preguntarnos si esa serie de viajes en busca de la isla<br />

,de Brasil no pudieron ser motivados por un descubrimiento for-<br />

tuito, acaecido antes de 1480, de una tierra del otro lado del<br />

,Océano, por los marinos de Bristol, que la llamaron «Bresil»,<br />

porque sobre los portulanos del XIV y xv figuraba una isla le-<br />

gendaria de este nombres 8j.<br />

Nuestra respuesta, de momento, se limita a distinguir entre<br />

.descubrimiento de algo e interpretación, lo que no tiene que ser<br />

necesariamente simultáneo. Ya es un síntoma nada desdeñable<br />

*el que Day, al relatar el viaje de Caboto, si por un lado relaciona<br />

lo descubierto con la Brasil legendaria que buscaron los de<br />

Bristol -es decir, respondiendo al clima local-, por otro, al a<br />

tratar de fijar la situación de los accidentes, se le deslice c... y<br />

N<br />

E<br />

1- .---A- .--L.. 1 .---- 2- 1- 3- ?-- -:-A- --.. 2 ,.-&A -1 LA,.,.<br />

ia parle riiab vdna ue M yaru ur. rua a~títr. ~ruuüutía ~ a al ~ iluca- a<br />

O<br />

n -<br />

te », como si se le superpusiera otra interpretación que, como<br />

bien sabemos, estaba más enraizada en la tradición de los portugueses<br />

y castellanos. Y, por si fuera poco, sobre ambas establece<br />

una nueva, más acorde con la visión ilusionada del mo-<br />

que i-esFoll&l - 1- :--A- 1-1 A-- .- L.:-',.<br />

UGL u~3Cuw~ruur 2<br />

CI la ~npc~lcii~ia<br />

e presúmese e créese [ahora] ser tierra firme la que [entonces]<br />

fallaron los de Bristoln, lo que dice porque Caboto, a<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

su regreso, ha destruido el mito, las dos versiones, para sus-<br />

O<br />

tituirlo por la realidad. Pues si tiempo atrás -«en otros tiem- n<br />

pos»- alguien se tropezó con ello y forzosamente tuvo que ser<br />

interpretado por aquellos innominados -«los de Bristol»-, ahora<br />

ya, visto de otra manera por quien buscaba realidades, todo<br />

- a E<br />

n l<br />

n<br />

n<br />

se reducía a un recorrido largo «descubriendo la costa un mes 3<br />

O<br />

POCO más o menos».<br />

Vigneras 191, págs 10-11 Añade Vigneras que, en lengua céltica,<br />

Bresil quiere decir isla Afortunada o isla Feliz, citando a Richard Hen-<br />

ning: Terrae Incognztae, IV (Leiden, 1939), 293, y a André L. Hoist: L'ori-<br />

gzne du nom Bresil. Congreso do Mundo Portugués (Lisboa, 1940), Publi-<br />

racóes, 111, 1, 408-409. Dice también que puede ser ésta la Insula Delz-<br />

ctosa que es mencionada en la leyenda de San Brandan Vid. también Juan<br />

Alvarez Delgado: En torno al nombre «Bruszl», aAnuario de Estudios At-<br />

lánticos~, XIV, 1968, págs. 109 y sigs<br />

516 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

-<br />

o><br />

o<br />

E<br />

E<br />

s<br />

E -


MS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 51<br />

d) Lo que cabe entender de la aluszón de Day: Colón, efectiva-<br />

mente, tuvo «noticia» de la existencia de tierras al otro lado<br />

del Océano<br />

Ahora bien: ese descubrimiento de «otros tiempos» Day se<br />

lo menciona a Colón sin la menor preocupación por los detalles.<br />

Por un lado, con la mayor seguridad sobre el hecho -«los de<br />

Bristol que fallaron el Brasil»-; por otro, como si pudiera tener<br />

delante, a fuerza de sabido, el mapa de entonces y le comparara<br />

con el dibujado ahora por Caboto para decir que «se<br />

presume cierto averse fallado e descubierto en otros tiempos el<br />

cabo de la dicha tierra» -el que cita como «cabo más cercano<br />

y Yrlanda [que] está a Im. DCCC millas al hoeste del cabo Durseln-;<br />

y por otro, con cierto sentido irónico, para criticar que<br />

lo que «se dezía la ysla de Brasil», ha resultado «ser tierra firme<br />

la que [entonces] fallaron los de Bristoln. Pero esta referencia<br />

a lo «descubierto en otros tiempos» la hace sin duda así, sin<br />

más, como algo que no necesita mayor especificación, porque<br />

sabe de sobra que Colón lo conoce, como lo llega a decir: «como<br />

dello tiene noticia V. Señoría».<br />

Ante tan rotunda afirmación de Day, que hace al propio Colón,<br />

sin la menor vacilación, Vigneras se pregunta, y con razón,<br />

jcómo podía dar por sentado que el Almirante había de estar<br />

enterado de tal hecho? Y éste es el punto al que queríamos llegar,<br />

que, por cierto, es al que Vigneras se aproxima en parte, con<br />

no poca intuición, aunque sin llegar al fondo de la cuestión 86. Por<br />

un lado, ya lo hemos dicho, había dejado establecido que la serie<br />

de viajes hechos desde Bristol en demanda de la isla fantástica<br />

hubo de estar motivada «por un descubrimiento fortuito, hecho<br />

antes de 1480~. Por otro lado, ahora, contesta a su pregunta pen-<br />

Quinn también, a pesar de su minuciosidad, se mueve en la peri-<br />

feria, pues si en John Day and Colombus [73] se preocupa por los mo-<br />

tivos que podía tener Colón para desear la información del viaje de<br />

Caboto -motivos que no pueden ser más obvios-, para llegar a unas<br />

conclusiones respecto a sus efectos en el tercer viaje que creemos des-<br />

enfocados, en el otro estudio, The argurnent [73], se deja arrastrar por<br />

el espejismo de la prioridad inglesa en el descubrimiento, para lo que<br />

cree encontrar un asidero en esa afirmación de Day.


52 DEMETRIO RAMOS<br />

sando que esa noticia del descubrimiento de la isla Brasil pudo conocerla<br />

Colón durante su estancia en Inglaterra en 1477, época<br />

en la que se considera visitó Bristol y Galway y cuando hizo,<br />

%en el mes de febrero de ese año, un viaje hasta la Thule o<br />

Islandia.<br />

Claro es, Vigneras parece no sentirse muy satisfecho con la<br />

explicación que ofrece y, a continuación, menciona otra posibilidad,<br />

extraída del libro que Merrien publicó en 1955 sobre<br />

Colón, donde figura que muchos marinos de Bristol que habían<br />

tomado parte en el viaje de 1480 -el de John Lloy- fueron más<br />

-tarde capturados por un corsario bretón, llamado Coétanlem,<br />

quien les condujo a Lisboa, donde Colón entraría en relación<br />

con ellos Lástima, comenta Vigneras, que Merrien olvide in-<br />

D<br />

N<br />

dicar sus fuentes, como le sucede concretamente en este caso del<br />

E<br />

corsario Coétanlem. n - =<br />

Pues bien: aunque tengamos que movernos por terreno poco<br />

firme -tanto como el propio Vigneras en este caso-, creemos<br />

$que no es posible aceptar que Colón conociera ese viaje fortuito<br />

E<br />

E<br />

2<br />

E<br />

a<br />

durante su estancia en Inelaterra en 1477. sencillamente porque<br />

tampoco es creíble que en ese año se produjera ese retorno que<br />

-motivó la seguridad de la existencia de la isla Brasil. Decimos<br />

esto, porque un retorno que fuera capaz de producir tal convencimiento,<br />

forzosamente había de determinar una reacción inme-<br />

$<br />

-<br />

0 m<br />

E<br />

O<br />

.diata. Y si ésta se produce en 1480, la distancia de tres años<br />

nos parece excesiva espera por quienes se sintieron ansiosos de<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

lograr un éxito como el que se les deparaba, máxime cuando ha-<br />

2<br />

bían de temer que otros se les adelantaran. Por consiguiente, si<br />

0<br />

los viajes de búsqueda se producen repentinamente en 1480 y O<br />

1481; parece más justo admitir que -al ser éstos el efecto de una<br />

causa que es común para ambos- el retorno movilizante que<br />

les produce hubo de precederles. Dada, pues, la apremiante actividad<br />

que estos viajes evidencian, lo más lógico es creer que el<br />

retorno que les ofreció el indicio tras el que parten debe fi-<br />

iarse --- - - en 1479 Y entonces: Colón estaba muy lejos de Inglaterra,<br />

de donde había regresado a Lisboa en la primavera de 1477.<br />

87 Jean Merrien: Christophe Colomb, París, 1955, pág. 87.<br />

Quinn, The argument [73], pág. 282, no advierte la necesidad del<br />

518 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


U)S CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 53<br />

De los pasos siguientes de Colón tenemos puntual noticia,<br />

gracias a los documentos que publicó Assereto. Así, sabemos<br />

que en julio de 1478 todavía estaba en Lisboa, donde recibió el<br />

encargo de ir a la Madera a comprar una partida de azúcar por<br />

cuenta de Luis Centurione. En agosto de 1479, Colón está en<br />

~Génova, donde presta declaración en relación con el perjuicio<br />

.económico sufrido en tal operación y, seguidamente, regresa a<br />

Lisboa. Su estancia entre las islas y Portugal continuó, hasta<br />

que pasó al ámbito africano y luego a Canarias. {Cuándo, pues,<br />

pudo conocer Colón lo referente a ese viaje fortuito?<br />

e) Reconstrucczón de la aventura del «piloto desconocido»<br />

Si tenemos en cuenta lo que sentamos al principio, que un<br />

viaje accidental hacia el Occidente determinaría, en virtud del<br />

circuito de vientos y corrientes, que el retorno -caso de tener<br />

la fortuna de lograrlo- había de producirse por una vía dis-<br />

tinta, entonces estaremos ante el hecho de que la nave que, tras<br />


54 DEMETRIO RAMOS<br />

hubieran corrido la misma aventura y con idéntica suerte; lo<br />

más lógico es admitir lo que parece natural, según lo hemos<br />

visto: que sea uno y el mismo.<br />

Por otro lado, resulta también comprensible que los vientos<br />

excepcionales, capaces de provocar el arrastre, no se repitieran<br />

con análogas consecuencias, en tan corto período, como para<br />

producir varios sucesos semejantes. Tanto en función del pro-<br />

tagonista, como las circunstancias meteorológicas determinantes<br />

confluyen en la singularidad dentro de un corto plazo.<br />

Más aún: si quien sufrió la deriva forzada se movía en el<br />

ámbito de Canarias, justo es que regresara allí. Pudo llegar a<br />

Bristol, pero ello no obliga a que tuviera que residir desde en-<br />

tonces en tal lugar. Si volvió enfermo o casi agotado, por 10<br />

menos esperaría a reponerse. Incluso cabe admitir que se viera<br />

en la precisión de tomar parte en una de ias expediciones in-<br />

mediatas -y sabemos que se dieron dos, una en 1480 y otra<br />

en 1481-, que se paralizaron repentinamente para reanudarse<br />

en 1491. Ello hace presumir que fracasado el mero intento, hu-<br />

biera abandonado Bristol en 1482, pues, aparte cualquier otra<br />

razón, ¿qué crédito podía esperar merecer ya después de dos<br />

pruebas negativas?, y si tenemos calculado que los informes los<br />

recibe Colón en 1483, la convergencia en una misma persona se<br />

hace aún más verosímil.<br />

Por otra parte, todo ello parece ajustarse también a la versión<br />

que Las Casas aporta -que no toma en este caso de don Hernan-<br />

do, lo que le da más valor-, y que dice recogerla de la «vuIgar<br />

opinión que hubo en los tiempos pasados -es decir, en los pri-<br />

meros tiempos-, que sonaba ser la causa más eficaz -para Co-<br />

Ión- de su final determinación» 89, versión que -agrega- tam-<br />

bién «era muy común a todos los que entonces en esta isla Espa-<br />

ñola vivíamos, no solamente los que el primer viaje con el Almi-<br />

rante mismo. . a poblar en ella vinieron , pero también a los<br />

que desde a pocos días a ella venimos». Y a este propósito -con-<br />

tando los hechos, en sustancia, en forma paralela a Fernández de<br />

Oviedo-, se refiere a «una carabela o navío que había salido de<br />

un puerto de España», diciendo seguidamente: «no me acuerdo<br />

Las Casas, lib. 1, cap. XIV.<br />

520 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


MS CONTACTOS TRASATL~NTICOS DECISIVOS 55<br />

haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de<br />

Portugal se decía». Esta aparente contradicción merece la pena<br />

verla con atención, pues lo que nos expresa es una borrosa imagen<br />

que no acierta a poner en claro. Si se trata de una carabela que<br />

dice salida «de un puerto de España», claro es que ello no se co-<br />

rresponde con que, sin haberlo dudado primero, diga después<br />

que «creo que del reino de Portugal». Lo que parece desorientar<br />

a Las Casas es el hecho de que, hablándose «de un puerto de Es-<br />

paña» -como también lo dijo Oviedo-, no pudiera saber de<br />

cuál, al mismo tiempo que el rumor se refería a islas, porque<br />

no advertía que ese puerto de salida podía ser uno de las Cana-<br />

rias. La confusión venía producida por una circunstancia derivada<br />

de la superposición del supuesto desenlace del caso en la Madera,<br />

con lo que pudo resultarle incongruente que un barco salido<br />

de España, al retornar no volviera a su punto de origen. Que la<br />

narración que traslada del suceso se refería a una embarcación<br />

salida de puerto español es evidente, pues luego de explicar que<br />

corrió «terrible tormenta» y que «arrebatada de la violencia e<br />

ímpetu della, vino diz que a parar a estas islas» -y menciona<br />

concretamente La Española-, dice, sin advertir cuál había sido<br />

su corrección, que después «tornándose para España...». Y no<br />

olvidemos, para comprender la realidad del suceso, que Gómara<br />

lo recogió diciendo «unos hacen andaluz a este piloto, que trata-<br />

ba en Canaria y en la Madera; otros vizcaíno, que contrataba en<br />

Inglaterra y Francia; y otros portugués, que iba o venía de la<br />

Mina D; que no son alternativas, como puede parecer, sino cabos<br />

sueltos que se refieren al piloto y a la navegación que hacía<br />

-«que trataba en Canarias- y el lugar donde torna al regreso,<br />

al Norte -«Inglaterra y Francia»-, mezclado todo confusamen-<br />

te con la supuesta historia de lo sucedido en la Madera, pues, lógi-<br />

camente, con cada uno de estos segmentos había de hacer corres-<br />

ponder a un protagonista que encajara con ellos.<br />

Y visto lo que se refiere al punto de partida, debe advertirse<br />

que esa nave la relaciona el padre Las Casas -también como<br />

Oviedo-, borrosamente, con Inglaterra, pues dice que «iba car-<br />

gada de mercaderías para Flandes o IngZaterra~. Algo demuestra<br />

que se había oído, aunque la versión deformada convierte en<br />

destino del navío lo que fue punto de arribada al retorno. No obs-


56 DEMETRIO RAMOS<br />

tante, la mención de Inglaterra -por todos- es bien indicativa,<br />

máxime si tenemos en cuenta el circuito circulatorio del Atlántico<br />

y contamos ya con los datos que hemos examinado, a la luz de<br />

los cuales esta referencia adquiere un significado bien claro.<br />

Y que se trata de un efecto acumulativo es evidente, pues al mismo<br />

tiempo que dice que esa nave «iba cargada de mercaderías<br />

para Flandes o Inglaterra~ -es decir, con duda sobre su destino-,<br />

agrega «o para los tractos que por aquellos tiempos se<br />

tenían», con lo cual viene a dejar ver que no sabía cuál era su<br />

destino, y que si cita a Inglaterra o Flandes es porque el periplo<br />

de esa nave de alguna manera se relaciona con ese ámbito del<br />

Norte 90.<br />

La confusión, pues, está determinada por el retorno, pues<br />

siguiendo adelante con su relato, y tras haber dicho que la nave<br />

pudo «llegar a esta isia sin tardar mucho tiempo y sin faltarles<br />

las viandas, y sin otra dificultad fuera del peligro que llevaban<br />

de poderse finalmente perder», después de uno más de los engorrosos<br />

incisos que intercala, termina por decir: «Así que no<br />

fue maravilla que en diez o quince días, y quizá en más, aquéllos<br />

corriesen í.000 ieguas, mayormente si ei ímpetu ciei viento<br />

Boreal o Norte les tomó cerca o en paraje de Bretaña o de Inglaterra<br />

o de Flandes». Se ha superpuesto, como se ve, el regreso<br />

90 El doctor Enrique Marco Dorta -que tanto sabe de historias de<br />

la mar por tradición familiar- a quien dimos a leer el original de este<br />

trabajo, nos citó en este punto un caso que viene a apoyar -como testimonio<br />

paralelo- lo que aquí exponemos, pues recordó una conversación<br />

con el almirante don Julio Guillén en la que le refirió lo sucedido,<br />

en uno de sus viajes de instrucción, a !a coberta ~Nautilus~ -antiguo<br />

buque escuela de Guardiamarinas- que, despachado de La Habana para<br />

FP~~Q!, f ~ a e pan de arribada a lin puerto de Irlanda Se atribuyó el<br />

hecho a errores acumulados en las tomas de situación por no haber<br />

podido observar el sol en muchos días a causa de nieblas o cerrazón y<br />

equivocaciones de estima, siempre aproximada. También nos habló de<br />

que por el año 1928, más o menos, una goleta de la matrícula de Las<br />

Palmas -al mando de Juan Manero, amigo de la familia Marco- zarpó,<br />

50 r~~~rE1_&a bie~ $1 exactamente de La Habana para Tenerife y;<br />

por motivos parecidos, fue a parar a la Bretaña francesa. El caso de<br />

este barco, salido inicialmente de Canarias, venía a reproducir, en cierto<br />

modo, y en época tan reciente, lo que siglos atrás pudo haber sucedido<br />

a quien, después de un viaje fortuito, trataba de regresar.<br />

522 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS CONTACTOS TRAsATLÁNTICOS DECISIVOS 57<br />

de la nave, confundiéndolo con el arrastre hacia Occidente, convirtiéndose<br />

el lugar de arribada en el punto donde les sorprendió<br />

la tormenta.<br />

Bien claro se identifica la equivocación si advertimos que,<br />

después de habernos dicho que en el viaje no sufrieron apenas<br />

ninguna penalidad -«sin tardar mucho tiempo, sin faltarles las<br />

viandas y sin otra dificultada-, luego dice que «por los grandes<br />

trabajos y hambres y enfermedades, murieron en el camino.. .,;<br />

lo que refiere al retorno, cuando a la imprevisión de víveres en<br />

que les sorprende el viaje forzado de la ida, en medio de una<br />

«terrible tormenta», tuvo que suceder un regreso lógicamente sin<br />

«terrible tormenta» y ya calculado el riesgo de la necesidad de<br />

prevenir aguada y víveres, aunque, como lo relata Gómara, «volvió<br />

de allá en muchos más días que fue». Fernández de Oviedo -el primero que reflejó este precedente- habló también de los<br />

«for~osos tiempos» en el viaje de ida; pero, en cambio, menciona<br />

«que después le hizo tiempo a su propósito y tornó a dar la vuelta,<br />

e tan favorable navegación le subcedió, que volvió a Europa . . D<br />

(1, lib. 11, cap. 11). Por consiguiente, es muy claro que Las Casas<br />

trastrocó lo que decía del viaje, quizá obligado a invertirlo para<br />

que se acomodara con el dramático desenlace de la historia -que<br />

en Oviedo parece contradic~orio-; imaginado, como es evidente,<br />

pues esta última parte hubo de ser la que no trascendió y el<br />

vulgo tuvo que llenarla de alguna borrosa manera, que el dominico<br />

trató de reconstruir -como lo demás- a su modo.<br />

Veamos cómo lo narra Las Casas:<br />

«Tornándose para España -dice-, vinieron a parar destrozados;<br />

sacados los que, por los grandes trabajos y hambres y enf<br />

ermedades, murieron en el camino, los que restaron, que fueron<br />

pocos y enfermos, diz que [vinieron] a la isla de la Madera, donde<br />

también fenecieron todos». Esta extinción total, casi bíblica, naturalmente<br />

no puede admitirse, pero a ella tenía que apelarse ante<br />

lo que resultaba inexplicable: que de la tripulación de esa nave,<br />

.después de correr tan fenomenal aventura, nadie supiera nada,<br />

cuando lo lógico es que los que llegaran hubieran divulgado<br />

su extraña historia. De aquí la única solución: matarlos a todos.<br />

Les faltaba el eslabón de la arribada a Bristol, donde forzosamente<br />

permanecieron los supervivientes -que, ciertamente, serían


56 DMETRIO RAMOS<br />

muy pocos-, y desde donde intervendrían, como es lógico, era<br />

los siguientes intentos. Y como faltaba el eslabón del lugar que<br />

alcanzaron en el regreso, tuvieron que imaginarlo. Las Casas 10<br />

sitúa en la Madera. ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque si no<br />

llegan a tierra peninsular, española o portuguesa, que es lo que<br />

descarta de lo dicho por Oviedo, ¿a dónde pudieron llegar? Dado<br />

que, según el mismo Oviedo -quien se había referido a Portugal-<br />

y Gómara -que no se inclinó por lugar concreto-, unos<br />

decían que llegaron a la Madera, otros a las Azores y otros a<br />

las de Cabo Verde, Las Casas se decide por la Madera, por saber<br />

que Colón residió en Porto Santo, y -según el mismo Oviedo<br />

escribió- al piloto moribundo «le recogió en su casa como amigo<br />

y le hizo curan. Este es, pues, el motivo de fijarse en la<br />

Madera, aunque por lo que se ve -segun lo que unos y otros<br />

decían- lo único de lo que había coincidencia era de que el contacto<br />

se produjo en las islas atlánticas. Así, el vacío del punto<br />

alcanzado en el retorno se llenaba, confundiéndole con el Iugar<br />

donde Colón obtuvo las noticias del viaje.<br />

La continuación del relato también es fruto de ese esfuerzo<br />

que trató de colmar los vacíos de lo que borrosamente llegó a<br />

trascender. Según Fernández de Oviedo, que fue el primero que<br />

escribió sobre el hecho, después de recoger Colón al piloto superviviente<br />

en su casa, se enteró de todo porque le pidió que<br />

de fiziese una carta y assentase en ella aquella tierra que había<br />

visto», después de lo cual murió. Pero Las Casas, en cambio, dice<br />

que fue el piloto quien, sintiéndose morir, «descubrió a Colón<br />

todo lo que les había acontecido», con los detalles de situación<br />

del caso, «lo cual todo traía por escripton. Las Casas, que trató<br />

de averiguar lo que sucedió -como 10 hemos visto al descartar<br />

lo que dijo Oviedo del regreso a Portugal-, incluye ahora otro<br />

dato que no ha copiado de nadie, que aparece envuelto en la<br />

historia de la llegada de los moribundos: que Colón conoció<br />

todo por una puntual relación del piloto, «lo cual todo traía por<br />

escripto~. Y el dato no es superfluo, máxime cuando es una inserción<br />

concreta que pugna con todo lo que, por arrastre, venía<br />

narrando. Pues, ¿cómo podía concebirse que ese piloto, que por<br />

sorpresa atravesó el Atlántico, en medio de una gran tormenta,<br />

que muerto de sed y de hambre y enfermo -hasta el punto de<br />

524 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


LOS CONTACTOS TRAsATL~NTICOS DECISIVOS 59<br />

llegar casi sin vida-, resulta que había tenido la posibilidad de<br />

anotar «las alturas y el paraje donde esta isla dejaba o había<br />

hallado* y «los rumbos y caminos que habían llevado», «todo lo<br />

cual traía por escripto»? Las Casas, es cierto, normalmente<br />

adobaba y adornaba, ampliando por parafraseo, las fuentes que<br />

utilizaba; pero esto no es ya una dramatización cargada de adje-<br />

tivos, sino un dato nuevo que inserta, lo que permite creer que<br />

algo había llegado a-saber de ello. Y según lo que tenemos visto,<br />

ciertamente, corresponde a lo que es lógico; pues si el piloto<br />

permaneció en Bristol y se utilizaron sus servicios para los dos<br />

Intentos inmediatos, resulta correctísimo que cuando, sintiéndo-<br />

se defraudado y enfermo, regresa a su tierra, con él pudiera<br />

llevar ese relato detallado que luego puso en manos de Colón.<br />

Porque no es entonces el náufrago el que llegan en trance de<br />

muerte, sino quien ha tenido tiempo -años- y oportunidad<br />

-reposo- para redactar todo.<br />

Es de señalar que si Las Casas transmite todos estos detalles<br />

-después de haber tratado de comprobarlos, como se ha ad-<br />

vertido-, ello tiene un significado indubitable, pues no cabe<br />

suponer nunca que hable a humo de pajas, ya que siendo tan<br />

afecto a los Colón, su testimonio adquiere un valor extraordina-<br />

rio, pues de haber sido todo ello desconocido o dudoso, su si-<br />

lencio hubiera parecido muy lógico. Y no sólo no lo silencia<br />

-a pesar de lo que contrariaba a la tesis de los Colón de que el<br />

Almirante regaló las Indias a los Reyes, como algo que sólo por<br />

su industria se había descubierto-, sino que tampoco trata de<br />

desvirtuarlo, puesto que lo apoya con experiencias propias.<br />

Que se frata de algo que se había traslucido y difundido en la<br />

época, nos lo demuestra el hecho de que, por otra vía y en otro<br />

ambiente muy distinto, recogió análogas noticias el inca Garci-<br />

laso de la Vega. Su versión también encaja con lo que llevamos<br />

dicho. Parece responder a los comentarios que en el Perú suscitó,<br />

entre 10s conquistadores, la lectura de Gómara, pues Garcilaso<br />

dice que como este cronista lo dio todo abreviado, y los informes<br />

a veces le llegaron imperfectos, «yo quise añadir esto poco que<br />

faltó de la relación de aquel antiguo historiador», basándose en<br />

noticias que -dice- ayo las oí en mi tierra a mi padre y a sus<br />

contemporáneos, que en aquellos tiempos la mayor y más ordi-


60 DEMETRIO RAMOS<br />

naria conversación que tenían era repetir las cosas más hazañosas<br />

y notables que en sus conquistas habían acaecido, donde contaban<br />

la que hemos dicho..., que como alcanzaron [a conocer]<br />

a muchos de los primeros descubridores y conquistadores del<br />

Nuevo Mundo, hubieron de ellos la entera relación de semejantes<br />

cosas» 91.<br />

Aparte de darnos Garcilaso el nombre del piloto -sin que<br />

sepamos en concreto quién pudo ser su informante-, ratifica<br />

lo que Fernández de Oviedo y Las Casas vinieron a decir, pues<br />

si traficaba desde los puertos andaluces con Canarias -como él 101<br />

dice sin dudarlo-, lo importante es que comerciaba en Canarias:<br />

en «las Canarias cargaban. Le hace trajinar en una contratación<br />

triangular: desde la Península a Canarias y desde aquí a la Madera<br />

-donde cargaba azúcar-, para volver a la Península. Varios detalles<br />

son interesantes: que la separación de su ruta, arrastradoa<br />

por un temporal, se produce «atravesando de las Canarias a la<br />

isla de la Madera»; es decir, habiendo partido de Canarias. Otro<br />

de estos detalles es el que refiere que, en su arribada americana,<br />

tocó La Española -da que ahora llaman Santo Domingo»-,<br />

- m<br />

O<br />

E<br />

S E<br />

- E<br />

lo que coincide con las anteriores versiones.<br />

También aquello en que se diferencia de los otros relatos parece<br />

significativo. No menciona para nada a Inglaterra, que los<br />

otros cronistas citaban como punto de destino del navegante.<br />

2<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E<br />

O<br />

Ahora bien, si ellos se refirieron a Inglaterra, haciéndose eco<br />

de una vaga relación con el viaje, confundiéndose así con la<br />

n<br />

- E<br />

a<br />

arribada del retorno, la omisión de Garcilaso no puede interpre-<br />

2<br />

n<br />

tarse como negativa, sino, al contrario, como testimonio que evin<br />

dencia la confusión de los anteriores.<br />

Garcilaso tampoco menciona la llegada de la nave con los<br />

3<br />

O<br />

9' Garcilaso de la Vega: Comentarios reales de los zncas, parte 1,<br />

libro 1, cap. 111, pág. 10 del tomo 133 de la edic. de la BAE, Madrid, 1963,<br />

con estudio preliminar del P Carmelo Sáenz de Santa María. Quizá sea<br />

esta parte en que trata de «cómo se descubrió el Nuevo Mundo» uno<br />

de Ius esciiios pi-eliminares lo que coniaban los coiiquisia&oi-es<br />

de los sucesos viejos, que uniría a las historias de los antiguos incas.<br />

¿Fue redactado para iniciar un libro de recuerdos? Por lo pronto, no<br />

parece encajar con los Comentarios, ni aun dentro del proceso que<br />

sobre su elaboración ofreció Durand<br />

526 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

N<br />

E<br />

O<br />

n -


MS CONTACTOS TRASATL~NTICOS DECISIVOS 61<br />

supervivientes a la Madera, para decir, en cambio, que «llegaron a<br />

la Tercera», es decir a las Azores, lugar en el que sitúa el consabido<br />

episodio de la recogida en la casa de Colón, donde van los<br />

cinco que regresan «porque supieron que era gran piloto y cosmógrafo<br />

y que hacía cartas de navegar», aunque «por mucho que<br />

Cristóbal Colón les regaló, no pudieron volver en sí, y murieron<br />

todos en su casa». La inserción de la inadmisible historia es el<br />

viejo relleno de lo que resultaba vacío; y esto, como el señalamiento<br />

del suceso en la Tercera, demuestra que si lo que no se<br />

sabía era el lugar del retorno, en cambio se tenía clara conciencia<br />

de que el hecho del informe tuvo lugar en una isla, en lo que<br />

coinciden todos, y lo que coincide también con lo que dejamos<br />

establecido, máxime cuando nos viene a descartar la isla de la<br />

Madera. Pero hay algo más en Garcilaso de verdadera importancia:<br />

que nos da una fecha. Y es con lo que comienza su relato:<br />

«Cerca del año de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro, uno más<br />

o menos, un piloto natural de la villa de Huelva ... n; época en la<br />

que sitúa el viaje. Y si esto es imposible, porque es el año en<br />

el que va Colón con su proyecto a Lisboa, en cambio nos ofrece<br />

el síntoma de que el momento en el que recibió la información<br />

-que es con lo que se confunde- es casi inmediato a la apertura<br />

de negociaciones y muy tardío.<br />

Tras este contraste de las fuentes, es evidente su sustancial<br />

identidad en reflejarnos el eco de lo que pudo llegar a trascender,<br />

y la coincidencia en revelarnos detalles que encajan con las conclusiones<br />

obtenidas de acuerdo con nuestro método. El regreso<br />

de una nave, pocos años antes de iniciar Colón sus gestiones,<br />

lo ponen de manifiesto tanto los testimonios como el ulterior<br />

pror.eder de! des--&ri&r, aspecto en -1 qi~e e1 profesor Manzano<br />

nos ilustrará con el fruto de su larga y paciente investigación.<br />

f) La explicación de otros puntos oscuros<br />

Por otra parte, la reconstrucción a la que hemos llegado nos<br />

ofrece, además, explicación para varios puntos que parecen poco<br />

claros en el desarrollo de los acontecimientos. Uno de ellos,<br />

el hecho, que sería demasiado extraño, de que si fuera el sujeto


62 DEMETRIO RAMOS<br />

un piloto portugués que había regresado a su país, los portugue-<br />

ses, interesados en los descubrimientos -y más quienes fleta-<br />

-<br />

ron su nave-, no hubieran conocido nada de ello, permanecien-<br />

do insensibles a su regreso, sin saber aprovechar sus informes.<br />

Otro, que ese piloto desconocido permaneciera mudo, sin dar<br />

explicaciones a nadie sobre su prolongada ausencia y su llegada<br />

irregular, con esa vuelta in extremis. Ambos aspectos, en cambio,<br />

dejarían de ser incomprensibles si no se trata de un piloto por-<br />

tugués y si regresa a una base de partida que no interviene en<br />

empresas descubridoras, y después de una estancia en otra parte<br />

-en el Bristol de la arribada-, de donde vuelve ya enfermo de<br />

gravedad, después de haber fracasado en el intento de repetir<br />

su experiencia, como pretendió sacar partido aquel Vicente Díaz a N<br />

de su imaginaria visión, de que nos habla don Hernandog2.<br />

Quizá no precise explicación otro aspecto, que puede ser independiente<br />

de una razón determinante, pero no está de más advertir<br />

que, en la forma en que se nos presentan los hechos, también<br />

tendría un sentido mucho más lógico, de acuerdo con nuestro<br />

razonamiento, la doble opción de la gestión colombina tras<br />

su apartamiento de la corte de Lisboa. Según el relato de don Hernando,<br />

que en lo sustancial repite Las Casas, cuando Colón decidió<br />

tantear las posibilidades de su proyecto tomando el camino<br />

de La Rábida, considerando que pudiera necesitar proponer<br />

su empresa «de nuevo a cualquier otro príncipe, y así en esto -<br />

a<br />

pasase largo tiempo, mandó a Inglaterra un hermano suyo que<br />

2<br />

estaba con él, llamado Bartolomé Colón» 93. Aparte del problema<br />

d<br />

n<br />

n<br />

de la fecha en que llegó a pasar a Inglaterra el hermano del<br />

Almirante, lo cierto es que esta doble gestión fue hecha antes 3 O<br />

de que pasara a Francia. ¿Y no es curioso, nos preguntamos, que<br />

en paralelo con la gestión española de Colón fuera Bartolomé<br />

a plantear lo mismo a Londres? 94. Si para la decisión de someter<br />

92 H Colón Ha del Almzrante, cap IX, t. 1, págs 76-77 de la edic. de<br />

Serrano y Sanz.<br />

" ?m Hernand~ CdSn, cap. U!; semejuilte, 2uilq~e cun k .ida de<br />

la fecha, en Las Casas, lib. 1, cap. XXIX.<br />

94 Quinn, en John Day and Colombus [73], llama la atención sobre<br />

el interés de Colón por el contacto con Inglaterra, señaIando e1 signifi-<br />

cado que puede tener, además del envío de su hermano Bartolomé, la<br />

528 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

E


LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 63<br />

su proyecto a los Reyes Católicos hubo de pesar la razón de<br />

haber sido por Canarias por donde se produjo la deriva del pi-<br />

loto, también cabía pensar que la alternativa inglesa se basaba<br />

en una motivación relacionada con su retorno. El hecho, al menos,<br />

es sugeridor, y a la luz de lo que se nos ha planteado, adquiriría<br />

un nuevo significado. Por otra parte, los de Bristol, que interrum-<br />

pieron sus búsquedas en 1482, justamente cuando, según lo que<br />

resulta de lo que vamos viendo, el piloto marcha de Inglaterra,<br />

&por qué vuelven a sus intentonas desde 1491? ¿Será a causa de<br />

la renovación de los anteriores fundamentos, tras las instancias<br />

de Bartolomé Colón? ¿Tendrá que ver en ello aquello que men-<br />

ciona don Hernando sobre la relación que inició con el rey bri-<br />

tánico, «al cual presentó un mapamundi»?<br />

Por úitimo, merecen aiguna consideracion otros aspectos que<br />

complementan la verosimilitud de la reconstrucción obtenida,<br />

todos ellos coincidentes en la solución apuntada. En efecto, si<br />

nos atenemos al comportamiento de Colón en el viaje descubri-<br />

dor, podemos advertir el contraste de su incertidumbre al llegar<br />

a Cuba - en la duda de si es tierra firme o isla- con la seguri-<br />

dad de que La Española es una isla. Ello parece apuntar a que<br />

Colón sólo tenía noticia de una gran isla; por eso, si primero<br />

piensa que Cuba puede ser el Cipango -y al no reconocerla,<br />

duda-, luego le identifica rotundamente con La Española. 'Esto<br />

permite comprender que el piloto llegó a esta isla, pero no pasó<br />

por Cuba, por haber seguido por las Lucayas, intentando diri-<br />

girse al Oeste, no sin antes verse obligado a tocar en tierra de<br />

Norteamérica, desde donde alcanzaría las Islas Británicas. De<br />

aquí la identificación del cabo más próximo a Irlanda, visitado<br />

luego por Caboto, que Day considera, en su carta a Colón,<br />

como visto «en otros tiempos». -<br />

Y apoya esta interpretación del comportamiento de Colón en<br />

su viaje de descubrimiento -como huella y reflejo de la posible<br />

ruta del piloto- uno de los datos de Las Casas, cuando habla<br />

de las referencias que los indios dieron en Cuba -y dice haber-<br />

correspondencia con el rey británico, de la que alardeó en la corte de<br />

los Reyes Católicos, así como su atención por las actividades de los de<br />

Bristol y las de Caboto.<br />

Núm 17 (1971)<br />

34


64 DEMETRIO RAMOS<br />

lo oído él: «de que tuvimos relación»- a los primeros que fue-<br />

ron a poblarla, al manifestarles que «tenían reciente memoria<br />

de haber llegado a esta isla Española otros hombres blancos y<br />

barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años» 95-<br />

Y Las Casas, que parece extrañarse de que los indios de Cuba no.<br />

dijeran tal cosa de su propia isla sino de la contigua, quiso expli-<br />

cárselo, aventurando que «esto pudieron saber los indios veci-<br />

nos de Cuba, porque. se comunicaban con sus barquillos o<br />

canoas», y más aún porque «Cuba sabemos, sin duda, que se<br />

pobló y fue poblada desta Española», sin advertir aquí que, en<br />

efecto, desde que los españoles se establecieron en la Dominicana,<br />

se produjo una emigración de grupos de sus naturales a la isla<br />

de Cuba.<br />

Por otra parte. si Day puede decir a Colón, al referirse a ese<br />

descubrimiento de otros tiempos, con plena seguridad, «como<br />

dello tiene noticia V. Señoría», tenemos que pensar que sólo<br />

pudo ser porque el propio Colón le hubiera hablado de que<br />

sabía que ese hallazgo se realizó, pues de otra forma sería con-<br />

vertirle en adivino. Hasta es muy presumible que en la carta<br />

que le hizo llegar Colón le mencionara ese conocimiento, ante la<br />

necesidad de soslayar sus reservas, pues como se ve, por lo que<br />

contesta, sólo se muestra dispuesto a informar en «lo que onesto<br />

fuere, sin perjuicio del Rey mi señor». Y que bien lo sabía Colón<br />

es evidente, pues si en el segundo viaje decide que Cuba es tierra<br />

continental, el hecho de renunciar a seguir hacia el Norte evi-<br />

dencia que tenía alguna idea de que no había de encontrar nada<br />

importante por aquel rumbo, como lo confirma la propia estam-<br />

pa de semidesierto humano que adquirió Caboto, quien regresó,<br />

en 1497. sin ver un solo Indio. Y además porque ese convencimien-<br />

to de Colón nos demuestra que tenía conciencia de la extensa<br />

tierra que seguía hacia el Norte.<br />

Como bien dice Quinn, la idea de que hubo un piloto infor-<br />

mante parece haber sido muy popular antes de la muerte de<br />

Colón, lo que explica que se reflejase en los cronistas. El por qué<br />

pudo extenderse ese rumor bien lo vemos en el caso de que tra-<br />

tamos, pues si Day -dirigiéndose al propio descubridor- le habla<br />

95 Las Casas, lib 1, cap. XIV.<br />

530 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


indirectamente de ello, porque algo sobre el particular le ha<br />

mencionado el Almirante, la conclusión es obvia.<br />

VI. CONCLUSIONES<br />

Si las antiguas arribadas de supervivientes a tierras america-<br />

nas que pudieron existir antes del siglo xv determinaron trans-<br />

ferencias culturales, éstas tuvieron que ser menores o práctica-<br />

mente nulas, sobre todo, a partir del momento en que los llega-<br />

dos accidentalmente se convirtieron en fugaces visitantes al<br />

intentar el retorno. Desde ese instante, su consecuencia se refle-<br />

jaría en la pretensión de alcanzar las islas o tierras que las noti-<br />

cias de los que regresaran originaron, y todo dependía de lo que<br />

se identificara, desde la orilla europea. a través de esas nove-<br />

dades.<br />

Según el examen que hemos hecho de la expedición de Teive<br />

de 1452 y de las inquietudes nuevamente suscitadas poco antes<br />

de 1474, resulta que el proyecto colombino se vio promovido<br />

por una identificación semejante a la que se supuso por lo me-<br />

nos en ambas fechas. La idea, pues, no era nueva, y hasta puede<br />

decirse que el proyecto se había llevado a la práctica o se intentó<br />

más de una vez. Si los portugueses no descubrieron América con<br />

un piloto español, en 1452, no fue por falta de imaginación de<br />

los intrépidos lusitanos, que tan a punto estuvieron de lograrlo,<br />

del mismo modo que ellos tuvieron los primeros indicios y noti-<br />

cias, y portugueses debieron ser también todos los que en esos<br />

años pudieron avistar las tierras nuevas. La posibilidad y hasta<br />

la presunción asiatista también fue anticipadamente portuguesa.<br />

Ello es lógico, pues lo que sería inexplicable es que un merca-<br />

der extranjero tuviera que sugerirles la idea, cuando su pericia<br />

náutica era tan extraordinaria. Otro es el caso de 1479, pues la<br />

arribada a Bristol determinó, es cierto, una febril actividad, pero<br />

sin arraigo -como inyectada-, como la pronta renuncia lo evi-<br />

dencia, puesto que allí ninguna experiencia ni tradición descu-<br />

bridora existía. Por eso será también allí donde luego un merca-<br />

der extranjero -Bartolomé Colón- pudo sugerir con sus ins-<br />

tancias la empresa, que es, a fin de cuentas, lo que se repitió en<br />

los años de la estancia de Juan Caboto.<br />

Núm 17 (1971) 533.


(66 DJ3METRIO RAMOS<br />

Hubo, pues -y ahí están, al menos, los intentos de Teive y<br />

de Telles-, potencialmente, más de un Colón -como hubo más<br />

.de un piloto informante, es decir más de un retorno-, y si el descubrimiento,<br />

al fin, se realiza con éxito en 1492, cuando el intento<br />

Se cuarenta años antes había fracasado %, quizá deba atribuirse,<br />

primero, a la paralización del plan de Telles a causa de la guerra<br />

con Castilla, y después a que la expedición española contó con<br />

una base de partida mucho más favorable -San Sebastián de<br />

la Gomera-, y sobre todo a que hubo más aguante en las tripulaciones,<br />

que se avinieron al fin a proseguir en la penetración,<br />

sometidas por la decisión de los capitanes paleños, que cortaron<br />

los dos intentos de renuncia que se produjeron en el viaje 97. Con<br />

ello, el contacto transatlántico, hecho posible por hombres que,<br />

en cambio, nos son desconocidos, fue ya definitivo.<br />

Y como dijo el medinés P. Acosta, comentando la noción que<br />

se tenía sobre este viaje forzoso del informante de Colón, «así<br />

pudo ser que algunas gentes de Europa o de Africa antiguamen-<br />

te hayan sido arrebatadas por la fuerza del viento y arrojadas a - E<br />

tierras no conocidas, pasado el mar océano* 98.<br />

Mucho nos alegraría que del mismo modo que el profesor Man- n<br />

zano, con su agudeza acreditada, ha podido identificar, por los E<br />

a<br />

pasos dados por Colón en sus viajes, la huella de los informes<br />

2<br />

d<br />

del «piloto desconocido», nuestra contribución sea útil para<br />

n<br />

n<br />

perfilar desde otro ángulo esa misma realidad. En el libro que<br />

3<br />

tiene a punto de publicar quizá podamos ver si encaja de alguna O<br />

forma con su investigación lo que aquí apuntamos.<br />

96 NO mencionamos siquiera el proyecto de Fernán Dolmo porque<br />

éste era una simple consecuencia del que Colón presentó en 1484 ante<br />

la corte portuguesa. Lo estudiamos en otro trabajo.<br />

Vid. Iuan ivíanzano Los moiznes en el grimer viaje düiiibiiío,<br />

dhadernos Colombinosn (Valladolid, núm. 1 (1971) y también en uRe-<br />

vista de Indias*, núms 119-122.<br />

98 P José de Acosta: Historta natural y moral de las Indzas, lib. 1.<br />

capítulo XIX, pág. 30 de la edición de la BAE, Madnd, 1954.<br />

532 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

a<br />

N<br />

E<br />

O<br />

d -<br />

-<br />

O o><br />

E<br />

E<br />

2<br />

2<br />

O


CRISTOBAL COLON, CRONISTA DE LAS<br />

EXPEDICIONES ATLANTICAS<br />

POR<br />

ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

La preocupación y el despierto interés que sintió Cristóbal'<br />

Colón por los viajes atlánticos y por la captación de pormenores<br />

e indicios que pudieran probar la existencia de tierras, islas<br />

y hasta tierra firme, navegando hacia Occidente, son el mejor<br />

testimonio de que el plan del descubrimiento estuvo madurando,<br />

durante largos años en su mente. Puede afirmarse que desde<br />

el punto y hora en que arribó a Portugal, la luminosa idea empieza<br />

a fraguar en su cerebro. Por esta circunstancia no puede<br />

sorprender al lector que, habiendo llegado hasta nosotros el relato<br />

pormenorizado de estas expediciones, registradas por la pluma<br />

del Descubridor -aunque por transmisión indirecta-, nos<br />

hayamos permitido calificar a Colón con el honroso título de<br />

cronista.<br />

El borrador donde el futuro almirante de las Indias registray<br />

verifica este valioso conjunto de datos y pormenores son sus<br />

Libros de Memo~ias, especie de cuadernos o apuntamientos donde<br />

iba anotando, con minucioso cuidado, cuanto podía interesar<br />

a su magno proyecto. Uno de los escritos de esta índole era<br />

la Memoria o anotación . mostrando ser habztables todas las<br />

cinco zonas, de la cual han extraído los biógrafos los más sustanciosos<br />

pormenores sobre los viajes y estancias de CristóbaF<br />

Colón en Chío, Tule y Guinea.


2 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

Los Libros de Memorias le sirvieron de paso al Descubridor<br />

para registrar un sinnúmero de testimonios sobre el hallazgo<br />

de islas fantásticas en el Mar Océano, casi siempre identificadas<br />

con la isla Antilia o de las Siete Ciudades. Estas testificaciones<br />

aparecen registradas, sin excepción, en el capítulo IX<br />

,de la redacción actual de la Historia del Almzrante, entreveradas<br />

con una copiosa información de mano ajena en la que abundan<br />

las citas y alusiones a Aristóteles, Séneca, Plinio, Ptolomeo, etcétera.<br />

El problema de la paternidad de la Historia del Almzrante<br />

no puede ser soslayado en este preciso momento, pues es punto<br />

clave para la inteligencia de cuanto en este breve trabajo plan-<br />

teamos. N<br />

Ceme es bier, subid=, er, 1571 se imprhiu en Ve~leciu en im<br />

tórculos de Francesco de Franceschi, en traducción al italiano<br />

de Alfonso de Ulloa, la obra más discutida de la historiografía<br />

moderna, la Hzstorie.. . dell'Amrniraglio D. Christoforo Colombo . S E<br />

atribuida a su hijo, Hernando Colón. - E<br />

Durante tres centurias la Historia tdel Almirante fue acogida<br />

como fuente válida de primer orden, pese a los múltiples fallos<br />

que en su texto se advierten. Será en las últimas décadas del<br />

siglo XIX y en las que han corrido del xx cuando el espíritu crí- o<br />

tic0 de un compacto grupo de historiadores -Harrisse, Carbia,<br />

-<br />

Magnaghi, Imbrighi, Cioranescu- planteen con toda crudeza - E<br />

a<br />

el problema de la autenticidad de la sospechosa y al mismo<br />

2<br />

tiempo incomparable fuente.<br />

-<br />

No hace al caso, por razones de espacio, tiempo y tema, en-<br />

trar en el desarrollo de esta encarnizada polémica. Remitimos 3 O<br />

al lector a una obra nuestra, recién aparecida, que lleva por título<br />

Hernando Colón, historiador del descubrimiento de América,<br />

donde puede alcanzar cumplida información de todo ello l.<br />

Interesa destacar, de paso, las conclusiones a que nos ha llevado<br />

el análisis minucioso y pormenorizado de dicho texto.<br />

La Historia del Aímirante, tai cuai hoy ia conocemos, se compone<br />

de dos partes bien diferenciadas. La primera abarca Ios<br />

capítulos 1 al XV, y polariza su atención en biografiar a Cris-<br />

1 Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1972. 454 páginas.<br />

534 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS<br />

a<br />

E<br />

o -<br />

-<br />

m<br />

O<br />

E<br />

3<br />

-<br />

-<br />

0<br />

m<br />

E


CRIST6BAL COLON, CRONISTA 3<br />

tóbal Colón antes de acometer la gesta imperecedera del descu-<br />

brimiento. La segunda comprende los capítulos XVI al CVIII,<br />

y hace objeto de su estudio la descripción circunstanciada de las<br />

cuatro inmortales navegaciones al Nuevo Mundo, que aparecen<br />

enlazadas entre sí con relatos sucintos de los acontecimientos<br />

intermedios.<br />

Pues bien: la biografía es algo añadido y postizo, ajeno por<br />

completo a la pluma de Hernando Colón. El engendro se debe<br />

a un autor desconocido que buceó, sin embargo, en buenas fuen-<br />

tes cuando la ocasión se lo deparó. Para entendernos la denomina-<br />

remos la Biografia anónima. En cambio, los viajes pertenecen<br />

.en su integridad a1 polígrafo cordobés. Es su gran aportación<br />

a la Historia de América.<br />

Estos dos textos, desiguales en mérito y valor, fueron en-<br />

samblados en fecha tardía por un escritor venal, a instigaciones<br />

seguramente de don Luis Colón, tercer almirante y primer duque<br />

de Veragua. No teniendo a mano ningún nombre con que de-<br />

signarlo lo bautizaremos con el epíteto de seudo-Hernando. Su<br />

labor consistió en casar los respectivos manuscritos, interpo-<br />

lándolos de paso con invenciones y supercherías de toda índole.<br />

11. Los «LIBROS DE MEMORIAS» DE CRIST~BAL COL~N<br />

Los Libros de Memorias de Cristóbal Colón fueron descubiertos<br />

y extraídos del archivo familiar de los almirantes de Indias<br />

por el biógrafo anónimo. Como este último texto fue conocido<br />

por fray Bartolomé de las Casas y aprovechado hasta<br />

la saciedad, el dominico será nuestra segunda fuente de infor-<br />

._.__:L._ m .._.. r- 2 1-_ T I7 ...- - -9- II .. _- ..--.._-*mxwn.<br />

uwnw wIisqglan IUS Lzurus ue rnernurzas cori 1-especw<br />

a las navegaciones precursoras atlánticas aparece materialmente<br />

destilado en la Historia de las Indias.<br />

No estará de más consignar en este instante que para descifrar<br />

el enigma de la Historia del Almirante, Las Casas ha sido<br />

nuestro mas firme y seguro puntai. Aigo así como ia piedra<br />

de Roseta, portadora de la clave misteriosa. La Hzstoria de las<br />

Indias del fraile dominico se compuso en su día teniendo a la vista<br />

la Biografia anónima y los Viajes de Hernando Colón. La dis-


4 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

tinta manera de reaccionar de este autor frente a ambas obras<br />

nos ha servido de guía para denegar o probar, según los casos,<br />

la autenticidad de la fuente.<br />

Veamos ahora la dispar actitud ante el manuscrito de la<br />

Biografía anónzma y el texto, asimismo manuscrito, de los Viajes,<br />

de Hernando Colón.<br />

La Biografía anónima aparece íntegramente vertida en la Hzstoria<br />

de las Indias de Las Casas. El fraile dominico, con su escaso<br />

espíritu crítico, va resumiendo cuanto en ella se decía, sin hacer<br />

ninguna discriminación entre los pormenores y datos válidos y<br />

las abundantes supercherías, invenciones, errores y anacronismos.<br />

En diversas ocasiones procede a rectificar a su mentor,<br />

pero guarda absoluto silencio en cuanto a la paternidad de la<br />

obra, porque ignora simplemente quién era el autor de la misma.<br />

Ni por asomo puede abrigar su mente la sospecha de tener ante<br />

sus ojos un escrito del historiador cordobés.<br />

Si fijamos ahora nuestra atención en los Vzajes de Hernando<br />

Colón veremos que aparecen aprovechados y resumidos de idénticn<br />

mnnem en 12 Histnritr de !as lurdias. Sin e=barge, !as rei=<br />

teradas alusiones al hijo del descubridor, hasta con el ingenuo<br />

prurito de rectificarle, son hoy la mejor prueba de la paternidad<br />

del mismo sobre esta parte sustancial de la Hzstorra del AImirante.<br />

Insistimos en que para nosotros los Lzbros de Memorias de<br />

Cristóbal Colón han sido dados a conocer por la pluma del<br />

biógrafo anónimo, con independencia absoluta de la de Hernando<br />

Colón. A ello hay que añadir que son auténticos de pies<br />

a cabeza, como se comprobará al contrastar pormenores y no-<br />

+:-:.-.- --- 1- 2 *--:i- ---A L .---<br />

uua> LUU la UULUIIICIIL~CIUII CUI~LCII~~UI~I~C~,<br />

que es precisamente<br />

uno de los objetos de este trabajo.<br />

Para aquellos que pudieran aferrarse a la paternidad de Her-<br />

nando Colón sobre el texto íntegro de la Historia de1 Almirante<br />

no varían los términos de la cuestión, puesto que hemos de-<br />

clarado de antemano ia autenticidad de ios Lzbros de Memo-<br />

rias que nos van a servir de orientación y guía.<br />

En cuanto al capítulo IX de la redacción actual de la Hzstorza<br />

del Almirante, se titula así: La tercera causa y conjetura que<br />

536 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


en algún modo incitó al Almirante a descubrir las Indias. Dicho<br />

texto se inicia con este párrafo de cabecera:<br />

«La tercera y última causa que movió al Almirante al des-<br />

cubrimiento de las Indias fue la esperanza que tenía de encon-<br />

trar, antes que llegase a aquéllas, alguna isla o tierra de gran<br />

utilidad, desde la que pudiera continuar su principal intento.<br />

Afirmábase en esta esperanza con la lección de algunos libros<br />

de muchos sabios y filósofos, que decían, codo cosa sin duda,<br />

que la mayor parte de nuestro globo estaba seca, por ser mayor<br />

la superficie de la tierra que la del agua. Siendo esto así, ar-<br />

gumentaba que entre el fin de España y los términos de la<br />

India conocidos entonces habría muchas islas y tierras, como<br />

la experiencia ha demostrado. A lo que daba más fácilmente<br />

crédito, movido por algunas fábulas y novelas que oía contar<br />

a diversas personas y a marineros que traficaban en las islas<br />

y los mares occidentales de los Azores y de la Madera. Noticias<br />

que, por cuadrar algo a su propósito, las retenía en su memoria.<br />

No dejaré de contarlas, por satisfacer a los que gozan con estas<br />

curiosidades» *.<br />

Por lo que respecta a Las Casas, el capítulo XIII de la Hts-<br />

toria de las Indias guarda una absoluta relación de parentesco<br />

con el IX de la Historia del Almirante, acabado de citar. Su<br />

título es bien expresivo: En el cual se contienen muchos y di-<br />

versos indicios y señales que por diversas personas Crrstóhal<br />

Colón era informado, que le hicieron certísimo de haber tierra<br />

en aqueste Mar Océano hacia la parte del Poniente, y entre ellos<br />

fue haber visto en los Azores algunos palos labrados y una<br />

canoa y dos cuerpos de hombres que los traía la mar y viento<br />

de hacia Poniente.<br />

Dicho capítulo XIII tiene un comienzo muy similar al IX:<br />

«De todas partes y por muchas maneras daba Dios motivos<br />

y causas a Cristóbal Colón para que no dudase de acometer<br />

tan grande hazaña . Dióle otras de experiencia más palpables,<br />

~istorza<br />

del Almirante don Crzstobai C'oíon, por su hrlo Hernando.<br />

Traducción de Manuel Serrano y Sanz. Madrid (Victoriano Suárez), 1932,<br />

tomo 1, págs. 67-68.<br />

Advertimos al lector que, para mayor comodidad, esta obra será cita-<br />

da a partir de ahora con el título más abreviado de Hrstorra del Almirante.


6 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

cuasi dándole a entender que si aquellas de tantos sabios no<br />

le bastaban, las señales y experiencias vistas por los ojos de<br />

los idiotas, como echándoselas delante para que con ellas tro-<br />

pezase, bastasen a lo mover. Dice, pues, Cristóbal Colón, entre<br />

otras cosas que puso en sus Lzbros por escrito, que hablando<br />

con hombres de la mar, personas diversas que navegaban los<br />

mares de Occidente, mayormente a las islas de los Azores y<br />

de la Madera »'<br />

Puesto a concretar con el máximo detalle la fuente de que<br />

se valía para respaldar el cúmulo de noticias, no vacila en hacer<br />

expresa declaración: «Y todo esto dice Cristóbal Colón en sus<br />

Libros de Memorias . . » 3.<br />

Cristóbal Colón, en los Libros (de Memorias, fue paciente-<br />

mente registrando un valioso conjunto de pormenores relacio-<br />

nados con la recogida de restos en el Atlántico o en las playas<br />

que el océano bañaba con sus aguas.<br />

Para establecer un cierto orden daremos inicio con los Les-<br />

timonios anónimos, para luego entretenernos en examinar aque-<br />

llos que tienen un respaldo de carácter personal.<br />

Como ejemplo de lo primero, véase este sintomático caso:<br />

«También algunos moradores de las islas de los Azores le con-<br />

taban que cuando soplaban mucho tiempo vientos del Poniente<br />

arrojaba el mar en sus orillas, especialmente en la isla Gra-<br />

ciosa y el Fayal, algunos pinos, y se sabe que allí no había ni<br />

en aquellos paises tales árboles». En la misma línea de capta-<br />

ción se añade un suceso aún más curioso: «Añadían algunos<br />

que en la isla de las Flores hallaron, en la orilla, dos hombres<br />

muertos, cuya cara y traza eran diferentes de los de sus cos-<br />

tas» 4.<br />

3 Bartolomé de las Casas: Htstoria de las Indzas. Edición de Milla-<br />

res Carlo. México (Fondo de Cultura Económica), 1951. tomo 1, págs. 66-69.<br />

4 Hzstorta del Almzrante, tomo 1, págs. 69-70.<br />

Las Casas: Hrstorza de las Indzas, tomo 1, pág. 67<br />

538 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


Algo similar escuchó el Descubridor cuando una de sus arri-<br />

badas en el cabo de la Verga o Virga, en la costa de Guinea,<br />

a 10" de latitud Norte: supo también -1éese- de los mora-<br />

dores del cabo de la Verga que habían visto almadías o barcas<br />

cubiertas, de las que se creía que, yendo de una isla a otra,<br />

por la fuerza del temporal, habían sido apartadas de su camino».<br />

Fray Bartolome de las Casas, que ignoraba la auténtica ubi-<br />

cación del promontorio africano, hace derivar las embarcacio-<br />

nes hacia escenarios más próximos: «Otra vez, diz que en el<br />

cabo de la Verga, que es en.. ., y por aquella comarca, se vieron<br />

almadías o canoas con casa movediza, las cules por ventura,<br />

pasando de una isla a otra o de un lugar a otro, la fuerza de<br />

los vientos y mar las echó donde, no pudiendo tornar los que<br />

las traían, perecieron, y ellas, como nunca jamás se hunden,<br />

vinieron a parar por tiempo a los Azores»<br />

Los testimonios individuales revisten mayor interés por lo<br />

preciso de las observaciones: «Conviene a saberse que un Mar-<br />

tín Vicente, piloto del Rey de Portugal, le dijo que hallándose<br />

en un viaje a 450 leguas al Poniente del cabo de San Vicente,<br />

había cogido del agua un madero ingeniosamente labrado, y no<br />

con hierro; de lo cual, y por haber soplado muchos días viento<br />

del Oeste, conoció que dicho leño venía de algunas islas que<br />

estaban al Poniente» 6.<br />

Sobre la personalidad de este piloto algo es dable averiguar.<br />

Gomes Eanes de Zurara, en su Crónica de Guiné, hace mención<br />

de un navegante luso, por nombre Martín Vicente, que se había<br />

enrolado en las empresas descubridoras del príncipe don En-<br />

rique el Navegante. Aunque Zurara no sobrepasa en su relato<br />

el año 1448, nada se opone a que siendo el navegante de buena<br />

edad por aquella fecha hiciese la revelación personal antedicha<br />

un cuarto de siglo más tarde '.<br />

Con respecto al viaje del piloto luso, el historiador Jaime<br />

Hlstorla del Almzrante, tomo 1, pág 70.<br />

Hzstoria de las Zndzas, tomo 1, pág. 67<br />

6 Hlstorla del Almirante, tomo 1, pág. 68.<br />

Las Casas. Hzstorza de las Zndzas, tomo 1, pág. 66<br />

7 Crónlca dos feitos de Guazé Lisboa, 1949, tomo 11, págs 102-103<br />

y 252


8 ANTONIO RUMEG' DE ARM-ZS<br />

Cortesáo formula las siguientes preguntas: «¿Qué podía hacer<br />

Martín Vicente a 450 leguas de la costa de Portugal, y, por lo<br />

tanto, más allá de las Azores? ¿No se encontraría sencillamente<br />

en uno de los puntos más remotos del arco de elipse que los<br />

buques portugueses describían al regresar del Africa con di-<br />

rección a Portugal y tanto más cuanto que atravesaba una zona<br />

de vientos del Oeste?» s.<br />

La segunda observación nos viene de la mano de un personaje<br />

sumamente ligado a la familia del Descubridor: «Pedro<br />

Correa [casado con una hermana de la mujer del Almirante]<br />

le dijo que él había visto en la isla de Puerto Santo otro madero,<br />

llevado por los mismos vientos, bien labrado, como el anterior,<br />

y que igualmente habían llegado cañas tan gruesas que<br />

de un nude a etre cahiun nueve gurraf~s<br />

de V~EQ~.<br />

E! testimcmi~<br />

de Cristóbal Colón se revaloriza con este segundo dato: «Dice<br />

que afirmaba lo mismo el Rey de Portugal, y que hablando ron<br />

éste de tales cosas se las mostró, y no habiendo en estas par-<br />

tes dónde nazcan semejantes cañas, era cierto que los vientos<br />

Ius h&íur! !exíU&<br />

dias» 9.<br />

de x-rrci~~s Q U ~ U ~ Q !as In-<br />

El protagonista de este sucedido, Pedro Correa da Cunha,<br />

estuvo casado, en efecto, con Hizeu Perestrello, hermana de<br />

Felipa Moniz Perestrello -la esposa del Almirante-, e hijas<br />

ambas del primer capitán donatario de la isla de Porto Santo<br />

Bartolomé Perestrello, aunque nacidas de distintas esposas. Hi-<br />

zeu había sido engendrada en doña Brites Furtado de Mendoga,<br />

mientras que Felipa en la segunda consorte, Isabel Moniz.<br />

El heredero del pequeño señorío de Porto Santo fue Barto-<br />

lomé 11 Perestrello; pero siendo éste aún niño, su madre, Isa-<br />

bel Moniz, previas las oportunas autorizaciones, hizo traspaso,<br />

en 1458, de la capitanía de Porto Santo en la persona de su<br />

8 Génesis del Descubrzmrento. Los portugueses Barcelona (Salvat<br />

Editores), 1947, pág. 618.<br />

9 Hrstorra del Almirante, tomo 1, págs. 68-69.<br />

Las Casas: Hrstorza de las Indias, tomo 1, págs 66-67.<br />

540 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


CRIS~BAL COLON, CRONISTA 9<br />

pariente Pedro Correa da Cunha, que se convirtió, de esta ma-<br />

nera, en tercer titular del señorío lo.<br />

En cuanto al testimonio personal del monarca luso Juan 11<br />

sobre el grosor de las cañas recogidas en las costas de Portugal<br />

hay que datarlo bien hacia 1484, cuando negociaba Colón con<br />

el mismo el viaje transoceánico, bien en torno a 1488, en el<br />

momento en que el futuro Descubridor residió en Lisboa, en<br />

una breve etapa de segundos tratos ".<br />

IV. LOS FENÓMENOS DE ESPEJISMO Y LAS ISLAS IMAGINARIAS<br />

DEL OCÉANO<br />

ATLANTICO<br />

Por todos es sabido que la reflexión se verifica cuando un<br />

. .<br />

movimieiiio ciiidu;ai"ijo se propaga en h"iiiog&ieo y<br />

encuentra en su marcha otro medio elástico. Al llegar a la superficie<br />

de separación en parte retrocede en el medio que se<br />

propaga anteriormente, constituyendo esto propiamente la reflexión,<br />

y en parte penetra en el segundo medio y da lugar a<br />

1- .--r--- Iclracci"ri. --: z- Las que i=eii=ocederi se coil. ;a<br />

misma velocidad que las incidentes, pero parecen proceder de<br />

un punto situado en el segundo medio, simétrico del primero<br />

con respecto a la superficie de separación. Esta ley es general;<br />

se aplica a toda clase de movimientos ondulatorios y aun en<br />

*el choque.<br />

Estas ligeras nociones son indispensables para el estudio del<br />

espejismo, que es una ilusión óptica debida a la reflexión total<br />

de la luz cuando atraviesa capas de aire de densidad distinta.<br />

Este fenómeno hace que se formen imágenes de los objetos,<br />

1-- ---- 1 _- A-. -..-ius<br />

cuales preserilan uria porcitn de anomalías en su forma,<br />

posición y tamaño. Así, por ejemplo, se hacen visibles objetos<br />

-que no debieran serlo, dada la curvatura de la Tierra; otras<br />

veces aparecen los objetos a altura distinta de la que realmente<br />

#ocupan; otras, corridos lateralmente y con forma unas veces<br />

coiigruente u simétrica de lo real. "uiversos físicos y matemá-<br />

10 A,ntonio Ballesteros Beretta. Cristóbal Colón y el descubrimiento<br />

.de América. Barcelona (Salvat Editores), 1945, tomo 1, págs 283-287.<br />

Ballesteros Crzstóbal Colón ..., tomo 1, págs. 373-383 y 474-478.


10 ANTONIO RLMEI, DE ARMAS<br />

ticos estudiaron en su día el fenómeno, llegando a formular<br />

como ley general que en todos los casos de espejismo la tem-<br />

peratura del suelo es mayor que la del aire. En consecuencia,<br />

para que el fenómeno se produzca es indispensable la existencia<br />

de una disminución rápida de la densidad del aire en las<br />

proximidades del suelo.<br />

Estos fenómenos de espejismo se observan con particular<br />

nitidez en la vecindad de las islas del Océano: Azores, Madeira<br />

y Canarias. En este último arch~piélago existen dos islas, Hie-<br />

rro y La Palma, en que las condiciones son tan óptimas para<br />

el fenómeno que la imagen ha llegado a constituir un elemen-<br />

to reiterado del paisaje, consiguiéndose incluso la reproducción<br />

fotográfica.<br />

Con estos antecedentes no puede sorprendernos que Cris-<br />

tóbal Colón, en su recorrido por los archipiéiagos atiánticos,<br />

fuese recogiendo aquí y allá un conjunto de pormenores sobre<br />

las extrañas apariciones.<br />

Véase como muestra este texto: «Por esta razón y otras<br />

análogas puede ser que mucha gente de las islas del Hierro, de<br />

la Gomera y las Azores asegurasen que veían todos ios años<br />

algunas islas a la parte de Poniente; lo tenían por hecho cer-<br />

tísimo y personas honorables juraban ser así la verdad» 12.<br />

En el Diario de a bordo de la primera navegación, el Almi-<br />

rante reitera similar información durante su escala en las islas<br />

Canarias para el aprovisionamiento de las naos.<br />

El testimonio de Colón se produce en las siguientes circuns-<br />

tancias: Estaba el Almirante de las Indias en San Sebastián<br />

de la Gomera entre los días 2 y 6 de septiembre de 1492, cílti-<br />

mando los preparativos para hacerse a la mar hacia Occidente<br />

rumbo a lo desconocido, cuando, queriendo convencerse a sí<br />

mismo de la viabilidad del proyecto y tranquilizar su conciencia<br />

por el riesgo a que sometía a aquel puñado de hombres, es-<br />

tampa una serie de noticias por él recogidas en los Libros de<br />

Memorias sobre la existencia de islas ignotas en las inmensida-<br />

des del Atlántico. Se trata del desahogo de un aima atribuiada,<br />

12 Historia del Almirante, tomo 1, págs. 71-72.<br />

Las Casas. Hzstorza de las Indzas, tomo 1, pág 67.<br />

542 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


sobrecogida por la magnitud de la empresa que en jornadas inme-<br />

diatas acometería. En el texto del Diario nótase que es un claro<br />

inciso del relato general de la expedición, escrito mirando al<br />

pasado para dar pie al esperanzador presente. He aquí sus<br />

palabras:<br />

uDice el Almirante que juraban muchos hombres honrados<br />

españoles que en la Gomera estaban con doña Inés Peraza .,<br />

que eran vecinos de la isla del Hierro, que cada año veían tierra<br />

al Oueste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de la<br />

Gomera afirman otro tanto con juramento)) 13.<br />

A propósito de estas confesiones, ellas nos vienen a demos-<br />

trar, de manera indirecta, la presencia de Cristóbal Colón en<br />

la isla de la Gomera con anterioridad a 1484, etapa de su vida<br />

en LE. recorre. incesante el Océano en tránsito hacia Guinea o<br />

dedicado a empresas de carácter mercantil.<br />

En 1492, quien recibe y acoge al Almirante en San Sebas-<br />

tián de la Gomera es doña Beatriz de Bobadilla, la viuda del<br />

señor titular Fernán Peraza. En cambio, doña Inés Peraza, ma-<br />

dre de! ú!tim= y suegra de !a primera, memistada cm su ncera<br />

(a quien había declarado una guerra sin tregua ni cuartel), se<br />

hallaba, por imperativo de las dramáticas circunstancias, ausente<br />

de la que otrora fuera pieza importante de su señorío jurisdic-<br />

cional hereditario.<br />

Ello viene a probar, de manera inconcusa, que el trato y la<br />

amistad entre doña Inés Peraza y Cristóbal Colón tuvo que<br />

forjarse en la Gomera en la etapa predescubridora, cuando el<br />

inmortal nauta desenvolvía sus actividades en el seno de la<br />

sociedad portuguesa 14.<br />

13 Diarto de Colón. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1968, pá-<br />

ginas 5-6.<br />

Del párrafo transcrito se ha sangrado lo que sigue: «doña Inés Peraza<br />

(madre de Guillén Peraza, que después fue el primer conde de la Gomera)~.<br />

Este anacronismo es una interpolación personal de fray Bartolomé de<br />

las Casas<br />

14 Para ampliación de detalles sobre los extremos tocados en los<br />

párrafos antedichos, véase Antonio Rumeu de Armas: Cristóbal Colón<br />

y doña Beatrzz de Bobadzlla en las antevísperas del Descubrimiento, en la<br />

revista «El Museo Canario», núms. 75-76 (año 1960), págs. 255-279.<br />

Núm. 17 (1971) 543


12 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

Un segundo texto del Descubridor se hace eco de otro fenómeno<br />

similar de espejismo. Dice así: «Añádese que en el año<br />

de 1484 fue a Portugal un vecino de la isla de Madera a pedir<br />

al Rey una carabela para descubrir un país que juraba lo veía<br />

todos los años y siempre de igual manera, conformándose con<br />

otros que decían haberlo visto desde las islas Azores» lS.<br />

De este testimonio da fe por segunda vez el Descubridor<br />

estando en septiembre de 1492 en la Gomera, bajo idéntico<br />

impulso de tranquilizar su conciencia: «Dice aquí el Almirante<br />

que se acuerda que, estando en Portugal, vino uno de la isla de<br />

la Madera al Rey a le pedir una carabela para ir a esta tierra<br />

que vía, el cual juraba que cada año la vía, y siempre de una<br />

manera; y también dice que se acuerda que lo mismo decían<br />

en las islas de los Azores, y todos estos en una derrota y en<br />

una manera de señal, y en una grandeza» 16.<br />

En cuanto a la personalidad del nauta, cabría identificarlo<br />

con Fernáo Domingues do Arco, ya que en él se da la doble<br />

circunstancia de ser «morador na ilha da Madeira» y haber<br />

si& ugruciu& p ~ r JuaE 11, e! 3' de de 1484, 1,<br />

pitanía de la cilha que ora vai buscar ..., depois de achada a<br />

dita ilhan 17.<br />

Si este viaje se llevó a efecto, tuvo que resultar la empresa<br />

totalmente estéril.<br />

V. MAS VIAJES EN BUSCA DE ISLAS LEGENDARIAS<br />

Y FABULOSAS<br />

Durante la Edad Media, el Océano se pobló de islas casi<br />

mitológicas, tales como la encubierta o non trubada, por otro<br />

15 Hzstorza del Almzrante, tomo 1, pág. 72.<br />

Las Casas. Hzstorza de las Indzas, tomo 1, págs. 67-68.<br />

Dzarzo áe Coión. Ediciones Cultura Eispánica. ivíadrici, i968, pág. 8.<br />

17 José Ramos Coelho: AZguns documentos do Archivo Nacionai da<br />

Torre do Tombo Lisboa, 1892, pág. 56.<br />

Damiáo Peres- História dos descobrimentos portugueses. Oporto, 1943,<br />

página 253.<br />

544 NUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


nombre San Brandán o San Borondón. Otras ínsulas de frecuente<br />

localización en pleno Atlántico fueron la Antilia y el Brasil.<br />

A propósito del viaje y descubrimiento realizado por el navegante<br />

lusitano Antonio Leme -al que aludiremos inmediatamente-,<br />

Cristóbal Colón, escéptico, explana en sus Libros de<br />

Memorias diversas explicaciones con qué justificar las apariciones.<br />

Los textos que se transcriben están inspirados en párrafos<br />

auténticos del inmortal nauta, aunque adornados con citas<br />

clásicas y pormenores diversos por el autor de esta parte de<br />

la Historia del Almirante.<br />

Véase esta curiosa muestra de la literatura de viajes de<br />

la época:<br />

«El Almirante .. imaginaba también que éstas podían ser<br />

!as islas moyib!cs, de qüe habh TEiiiu, cap. 97, libro 1: de sü<br />

Historza natural, diciendo que en las regiones septentrionales,<br />

el mar descubría algunas tierras cubiertas de árboles de muy<br />

gruesas raíces entretejidas, que lleva el viento a diversas partes<br />

del mar como islas o almadías; de las cuales, queriendo Séneca,<br />

1:I i A, 1^^ kT-L-.-.^l^^ A^- 1- -^^í- A:^- e--- ^^- A- -^:^A-- A^-<br />

11~. J UG 1ua IYULMIUL~, udl M I~LUII, UILG ~ U >u11 G UG ~ I G U I tal1 ~<br />

fofa y ligera, que nadan en el agua las que se forman en la India».<br />

Obsesionado por buscar una explicación al fenómeno, el Des-<br />

cubridor se aferra a la argumentación antes señalada, razona-<br />

miento que aprovecha para justificar la supuesta existencia de<br />

la isla de San Brandán:<br />

«Creía el Almirante que no podía ser otra que alguna de<br />

las mencionadas, como se presume fueron aquellas denomina-<br />

das de San Brandán, en las cuales se refiere haberse visto mu-<br />

chas maravillas. Igualmente son mencionadas otras que están<br />

L- -A- ^Le:- 2-1 &?--&--&-:A- T--L:L.- L--- 11--<br />

lllULllU lllda dUdJU UGl 3GpLt;llLllLJll. I¿llllUl~ll lldy pul ¿iyUeLldJ<br />

regiones otras islas que están siempre ardiendo; Juvencio For-<br />

tunatola narra que se mencionan otras dos islas, situadas al<br />

Occidente y más australes que las de Cabo Verde, las cuales<br />

van sobrenadando en el agua».<br />

--<br />

l8 El texto debe estar errado. Seguramente se refiere a la Invenfio<br />

fortunata, del monje Nicholas de Lynn, hoy desaparecida.<br />

Véase sobre el particular Antonio Rumeu de Armas. Hernando Colón,<br />

historiador del descubrzrniento de América. Ediciones Cultura Hispánica.<br />

Madrid, 1972, págs. 118 y 417-419.<br />

Núm 17 (1971)<br />

2s


14 ANTONIO RUMEU DE ARMA"^<br />

Estas tierras fantásticas oceánicas dieron pie a la legendaria<br />

existencia de la isla Antilia o de las Siete Ciudades, registrada<br />

en diversos portulanos. La Historia del Almirante se expresa<br />

en estos términos:<br />

«Por cuyos indicios, en las cartas y mapamundis que antiguamente<br />

se hacían, ponían algunas islas por aquellos parajes,<br />

y especialmente porque Aristóteles, en libro De las cosas naturales<br />

maravillosas, afirma decirse que algunos mercaderes cartagineses<br />

habían navegado por el mar Atlántico a una isla fertilísima,<br />

como adelante diremos más copiosamente, cuya isla<br />

ponían algunos portugueses en sus cartas con nombre de Antilla,<br />

aunque no se conformaba en el sitio con Aristóteles, pero ninguno<br />

la colocaba más de doscientas leguas al Occidente frente a Canarias<br />

y a !a isla de !m Aznres,,.<br />

Dicha isla Antilia la identificaban los lusitanos con la leyenda<br />

de las Siete Ciudades:<br />

«Han por hecho cierto que es la isla de las Siete Ciudades,<br />

poblada por los portugueses al tiempo que los moros quitaron<br />

España al rey don R~drig~, este cs, en e! añc! 714 de! nuclmiento<br />

de Cristo. Dicen que entonces se embarcaron siete obispos<br />

y con su gente y naos fueron a esta isla, donde cada lino<br />

de ellos fundó una ciudad, y a fin de que los suyos no pensaran<br />

más en la vuelta a España, quemaron las naves, las jarcias y<br />

todas las otras cosas necesarias para navegar*.<br />

Sobre los supuestos viajes a las islas imaginarias del Océa~io,<br />

Cristóbal Colón recogió una abundante información de viva voz:<br />

((Razonando algunos portugueses acerca de dicha isla, hubo<br />

quien afirmó que habían ido a ella muchos portugueses que<br />

luego no mpler~n vo!wr».<br />

Entre todas las navegaciones hubo una que le atrajo particularmente<br />

por los datos concretos que aportaba el relato en<br />

confusa mezcla de apariencia real y fantasía:<br />

«Especialmente dicen que viviendo el infante don Enrique<br />

de Pnrti~gal, arriba -. esta id2 de Anti!!~ i,~ri~ de! p~ert~<br />

de Portugal, llevado por una tormenta, y desembarcada la<br />

gente, fueron llevados por los habitantes de la isla a su templo,<br />

para ver si eran cristianos y observaban las ceremonias romanas,<br />

y visto que las guardaban, les rogaron que no se mar-<br />

546 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


chasen hasta que viniera su señor, que estaba ausente, el cual<br />

los obsequiaría mucho y daría no pocos regalos, pues muy pron-<br />

to le harían saber esto. Mas el patrón y los marineros, temero-<br />

sos de que los retuvieran, pensando que aquella gente deseaba<br />

no ser conocida, y para esto les quemara el navío, dieron la<br />

vuelta a Portugal con esperanza de ser premiados por el In-<br />

fante, el cual les reprendió severamente y les mandó que pronto<br />

volviesen; mas el patrón, de miedo, huyó con el navío y con<br />

su gente fuera de Portugal. Dícese que, mientras en dicha isla<br />

estaban los marineros en la iglesia, los grumetes de la nave<br />

cogieron arena para el fogón, y hallaron que la tercera parte<br />

era de oro fino» 19.<br />

Entre estos viajes a islas imaginarias o fantásticas, el tes-<br />

tirilc~ie de =ayer uprienciz de veracidad 10 recogib Colón de<br />

boca de un piloto de vinculación madeirense. He aquí sus<br />

palabras a través de la pluma del autor de esta parte de la<br />

Historia del Almirante:<br />

«No sólo había entonces estos indicios, que en algún modo<br />

~I.P_&E r~~~gzb!e~, ~ P , s . f.!tbz quien && haber visto<br />

algunas islas, entre los cuales hubo un Antonio Leme, casado<br />

en la isla de la Madera, quien le contó que habiendo navegado<br />

muy adelante hacia Occidente, había visto tres islas. El Almirante<br />

no se fió de lo que le decía, porque conoció, prosiguiendo<br />

la conversación, haber navegado a lo más cien leguas al Poniente,<br />

y podía engañarse, teniendo por islas algunas grandes<br />

rocas, que por estar muy lejos no pudo distinguir».<br />

Líneas adelante, el Descubridor se ratifica en el dictamen<br />

negativo:<br />


16 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

lde Leme, gentilhombre flamenco, establecido en la isla de la<br />

Madera después del año 1483. El viaje de Leme debió acontecer<br />

.en los principios de 1484. Un hijo de Antonio de Leme, llamado<br />

Ruy de Leme, formó parte de la comisión portuguesa que con-<br />

certó en 1494 el Tratado de Tordesillas *'.<br />

El predescubrimiento de América a todo lo largo de la cen-<br />

turia XV es un hecho que tiene grandes visos de probabilidad.<br />

Si en fecha posterior a 1492 se arribó, por causas fortuitas, al<br />

Nuevo Mundo, arrastrados los navíos por los vientos favorables,<br />

¿por qué no iba a sobrevenir lo mismo con carácter de prela-<br />

ción? Lo difícil es rastrear el testimonio fehaciente que esta-<br />

blezca la conexión de manera indubitable.<br />

Esto viene a cuento de la serie de viajes registrados vaga-<br />

mente en los Libros de Memorzas de Cristóbal Colón. ¿Hay en<br />

alguno de ellos fundamento de certeza? Con los datos que de<br />

momento se poseen es imposible aventurar una opinión.<br />

VI. LAS EXPEDICIONES POR EL ATLANTICO NORTE<br />

Entre los viajes por el Atlántico Norte, en busca de islas<br />

y tierras occidentales, el Descubridor registra tres, cuyo escenario<br />

gira en torno al espacio oceánico situado al occidente de<br />

la isla de Irlanda. Sus protagonistas fueron Diego de Teive, un<br />

marinero tuerto del Puerto de Santa María, y el nauta gallego Pedro<br />

de Velasco. De estas tres expediciones tuvo puntual información<br />

Cristóbal Colón, por boca de protagonistas o colaboradores<br />

durante su estancia en Castilla, negociando la empresa del<br />

descubrimiento.<br />

de Te)ce es Un personaje de fácil ;denp;fieaeión. Sabemos<br />

que fue escudero del infante don Enrique; que estaba<br />

implicado en negocios de fabricación de azúcar en la isla de<br />

Madeira, y que embarcaciones suyas se dedicaban al transporte<br />

de cereales a Ceuta ".<br />

21 Antonio Ballesteros Beretta: Cristóbal Colón y el descubrimien-<br />

to de América Barcelona, 1945, tomo 1, págs. 349-350<br />

22 Jaime Cortesáo: Génesis del Descubrimiento Los portugueses.<br />

Barcelona, 1947, págs. 684-685.<br />

348 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


CRIPI'ÓBAL COLÓN, CRONISTA 17<br />

El segundo protagonista de la expedición, y al mismo tiempo<br />

informante personal de Colón, fue un piloto de la Baja Andalucía,<br />

Pedro Vázquez de la Frontera, cuya fama y prestigi~<br />

están atestiguados en los famosos pleztos colombinos con un<br />

sinnúmero de declaraciones a su favoru.<br />

Precisa ahora señalar que la expedición que nos ocupa hay<br />

que desglosarla en dos. Un primer itinerario que tuvo coma<br />

objetivo la isla de Antilia-Siete Ciudades y como meta casual<br />

la isla de las Flores, y una segunda etapa en que la embarcación<br />

cambia de rumbo para aproar a la isla de Irlanda y explorar<br />

los mares circunvecinos. Conviene, para mayor claridad, estudiarlas<br />

por separado.<br />

Véase ahora lo que registra la Hzstorza del Almirante (extrqenc!~<br />

lar noticia de !OS Y:bms de Mevvzm-ius de CRst6bal<br />

Colón) sobre la primera parte de la expedición:<br />

«Aún fue a buscar esta isla cierto Diego de Tiene (sic), cuyo<br />

piloto, llamado Pedro de Velasco, natural de Palos de Moguer -<br />

dijo al Almirante en Santa María de la Rábida, que salieron de<br />

Fzyal y mvegzirm rr?ás de ciente cix~enta !eg~zs a! SUdoes:e,<br />

y al tornar, descubrieron la isla de Flores, a la que fueron<br />

guiados por muchas aves a las que veían seguir aquella ruta,<br />

siendo tales aves terrestres, y no marinas, de donde se juzgci<br />

que no podían ir a descansar más que en alguna tierran.<br />

Aunque en este párrafo se afirma que Diego de Teive y<br />

Pedro Vázquez de la Frontera «navegaron ciento cincuenta leguas<br />

al Sudoeste (per libecchio), debe entenderse que en un<br />

principio tuvieron que surcar el mar con rumbos Este y Sur,<br />

dando bordadas, pues encontrarían de cara vientos que soplarían<br />

t-n&n& o------- crpnpral Jd --- oeste. Per este pmce&miento acabarían<br />

entrando de lleno en la zona de los alisios favorecida al<br />

cabo por los céfiros del Este.<br />

Pedro Vázquez de la Frontera nos da a conocer cuál fue la<br />

causa que motivó la suspensión del viaje en cuanto al itinerario<br />

Sobre las actividades en negocios azucareros de nuestro personaje,<br />

véase la nota 28.<br />

3 Pleitos colombinos. Escuela de Estudios Hispano Ameficanos,<br />

Sevilla, 1964, tomo VIII, págs. 258, 301, 339, 341, etc.<br />

Jaime Cortesáo: Génesis , págs. 689-693.


18 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

original: la llegada al mar de los Sargazos, que les infundió<br />

pavor y respeto. Este navegante llegó a afirmar «que por cor-<br />

tos la habían errado y se habían engañado por las hierbas que<br />

encontraban en el golfo» 24.<br />

En cuanto a la particularidad que llevó al descubrimiento<br />

de las Flores, es cierto que en las instrucciones náuticas del<br />

siglo xvr daban a conocer la proximidad de aquellas islas por<br />

la aparición de gaviotas grandes, calcamares, estapagados y ga-<br />

rajinhzas.<br />

Por lo que respecta a la segunda etapa de la navegación, los<br />

datos registrados son en extremo interesantes:<br />

«Después, caminaron tanto al Nordeste, que llegaron al cabo<br />

de Clara, en Irlanda, por el Este, en cuyo paraje hallaron recros<br />

vientos del Poniente, sin que el azr sc iürbara, !o qüe jüzgaban<br />

podía suceder por alguna tierra que la abrigase hacia Occidente.<br />

Mas, porque ya era entrado el mes de agosto, no quisieron<br />

volver a la isla por miedo del invierno. Esto fue más de cua-<br />

renta años antes que se descubriesen nuestras Indias 25.<br />

En el párrafo que acabamos de transcribir hay, indiscuti-<br />

blemente, una equivocación. El primitivo texto de Colón, en<br />

lugar de Nordeste, debía decir Noroeste.<br />

Los historiadores portugueses -y en primer término Jaime<br />

Cortesao- dan por sentado que Diego de Teive llegó en sus<br />

exploraciones hasta el banco de Terranova, en la vecindad de la<br />

24 Pleitos colombinos. Sevilla, 1964, tomo VIII, pág. 258.<br />

Jaime Cortesáo: Génesrs , pág 690.<br />

As1 consta en ia aeciaración de Aionso V&iez.<br />

«Que Martín Alonso llevó aviso de Pedro Vázquez de la Frontera, que<br />

había ido a descubrir esta tierra con un Infante de Portugal; y decía que<br />

por cortos la habían errado y se habían engañado por las hierbas que m-<br />

contraban en el golfo, y dijo al dicho Martín Alonso que cuando llegasen<br />

a las dichas hierbas y que el dicho Almirante quisiese volver de allí: que<br />

e1 no lo consintiese, y que antes bien siguieseii derechos purqrie era iirií;G<br />

sible no dar con la tierra y necesariamente lo habían de hacer, porque el<br />

dicho Infante, por no haberlo hecho, erró la dicha tierra y no llegó allín.<br />

25 Hzstorza del Almtrante, tomo 1, págs. 74-75.<br />

Las Casas. Historia de las Indias, tomo 1, págs. 68-69.<br />

550 ANUARIO DE EITUDZOS ATLANTICOS


CRIEITÓBAL COLÓN, CRONISTA 19<br />

isla de este nombre. Aunque no hay una prueba convincente de<br />

ello, puede darse la atribución como posible 26.<br />

En cuanto a la fecha en que se llevó a cabo la expedición,<br />

los testimonios no son coincidentes con todo rigor. La Historia<br />

del Almirante puntualiza: «Esto fue más de cuarenta años antes<br />

que se descubriesen nuestras Indias». Las Casas es más exacto:<br />

«Esto diz que fue cuarenta años antes que Cristóbal Colón des-<br />

cubriese nuestras Indias» ". En uno y otro caso: antes de 1452<br />

o exactamente en esa fecha. Esto último parece lo auténtico,<br />

habida cuenta que el infante don Enrique, el 5 de diciembre<br />

de 1452, agraciaba a Diego de Teive con un privilegio para<br />

montar un ingenio de azúcar en la isla de la Madera 28. Ello<br />

hace sospechar que el retorno al Fayal se había producido con<br />

un trimestre de anticipación, para dar tiempo a las diligencias<br />

necesarias para la obtención. del priviiegio.<br />

Un testimonio tardío de la expedición que estudiamos se<br />

registra en 1474. Por una carta regia de 28 de enero nos ente-<br />

ramos del traspaso en favor de Fernao Teles de la propiedad<br />

de las xilhas chamadas Foreiras 29, que pouco ha que acharom<br />

Diogo de Teive e Joáo be Teive, seu fiiho, e Gle, dito Fernáo<br />

Teles, ora houve per um contrauto que fez com Joáo de Teive,<br />

filho do dito Diogo de Teive, que as ditas ilhas achou e tinham M.<br />

A viagem de Diogo de Teive e Pero Vázquez de la Frontera ao<br />

Banco de Terranova em 1452, en la revista ~Arquivo Histórico da Mannhan,<br />

número 1, año 1933.<br />

z7 Hzstoria del Almirante, tomo 1, pág. 75. Historia de las Indias,<br />

tomo 1, pág. 69.<br />

El contrato está registrado en el Archivo Municipal de Funchal<br />

(tomo 1, fol. 132).<br />

Ha sido publicad' por A!wrn Rodr~~~iier de Azrirdc e:: Saud~des dl:<br />

Terra (edición de la conocida obra de Gaspar Fructuoso), nota a la página<br />

665.<br />

Damiáo Peres: Hrstória dos descobrimentos portugueses Oporto, 1943,<br />

págma 69.<br />

" Hay que estimar el vocablo foreiras como una corrupción de<br />

florerras. término equivalente a flores.<br />

Damiáo Peres- Hzstória dos descobrimentos.. , pág. 70.<br />

30 José Ramos-Coelho: AIguns documentos do Archlvo Nacional da<br />

Torre do Tombo. Lisboa, 1892, págs. 38-40.<br />

La frase epouco has debe interpretarse con un sentido laxo, pues la


20 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

Los otros dos protagonistas de los viajes por el Atlántico<br />

Norte, el marinero del Puerto de Santa María y Pedro de Ve-<br />

lasco, sus respectivos testimonios aparecen involucrados en la<br />

Historia del Almirante, al mismo tiempo que adornados con<br />

algún que otro comentario de actualidad:<br />

«Luego se confirmó por la relación que hizo un marinero<br />

tuerto, en Santa María, que en un viaje suyo a Irlanda, vio<br />

dicha tierra, que entonces pensaba ser parte de Tartaria y se<br />

extendía hacia el Poniente (la cual debe de ser la misma que<br />

ahora llamamos tierra de Bacallaos), y que por el mal tiempo<br />

no se pudieron acercar a ella. Con lo cual, dice que se confor-<br />

maba un Pedro de Velasco, gallego, quien afirmó en la ciudad<br />

de Murcia que yendo por aquel camino a Irlanda se aproxima-<br />

ron tanto al Nordeste que vieron tierra al Occidente de Irlan-<br />

da» '!.<br />

VII. FERNAN DOLMOS Y LA EXPLORACI~N DEL OCÉANO<br />

POR LA RUTA OCCIDENTAL<br />

El último de los viajes que la Historia del Almirante registra,<br />

el de Fernán Dolrnos por las aguas del Océano siguiendo la ruta<br />

occidental, se halla adulterado e interpelado. Por esta circuns-<br />

tancia su estudio requerirá particular circunspección y tino.<br />

Recordemos, en primer término, al lector, nuestra firme<br />

convicción de que la primera parte de la Historia de2 Almirante<br />

(capítulos 1 al XV) no es debida a la pluma de Hernarido<br />

Colón, sino a la de un biógrafo anónimo que manejó en diversas<br />

ocasiones materiales históricos de excepcional valor. Sobre este<br />

texto, avrovechado exhaustivamente por Las Casas, operó más<br />

adelante un escritor venal, el seudo-Hernando, con arreglos e<br />

interpolaciones de toda índole.<br />

El viaje de Fernán Dolmos está destilado, como todos los<br />

precedentes, de los Libros de Memorias de Cristóbal Colón. Por<br />

isla de Flores ya hacía más de veinte años que había sido descubierta,<br />

como hemos tenido ocasión de ver.<br />

31 Historta del Almirante, tomo 1, págs. 75-76.<br />

Historia de las Indias, tomo 1, pág. 69.<br />

552 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


idéntica circunstancia aparece registrado en el capítulo IX de<br />

la Historza del Almirante en su redacción actual.<br />

Se está refiriendo el autor a los viajes por el Atlántico, y<br />

de manera concreta al último testimonio recogido del piloto<br />

gallego Pedro de Velasco, cuando a renglón seguido añade: «la<br />

cual tierra creía ser aquella que un Fernán Dolmos intentó descubrir<br />

del modo que narraré fielmente, como lo hallé en escritos<br />

de mi padre». En realidad, la biografía anónima, seguida<br />

con puntualidad por Las Casas, se limitaba a señalar como<br />

fuente los Lzbros de Memorias del Almirante, por donde se descubre<br />

la primera superchería.<br />

El seudo-Hevnando quiere a toda costa desvirtuar la leyenda<br />

del piloto anónimo descubridor de América, divulgada por el<br />

cronista Oviedo, y arrebata para ello a Fernán Dolmos la gloria<br />

de su viaje para justificar con sus peripecias oceánicas el escaso<br />

fundamento de aquélla.<br />

El procedimiento a seguir es tan simple como burdo. Intercala<br />

dos párrafos, y desconecta a Fernán Dolmos del relato princip!.<br />

Per est-. circ~nstanria fndavia hoy diversos historiadores<br />

descubren en el capítulo IX un inexplicable lapsus: la promesa<br />

de describir el viaje de Dolmos por el Atlántico que queda por<br />

completo incumplida.<br />

Véase ahora el amaño tal cual figura hoy en la Historia del<br />

Almirante: ala cual tierra creía ser aquella que un Fernán<br />

Dolmos intentó descubrir del modo que narraré fielmente como<br />

10 halIé en escritos de mi padre». Luego añade por su cuenta y<br />

riesgo este otro párrafo: «para que se vea cómo un pequeño<br />

asunto lo convierten algunos en fundamento de otro mayor..<br />

Este es ei momento escogido para hacer 1a impugiiaciSii<br />

del cronista madrileño: «Gonzalo de Oviedo refiere en su Historia<br />

que el Almirante tuvo en su poder una carta, en que halló<br />

descritas las Indias, por uno que las descubrió antes, lo cual<br />

fue, sucedió, en la forma siguiente: Un portugués llamado Vicente<br />

Diaz, vecino de ia viiia de Tavira ... D.<br />

De esta manera, Dolmos ha perdido su navegación, para ser<br />

reemplazado por el piloto desconocido. Quien se entretenga<br />

en repasar la Historia de las Indias de Las Casas podrá com-<br />

Núm 17 (1971) 653


22 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

probar que la narración no se interrumpe, sino que la alusión<br />

a Dolmos y a Vicente Díaz son inmediatas y continuadas.<br />

El viaje que estudiamos tuvo un precursor: Vicente Díaz; un<br />

promotor: Lucas de Cazzana, y un ejecutor: Fernán Dolmos.<br />

Estos tres actores dan vida a fases distintas de la empresa,<br />

que aparecen registradas en la Historm del Almzrante.<br />

La primera fase es de información: «Un portugués, llamado<br />

Vicente Díaz, vecino de la villa de Tavira, viniendo de Guinea<br />

a la mencionada isla Tercera, y habiendo pasado la isla de<br />

Madera, vio o imaginó ver una isla, la cual tuvo por cierto<br />

que verdaderamente era tierra. Llegado, pues, a dicha isla Ter-<br />

cera, se lo dijo a un mercader genovés llamado Lucas de Caz-<br />

zana, persuadiéndole a armar un bajel para ir a conquistarla».<br />

La segunda fase es de preparativos: «El mercader consintió<br />

en eiio, aicanzó permiso del Rey de Portugal, y escribió a un<br />

hermano suyo que se llamaba Francisco de Cazzana y vivía en<br />

Sevilla, que con presteza armase una nave para el mencionado<br />

piloto».<br />

La tercera fase es de ejecución: «Mas haciendo burla Fran-<br />

cisco de tal empresa, Lucas de Cazzana armó una nao en ia<br />

isla Tercera, y el piloto [Fernán Dolmos] fue tres o cuatro<br />

veces en busca de dicha isla, alejándose de 120 a 130 leguas,<br />

pero se fatigó inútilmente, pues no halló tierra. Sin embargo,<br />

ni él ni su compañero dejaron la empresa hasta su muerte,<br />

teniendo siempre esperanza de encontrarla» 32.<br />

El párrafo Últimamente transcrito es oscuro y confuso en<br />

su redacción, hasta el punto de prestarse al equívoco. Por esta<br />

circunstancia, Las Casas interpretó que era Vicente Díaz el ex-<br />

plorador del Atlántico por la ruta occidental en busca de islas<br />

y tierras imaginarias, cuando en realidad este navegante se<br />

limitó a observar el fenómeno de espejismo, siendo Fernán Dol-<br />

mos el ejecutor material de la empresa e~ploradora~~.<br />

Como se ha dicho, Cristóbal Colón dejó constancia de esta<br />

navegación en sus escritos. ¿Pero cuál fue su fuente? ¿Dónde<br />

lo leyó o quién le informó de este conjunto de pormenores, de-<br />

32 Hzstoria del Almzrante, tomo 1, págs. 76-77.<br />

33 Historra de las Indras, tomo 1, pág. 69.<br />

554 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


CRIST~BAL COL~P~. CRONISTA 23<br />

tallado en cuanto a las personas, aunque vago en lo referente<br />

a hechos y fechas?<br />

La respuesta de Las Casas es rotunda y precisa, dejándose<br />

guiar por el biógrafo anónzmo: «Todo esto dice Cristóbal Colón<br />

en sus Libros de Memorias que le dijo Francisco de Cazzana,<br />

y añadió más, que había visto dos hijos del capitán que des-<br />

cubrió la dicha isla Tercera, que se llamaban ~iguel y Gaspar<br />

Corte-Real ir en diversos tiempos a buscar aquella tierra y que<br />

se perdieron en la demanda el uno en pos del otro, sin que se<br />

supiese cosa dellos».<br />

En cambio, el seudo-Hernando, que tuvo ante sus ojos un<br />

texto similar, lo altera sustancialmente para fingir que la reve-<br />

lación le fue hecha por Cazzana, no a don Cristóbal, sino a<br />

su hijo Hernando Colón. He aquí el párrafo tal como aparece<br />

en la Historia del Almirante: «Y me fue dicho y ajzrmado por<br />

su hermano, más arriba mencionado -se refiere a Francis-<br />

co 34- que había conocido a dos hijos del capitán que descu-<br />

brió la isla Tercera, llamados Miguel y Gaspar de Corte Rsal,<br />

que en diversos tiempos fueron a descubrir aquella tierra y<br />

perecieron en la empresa, uno después de otro, el año de 1502,<br />

sin saber cuándo ni cómo, y esto lo sabían muchos» 35.<br />

La superchería salta a la vista. El testimonio por conducto<br />

filial es incompatible con la sustitución de personajes. Lo que<br />

Cazzana le dijo a Colón, resulta inadmisible para Hernando,<br />

pues hay que sospechar que cuando éste pudiera oírlo, el mer-<br />

cader genovés había traspasado las fronteras de este mundo.<br />

Sabemos que Lucas, el menor de los hermanos, comerciaba ya<br />

en la isla de la Madera a mediados del siglo xv; por otra parte,<br />

en un documento de 18 de septiembre de 1500 figuran conjun-<br />

tamente los mercaderes genoveses, afincados en Lisboa, Fran-<br />

cisco Cattaneo y Cazano de Nigro, hijos de los difuntos Fran-<br />

- -<br />

34 En este caso concreto hemos corregido la traducción de Serrano<br />

y Sanz, por no ser exacta. El texto en la edición italiana dice así: «E<br />

mi f% dettc e affermat~ da! frute! siie seprxktfe, ser c~msci'iti rltie figlioli<br />

del capitano n El traductor citado da esta versión: ay me afirmó<br />

el referido Francisco haber conocido dos hijos del Capitán »<br />

35 Historia del Almzrante, tomo 1, pág. 77.<br />

Las Casas: Historza de las Indzas, tomo 1, pág 69


24 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

cisco y Lucas, dedicados al tráfico de azúcares de la isla de<br />

Madera. Ello hace imposible el contacto directo entre don Fernando,<br />

nacido en 1488, y Francisco de Cazzana 36.<br />

Un punto crítico nos queda por abordar. Según el btógrafo<br />

anónimo, Francisco de Cazzana amplió la información suministrada<br />

a Colón con estos datos: que había «conocido dos hijos<br />

del capitán que descubrió la isla Tercera, llamados Miguel y<br />

Gaspar de Corte Real, que en diversos tiempos fueron a descubrir<br />

aquella tierra y perecieron en la empresa, uno después.<br />

de otro, el año de 1502, sin saber cuándo ni cómo, y que esto<br />

lo sabían muchos».<br />

En efecto, el capitán que descubrió la isla Tercera, Joáo<br />

Vaz Corte-Real, tuvo, entre otros hijos, a Gaspar y Miguel, - e<br />

quienes exploraron la isla de Terranova, alrededor de los E<br />

años 1500-1502, sucumbiendo ambos en ia hazana. Ahora bien: o n<br />

la referencia a estos viajes es una interpelación del biógrafo O - m<br />

anónimo, por poderosas razones que saltan simplemente a la vista. E<br />

La primera, el carácter retrospectivo de las noticias recogidas<br />

por el futuro Almirante sobre la existencia de islas en el At-<br />

lántico (todas las referencias son anteriores a 1492j. La segunda,<br />

el largo período de tiempo que separa la expedición de Dolmos - O m<br />

de los viajes de los hermanos Corte-Real; está hoy probado<br />

que en 1500 ya habían sucumbido Francisco y Lucas de Cazzana,<br />

con lo que el falso testimonio se cae por su propio peso.<br />

VIII. NUEVAS EMPRESAS DE FERNÁN DOLMOS<br />

Los Libros de Memorias de Cristóbal Colón no se limitan<br />

a registrar e1 viaje de Fernán Dnlmos bajo los auspicios de<br />

Lucas de Cazzana, en fecha indeterminada, sino que, además,<br />

se hacen eco, casi imperceptible, de que la empresa descubridora<br />

no se detuvo. Es decir, que el piloto prosiguió en la aven-<br />

P~.I>spern _PPragd!o. Crzctnfmw C'n!nmbn in hvtngalln. Gé*ovai<br />

1882, pág. 239 Dom. Giofré Studz Colombinz Génova, 1952, tomo 111, pá-<br />

ginas 458-460. Cazano de Nigro estaba ya en 1478 en tratos mercantiles<br />

con Cristóbal Colón. Ninguno de dichos mercaderes consta en documen-<br />

tos posteriores a 1500.<br />

556 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS<br />

2<br />

E<br />

E<br />

o<br />

n<br />

E<br />

a<br />

n<br />

n<br />

3<br />

O


CR1Sn)BAL COLON. CRONISTA 25<br />

tura, aunque sin acompañamiento de éxito. Hay que pensar que<br />

el informante del Descubridor fue el propio mercader genovés<br />

afincado en Sevilla, Francisco de Cazzana, que le había reve-<br />

lado los anteriores pormenores.<br />

El párrafo es breve, pero sustancioso: «Sin embargo, nz él<br />

nt su compañero dejaron la empresa hasta su muerte, teniendo<br />

siempre esperanza de encontrarla». Se refiere a la tierra occi-<br />

dental. Si esta circunstancia se demuestra documentalmente, la<br />

personalidad de Dolmos saldrá reforzada de la prueba y el<br />

testimonio colombino revalorizado de notoria manera. En efec-<br />

to, fue así, aunque los hechos referidos hayan llegado hasta<br />

nosotros de manera vaga e incoherente.<br />

p-<br />

2 - A --A- s--L-.'- A: , ,L,<br />

ara uar rtxrlLG uau, " La cire-uiis~ar,cia de we las islas Azores es-<br />

tuviesen radicados un número importante de flamencos, tales<br />

como Jacques de Bruges y Joost de Hurtere, por citar los más<br />

relevantes -recuérdese, asimismo, que por tal razón fueron<br />

denominadas en el siglo xv las islas flamencas-, ha conducido<br />

a más de un historiador a dar por sentado que nuestro prota-<br />

gonista de este momento era de idéntica nacionalidad. En con-<br />

secuencia, lo denominan Ferdinand van Olmen 38. No tenemos<br />

argumentos sólidos para rebatir la atribución. Pero sí que-<br />

remos puntualizar que no sería descabellado otorgarle natural<br />

leza .-- germánica, habida cueiiia que los pro&actc>s de la c&dad<br />

alemana de Ulm se denominaban en la terminología castellana<br />

37 José Ramos Coelho: Alguns documentos do Archzvo Naczonal da<br />

Torre do Tombo Lisboa, 1892, pág 58.<br />

38 J. Mees: Htstozre de la découverte des ?les Acores et de I'orzgine<br />

de leur dénomznatzon d'iles flamandes. Gante, 1901.<br />

Charles Verlinden. Un précurseur de Colomb: Le flamand Ferdinand<br />

van Olmen (1487), en «Revista Portuguesa de Historia», tomo X (año 1963).<br />

El primero de los autores citados, J. Mees, prefiere traducir el apelli-<br />

do del protagonista por van den Olm


26 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

de la época doímos 39. En este supuesto, Fernán Dolmos equivaldría<br />

a Fernán de Ulm o, en términos más precisos, Ferdinand<br />

von Ulm.<br />

En la Historia del Almirante se da por sentado «que ni él<br />

(Fernán Dolmos) ni su compañero dejaron la empresa hasta su<br />

muerte)), pero la realidad obliga a confesar que en alguna de<br />

las posteriores navegaciones no fue Lucas de Cazzana su socio<br />

colaborador, sino el navegante portugués Joáo Afonso do Estreito,<br />

avecindado en la isla de la Madera.<br />

El viaje que en seguida nos va a ocupar tiene una extraordinaria<br />

similitud con el que condujo a Cristóbal Colón, en 1492,<br />

al inesperado descubrimiento del Nuevo Mundo. Bastará re- a<br />

N<br />

cordar en esta ocasión que el plazo previsto para duración del<br />

E<br />

mismo se calculaba en seis frieses, es decir, e! tiempo aprmima- O<br />

n -<br />

do que invirtió el Descubridor en su inmortal periplo por la<br />

= m<br />

O<br />

misma ruta occidental. La leyenda del piloto anónzmo puede<br />

E<br />

E<br />

tener en Fernán Dolmos una de sus fundamentales raíces.<br />

2<br />

E<br />

El proyectado viaje de Fernán Dolmos en 1486 nos es cono-<br />

=<br />

cid0 por üa Uocüiiienio de enirzurdinafio vdor: !a carta regia 2<br />

de 3 de marzo, expedida por el rey de Portugal Juan 11, otor- -<br />

0<br />

m<br />

gándole al navegante la autorización pertinente junto con di-<br />

E<br />

versos privilegios. O<br />

5<br />

Comienza ésta con la petición y demanda: ~Fernáo Dulmo,<br />

n<br />

cavaleiro e capitáo na ilha Terceira por o duque dom Manuel, - a E<br />

meu muito precado e amado primo, veio ora a nós e nos disse. »<br />

l<br />

n<br />

n<br />

Después viene el objetivo de la expedición: &le nos queria dar<br />

0<br />

achada tia grande ilha, ou ilhas, ou terra firme per costa, que 3<br />

O<br />

se presume ser a ilha das Sete Cidades, e esto todo a sua própria<br />

custa e despesa ». El müliarcz han 11, atendiziido !a mencionada<br />

solicitud, le otorga al navegante la capitanía hereditaria<br />

de todas las tierras que merced a su esfuerzo se descubriesen<br />

con todas las rentas y derechos, incluyendo una amplia jurisdicción<br />

militar «com alcada de poder enforcar, matar e de toda:<br />

üüird pena,, '"'.<br />

39 Luclano Serrano: Los conversos don Pablo de Santa María y dovt<br />

Alfonso de Cartagena. Madrid, 1942, pág. 153.<br />

40 Alguns documentos , págs. 58-59<br />

558 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAN7ICOS


CRImBAL COLON, CRONISTA 27<br />

La carta de privilegio llama la atención por el escenario y<br />

la meta: se hace mención de una o diversas islas, pero no se<br />

descarta la posibilidad de arribar a la aterra firme per costa»,<br />

es decir, a un supuesto continente que estuviese a espaldas de<br />

éstas.<br />

Fernán Dolmos se consideró impotente para llevar a cabo<br />

por sí solo la empresa. De ahí que se asociase para la realización<br />

de la misma con Joáo Afonso do Estreito, por contrato cele-<br />

brado en Lisboa el 12 de julio de 1486. Por este pacto se repar-<br />

tían gastos y beneficios, quedando fijada la fecha de partida<br />

desde la isla Tercera (Azores) para el mes de marzo de 1487 41.<br />

IX. OBSTACULOS INVENCIBLES<br />

¿Se llevó a efecto la segunda expedición de Fernán Dolmos?<br />

No ha quedado el más leve indicio a favor o en contra. Sólo<br />

podemos afirmar que en el supuesto afirmativo se demoró la<br />

partida, pues su principal protagonista se hallaba residiendo en<br />

la isla Tercera el 18 de junio de 1487 42.<br />

Nuestro parecer es favorable a que la expedición proyecta-<br />

da se llevó a efecto. No tenemos otra prueba que la tantas veces<br />

reiterada afirmación de la Historia del Almirante: «ni él (Fernán<br />

--<br />

4' Ibid., págs. 58-61.<br />

Dicho contrato fue confirmado por el monarca Juan 11, por cédula<br />

de 24 de julio.<br />

Las cláusulas más importantes del convenio eran las siguientes.<br />

1. Joáo Afonso do Estreito pagaría los fletes de las carabelas, y Fer-<br />

nán Dolmos los sueldos de la tripulación.<br />

2. De común acuerdo, se repartían para el futuro la capitanía de las<br />

tierras halladas.<br />

3. El mando de la expedición lo ejercería Dolmos durante los prime-<br />

ros cuarenta días, y Afonso do Estreito durante el resto del viaje<br />

Para mayor garantía, Joáo Afonso do Estreito obtuvo de Juan 11, el<br />

4 de agosto, un nuevo privilegio, qiie le garantiaha la capitanía de las<br />

tierras descubiertas durante la etapa de dirección personal de la expedi-<br />

ción (AIguns documentos , págs. 62-63).<br />

42 Damiáo Peres: Hzstória dos descobrzmentos portugueses. Opor-<br />

to, 1943, pág. 256 La noticia está tomada del Archlvo dos Atores, tomo XII,<br />

folio 388.


28 ANTONIO RUMEU DE ARMAS<br />

Dolmos) ni su compañero dejaron la empresa hasta su muerte*.<br />

Seguramente se lanzó al Océano como la vez o las veces<br />

anteriores para tropezar con elementos adversos que obstacu-<br />

lizaron su camino con implacable tenacidad. Saliendo Fernán<br />

Dolmos de las Azores, con la pretensión de cruzar el Océano en<br />

esta latitud, por fuerza se encontraría de frente con poderosos<br />

vientos de tendencia general del Oeste que le impedirían un<br />

positivo avance. Dichos vientos le forzarían a navegar ciñendo<br />

o dando bordadas, en su intento de abrirse paso hacia Occi-<br />

dente. Si a ello sumamos la dirección del mar, que normalmente<br />

es la misma del viento, todo serían serios contratiempos para<br />

el navegante. Lo poco que pudiera avanzar con su nave lo<br />

perdería por causa del abatimiento.<br />

Distinta hubiera sido por compieto ia suerte y el destino de<br />

Fernán Dolmos si su punto de partida hubieran sido las islas<br />

Canarias, pues entonces los vientos alisios, de componente Este,<br />

le hubieran arrastrado insensiblemente hacia América. Ese fue<br />

el talismán de Cristóbal Colón.<br />

El viaje de Fernán Dolmos se presta a una última glosa. Se<br />

suele afirmar que el monarca luso Juan 11 se desentendió de<br />

los planes y proyectos de Colón por considerar inadecuada e<br />

inviable la ruta occidental para arribar a Asia. De acuerdo ron<br />

esta tesis, los portugueses, aferrados al itinerario del Atlántico<br />

Sur, desoyeron las promesas del inmortal navegante. Ahora bien:<br />

los viajes de Fernán Dolmos desmienten por completo este<br />

aserto.<br />

Para Portugal, ambas rutas eran compatibles y ambas ópti-<br />

mas. La causa de la negativa, en el primer caso, y de la acalo-<br />

rada aceptación, en el otro, habrán de tener distinta motivación.<br />

Acaso la más razonable sea ésta: Fernán Dolmos ofrecía a<br />

la Corona cubrir de su peculio todos los gastos de la expedición,<br />

mientras que Cristóbal Colón sólo podía ofrecer una idea ob-<br />

sesionante y fija . .<br />

ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


VIAJES ACCIDENTALES A AMERICA<br />

POB<br />

=QUE m DOBTA<br />

El tema de los posibles contactos entre el Viejo y el Nuevo<br />

I~"iuiido ai~ieriores zí C0!61?, ~~iiiiiiúzí sieado apsioiiaiiie desde<br />

que, poco tiempo después del Descubrimiento, comenzó a circu-<br />

lar en los ambientes marineros de Andalucía, hasta convertirse<br />

en algo aceptado como cierto entre los del oficio, la historia del<br />

piloto anónimo que por azar había llegado a las Antillas unos<br />

!Usii.os mies qüe el Ahiiraliie. Coilio es sabido, fue el c~~nisia<br />

Gonzalo Fernández de Oviedo (1535) el que por primera vez, y<br />

poniéndola en duda, se hizo eco de la noticia ', si bien en otro<br />

pasaje de su Historia2 parece aceptarla, aunque no aluda con-<br />

cretamente a ella: «. . . creo que el almirante primero don Cris-<br />

tóbal Colón, no comenzó este descubrimiento a lumbre de pajas,<br />

sino :on muy encendidas e claras auctoridades e verdadera noti-<br />

cia destas Indias». Años más tarde, Francisco López de Gómara 3,<br />

vuelve a relatar el episodio de la carabela que, obligada por los<br />

vientos, arriba a una tierra desconocida y cuyo piloto, enfermo<br />

2 -m--- A- A-1- ----m- * ------ t- A- ----m-<br />

ucapuca uc la pcuuaa riavcsia uc lcg:~c~u, "S "~0gid0 pul. el fiü-<br />

turo almirante. «Falleció el piloto .. -nos dice- y dejóle la relaci6n,<br />

traza y altura de las nuevas tierras, y así tuvo Cristóbal<br />

Colón noticia de las Indias». Gómara acepta el viaje como cierto.<br />

No es del caso analizar aquí, entre los viajes en que el Atlán-<br />

*:, l.., ,:a, ,,.,,a, , ,,,:a,,&, -1 J- ,-A -:-*--:--- -21-L-<br />

LILU ila J~UU LLUL~UU pul a~uucuLc, c1 uc CJC IIII~LGIIUSU P~~ULU<br />

1 Fernández de Oviedo, 1, 16.<br />

2 Fernández de Oviedo, V, 39.<br />

3 Gómara, Historia de las Indias, 1946, pág. 165.


2 ENRIQUE MARCO DORTA<br />

que hay que considerar, en mi opinión, no ya posible sino más<br />

que probable. Mi intención es tratar de algunos viajes acciden-<br />

tales entre España y América, documentados por historiadores<br />

contemporáneos de los mismos, y de alguno posible que difícil-<br />

mente se confirmará, pues no dejó testimonio escrito.<br />

Como es sabido, la navegación entre las islas atlánticas más<br />

cercanas a la costa africana -Madeira, Canarias, Cabo Verde-<br />

y la zona de América comprendida entre el Ecuador y el Trópico<br />

de Cáncer, es bastante fácil y segura. Los alisios del Nordeste<br />

-das brisas», como se les llamaba en la época de las flotas de<br />

Indias- son vientos constantes, con variaciones en cuanto a in-<br />

tensidad según la latitud, que llevan a un buque de vela hasta<br />

las Antillas en singladuras tan plácidas que, a veces, se suceden<br />

varias sin que sea preciso tocar el aparejo; y sin otras moles-<br />

tias que las que pueda ocasionar alguna «turbonadas de las que<br />

son frecuentes en los trópicos. Esa bonanza habitual en la zona<br />

atlántica de referencia, explica el hecho de que no se perdiera<br />

ni uno sólo de los pequeños veleros -muchas veces robados- que,<br />

en viajes clandestinos, cruzaron el Atlántico desde las islas por<br />

los años cuarenta de este siglo, época de ilusionada y masiva<br />

emigración canaria a Venezuela. Por entonces se comentaba en<br />

los ambientes marineros de Tenerife que una pequeña goleta<br />

había zarpado clandestinamente con aquel destino, al mando de<br />

un teniente provisional de Infantería, y otra llevando, como pilo-<br />

to, a un maestro nacional. Claro está que esos buques eran id6<br />

neos para realizar la travesía y siempre llevaban, entre la escasa<br />

tripulación, marineros de oficio, avezados a las duras faenas de<br />

la navegación y la pesca por la costa de Africa y capaces para<br />

la maniobra de las velas, del todo desconocida, en la mayor parte<br />

de los casos, para los improvisados pilotos.<br />

En las crónicas marítimas abundan noticias de travesías rá-<br />

pidas a través del Atlántico, y de algunas quedan recuerdos en<br />

las islas. Frente a la playa de Las Alcaravaneras de Las Palmas<br />

podíamos contemplar las esbeltas líneas de la goleta «Marten,<br />

construida en Santa Cruz de Tenerife en 1919, que, en su primer<br />

viaje, invirtió sólo doce días desde que levó anclas en dicho<br />

puerto hasta la recalada en Cabo Francés, en la isla de Santo<br />

Domingo. En Santa Cruz de La Palma se recuerdan todavía -y<br />

662 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


VIAJES ACCIDENTALES A AMERICA 3<br />

en la Lonja de Comercio de La Habana me los comentaban hace<br />

treinta años- los viajes rápidos de la hermosa brick-barca «La<br />

Verdad» en el último tercio del siglo pasado; y en algún viejo<br />

manual de Geografía se citan los del «Pablo Sensatn 4, velero de<br />

construcción mallorquina, que, ya cargado de años, continuó<br />

navegando a América con la contraseña de los hermanos Orive,<br />

navieros de Las Palmas. También en este puerto se recuerda<br />

todavía la corbeta «Guadalhorce» que, con setenta años a flote,<br />

hizo viajes muy rápidos a Nueva York, hasta que, el 9 de noviembre<br />

de 1932, un ciclón la sepultó sin dejar rastro cerca de<br />

las costas de Puerto Rico.<br />

En su tiempo llamó la atención en Europa -y el embajador<br />

de Venecia en Madrid lo relató en un despacho dirigido a su<br />

Gebierm- el viaje de la fragata de la Armada «Paz» a Cartagena<br />

de Indias, al mando del brigadier don Federico Ravina. Zarpó<br />

de Cádiz el 17 de junio de 1789, y, en veintiocho singladuras<br />

llegó al puerto de destino, donde levó anclas dos días después<br />

dirigiéndose a La Habana. Apenas se detuvo igual tiempo en la<br />

r~pit~! de Cuba para refrescar víveres y aguada y el 2 de septiembre,<br />

después de treinta y cuatro días de mar, con vientos<br />

contrarios desde las Azores, fondeó en Cádiz. Había recorrido más<br />

de doce mil millas en setenta y dos singladuras s.<br />

Pero la rapidez de estos viajes a vela y de otros cuya enumeración<br />

llenaría muchas páginas, hay que atribuirla a la pericia<br />

de sus capitanes y a las condiciones marineras de los buques,<br />

botados al agua en una época en la que la construcción naval<br />

en madera y el aparejo habían alcanzado su máxima perfección.<br />

No es el caso de algún otro viaje extraordinariamente rápido,<br />

remo e! qiie ms relata el historiador jesuita P. Acosta refiriéndose<br />

al año 1571. «A mí me acaeció pasando a las Indias -nos<br />

dice-, verme en la primera tierra poblada de españoles, en<br />

quince días después de salidos de las Canarias, y sin duda fuera<br />

más breve el viaje, si se dieran velas a la brisa fresca que comila<br />

6. .A~nqul fuese muy velera la nao en que viajó el P. Acosta,<br />

Camena d'Almeida, 637.<br />

5 RGM, 1882.<br />

6 Acosta, 1954, 31.<br />

Núm 17 (1971)


4 ENRIQUE MARCO DORTA<br />

no parece que fuera ésta la única causa de la rapidez de una<br />

travesía del Atlántico. En aquella época, la construcción naval<br />

estaba muy lejos de la perfección técnica que había de alcanzar<br />

tres siglos más tarde. De acuerdo con la fórmula tradicional del<br />

as, dos, tres (la manga igual al doble del puntal y la eslora al<br />

doble de la manga), los cascos eran panzudos, por lo que los<br />

buques, sin la hura de líneas y las altas arboladuras de la<br />

segunda mitad del siglo XIX, eran pesados y lentos. A lo que<br />

parece, en aquel mes de julio de 1571, el alisio refrescó más de<br />

lo corriente, y la prueba es que, según testimonio del viajero<br />

jesuita, el maestre de la nao tomó sus precauciones y no se atrevi6<br />

a largar todo el paño.<br />

a<br />

N<br />

También se conocen muchos casos en que los malos tiempos<br />

E<br />

impidieron a un navío seguir su derrota, llevándole a un puerto O<br />

n -<br />

muy distante del de su destino '. En 1570 embarcaron en Ma- - m<br />

deira diez misioneros jesuitas para pasar al Brasil, pero el buque E<br />

E<br />

no pudo rebasar el Cabo San Agustín y, llevado por los alisios, 2<br />

E<br />

arribó a Santiago de Cubas. Peor aún fue lo que le sucedió a ;<br />

una nao que: con un valioso cargamento de azúcar y cuercx, 2<br />

despachó de Santo Domingo para España, en 1536, el vecino de %<br />

m<br />

aquella isla Hernando Gorjón, el fundador del Estudio General<br />

E<br />

de la Española. La nao, en la que iba por maestre Juan Bermú-<br />

O<br />

dez -descubridor casual de las islas que llevan su nombre- n<br />

llegó felizmente a la Tercera, en las Azores, y zarpó después de % a<br />

refrescar la aguada y tomar algunos víveres; pero csubcediéron- 2<br />

n<br />

le tales tiempos e tan forzosos, que hubo de dar la vuelta» y<br />

n<br />

volvió a fondear en el río Ozama, cinco meses y medio des- 3<br />

pués de haber salido del puerto. Forzado por los vientos o bien "<br />

7 Sucedió algunas veces en el siglo XVI, como dice Fernández de Ovie-<br />

do (1, 37): U ..Ha acaescido algunas veces pasar las naos, de noche o<br />

por tiempos forzosos, adelante; o por estar cerrado el horizonte, discu-<br />

rrir entre estas islas sin ver alguna dellas hasta dar en la isla de Sant<br />

Juan, o en la de Jamaica ... o, por acaso, en la de Cuba, que es la<br />

más occicieni-ai de todas ias que tengo aicho. E aigunas veces, por cuipa<br />

o desventura de los pilotos e marineros, ha habido navíos que en nin-<br />

guna de estas islas han tocado, e se han pasado de largo hasta Tierra<br />

Firme.»<br />

Leite, págs. 253-254.<br />

564<br />

ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


porque los malos tiempos no le permitieran tomar la altura del<br />

sol, se engolfó en los alisios y tuvo que volver al puerto de par-<br />

tida. El cargamento llegó bien menguado, pues tripulantes y<br />

pasajeros tuvieron que comerse los cueros de vacas asados o<br />

cocidos, después de ponerlos en remojo y adobarlos con azúcar.<br />

El armador de la nao puso pleito al maestre y al piloto, acusán-<br />

doles de negligencia, pero la Audiencia falló que el caso había<br />

sido fortuito y los acusados quedaron libresg.<br />

No estará de más recordar aquí, por cuanto puede ilustrar<br />

sobre el tema de este symposio, un suceso reciente del que se<br />

publicaron amplias informaciones en los periódicos españoles y,<br />

en especial, en los de Canarias. El 21 de julio de 1968 salió de<br />

El Golfo, en la isla del Hierro, el «Fausto» (pequeño buque de<br />

--A ---- --A--- -1- --1--- --- --A-- -1- n i Un\ re:-..l-<br />

UIIUS CaLuIcx IIICLLU~ UC: C~IUI~, CUI~ u11 ~I~ULUL UC: VJ nr 1, LILIJUICI-<br />

do por cuatro hombres, con destino a Tazacorte, en la costa occi-<br />

dental de la isla de La Palma. Cuatro días después, el 25 del<br />

mismo mes, lo encontró a la deriva el mercante inglés «Duquesa»,<br />

a los 28" 15' de latitud N y 19" 45' longitud W, a menos de cin-<br />

A- -!ll-- 3- 1-- ---A-- 3- 1- 2-1- l-1 ---?AL- A-1 L ------ -2-<br />

LucuLa 111111as UC: las cuslas ut: ia isla. JX LapLari UGI uuyuc, auc-<br />

más de suministrarle víveres, agua y combustible, le señaló el<br />

rumbo, comunicando por radio que el barco llegaría a Tazacorte<br />

por la tarde del mismo día. Pasaron días y semanas y el «Fausto,<br />

no apareció. Dos meses y medio después, el 10 de octubre, el<br />

carguero italiano «Anna de Maio» lo encontró al garete y con<br />

un cadáver a bordo, a los 23" 0' N y 38" 30' W. En setenta y dos<br />

días a la deriva, a impulsos del viento, había navegado alrededor<br />

de 1.080 millas, o sea, unas catorce por singladura, en dirección<br />

S-57,5"-W aproximadamente. Según testimonio del capitán del<br />

L ---- 2*-12---<br />

"arco ILaliario, iiü habia eii el «Fausto» vestigios iii iiüias CSC&<br />

tas que permitieran reconstruir la tragedia, cuyo secreto guardó<br />

para siempre la mar. Lo indudable es que, de haber dispuesto<br />

de agua y víveres, con un rudimentario aparejo de fortuna hu-<br />

biera podido alcanzar las costas de América a impulsos de los<br />

-1:..:-- 10<br />

dll3lU> .<br />

* * *<br />

9 Fernández de Oviedo, 1959, V, pág. 368.<br />

10 Informaciones en El Día, de Santa Cruz de Tenerife, 11 y 17 de<br />

octubre de 1968.<br />

Núm 17 (1971) 565


6 ENRIQUE MARCO DORTA<br />

Pasemos a considerar los posibles motivos de viajes acciden-<br />

tales documentados o hipotéticos y la posibilidad de que, como<br />

creía el P. Acosta, llegaran a las Indias «hombres vencidos de<br />

la furia del viento, sin tener ellos tal pensamiento» ll.<br />

En fecha cercana a 1734, la Real Aduana de Tenerife despa-<br />

>chó un buque con cargamento de vino, media docena de hombres<br />

de tripulación y víveres para cuatro días, con destino a otra de<br />

las islas, La Palma o la Gomera. «Arrebatado el barco de un<br />

Levante furioso, se vieron obligados a dejarse llevar de la furia<br />

.del mar y del viento varios días hasta que se les acabaron aque-<br />

llos cortos bastimentos que habían prevenido; y en fin, mal<br />

contentos, con sólo vino, que les servía de bebida y no de nutri-<br />

mento ..., cuando ya flacos y desfallecidos esperaban la muerte<br />

-por horas, quiso Dios que descubrieran tierra, que fue la isla<br />

de la Trinidad de Barlovento ... y dieron fondo en el puerto que<br />

llamad de España». Relata el suceso el P. Gumilla 12, a quien se<br />

lo refirieron los vecinos de San José de Oruña, la capital de la<br />

isla, en 1734.<br />

Unos setenta años antes, en 1665, el obispo don Bartolomé<br />

García Jiménez, se embarcó en Cádiz en una saetía que zarpó<br />

en conserva de la flota de Indias, con destino a Las Palmas, para<br />

tomar posesión de su silla episcopal. No podía imaginar el obispo<br />

que tardaría más de un año en alcanzar las playas de su diócesis:<br />

el buque «se propasó de estas islas para la de Santo Domingo» 13.<br />

El cronista que relata el hecho nada nos dice de los motivos que<br />

impidieron al buque tomar el puerto de las Isletas. No parece<br />

probable que se debiera a impericia del piloto ni a averías que<br />

dificultaran el gobierno del buque, por lo que es de creer que un<br />

violento Nordeste lo desvió de su derrota, alejándolo de las islas.<br />

Una vez engolfado en el Atlántico y en plena zona de los alisios,<br />

sin duda corto de víveres y de agua, era forzoso seguir rumbo<br />

a las Antillas para aprovisionarse y así, sin quererlo, el ilustre<br />

pasajero viajó a la isla Española. No sería cómodo el viaje en<br />

la saetía, especie de galera pequeña de poca manga y poco<br />

11 Acosta, 1954, 31.<br />

12 El Orinoco, 1963, 303.<br />

13 Castillo, 1948-1960, 806.<br />

566 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


VIAJES ACCIDENTALES A AMÉRICA 7<br />

puntal, con aparejo de velas latinas, inapropiado para tan larga<br />

navegación.<br />

Temporales y malos tiempos son frecuentes entre el Estrecho<br />

de Gibraltar y las Canarias, en el «Golfo de las Yeguas» como<br />

se llamaba a ese sector del Atlántico en el siglo XVI. También<br />

lo son en los mares de las islas, dificultando la navegación entre<br />

ellas. Un velero que, en caso de mal tiempo, no pudiera man-<br />

tenerse a la capa hasta esperar bonanza para poner rumbo al<br />

puerto canario de su destino, si tuviese que «correr el tiempo»<br />

dejándose llevar por los vientos, una vez en esa especie de «ca-,<br />

rretera general» que forman los alisios entre el Ecuador y el<br />

Trópico, tendría forzosamente que cruzar el Atlántico hasta cerca<br />

de las Antillas para volver.<br />

Consideremos ahora la posibilidad de un viaje fortuito en<br />

tiempos más remotos. Sabido es que los tartessios conocieron<br />

las islas Canarias y Fv"Ia&ir+& y we Ivs i;úmcus estabIec;dos en<br />

Cádiz, siguiendo los pasos de estos marinos andaluces, navegaron<br />

a esos archipiélagos atlánticos. Diódoros de Sicilia, que escribía<br />

en la época de Augusto, recoge, de fuentes griegas más antiguas,<br />

la historia de unos marinos fenicios que, navegando por las costas<br />

de Africa, fueron «arrastrados por los vientos hasta parajes<br />

de larga navegación por el océanos, arribando a una isla 14. No<br />

sería tierra americana como cree el P. Gumilla IS, pues, en ese<br />

caso, los navegantes no hubieran podido regresar por desconocer<br />

la derrota de vuelta y consta, por eL mismo Diódoros, que el<br />

A . . : : A 1 1 1 . a : L., ,AA,<br />

UGULUVLIILLLGLILU UG la LGL LLI lala -quua ~v~aubi~a- L U ~ buuub~uu.<br />

Sobre la posible o probable arribada de naves de Sidón a la costa<br />

del Brasil, después de navegar las costas orientales de Africa,<br />

nos hablará nuestro compañero Federico Pérez Castro en su<br />

estudio sobre la inscripción fenicia encontrada hace casi un siglo<br />

en Paraiba. Si efecti.íume~te, mies precedentes de! Mar Rej~<br />

doblaron el Cabo de Buena Esperanza, es fácil que los vientos<br />

14 García Bellido, 1967, 12.<br />

15 Ob. cit., 305.


8 ENRIQUE MARCO DORTA<br />

del hemisferio sur las llevaran a las tierras más occidentales del<br />

continente sudamericano.<br />

Conocido es de todos el sorprendente descubrimiento del arqueólogo<br />

García Payón, que en 1933 encontró una pequeña cabeza<br />

romana, de hacia el año 200 de nuestra era, en un yacimiento<br />

de cultura azteca-matlatzinca en el valle de Toluca, en México 16.<br />

Heine-Geldern, que estudió la cabecita romana, supone que procede<br />

de alguna factoría de la costa malaya y que de allí pasaría<br />

a América Central por la vía de China 17, pero tanto Pericot l8<br />

como Alcina lg, opinan que más fácilmente pudo llegar a través<br />

del Atlántico. El hallazgo tuvo lugar cerca de la costa del Golfo<br />

de México y el camino de Oriente a Occidente es más corto y más<br />

fácil que a través del Pacífico. El descubrimiento de García<br />

Payón lleva a la certidumbre de que romanos de la época imperial<br />

llegaron a tierras americanas- a las Antillas o a las costas<br />

del Golfo de México- hacia el año 200 de nuestra era o más<br />

tarde; y, por supuesto, en viaje fortuito.<br />

Es sabido que los romanos conocieron las islas Canarias y<br />

hecho, &rumpnt2& p r testim~nics & 12 antioii~rlarl -""b-----> qledS<br />

corroborado hace pocos años (1964) cuando unos submarinistas<br />

pescaron en «El Río», entre Lanzarote y la Graciosa, una ánfora<br />

romana que los arqueólogos han datado entre los siglos 111 y IV<br />

de nuestra era". Posteriormente (1965 y 1966) se encontraron<br />

otras tres, una al norte de la isla Graciosa, otra entre ésta y<br />

Alegranza y la última frente al puerto de Arrecife.<br />

En mosaicos y en relieves, sobre todo, nos quedan testimonios<br />

gráficos más que suficientes para hacernos idea exacta de<br />

cómo eran las naves de comercio romanas -de propulsión a<br />

---le ---- l.-":-.-+,. "..O<br />

KM,<br />

$,-n-..o-+e,-n-<br />

GAC.IUUIV~~~LGU~~- YUL LIGLULIILaI VLI !as Canarias. En U=<br />

relieve del siglo 111 que representa el puerto de Ostia, se ve, en<br />

primer término, uno de estos buques de roda muy prolongada<br />

y alta popa con el codaste terminado en forma de cuello de cisne,<br />

'"arcia Payon, í96í.<br />

17 Heme Geldern, 1961.<br />

'8 Pericot, 1962, 17, y 1953, 9.<br />

'9 Alcina, 1969, 17.<br />

20 Serra, 1965, 232; Garcia Bellido, 1967, 28<br />

568 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


del que he calcado el adjunto esquema. Resulta difícil calcular<br />

las proporciones del casco, pero se advierten su forma panzuda,<br />

las líneas delgadas de la proa y las cintas de refuerzo a lo largo.<br />

En la aleta de estribor se ve el timón de caja, formado por una<br />

ancha pala cuyo vástago se aloja en un saliente de la borda y<br />

-1 : Amantillo -2:<br />

7.<br />

Estay.-3: Brioles.4: Botalón.4: 0benques.A: Bigota.<br />

Relinga.-8: Escota.-9: Caña.-10: Braza.<br />

lleva la correspondiente caña para manejarlo. El mástil, que<br />

.está situado hacia el centro de la quilla, arbola una verga fija<br />

sostenida por arnantillos. Se aprecia con detalle la tabla de<br />

.N6m 17 (1971) 569


10 ENRIQUE MARCO DORTA<br />

jarcia con los acolladores guarnidos en sus vigotas, que tensan<br />

los obenques. El estay de proa se sujeta al pie del empinado botalón.<br />

La vela lleva relingas en los bordes y brioles que permiten<br />

tomar rizos o aferrarla a la verga, así como las escotas para<br />

cazarlas. De los penoles de la verga penden las brazas que servían<br />

para orientar la vela. En el botalón se arbola una verga con la<br />

cebadera, vela que persistió en los navíos hasta fines del siglo<br />

XVIII.<br />

En el relieve que comento aparece, a la sombra de la vela, un<br />

carpintero de ribera labrando con la azuela un trozo de madera;<br />

y en la proa del buque, un marinero tensando ei aparejo del<br />

botalón. En la nave de la derecha del relieve, que está mutilada, a<br />

N<br />

junto a la figura del dios Neptuno, se ve a un marinero trepando<br />

E<br />

por la jarcia y a otro pisando el marchapié y con el torso apoya- O<br />

n -<br />

do en la verga, aferrando la vela como lo haría un gaviero en un - m<br />

O<br />

velero de hoy.<br />

E<br />

E<br />

Una nave como la comentada podía navegar muy bien en popa<br />

2<br />

E<br />

o con vientos largos, como los alisios, recibiéndolos por la aleta -<br />

con un ángulo máximo de 45" en relación con la línea de la 3<br />

quilla. Pero su aparejo no le permitía navegar de bolina dando - O<br />

m<br />

bordadas para avanzar contra el viento.<br />

E<br />

Imaginemos ahora una de estas naves sorprendida en aguas<br />

O<br />

de Canarias por un furioso temporal del Nordeste, obligada a n<br />

correr a palo seco delante del viento huracanado durante varios - E<br />

a<br />

días. Al amainar el tiempo, lo más probable es que se encontra-<br />

2<br />

n<br />

ra lejos de las islas, en plena zona de los alisios, impulsada por<br />

n<br />

las brisas constantes que la llevarían por rumbos de componente<br />

3<br />

O<br />

oeste. Pudo haber llegado a las tierras, entonces incógnitas, de<br />

las Indias, lo mismo a las costas del Brasil o de Guayana que a<br />

las Antillas. También es posible que rebasara estas islas sin poder<br />

arribar a ninguna y fuese a terminar sus singladuras en el litoral<br />

de México *l. Después del viaje de Bombard en condiciones de<br />

náufrago voluntario. hay que conceder un amplio margen a la<br />

resistencia humana. Los marineros estarían agotados o moribundos,<br />

pero el viaje casual pudo ser posible. El nuevo continente<br />

habría sido encontrado pero no descubierto. Para descubrirlo<br />

21 Véase nota 7.<br />

570 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS


VIAJES ACCIDENTALES A AMERICA 11<br />

hacía falta regresar a las playas del Viejo Mundo y dar la noti-<br />

cia. Y ése, la derrota de vuelta aprovechando los «variables de<br />

Poniente» que hay que buscar unos diez grados más al norte del<br />

Trópico de Cáncer, fue el secreto de Colón. El que tal vez le<br />

comunicara el piloto anónimo -andaluz, portugués o vizcaíno-<br />

que después de vagar por las Antillas buscando afanoso el cami-<br />

no de regreso, encontró al fin los vientos de Poniente y pudo<br />

arribar a Madeira con vida suficiente para confiar al marino<br />

genovés la confidencia de su descubrimiento, base de la tenaci-<br />

dad que valió el éxito al futuro «Almirante de la Mar Oceanan.<br />

José de Acosta:<br />

BIBLIOGRAFIA<br />

1964 Historia natural y moral de las Indias, en ((Obras,, del<br />

P. J. de Acosta. Edición de F. Mateos, S. J. Madrid.<br />

José Alcina Franch:<br />

1969 Origen trasatlántico de las culturas indígenas de América,<br />

«Revista española de Antropología americana^, volumen IV.<br />

Madrid.<br />

P. Camena d'Almeida:<br />

S. a. La Tierra, traducción de A. Blázquez. Barcelona, sucesores<br />

de Juan Gili.<br />

Pedro Agustín del Castillo:<br />

1948-1960 Descripczón histórica y geográfzca de las Islas Canarias. Edi-<br />

ción de Miguel de Santiago. Madrid.<br />

Gonzalo Fernandez de Oviedo:<br />

1959 Hzstoria general y natural de las Indias. Edición de J. Pérez<br />

de Tudela. Tomos 1 y V. Madrid.<br />

Antonlo García Bellido:<br />

1967 Las islas Atlánticas en el mundo antiguo. Las Palmas.<br />

José García Payón:<br />

1961 Una cabeczta de barro de extraña fzsonomía, «Boletín del<br />

Instituto Nacional de Antropología e Historia,, numero 6.<br />

México.<br />

Núm 17 (1971) 571


12 ENRIQUE MARCO DORTA<br />

José Gumilla<br />

1963 El Orznoco, zlustrado y defendzdo. Caracas.<br />

Robert Heine-Geldern:<br />

Ezn romzscher Fund aus dem vorkolumbischen Mexico,


INDICE ALFABETICO DE AUTORES<br />

Págs.<br />

-<br />

ACOSTA, Pilar: Estratzgrafías arqueológicas canarzas. la Cueva del<br />

Barranco de la Arena (Tenenfe) . ............<br />

AGUIRRE, Emiliano: Las Canarras en la fdogenta y emigración de<br />

moluscos cuaternarios ........... .........<br />

ALCINA FRANCH, José. Introducción: A modo de Crónica .....<br />

- El «Formativo~ amerzcano a la luz de los poszbles tnflups<br />

reczbidos por el Atlántico ... ..................<br />

BALOUT, Lionel: Canarias y Africa en los tiempos prehistóricos y<br />

protohtstórrcos .... ... ..... ......<br />

BALLESTEROS GAIBROIS, Manuel: La idea de la Atlántida en el pensamiento<br />

de los dtversos tzempos y su valoración como realidad<br />

geográfica ... ..... ............<br />

BELTRAN MART~NEZ, Antonio: El arte rupestre canario y las relaciones<br />

atlánticas ............ .......<br />

Bosc~ MILLARES, Juan: Problemas de paleopatología ósea en los<br />

indígenas prehzspanicos de Canarias. Su similitud con casos<br />

americanos ........ .... ......... ...<br />

COMAS CAMPS, Juan' La supuesta dtfusión transatlántica de la trepanación<br />

prehistórzca ........... ................<br />

ESTEVA FABREGAT, Claudio: El Circummediterráneo y sus relaczones<br />

con la América prehispánica: jdifusiórt o pavalelismo? .........<br />


PELLICER CATALAN, Manuel. Estratzgrafías arqueológzcas canarzas:<br />

la Cueva del Barranco de la Arena (Tenerzfe) ..<br />

PÉREZ CASTRO, Federico. La «znscrzpaón» fenzczo-cananea de Parazba<br />

(Braszl) (La polémica Gordon/Friedrich-Cross.) Estado de<br />

la cuestzón .<br />

PERICOT GARC~A, Luis: Discurso de apertura. El problema del Atlántico<br />

en la Prehzstorza . RAMOS PÉREZ, Demetrio. Los contactos trasatlánticos deczszvos,<br />

como precedentes del vzale de Colón<br />

RUM~U DE ARMAS, Antonio. Cristóbal Colón, cronzsta de las expediczones<br />

atlántzcas . . . . . SCH MIDT, Johanna Jensezts der Saulen des Herakles<br />

SCHOBINGER, Juan: El mlto platónzco de la Atlántzda frente a la<br />

teoría de las vznculaciones trasatlántzcas prehzstórzcas entre el<br />

Vzelo Mundo y Amérzca ... . . SERRA RAFOLS, Elías: La navegaczón przmztzva en el Atlántico<br />

af rzcano . . .<br />

VERNET, Juan: Textos árabes de vzajes por el Atlántzco ..<br />

Págs.<br />

-


El número 17 de «ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOSD<br />

se acabó de imprimir el día 23 de junio<br />

de 1972, víspera de la festividad<br />

de San Juan Bautista.<br />

Laus Deo.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!