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Panorámica general del santuario de San Gregorio Ostiense
sin siquiera poder llegar a la posada, que tenían
muy próxima, falleció. Las gentes de Santo
Domingo y Nájera, enteradas de la relevante
dignidad eclesiástica del difunto, porfiaron
mucho por darle sepultura en la iglesia más
importante de sus respectivas ciudades. El
fámulo de Gregorio, cansado de tan larga discusión
y con el objeto de zanjar la disputa,
mostró a los clérigos y síndicos de estas localidades
el testamento del prelado manifestando
las últimas voluntades sobre su enterramiento.
El obispo disponía que, al modo como se
había hecho hacía muchos años con San
Prudencio de Armentia, se colocara su cuerpo
sobre el asno que les sirvió para transportar la
carga durante la peregrinación y se le diera
sepultura en el lugar donde el jumento tuviera
a bien detenerse.
Una vez cumplidas escrupulosamente las
disposiciones testamentarias del obispo, el
borrico inició su andadura, pero ante el
asombro general de los presentes, vo l v i e n d o
sobre sus pasos tomó la dirección de
N ava r ra. Era una tarde
desapacible y brumosa
cuando el asno se perdió
por los vericuetos riojanos
s u rcados de viñedos desnudos
y tristes como el grave
momento de la despedida.
Parece ser que el pobre
burro no descansó un
momento y anduvo día y
n o che sin tomar resuello.
Posiblemente recordara la
cebada tierna y sabrosa de
su estancia en Los Arc o s
d u rante la conva l e c e n c i a
del amo difunto que ahora
l l e vab a sobre sus lomos. El
caso es que, cerca de esta
famosa villa, en un altozano
próximo a Sorlada y que
domina hacia el sur las tier
ras llanas y desoladas de
Los Arcos, el borriquillo,
abatido por la fatiga, cay ó
exhausto y murió al instante.
La noticia de estos extraordinarios sucesos
había corrido con celeridad por los pueblos
de la comarca, y tan pronto encontraron los
cuerpos sin vida del asno y su amo, les dieron
s e p u l t u ra con presteza en la pequeña meseta
que corona el otero de Sorlada.
Los sucesos maravillosos acontecidos tras
la muerte de este santo varón, obispo de Ostia,
animaron a los rudos campesinos de los alrededores
a construir un oratorio en el lugar de
enterramiento y comenzaron a acudir muchas
gentes a rezar y pedir su intercesión para el
remedio de los males y desgracias que se sucedían
en los duros y aciagos tiempos de la Edad
Media. La fama y prestigio de Gregorio se acrecentaron
con motivo de una desoladora epidemia
o plaga de ratones que invadió los pueblos
y aldeas de la Tierra de Estella. Los campesinos,
ante las graves desgracias que aquella
plaga de roedores provocaba en los campos y
cosechas, acudieron, llenos de fe y esperanza,
a la tumba de nuestro obispo. Este, atendiendo
las sinceras súplicas de sus devotos, fulminó