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El regreso<br />

de las Furias<br />

Eug<strong>en</strong>ia Gala


Reconocimi<strong>en</strong>to­NoComercial­SinObraDerivada 2.5 España<br />

Usted es libre de copiar, distribuir y comunicar públicam<strong>en</strong>te esta<br />

obra bajo las condiciones sigui<strong>en</strong>tes:<br />

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● En caso de obt<strong>en</strong>er el permiso del titular de los derechos de<br />

autor alguna de estas condiciones puede no aplicarse<br />

Año de publicación: 2010<br />

Titular de los derechos de autor: María Eug<strong>en</strong>ia Gala del Río<br />

draakun@gmail.com


PRÓLOGO<br />

Era tradición <strong>en</strong> el lugar que los recién nacidos recibies<strong>en</strong> nombre<br />

pasada una luna desde que llegaron al mundo. El sacerdote del templo<br />

mayor lo imponía <strong>en</strong> nombre de su dios, Basth El Justo, señor de la ley y<br />

las causas nobles. También era tradición que el recién nacido fuese<br />

pres<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> sociedad ese mismo día y se designase cuál sería su futura<br />

posición. Era ocasión para las familias de reunirse, lucir sus mejores<br />

atu<strong>en</strong>dos y competir por exhibir la ofr<strong>en</strong>da más rica e impresionante<br />

posible para que Basth El Justo trajese al camino del pequeño aquello de lo<br />

que era merecedor. Ese cálido día de mayo había <strong>en</strong> el lugar un recién<br />

nacido que no t<strong>en</strong>ía nombre.<br />

Aquel templo a Basth El Justo era bastante más pequeño que muchos<br />

de los templos de las ciudades mayores, pero también había sido<br />

construido sigui<strong>en</strong>do el patrón básico: una sala principal y dos pequeñas<br />

naves laterales donde se alojaba el sacerdote mayor con sus sirvi<strong>en</strong>tes y el<br />

tesoro del templo.<br />

El <strong>en</strong>cargado del oficio se ciñó la sobrevesta dorada. El traje blanco de<br />

debajo t<strong>en</strong>ía una pequeña mancha roja, pero quedaba disimulada por la<br />

pr<strong>en</strong>da superior. Recogió la tiara con el símbolo de Basth y se la puso<br />

sobre la fr<strong>en</strong>te. No se acababa de acostumbrar a carecer de pelo <strong>en</strong> el<br />

cráneo y exhibirlo <strong>en</strong> la cara, pero sobre modas era mejor no opinar. En<br />

aquella ciudad era habitual que la honorabilidad de los hombres se<br />

evaluase de acuerdo a la longitud de sus barbas. En ese mom<strong>en</strong>to, una<br />

extraña criatura cruzó el umbral de sus apos<strong>en</strong>tos y le interpeló con una<br />

voz cascada.<br />

—¿Tú?<br />

Se trataba de un demonio m<strong>en</strong>or, de tamaño pequeño y silueta<br />

<strong>en</strong>corvada. La criatura parecía sorpr<strong>en</strong>dida de verle. Levantó su deforme<br />

cara hacia él y habló sacando mucho la l<strong>en</strong>gua <strong>en</strong>tre sus di<strong>en</strong>tecillos<br />

afilados para lograr una correcta pronunciación.<br />

—¿Qué haces aquí?<br />

El interpelado levantó las manos <strong>en</strong> un gesto de complac<strong>en</strong>cia para<br />

mostrar, sonri<strong>en</strong>te, su traje nuevo.<br />

—¿Te gusta?<br />

La boca del pequeño demonio se <strong>en</strong>sanchó <strong>en</strong> una sonrisa y emitió un<br />

sonido que asemejaba varios chasquidos muy seguidos, bi<strong>en</strong> podía ser una<br />

7


isa.<br />

—No es tu estilo. He visto lo que has hecho con el sacerdote...<br />

¡Impresionante!<br />

—Oh, no te preocupes por él, era un pecador.<br />

—Lo sé...<br />

El <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro saltó sobre la mesilla.<br />

—Hay formas más fáciles.<br />

—Artesanía pura, he t<strong>en</strong>ido que usar un arma.<br />

—¿Por qué?<br />

El sacerdote le sonrió casi amablem<strong>en</strong>te.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to, pero no puedo permitirme un testigo como tú.<br />

El demonio int<strong>en</strong>tó saltar de la mesilla, pero no le dio tiempo ni a<br />

despegarse de ella antes de caer pulverizado. El <strong>en</strong>cargado del oficio<br />

litúrgico recogió el báculo con el símbolo sagrado del dios Basth el Justo y<br />

se <strong>en</strong>caminó hacia la puerta.<br />

Las familias nobles del lugar ocupaban los primeros bancos del<br />

templo. A derecha e izquierda del sacerdote, contra la pared, se s<strong>en</strong>taban<br />

aquellos que habían demostrado ser los más rectos y leales durante el<br />

anterior año. El <strong>en</strong>cargado del oficio int<strong>en</strong>tó no reír ante la idea. Podía<br />

intuir los p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos de muchos tras sus gestos dignos y <strong>en</strong>hiestos. Se<br />

situó <strong>en</strong> la tarima y golpeó el suelo con el báculo mi<strong>en</strong>tras salmodiaba la<br />

b<strong>en</strong>dición de Basth. La congregación la coreó con rítmica monotonía.<br />

El rito se siguió según la tradición de dec<strong>en</strong>as de g<strong>en</strong>eraciones.<br />

Primero desfilaron los nobles del lugar, ofr<strong>en</strong>dando al templo a través de<br />

su sacerdote, después los padres del niño se prestaron ante la congregación<br />

a educarlo <strong>en</strong> la virtud de la ley. El sacerdote conocía a los padres de la<br />

criatura y había evaluado a su familia g<strong>en</strong>eraciones atrás. Habían caído <strong>en</strong><br />

desgracia por la miseria que les trajeron varias plagas a las cosechas de sus<br />

abuelos maternos. En cuanto a su padre, había t<strong>en</strong>ido que dejar de servir al<br />

ejército por una lesión perman<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la rodilla. No eran muy intelig<strong>en</strong>tes,<br />

pero sí bi<strong>en</strong> int<strong>en</strong>cionados, y deseaban lo mejor para su hijo. El padre t<strong>en</strong>ía<br />

contactos <strong>en</strong>tre la alta nobleza, pondría a su hijo a servir como escudero<br />

cuanto antes. Eso estaba bi<strong>en</strong>, le <strong>en</strong>señarían a pelear y el noble don del<br />

honor. El niño probablem<strong>en</strong>te buscaría recuperar la antigua gloria de su<br />

familia, era típico. Pero, lo más importante, sería educado <strong>en</strong> la virtud de<br />

Basth, azote de los demonios del Caos.<br />

Por fin, después de interminables deseos de bu<strong>en</strong>av<strong>en</strong>tura para el niño<br />

y la <strong>en</strong>umeración de los deberes del pequeño, llegó el mom<strong>en</strong>to. El<br />

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sacerdote recogió el linim<strong>en</strong>to ocre, mojó la pluma de águila que se<br />

prestaba a tal fin y dibujó una serie de signos sobre la fr<strong>en</strong>te del niño. Su<br />

voz resonó por el templo.<br />

— El nombre de este niño es... —aguardó el mom<strong>en</strong>to de expectación<br />

que la situación requería, y porque quería ver el gesto que adoptaban los<br />

pres<strong>en</strong>tes cuando lo pronunciase—. ¡Crotulio!<br />

El padre de la desdichada criatura pareció no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derlo y miró al<br />

sacerdote, con gesto esperanzado ante la idea de que su oído le hubiese<br />

jugado una mala pasada, pero la madre adoptó una expresión de sorpresa y<br />

des<strong>en</strong>canto. El sacerdote sonrió.<br />

—Nadie más llevará este nombre, señora, se lo aseguro.<br />

Acabado el posterior sermón, que dirigió hacia combatir las fuerzas<br />

del mal allí donde se <strong>en</strong>contras<strong>en</strong>, se <strong>en</strong>caminó a los apos<strong>en</strong>tos. Se<br />

desvistió y dejó las ropas junto al cadáver del viejo sacerdote, sobre la silla<br />

de donde las había tomado. Recogió todo cuanto pudo <strong>en</strong>contrar de valor y<br />

se marchó tras esparcir algunas monedas por el suelo para dar la s<strong>en</strong>sación<br />

de precipitación.<br />

Podía imaginar la noticia por la pequeña ciudad al día sigui<strong>en</strong>te: "unos<br />

ladrones asesinan al Sacerdote". Int<strong>en</strong>tarían recordar qué fue de su último<br />

día <strong>en</strong> la tierra de los vivos y el pequeño cobraría importancia. Eso estaría<br />

bi<strong>en</strong>.<br />

1 — Sobre Ségfarem de Dobre<br />

No había pasado mucho tiempo desde que Ségfarem de Dobre se<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó al último demonio que habitaba los bosques de Isthelda. Al<br />

m<strong>en</strong>os, no era mucho tiempo si se comparaba con la longeva vida de un<br />

roble, o el ciclo de un elfo, pero sí que pareció mucho tiempo a los<br />

humanos del lugar, acostumbrados a vivir rápidam<strong>en</strong>te el día a día y<br />

aclimatarse a toda novedad. El corazón de los hombres ti<strong>en</strong>de a olvidar,<br />

pero, tal vez, antes de seguir con sus vidas deberían haberse planteado qué<br />

fue lo que dejaron atrás tan rápidam<strong>en</strong>te.<br />

Baraz había sido expulsado por Ségfarem a precio altísimo. Durante<br />

casi una estación <strong>en</strong>tera el caballero se estuvo recuperando de sus heridas.<br />

A pesar de que pudo volver a caminar por su propio pie, algo que muchos<br />

no esperaban, como rastro de su <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to sus cabellos perdieron<br />

todo color hasta adquirir un brillo plateado.<br />

La ciudad y el castillo mismo, próximos al bosque, habían vibrado<br />

9


con la lucha de ambos cont<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes: Baraz apelando a su asc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia<br />

infernal y Ségfarem invocando a su dios protector para expulsar a aquella<br />

criatura impía. Durante horas, midieron sus fuerzas <strong>en</strong> un singular y<br />

retumbante pulso de poderes. Las <strong>en</strong>ergías infernales chillaban al tocar el<br />

aura divina que invocaba Ségfarem. Fue una noche de terror para muchos,<br />

especialm<strong>en</strong>te para Édorel, que sabía de la lucha de su amado y se retorcía<br />

las manos con desesperación al no poder ayudar ni interv<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> aquello.<br />

Todos creyeron que el caballero se había vuelto loco. Sus compañeros<br />

de armas se aprestaron a correr hacia el bosque sabi<strong>en</strong>do que, a pesar de<br />

todo, no llegarían antes del des<strong>en</strong>lace de la batalla.<br />

Ségfarem fue hallado junto a su espada, <strong>en</strong> un charco de sangre, por<br />

sus compañeros de armas y caballeros del reino de Isthelda. Pero, a pesar<br />

de su debilidad, estaba vivo. Su deidad patrona, Basth el Justo, lo había<br />

protegido una vez más <strong>en</strong> la lucha. De Baraz no quedaba rastro alguno y,<br />

<strong>en</strong> su delirio, Ségfarem sólo m<strong>en</strong>cionó un nombre: "Édorel”.<br />

Todos habían creído que el caballero estaba loco por <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a<br />

aquel ser a solas, que la devoción por su patrón, el señor de las nobles<br />

causas, había nublado su bu<strong>en</strong> juicio. Pero Ségfarem había t<strong>en</strong>ido otro<br />

motivo para <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse al gran demonio: Édorel, la única guía capaz de<br />

atravesar el bosque de Isthelda sin perder su camino. Sus servicios estaban<br />

más solicitados que los del propio caballero. Cada año, dec<strong>en</strong>as de<br />

personas le pedían a Édorel que les guiase a través del bosque, o bi<strong>en</strong> que<br />

les ayudase a <strong>en</strong>contrar ciertas hierbas míticas o a dar caza a los fantásticos<br />

animales que se decía que habitaban ahí.<br />

Édorel, la única persona ante la que el corazón del caballero se había<br />

arrodillado. Ségfarem no quería que recorriese el bosque con aquel peligro<br />

gravitando sobre sus hombros. “Nadie me <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> el bosque si no lo<br />

deseo, Ségfarem”, había protestado la semielfa ante la afirmación del<br />

caballero de que iba a librarla de la pres<strong>en</strong>cia de Baraz. Pero ella sabía que<br />

de poco valdrían sus súplicas: él había tomado una decisión. Ségfarem era<br />

ser<strong>en</strong>o, leal hasta la exasperación y cabezota como una mula vieja. Haría<br />

lo que creía que era su deber, tuviese las consecu<strong>en</strong>cias que tuviese.<br />

Por otro lado, nadie sabía por qué Baraz había acudido a aquellos<br />

parajes. No era habitual ver a un demonio de ese calibre, y mucho m<strong>en</strong>os<br />

fuera de ciertos lugares sacrílegos e invocaciones. Las fuerzas de la fe <strong>en</strong><br />

Basth y la ley los había hecho retroceder a lo largo de siglos. Los páramos<br />

abiertos y luminosos no solían ser del agrado de los demonios del caos.<br />

Hubiese resultado interesante saber por qué Baraz se había <strong>en</strong>carnado y<br />

10


acudido al bosque, pero eso ya no interesaba a nadie. Solo sabían que<br />

Ségfarem se había <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tado a él y logrado la seguridad que había<br />

caracterizado siempre a aquellos parajes.<br />

Los humanos son también orgullosos, ti<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a creer que todo lo que<br />

sucede es gracias a ellos. Pero lo que Ségfarem no sabía era que, con su<br />

acción, había des<strong>en</strong>cad<strong>en</strong>ado toda una serie de acontecimi<strong>en</strong>tos mucho<br />

más importantes de lo que él creía.<br />

Probablem<strong>en</strong>te, el primer acontecimi<strong>en</strong>to de importancia que provocó<br />

fue su nombrami<strong>en</strong>to como primer caballero del reino. La reina, que había<br />

accedido al cargo de reg<strong>en</strong>te tras la dramática muerte de su esposo, lo<br />

nombró caballero y ord<strong>en</strong>ó acallar toda habladuría que pusiese <strong>en</strong> duda su<br />

<strong>en</strong>tereza basándose <strong>en</strong> las extrañas secuelas que le había ocasionado el<br />

combate, <strong>en</strong>tre ellas sus cabellos plateados, cuando antes habían sido<br />

castaños. El sigui<strong>en</strong>te acontecimi<strong>en</strong>to que provocó fue que, <strong>en</strong> las lunas<br />

sigui<strong>en</strong>tes, el culto al dios Basth “el Justo” ganó <strong>en</strong> adeptos rápidam<strong>en</strong>te.<br />

La historia de que Ségfarem había expulsado a un demonio mayor<br />

apelando a la protección de su dios fue muy aprovechada y difundida por<br />

los sacerdotes. No hubo un solo hogar donde no lucies<strong>en</strong> los símbolos de<br />

la fe, ni una sola persona que no llevase bordada <strong>en</strong> la ropa el símbolo del<br />

dios azote de los demonios y del Caos. El resto de cultos retrocedieron de<br />

forma importante <strong>en</strong> la región, tan sólo se mantuvo inamovible el de<br />

Anthelaith, diosa de la primavera.<br />

Los lugares dedicados a deidades m<strong>en</strong>ores, <strong>en</strong> su mayoría, fueron<br />

reord<strong>en</strong>ados <strong>en</strong> c<strong>en</strong>tros al dios Basth. El dios Basth, que había ayudado a<br />

Ségfarem a v<strong>en</strong>cer a un demonio mayor, había triunfado por <strong>en</strong>cima del<br />

resto de poderes. La g<strong>en</strong>te suele ser leal al más fuerte, pero es difícil para<br />

algunos olvidar, y más difícil aún perder las antiguas costumbres y<br />

favoritismos <strong>en</strong>raizados. Los hábitos, la etiqueta y los modales con el<br />

mundo sobr<strong>en</strong>atural cambian, pero, <strong>en</strong> el subconsci<strong>en</strong>te de cada ser,<br />

siempre yace ese s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de salvajismo ante aquello que hizo vibrar su<br />

alma cuando aún era inoc<strong>en</strong>te, cuando todavía no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día del bi<strong>en</strong> y del<br />

mal...<br />

Los poderes del Caos y del Ord<strong>en</strong> siempre están <strong>en</strong> lucha, y los<br />

tiempos del segundo habían durado mil<strong>en</strong>ios, era de esperar un nuevo<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to. Algunos lo t<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta. Otros no, y creyeron que sus<br />

vidas seguirían con su mismo deambular de siempre, seguros <strong>en</strong> sus<br />

cre<strong>en</strong>cias, dioses y costumbres.<br />

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2 — El regreso de la reina<br />

Los caballos se agitaban inquietos durante el último tramo del<br />

trayecto. Incluso la mansa yegua de la reina sacudía el bocado de tanto <strong>en</strong><br />

tanto con irritación. La impaci<strong>en</strong>cia los ll<strong>en</strong>aba ante la proximidad de su<br />

merecido descanso. Tan solo Minjart respondía con precisión a las órd<strong>en</strong>es<br />

de su amo, sin mostrar un solo atisbo de rebeldía. A Neraveith siempre le<br />

había fascinado la facilidad con la que Ségfarem parecía dominar al<br />

soberbio caballo de batalla. Aquél era un animal impon<strong>en</strong>te, magnífico,<br />

con el pelo de un perfecto gris perlado. Pero lo que más llamaba la<br />

at<strong>en</strong>ción de él era que su comportami<strong>en</strong>to era tan intachable como el de su<br />

amo, tan impoluto como la capa blanca que solía lucir Ségfarem <strong>en</strong> las<br />

ocasiones especiales. Jamás desobedecía ni int<strong>en</strong>taba estratagema alguna.<br />

Ni siquiera <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia de yeguas <strong>en</strong> celo se permitía el más mínimo<br />

desliz.<br />

Ségfarem detuvo a Minjart <strong>en</strong> mitad del camino y observó el tramo<br />

que les faltaba por recorrer. Se volvió hacia la persona a la que escoltaban.<br />

—Podemos buscar refugio o seguir adelante unas horas más, mi<br />

señora. Pero está anocheci<strong>en</strong>do.<br />

Ella detuvo a su montura y dirigió una mirada, desde debajo de la<br />

capucha, al castillo que se alzaba sobre la colina. La g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te sumisa<br />

yegua de la reina estiró la cabeza y trató de sacudirse el bocado. Ella dejó<br />

deslizarse las ri<strong>en</strong>das y permitió el arrebato del animal sin repr<strong>en</strong>derlo.<br />

Todos estaban agotados.<br />

—Creo que todos agradeceremos llegar de una vez a nuestro destino y<br />

descansar como es debido —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció suavem<strong>en</strong>te.<br />

Ségfarem asintió y los jinetes se pusieron de nuevo <strong>en</strong> marcha. Debía<br />

reconocer que la soberana de Isthelda era una gran amazona. Había sido<br />

una trem<strong>en</strong>da v<strong>en</strong>taja a la hora de escoltarla rápidam<strong>en</strong>te a través de las<br />

tierras del norte. La reina era una mujer m<strong>en</strong>uda y vestía ropas de hombre<br />

bajo su vestido desde hacía días, por requisitos de las circunstancias. Su<br />

larga cabellera rubia y rizada había sido recogida <strong>en</strong> una somera tr<strong>en</strong>za<br />

para evitar accid<strong>en</strong>tes. Sus fríos ojos azules no habían mostrado un solo<br />

atisbo de protesta o cansancio durante la dura prueba que aquello había<br />

supuesto.<br />

Los siete hombres armados que formaban la escolta de la soberana<br />

cabalgaban alrededor de ella, cubri<strong>en</strong>do los flancos, ajustándose al paso de<br />

12


la yegua de la reina. Ségfarem, primer caballero del reino, ocupaba el<br />

puesto a la diestra de su señora. Sus s<strong>en</strong>tidos seguían at<strong>en</strong>tos a las<br />

irregularidades del paisaje, vigilando con det<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to y perfecto disimulo<br />

los movimi<strong>en</strong>tos de las g<strong>en</strong>tes con las que se habían cruzado. Había<br />

confiado más <strong>en</strong> la discreción y rapidez que <strong>en</strong> llamar la at<strong>en</strong>ción con todo<br />

un conting<strong>en</strong>te de hombres armados, y parecía que su táctica había sido la<br />

adecuada, una vez más.<br />

Para la reina y su comitiva faltaba muy poco para el merecido<br />

descanso. Regresaban al castillo de Isthelda tras casi una luna de viaje. La<br />

reina, <strong>en</strong>vuelta <strong>en</strong> sus propios p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, se embozaba <strong>en</strong> su capa tanto<br />

para ocultar su persona como para protegerse del vi<strong>en</strong>to. Ya <strong>en</strong> las<br />

proximidades de la ciudad, los pocos con los que se habían cruzado,<br />

campesinos que regresaban a sus hogares <strong>en</strong> su mayoría, habían mirado<br />

con curiosidad, sin saber qué era aquella comitiva de g<strong>en</strong>tes nobles.<br />

La carretera desde el norte los llevaba directam<strong>en</strong>te hacia la ciudad a<br />

los pies del castillo. Ninguno de sus reyes le había impuesto un nombre,<br />

pero casi todos conocían el lugar por "El castillo de Isthelda", nombre por<br />

el que se designaba también a la fortaleza que la coronaba. Nadie ponía <strong>en</strong><br />

<strong>en</strong>tredicho que aquello era la capital del reino.<br />

Los s<strong>en</strong>tidos de Ségfarem se afilaron al tiempo que moría la luz de<br />

aquel día. Las sombras se alargaron y se fueron convirti<strong>en</strong>do <strong>en</strong> una<br />

oscuridad profunda. Las luces de la ciudad empezaron a ser <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas,<br />

los fuegos de los hogares y las lámparas. Pero los ojos de Ségfarem no<br />

estaban fijos <strong>en</strong> su destino, estaban pr<strong>en</strong>didos de las sombras que les<br />

rodeaban.<br />

En principio, la ciudad se había iniciado como un as<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to de<br />

g<strong>en</strong>tes tras la protección de la tercera muralla del castillo, pero <strong>en</strong> muy<br />

poco tiempo rebasó los límites y las numerosas familias de artesanos y<br />

comerciantes se desplazaron a los pies de la colina sobre la que se alzaba<br />

la fortaleza, donde continuaron sus negocios. En ap<strong>en</strong>as unos dec<strong>en</strong>ios, la<br />

ciudad había multiplicado su población de forma espectacular, alim<strong>en</strong>tada<br />

por el comercio que se cruzaba <strong>en</strong> la conflu<strong>en</strong>cia de caminos sobre la que<br />

se as<strong>en</strong>taba. Unos cuatro mil habitantes residían allí de forma fija <strong>en</strong><br />

aquellos tiempos.<br />

Los mercados y ferias anuales atraían a todos los mercaderes de<br />

muchas millas a la redonda. Los paños llegaban desde el oeste, de las<br />

ciudades costeras, los cargam<strong>en</strong>tos de piedras valiosas desde las minas de<br />

los reinos del norte, las pieles desde el este y el reino de Isthelda exportaba<br />

13


con gran acierto grano a muchos de sus vecinos. Los artesanos de la ciudad<br />

eran considerados, incluso <strong>en</strong> los puertos costeros, como maestros ilustres<br />

de su oficio. Eso sí, la ciudad había crecido <strong>en</strong> demasiados de sus rincones<br />

sin ord<strong>en</strong> ni concierto, y <strong>en</strong> muchos puntos sus calles eran estrechas y<br />

descuidadas. A esas horas no se veía a muchas g<strong>en</strong>tes por ellas, y el<br />

camino que bordeaba la periferia hacia la colina del castillo estaba<br />

despejado. Aquél no había sido día de mercado, por suerte.<br />

Cabalgaron raudos <strong>en</strong> la creci<strong>en</strong>te oscuridad. El camino que asc<strong>en</strong>día<br />

hacia la fortaleza, sobre la cima de la escarpada colina, trazaba un largo<br />

arco por su ladera. Desde allí, se podía percibir perfectam<strong>en</strong>te cada calle<br />

de la ciudad durante el día. Más lejos, a varios kilómetros, la línea de<br />

árboles del peligroso bosque de Isthelda trazaba una clarísima línea<br />

divisoria. Tras él, bordeando el horizonte, resaltaban las lejanas montañas<br />

de Nadgak con los blancos y grises de sus nieves invernales. La reina<br />

volvió la vista hacia el paraje sobre el que gobernaba, ahora difuminado<br />

por la oscuridad.<br />

Su difunto esposo había dado mucha importancia a la protección de la<br />

población del reino, y había albergado la idea de lograr construir una<br />

muralla que rodease toda la ciudad. La reina sacudió esos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos de<br />

sí. Una obra de tal <strong>en</strong>vergadura de mom<strong>en</strong>to no era factible. Las arcas<br />

reales no podían asumirlo.<br />

Las murallas del castillo fueron acercándose por <strong>en</strong>cima de ellos. Tras<br />

doblar el tercer recodo del camino, apareció la gran barbacana que servía<br />

de puerta principal. Ségfarem gritó al vigía, cuando aquél lanzó un "quién<br />

va".<br />

—¡La reina ha vuelto! ¡Abrid paso a la reina!<br />

Los guardias de la <strong>en</strong>trada dieron la voz y la barbacana se alzó ante<br />

ellos. Montada <strong>en</strong> su yegua, la reina volvía al castillo después de toda una<br />

luna de duro e interminable viaje. El sonido de los cascos de Arg<strong>en</strong>t,<br />

resonando <strong>en</strong> el ancho túnel <strong>en</strong>tre la reja exterior y la puerta interior de la<br />

barbacana, la hizo c<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to y huir por un instante de los<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos que poblaban su cabeza. La comitiva cruzó el paso, haci<strong>en</strong>do<br />

resonar las paredes surcadas de saeteras. Algunos de los caballos<br />

resoplaron, aliviados al notar tan próximo su, bi<strong>en</strong> merecido, descanso.<br />

Al otro lado, el terr<strong>en</strong>o había sido despejado, ahora que ya no había<br />

familias que residies<strong>en</strong> allí, y se había habilitado un g<strong>en</strong>eroso huerto que<br />

aún permanecía helado <strong>en</strong> aquella época del año. Las únicas<br />

construcciones de aquella sección eran la torre de vigilancia norte, el pozo<br />

14


de agua y el techado que protegía la principal reserva de leña del castillo.<br />

El patio de caballerizas se <strong>en</strong>contraba tras la segunda muralla, junto<br />

con la forja y los almac<strong>en</strong>es de armas y pertrechos que se requerían para<br />

los caballos. La pared de la segunda muralla, mucho m<strong>en</strong>os sólida que la<br />

exterior, había sido usada como punto de apoyo para construir los establos<br />

que albergaban a los animales del castillo, así como la forja y los hogares<br />

de los sirvi<strong>en</strong>tes.<br />

El sonido de los cascos se trocó <strong>en</strong> un <strong>en</strong>trechocar más agudo sobre el<br />

empedrado del patio c<strong>en</strong>tral. El nuevo mozo de cuadras, un muchacho que<br />

ap<strong>en</strong>as t<strong>en</strong>dría catorce años, corrió a coger las ri<strong>en</strong>das de la yegua de su<br />

soberana y, casi al mom<strong>en</strong>to, Ségfarem ya estaba del lado izquierdo del<br />

animal, ofreci<strong>en</strong>do la mano a su reina para ayudarla a desc<strong>en</strong>der.<br />

Neraveith se sintió levem<strong>en</strong>te indignada. ¿Cómo podían creer todos<br />

que una mujer, ll<strong>en</strong>a de fuerza sufici<strong>en</strong>te como para gobernar un reino, no<br />

era capaz de bajar sola de un simple caballo? La tela de su vestido resbaló<br />

pesadam<strong>en</strong>te por el lomo de su montura cargada de polvo y frío. Tras tocar<br />

con los dos pies <strong>en</strong> el suelo, soltó la mano del caballero.<br />

—Lord Ségfarem, descansad vos y vuestros hombres. Más tarde nos<br />

reuniremos.<br />

El caballero se volvió para repartir instrucciones y Neraveith se dirigió<br />

cuesta arriba, hacia la parte antigua del castillo.<br />

La <strong>en</strong>trada a la parte primig<strong>en</strong>ia del castillo quedaba reservada a los<br />

gobernantes y sus sirvi<strong>en</strong>tes. Una tercera muralla, de casi tres metros de<br />

anchura y siete de altura, protegía las construcciones con las que se había<br />

iniciado la fortaleza. Era el punto más elevado de la colina. Dos torres<br />

jalonadas de aspilleras flanqueaban la gruesa puerta de madera y metal que<br />

cerraba el acceso <strong>en</strong> la muralla. Unos escalones habían sido tallados <strong>en</strong> el<br />

terr<strong>en</strong>o <strong>en</strong> su último tramo y g<strong>en</strong>eraciones de pisadas habían pulido la roca<br />

gris. Las grandes puertas estaban ahora abiertas de par <strong>en</strong> par, dando la<br />

bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida a su actual reina.<br />

Neraveith subió cansinam<strong>en</strong>te las escaleras, arremangándose el pesado<br />

vestido. Las piedras con que se había construido aquella muralla y lo que<br />

protegía eran tan grandes que la reina se preguntaba a m<strong>en</strong>udo qué<br />

maquinaria o poder impío pudo tallarlas y moverlas. Aquél era uno de los<br />

tantos misterios de la fortaleza que la reina no había t<strong>en</strong>ido tiempo de<br />

investigar.<br />

El agua fluía por el pequeño canal construido junto a la escalera.<br />

Conectaba con el aljibe y lo usaban para ll<strong>en</strong>ar los abrevaderos de las<br />

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cuadras y regar el huerto del castillo. Los caños de los que surgía el agua<br />

habían sido tallados <strong>en</strong> forma de gárgolas y la reina había ord<strong>en</strong>ado<br />

sembrar rosales <strong>en</strong> sus cercanías para alegrar aquel rincón. Los rosales aún<br />

no había brotado ni florecido...<br />

La reina dirigió la mirada hacia el fr<strong>en</strong>te y se apresuró hacia sus<br />

apos<strong>en</strong>tos con la esperanza de esquivar a sus sirvi<strong>en</strong>tas. Para desgracia de<br />

Neraveith, vio surgir a las muchachas por la puerta del ala este, alteradas<br />

como un corral de gallinas al saber del regreso de su señora. Neraveith<br />

hubiese sonreído al percibir el azorami<strong>en</strong>to de las jóv<strong>en</strong>es, si no fuese por<br />

su escaso humor <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos.<br />

—Mi señora...<br />

—Queridas, rogaría que me permitieseis unos mom<strong>en</strong>tos de calma...<br />

Sus palabras no parecieron ser oídas. Tras una breve rever<strong>en</strong>cia, una<br />

de ellas tomó los pesados faldones para ayudarla a caminar con más<br />

holgura y se aprestaron a ofrecer sus servicios e informaciones.<br />

Neraveith dejó escapar un l<strong>en</strong>to suspiro y recibió la solicitud de sus<br />

sirvi<strong>en</strong>tas con una leve sonrisa. Ellas eran prisioneras de aquel castillo,<br />

sólo su regreso marcaba ciclos <strong>en</strong> las vidas de aquellas muchachas. No<br />

debía ser nunca cruel con ellas, o sus solícitas l<strong>en</strong>guas y devotos gestos<br />

podían volverse muy rápido contra ella.<br />

Neraveith caminó hacia la puerta del ala este y ellas se amoldaron a su<br />

paso.<br />

—Mi señora, hemos recibido una nueva remesa de jabón, su aroma es<br />

realm<strong>en</strong>te exquisito. Hemos lavado y preparado vuestros mejores<br />

vestidos...<br />

Neraveith trató de sonreír y añadir algún com<strong>en</strong>tario a esa afirmación.<br />

Pero de pronto sus palabras se habían secado.<br />

Los reinos del norte se cierran como un cepo sobre Isthelda.<br />

—Mi señora, debéis saber que Illim Astherd ha sido padre durante<br />

vuestra aus<strong>en</strong>cia....<br />

—¿Illim? ¿Nuestro fiel administrador? Habrá que preparar un bu<strong>en</strong><br />

regalo para el recién llegado.<br />

Neraveith consiguió sonreír débilm<strong>en</strong>te e inició el asc<strong>en</strong>so por las<br />

escaleras. Dos guardias se cuadraron ante ella.<br />

—Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida, señora.<br />

Quería dormir, quería olvidar, quería paz. Al llegar a las puertas de<br />

sus apos<strong>en</strong>tos, dos de sus doncellas se aprestaron a empujarlas a su paso.<br />

Por un mom<strong>en</strong>to ella no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió por qué las puertas se abrían si no había<br />

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ealizado el más mínimo gesto. Atribuyó aquel extraño p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to al<br />

cansancio y <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> su cámara personal mi<strong>en</strong>tras a su alrededor seguía la<br />

charla de las muchachas.<br />

—Un niño hermoso y rollizo, su madre hubo de...<br />

La chim<strong>en</strong>ea que gobernaba la habitación ya había sido <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dida. Su<br />

cama, su escritorio, todo seguía tal como lo recordaba. Dos de sus<br />

sirvi<strong>en</strong>tas estaban ya poni<strong>en</strong>do algunas tinas <strong>en</strong>tre las llamas para cal<strong>en</strong>tar<br />

el agua que cont<strong>en</strong>ían y la gran cuba de cobre había sido instalada <strong>en</strong><br />

medio de la habitación. Parecía ser que habían decidido por ella que le<br />

conv<strong>en</strong>ía un baño.<br />

¿Por qué decid<strong>en</strong> las cosas por mí?<br />

—Mi señora, sed bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida, se os ha echado <strong>en</strong> falta aquí. ¿Estáis<br />

cansada del viaje? Vuestro baño estará listo <strong>en</strong> unos instantes.<br />

Algui<strong>en</strong> le retiró la capa. Algui<strong>en</strong> más empezó a hablar sobre un<br />

extraño arrebato de Anisse <strong>en</strong> que había previsto un accid<strong>en</strong>te. Oyó el<br />

ruido de una de las tinas al ser vaciada <strong>en</strong> el recipi<strong>en</strong>te que ella usaba como<br />

bañera. Neraveith miró más allá de las muchachas, perdi<strong>en</strong>do la vista <strong>en</strong> el<br />

horizonte negro que se divisaba a través de la gran balconada.<br />

—Marchaos, quiero estar sola.<br />

Ap<strong>en</strong>as había variado su tono de voz, seguía si<strong>en</strong>do pausado y suave,<br />

pero cont<strong>en</strong>ía una nota que no parecía pert<strong>en</strong>ecer a Neraveith.<br />

—Pero, mi señora...<br />

—He dicho que os marchéis.<br />

No había alzado la voz, pero las muchachas dejaron lo que hacían y,<br />

de una <strong>en</strong> una, salieron de la estancia. La reina dejó escapar un suspiro<br />

<strong>en</strong>trecortado y escondió el rostro <strong>en</strong> la palma de la mano derecha.<br />

Neraveith, has sido injusta con ellas.<br />

Por un mom<strong>en</strong>to p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> pedirles disculpas, pero <strong>en</strong>tonces volvió a<br />

su m<strong>en</strong>te la máxima que había dirigido su vida como reg<strong>en</strong>te: “Ni lágrimas<br />

ni lam<strong>en</strong>taciones, Neraveith”.<br />

Alzó la mirada de nuevo y sintió que su espíritu se pr<strong>en</strong>día <strong>en</strong> la noche<br />

más allá de la balconada. Caminó hacia ella, empujó las hojas de la puerta<br />

y salió al rel<strong>en</strong>te. El vi<strong>en</strong>to la azotó con rudeza e hizo temblar las<br />

contrav<strong>en</strong>tanas tras ella.<br />

Desde allí, durante el día, la vista era magnífica. El desnivel natural<br />

del terr<strong>en</strong>o formaba un impresionante salto. En los días claros, podía<br />

contar los picos de las distantes montañas. A sus pies se ext<strong>en</strong>día la ciudad<br />

y, más allá, se divisaba perfectam<strong>en</strong>te el bosque maldito. Pero ahora ante<br />

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ella sólo había un mar de sombras y algunos tímidos destellos, bajo sus<br />

pies, de los fuegos de la ciudad. La luna m<strong>en</strong>guante ap<strong>en</strong>as acertaba a<br />

des<strong>en</strong>trañar las tinieblas bajo ella. La reina se apoyó sobre la balaustrada<br />

de piedra y siguió con la mirada una de aquella luces que se desplazaba<br />

l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te por la oscuridad, como una luciérnaga. ¿Una persona portando<br />

un candil por las calles?<br />

Neraveith dejó escapar un suspiro y cerró los ojos, tratando de<br />

perderse <strong>en</strong> algún p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to alegre. No oyó la puerta de sus apos<strong>en</strong>tos<br />

que se abrió tras ella. Cuando la voz de Meldionor la interpeló, no pudo<br />

evitar dar un leve respingo.<br />

—Neraveith, mi niña, me alegro de verte...<br />

Se giró, sorpr<strong>en</strong>dida, al oír la musical voz del anciano. Le resultaba<br />

curioso que hubiera logrado <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> su habitación sin su cons<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to,<br />

sorteando la caterva de guardias y sirvi<strong>en</strong>tes que debía haber al otro lado<br />

de la puerta. Ella le dedicó una cansada sonrisa.<br />

—Yo también me alegro de verte, Meldionor.<br />

El viejo consejero se acercó y tomó sus manos <strong>en</strong> un gesto de aprecio.<br />

—Hace frío para estar aquí fuera.<br />

Neraveith se dejó guiar al interior.<br />

—Llevo mucho días soportando el frío. No creo que un poco más<br />

vaya a afectarme ya.<br />

El anciano soltó sus manos y se dirigió a la puerta para asegurarla.<br />

—Me alegro mucho de verte sana y salva. ¿Qué tal ha resultado el<br />

viaje?<br />

Meldionor t<strong>en</strong>ía una perfecta máscara de impasibilidad <strong>en</strong> público que<br />

retiraba muy a m<strong>en</strong>udo cuando estaban a solas. Las sonrisas que le dirigía<br />

<strong>en</strong>tonces eran de las pocas que resultaban completam<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idas, no<br />

había dobles lecturas <strong>en</strong> ellas. La reina caminó hasta el borde de la cama y<br />

se s<strong>en</strong>tó pesadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> ella.<br />

—Supongo que como era de esperar. Mal clima, ningún salteador de<br />

caminos, cabalgamos rápido de incógnito...<br />

La voz de Neraveith, a pesar de sus palabras irradiaba derrota.<br />

—Neraveith, ¿qué te sucede?<br />

Era la pregunta que no se atrevía a hacerse ella. Algo la rondaba, pero<br />

no lograba <strong>en</strong>focar el motivo de su desasosiego. S<strong>en</strong>tía una bestia al<br />

acecho, esperando para saltar sobre ella <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to, y no t<strong>en</strong>ía<br />

fuerzas ni para volverse a mirarla.<br />

—El rey Coedan de Lidrartha me ha ofrecido matrimonio.<br />

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Meldionor <strong>en</strong>arcó las cejas por la sorpresa y después recuperó su gesto<br />

de impasibilidad.<br />

—Oh... —fue todo lo que acertó a decir y Neraveith de rep<strong>en</strong>te sintió<br />

que toda la rabia que había s<strong>en</strong>tido por la situación afloraba <strong>en</strong> ella.<br />

—Me <strong>en</strong>vió regalos, me <strong>en</strong>vió poemas... ¡Poemas! Coedan de<br />

Lidrartha, ese bestia sin más seso que un toro furioso.<br />

—Parece que te of<strong>en</strong>da.<br />

—¡Me of<strong>en</strong>de! ¿Acaso cree ese patán primitivo de Coedan que podría<br />

seducirme con sus estúpidas consideraciones hacia mi persona? Un<br />

matrimonio real no es más que un negocio y se trata <strong>en</strong> una mesa de<br />

negociación. ¿Acaso esperaba doblegarme a base de halagos? ¿Que<br />

sucumbiese como una mujerzuela estúpida?<br />

Meldionor la observó unos instantes, extrañado por su arrebato.<br />

—No puedo creerme que dijeses algo así a Coedan de Lidrartha.<br />

—Oh, no lo hice. Fui la perfecta damisela estúpida que quería ver <strong>en</strong><br />

mí para que bajase la guardia. Los hombres ti<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a confiarse <strong>en</strong> esas<br />

situaciones.<br />

—¿Entonces qué te preocupa?<br />

—No es sólo la of<strong>en</strong>sa lo que me altera, Meldionor. Yo no dudaba que<br />

alguno de los dos reyes implicados <strong>en</strong> el conflicto albergase la esperanza<br />

de aliarse con Isthelda a través de un matrimonio con su soberana. Es una<br />

forma fácil de unificar los dos reinos y acabar con su vecino, pero Coedan<br />

es un hombre simple y escaso de mollera. Ha heredado un pasado militar y<br />

ap<strong>en</strong>as conoce más. Las armas c<strong>en</strong>tran su visión de lo que es dirigir un<br />

reino. Algui<strong>en</strong> que cu<strong>en</strong>ta más con las armas que las alianzas para<br />

mant<strong>en</strong>er un reino no puede haberse percatado tan fácilm<strong>en</strong>te de lo<br />

b<strong>en</strong>eficioso que resultaría un matrimonio pacífico. ¿Quién se lo ha<br />

sugerido?<br />

—Puede que t<strong>en</strong>ga bu<strong>en</strong>os consejeros.<br />

—Eso es lo que me inquieta, ¿quiénes son esos consejeros?<br />

Hubo un largo sil<strong>en</strong>cio reflexivo por parte de ambos, y la sombra de la<br />

am<strong>en</strong>aza voló sobre sus conci<strong>en</strong>cias.<br />

—Meldionor, no lo voy a lograr...<br />

—¿Qué es lo que no vas a lograr?<br />

Neraveith podía paladear la s<strong>en</strong>sación, pero resultaba difícil ponerle<br />

palabras. Era como si los brazos que siempre sujetaban las ri<strong>en</strong>das de su<br />

reino y su vida de pronto cayes<strong>en</strong> lacios y sin fuerzas.<br />

—Estuve a punto de ser brusca, Meldionor, estuve a punto de fallar.<br />

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Me si<strong>en</strong>to débil...<br />

El anciano la interrumpió.<br />

—¿Recuerdas cuando llegaste al castillo? Estabas tan asustada por lo<br />

desconocido de tu nueva situación que ap<strong>en</strong>as salías de aquí, y <strong>en</strong> más de<br />

una ocasión tuve que v<strong>en</strong>ir a conv<strong>en</strong>certe de que eras muy capaz de<br />

cumplir con tus nuevas obligaciones.<br />

El recuerdo hacía aflorar <strong>en</strong> Neraveith siempre una sonrisa, y<br />

Meldionor lo sabía. El temor que había s<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> aquellos tiempos, y<br />

saber ahora cómo se había des<strong>en</strong>vuelto, siempre le hacía recuperar la<br />

esperanza.<br />

—Era muy jov<strong>en</strong> por aquel <strong>en</strong>tonces.<br />

—Creo que deberías descansar, Neraveith. Trataremos todos estos<br />

temas mañana a primera hora, cuando te hayas recuperado. Una persona<br />

cansada ti<strong>en</strong>de a cometer errores, tú misma lo has dicho <strong>en</strong> más de una<br />

ocasión.<br />

Neraveith alzó la mirada hacia el anciano.<br />

—No sé qué haría sin ti.<br />

—Te darías un baño. No desprecies un placer propio de reyes.<br />

Neraveith sonrió mi<strong>en</strong>tras as<strong>en</strong>tía.<br />

—Creo que he sido un poco brusca con mis pobres sirvi<strong>en</strong>tas.<br />

—Están temerosas ante la idea de haber cometido alguna incorrección.<br />

Meldionor se levantó y se dirigió a la puerta. Salió de la habitación y<br />

un instante después algui<strong>en</strong> dio unos suaves golpecitos <strong>en</strong> la madera.<br />

Sonaron tímidos y débiles.<br />

—¿Señora?<br />

—¡Adelante! —contestó ella con voz segura.<br />

Sus cuatro doncellas permanecían <strong>en</strong> el umbral de la puerta, como un<br />

reprimido torbellino. Le dirigieron una temerosa mirada ll<strong>en</strong>a de solicitud.<br />

—Mi señora, ¿deseáis un baño?<br />

—Sí, queridas. Me s<strong>en</strong>tará estup<strong>en</strong>dam<strong>en</strong>te.<br />

El gesto de alivio de las muchachas casi le resultó <strong>en</strong>ternecedor a la<br />

reina.<br />

A pesar de la devoción de las jóv<strong>en</strong>es, la m<strong>en</strong>te de Neraveith no pudo<br />

dejar de revolotear por sus preocupaciones mi<strong>en</strong>tras la desvestían y<br />

preparaban el baño. Coedan necesitaría del grano de Isthelda para su<br />

guerra contra Beirek y, si el int<strong>en</strong>to matrimonial fracasaba, ella sabía cuál<br />

sería el sigui<strong>en</strong>te movimi<strong>en</strong>to: las baronías del norte de Isthelda. Trataría<br />

de seducir a los nobles para su causa, y los nobles de Isthelda exigían la<br />

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pres<strong>en</strong>cia de un rey, de un hombre que les dirigiese... La pres<strong>en</strong>cia del<br />

heredero que ella no había podido darle a su difunto esposo...<br />

Por unos instantes, Neraveith logró desligarse de sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos<br />

cuando se sumergió <strong>en</strong> el agua cali<strong>en</strong>te. El placer físico resultó tan<br />

arrollador que fue a lo único que pudo prestarle at<strong>en</strong>ción. En cuanto su<br />

m<strong>en</strong>te se hubo alejado de la realidad, un anhelo surgió <strong>en</strong> ella con fuerza.<br />

El bosque... He de ir hasta él...Me espera...<br />

Pero la irracionalidad de aquel p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to la hizo desecharlo de<br />

inmediato. Abrumada por el cansancio, Neraveith dejó que las delicadas<br />

manos de sus sirvi<strong>en</strong>tas la despojas<strong>en</strong> de la suciedad, el polvo y los reinos<br />

del norte.<br />

3— Viejos conocidos<br />

El jinete dirigió su caballo con tranquilo paso cansino a través de los<br />

árboles desnudos. El animal, negro como la noche, caminaba sorteando los<br />

obstáculos con indifer<strong>en</strong>te calma. La nieve por fin parecía empezar a<br />

remitir, y el caballo dejaba unas marcadas huellas <strong>en</strong> la delgada capa<br />

blanca, descubri<strong>en</strong>do el suelo negro bajo ella. Sobre el caballo, un fornido<br />

hombre observaba el terr<strong>en</strong>o que había ido recorri<strong>en</strong>do, reconoci<strong>en</strong>do cada<br />

rincón que el bosque había decidido revelarle como conocido. Las<br />

facciones de su rostro eran vigorosas, flanqueadas por unos cabellos<br />

castaños peinados con esmero. A sus ojos pardos los iluminaba con<br />

frecu<strong>en</strong>cia una mirada alegre y ligera. Portaba ropajes de bu<strong>en</strong>a calidad,<br />

capa de paño grueso y una cota de cuero claveteada de hierro ceñida a su<br />

amplio torso. Una espada larga reposaba colgada de la silla de su montura.<br />

Esa noche parecía que los caminos del bosque eran fáciles. No<br />

transcurrió mucho tiempo hasta que el tupido <strong>en</strong>tramado de los árboles se<br />

abrió <strong>en</strong> un gran claro. Eoroth se inclinó hacia atrás <strong>en</strong> su montura y una<br />

inm<strong>en</strong>sa sonrisa de satisfacción y felicidad ll<strong>en</strong>ó su rostro. El claro junto al<br />

lago seguía tal y como lo recordaba. La nieve <strong>en</strong> aquella zona, sin contar<br />

con la sombra protectora de los árboles, se había fundido y la hierba rala<br />

que había debajo ya reverdecía con fuerza. La superficie tranquila del lago<br />

sólo se veía turbada por la cascada que al otro extremo parecía coronarlo.<br />

La escarpada formación rocosa de la que surgía el agua se elevaba por<br />

<strong>en</strong>cima de los árboles, recortándose contra el cielo nocturno y, sobre ella,<br />

el cuarto m<strong>en</strong>guante de luna brillaba como una <strong>en</strong>orme media moneda. El<br />

caballo se había dirigido hacia el c<strong>en</strong>tro de aquel terr<strong>en</strong>o despejado donde<br />

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unas rocas, que formaban un casi perfecto círculo, marcaban el lugar<br />

donde la pres<strong>en</strong>cia humana había dejado su huella <strong>en</strong> forma de restos de<br />

una hoguera.<br />

Eoroth volvió a su montura hacia el límite sur del claro. El caballo<br />

caminó a una suave indicación de su jinete. Allí, semi oculta por los<br />

primeros árboles, estaba la cabaña de la guardabosques. El magnífico roble<br />

mil<strong>en</strong>ario que servía de apoyo a sus paredes aún no había adquirido las<br />

hojas nuevas de ese año, pero eso no lograba <strong>en</strong>turbiar la magnific<strong>en</strong>cia<br />

que irradiaba el noble ejemplar. Cinco hombres no habrían podido<br />

abarcarlo con sus brazos y, <strong>en</strong>tre sus múltiples oquedades y huecos, gran<br />

cantidad de animales habían formado su refugio.<br />

Eoroth detuvo a su montura fr<strong>en</strong>te a la construcción y observó los<br />

detalles de la pequeña vivi<strong>en</strong>da. No había luz alguna. Sobre una rama,<br />

<strong>en</strong>cima del inclinado tejado de ramas y arcilla, vio un búho que lo miró<br />

irritado antes de echar volar. Parecía que Édorel aún no había vuelto a su<br />

hogar.<br />

—Aún no ha regresado...<br />

Eoroth se volvió al oír la voz. Un hombre de mediana edad, vestido<br />

con unas usadas ropas oscuras, surgió de las sombras que proyectaba el<br />

árbol. A pesar de su gesto adusto, sus int<strong>en</strong>sos ojos negros devolvieron a<br />

Eoroth una mirada amistosa. Lucía barba de varios días y el cabello<br />

cortado de forma descuidada. El caballero lo reconoció de inmediato y<br />

descabalgó de un vigoroso salto.<br />

—Errante... ¡No esperaba <strong>en</strong>contrarte aquí!<br />

—Yo tampoco esperaba <strong>en</strong>contrar a nadie.<br />

El Errante era más fornido de lo que a simple vista su descuidado<br />

aspecto dejaba <strong>en</strong>trever, Eoroth lo recordó <strong>en</strong> el vigoroso apretón de<br />

manos que compartieron.<br />

—Parece que el bosque vuelve a despertarnos por las noches.<br />

El Errante se volvió y mantuvo, por unos instantes, la mirada perdida<br />

<strong>en</strong> la cabaña. Sus int<strong>en</strong>sos ojos oscuros parecieron querer taladrar los<br />

muros de la misma y <strong>en</strong> su rostro apareció una expresión preocupada.<br />

—Nos vuelve a despertar... ¿Por qué?<br />

Eoroth sintió su inquietud y le dio una amistosa palmada <strong>en</strong> la<br />

espalda.<br />

—¡Vamos, Errante! ¡Es casi primavera! Todo despierta. Y debería ser<br />

celebrado.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, la voz de una mujer llegó hasta ellos.<br />

22


—No vayáis a la orilla del lago, las damas que viv<strong>en</strong> <strong>en</strong> él son<br />

peligrosas...<br />

Ambos se volvieron para ver, <strong>en</strong> el otro extremo del claro, a tres<br />

personas: una mujer y dos niños. Las palabras habían sido lanzadas a los<br />

dos pequeños. Los dos hombres sonrieron al reconocer a Saleith.<br />

—Parece que no somos los únicos desvelados.<br />

La mujer caminó hacia ellos y, <strong>en</strong> cuanto les dio la espalda a los dos<br />

niños, ellos echaron a correr hacia el agua. Eoroth y El Errante fueron a su<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro. Eoroth fue el primero <strong>en</strong> saludarla.<br />

—Saleith, querida, me alegro de veros por aquí.<br />

La mujer debía rondar la treint<strong>en</strong>a, llevaba el cabello, de un castaño<br />

claro, recogido <strong>en</strong> una s<strong>en</strong>cilla tr<strong>en</strong>za que le caía más abajo de la cintura y<br />

vestía un alegre traje verde, funcional y s<strong>en</strong>cillo.<br />

—Caballero Eoroth, vos siempre tan lisonjero.<br />

A pesar de la protesta, aceptó con gesto complacido que tomase su<br />

mano y la besase. El Errante, a su lado, preguntó secam<strong>en</strong>te.<br />

—¿Qué hace una dama como vos, madre de familia, por un lugar<br />

como éste?<br />

Saleith dirigió una mirada a los alrededores.<br />

—No podía dormir. La imag<strong>en</strong> del claro se me repetía. Lo que más me<br />

inquieta es que mis hijos han empezado a preguntarme esta tarde por el<br />

claro con una insist<strong>en</strong>cia que rozaba la obsesión. Nunca han estado aquí,<br />

pero hoy no paraban de preguntarme sobre las veces que acudí y cómo lo<br />

logré. T<strong>en</strong>go miedo de que ellos también si<strong>en</strong>tan la llamada y acudan por<br />

su cu<strong>en</strong>ta. Así que he decidido saciar su curiosidad antes de que hagan<br />

alguna imprud<strong>en</strong>cia. Son terribles, el mayor ya ti<strong>en</strong>e once años y no hay<br />

manera de hacerle <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der que...<br />

Su explicación se interrumpió al recaer su mirada sobre sus vástagos.<br />

Con un gran gesto de irritación se dirigió hacia ellos.<br />

—¡V<strong>en</strong>id aquí! ¡Dejad de tirar piedras al agua inmediatam<strong>en</strong>te!<br />

Eoroth y El Errante la observaron alejarse hacia sus hijos y<br />

permanecieron <strong>en</strong> un p<strong>en</strong>sativo sil<strong>en</strong>cio que rompió la voz del vagabundo.<br />

—El bosque vuelve a llamarnos —declaró.<br />

Eoroth negó con una sonrisa.<br />

—Creo que el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con Saleith es simple casualidad.<br />

El Errante le dirigió una mirada escéptica a su compañero.<br />

—Pues yo creo que no seremos los únicos <strong>en</strong> acudir aquí esta noche.<br />

—Exist<strong>en</strong> las casualidades. Lo más probable es que no llegue nadie<br />

23


más aquí —opinó Eoroth.<br />

—¿Apuestas un asado <strong>en</strong> la Posada del Barril?<br />

—Acepto la apuesta.<br />

El Errante señaló hacia uno de los s<strong>en</strong>deros.<br />

—Me debes un asado —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció.<br />

Eoroth se volvió hacia el s<strong>en</strong>dero que él le señalaba. La figura de una<br />

mujer se acercaba por él. El caballero lanzó una exclamación de sorpresa.<br />

—¡Demonios! Es Anisse. Ya la habías visto. ¡Esta victoria no es<br />

legítima!<br />

El Errante replicó con gesto impasible.<br />

—Yo pondré la bebida para acompañar el asado que me debes.<br />

—En ese caso, acepto.<br />

La jov<strong>en</strong> se acercó directam<strong>en</strong>te hacia ellos. La palidez de su rostro<br />

contrastaba con su larga cabellera negra y sus grandes ojos oscuros. La<br />

falda roja que siempre solía llevar y sus fornidas formas la hacían<br />

inconfundible. La sonrisa de Eoroth se congeló <strong>en</strong> su rostro mi<strong>en</strong>tras la<br />

observaba acercarse a ellos.<br />

—T<strong>en</strong>ías razón, Errante. El bosque vuelve a llamarnos.<br />

Anisse llegó hasta ellos, sonri<strong>en</strong>te.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches, señores. Me alegro de <strong>en</strong>contraros aquí. He traído<br />

algo de comer, espero que vosotros pongáis algo de bebida.<br />

4— En tierra extraña<br />

El extranjero se había percatado <strong>en</strong> seguida de que el bosque era<br />

iracundo, de eso no t<strong>en</strong>ía la m<strong>en</strong>or duda. Los caminos no conducían allí<br />

donde deberían, acababan bruscam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus lindes tomase la dirección<br />

que tomase. No era lógico, pero nada <strong>en</strong> el mundo t<strong>en</strong>ía por qué serlo. Era<br />

una fría noche, a finales de invierno, y la capa chafada de nieve y barro<br />

amontonada <strong>en</strong> la suela de sus botas empezaba a ser demasiado gruesa. Sus<br />

ojos verdes, acostumbrados a la oscuridad, distinguían los <strong>en</strong>tresijos del<br />

camino que seguía, pero por una vez eso no le bastaba para ori<strong>en</strong>tarse.<br />

Miró hacia el cielo. La noche estaba ser<strong>en</strong>a. La luna iluminaba lo<br />

sufici<strong>en</strong>te, filtrando sus mortecinos rayos <strong>en</strong>tre las ramas de los árboles<br />

hasta el suelo. La p<strong>en</strong>umbra había sido una bu<strong>en</strong>a aliada <strong>en</strong> muchas<br />

ocasiones y se s<strong>en</strong>tía a gusto <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> ella, pero ahora parecía estar<br />

jugándole una mala pasada, escondi<strong>en</strong>do los puntos de refer<strong>en</strong>cia y<br />

confundiéndolos. Trató de deducir la dirección que debía tomar, sin éxito,<br />

24


y prosiguió su caminar dejándose llevar por el s<strong>en</strong>dero, que se ad<strong>en</strong>traba<br />

serp<strong>en</strong>teando <strong>en</strong> un paisaje cada vez más frondoso.<br />

La mayoría de los árboles se las apañaba para rozar su cabeza con sus<br />

ramas bajas. Su larga cabellera castaña se <strong>en</strong>ganchaba <strong>en</strong> ellas<br />

continuam<strong>en</strong>te. Eran como manos huesudas y viejas int<strong>en</strong>tándolo atrapar,<br />

deslizando sus sarm<strong>en</strong>tosos dedos sobre su figura. Sintió que una de ellas,<br />

especialm<strong>en</strong>te afilada, le hacía un arañazo <strong>en</strong> la cara. Irritado, se detuvo.<br />

Su capa se había <strong>en</strong>redado <strong>en</strong> una zarza cercana que parecía reacia a soltar<br />

su presa. Observó el arbusto, res<strong>en</strong>tido, y después alzó la mirada hacia los<br />

árboles que lo rodeaban. Sus palabras sonaron amortiguadas por las<br />

profundidades del bosque.<br />

—Te guste o no, voy a llegar a mi destino.<br />

Con un gesto, des<strong>en</strong>ganchó la pr<strong>en</strong>da y reanudó su caminar. S<strong>en</strong>tía<br />

cómo, paso a paso, era <strong>en</strong>gullido por el bosque, pero se negó a dejarse<br />

afectar por el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de am<strong>en</strong>aza que el lugar trataba de transmitirle<br />

cerrando sus sombras sobre él.<br />

De pronto, sintió que algo había cambiado levem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te.<br />

El s<strong>en</strong>dero que seguía desapareció por completo para dar paso a un amplio<br />

tramo de altos árboles frondosos, como columnas que sostuvies<strong>en</strong> un<br />

lejano techo de hojas. Entre ellos ningún arbusto se interponía. Los troncos<br />

y la perspectiva se difuminaban <strong>en</strong> la bruma. Se detuvo y escudriñó el<br />

nuevo terr<strong>en</strong>o. El sil<strong>en</strong>cio allí resultaba antinatural e, involuntariam<strong>en</strong>te,<br />

aguzó el oído, pero sólo logró sumergirse más profundam<strong>en</strong>te aún <strong>en</strong> aquel<br />

opresivo vacío sonoro. Era el mom<strong>en</strong>to de sucumbir al pánico si pret<strong>en</strong>día<br />

hacerlo. Rió para sí mismo ante la idea y volvió a caminar, ad<strong>en</strong>trándose<br />

<strong>en</strong>tre aquellas columnas vegetales.<br />

Poco tiempo llevaba caminando cuando el aroma de leña quemada<br />

llegó hasta él. Se detuvo y olfateó el aire <strong>en</strong> busca de la dirección de donde<br />

prov<strong>en</strong>ía. De la derecha... Se volvió hacia allí y siguió el hilo que el olor a<br />

fuego le había t<strong>en</strong>dido, tratando de ignorar las <strong>en</strong>gañosas s<strong>en</strong>das que se<br />

cruzaban ante sus pasos. Ningún arbusto o rama trató de interponerse <strong>en</strong> su<br />

camino, y eso le inquietó aún más que si hubiese <strong>en</strong>contrado una corte de<br />

hadas furiosas tratando de cerrarle el paso.<br />

De rep<strong>en</strong>te, el rumor de voces humanas llegó hasta él y, unos pasos<br />

más allá, el bosque se abrió <strong>en</strong> un <strong>en</strong>orme claro. Al otro lado de aquella<br />

ext<strong>en</strong>sión desnuda de árboles, las estrellas se reflejaban <strong>en</strong> el agua. Se<br />

detuvo, sigiloso, y permaneció <strong>en</strong>tre las sombras que le ofrecía la noche.<br />

Lo había logrado, había llegado al claro a orillas del lago. Pero no había<br />

25


sido el primero <strong>en</strong> hacerlo...<br />

Aproximadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro del claro ardía una pequeña hoguera<br />

d<strong>en</strong>tro de un círculo de piedras. De ahí prov<strong>en</strong>ía el olor que había<br />

percibido. Seis personas se s<strong>en</strong>taban <strong>en</strong> rocas o tocones alrededor de las<br />

llamas comparti<strong>en</strong>do una frugal comida. Dos hombres, dos mujeres y dos<br />

niños.<br />

La mujer de mediana edad parecía la madre de los niños, así la<br />

llamaban los dos pequeños. Vestía un traje verde, simple, pero alegre.<br />

Recogía su cabellera castaña <strong>en</strong> una larga tr<strong>en</strong>za y parecía risueña. El<br />

resto de los reunidos parecían t<strong>en</strong>erla <strong>en</strong> gran estima y consideraban sus<br />

com<strong>en</strong>tarios con at<strong>en</strong>ción.<br />

—Pasadme el licor, Saleith, querida.<br />

El que había hablado era un caballero de mediana edad que t<strong>en</strong>día una<br />

mano hacia la jarra que ella sost<strong>en</strong>ía. Sus ropajes bu<strong>en</strong>os d<strong>en</strong>otaban<br />

riqueza y, probablem<strong>en</strong>te, noble linaje. Parecía alegre y aficionado al vino.<br />

Junto al caballero se s<strong>en</strong>taba otro hombre que resultaba todo un contraste<br />

con él. Se dedicaba a tallar un trozo de madera con un largo cuchillo de<br />

monte y no parecía muy prop<strong>en</strong>so a la conversación. Su desaliñado aspecto<br />

le daba el aire de algui<strong>en</strong> poco sociable.<br />

La mujer más jov<strong>en</strong> se <strong>en</strong>contraba agachada fr<strong>en</strong>te a la hoguera,<br />

añadi<strong>en</strong>do leña a las llamas. A la luz del fuego, su pálido rostro casi<br />

parecía brillar. La jov<strong>en</strong> poseía una larga cabellera oscura y unos<br />

profundos y cautivadores ojos negros, pero a pesar de eso no se podía decir<br />

que fuese especialm<strong>en</strong>te atractiva. Sus brazos eran más bi<strong>en</strong> fornidos, y las<br />

formas de su cuerpo poseían la corpul<strong>en</strong>cia típica otorgada por horas de<br />

ejercicio int<strong>en</strong>so. Acabó de acomodar el fuego y se s<strong>en</strong>tó junto a Saleith.<br />

Los dos niños la observaron <strong>en</strong>tonces, expectantes.<br />

Anisse había sido la última <strong>en</strong> unirse a aquella improvisada reunión <strong>en</strong><br />

mitad del bosque y, como cada vez que salía del castillo, había traído con<br />

ella todo un surtido de dulces desde las desp<strong>en</strong>sas. Saleith, a su lado,<br />

observó todo lo que desplegó la jov<strong>en</strong> de su zurrón con gesto<br />

escandalizado.<br />

—¡Anisse! Vas a buscarte problemas.<br />

—Las he cocinado yo misma, tranquila.<br />

A pesar de saber que la jov<strong>en</strong> era muy capaz de eludir los problemas<br />

por sí misma, Saleith no podía dejar de ejercer de madre <strong>en</strong> ninguna<br />

circunstancia. Junto a ella, sus hijos se s<strong>en</strong>taban <strong>en</strong> el suelo y no quitaban<br />

ojo de los dulces que había traído Anisse. Fueron los primeros a los que<br />

26


ella ofreció galletas.<br />

Saleith ll<strong>en</strong>ó los vasos de barro con hidromiel rebajada y los repartió.<br />

—Sed un poco más g<strong>en</strong>erosa, Saleith, querida —protestó Eoroth<br />

cuando ella ap<strong>en</strong>as mojó su vaso con el brebaje etílico.<br />

Desde su escondrijo, Lúcer vio cómo Saleith ponía fuera de su alcance<br />

lo que quedaba <strong>en</strong> la jarra y él no se atrevía a discutirlo, y lo sigui<strong>en</strong>te que<br />

vio le ll<strong>en</strong>ó de más estupor aún. Saleith ll<strong>en</strong>ó uno de los vasos, se lo pasó<br />

al Errante y él lo dejó fr<strong>en</strong>te a un tocón que había a su lado. No <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió<br />

por qué hacía eso hasta que vio la figura materializándose. Pareció primero<br />

una nubecilla transpar<strong>en</strong>te que simulase una persona s<strong>en</strong>tada, abrazando<br />

sus propias rodillas. Después tomó la sufici<strong>en</strong>te consist<strong>en</strong>cia para parecer<br />

una escultura de cristal, exquisita hasta el último detalle, y por último, los<br />

colores cubrieron su piel y un traje de hojas y telas de araña se desplegó<br />

sobre ella. ¡Un hada! Aquellas g<strong>en</strong>tes eran capaces de tratar con un hada<br />

como con un igual.<br />

Saleith la saludó como a uno más.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches, Enuara, nos alegra veros.<br />

Anisse le hizo llegar su parte de galletas. Ella cogió la comida que le<br />

ofrecían y la observó det<strong>en</strong>idam<strong>en</strong>te antes de hacerla desaparecer <strong>en</strong> algún<br />

imposible pliegue ilusorio de su vestido. Después alzó la mirada hacia los<br />

reunidos. Sus cabellos, <strong>en</strong>marañados, no parecían responder a ord<strong>en</strong> ni<br />

concierto alguno, t<strong>en</strong>ía los ojos grandes y expresivos, de un tono violáceo,<br />

y <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to parecían querer expresar toda la tristeza del mundo.<br />

Unas largas orejas puntiagudas sobresalían de su caótica cabellera y su<br />

vestido respondía a la moda adoptada por los seres faéricos que decidían<br />

mostrarse a los humanos: transpar<strong>en</strong>cias imposibles que no mostraban<br />

nada más allá de lo que ella permitía. Su voz pareció el susurro de una<br />

brisa <strong>en</strong> las hojas de un árbol jov<strong>en</strong>.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches.<br />

Eoroth sonrió.<br />

—Es estup<strong>en</strong>do t<strong>en</strong>eros aquí, dama Enuara, estas reuniones no son lo<br />

mismo sin vos.<br />

Lúcer necesitó varios minutos para salir de su estupor y comprobar<br />

que realm<strong>en</strong>te no estaba sufri<strong>en</strong>do una alucinación...<br />

Observó a los reunidos mi<strong>en</strong>tras las estrellas giraban <strong>en</strong> el cielo su<br />

l<strong>en</strong>to vals y la hoguera del claro se consumía. Hablaron de trivialidades, se<br />

contaron chistes, se intercambiaron impresiones... Pero no trataron ningún<br />

tema de la sufici<strong>en</strong>te importancia como para ser considerado más que mero<br />

27


<strong>en</strong>tret<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to y ninguno de ellos trató de aprovechar la pres<strong>en</strong>cia del<br />

hada <strong>en</strong> su b<strong>en</strong>eficio, cazarla, pedirle un deseo o cualquiera de las<br />

estúpidas acciones que los incautos ejercían <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia de uno de esos<br />

seres. T<strong>en</strong>ían una cortesía muy correcta <strong>en</strong> el trato que le daban.<br />

Pasaron horas y, cuando Saleith hizo notar que sus hijos se habían<br />

quedado dormidos, todos parecieron estar de acuerdo <strong>en</strong> que ya se había<br />

hecho muy tarde. Se pusieron <strong>en</strong> pie de uno <strong>en</strong> uno y, tras recoger los<br />

<strong>en</strong>seres, se marcharon. La última <strong>en</strong> abandonar el lugar fue Enuara, que se<br />

puso <strong>en</strong> pie y caminó grácilm<strong>en</strong>te hacia la espesura, dejando tras ella una<br />

estela de hilos de plata. Su figura se fundió con las hojas del bosque y<br />

desapareció.<br />

Lúcer aprovechó cuando el lugar quedó solitario para caminar fuera de<br />

la protección de las sombras. La hierba, <strong>en</strong>durecida aún por el rigor del<br />

invierno, susurró a su paso. Se detuvo junto a las ascuas unos segundos y<br />

levantó la vista al cielo. Le sorpr<strong>en</strong>dió notar cuánto habían girado las<br />

estrellas, habían pasado muchas horas, el amanecer estaba próximo.<br />

Caminó hasta orillas del lago y permaneció largo rato contemplándolo.<br />

Sus aguas eran claras y limpias como el hielo. Pequeñas ondas se<br />

formaban cuando algún pez tocaba la superficie alabeando el reflejo de las<br />

estrellas <strong>en</strong> miles de fuegos minúsculos. No parecía una laguna muy<br />

difer<strong>en</strong>te de cualquier otra. Incluso hubiese podido aceptar como simple<br />

ley<strong>en</strong>da la verdadera naturaleza de ese montón de agua. Pero el bosque<br />

resultaba inconfundible, con sus caminos cambiantes, su temperam<strong>en</strong>to<br />

impredecible y el juego de ilusiones tras el que se escondía. El bosque<br />

vivi<strong>en</strong>te, el guardián de aquel lago... De todas maneras debía preocuparse<br />

de otras cosas antes que de los poderes que lo custodiaban.<br />

De mom<strong>en</strong>to, debía traer de vuelta a Baraz. Tal vez la hadita triste que<br />

había visto aquella noche pudiese ayudarlo. Después de eso, debería<br />

buscar a Crotulio, esta parte podía ser incluso más difícil que la primera.<br />

Dio la espalda al lago y volvió de nuevo hacia la espesura. En ese<br />

mom<strong>en</strong>to se dio cu<strong>en</strong>ta de qué era lo que le inquietaba realm<strong>en</strong>te. Lúcer<br />

observó los árboles con el ceño fruncido.<br />

En aquel lugar los poderes se cruzaban con la cordialidad de los<br />

bu<strong>en</strong>os vecinos, no era natural. Seguram<strong>en</strong>te el bosque no se iba a s<strong>en</strong>tir<br />

muy complacido con sus acciones, pero le había dejado <strong>en</strong>trar. No quería<br />

suponerlo, pero le dio la s<strong>en</strong>sación de que él también podía formar parte de<br />

un plan mucho más grande que escapaba a su compr<strong>en</strong>sión, y no le<br />

complacía la idea de s<strong>en</strong>tirse manejado.<br />

28


5 — La charla de Ségfarem y Anisse<br />

Ségfarem despertó antes del amanecer y fue hasta las cuadras. Había<br />

decidido no despertar al mozo a hora tan temprana, pero su bu<strong>en</strong>a voluntad<br />

respecto a su reposo fue ignorada. El muchacho se puso <strong>en</strong> pie <strong>en</strong> cuanto<br />

oyó un ruido <strong>en</strong> sus cuadras y surgió de <strong>en</strong>tre dos balas de paja, arrastrando<br />

la manta sobre la que dormía.<br />

—Vuelve a dormir, Jaerd, yo me <strong>en</strong>cargaré de Minjart.<br />

Una ord<strong>en</strong> de Ségfarem nunca era desobedecida... El caballo volvió la<br />

cabeza hacia su dueño y le dirigió un suave relincho interrogante.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to, amigo. Sé que has descansado pocas horas, pero necesito<br />

un servicio tuyo.<br />

Ségfarem lo <strong>en</strong>silló, salió de la zona de cuadras y lo dirigió hacia la<br />

puerta principal del castillo. Los guardias se sorpr<strong>en</strong>dieron de verlo a esas<br />

horas, pero abrieron de inmediato la barbacana para él.<br />

El caballero <strong>en</strong>filó el s<strong>en</strong>dero de regreso hacia la ciudad e imprimió un<br />

vigoroso trote a su montura. Una vez que había salvado la falda de la<br />

colina, el camino se ad<strong>en</strong>traba <strong>en</strong> la ciudad doblando hacia la izquierda,<br />

pero Ségfarem lo ignoró y obligó a su montura a seguir recto, saliéndose<br />

del mismo. Su int<strong>en</strong>ción era alcanzar el bosque. Ap<strong>en</strong>as veinte minutos<br />

más tarde llegó a sus lindes y <strong>en</strong>filó una s<strong>en</strong>da que se hundía <strong>en</strong> él. Varias<br />

veces trató de ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> el bosque por sus s<strong>en</strong>deros y, <strong>en</strong> todas ellas,<br />

desembocó de nuevo fuera. Ese día el bosque no quería dejarlo pasar.<br />

Durante horas, bordeó el perímetro buscando por dónde cruzar aquella<br />

maraña de caminos y confusiones, pero los árboles apretaban sus ramas<br />

fr<strong>en</strong>te a él.<br />

La frustración creció <strong>en</strong> él, pero bi<strong>en</strong> sabía Ségfarem que no era<br />

prud<strong>en</strong>te discutir con el espíritu de aquella arboleda. Sólo le quedaba<br />

esperar que protegiese a Édorel con el mismo celo con que a él le negaba<br />

el paso <strong>en</strong> ocasiones.<br />

Frustrado, iba a hacer volverse a su montura cuando vio un<br />

movimi<strong>en</strong>to. Por la forma de caminar parecía una mujer. Ségfarem la miró<br />

esperanzado, pero sus largos cabellos negros le indicaron que no se trataba<br />

de Édorel. Se dirigió hacia ella. Antes de llegar a su altura vio que era<br />

Anisse, una de las cocineras del castillo. ¿Qué estaba haci<strong>en</strong>do allí a esas<br />

horas? La jov<strong>en</strong> se volvió hacia él al oírlo acercarse.<br />

—Anisse, ¿qué hacéis a estas horas por estos parajes?<br />

29


Ella sonrió y le dedicó un breve saludo.<br />

—¡Lord Ségfarem! No sabía que habíais regresado. Me alegro de<br />

veros sano y salvo. Es mi noche libre, decidí pasarla fuera del castillo.<br />

¿Cómo ha ido el viaje? ¿La reina está bi<strong>en</strong>?<br />

—Como cabía esperar.<br />

El caballero dirigió una mirada a la arboleda. Anisse supo <strong>en</strong>seguida<br />

lo que pasaba por su m<strong>en</strong>te, temía por Édorel. Su pregunta posterior se lo<br />

confirmó.<br />

—No logro pasar al bosque hoy. Parece que tú, sí. ¿Viste a la<br />

guardiana?<br />

—No la vi, su cabaña permanece cerrada.<br />

—¿Cerrada?<br />

—Édorel partió hace dos semanas hacia el límite norte del bosque.<br />

Aún no ha regresado.<br />

Ségfarem la miró fijam<strong>en</strong>te, extrañado.<br />

—¿Has pasado la noche a solas bajo los árboles? Es peligroso.<br />

Ségfarem dirigió una última mirada al bosque y acercó a Minjart hasta<br />

Anisse. La jov<strong>en</strong> conocía bi<strong>en</strong> a aquel caballo, había cuidado de él, junto<br />

con muchos otros, <strong>en</strong> el escaso tiempo que había sido moza de cuadras.<br />

—Te llevaré hasta el castillo.<br />

Anisse asintió. Ségfarem le t<strong>en</strong>dió una mano para ayudarla a subir. El<br />

caballero la levantó prácticam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> volandas con un solo brazo. A<br />

Anisse siempre le había sorpr<strong>en</strong>dido que algui<strong>en</strong> tan <strong>en</strong>juto pudiese t<strong>en</strong>er<br />

tanta fuerza. Ségfarem era una persona seria e, incluso, inexpresiva. Sus<br />

largos cabellos grisáceos contrastaban <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te con la juv<strong>en</strong>tud de su<br />

rostro. Sus ojos, de un gris acerado, irradiaban determinación. Lo peculiar<br />

de sus facciones había dado lugar a muchas habladurías, incluy<strong>en</strong>do la del<br />

toque de los demonios. Pero la moral y el valor demostrado por el<br />

caballero <strong>en</strong> múltiples batallas y problemas había puesto fin a ello.<br />

Anisse se sujetó a la silla y ambos empr<strong>en</strong>dieron un l<strong>en</strong>to camino de<br />

regreso. Ségfarem permaneció <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio. La jov<strong>en</strong> supo que estaba<br />

tratando de <strong>en</strong>cajar la inquietud de su alma.<br />

—No temáis por Édorel, lord Ségfarem. En otras ocasiones también<br />

ha desaparecido <strong>en</strong> el bosque, y siempre regresa. El bosque la cuida.<br />

—Una mujer no debería viajar sola.<br />

—Pero, <strong>en</strong> ocasiones, no t<strong>en</strong>emos más remedio. Y, tratándose de<br />

algui<strong>en</strong> como Édorel, <strong>en</strong> su propio terr<strong>en</strong>o, una escolta resultaría más un<br />

estorbo para ella que una ayuda.<br />

30


Ségfarem no respondió a eso y Anisse supo que había dado <strong>en</strong> el<br />

clavo. A pesar de que la inquietud siguiese allí, había logrado aplacarla un<br />

poco. Decidió cambiar de tema.<br />

—¿Algún percance de interés durante el viaje, lord Ségfarem?<br />

Él dejó escapar un suspiro con gesto cansino.<br />

—Nada fuera de lo común. La reina está a salvo <strong>en</strong> el castillo, como<br />

era de esperar.<br />

Anisse supo que había mucho más detrás de aquella seca afirmación,<br />

pero no preguntó. La charla cortés que estaba mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do se podía tornar<br />

<strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> un terr<strong>en</strong>o muy resbaladizo si él sospechaba de pronto<br />

lo más mínimo de ella.<br />

Ségfarem s<strong>en</strong>tía que sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos deambulaban algo por detrás de<br />

él, varios días atrás, de hecho, <strong>en</strong> el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro que tuvo lugar <strong>en</strong> tierras de<br />

Lidrartha <strong>en</strong>tre los tres soberanos de los reinos del norte, vecinos forzosos<br />

y no especialm<strong>en</strong>te deseados de la reina de Isthelda. Demasiado rudo había<br />

sido el aspecto dado por los reyes. Demasiado bi<strong>en</strong> dispuesto el castillo <strong>en</strong><br />

el que se alojaron y se celebró el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro. Frunció el ceño mi<strong>en</strong>tras<br />

recordaba lo bi<strong>en</strong> dotado de la guarnición que estaba <strong>en</strong> el castillo donde<br />

los habían recibido, y las tres forjas de que contaba.<br />

Las habían apagado hacía poco y habían recogido apresuradam<strong>en</strong>te<br />

los ut<strong>en</strong>silios que se hacían servir <strong>en</strong> la labor de herrería. En una forja<br />

abandonada desde hace tiempo se suel<strong>en</strong> acumular pertrechos varios ya<br />

inútiles, pero aquellas estaban demasiado limpias. En el castillo del rey<br />

Coedan no había tantos caballos como para mant<strong>en</strong>er tres forjas <strong>en</strong> marcha<br />

para herrarlos, y no se ext<strong>en</strong>dían alrededor tierras de labranza donde se<br />

necesitas<strong>en</strong> herrami<strong>en</strong>tas de hierro.<br />

No, a él no lo <strong>en</strong>gañaban, esas forjas habían estado creando armas<br />

hasta hacía muy poco. De camino hacia el sur, hacia tierras de Isthelda,<br />

había podido percibir <strong>en</strong> la lejanía un destacam<strong>en</strong>to <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>as maniobras.<br />

Nadie manti<strong>en</strong>e <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>ado a todo un destacam<strong>en</strong>to <strong>en</strong> período de paz. Sí,<br />

para él ya estaba claro: la guerra ya había sido decidida y, <strong>en</strong> aquel consejo<br />

<strong>en</strong>tre reyes, <strong>en</strong> aquella farsa, sólo habían int<strong>en</strong>tado saber cuál iba a ser la<br />

postura de Isthelda. Parecían querer mostrar que la refriega sólo les<br />

afectaba a ellos, pero Ségfarem creía que Coedan t<strong>en</strong>ía mucho más interés<br />

<strong>en</strong> Isthelda del que mostraba. El reino gobernado por Neraveith había<br />

evolucionado hacia la prosperidad, y el clima del que disfrutaban, mucho<br />

m<strong>en</strong>os riguroso que el que castigaba los reinos más allá de las montañas de<br />

Koragrath, lo hacían un lugar muy deseable donde instalarse y pasar la<br />

31


vejez.<br />

—¿Os apetece una galleta?<br />

La voz de la jov<strong>en</strong> sacó a Ségfarem de sus negros p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. Se<br />

sorpr<strong>en</strong>dió ante la pregunta de la chica y p<strong>en</strong>só por un mom<strong>en</strong>to que no la<br />

había <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido bi<strong>en</strong>, pero la mano de Anisse apareció por <strong>en</strong>cima de su<br />

hombro, sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do el manjar.<br />

—Es una receta nueva. Por favor, probadlas y dadme opinión. Por<br />

vuestro aspecto supongo que no habéis desayunado.<br />

Ségfarem, <strong>en</strong>tre sorpr<strong>en</strong>dido y divertido, aceptó el bocado y sintió que<br />

sus palabras salían al fin de él sin t<strong>en</strong>er que hacer esfuerzo alguno.<br />

—Se está preparando algo grave <strong>en</strong> el norte.<br />

—Lord Ségfarem, veis rivales y peligros a vuestro alrededor, siempre.<br />

Tal vez por eso sois de tanta estima <strong>en</strong> el reino. Pero tal vez necesitéis un<br />

poco de descanso.<br />

La voz de Ségfarem sonó crispada.<br />

—Y las mujeres muchas veces no son capaces de ver el peligro<br />

aunque se les eche <strong>en</strong>cima.<br />

Anisse supo a qué se debían esas palabras.<br />

—Lord Ségfarem, Neraveith lleva años <strong>en</strong> el trono y el reino ha<br />

prosperado. Creo que vuestro celo por protegerlo os lleva a desconfiar de<br />

todo.<br />

Se acercaban ya a las proximidades de la colina sobre la que se alzaba<br />

el castillo. La ciudad empezaba a despertar y algunos curiosos se volvieron<br />

al pres<strong>en</strong>ciar al primer caballero del reino llevando, sobre la grupa de su<br />

corcel, a otra jov<strong>en</strong> que no era su prometida. Pero no hubo un solo<br />

com<strong>en</strong>tario al respecto. Asc<strong>en</strong>dieron la colina a lomos de Minjart y<br />

pasaron bajo la ancha barbacana del castillo sin levantar ni un gesto de<br />

cuestionami<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tre los guardias. Él era Ségfarem de Dobre, su lealtad y<br />

rectitud habían sido más que probadas.<br />

6 — El consejo de arpías<br />

Durante los días sigui<strong>en</strong>tes, el aire de invierno no pareció retroceder.<br />

Los amaneceres se sucedieron fríos y tranquilos. En el bosque, Édorel no<br />

había regresado aún y su cabaña permaneció oscura y cerrada. Ségfarem<br />

no trató de ir <strong>en</strong> busca de su amada de nuevo, sus obligaciones se habían<br />

superpuesto a sus deseos.<br />

En el castillo se iniciaron todos los preparativos para acoger a los<br />

32


nobles que iban a hospedarse <strong>en</strong> él durante el consejo de las baronías. El<br />

ala oeste de la zona vieja se acomodó para darles alojami<strong>en</strong>to digno.<br />

Ségfarem supervisó a todos y cada uno de los que se <strong>en</strong>contraban bajo sus<br />

órd<strong>en</strong>es <strong>en</strong> el castillo, y Meldionor se hizo discretam<strong>en</strong>te con una amplia<br />

farmacopea especializada <strong>en</strong> paliar los efectos de los <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>ami<strong>en</strong>tos.<br />

Durante esos días, la soberana se dedicó, junto con sus ayudantes más<br />

próximos, Illim Astherd y Meldionor, a recopilar toda la información de<br />

que podía disponer para la gran reunión. El saber es poder y, tratando con<br />

los ambiciosos nobles, prefería conocer el terr<strong>en</strong>o que pisaba antes de que<br />

ellos la guias<strong>en</strong> a ciegas por él retorci<strong>en</strong>do la realidad a su antojo. Nadie se<br />

lo había confirmado aún, pero lo más lógico era que las baronías del norte<br />

de Isthelda estuvies<strong>en</strong> recibi<strong>en</strong>do ofertas t<strong>en</strong>tadoras del rey Coedan, su<br />

torpe pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te. Ella haría lo mismo <strong>en</strong> caso de estar <strong>en</strong> su lugar e<br />

int<strong>en</strong>tar una conquista hacia el sur: divide y v<strong>en</strong>cerás, una máxima de su<br />

difunto marido. Pero, probablem<strong>en</strong>te, Coedan esperase ahorrarse mucho<br />

trabajo con una respuesta afirmativa a la propuesta matrimonial que hizo a<br />

Neraveith. Era una forma fácil de ag<strong>en</strong>ciarse un trozo más de tierra sin<br />

perder recursos.<br />

De uno <strong>en</strong> uno, los señores de las baronías de Isthelda fueron llegando<br />

al castillo de la soberana. Algunos, con una gran y nutrida escolta; otros,<br />

con la discreción de los que están acostumbrados a viajar de incógnito por<br />

sus propios caminos. Todos fueron alojados y, <strong>en</strong> poco tiempo, el castillo<br />

fue un hervidero de actividad.<br />

El día que se reunía el consejo la reina fue despertada muy temprano<br />

por sus ayudas de cámara. Las sirvi<strong>en</strong>tas personales de la reina dedicaron<br />

las primeras horas de la mañana a asear y acicalar a su señora. A Neraveith<br />

le costó conci<strong>en</strong>ciarse de que aquellos eran los preliminares de un duro día<br />

de trabajo.<br />

Le sirvieron un copioso desayuno, tras el baño, y ella se esforzó <strong>en</strong><br />

comer todo lo necesario para aguantar todo el día sin probar más bocado.<br />

Iba a necesitar fuerza y una cabeza ser<strong>en</strong>a.<br />

Sus sirvi<strong>en</strong>tas se esforzaban <strong>en</strong> darle conversación mi<strong>en</strong>tras at<strong>en</strong>dían<br />

con gran paci<strong>en</strong>cia sus dorados cabellos, mechón por mechón. A pesar de<br />

sus desvelos para con ella, Neraveith sabía que no eran amigas, pero eran<br />

una gran fu<strong>en</strong>te de datos. Miró, ante el gran espejo, los magníficos<br />

resultados de los esfuerzos de Lessa con su cabellera. Era una peluquera<br />

muy compet<strong>en</strong>te, pero, sobre todo, era una gran informadora.<br />

—Un trabajo exquisito, Lessa.<br />

33


La muchacha sonrió.<br />

—Gracias, mi señora. T<strong>en</strong>éis un cabello hermoso.<br />

—No creo que me sea de provecho, <strong>en</strong> vistas de la escasez de nobles<br />

casaderos que hay —com<strong>en</strong>tó perezosam<strong>en</strong>te—. Dime, ¿llegaron ya todos<br />

los repres<strong>en</strong>tantes de las baronías del norte?<br />

—Creo que sí, mi señora.<br />

—¿Han acudido todos <strong>en</strong> persona?<br />

—Lord Meridioth ha <strong>en</strong>viado un delegado, trae su sello. El sirvi<strong>en</strong>te<br />

que viaja con él com<strong>en</strong>ta que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> problemas <strong>en</strong> sus tierras. Los rumores<br />

cu<strong>en</strong>tan que son rebeldes y asaltadores de caminos. Y de lord Beldamir,<br />

que tampoco ha acudido, se dice que aún está celebrando la luna de miel.<br />

—Es cierto, parece que fue un matrimonio favorable para ambas<br />

partes. Uno de los pocos solteros apetecibles que quedaban <strong>en</strong> el reino.<br />

Lessa rió. Neraveith recordó las implicaciones de ese dato. Lord<br />

Meridioth estaba haci<strong>en</strong>do circular rumores sobre asaltadores de caminos.<br />

Era extraño que no estuviese allí <strong>en</strong> persona. Jamás perdía la oportunidad<br />

de bramar sus opiniones <strong>en</strong> el consejo.<br />

—No sabes cómo me aburre t<strong>en</strong>er que reunirme con ellos, Lessa,<br />

aunque puede que alguno haya refinado sus modales <strong>en</strong> los últimos<br />

tiempos y me lleve una agradable sorpresa.<br />

Lessa rió el com<strong>en</strong>tario de la reina.<br />

—Puede que sí, de hecho, lord Aldomir es muy apuesto y amable.<br />

Neraveith rememoró la imag<strong>en</strong> del noble. Un jov<strong>en</strong> y <strong>en</strong>tusiasta ligón,<br />

bastante inoc<strong>en</strong>te, que estaba ocupando poco a poco el lugar de su padre al<br />

fr<strong>en</strong>te de sus tierras. El viejo debía estar muy achacoso si ese año <strong>en</strong>viaba a<br />

su hijo. Reg<strong>en</strong>taba una de las baronías del este y t<strong>en</strong>ía como principal<br />

virtud que se llevaba bi<strong>en</strong> con todos sus vecinos. Era algui<strong>en</strong> con qui<strong>en</strong><br />

interesaba cong<strong>en</strong>iar, le podía facilitar más información. No dudaba que<br />

Lessa se hubiese colado <strong>en</strong> su habitación más de una noche. Debería<br />

averigarlo más adelante.<br />

—¿Quién fue el último <strong>en</strong> llegar?<br />

Lessa le puso dos horquillas adornadas con unas cu<strong>en</strong>tas de lapislázuli<br />

<strong>en</strong> el lado derecho, <strong>en</strong>tre los cabellos tr<strong>en</strong>zados.<br />

—Creo que fue lord Jildrioth. Estaba de caza, dijeron.<br />

Baronía del Oeste, el rey Coedan no la necesitaba, sospechas<br />

descartadas...<br />

Sus sirvi<strong>en</strong>tas le trajeron un vestido de raso azul oscuro, lo bastante<br />

digno e impactante como para sugerir distanciami<strong>en</strong>to. La imag<strong>en</strong> de una<br />

34


eina que pasea <strong>en</strong>tre sus súbditos aún no era aceptada por muchos. Sus<br />

ayudas de cámara la embutieron <strong>en</strong> el apretado corsé. Mi<strong>en</strong>tras el aire<br />

escapaba de sus pulmones, Neraveith observó su propia figura, t<strong>en</strong>ía la<br />

cintura estrecha aún. A su edad, la mayoría de mujeres ya habían dado a<br />

luz y sus vi<strong>en</strong>tres t<strong>en</strong>ían las redondeces típicas de la maternidad. Tal vez<br />

era mejor así. Sus súbditos la amaban, pero los nobles ambiciosos no<br />

dudarían <strong>en</strong> hacer desaparecer a un pequeño heredero del difunto rey para<br />

poder instalar su propia línea de sangre <strong>en</strong> el trono. El tema de la<br />

sucesión... ¿Qué reino iba a dejar tras de sí cuando se marchase? ¿Y a<br />

quién?<br />

Se observó <strong>en</strong> el espejo un largo mom<strong>en</strong>to mi<strong>en</strong>tras adoptaba el papel<br />

que debía desempeñar. Le sorpr<strong>en</strong>dió que le devolviese la mirada una<br />

mujer jov<strong>en</strong> y hermosa con los ojos tan azules como el cielo. ¿Por qué se<br />

s<strong>en</strong>tía tan vieja últimam<strong>en</strong>te? Iba a cumplir veintisiete primaveras, no era<br />

tanto tiempo...<br />

Pusieron <strong>en</strong> su cuello varias de sus joyas de oro y el sello real <strong>en</strong> su<br />

mano. Le ciñeron la s<strong>en</strong>cilla tiara que usaba como muestra de su posición<br />

<strong>en</strong> sustitución de la pesada corona que <strong>en</strong> ocasiones formales debía llevar,<br />

y la jov<strong>en</strong> Neraveith se convirtió ante sus propios ojos, una vez más, <strong>en</strong> la<br />

reina de Isthelda. Era demasiado jov<strong>en</strong> para ser reina, y se s<strong>en</strong>tía<br />

demasiado vieja para ser nada más.<br />

Meldionor siguió a la suave llamada a la puerta.<br />

—Neraveith, querida...<br />

Ella se puso <strong>en</strong> pie, su figura magnífica y ser<strong>en</strong>a se volvió hacia su<br />

consejero.<br />

—Vayamos Meldionor, el consejo de arpías nos espera.<br />

El salón del piso bajo del ala este había sido acondicionado para la<br />

ocasión. Alrededor de la gran mesa se habían instalado braseros para paliar<br />

el poderoso frío que se colaba por las piedras del castillo. Gruesos tapices<br />

cubrían los muros para tratar de ret<strong>en</strong>er el calor. Los invitados se reunían<br />

alrededor de los braseros, intercambiando quedas impresiones. El ambi<strong>en</strong>te<br />

era de relajada camaradería. La mayoría se mostraban extrañados por la<br />

actitud de su soberana al citarlos cuando el invierno aún no había acabado,<br />

cuando lo normal era hacerlo para mediados de la primavera.<br />

Ségfarem se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong>tre ellos, escuchaba los com<strong>en</strong>tarios y<br />

anotaba m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te datos de interés. Pocos de los nobles reunidos se<br />

ocupaban de los tratados que la reina había establecido con los vecinos del<br />

35


norte, pocos sabían el peligro que se les podía echar <strong>en</strong>cima <strong>en</strong> unas lunas.<br />

Eran viejos guerreros, consideraban que la gran batalla de su vida ya había<br />

transcurrido, no deseaban ver más guerras y las nuevas g<strong>en</strong>eraciones no<br />

habían sido instruidas <strong>en</strong> el fragor de las armas y las batallas. No,<br />

anímicam<strong>en</strong>te, Isthelda no estaba lista para una guerra. Tan sólo la reina<br />

podía convocar su ardor guerrero <strong>en</strong> aquella reunión. Pero la soberana era<br />

una mujer de talante pacífico e incluso s<strong>en</strong>sible. ¡Qué difícil le iba a<br />

resultar levantar un ejército cuando lo necesitas<strong>en</strong>!<br />

La reina <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> la sala del concilio acompañada por su consejero.<br />

Los asist<strong>en</strong>tes se pusieron <strong>en</strong> pie respetuosam<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras su soberana se<br />

dirigía hacia la cabecera de la gran mesa. Hubo un tiempo <strong>en</strong> que se<br />

s<strong>en</strong>taba al fr<strong>en</strong>te del consejo junto a su amado esposo. Nunca notaba tanto<br />

el vacío que le había dejado como cuando debía presidir un consejo de<br />

baronías ella sola, y notaba todo el peso de la aus<strong>en</strong>cia que se ext<strong>en</strong>día a<br />

ambos lados del extremo de la mesa <strong>en</strong> la que ella ahora ocupaba un lugar<br />

c<strong>en</strong>tral. Neraveith subió el peldaño de la plataforma donde habían<br />

instalado su sillón, miró a los pres<strong>en</strong>tes de uno <strong>en</strong> uno e inclinó levem<strong>en</strong>te<br />

la cabeza <strong>en</strong> señal de respeto.<br />

—¡Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idos, señores!<br />

Su mirada se cruzó por un instante con la de Ségfarem, de pie a un<br />

extremo de la sala. Él también asistía por pl<strong>en</strong>o derecho a casi todas las<br />

reuniones de baronías, <strong>en</strong> calidad de primer caballero del reino y<br />

comandante del ejército pero no t<strong>en</strong>ía autoridad para participar <strong>en</strong> ella.<br />

La reina se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> su puesto y los reunidos la imitaron, provocando<br />

ruido de arrastres y telas al rozar.<br />

—Probablem<strong>en</strong>te muchos se sorpr<strong>en</strong>dan de que haya convocado al<br />

consejo de las baronías con tanta antelación, cuando es costumbre hacerlo<br />

a mediados de la estación de siembra. El tema que nos atañe puede ser de<br />

la máxima importancia.<br />

Neraveith escogía sus palabras con todo el cuidado y esmero que<br />

podía. No deseaba plantear su postura abiertam<strong>en</strong>te.<br />

—Antes de tratar temas tan importantes, quisiera estar informada de<br />

las repercusiones que el frío de esta estación ha causado <strong>en</strong> sus tierras y las<br />

car<strong>en</strong>cias que estén sufri<strong>en</strong>do <strong>en</strong> estos mom<strong>en</strong>tos.<br />

Aquella era una técnica ampliam<strong>en</strong>te usada. Hacerles ver sus propias<br />

debilidades les hacía dudar siempre a la hora de empr<strong>en</strong>der una batalla.<br />

Los primeros <strong>en</strong> hablar fueron los barones de los de los territorios del<br />

sur. T<strong>en</strong>ían problemas, debido a una <strong>en</strong>fermedad <strong>en</strong>tre las reses de los<br />

36


ganados de sus tierras, y no se podía comprometer a pagar los impuestos o<br />

a prestar trabajadores de sus tierras para ayudar <strong>en</strong> otras. Otro de los<br />

pres<strong>en</strong>tes incidió <strong>en</strong> el problema que suponía la piratería para el comercio<br />

de telas con las ciudades estado del oeste.<br />

La reina sabía que tales car<strong>en</strong>cias no eran ciertas, simplem<strong>en</strong>te<br />

int<strong>en</strong>taban eludir la obligación de impuestos que poseían. Meldionor se<br />

mant<strong>en</strong>ía algo apartado de la congregación, escuchando. La reina siempre<br />

deseaba que estuviese a su lado a la hora de tomar decisiones importantes.<br />

Le notó hacer un pequeño gesto con la mano cuando el delegado de la<br />

baronía de Meridioth tomó la palabra. Meldionor t<strong>en</strong>ía una impresionante<br />

habilidad para descubrir m<strong>en</strong>tirosos, incluso antes de que la m<strong>en</strong>tira<br />

hubiese sido lanzada.<br />

—Mi señora, nuestras tierras están agotadas por el frío. La población<br />

necesita de los alim<strong>en</strong>tos que t<strong>en</strong>emos almac<strong>en</strong>ados hasta la nueva<br />

cosecha.<br />

—Es realm<strong>en</strong>te interesante, sobre todo sabi<strong>en</strong>do que la mitad de las<br />

reservas de grano han sido v<strong>en</strong>didas al reino de Lidrartha. ¿Podría conocer<br />

cuál ha sido el precio pagado?<br />

Un sil<strong>en</strong>cio incómodo se ext<strong>en</strong>dió por la sala. Neraveith se había<br />

molestado <strong>en</strong> informase de los movimi<strong>en</strong>tos de bi<strong>en</strong>es que se habían<br />

sucedido <strong>en</strong> la baronía de lord Meridioth <strong>en</strong> los últimos tiempos, antes de<br />

acudir al consejo. Eso suponía un aviso para el resto de barones, ninguno<br />

podía saber si t<strong>en</strong>ía a algún informador cerca.<br />

—No estoy al tanto de dichas v<strong>en</strong>tas, mi reina.<br />

—Tal vez deberíais informaros mejor antes de acudir a un consejo de<br />

baronías, es vuestro deber como delegado.<br />

—Os pido disculpas por mi desconocimi<strong>en</strong>to, mi señora.<br />

La reina mantuvo la mirada de sus ojos azules, dura como el hielo,<br />

durante un larguísimo mom<strong>en</strong>to sobre el hombre.<br />

—Se exigirá a lord Meridioth que pague a este consejo lo que es justo,<br />

lo mismo que todos aportan para nuestra subsist<strong>en</strong>cia. Si para ello es<br />

necesario que v<strong>en</strong>da sus nuevas adquisiciones, que así sea.<br />

El delegado de Meridioth bajó levem<strong>en</strong>te la mirada, era la señal que la<br />

reina esperaba.<br />

—Mi señora, os puedo asegurar que no sé aún a qué v<strong>en</strong>tas de grano<br />

os referís.<br />

La reina no necesitaba oír más e hizo un gesto <strong>en</strong> su dirección. El<br />

delegado inclinó la cabeza respetuosam<strong>en</strong>te y guardó sil<strong>en</strong>cio.<br />

37


La soberana invitó a exponer la situación respectiva al resto de<br />

pres<strong>en</strong>tes. Uno tras otro, fueron explicando la situación actual <strong>en</strong> sus<br />

tierras y cómo se avecinaban las sigui<strong>en</strong>tes estaciones. Tras escucharlos a<br />

todos, su majestad asintió. Sabía que cuando se permitían protestar por el<br />

pago de los impuestos significaba que todo iba bi<strong>en</strong>. En caso contrario,<br />

estarían pidi<strong>en</strong>do grano de las reservas reales para alim<strong>en</strong>tar a la población<br />

y para la sigui<strong>en</strong>te siembra.<br />

Poco más tarde se pasó a las negociaciones <strong>en</strong>tre unos y otros para<br />

intercambios de bi<strong>en</strong>es. Aquello duró casi todo el día. A mediados del<br />

mismo algunos sirvi<strong>en</strong>tes <strong>en</strong>traron portando bandejas con comida ligera.<br />

Cuando el sol ya caía, y mi<strong>en</strong>tras se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dían las lámparas de aceite y<br />

candelabros de la sala, Neraveith exigió el sil<strong>en</strong>cio y se dirigió a la<br />

congregación. Su voz resonó clara y regia, como si hubiese tomado vida<br />

propia, aunque no la había alzado.<br />

—Una vez tratados todos nuestros problemas, sabréis el principal<br />

tema por el que os he reunido antes de la fecha acordada. Es lo<br />

sufici<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te importante como para exigirnos un cambio radical <strong>en</strong><br />

nuestro modo de vida <strong>en</strong> breve.<br />

La reina había esperado al final de la velada, cuando todos se habían<br />

planteado sus problemas actuales y no deseaban plantearse más. El<br />

agotami<strong>en</strong>to de todo el día hacía sufici<strong>en</strong>te mella <strong>en</strong> ellos como para que<br />

preparar una batalla nueva fuese indeseable.<br />

—Una posible guerra se cierne sobre los reinos del norte de Lidrartha<br />

y Urartha. Aún no sabemos si Ignadrorn tomará parte <strong>en</strong> el conflicto o no.<br />

La reina hizo una pausa para observar el efecto que producían sus<br />

palabras. Algunos fruncieron el ceño, sorpr<strong>en</strong>didos. Lord Aldomir tomó la<br />

palabra sin esperar su turno.<br />

—Es cierto, habían llegado rumores hasta nosotros, mi reina.<br />

La soberana asintió suavem<strong>en</strong>te el com<strong>en</strong>tario del jov<strong>en</strong> lord Aldomir.<br />

—Ha habido un concilio <strong>en</strong>tre los cuatro reinos. El rey Coedan y el<br />

rey Beirek manti<strong>en</strong><strong>en</strong> r<strong>en</strong>cillas, cada vez más graves. Dada la situación<br />

comercial que manti<strong>en</strong>e Isthelda con ambos reinos, se nos va a exigir <strong>en</strong><br />

breve que <strong>en</strong>tremos <strong>en</strong> la liza y tomemos partido. Esos han sido mis<br />

conocimi<strong>en</strong>tos y así os los hago saber, señores.<br />

Algunos la observaron, otros no parecieron tan sorpr<strong>en</strong>didos. Los<br />

murmullos se sucedieron y empezaron a crecer.<br />

La reina les dejó que digiries<strong>en</strong> la nueva información y, tras unos<br />

instantes, alzó la mano para exigir sil<strong>en</strong>cio. Retomó la palabra.<br />

38


—Aún no es sabido cuál será la postura que tomará Isthelda <strong>en</strong> esa<br />

posible guerra, todavía no podemos asegurar siquiera si se va a producir.<br />

Neraveith paseó su mirada <strong>en</strong>tre todos lo pres<strong>en</strong>tes.<br />

—Todos sabéis que una guerra no sólo afecta al combati<strong>en</strong>te.<br />

También atañe a las g<strong>en</strong>tes, a la prosperidad de un pueblo. Atañe a todos.<br />

No es una decisión que se pueda tomar a la ligera ni <strong>en</strong> solitario. Por eso<br />

he alargado las negociaciones tanto como he podido, pero es una decisión<br />

que es posible que se nos exija tomar <strong>en</strong> breve tiempo.<br />

Los barones más mayores, lo pudo ver, no deseaban ya vivir ninguna<br />

guerra más. Muchos t<strong>en</strong>ían esposas e hijos y habían dejado las armas por<br />

la vida hogareña. Los más jóv<strong>en</strong>es aún lo dudaban, pero sus padres<br />

probablem<strong>en</strong>te les pondrían sobre aviso. La reina posó su mirada durante<br />

un largo mom<strong>en</strong>to sobre el <strong>en</strong>viado de la baronía de lord Meridioth,<br />

escudriñando sus ojos.<br />

—Habéis pasado de ser simples guerreros a gobernantes. En breve, sé<br />

que recibiréis ofertas para poner vuestras tropas y g<strong>en</strong>tes al servicio de un<br />

bando o de otro. Espero que sepáis responder con la sabiduría que me<br />

habéis demostrado durante todos estos años y no toméis decisiones a la<br />

ligera. El hecho de ser y actuar como uno solo es lo que nos ha hecho<br />

fuertes. Por ese simple motivo el reino de Isthelda ha podido tomar sus<br />

propias decisiones y prosperar. Confío <strong>en</strong> vuestra sabiduría y experi<strong>en</strong>cia<br />

para hacer lo correcto —el gesto de la reina se tornó levem<strong>en</strong>te m<strong>en</strong>os<br />

adusto—. Creo que hoy merecemos todos el descanso que nos han<br />

preparado.<br />

La reina se levantó, dando así por terminada la sesión. Neraveith<br />

esperaba con aquello haberles inclinado hacia el rechazo a una guerra. No<br />

quería ser ella la que tomase la decisión, quería instarles a ser ellos los que<br />

lo hicies<strong>en</strong>. Debían mant<strong>en</strong>er la s<strong>en</strong>sación de que ella no era más que una<br />

administradora. Había puesto <strong>en</strong> relieve, como broche final, los valores de<br />

unión que tanto había resaltado su marido. Esperaba que bastase para que,<br />

cuando recibies<strong>en</strong> ofertas del reino de Lidrartha para comprar sus tropas,<br />

las rechazas<strong>en</strong>. Pero a lord Meridioth debía vigilarlo de cerca.<br />

Mi<strong>en</strong>tras cavilaba para sí misma, sus invitados abandonaron la sala del<br />

consejo rumbo a sus apos<strong>en</strong>tos. En ese mom<strong>en</strong>to algui<strong>en</strong> posó una mano<br />

sobre su hombro. Era Meldionor.<br />

—Neraveith, mi niña, creo que también mereces un descanso.<br />

Ella se volvió hacia el anciano.<br />

—¿Crees que ha sido correcto, Meldionor?<br />

39


El anciano consejero sonrió.<br />

—Ni vuestro difunto esposo hubiese logrado atajar una revuelta con<br />

tanta maña.<br />

Neraveith sonrió, cansada, y se dejó acompañar por su consejero<br />

rumbo a los apos<strong>en</strong>tos.<br />

Desde el extremo de la sala, Ségfarem observó salir a la reina y hubo<br />

de reprimir con fuerza el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de irritación que le había producido<br />

la actuación de su soberana. Ahora sí que era seguro que Isthelda iba a ser<br />

servida <strong>en</strong> bandeja a qui<strong>en</strong>es decidies<strong>en</strong> invadirla.<br />

La reina no se percató del gesto del primer caballero del reino.<br />

7 — Celebraciones y pesares<br />

Eoroth sabía que existían ciertas fechas memorables a las que había<br />

que honrar con celebraciones. Su mayor problema era recordar cuáles eran<br />

esas fechas. Guiado por su instinto, el caballero se dedicaba a organizar<br />

ev<strong>en</strong>tos festivos durante las noches del bosque que él consideraba<br />

adecuadas. Cuando s<strong>en</strong>tía cierta comezón, sabía que alguno de esos días<br />

había llegado.<br />

G<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te, no necesitaba informar a nadie. Simplem<strong>en</strong>te cargaba<br />

su caballo con un pellejo o dos de vino y, al llegar al claro, hacía crecer la<br />

hoguera algo más de lo habitual. Los que llegaban esa noche hasta su luz<br />

ya sabían lo que ocurría: todo aquel que pasase por allí t<strong>en</strong>dría su ración de<br />

vino y diversión.<br />

Esa noche, ardía ya <strong>en</strong> el círculo de piedras una hermosa hoguera<br />

dorada. Sus llamas danzaban al son del crepitar y a su lado se había<br />

acumulado la sufici<strong>en</strong>te leña como para mant<strong>en</strong>erla <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dida muchas<br />

horas.<br />

Jafsemer fue el primero <strong>en</strong> aparecer. Era un hombre al que ya no se<br />

podía considerar jov<strong>en</strong>, a pesar de mant<strong>en</strong>er la salud y la agilidad. Su tez<br />

era oscura, vestía caros ropajes que d<strong>en</strong>otaban una proced<strong>en</strong>cia de algún<br />

archipiélago del oeste. Vio a Eoroth descargando su caballo y se acercó a<br />

él. El caballero lo recibió con una abierta sonrisa a la que él respondió con<br />

gesto inexpresivo.<br />

—Señor Jafsemer, espero que me ayudéis. No puedo pedir a mi pobre<br />

caballo que lleve esta pesada carga de vuelta y he decidió dejarla <strong>en</strong> los<br />

gaznates del bosque.<br />

Jafsemer le dedicó una leve inclinación de cabeza.<br />

40


—Mis cre<strong>en</strong>cias me sugier<strong>en</strong> que no debería tomar vino alguno.<br />

Eoroth rió.<br />

—Entonces debéis llevar una vida muy triste.<br />

Había habido varias especulaciones sobre la ocupación de aquel<br />

extranjero <strong>en</strong> la zona. Todos habían coincidido <strong>en</strong> que procedía de alguna<br />

isla del oeste de Isthelda y que probablem<strong>en</strong>te fuese un comerciante.<br />

—¿Por qué lleva una vida triste?<br />

La que había hablado era Enuara, su gesto parecía preocupado<br />

mi<strong>en</strong>tras observaba a Jafsemer. Nadie se sorpr<strong>en</strong>día ya de las apariciones<br />

de la hadita. Nunca se la veía llegar caminando, sus pisadas no hacían<br />

ruido. Parecía tan vaporosa como los vestidos que la cubrían. Eoroth le<br />

dedicó una rever<strong>en</strong>cia y le ofreció su mano.<br />

—Probablem<strong>en</strong>te no t<strong>en</strong>drá una vida tan alegre como podría, a eso me<br />

refería, dama Enuara.<br />

Enuara posó su mano sobre la de Eoroth y se dejó conducir por el<br />

caballero. Había apr<strong>en</strong>dido muy rápido a imitar las normas de cortesía<br />

humanas y se prestaba para tal fin siempre que podía. Las primeras<br />

apariciones del hada <strong>en</strong>tre los que se reunían <strong>en</strong> el claro habían provocado<br />

una gran expectación, pero ahora pocos se volvían más de unos segundos<br />

ante su pres<strong>en</strong>cia.<br />

Pocos sabían de la influ<strong>en</strong>cia que había t<strong>en</strong>ido Enuara <strong>en</strong> las reuniones<br />

que se celebraban a orillas del lago. Cierta noche, había decidido acercarse<br />

a observar a los turbul<strong>en</strong>tos humanos que habitaban más allá del reino<br />

faérico del bosque, más allá del mundo de <strong>en</strong>sueños que era la tierra <strong>en</strong> la<br />

que moraba. Extrañada y fascinada por sus costumbres, Enuara había<br />

ext<strong>en</strong>dido una mano protectora sobre ellos. Hizo negocios con ciertos<br />

miembros de su salvaje pueblo para que, durante las noches <strong>en</strong> que el claro<br />

era lugar de <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro y celebración, no acudies<strong>en</strong> a él. Los humanos<br />

asiduos a aquellas reuniones no lo sabían, pero, sin su interv<strong>en</strong>ción, sus<br />

celebraciones hubies<strong>en</strong> sido m<strong>en</strong>os pacíficas. Los seres de <strong>en</strong>sueño del<br />

bosque no sólo eran fascinantes. Muchos también eran criaturas sedi<strong>en</strong>tas<br />

de sangre y grandes depredadores.<br />

Saleith acudió al poco tiempo y, poco después, discutía una vez más<br />

con Eoroth la conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>cia de reducir la ingesta de vinos <strong>en</strong> sus dietas. A<br />

pesar de sus protestas, lo ayudó de bu<strong>en</strong> grado a descargar el caballo y<br />

dejar su etílica carga sobre una roca. Otra persona apareció <strong>en</strong> el claro<br />

poco después. Se trataba de una muchacha que ap<strong>en</strong>as debía haber pasado<br />

la adolesc<strong>en</strong>cia. Sus suntuosas curvas d<strong>en</strong>otaban la hermosa mujer <strong>en</strong> que<br />

41


se iba a convertir. Vestía con ricos ropajes de tonos rojizos y mant<strong>en</strong>ía una<br />

mirada retadora.<br />

Lúcer se había mant<strong>en</strong>ido oculto observando el inusual despliegue <strong>en</strong><br />

el claro. A lo sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te de la esc<strong>en</strong>a se sumaba la animosidad del<br />

bosque contra él. Aquello podía ser una trampa muy bi<strong>en</strong> elaborada, una<br />

ilusión o algo peor. Pero, al ver a la muchacha recién llegada, Lúcer<br />

decidió que participar era la mejor manera de averiguar qué se escondía<br />

detrás de aquello. Tras considerar la imprud<strong>en</strong>cia estaba cometi<strong>en</strong>do, salió<br />

de <strong>en</strong>tre las sombras y caminó hacia los reunidos.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches —saludó.<br />

Varios pares de ojos miraron, curiosos, al extranjero. Debía estar<br />

cercano a la treint<strong>en</strong>a. Era más bi<strong>en</strong> alto, de figura esbelta. Sus rasgos<br />

resultaban peculiares, delicados, pero marcados. Su larga cabellera,<br />

castaña, acompañaba al tinte mor<strong>en</strong>o de su piel, pero sus ojos, rasgados, de<br />

un int<strong>en</strong>so tono verde, eran un desafío cromático <strong>en</strong> aquel rostro. Vestía,<br />

con inocua s<strong>en</strong>cillez, ropas de viaje, incluy<strong>en</strong>do unas botas de gran<br />

calidad, y se cubría con un manto de tono oscuro, que parecía haber<br />

sufrido de int<strong>en</strong>so uso.<br />

Los que podían cruzar los caminos del bosque no eran tantos, y <strong>en</strong> la<br />

zona se conocían todos <strong>en</strong>tre sí. Aquel hombre no era de las tierras<br />

cercanas. No obstante, las miradas de sorpresa se tornaron rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong><br />

amistosas sonrisas de bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida. Rápidam<strong>en</strong>te se rompió el sil<strong>en</strong>cio que<br />

se produjo al llegar él.<br />

—Mi nombre es Eoroth —junto a él, la hermosa muchacha recién<br />

llegada lo miró de forma escrutadora. Eoroth hizo una seña hacia ella—.<br />

Ésta es Kayla, sobrina política mía.<br />

La muchacha no se inclinó <strong>en</strong> una rever<strong>en</strong>cia como exigían lo cánones<br />

de la bu<strong>en</strong>a educación, pero le dedicó una sonrisa traviesa.<br />

—Creo que me iría bi<strong>en</strong> que algui<strong>en</strong>, como vos, me ayudase a acabar<br />

con todo el vino que he traído —continuó Eoroth.<br />

—Caramba, eso puede ser una ardua tarea, pero me comprometo a<br />

colaborar <strong>en</strong> la medida de lo posible. Mi nombre es Lúcer.<br />

Eoroth dejó escapar una carcajada. Jafsemer aprovechó y avanzó hacia<br />

él con el gesto serio.<br />

—Creo que podéis permitiros el participar <strong>en</strong> todo lo que aquí se<br />

celebre, lord Lúcer —el hombre mor<strong>en</strong>o le t<strong>en</strong>dió la mano—. Soy lord<br />

Jafsemer.<br />

Lúcer frunció el ceño al mirar a Jafsemer, mi<strong>en</strong>tras éste seguía con la<br />

42


mano t<strong>en</strong>dida esperando que el extranjero se la estrechase. En ese escaso<br />

pero int<strong>en</strong>so instante, Lúcer sonrió y, l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, aceptó el saludo.<br />

—No hago ost<strong>en</strong>tación de ningún título nobiliario <strong>en</strong> estos mom<strong>en</strong>tos.<br />

Llamadme por mi nombre, simplem<strong>en</strong>te.<br />

El rostro de Jafsemer se tornó sombrío el oír el desplante del<br />

extranjero y apartó su mano con brusquedad. Saleith había permanecido<br />

apartada, observando extrañada al extranjero, hasta que se dio cu<strong>en</strong>ta de la<br />

t<strong>en</strong>sa rivalidad que estaba surgi<strong>en</strong>do de pronto <strong>en</strong>tre el recién llegado y<br />

Jafsemer. Se adelantó para acabar con la esc<strong>en</strong>a.<br />

—Hola, mi nombre es Saleith...<br />

Lúcer desvió la mirada hacia la mujer que le hablaba, dejando<br />

completam<strong>en</strong>te de lado a Jafsemer.<br />

—Es un placer...<br />

Eoroth volvió <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to con dos vasos de vino y le t<strong>en</strong>dió uno<br />

g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>te rebosante a Lúcer.<br />

Durante las sigui<strong>en</strong>tes horas el claro se convirtió <strong>en</strong> un hervidero de<br />

g<strong>en</strong>te. Las convocatorias mudas de Eoroth siempre t<strong>en</strong>ían el mismo efecto.<br />

Los que conocían ese rincón del bosque acudían sin cita previa,<br />

coincidi<strong>en</strong>do de forma natural. Nadie se preguntaba cómo escogía el<br />

bosque los que podían llegar hasta el claro y los que no, pero toda persona<br />

que consiguiese hacer el camino hasta allí era bi<strong>en</strong> recibida. Antiguos<br />

amigos y recién llegados celebraban al ritmo del latir invisible que<br />

marcaba el bosque sin que nadie lo discutiese.<br />

Entre los que llegaron esa noche allí estaban un caballero de las tierras<br />

del norte, de exquisitos modales y aspecto despistado al que nombraron<br />

Erd, ya que su nombre era imposible de pronunciar para algunos; una elfa<br />

de cortos cabellos rubios y carácter inoc<strong>en</strong>te que había surgido de algún<br />

rincón del bosque llamada Zíodel, y otro du<strong>en</strong>de atraído por la fiesta que<br />

insistía <strong>en</strong> acabar con los pellejos de vino él solo.<br />

De pronto, <strong>en</strong> mitad de la <strong>en</strong>érgica pero tranquila alegría que emanaba<br />

el lugar, una mujer a caballo irrumpió <strong>en</strong> el claro y no refr<strong>en</strong>ó su montura<br />

hasta el último mom<strong>en</strong>to. Los allí reunidos se apartaron de su camino. El<br />

caballo, nervioso, se <strong>en</strong>cabritó. Sus costados sudaban y la respiración del<br />

animal era agitada. La mujer que lo montaba saltó al suelo y lo ató a una<br />

rama. El jamelgo dejó caer la cabeza, agotado, tirando de las ri<strong>en</strong>das. La<br />

recién llegada llevaba ropas masculinas de cuero, ajustadas<br />

estratégicam<strong>en</strong>te para que su feminidad no fuese desmerecida por ellas. De<br />

su costado colgaba una espada larga y la recolocó antes de caminar hacia<br />

43


la hoguera con paso decidido.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches.<br />

—¡Ariweth, prima! ¡Qué sorpresa! Acercaos, querida, llegáis a tiempo<br />

para la pequeña fiesta.<br />

La mujer sonrió y saludó a su vez con una exquisita rever<strong>en</strong>cia a<br />

Eoroth.<br />

—Es un placer veros de nuevo, primo, hacía demasiado tiempo que no<br />

v<strong>en</strong>ía por el bosque.<br />

—¿La vida familiar os ti<strong>en</strong>e recluida?<br />

Ariweth alzó la cabeza con orgullo.<br />

—¡Por favor, sabéis que no hay muros que puedan recluirme!<br />

Ariweth paseó la mirada por la concurr<strong>en</strong>cia y se dirigió hacia una de<br />

las rocas que hacía las veces de asi<strong>en</strong>to quitándose los guantes.<br />

Lúcer la observó con det<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to, su figura <strong>en</strong> conjunto y algunos<br />

detalles con algo más de interés. T<strong>en</strong>ía la cabellera de un rubio oscuro, de<br />

media longitud, y no se había molestado <strong>en</strong> recogérsela. Se detuvo un bu<strong>en</strong><br />

mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> sus caderas y finalm<strong>en</strong>te levantó la vista hasta sus ojos<br />

negros.<br />

—¡Caramba! ¡Es un placer veros dama Ariweth!<br />

La mujer volvió la vista l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hacia él y lo escudriñó con la<br />

mirada.<br />

—Disculpadme, señor.. ¿Acaso nos conocemos?<br />

Lúcer sonrió.<br />

—No, pero ¡es un aut<strong>en</strong>tico placer veros!<br />

Ariweth permaneció unos instantes callada ante el com<strong>en</strong>tario,<br />

desconcertada. Pasada la sorpresa inicial, miró fijam<strong>en</strong>te al insol<strong>en</strong>te a los<br />

ojos, esperando intimidarlo. No lo logró. Por toda respuesta, Lúcer avanzó<br />

hacia ella con confianza.<br />

—Este claro me parece más interesante desde que vos estáis <strong>en</strong> él.<br />

La noble alzó la barbilla, no sólo por orgullo. Lúcer era más alto y se<br />

había acercado demasiado, t<strong>en</strong>ía los ojos de un extraño tono verde.<br />

—Si supieseis quién soy, señor, no osarías permitiros esas insol<strong>en</strong>cias<br />

conmigo. He matado a muchos por m<strong>en</strong>os.<br />

—¿Consideráis el halago un crim<strong>en</strong>?<br />

Lúcer pareció desconcertado por un mom<strong>en</strong>to, después sus labios se<br />

<strong>en</strong>sancharon <strong>en</strong> una gran sonrisa y soltó una carcajada. Ariweth decidió no<br />

dignarse responder a algui<strong>en</strong> tan vulgar. Dio media vuelta, airada, y se<br />

alejó. Algunos de los pres<strong>en</strong>tes rieron, nerviosos, <strong>en</strong>tre ellos Eoroth. Hasta<br />

44


ese mom<strong>en</strong>to habían permanecido callados y ret<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do la respiración. De<br />

todos eran conocidos el mal carácter de dama Ariweth y su talante<br />

belicoso. En cualquier mom<strong>en</strong>to se podía haber armado un desastre. Era<br />

habitual para la noble, <strong>en</strong> pago de una afr<strong>en</strong>ta, exigir la cabeza del<br />

vilip<strong>en</strong>diador. El problema era saber qué es lo que ella consideraba<br />

"afr<strong>en</strong>ta". Algunas de las féminas se habían ruborizado con la actuación de<br />

Lúcer. Él tomo nota m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te del detalle para aprovecharlo más tarde.<br />

La fiesta, pasado el sobresalto, empezó a crecer <strong>en</strong> int<strong>en</strong>sidad, como la<br />

resaca que arrastra la ar<strong>en</strong>a <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido contrario justo después de una ola.<br />

Las risas se sucedieron y el vino empezó a hacer efecto. Algui<strong>en</strong> sacó una<br />

flauta y algui<strong>en</strong> más un tambor. Al poco tiempo, el ritmo marcado por el<br />

tambor presidía todas las acciones del claro. Los reunidos golpeaban las<br />

jarras de madera contra algo o <strong>en</strong>trechocaban las manos. Gritos de júbilo<br />

se elevaron cuando un grupo de tres personas, con expresiones de absoluta<br />

sorpresa, <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el claro sorteando unos incómodos arbustos. Llevaban<br />

mochilas de viaje y, por su aspecto, parecían de tierras del este. Los<br />

reunidos rieron al observar sus gestos de desconcierto, pero toda apr<strong>en</strong>sión<br />

de los recién llegados pareció disolverse cuando Eoroth les dio su ración<br />

de vino y Kayla invitó a uno de ellos a bailar. Los caminos del bosque eran<br />

extraños, jamás se podía saber quién y por qué llegaba hasta donde llegaba<br />

d<strong>en</strong>tro de él.<br />

Las hadas también son criaturas extrañas. Jamás se sabe por qué hac<strong>en</strong><br />

lo que hac<strong>en</strong> y se dice de ellas que son incapaces de amar por sí mismas,<br />

que eso es una virtud de los humanos solam<strong>en</strong>te. Son como un agua vacía<br />

y limpia, reflejan lo que recib<strong>en</strong>, inclusive los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos, o bi<strong>en</strong> lo<br />

absorb<strong>en</strong> para int<strong>en</strong>tar ll<strong>en</strong>ar el vacío. Así pues, un ser del antiguo pueblo<br />

puede apr<strong>en</strong>der a amar por imitación, o más bi<strong>en</strong> a interpretar el amor a su<br />

manera, pero es realm<strong>en</strong>te extraño <strong>en</strong>contrar ese s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to por sí mismo<br />

<strong>en</strong> ellos. Así que nadie se explicaba por qué Enuara amaba de aquella<br />

manera desesperada a Jafsemer. Hubo varias teorías, <strong>en</strong>tre ellas que<br />

Enuara no era un hada realm<strong>en</strong>te y que Jafsemer, a pesar de su aire<br />

indifer<strong>en</strong>te, amaba con locura al hada, pero ninguna satisfacía por<br />

completo a nadie.<br />

La curiosidad y el cotilleo son defectos o virtudes muy humanas, así<br />

que, pronto, Enuara tuvo una corte de curiosos que pret<strong>en</strong>dían tanto<br />

averiguar la verdad como sacarla de la tristeza <strong>en</strong> la que había caído. Pero<br />

ningún esfuerzo logró arrancarle la confesión del porqué de su pesar al<br />

hada.<br />

45


Eoroth era bu<strong>en</strong> anfitrión, ya lo había demostrado <strong>en</strong> su casa, pero<br />

fuera de ella, sin las ataduras de la etiqueta social, lo era aún más. Sirvió<br />

del vino a sus invitados, inclusive a Jafsemer, que insistía <strong>en</strong> no probarlo y<br />

se las arregló para hacer que él y el hada se s<strong>en</strong>tas<strong>en</strong> cerca el uno del otro.<br />

Él también era curioso, pero no iba a admitirlo. Tal vez con el calor del<br />

vino los dos desdichados supies<strong>en</strong> el motivo de sus pesares y el amor<br />

triunfase como profetizaban los trovadores.<br />

Lúcer observaba interesado todo aquel despliegue de pesares, apoyado<br />

contra un árbol con los brazos cruzados sobre el pecho. Tal vez el hada le<br />

sirviera para sus fines, si era un espíritu puro y aún no se había<br />

contaminado demasiado de humanidad. Entrecerró los ojos y contempló el<br />

aura que despr<strong>en</strong>día el du<strong>en</strong>de. Una luz plateada formada por miles de<br />

hebras bailó alrededor de la figura de Enuara a ojos de Lúcer. No se había<br />

equivocado, ella le serviría.<br />

Enuara se volvió despacio y contempló a Lúcer, inexpresiva. Sus ojos<br />

violetas parecieron querer beberse su imag<strong>en</strong>. Él no apartó la mirada. Los<br />

ojos de ella se <strong>en</strong>sombrecieron cuando afloró el miedo <strong>en</strong> ellos. Lúcer le<br />

dio un sorbo a su bebida y le dedicó una sonrisa maliciosa al hadita, que se<br />

<strong>en</strong>cogió <strong>en</strong> su asi<strong>en</strong>to. Necesitaba hablar con ella, pero a solas, no podría<br />

mi<strong>en</strong>tras estuviese cerca de algui<strong>en</strong>. Ya se pres<strong>en</strong>taría la ocasión. Como si<br />

le hubiese leído el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, Jafsemer se levantó de su asi<strong>en</strong>to junto a<br />

Enuara y se retiró tras despedirse secam<strong>en</strong>te. Lúcer apuró el vino de su<br />

vaso y se acercó sin prisas a la solitaria Enuara.<br />

La fiesta había seguido marcada por cantos de un ac<strong>en</strong>tuado tono<br />

erótico y satírico, inspirados claram<strong>en</strong>te por el vino. En ese mom<strong>en</strong>to, los<br />

tres viajeros despistados int<strong>en</strong>taban cantar a tres voces y solo lograban un<br />

extraño aullido gutural conjunto, para el deleite de sus espectadores.<br />

Enuara observaba la esc<strong>en</strong>a planteándose, por primera vez <strong>en</strong> mucho<br />

tiempo, si debía int<strong>en</strong>tar reír de alguna manera a pesar de que su<br />

s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to no estaba <strong>en</strong> concordancia con el del resto de la concurr<strong>en</strong>cia y<br />

no se dio cu<strong>en</strong>ta de que Lúcer se había acercado a ella hasta que habló.<br />

—¿Estás ll<strong>en</strong>a de tristeza, Enuara?<br />

Ella no pudo evitar dar un respigo e incluso que se le escapase un<br />

pequeño grito. Se volvió casi <strong>en</strong> un salto, mirando con ojos espantados tras<br />

ella. Lúcer dejó escapar una suave carcajada ante su reacción.<br />

—¿Por qué preguntáis eso?<br />

—Porque llevo observándote un rato y veo que interpretas la tristeza<br />

<strong>en</strong> cada uno de tus gestos. ¿Quién te ha regalado ese s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to?<br />

46


Enuara int<strong>en</strong>tó negar con la cabeza y se puso <strong>en</strong> pie para alejarse.<br />

Lúcer avanzó hacia ella y sonrió divertido.<br />

—Te regalaron el miedo también, por lo que veo.<br />

Enuara sabía que debía alejarse de él. Pero el temor le impidió<br />

moverse del sitio. Quería dar media vuelta, correr, pero no se atrevía a<br />

darle la espalda, prefirió seguir t<strong>en</strong>iéndolo a la vista. Retrocedió<br />

caminando hacia atrás. Él pareció of<strong>en</strong>dido.<br />

—Me resulta bastante irritante que reacciones así ante mí cuando aún<br />

no he hecho nada para provocarlo.<br />

Lúcer siguió avanzando hacia ella y, una vez más, las palabras de<br />

Enuara fueron saboteadas por sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos. Int<strong>en</strong>tó decir algo que<br />

sonase convinc<strong>en</strong>te <strong>en</strong> parámetros humanos, o una palabra que lo hiciese<br />

retroceder por el poder de su pueblo, pero no logró ni lo uno ni lo otro. Su<br />

voz tembló demasiado. Lúcer sonrió sarcásticam<strong>en</strong>te, como si no creyese<br />

lo que estaba pres<strong>en</strong>ciando.<br />

—Una palabra, es lo único que necesitas. Vamos... —susurró.<br />

La espalda de Enuara topó contra el tronco de un roble y,<br />

contrariam<strong>en</strong>te a lo que hubiese sido natural <strong>en</strong> ella, no se hundió <strong>en</strong> él.<br />

Para su propia sorpresa, estaba interpretando el papel de una dama<br />

asustada y era incapaz de hacer otra cosa.<br />

—Dejad de observarme, señor.<br />

—¿Por qué?<br />

—No me gusta que veáis lo que hay <strong>en</strong> mí.<br />

Lúcer sonrió al hada casi con amabilidad.<br />

—Me preguntaba cómo era posible que una criatura tan clara como tú<br />

amase a una sabandija como Jafsemer. Ahora <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do lo que ha sucedido.<br />

Enuara supo a qué s<strong>en</strong>sación se referían los humanos con "el corazón<br />

me dio un vuelco" cuando Lúcer pasó las manos cerca de su cara para<br />

apoyarlas <strong>en</strong> el tronco del árbol, junto a sus mejillas. Le hubiese ofrecido<br />

algo a cambio de ese nuevo conocimi<strong>en</strong>to, pero, <strong>en</strong> lugar de ello, cerró con<br />

fuerza los ojos. Oyó su risa, parecía divertido. Enuara no se atrevía a<br />

moverse por no rozarlo, le aterraba incluso la idea de tocarlo. Lo oyó<br />

hablar casi <strong>en</strong> un susurro, pero le <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió muy claram<strong>en</strong>te, a pesar de las<br />

risas y la música. Debía de t<strong>en</strong>er el rostro muy cerca de ella.<br />

—Necesitaría de tu ayuda, Enuara, pero para eso me haría falta que no<br />

huyeses de mí y me escuchases.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, el rescatador de la historia de toda dama<br />

atemorizada hizo al fin acto de pres<strong>en</strong>cia.<br />

47


—¿Os está molestando este rufián, señora?<br />

Enuara se atrevió a abrir los ojos y vio la silueta de Eoroth tras el<br />

hombro de Lúcer. T<strong>en</strong>ía las mejillas sonrosadas y un aire ligero, el vino le<br />

había hecho efecto. Ella asintió con la cabeza. Eoroth caminó hasta él.<br />

—Lúcer, os rogaría que dejaseis <strong>en</strong> paz a la dama. Hoy es noche de<br />

celebración y no deberíamos <strong>en</strong>turbiarla.<br />

—Sólo int<strong>en</strong>to hablar con ella, si me escuchase dejaría de perseguirla<br />

—se detuvo un instante <strong>en</strong> el que meditó, mirando a Enuara fijam<strong>en</strong>te—.<br />

Pero t<strong>en</strong>éis razón, hoy es noche de celebración y no deberíamos<br />

preocuparnos por nada.<br />

Al decir esto, Lúcer clavó <strong>en</strong> ella sus ojos verdes, sonriéndole.<br />

—Diviértete, ya hablaremos mañana.<br />

Y sin más se apartó de ella. Llegado este punto, Enuara notó que su<br />

piernas decidían plegarse, aj<strong>en</strong>as a su voluntad. Se dejó deslizar por el<br />

tronco del árbol hasta quedarse s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> el suelo. Eoroth se acercó hasta<br />

ella y le t<strong>en</strong>dió un vaso de vino.<br />

—Os reconfortará. Además, como ya he dicho, hoy es noche de<br />

celebración y deberíais alegraros.<br />

Ella cogió el vaso con manos temblorosas y murmuró unas palabras<br />

corteses. Eoroth la miró con aire compr<strong>en</strong>sivo.<br />

—De todas maneras, si no queréis que os vuelvan a molestar,<br />

deberíais estar con los demás. No es bu<strong>en</strong>o para una dama estar sola.<br />

Enuara miró el vaso de vino incómoda. Debía <strong>en</strong>tregar alegría a<br />

cambio, era lo que Eoroth exigía, y no iba a poder cumplir esa parte del<br />

pacto.<br />

—Preferiría estar sola, señor Eoroth.<br />

El caballero asintió y se alejó de ella. Aún no había perdido el s<strong>en</strong>tido<br />

lo sufici<strong>en</strong>te como para desoír las palabras de un hada.<br />

Enuara se quedó s<strong>en</strong>tada, observando el vino d<strong>en</strong>tro del vaso. No t<strong>en</strong>ía<br />

ganas de andar, de beber, de comer, ni de vivir. La carga de la exist<strong>en</strong>cia se<br />

le había hecho demasiado pesada. Levantó la vista y buscó con la mirada a<br />

Lúcer. Lo vio <strong>en</strong>tre los celebrantes. Bailaba, jugaba o ambas cosas con una<br />

elfa rubia de cabellos cortos, muy bonita. Ella se había <strong>en</strong>redado <strong>en</strong> su<br />

capa oscura <strong>en</strong>tre risas nerviosas y él no parecía molesto. Jafsemer no<br />

estaba allí. Una vez más, se había marchado, probablem<strong>en</strong>te, durante su<br />

breve forcejeo con Lúcer. Debía de estar junto al lago con sus propios<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, como era costumbre <strong>en</strong> él.<br />

Poco a poco, los que celebraban se fueron retirando. Otros no habían<br />

48


podido marcharse antes de que la borrachera los tirase al suelo. Eoroth<br />

roncaba, apoyado contra una roca, cuando el amanecer se acercaba. Lúcer<br />

había desaparecido hacia el final de la velada con la elfa rubia y Enuara<br />

intuyó que debían de estar celebrando su propia fiesta privada. El hada<br />

permaneció allí, observando la esc<strong>en</strong>a hasta que ya no quedó nadie. El<br />

cielo fue tomando un tinte rosado y, cuando el sol lanzó sus rayos sobre la<br />

copa de los árboles, Enuara aún permanecía s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> la verti<strong>en</strong>te física<br />

de su mundo, sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> sus manos el vaso de vino que le había dado<br />

Eoroth con su cont<strong>en</strong>ido intacto, absorta <strong>en</strong> su propio dolor. Había<br />

int<strong>en</strong>tado llorar, como los humanos hacían para aliviar su p<strong>en</strong>a, pero no lo<br />

había logrado.<br />

8 — Zíodel<br />

El sol avanzó por el pequeño claro hasta que topó con los pies<br />

desnudos de Zíodel, que sobresalían de la capa con la que se cubría. La luz<br />

trepó por sus pantorrillas, contorneando su silueta, y se deslizó por las<br />

caderas. El leve cambio de temperatura <strong>en</strong> algunas zonas de la piel la hizo<br />

tomar conci<strong>en</strong>cia de su postura. Apoyaba la cabeza <strong>en</strong> el hueco del hombro<br />

de otra persona.<br />

Deslizó los dedos sobre el pecho de su pareja para volver a s<strong>en</strong>tir la<br />

suavidad de su piel. Le había costado dormir, no porque no lo necesitase,<br />

sino porque no quería dejar escapar las s<strong>en</strong>saciones <strong>en</strong> que se había sumido<br />

hacía ap<strong>en</strong>as unas horas. Su piel aún se deleitaba <strong>en</strong> el recuerdo de las<br />

caricias de las que había disfrutado. Su cuerpo protestaba perezosam<strong>en</strong>te<br />

ante todo movimi<strong>en</strong>to o cambio de postura que le hiciese alejarse de ello.<br />

Hacía tiempo que no se s<strong>en</strong>tía tan relajada y feliz.<br />

Se arrebujó <strong>en</strong> la capa de Lúcer y se pegó más a él. No parecía<br />

apreciar el frío, dormía tranquilo sin ap<strong>en</strong>as nada que lo cubriese. Por<br />

suerte las noches ya no eran tan gélidas, pero no como para pasarlas a la<br />

intemperie. Un calor extraño parecía haberlos arropado, y prefirió no<br />

preguntarse cuál era su orig<strong>en</strong>. De todas maneras había valido la p<strong>en</strong>a<br />

arriesgarse a un <strong>en</strong>friami<strong>en</strong>to. ¿De dónde había v<strong>en</strong>ido este hombre? Sus<br />

rasgos no eran muy habituales. La noche anterior había permanecido<br />

minutos <strong>en</strong>teros contemplándolo y <strong>en</strong>sayando la conversación que t<strong>en</strong>dría<br />

cuando se atreviese a acercarse a él. Lo había observado de lejos, sus<br />

movimi<strong>en</strong>tos suaves, sus gestos...<br />

De rep<strong>en</strong>te, él se había vuelto hacia ella y la había mirado. T<strong>en</strong>ía los<br />

49


ojos de un inquietante color verde, no se había fijado <strong>en</strong> aquel detalle hasta<br />

el mom<strong>en</strong>to. Entonces él le dedicó un guiño al acercarse a ella y todo lo<br />

que había estado <strong>en</strong>sayando se desmoronó. La elfa <strong>en</strong>rojeció hasta el<br />

extremo de sus puntiagudas orejas. Hubiese querido desaparecer bajo<br />

tierra, pero Lúcer no se lo permitió. La cogió de la cintura, invitándola a<br />

bailar. Los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de Zíodel se debatieron <strong>en</strong>tre la alegría por su<br />

bu<strong>en</strong>a suerte y la vergü<strong>en</strong>za por la poca soltura que t<strong>en</strong>ía bailando. De<br />

todas maneras, a él parecía no importarle, reía y tropezaba como cualquier<br />

otro. Más tarde, mi<strong>en</strong>tras descansaban acabando lo que quedaba de vino, él<br />

se había acercado a ella y le había deslizado los labios suavem<strong>en</strong>te por la<br />

oreja. No hizo falta decir nada más. Zíodel rió al recordar cierto mom<strong>en</strong>to<br />

especialm<strong>en</strong>te erótico.<br />

—¿De que te ríes?<br />

Su voz grave y suave la sorpr<strong>en</strong>dió. Zíodel deslizó la mano hasta su<br />

hombro para abrazarlo más si era posible.<br />

—Creía que dormías.<br />

—No necesito dormir mucho.<br />

—Es una suerte. Entonces, ¿qué hacías tan quieto?<br />

—P<strong>en</strong>saba..<br />

—¿En qué p<strong>en</strong>sabas?<br />

—T<strong>en</strong>go algunos asuntos p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes que debo at<strong>en</strong>der.<br />

—¿Qué asuntos?<br />

Lúcer se rió suavem<strong>en</strong>te.<br />

—Eres muy curiosa elfita, y aún no has respondido a mi pregunta.<br />

—Es cierto, pero me resulta vergonzoso decir lo que p<strong>en</strong>saba.<br />

Lúcer sonrió a su vez.<br />

—Entonces supondré de qué se trataba.<br />

Él abrió los ojos y se movió con pereza. Zíodel se dio cu<strong>en</strong>ta <strong>en</strong>tonces<br />

de que el brazo que mant<strong>en</strong>ía bajo el cuerpo se le había dormido.<br />

Aprovechó el cambio de postura para des<strong>en</strong>tumecerlo, se apoyó <strong>en</strong> el<br />

pecho de él y lo miró a los ojos.<br />

—Sabes... Cuando te vi creí que eras un elfo. Pero el color verde <strong>en</strong><br />

los ojos no es muy habitual <strong>en</strong> los de mi raza, además, eres más alto que un<br />

elfo y no ti<strong>en</strong>es las orejas largas.<br />

Lúcer deslizó la mano por la espalda de Zíodel hasta su nuca.<br />

—Parece que me has estado observando mucho.<br />

Zíodel se ruborizó levem<strong>en</strong>te.<br />

—Desde que <strong>en</strong>tré <strong>en</strong> el claro me preguntaba quién eras y qué hacías<br />

50


aquí.<br />

—Lo mismo que vosotros, pasar el tiempo y divertirme.<br />

Zíodel se abrazó a su pecho de nuevo, con un suave suspiro de deleite.<br />

—¿Y de dónde vi<strong>en</strong>es? Muchos cre<strong>en</strong> que eres de los reinos del norte,<br />

pero a mí me da la s<strong>en</strong>sación de que esto no es así. ¿A qué te dedicas?<br />

—Si te lo dijese no me creerías.<br />

Lúcer jugueteó con los dedos <strong>en</strong>tre los cabellos de ella.<br />

—Pruébalo, dime a qué te dedicas.<br />

Zíodel lo miraba, ávida de conocimi<strong>en</strong>to.<br />

—Digamos que ahora estoy ultimando los detalles de un gran<br />

proyecto <strong>en</strong> el que llevo mucho tiempo.<br />

La respuesta no satisfizo a Zíodel, que hizo un mohín y protestó.<br />

—¿Qué tipo de proyecto?<br />

Esta vez Lúcer rió y le acarició la nuca sonri<strong>en</strong>do.<br />

—Eso es un secreto...<br />

La elfa frunció las cejas <strong>en</strong> un curioso gesto de preocupación.<br />

—Pero, ¿no habrás v<strong>en</strong>ido para hacer daño a nadie, verdad?<br />

Lúcer le sonrió con amabilidad.<br />

—Hace poco que has salido de <strong>en</strong>tre los elfos ¿no es así?<br />

Zíodel pareció desconcertada por la pregunta, pero asintió.<br />

—Quería ver mundo, además, siempre me he preguntado por qué los<br />

humanos son tan extraños...<br />

Al llegar a este punto de la conversación su voz sonó algo más tímida<br />

y Lúcer supuso por qué era.<br />

—T<strong>en</strong> cuidado, elfita, los de tu raza si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> una extraña fascinación<br />

por los humanos. Para algunos podrías ser presa fácil.<br />

—Para algunos más que para otros... —murmuró, mi<strong>en</strong>tras escondía la<br />

cara apoyando la mejilla sobre su pecho para que él no viese que había<br />

vuelto a ruborizarse. Al cabo de unos instantes volvió a levantar la vista<br />

para mirarlo a los ojos—. Pero tú aún no me has dicho de dónde eres.<br />

—Prov<strong>en</strong>go de muchos sitios.<br />

—¿Cómo es posible? ¿Tu familia viaja? Pareces jov<strong>en</strong> para ser un<br />

humano, ¿qué edad ti<strong>en</strong>es?<br />

Lúcer la empujó suavem<strong>en</strong>te para poder incorporarse.<br />

—¿No crees que preguntas demasiado?<br />

A Zíodel le pareció que había cometido alguna impertin<strong>en</strong>cia y bajó la<br />

vista.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to.<br />

51


Lúcer alcanzó sus ropas tiradas un poco más lejos.<br />

—¿Qué es lo que si<strong>en</strong>tes?<br />

—Haberte molestado<br />

Lo oyó reír.<br />

—No me has molestado, simplem<strong>en</strong>te, no me apetece mucho hablar<br />

ahora.<br />

Zíodel volvió a levantar la vista hacia aquellos maravillosos ojos<br />

verdes, se acercó despacio y lo besó. Sus besos eran inexpertos y torpes,<br />

pero <strong>en</strong> ellos ponía todo el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to que la acompañaba. Sintió cómo su<br />

corazón bailaba de alegría al notar que él la <strong>en</strong>volvía <strong>en</strong> sus brazos y<br />

respondía a la caricia. Se le erizó la piel al notar las palabras susurradas <strong>en</strong><br />

su oído <strong>en</strong>tonadas con un tono suger<strong>en</strong>te.<br />

—Podríamos quedarnos un poco más, ¿no te parece?<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, ella supo que nunca más podría sacarlo de sus<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos y se apartó suavem<strong>en</strong>te de él.<br />

—Quiero darte algo —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció muy seria.<br />

Él <strong>en</strong>arcó las cejas.<br />

—¿Qué quieres darme?<br />

La elfa se volvió y buscó <strong>en</strong>tre sus ropas hasta que extrajo de <strong>en</strong>tre las<br />

telas la vaina del arma que había portado con ella. Era una espada corta. La<br />

des<strong>en</strong>ganchó del cinturón y se la t<strong>en</strong>dió a Lúcer.<br />

—Quiero que te la quedes.<br />

Él observó el objeto y luego alzó la mirada hacia los ojos de Zíodel.<br />

—Zíodel, no ti<strong>en</strong>es por qué regalarme nada, no me debes nada.<br />

—Lo sé, pero quiero que la t<strong>en</strong>gas contigo.<br />

—No es necesario, Zíodel.<br />

—Sí, lo es. Estás <strong>en</strong> el bosque de Isthelda, no ti<strong>en</strong>es ni idea de las<br />

cosas que puedes <strong>en</strong>contrarte por aquí. Puede que llevar un arma te salve la<br />

vida.<br />

Lúcer cogió el objeto que le ofrecía y lo deslizó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te fuera de la<br />

vaina. Era una espada s<strong>en</strong>cilla, pero de bu<strong>en</strong>a manufactura, un arma<br />

práctica y equilibrada que había sido también concebida como<br />

herrami<strong>en</strong>ta. No había sido hecha a la medida de Zíodel, la empuñadura<br />

era un poco grande para las delicadas manos de la elfa.<br />

—¿Dónde <strong>en</strong>contraste este arma?<br />

—En las profundidades del bosque, junto al cadáver de un humano.<br />

—Parece ser que a él no le salvó la vida. Espero que yo sí sepa<br />

aprovecharla.<br />

52


Zíodel alzó una mirada preocupada hacia él.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to, no había p<strong>en</strong>sado que...<br />

Lúcer rió.<br />

—No te excuses, gracias por el regalo. Estoy seguro de que me<br />

resultará muy útil.<br />

Lúcer volvió a deslizar la hoja <strong>en</strong> la vaina. Zíodel observó su gesto<br />

p<strong>en</strong>sativa.<br />

—Es curioso que no llevases ninguna arma contigo.<br />

Él le guiñó un ojo.<br />

—La mayoría de peleas puedes evitarlas simplem<strong>en</strong>te hablando.<br />

9 — El pacto<br />

Enuara vio el amanecer y parte de la mañana sin variar su postura. En<br />

el claro ya sólo quedaban la hierba pisada y los rescoldos de la hoguera. El<br />

hada dirigió su mirada hacia el lago. Allí, <strong>en</strong> algún rincón, Jafsemer había<br />

pasado toda la noche contemplando sus aguas. Enuara dejó el vaso de vino<br />

que aún sost<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> sus manos, se levantó y caminó hacia allí. Llegó fr<strong>en</strong>te<br />

a la superficie cristalina y paseó la mirada por los alrededores. Jafsemer no<br />

estaba allí. El abatimi<strong>en</strong>to la apresó y se dejó caer al suelo. Ahora ya no<br />

sabía dónde ir. Permanecería allí hasta que él regresase.<br />

El sol subió por el cielo y luego volvió a bajar. Las aguas del lago<br />

refulgieron con miles de diminutos fueguecitos anunciando el anochecer.<br />

El sol se puso y el cielo se tiñó de naranja y de azul oscuro <strong>en</strong> un<br />

impresionante y magistral difuminado. Enuara por fin decidió que era hora<br />

de variar su postura para tratar de <strong>en</strong>contrar a Jafsemer y se levantó. En su<br />

precipitación, casi chocó contra Lúcer.<br />

—Bu<strong>en</strong>as tardes, Enuara.<br />

Ella retrocedió, pero a sus espaldas estaba sólo el agua del lago y las<br />

ondinas que moraban <strong>en</strong> él eran territoriales.<br />

—Yo esperaba a otra persona.<br />

Lúcer <strong>en</strong>arcó una ceja.<br />

—¿A Jafsemer?<br />

Enuara miró nerviosa los alrededores, tal vez él aparecería y la<br />

ayudaría. Pero no se veía a nadie.<br />

—Te dije que hoy hablaría contigo.<br />

No era una pregunta, era una afirmación. Enuara asintió y notó un<br />

sudor frío al recordar los sucesos de la noche anterior. Se fijó <strong>en</strong> cada uno<br />

53


de los movimi<strong>en</strong>tos de él, esperando cualquier gesto hostil para gritar<br />

"socorro" aterrada. Pero él no hizo nada y siguió hablando.<br />

—Dime, ¿has pasado todo el día aquí esperando?<br />

Enuara no quería contestar ni hablar con Lúcer, pero prefirió no<br />

instarlo a obligarla a responder.<br />

—Sí, he estado aquí.<br />

—¿Y la persona que esperabas ha v<strong>en</strong>ido?<br />

Enuara negó con la cabeza<br />

—¿Y esperas que v<strong>en</strong>ga alguna vez por ti?<br />

Enuara notó cómo se le hacía un nudo <strong>en</strong> la garganta, no quería<br />

responder porque sabía la respuesta.<br />

—¿Y qué vas a hacer, Enuara?<br />

Int<strong>en</strong>tó responder pero la voz no quiso salir por sus labios. Lúcer<br />

sonrió.<br />

—Yo no me tomaría tan a pecho algo así, pero sé que tú no puedes<br />

hacer otra cosa. Mira —añadió señalando hacia el s<strong>en</strong>dero—, por ahí vi<strong>en</strong>e<br />

tu amado contemplador de carpas.<br />

Lúcer se alejó de ella hacia el claro, dejándola con sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.<br />

Jafsemer caminaba hacia donde ella estaba, absorto <strong>en</strong> sus ideas como<br />

siempre. Enuara se alisó las ropas y se echó el pelo hacia atrás para<br />

acomodarlos a los cánones estéticos humanos. Al m<strong>en</strong>os la vería con bu<strong>en</strong><br />

aspecto aunque no fuese más que una ilusión.<br />

Pero a medida que Jafsemer caminaba hacia ella, un terror insuperable<br />

la ll<strong>en</strong>ó. La iba a rechazar, lo sabía, la apartaría como qui<strong>en</strong> aparta una<br />

piedra de su camino. Cuando Jafsemer estaba a punto de doblar el recodo y<br />

topar con ella, el hada se ocultó a su mirada. Abandonó la imag<strong>en</strong><br />

mundana que vestía y solo mostró la del espíritu que la moraba. Jafsemer<br />

pasó al lado de un esbelto arbolito, sin mirarlo y sin darse cu<strong>en</strong>ta de que<br />

varias de sus hojas parecían llorar.<br />

Enuara, desde su cuerpo arbóreo, lo miró alejarse y ya no pudo<br />

evitarlo. La garganta se le cerraba como si no quisiese dejar pasar el aire y<br />

el pecho empezó a dolerle por d<strong>en</strong>tro. Quería desaparecer, irse, no haber<br />

existido jamás, hundirse <strong>en</strong> la tierra y ser olvidada por todos, por sí misma.<br />

Cerró los ojos con fuerza y notó cómo una lágrima caía por su mejilla. Era<br />

la primera vez que el hada conocía sus propias lágrimas. Cuando Jafsemer<br />

hubo pasado de largo, recuperó su aspecto mundano y echó a correr <strong>en</strong>tre<br />

los árboles. Las ramas y las zarzas le arañaron los brazos. Finalm<strong>en</strong>te, se<br />

detuvo respirando con dificultad.<br />

54


—Tanto dolor que no querrías haber existido... ¿Verdad?<br />

Enuara sabía a quién pert<strong>en</strong>ecían aquella voz y aquel com<strong>en</strong>tario. Se<br />

volvió, pero no se molestó <strong>en</strong> alzar la vista.<br />

Lúcer caminó <strong>en</strong>tre las ramas mirándola despreocupadam<strong>en</strong>te.<br />

—Los humanos son despreciados por ser considerados débiles, pocas<br />

razas conoc<strong>en</strong> la fuerza y dolor que se pued<strong>en</strong> sacar de una pasión. Es más<br />

difícil convivir con ello de lo que los hijos del <strong>en</strong>sueño creéis.<br />

Enuara alzó la vista hacia él.<br />

—¿Por qué?<br />

Lúcer caminó hacia ella hasta quedar muy cerca.<br />

—Porque amas a un humano que si<strong>en</strong>te dolor y culpa. Has hecho su<br />

culpa tuya y él lo ha permitido, si<strong>en</strong>do pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te consci<strong>en</strong>te —Lúcer le<br />

sonrió, sarcástico—. Vosotros, los seres faéricos, las hadas, no creáis, sólo<br />

os alim<strong>en</strong>táis de lo que las almas os dan. No podrás deshacerte del lazo que<br />

ti<strong>en</strong>es con él, deberás soportarlo. Y ese lazo te ha anclado al Plano<br />

Mundano.<br />

Enuara rebuscó <strong>en</strong> su conocimi<strong>en</strong>to una alternativa, pero supo que lo<br />

que él le decía era cierto, no podría librarse de aquello. Era un dolor grave,<br />

como un grito <strong>en</strong> la oscuridad.<br />

—Quiero irme, quiero volver a ser yo...<br />

Lúcer pasó los dedos por las mejillas del hada barri<strong>en</strong>do las lágrimas.<br />

Enuara sintió el deseo lejano de echar a correr, pero ya le daba todo igual.<br />

Desaparecer, no volver a s<strong>en</strong>tir nada, eso necesitaba. Lúcer ya no le<br />

parecía tan am<strong>en</strong>azante, nada que pudiese hacerle sería más terrible que lo<br />

que le estaba ocurri<strong>en</strong>do. Tal vez t<strong>en</strong>ía suerte y la hacía dormir para<br />

siempre. Tal vez podría regresar de nuevo al <strong>en</strong>sueño, al mundo del que<br />

prov<strong>en</strong>ía. Puede que él lograse romper el nudo que la ataba al mundo<br />

humano y físico.<br />

—Sé lo que es el dolor y sé que yo voy a t<strong>en</strong>er que esperar mucho más<br />

que tú para t<strong>en</strong>er el consuelo que te ofrezco.<br />

Enuara no pudo evitar una punzada de miedo al oírlo, sabía a lo que se<br />

refería.<br />

—¿Me estás ofreci<strong>en</strong>do la muerte?<br />

—Sí. Como camino hasta el <strong>en</strong>sueño, hasta el Muro de los Sueños.<br />

Puedes ir hasta él si dejas atrás tu exist<strong>en</strong>cia mortal.<br />

El hada alzó los ojos hacia él.<br />

—¿Quién eres?<br />

Lúcer sonrió, pero no respondió. "Lúcer..." el nombre se repitió <strong>en</strong> el<br />

55


espíritu del du<strong>en</strong>de hasta despertar un recuerdo dormido... Enuara abrió los<br />

ojos desmesuradam<strong>en</strong>te por la sorpresa. ¡No podía ser el mismo! Le daba<br />

vueltas al nombre mi<strong>en</strong>tras observaba cada mínimo detalle de su aspecto.<br />

Sus gestos eran suaves y, <strong>en</strong> cierta forma, tranquilizantes. Si era qui<strong>en</strong> ella<br />

creía, no esperaba que hubiese t<strong>en</strong>ido aquella actitud. No le parecía<br />

am<strong>en</strong>azante. Alzó los ojos hacia él.<br />

—No podré abandonar este mundo. Soy un hada. No morimos, no<br />

<strong>en</strong>vejecemos...<br />

—A m<strong>en</strong>os que se os mate —la interrumpió Lúcer.<br />

—Sí —la voz de Enuara tembló más de lo que ella hubiese deseado.<br />

—Puedo <strong>en</strong>cargarme de ese pequeño trámite.<br />

Algo se internó <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te y le mostró lo que deseaba ver. Todo<br />

s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to la abandonó por unos instantes, se sintió de nuevo como una<br />

nubecilla libre, vacía y ligera. Cerró los ojos y se deleitó <strong>en</strong> aquella<br />

s<strong>en</strong>sación. Casi al instante, los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos volvieron como una riada a<br />

inundarla y ahogarla.<br />

—¿Qué v<strong>en</strong>tajas sacas de todo ésto? ¿Si quieres matarme, por qué no<br />

lo has hecho directam<strong>en</strong>te? ¿Por qué me pones sobre aviso?<br />

Lúcer permaneció <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio unos instantes.<br />

—No quiero matarte, que vivas o que mueras me resulta indifer<strong>en</strong>te,<br />

pero con tu muerte puedo ayudar a algui<strong>en</strong>.<br />

—¿Cómo podría ayudarle? ¿Que ti<strong>en</strong>e que ver mi muerte con eso?<br />

—Hay algui<strong>en</strong> atrapado <strong>en</strong> el <strong>en</strong>sueño, al igual que tú lo estás <strong>en</strong> el<br />

Plano Mortal. Tu espíritu abrirá una puerta hacia el Muro de los Sueños al<br />

atravesarlo, y yo estaré preparado para mostrarle el camino a mi protegido<br />

hasta aquí.<br />

—¿Es un amigo tuyo?<br />

La voz de Lúcer fue un susurro.<br />

—Es algui<strong>en</strong> que desea regresar a casa igual que tú.<br />

Enuara le dio la espalda y contempló las hojas reflexionando.<br />

—¿Si me das muerte t<strong>en</strong>dré el olvido? ¿Dormiré para soñar y no<br />

despertar?<br />

—Sí.<br />

—Pero... ¿Dolerá?<br />

Oyó a Lúcer reír tras ella.<br />

—Te has aproximado demasiado a la humanidad. Te has contaminado<br />

tanto con sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos que ya ti<strong>en</strong>es p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos humanos. De otra<br />

manera, jamás me habrías hecho esa pregunta —de pronto su voz tomó un<br />

56


tono regio—. Las exquisiteces de la tortura son algo que nunca he llegado<br />

a apreciar, Enuara, pero puedo hacerte sufrir si es lo que deseas.<br />

Ella se estremeció de espaldas a él.<br />

—No deseo sufrir más.<br />

—Entonces, te doy mi palabra de que no t<strong>en</strong>drás un final doloroso <strong>en</strong><br />

mis manos.<br />

Ella suspiró ruidosam<strong>en</strong>te.<br />

—Si vas a procurarme mi muerte, he de ofrecerte algo a cambio.<br />

Lúcer asintió.<br />

—Había olvidado, por un mom<strong>en</strong>to, que las hadas ni regalais ni<br />

aceptais regalos.<br />

La voz de Enuara lo atajó.<br />

—Mi muerte ha de ser legítima. ¿Qué deseas a cambio?<br />

Cualquier don de un hada podía volverse <strong>en</strong> contra de su receptor,<br />

podía convertirse <strong>en</strong> la sigui<strong>en</strong>te línea <strong>en</strong> su historia, y <strong>en</strong> aquel lugar,<br />

donde ellas reinaban, no era prud<strong>en</strong>te aceptar nada de ellas. Pero a Lúcer<br />

no le quedaba más remedio.<br />

—Este podría ser el pacto: tu espíritu viajará hasta el Muro de los<br />

Sueños mañana por la noche. A cambio, tú me narrarás tu historia.<br />

Enuara asintió de espaldas a Lúcer y no le tembló la voz cuando dijo<br />

"Trato hecho". Se volvió y de nuevo sus ojos parecían llorosos. Casi<br />

parecía humana con aquel derramami<strong>en</strong>to de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos, manaban de<br />

ella como de una fu<strong>en</strong>te.<br />

—Cuídala, porque es la historia que me ha hecho ser única, es la<br />

historia que me ha dado un nombre.<br />

Enuara caminó hacia él y abandonó su vestido mortal para adoptar su<br />

aspecto verdadero. Como muchas de sus hermanas, no poseía un cuerpo<br />

estable. Las hebras que la formaban <strong>en</strong>tretejían la forma de un arbolito<br />

plateado y la de una muchacha, a veces simultáneam<strong>en</strong>te. El susurro de su<br />

voz pareció el vi<strong>en</strong>to, el aire que se filtra <strong>en</strong>tre las ramas.<br />

Lúcer escuchó sus palabras sin interrumpirla. Cuando concluyó y se<br />

alejó de él, asintió.<br />

—Recordaré tu historia —dijo.<br />

Enuara volvió a materializarse <strong>en</strong> la forma de una bonita muchacha de<br />

ojos violáceos.<br />

—Ahora me debes un viaje al Muro de los Sueños.<br />

Lúcer le sonrió, de súbito, y puso una mano sobre su hombro <strong>en</strong> un<br />

gesto conciliador.<br />

57


—Ya que te queda tan poco tiempo de estancia <strong>en</strong> el Plano Mortal,<br />

int<strong>en</strong>ta disfrutarlo.<br />

Y, sin más, echó a caminar y la dejó atrás. Enuara oyó sus pisadas<br />

alejándose, y luego sólo el susurro del vi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> los árboles. Entonces su<br />

exist<strong>en</strong>cia mortal la abrumó de nuevo y agradeció saber que le quedaba tan<br />

poco tiempo de padecimi<strong>en</strong>to.<br />

Enuara volvió la mirada hacia el lago. Allí, <strong>en</strong> algún lugar, Jafsemer<br />

debía estar contemplando el agua. Algo debía estar buscando <strong>en</strong> ella, algo<br />

que había perdido. El hada echó a caminar hacia allí. Lo <strong>en</strong>contró casi de<br />

inmediato. Estaba s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> una roca con las piernas cruzadas. Miraba la<br />

superficie y las ondas que hacían las carpas <strong>en</strong> ella. Enuara se acercó, sin<br />

hacer ruido, y se s<strong>en</strong>tó a su lado. Jafsemer la miró con un gesto obvio de<br />

fastidio y el du<strong>en</strong>de se limitó a buscar a su vez <strong>en</strong> el agua. Al ver que ella<br />

no int<strong>en</strong>taba hablar ni hacer nada, la aceptó y volvió a ignorarla.<br />

Permanecieron ambos inmutables, el uno al lado del otro mi<strong>en</strong>tras las<br />

estrellas iban ll<strong>en</strong>ando el cielo. Cuando la noche ya era completa, él habló.<br />

A Enuara le sorpr<strong>en</strong>dió oír su voz dirigiéndose voluntariam<strong>en</strong>te a ella.<br />

—Perdí mis tierras, mi hogar...<br />

Enuara no se movió para no romper el mom<strong>en</strong>to, sólo escuchó lo que<br />

él quería decirle.<br />

—... y jamás los recuperaré.<br />

Enuara asintió levem<strong>en</strong>te.<br />

—Sé lo que si<strong>en</strong>tes.<br />

Jafsemer no volvió a hablar.<br />

Bi<strong>en</strong> avanzada la noche, se levantó y, sin dirigirle una palabra al hada,<br />

se marchó. Ella permaneció allí, s<strong>en</strong>tada, mirando las aguas del lago sin<br />

compr<strong>en</strong>der absolutam<strong>en</strong>te nada del extraño mundo humano <strong>en</strong> que se<br />

había sumido como una incauta. Por suerte, sólo le quedaban dos días de<br />

sufrimi<strong>en</strong>to y luego partiría, al fin.<br />

10 — La muerte de Enuara<br />

Durante dos días y una noche, el claro permaneció desierto. Era otra<br />

de las consecu<strong>en</strong>cias de las juergas promovidas por Eoroth. Las resacas<br />

eran frecu<strong>en</strong>tes tras ellas. Bi<strong>en</strong> <strong>en</strong>trada la tarde del segundo día, volvió a<br />

verse pres<strong>en</strong>cia humana junto al lago.<br />

La jov<strong>en</strong> se ad<strong>en</strong>tró hasta el círculo de la hoguera con paso seguro. Su<br />

cabellera negra, la palidez de su rostro, su osada falda roja y el inseparable<br />

58


zurrón que siempre llevaba con ella la hacían inconfundible. Anisse había<br />

llegado al bosque temprano, el sol aún no se había puesto. Aprovechando<br />

los restos de leña de la última celebración, <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió el fuego. Se s<strong>en</strong>tó<br />

fr<strong>en</strong>te a las llamas y perdió la mirada <strong>en</strong> ellas con gesto hosco.<br />

Anisse era cocinera <strong>en</strong> el castillo, desde hacía casi dos años. Era una<br />

jov<strong>en</strong> trabajadora, de sonrisa fácil y gesto <strong>en</strong>érgico y decidido. Pero, esa<br />

noche, Anisse no lucía su mejor expresión. Algo la había empujado a<br />

acudir hasta allí y ahora la instaba a permanecer s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> ese tocón. ¿Por<br />

qué demonios se dejaba llevar de esa manera por sus malditas intuiciones?<br />

¿Por qué permitía que controlas<strong>en</strong> así su vida? Algo se avecinaba, lo podía<br />

s<strong>en</strong>tir. Una vez más, le advertían de que, esa noche, sus ojos deberían ver<br />

más allá del mundo. Cuando había indagado, <strong>en</strong> las profundidades de su<br />

don, los motivos por los que debía hacer aquello, solo unas escasas<br />

palabras habían acudido a ella.<br />

El pacto necesita testigos...<br />

No t<strong>en</strong>ía ni idea de qué significaban, pero eran el motivo por el que<br />

ella estaba allí: ella era uno de los testigos. ¿Testigos de qué? Hubo un<br />

rumor de pasos a su espalda y Anisse se volvió despacio, sin sobresaltarse.<br />

El recién llegado era Eoroth. Se detuvo a pocos pasos de distancia de ella,<br />

sorpr<strong>en</strong>dido de verla.<br />

El segundo testigo...<br />

—Bu<strong>en</strong>as tardes, Anisse.<br />

Ella inclinó la cabeza <strong>en</strong> un correctísimo gesto, más propio de una<br />

dama de la nobleza que de una simple cocinera.<br />

—Bu<strong>en</strong>as tardes, lord Eoroth.<br />

Él asimiló rápido la sorpresa.<br />

—No esperaba <strong>en</strong>contraros aquí.<br />

—¿Y vuestro caballo, lord Eoroth? —observó la jov<strong>en</strong>.<br />

Él resopló con fastidio y se s<strong>en</strong>tó junto a ella.<br />

—El muy truhán aún no ha regresado. Hace dos noches, durante la<br />

fiesta, desapareció. Es un animal muy listo. Siempre ha regresado <strong>en</strong><br />

cuanto ha echado de m<strong>en</strong>os la cebada. Pero no descarto que lo hayan<br />

devorado los lobos.<br />

—Espero que lo <strong>en</strong>contréis de una pieza.<br />

Eoroth la observó con extrañeza.<br />

—Me extraña veros aquí, estando como está el castillo invadido por la<br />

flor y nata de la nobleza de Isthelda.<br />

Ella se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

59


—Ya han pasado siete noches desde mi último día libre. Me<br />

corresponde éste. La reina es bastante estricta a ese respecto, dice que una<br />

persona agotada ti<strong>en</strong>de a cometer errores. Pero creo que me reserva para la<br />

c<strong>en</strong>a de mañana.<br />

—No dudo de tu fiereza, Anisse, pero esa navaja que llevas <strong>en</strong> el<br />

zurrón no basta para def<strong>en</strong>derte de según qué cosas. Además, hoy hay luna<br />

nueva y los caminos son más oscuros de lo habitual.<br />

—No os preocupéis por mi seguridad. T<strong>en</strong>go más recursos de los que<br />

creéis. De todas maneras, aquí estamos a merced del bosque. Vos mismo<br />

habéis experim<strong>en</strong>tado la manera <strong>en</strong> que guía a algunos, alejándolos del<br />

peligro, y devora a otros.<br />

Eoroth volvió la mirada hacia el fuego y la t<strong>en</strong>sión recorrió su<br />

mandíbula.<br />

—Creo que somos unos necios por desafiar al bosque de Isthelda de<br />

esta manera.<br />

—Puede que esté jugando algún tipo de danza de seducción con<br />

nosotros.<br />

Hubo un largo sil<strong>en</strong>cio <strong>en</strong>tre los dos que rompió Eoroth.<br />

—¿Mi prima ha regresado?<br />

—Aún no ha regresado. Pero no creo que debáis preocuparos por ella.<br />

Si le hubiese ocurrido algo ya lo sabríamos. El bosque la cuida.<br />

—Entonces no queda más que esperar...<br />

Eoroth soltó un sonoro suspiro. Anisse rebuscó <strong>en</strong> su zurrón y sacó<br />

unas galletas que le ofreció. Él aceptó la ofr<strong>en</strong>da. Para Anisse, estaba<br />

demostrado que los problemas parecían m<strong>en</strong>ores con la boca ll<strong>en</strong>a. Por<br />

eso, siempre llevaba un bu<strong>en</strong> surtido de comida con ella, tal vez her<strong>en</strong>cia<br />

de los días <strong>en</strong> que había pasado hambre por los caminos.<br />

La noche se había echado sobre el claro y, <strong>en</strong> la oscuridad de la luna<br />

nueva, ninguno de los dos vio acercarse al recién llegado.<br />

—¡Bu<strong>en</strong>as noches! —era Jafsemer.<br />

Eoroth se volvió <strong>en</strong> un respingo, Anisse no se dignó sobresaltarse,<br />

pero sintió que algo se <strong>en</strong>cogía d<strong>en</strong>tro de ella.<br />

Tercer testigo...<br />

A medida que el día había ido avanzando, había crecido la inquietud<br />

de Enuara. El sol bajó, l<strong>en</strong>to pero imparable, acortando su tiempo <strong>en</strong> la<br />

tierra mortal. Hasta aquel mom<strong>en</strong>to, no se había av<strong>en</strong>turado a p<strong>en</strong>sar qué<br />

sistema iba a usar Lúcer para poner fin a su vida y, ahora, varias imág<strong>en</strong>es,<br />

60


a cual más desagradable, luchaban <strong>en</strong>tre ellas por cobrar protagonismo <strong>en</strong><br />

su m<strong>en</strong>te.<br />

Los rayos rojizos del sol indicaron que el final del día había llegado.<br />

Entonces, las piernas empezaron a temblarle a riesgo de derribarla. Un<br />

vi<strong>en</strong>to frío barrió su vestido y se coló por debajo de la pr<strong>en</strong>da, <strong>en</strong>friándola<br />

rápidam<strong>en</strong>te. Enuara se abrazó a sí misma, deseando que todo aquello<br />

hubiese acabado ya. Oyó voces traídas por el vi<strong>en</strong>to y caminó<br />

hipnóticam<strong>en</strong>te hacia el claro, dejando atrás el lago y todo lo que<br />

conllevaba.<br />

Avanzó <strong>en</strong>tre los árboles y el vi<strong>en</strong>to, a su espalda, creció por<br />

mom<strong>en</strong>tos, hasta convertirse <strong>en</strong> algo molesto. Su ropa y sus cabellos<br />

revolotearon delante de ella salvajem<strong>en</strong>te. Varias ardillas la observaron<br />

desde un árbol, con gesto inquisidor. El bosque estaba despertando, y no<br />

parecía de bu<strong>en</strong> humor. Podía s<strong>en</strong>tirlo <strong>en</strong> cada fibra de su ser: el bosque<br />

estaba <strong>en</strong>fadado y la acompañaba <strong>en</strong> su caminata.<br />

De pronto, fr<strong>en</strong>te a ella, el aire pareció alabearse. Los humanos que<br />

hubies<strong>en</strong> pres<strong>en</strong>ciado el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o hubies<strong>en</strong> visto cómo se dibujaba una<br />

figura de mujer sin li<strong>en</strong>zo alguno que la sostuviese. Era delicada <strong>en</strong> sus<br />

facciones, alta y esbelta como un junco. Unos cabellos rubios y lacios, casi<br />

tan blancos como la luz, cayeron más abajo de las caderas. Los ropajes<br />

blancos que simulaban cubrirla bailaron alrededor de su figura, ondulando.<br />

Varias cu<strong>en</strong>tas de ámbar, alrededor de la cintura y el cuello, contrastaron la<br />

calidez de su tono con la palidez de la figura que adornaban. Era fácil<br />

saber por qué las hadas t<strong>en</strong>ían aquella capacidad de <strong>en</strong>canto y seducción:<br />

el modelo que lucía era como para volver loco a cualquier hombre que<br />

buscase <strong>en</strong>trever su figura a través de las transpar<strong>en</strong>cias de las telas. Nunca<br />

revelaría nada que ella no decidiese mostrar, por muy transpar<strong>en</strong>te que<br />

fuese el vestido. Era uno de los secretos mejor guardados de las hadas: sus<br />

vaporosos trajes hechos de ilusiones. Alrededor de ella, varios espíritus<br />

que la acompañaban bailaban nerviosos, fijando su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> Enuara.<br />

La hermosa sidhe le dirigió una mirada de reconocimi<strong>en</strong>to y se<br />

adelantó hacia ella mi<strong>en</strong>tras la escrutaba con unos p<strong>en</strong>etrantes ojos de tono<br />

violáceo. El sil<strong>en</strong>cio se hizo alrededor de la aparición y el vi<strong>en</strong>to tan solo<br />

agitó sus ropajes, sin osar emitir un solo silbido que <strong>en</strong>torpeciese el sonido<br />

de su voz si se decidía a alzarla. La reina de los seres faéricos del bosque<br />

de Isthelda miró a Enuara durante un eterno instante, hasta que,<br />

finalm<strong>en</strong>te, dirigió su palabra al du<strong>en</strong>de.<br />

—Enuara...<br />

61


Ella sintió que se le hacía un nudo <strong>en</strong> la garganta al oírla interpelarla.<br />

Agachó la cabeza y la vista <strong>en</strong> un gesto respetuoso de saludo. La vida<br />

pareció susp<strong>en</strong>derse a su alrededor, como si todos los espíritus del bosque<br />

al unísono aguantas<strong>en</strong> la respiración.<br />

—¿Qué has hecho, Enuara?<br />

Ella alzó la vista hacia su semejante.<br />

—Lograr que algui<strong>en</strong> me dé lo que yo no me atrevo a procurarme.<br />

—Has <strong>en</strong>furecido al bosque, Enuara, lo noto <strong>en</strong> cada rincón de mi<br />

espíritu.<br />

Enuara respiró el fuerte vi<strong>en</strong>to, ll<strong>en</strong>o de sonidos.<br />

—Hice un trato con Lúcer.<br />

Los ojos de la aparición parecieron cambiar del tono violáceo al verde<br />

mi<strong>en</strong>tras observaba reflexiva a Enuara, con una expresión <strong>en</strong> su gélido<br />

rostro imposible de clasificar. No era posible saber si se trataba de ira,<br />

temor, extrañeza o una combinación de las tres cosas.<br />

—¿Por qué ? ¿Acaso no sabes quién es?<br />

Enuara agachó la cabeza, avergonzada.<br />

—Llevo poco tiempo <strong>en</strong> el plano mundano. No sabía con seguridad<br />

cuál era la naturaleza de Lúcer, creía que podía ser uno de nosotros.<br />

—¿Qué pacto hiciste?<br />

—Voy a morir esta noche.<br />

La reina de las hadas del bosque de Isthelda levantó la mirada y<br />

pareció s<strong>en</strong>tir, u oler, algo. Volvió a bajar la vista hasta Enuara tras un<br />

instante.<br />

—Has oído las historias, Enuara, has s<strong>en</strong>tido lo que se dijo de él y, a<br />

pesar de todo, hiciste un trato con él. Sabes que, <strong>en</strong> esas condiciones, ni<br />

siquiera todo mi poder podría expulsarlo de aquí. Aún me pregunto por<br />

qué nos has puesto <strong>en</strong> peligro a todos.<br />

—El bosque le permitió llegar hasta mí —murmuró a modo de excusa<br />

y justificación<br />

Cuando Enuara levantó la cabeza, su reina ya se había marchado,<br />

fundiéndose como la luz con el bosque. Ahora estaba completam<strong>en</strong>te sola.<br />

El vi<strong>en</strong>to trajo con él un aullido am<strong>en</strong>azante.<br />

En el claro, Anisse aferraba su zurrón, luchando por mant<strong>en</strong>er el<br />

equilibrio fr<strong>en</strong>te al vi<strong>en</strong>to. Sus cabellos negros revoloteaban salvajem<strong>en</strong>te<br />

ante su cara y su falda roja se <strong>en</strong>redaba <strong>en</strong> sus piernas. Jafsemer y Eoroth<br />

habían abierto la caminata hacia la pequeña cueva de la cascada, la que<br />

siempre usaban cuando había mal tiempo, luchando contra las rachas<br />

62


<strong>en</strong>trecortadas de vi<strong>en</strong>to que los desequilibraban. Anisse apartó sus cabellos<br />

con una mano, tratando de evitar que fustigas<strong>en</strong> su rostro. Fue cuando notó<br />

que la observaban. Se volvió y clavó sus ojos <strong>en</strong> Enuara. Estaba de pie, <strong>en</strong><br />

el límite del claro, y le devolvía la mirada, ser<strong>en</strong>a y doli<strong>en</strong>te.<br />

—¡Parece que habrá torm<strong>en</strong>ta! —le gritó Anisse—. Será mejor buscar<br />

refugio.<br />

El vi<strong>en</strong>to pareció beberse sus palabras. Su voz se diluyó <strong>en</strong> el<br />

creci<strong>en</strong>te rugido. Enuara no se movió y Anisse supo que algo no iba bi<strong>en</strong>.<br />

Eoroth volvió hasta ella y tomó su brazo para instarla a avanzar. Anisse,<br />

casi caminando de espaldas, se dejó guiar. Mantuvo la mirada <strong>en</strong> el<br />

du<strong>en</strong>de, fascinada, hasta que la perdió de vista <strong>en</strong>tre los troncos de los<br />

árboles. Una figura diminuta y delgada batida por la torm<strong>en</strong>ta...<br />

Cuando los árboles los ocultaron, Enuara sintió de pronto la pres<strong>en</strong>cia<br />

de otra persona a su lado. Se volvió y allí estaba Lúcer. Sus cabellos se<br />

agitaban ante él. Volvió el rostro hacia ella y le sonrió, ofreciéndole su<br />

brazo como si la invitase a acompañarla <strong>en</strong> un paseo. Enuara lo siguió con<br />

cada fibra de su ser temblando como una hoja.<br />

La roca estaba fría, pero tal vez no tan fría como el nudo que Enuara<br />

t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> su garganta. La rugosidad de la piedra le arañó la piel <strong>en</strong> los<br />

hombros. No era una postura cómoda, y el aire helado la estaba <strong>en</strong>friando<br />

rápido. P<strong>en</strong>só <strong>en</strong> cerrar con fuerza los ojos, pero el terror no se lo permitió.<br />

Ap<strong>en</strong>as sí lograba respirar. El temblor <strong>en</strong> todos sus miembros se<br />

int<strong>en</strong>sificó cuando vio a Lúcer inclinarse sobre ella. Quería marcharse de<br />

una vez, quería dejar atrás todo, incluy<strong>en</strong>do ese mom<strong>en</strong>to, pero él no<br />

parecía apresurarse. Su rostro apareció ante su campo de visión. Estaba<br />

relajado y sonreía. Puso las manos <strong>en</strong> los costados de Enuara y los acarició<br />

mi<strong>en</strong>tras se inclinaba más.<br />

—Tanto sufrimi<strong>en</strong>to y tanto dolor... No llegaré a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derlo<br />

totalm<strong>en</strong>te nunca. ¿Qué sacáis de él vosotros?<br />

Enuara sintió que, sólo con la voz, la calmaba. Respiró<br />

profundam<strong>en</strong>te, pero no logró articular palabra. Lúcer la besó suavem<strong>en</strong>te<br />

<strong>en</strong> la mejilla.<br />

—Ni un solo mom<strong>en</strong>to de felicidad <strong>en</strong> los últimos años, ni un<br />

recuerdo feliz... —la voz era suger<strong>en</strong>te y suave—. ¿Seguro que no deseas<br />

experim<strong>en</strong>tar un bu<strong>en</strong> recuerdo de este mundo, hadita?<br />

Las manos de Lúcer habían llegado a sus hombros y le habían<br />

deslizado los tirantes del vestido. Enuara negó con la cabeza. Lúcer se<br />

63


alejó de ella con una sonrisa.<br />

—Como desees.<br />

Deslizó un dedo por la fr<strong>en</strong>te del hada y, al instante, ella notó que sus<br />

ojos se cerraban pesadam<strong>en</strong>te. Int<strong>en</strong>tó resistirse a la s<strong>en</strong>sación de hundirse<br />

<strong>en</strong> un pozo, pero las aguas negras del sueño profundo la <strong>en</strong>volvieron. Oyó<br />

a Lúcer decir algo<br />

—Te di mi palabra de que no te haría sufrir.<br />

Las nubes se cerraron sobre el bosque y el primer rayo impactó contra<br />

el suelo, haciéndolo retumbar con un crujido <strong>en</strong>sordecedor. Anisse sintió el<br />

golpe del rayo <strong>en</strong> sus <strong>en</strong>trañas, como si la hubiese alcanzado directam<strong>en</strong>te<br />

a ella, justo <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to que <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> la pequeña cueva. El aullido del<br />

vi<strong>en</strong>to se int<strong>en</strong>sificó, las ramas se agitaron y sus crujidos ll<strong>en</strong>aron el aire.<br />

El bosque <strong>en</strong>tero pareció ulular cuando el vi<strong>en</strong>to se deslizó a toda<br />

velocidad, como una inm<strong>en</strong>sa serpi<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>tre los troncos de sus árboles.<br />

Anisse, Eoroth y Jafsemer se habían refugiado rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la oquedad<br />

bajo la cascada.<br />

Desde allí, observaron el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o con creci<strong>en</strong>te inquietud. Las nubes<br />

se habían cerrado <strong>en</strong> un instante y se movían como caballos desbocados<br />

por los cielos. El sonido del vi<strong>en</strong>to no parecía natural, parecía una manada<br />

de lobos aullando. Era como si la torm<strong>en</strong>ta tuviese vida propia. Un crujido<br />

chisporroteante y un destello cegador les indicaron que el sigui<strong>en</strong>te rayo<br />

había caído demasiado cerca.<br />

Anisse dio un paso fuera de la cueva, con los ojos clavados <strong>en</strong> el<br />

f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o. Un rayo cruzó el cielo de parte a parte y, de súbito, lo pudo ver.<br />

Las nubes, de pronto, cobraron luminosidad ante sus ojos. Los colores<br />

tornasolados que las formaban ll<strong>en</strong>aron sus pupilas mi<strong>en</strong>tras s<strong>en</strong>tía la<br />

llamada. Su alma pareció rebelarse d<strong>en</strong>tro de ella y latir desbocada al ritmo<br />

del infierno que se estaba desatando. La estaba invitando a bailar bajo las<br />

nubes. Entonces percibió el aullido de la torm<strong>en</strong>ta. No era un aullido. Eran<br />

miles de voces, gruñidos y gañidos que se <strong>en</strong>trelazaban y lanzaban un grito<br />

de guerra. El sonido ll<strong>en</strong>ó su m<strong>en</strong>te, confundiéndola, y notó cómo la<br />

int<strong>en</strong>taba arrastrar. Anisse gritó, tapándose los oídos y cerrando con fuerza<br />

los ojos, int<strong>en</strong>tando aferrarse el trozo de tierra <strong>en</strong> el que estaba parada.<br />

—¡Basta! ¡Basta!<br />

Sintió que algui<strong>en</strong> le ponía las manos <strong>en</strong> los hombros y la dirigía hacia<br />

el interior de la cueva. Era Eoroth, por supuesto. El caballero nunca había<br />

visto a Anisse <strong>en</strong> aquel estado, no solía ser una jov<strong>en</strong> que se asustase con<br />

64


facilidad, y le sorpr<strong>en</strong>dió.<br />

—¿Te dan miedo las torm<strong>en</strong>tas, Anisse?<br />

La voz de Jafsemer sonó <strong>en</strong> el interior de la cueva por <strong>en</strong>cima del<br />

bramar de la torm<strong>en</strong>ta.<br />

—Hay algui<strong>en</strong> <strong>en</strong> el lago.<br />

Eoroth miró hacia allí, preocupado, forzando la vista hacia la roca<br />

solitaria del lago. Allí, una figura oscura se movía. Parecía una persona.<br />

—Deberíamos ir a buscarlo.<br />

Anisse dio un gran respingo por la impresión cuando otro rayo<br />

impactó terriblem<strong>en</strong>te cerca de la solitaria figura. El poder que había caído<br />

con ese rayo se había esparcido por la tierra, podía notarlo. Pero, qui<strong>en</strong><br />

fuese, el que había estado a punto de recibir el impacto no se movió.<br />

Anisse pudo ver la silueta d<strong>en</strong>tro de su m<strong>en</strong>te, recortada contra las luces<br />

ominosas del cielo. Irradiaba oscuridad. La jov<strong>en</strong> cerró los ojos int<strong>en</strong>tando<br />

expulsar las imág<strong>en</strong>es de ella.<br />

—¡No! ¡Salid de mi m<strong>en</strong>te!<br />

Eoroth se volvió extrañado hacia Anisse. Jafsemer observaba el<br />

exterior, interesado.<br />

—No teme a la torm<strong>en</strong>ta —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció, y sin más salió al exterior.<br />

Anisse lo vio marchar, todavía luchando por expulsar las visiones que<br />

trataban de colarse <strong>en</strong> su cabeza.<br />

—¡Jafsemer! ¿Estás loco? ¡No salgas ahí! Eoroth...<br />

Eoroth se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—No me importa arriesgar mi vida por algui<strong>en</strong> que lo merece, Anisse,<br />

pero no lo haré por dos locos.<br />

Aunque a regañadi<strong>en</strong>tes, la jov<strong>en</strong> tuvo que admitir que t<strong>en</strong>ía razón y<br />

agradeció <strong>en</strong> su fuero interno el arranque de Jafsemer. La preocupación<br />

que había s<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> ese instante había logrado cortar el <strong>en</strong>lace psíquico<br />

con la torm<strong>en</strong>ta. Anisse recogió unas piedras del suelo y se conc<strong>en</strong>tró <strong>en</strong><br />

hacerlas bailar sobre la palma de la mano mi<strong>en</strong>tras se esforzaba <strong>en</strong><br />

recordar, exactam<strong>en</strong>te, cada uno de los detalles de aquel día. Mi<strong>en</strong>tras su<br />

m<strong>en</strong>te p<strong>en</strong>sase y sus manos estuvies<strong>en</strong> ocupadas, no vería nada que no<br />

desease ver, ya lo había comprobado otras veces.<br />

Lúcer observó a Enuara sobre la roca. Era bonita a su manera, dulce,<br />

casi un desperdicio acabar con ella. Se <strong>en</strong>cogió de hombros y observó el<br />

cielo. La torm<strong>en</strong>ta rugía sobre ellos, sería como un faro a través de los<br />

planos. No podría mant<strong>en</strong>erla ahí mucho tiempo, pero sí el sufici<strong>en</strong>te. Su<br />

65


voz se alzó sobre el aullido del vi<strong>en</strong>to. Susurró un nombre y lanzó la<br />

llamada.<br />

—Señores de la magia, ¡os desafío!<br />

De rep<strong>en</strong>te, miles de rugidos surcaron el aire.<br />

En la pequeña cueva, Anisse gritó, aterrada, al s<strong>en</strong>tirlos reberverar <strong>en</strong><br />

su m<strong>en</strong>te...<br />

Las pres<strong>en</strong>cias viajaron a lomos de las corri<strong>en</strong>tes de la magia, y la ira<br />

llegó con ellas. El lago pareció vibrar cuando un nombre fue susurrado<br />

desde él por gargantas imposibles <strong>en</strong> un idioma nunca usado por el ser<br />

humano “Lúcer”. Él sonrió.<br />

—Veo que me recordáis...<br />

Las corri<strong>en</strong>tes de la magia habían sido invocadas, ahora sólo<br />

necesitaba la llave. Lúcer llevó la mano a la empuñadura de la espada que<br />

le había regalado Zíodel para des<strong>en</strong>vainarla. Parecía que sí podría darle<br />

cierta utilidad a aquella arma. En ese mom<strong>en</strong>to, una figura le llamó la<br />

at<strong>en</strong>ción. Jafsemer, a unos pasos de distancia, observaba la esc<strong>en</strong>a sin dar<br />

atisbo de emoción alguna. Lúcer le sonrió, invitador.<br />

—¿Quieres hacer los honores? Es por ti por qui<strong>en</strong> quiere morir.<br />

Jafsemer escupió <strong>en</strong> el suelo para expresar su desprecio.<br />

—Sois lo peor que ha <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> este bosque <strong>en</strong> mucho tiempo.<br />

Lúcer <strong>en</strong>arcó las cejas.<br />

—Gracias, lo tomaré por un cumplido. Pero creo que no eres digno de<br />

lanzarme tales palabras. Sólo un cobarde o una sabandija observaría esto<br />

sin int<strong>en</strong>tar det<strong>en</strong>erlo.<br />

Jafsemer frunció el ceño y caminó hacia él. Lúcer rió mi<strong>en</strong>tras, tras él,<br />

los rugidos que surgían del lago parecían tratar de <strong>en</strong>volverlo.<br />

—Parece que sólo conservaste el orgullo. Un, mal <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido, orgullo.<br />

Enuara se movió y murmuró algo. El vi<strong>en</strong>to golpeaba con furia a<br />

Jafsemer mi<strong>en</strong>tras int<strong>en</strong>taba avanzar. Algo había sido dibujado <strong>en</strong> el suelo,<br />

un círculo. Al traspasarlo, Jafsemer se dio cu<strong>en</strong>ta de que el vi<strong>en</strong>to procedía<br />

de lo alto y, desde ahí, se desparramaba furioso por todo el bosque. Ni<br />

Lúcer ni Enuara parecían afectados por él, pero Jafsemer tuvo que luchar<br />

para mant<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> pie. Enuara, de pronto, abrió los ojos y se incorporó.<br />

Miró a su alrededor con aire despistado y fijó su vista <strong>en</strong> Jafsemer. Pero<br />

Jafsemer no la observaba a ella, mant<strong>en</strong>ía la mirada fija <strong>en</strong> Lúcer mi<strong>en</strong>tras<br />

se esforzaba <strong>en</strong> mant<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> pie. Éste sonrió torvam<strong>en</strong>te.<br />

66


—Lo arrancaste de ti, todo lo que te molestaba. Te arrancaste el pesar,<br />

la tristeza, la desesperación, la vergü<strong>en</strong>za —la sonrisa de Lúcer se hizo<br />

más amplia— y el amor.Y se lo <strong>en</strong>tregaste todo a Enuara para que ella<br />

cargase con ese peso.<br />

Jafsemer t<strong>en</strong>só la mandíbula furioso.<br />

—No deberíais inmiscuiros <strong>en</strong> asuntos aj<strong>en</strong>os.<br />

—¿Por qué no?<br />

—No ti<strong>en</strong>es ningún derecho sobre ella.<br />

—Sólo el que ella me ha otorgado.<br />

—Lo reclamo para mí.<br />

Lúcer alzó la barbilla <strong>en</strong> gesto desafiante.<br />

—Te gusta que la g<strong>en</strong>te sufra por ti. Crees que hacer sufrir es signo de<br />

poder. Por eso no has liberado a Enuara de su p<strong>en</strong>a. Es el único poder que<br />

aún puedes mant<strong>en</strong>er sobre algui<strong>en</strong>, y te gusta.<br />

El gesto de Jafsemer se torció como si le hubies<strong>en</strong> golpeado. Abrió la<br />

boca dispuesto a replicar, pero ninguna palabra salió de ella. Observó a<br />

Enuara unos segundos con el desprecio pintado <strong>en</strong> la cara.<br />

—No la necesito, no es nadie.<br />

Enuara, s<strong>en</strong>tada sobre la roca a espaldas de ambos, observaba la<br />

esc<strong>en</strong>a. Ella esperaba haber despertado de nuevo <strong>en</strong> el Muro de los Sueños,<br />

<strong>en</strong> los reinos de las hadas, o no haber vuelto a despertar nunca. El gesto de<br />

desprecio de Jafsemer al mirarla le había traspasado de lado a lado. Al<br />

moverse, atontada por el hechizo, perdió el apoyo sobre las manos y<br />

resbaló de la roca. Cayó y se golpeó con fuerza, pero ignoró el dolor. Se<br />

s<strong>en</strong>tó mirando el suelo, int<strong>en</strong>tando hundir sus manos <strong>en</strong> él, hundirse <strong>en</strong>tera.<br />

No lo logró, se había vuelto demasiado parecida a los humanos.<br />

Jafsemer mantuvo la mirada de Lúcer durante unos instantes, extrajo<br />

su corta espada curva con un gesto brusco y la arrojó a los pies de su rival.<br />

Sin más, dio media vuelta y se alejó. Lúcer negó con la cabeza, divertido.<br />

—Las personas orgullosas sois tan predecibles...<br />

Recogió el arma del suelo y se acercó a Enuara por la espalda, sin<br />

ruido alguno. El hada permanecía <strong>en</strong> el suelo con la vista baja, int<strong>en</strong>tando<br />

desaparecer del mundo. Lúcer se agachó tras ella suavem<strong>en</strong>te, le tapó los<br />

ojos con la mano izquierda y, con un solo gesto, la degolló limpiam<strong>en</strong>te.<br />

La expresión de sorpresa de Enuara ap<strong>en</strong>as duró un instante, ya había<br />

transcurrido cuando Lúcer la soltó y la dejó caer. Había muerto ya al rozar<br />

con el rostro las primeras briznas de hierba. La sangre del hada era<br />

plateada y empezó a formar rápidam<strong>en</strong>te un creci<strong>en</strong>te charco a su<br />

67


alrededor.<br />

—Te prometí que no te haría sufrir, Enuara.<br />

Lúcer se puso <strong>en</strong> pie observando el hermoso líquido que alim<strong>en</strong>taba la<br />

vida del hada, brillante como la plata, pulida, escurrir por la ladera, <strong>en</strong>tre la<br />

hierba, hacia el lago. La int<strong>en</strong>sidad del aullido aum<strong>en</strong>tó y la primera gota<br />

de sangre cayó al agua. Los rugidos que surgían del lago se hicieron<br />

<strong>en</strong>sordecedores y Lúcer hizo un gesto, con la espada manchada de sangre,<br />

a la torm<strong>en</strong>ta sobre su cabeza. Ésta pareció responder a su vez con un<br />

aullido espectral y varios rayos cayeron con furia hacia el suelo. Entonces,<br />

Lúcer gritó un nombre que resonó sobre todos los demás sonidos...<br />

—¡Baraz! ¡Las puertas han sido abiertas para ti! ¡Despierta de tu<br />

sueño! ¡Enuara acepta dormir <strong>en</strong> tu lugar!<br />

El aullido de la torm<strong>en</strong>ta se hizo <strong>en</strong>sordecedor. Jafsemer cayó al suelo<br />

por la fuerza del vi<strong>en</strong>to y se cubrió con los brazos la cabeza cuando ramas<br />

de considerable tamaño empezaron a volar demasiado cerca de él. Las<br />

aguas del lago se agitaron salvajem<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> un remolino que casi<br />

asemejaba un espejo de la extraña formación nubosa <strong>en</strong> forma de embudo<br />

que se había creado <strong>en</strong> el cielo sobre él. Un gruñido pareció surgir de las<br />

aguas y, <strong>en</strong>tonces, sobre ellas, se formó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te una figura. Su aspecto<br />

onírico rápidam<strong>en</strong>te cobró solidez. Desplegó sus poderosos brazos<br />

l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te y se incorporó <strong>en</strong> todo su tamaño. Unos inm<strong>en</strong>sos cuernos<br />

coronaban la forma humanoide de la aparición. Abrió unos ojos rojos<br />

como el corazón de una hoguera y observó a Lúcer. Su voz pareció el<br />

retumbar de un tru<strong>en</strong>o, estaba ll<strong>en</strong>a de ira. Se articulaba desde el fondo de<br />

una garganta cerrada, gutural y poderosa.<br />

—¡Cuando haya recuperado mi fuerza, volveré!<br />

Era como el susurro de una s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia. Jafsemer no podía creer lo que<br />

estaba vi<strong>en</strong>do. Lúcer sonrió a la aparición y asintió.<br />

—¡Eso espero!<br />

Sin más, la figura del demonio se desvaneció <strong>en</strong> el aire. Lúcer lo<br />

observó desaparecer y volvió su at<strong>en</strong>ción al cadáver de Enuara. En esos<br />

mom<strong>en</strong>to, su forma física estaba desintegrándose rápidam<strong>en</strong>te y fluía junto<br />

con su sangre hacia el lago. Las aguas se tragaban los últimos restos del<br />

hada que había sido ella. Su espíritu había servido como ancla, guía y<br />

moneda de cambio para traer de vuelta al Plano Mortal el de Baraz.<br />

Sin más preocupación, Lúcer caminó fuera del círculo. Entonces vio a<br />

Jafsemer observándolo con todo el odio reflejado <strong>en</strong> su t<strong>en</strong>so rostro. Lúcer<br />

sonrió, se llevó el arma del caballero a los labios y lamió la sangre de<br />

68


Enuara aún cali<strong>en</strong>te sobre el metal.<br />

—¡Gracias por el préstamo! —dijo... y la arrojó a sus pies.<br />

11— La torm<strong>en</strong>ta desde el castillo<br />

La agitación <strong>en</strong> el castillo se inició <strong>en</strong> sus cuadras. Los guardias, sobre<br />

las murallas, aún no habían acabado de volverse hacia el sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te<br />

f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o meteorológico cuando los caballos <strong>en</strong>tonaron un coro de<br />

chillidos de terror y golpes. Trataban de derribar las puertas que les<br />

evitaban una instintiva carrera. El sarg<strong>en</strong>to, un hombre fornido y con<br />

muchas experi<strong>en</strong>cias aterrorizantes a sus espaldas, que solía narrar con<br />

todo lujo de detalles, parecía impresionado por el espectáculo que ofrecían<br />

los cielos.<br />

—¡Por todo lo que es sagrado! ¿Qué demonios es eso?<br />

Ségfarem observó las nubes que parecían haber surgido de la nada. Se<br />

desplegaban <strong>en</strong> una creci<strong>en</strong>te área concéntrica, estirándose sobre el cielo,<br />

cubri<strong>en</strong>do las estrellas a su paso, como si una mortaja se estuviese<br />

ext<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do sobre la tierra. Era muy fácil percatarse de que aquello no era<br />

un f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o natural y que t<strong>en</strong>ía un c<strong>en</strong>tro. Para su pesar e inquietud de su<br />

alma, resultaba obvio que ese c<strong>en</strong>tro gravitaba sobre el bosque de Isthelda.<br />

Édorel...<br />

Uno de los soldados a su lado aferró algo bajo la ropa de su camisa.<br />

Probablem<strong>en</strong>te llevaba algún amuleto de protección escondido bajo la tela.<br />

—Eso no puede ser real, estamos soñando. Las torm<strong>en</strong>tas no ti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />

esos colores.<br />

¿Colores? Ségfarem <strong>en</strong>trecerró los ojos. No había colores <strong>en</strong> una<br />

torm<strong>en</strong>ta sólo el gris que... De rep<strong>en</strong>te los percibió por el límite de la<br />

visión. La torm<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> realidad no era gris, estaba ll<strong>en</strong>a de colores que se<br />

<strong>en</strong>tremezclaban. Nubes doradas, plateadas y rojas. Cuando acabó de fijar la<br />

vista <strong>en</strong> ella, la visión había desaparecido, sustituida por el gris mortuorio<br />

de una torm<strong>en</strong>ta normal. Entonces llegó hasta ellos el vi<strong>en</strong>to y, junto con el<br />

vi<strong>en</strong>to, el aullido. Una poderosa ráfaga golpeó a los reunidos sobre la<br />

muralla y por el castillo empezaron a sonar los golpes de las<br />

contrav<strong>en</strong>tanas no aseguradas. Ségfarem aferró por la camisa al jov<strong>en</strong><br />

soldado que a su lado había estado a punto de desequilibrarse por el<br />

furioso golpe del vi<strong>en</strong>to. Lo oyó musitar una plegaria <strong>en</strong>tre di<strong>en</strong>tes y sus<br />

palabras se <strong>en</strong>tremezclaron con el grito de la torm<strong>en</strong>ta. La larga lanza de<br />

un rayo cayó <strong>en</strong>tre los árboles del bosque e hizo retumbar la tierra como si<br />

69


quisiese resquebrajarla con su sonido. La luz deslumbró el paisaje durante<br />

un instante y a la m<strong>en</strong>te de Ségfarem vino la imag<strong>en</strong> de la semielfa que era<br />

la guardiana de aquella arboleda.<br />

¡Édorel!<br />

Su primer p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to fue <strong>en</strong>sillar a Minjart y correr hacia el bosque<br />

<strong>en</strong> busca de su amada. Al volver sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos hacia su montura, los<br />

chillidos de los caballos calaron <strong>en</strong> la conci<strong>en</strong>cia de Ségfarem. Desc<strong>en</strong>dió<br />

hacia el patio rápidam<strong>en</strong>te, para ir a ayudar a Jaerd antes de que alguno de<br />

los pesados corceles de guerra que histerizaban <strong>en</strong> las cuadras le lanzase<br />

una coz. A su espalda, el aullido de la torm<strong>en</strong>ta aum<strong>en</strong>tó hasta que pudo<br />

s<strong>en</strong>tirla retumbar <strong>en</strong> su cuerpo.<br />

El interior de las cuadras parecía un infierno. Los caballos coceaban<br />

contra los cerrami<strong>en</strong>tos de sus habitáculos. Los relámpagos habían<br />

empezado a sucederse con demasiada velocidad e iluminaban el interior a<br />

intervalos. En cada uno de esos parpadeantes mom<strong>en</strong>tos, la cabeza de un<br />

caballo, con los ojos desorbitados por el terror, asomaba por <strong>en</strong>cima de las<br />

separaciones tratando de escapar. Ségfarem vio a Jaerd tratando de<br />

cont<strong>en</strong>er a Arg<strong>en</strong>t <strong>en</strong> mitad del pasillo. La, g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te mansa, yegua de<br />

la reina se <strong>en</strong>cabritó, asustada, iluminada, <strong>en</strong> una sucesión de colores<br />

dorados y azules, por los relámpagos.<br />

—¡Apártate de su paso, Jaerd!<br />

El chico obedeció la voz de mando y se lanzó a un lado. Los cascos<br />

de la yegua cayeron <strong>en</strong> el lugar donde hubiese estado él un instante antes.<br />

El animal se lanzó al galope por mitad del pasillo y Ségfarem se hizo a un<br />

lado.<br />

Minjart lanzó un suave relincho grave desde su habitáculo y miró<br />

fijam<strong>en</strong>te a Ségfarem, con los ollares y los ojos dilatados por la inquietud.<br />

Ségfarem le hizo el gesto de "quieto" y el animal permaneció inmóvil, con<br />

todos los músculos <strong>en</strong> t<strong>en</strong>sión, mi<strong>en</strong>tras él se dirigía hacia Jaerd para<br />

asegurarse de que no había sufrido daño alguno <strong>en</strong> su afán por desempeñar<br />

su trabajo.<br />

La reina había decidido esa noche tratar de descansar tras presidir los<br />

arduos tratos <strong>en</strong>tre lord Barthem y sus vecinos del oeste. Su m<strong>en</strong>te y bu<strong>en</strong><br />

hacer poco habían podido aportar a aquellos tirantes <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros. A lo largo<br />

de todo el día, algo la había estado llamando, desviando su at<strong>en</strong>ción hacia<br />

algo invisible que s<strong>en</strong>tía que la rodeaba. Había atribuido aquella extraña<br />

s<strong>en</strong>sación al cansancio y se había retirado a reposar tan pronto como había<br />

70


podido.<br />

Pero, <strong>en</strong> mitad de su sueño, sumergida <strong>en</strong> la oscuridad de su<br />

habitación, había mirado hacia el v<strong>en</strong>tanal cerrado que la separaba del<br />

paisaje que había más allá. La pared había fluctuado ante ella hasta<br />

desaparecer para mostrarle lo que deseaba ver. Las imág<strong>en</strong>es de árboles<br />

junto a un lago se sucedieron <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te, un rumor como de hojas<br />

furiosas la <strong>en</strong>volvió y, de rep<strong>en</strong>te, llegó el sonido del rayo hasta ella. Abrió<br />

los ojos, tumbada <strong>en</strong> su lecho, y <strong>en</strong>focó el techo de sus habitaciones. ¿Qué<br />

era lo que la había despertado? Había soñado que dormía y trataba de<br />

mirar hacia el bosque a través del v<strong>en</strong>tanal cerrado, pero un estru<strong>en</strong>do<br />

trem<strong>en</strong>do la había despertado. Antes de ser consci<strong>en</strong>te de lo que hacía, se<br />

puso <strong>en</strong> pie y caminó hacia los v<strong>en</strong>tanales, descalza, vestida sólo con el<br />

camisón. Algo la estaba llamando desde el otro lado.<br />

Debo ir al bosque...<br />

El p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to la sorpr<strong>en</strong>dió, pero fue tan claro como una mancha<br />

negra <strong>en</strong> una pared <strong>en</strong>calada. Cuando sus manos aferraron el picaporte,<br />

cayó el segundo rayo y la habitación se iluminó con viol<strong>en</strong>cia. Neraveith<br />

se recordó a sí misma el pánico que s<strong>en</strong>tía ante las torm<strong>en</strong>tas pero, a pesar<br />

de ello, giró el cierre y el vi<strong>en</strong>to le arrancó las hojas de madera de las<br />

manos cuando invadió la habitación <strong>en</strong> tromba. Los cabellos y el camisón<br />

de la reina volaron hacia atrás con viol<strong>en</strong>cia. Una sucesión de colores la<br />

iluminaron y ella salió a la torm<strong>en</strong>ta. Estaba c<strong>en</strong>trada sobre el bosque...<br />

Debo ir al bosque...<br />

Varios rayos más saltaron de nube <strong>en</strong> nube y, por <strong>en</strong>cima del fragor<br />

que estallaba de ellos, oyó el aullido. No era el vi<strong>en</strong>to, parecía el grito de<br />

toda una manada de lobos <strong>en</strong> pie de guerra.<br />

Necesitaré mis botas...<br />

Neraveith se disponía a volverse hacia los baúles de sus ropas cuando<br />

la puerta de la habitación se abrió y sus sirvi<strong>en</strong>tas irrumpieron <strong>en</strong> ella.<br />

—Mi señora...<br />

Lessa y Daina corrieron hacia ella.<br />

—No deberíais dormir sola <strong>en</strong> noches así, señora.<br />

—Vais a <strong>en</strong>friaros.<br />

Pusieron un manto sobre sus hombros. Neraveith se percató, <strong>en</strong>tonces,<br />

de que estaba temblando por el vi<strong>en</strong>to y se dejó arrastrar por las<br />

muchachas al interior de la habitación. Una de ellas, a sus espaldas, gritó<br />

cuando un nuevo rayo deslumbró el paisaje con una luz cegadora. Las<br />

hojas del v<strong>en</strong>tanal fueron cerradas y las cortinas echadas. Varias velas<br />

71


habían sido <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas ya <strong>en</strong> el interior pero, a pesar de que lograban<br />

amortiguar la luz que se filtraba <strong>en</strong>tre las hojas de madera con cada<br />

relámpago, el aullido seguía pres<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>volvi<strong>en</strong>do la esc<strong>en</strong>a.<br />

Debo ir al bosque... Debería estar allí...<br />

La reina fue consci<strong>en</strong>te al fin de lo pueril del p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to y lo<br />

desechó, atribuyéndolo a un sueño al que aún seguía pr<strong>en</strong>dida a pesar de<br />

haber despertado. ¡Cómo demonios se le había podido ocurrir salir a la<br />

balconada con ese tiempo! Podía haberle ocurrido algo.<br />

La muchachas, a su alrededor, rieron nerviosas ante el crujido de un<br />

nuevo rayo.<br />

La torm<strong>en</strong>ta duró varias horas. Los nobles invitados <strong>en</strong> el castillo la<br />

observaron <strong>en</strong>tre inquietos y fascinados. Pero los sirvi<strong>en</strong>tes la recibieron<br />

con temerosa apr<strong>en</strong>sión. Cada cual se aferró a sus propias supersticiones<br />

para protegerse: amuletos, rezos y otra variada parafernalia. Todos habían<br />

podido percatarse de que había surgido del bosque, y los oriundos del lugar<br />

t<strong>en</strong>ían aún muy pres<strong>en</strong>te que el último demonio conocido había sido visto<br />

allí. Los relámpagos retumbaron durante horas, acompañados por el<br />

sobr<strong>en</strong>atural aullido del vi<strong>en</strong>to, hasta que, de rep<strong>en</strong>te, la torm<strong>en</strong>ta<br />

desapareció de la misma manera que había acudido: sin anuncio previo ni<br />

dejar rastro posterior <strong>en</strong> el cielo de su pres<strong>en</strong>cia.<br />

Poco antes del amanecer, Ségfarem se puso <strong>en</strong> pie y se dirigió a las<br />

cuadras <strong>en</strong> busca de Minjart. Tras aquellas horas de locura nocturna, el<br />

cielo sobre su cabeza se veía limpio y helado. Ni una mota de brisa lo<br />

agitaba. Era como si el aire se hubiese congelado tras la locura <strong>en</strong> que se<br />

había sumido la noche anterior.<br />

Los rayos del sol despuntaron tras las montañas de Nadgak cuando<br />

Ségfarem salió del castillo. La luz del incipi<strong>en</strong>te amanecer atravesaba un<br />

cielo sin rastro alguno del f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o que lo había ll<strong>en</strong>ado la noche anterior.<br />

¿Qué demonios había sido aquello? No se había tratado de una simple<br />

torm<strong>en</strong>ta, no había sido algo... natural. Ségfarem puso a Minjart a un<br />

vigoroso trote y dirigió de inmediato su mirada hacia su destino: el bosque<br />

maldito. En sus <strong>en</strong>trañas, <strong>en</strong> algún lugar <strong>en</strong>tre sus árboles, Édorel seguía<br />

desaparecida. La voz de la semielfa volvió a la m<strong>en</strong>te de Ségfarem con una<br />

nitidez desesperante: “Nadie me <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> el bosque si yo no quiero,<br />

Ségfarem.”<br />

Édorel... Basth misericordioso... Que no le haya ocurrido nada malo.<br />

72


12— De nuevo un <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro casual...<br />

Eoroth y Anisse habían recorrido juntos el camino de regreso a la<br />

civilización. A pesar de que lo correcto hubiese sido mant<strong>en</strong>er la guardia<br />

alta, el caballero no se vio con ánimo de vigilar las sombras que los<br />

cercaron mi<strong>en</strong>tras salían de la arboleda. Anisse, por su parte, a pesar de su<br />

caminar decidido, aún no había logrado ser<strong>en</strong>ar los temblores que la<br />

recorrían. Mant<strong>en</strong>ía una mano d<strong>en</strong>tro del zurrón, donde agarraba con gesto<br />

determinado su navaja. Sabía que no la protegería de aquello que la había<br />

sumido <strong>en</strong> aquella inquietud, no era algo físico a lo que pudiese apuñalar.<br />

Lo llevaba d<strong>en</strong>tro de ella, viajaba con ella... Y sabía que, si escuchaba con<br />

at<strong>en</strong>ción, podría oír la voz que la perseguía esperando que le respondiese.<br />

Pero no iba a concederle ese placer.<br />

—Me pregunto qué habrá sido de Jafsemer —murmuró Eoroth.<br />

Anisse se <strong>en</strong>cogió de hombros sin atreverse a suponer nada.<br />

Los dos surgieron de la p<strong>en</strong>umbra de los árboles a la luz del amanecer<br />

sin problema alguno y se detuvieron dubitativos un instante, aún sumidos<br />

<strong>en</strong> el <strong>en</strong>sueño torm<strong>en</strong>toso que los había <strong>en</strong>vuelto aquella noche.<br />

—Te acompañaré hasta el castillo —dijo Eoroth.<br />

Anisse negó.<br />

—El camino hasta allí es largo, no será necesario.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, ambos <strong>en</strong>focaron al caballo gris que, a un<br />

semigalope, se dirigía hacia ellos.<br />

—¿Ségfarem? —murmuró Eoroth.<br />

—Eso parece.<br />

—¿Qué hace aquí a estas horas?<br />

—Debe de estar preocupado por Édorel.<br />

El jinete llegó hasta ellos y detuvo su montura. No hubo muestras de<br />

cortesía.<br />

—¿Qué hacéis aquí a estas horas?<br />

—Bu<strong>en</strong>os días, compañero —ironizó Eoroth—. Yo acompañaba a la<br />

dama hasta el castillo.<br />

Ségfarem dirigió una rápida mirada hacia el bosque y luego volvió sus<br />

ojos hacia ellos.<br />

—¿Habéis pasado la noche bajo la torm<strong>en</strong>ta?<br />

—No exactam<strong>en</strong>te. Sobre nuestras cabezas estaba la roca del techo de<br />

una cueva. Pero sí vimos el espectáculo desde primera fila, concretam<strong>en</strong>te,<br />

73


desde el claro. No regañes a la dama, no era prud<strong>en</strong>te recorrer el camino<br />

hasta el castillo con ese tiempo.<br />

Ségfarem observó el gesto cansado de ambos.<br />

—¿Algún herido?<br />

Eoroth negó.<br />

—No hemos <strong>en</strong>contrado ningún herido ni <strong>en</strong> el claro ni <strong>en</strong> el camino<br />

de regreso, pero sabemos que hubo algui<strong>en</strong> más <strong>en</strong> las cercanías esta<br />

noche.<br />

—¿Édorel? —preguntó de inmediato Ségfarem.<br />

Anisse negó, su voz sonó trem<strong>en</strong>dam<strong>en</strong>te cansada <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos.<br />

—Aún no ha regresado.<br />

El caballero volvió la mirada hacia el bosque y Anisse pudo s<strong>en</strong>tir<br />

cómo su voluntad se debatía <strong>en</strong>tre su deseo y su deber. Finalm<strong>en</strong>te hizo<br />

volver grupas a su caballo y le ofreció la mano a Anisse.<br />

—¿Por qué siempre os <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro cerca del bosque <strong>en</strong> vuestras noches<br />

libres, Anisse?<br />

La jov<strong>en</strong> subió a la grupa de Minjart ayudada también por Eoroth. Fue<br />

él el que contestó.<br />

—Porque allí nos solemos reunir los que no t<strong>en</strong>emos dinero para una<br />

posada. Hay hadas, amigo, y <strong>en</strong> ocasiones se dejan ver.<br />

Ségfarem no hizo ningún com<strong>en</strong>tario al respecto.<br />

—T<strong>en</strong>ed cuidado por el camino, Eoroth.<br />

Él apartó levem<strong>en</strong>te la capa para dejar <strong>en</strong>trever la espada corta que<br />

ocultaba bajo ella. Ségfarem le dedicó una última mirada al bosque, hizo a<br />

un lado sus anhelos para <strong>en</strong>carar de nuevo su deber que, de mom<strong>en</strong>to, era<br />

mant<strong>en</strong>er el ord<strong>en</strong> <strong>en</strong> el castillo y se alejó a paso rápido con Anisse<br />

firmem<strong>en</strong>te aferrada a su cintura.<br />

13 — Una c<strong>en</strong>a formal<br />

La sigui<strong>en</strong>te noche después de la torm<strong>en</strong>ta iba a ser la última que los<br />

nobles invitados pasarían <strong>en</strong>tre los muros del castillo. Era tradicional <strong>en</strong><br />

Isthelda despedir las reuniones políticas y comerciales de cada año con una<br />

gran c<strong>en</strong>a de carácter festivo. Probablem<strong>en</strong>te, la int<strong>en</strong>ción fuese olvidar las<br />

t<strong>en</strong>siones diplomáticas acumuladas. La d<strong>en</strong>sidad de nobles por metro<br />

cuadrado que padecía el castillo y sus alrededores durante esos días solía<br />

rebasar <strong>en</strong> mucho la tasa tolerada para una bu<strong>en</strong>a salud m<strong>en</strong>tal.<br />

Ségfarem y Anisse padecieron de una sobredosis de actividad durante<br />

74


aquel día. Anisse, como principal ayudante de la cocinera, no tuvo un<br />

mom<strong>en</strong>to de respiro y ello evitó que prestase at<strong>en</strong>ción a sus pequeñas<br />

locuras personales. Ségfarem, por su lado, no pudo dedicar sus<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos y preocupación a la aus<strong>en</strong>cia de Édorel. Mant<strong>en</strong>er las manías<br />

y frustraciones de los nobles lejos de los sirvi<strong>en</strong>tes y supervisar las<br />

medidas de seguridad internas del castillo le ocuparon todos sus recursos<br />

físicos y m<strong>en</strong>tales.<br />

Ambos fueron consci<strong>en</strong>tes, <strong>en</strong> varios mom<strong>en</strong>tos de aquel ajetreado<br />

día, de que deberían haber intercambiado impresiones sobre el suceso que<br />

habían contemplado la noche anterior desde dos puntos de vista tan<br />

privilegiados y alejados. Pero esa segura int<strong>en</strong>ción se deshilachó <strong>en</strong> el<br />

quehacer de lo cotidiano, <strong>en</strong> la riada de pequeños detalles urg<strong>en</strong>tes a los<br />

que at<strong>en</strong>der. La fascinación que había causado la torm<strong>en</strong>ta quedó barrida<br />

por cuestiones más apremiantes. Puede que, inconsci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, ambos<br />

agradecies<strong>en</strong> el no poder dedicar at<strong>en</strong>ción a los temores que se habían<br />

despertado <strong>en</strong> sus m<strong>en</strong>tes.<br />

Curiosam<strong>en</strong>te, ese año la celebración de la tradicional c<strong>en</strong>a <strong>en</strong> el<br />

castillo iba a coincidir con la misma noche que los habitantes del pueblo<br />

llano dedicaban a la diosa de la primavera y la vida, Anthelaith...<br />

Ese día, la reina trató de descansar algo más de lo habitual, pero no le<br />

fue posible. Su ritmo personal le hizo abrir los ojos e iniciar todo el<br />

recorrido de p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos estratégicos que su posición le requería <strong>en</strong><br />

cuanto amaneció. A pesar de ello, trató de dejarse ver lo mínimo posible.<br />

Esa noche ya t<strong>en</strong>dría ocasión para lucirse ante sus súbditos. Durante horas,<br />

repasó números y finanzas junto a Illim Astherd, para detectar posibles<br />

fallos <strong>en</strong> las recaudaciones de las arcas reales. Durante el escaso descanso<br />

que se permitió, su mirada vagó de nuevo hacia los v<strong>en</strong>tanales tras los que<br />

se percibía el bosque, a lo lejos. Aquella noche se celebraría Anthelaith,<br />

ahora que lo recordaba. Qué difer<strong>en</strong>te iba a ser la fría recepción de la corte<br />

comparada con las fiestas celebradas por los plebeyos <strong>en</strong> esa fecha y que<br />

tanto criticaban los clérigos de Basth. Mi<strong>en</strong>tras subía las escaleras rumbo a<br />

sus apos<strong>en</strong>tos, Neraveith sintió una punzada de nostalgia por su libertad<br />

perdida.<br />

Sus sirvi<strong>en</strong>tas se apresuraron alrededor suyo para magnificar la<br />

imag<strong>en</strong> de la reina. Soltaron los cierres del vestido que llevaba y limpiaron<br />

su piel con agua <strong>en</strong>jabonada. Mi<strong>en</strong>tras Lessa se dedicaba a esculpir un<br />

impactante peinado <strong>en</strong> su cabellera, le ofrecieron escoger <strong>en</strong>tre varios de<br />

75


sus vestidos que había sido preparados para la ocasión. Ella decidió que<br />

llevaría su favorito. Era de tela blanca, ribeteado con lujosos bordados <strong>en</strong><br />

oro.<br />

El sol se estaba poni<strong>en</strong>do detrás de las colinas, el paisaje empezaba a<br />

sumergirse hacia la p<strong>en</strong>umbra. Neraveith observó los tonos irisados que se<br />

reflejaban sobre los árboles del bosque hasta que el sol se hubo ocultado<br />

del todo, mi<strong>en</strong>tas sus sirvi<strong>en</strong>tas se apresuraban <strong>en</strong> perfeccionar hasta el<br />

último detalle de su figura. Pero su at<strong>en</strong>ción no lograba pr<strong>en</strong>derse de los<br />

desvelos de las muchachas. Más allá de la apretadas y confusas calles de la<br />

ciudad, más allá del ord<strong>en</strong> meticuloso de los campos de cultivo, se alzaba<br />

el bosque, verde y salvaje, negro y profundo. Deseó <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to poder<br />

transformarse <strong>en</strong> pájaro y volar hasta él, como antes de ser reina.<br />

Cuando el sol se había escondido totalm<strong>en</strong>te y <strong>en</strong> el salón ya se habían<br />

<strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido las antorchas y velas para iluminarlo, los ilustres barones<br />

empezaron a ll<strong>en</strong>ar la sala principal del castillo. Neraveith aguardó lo<br />

sufici<strong>en</strong>te como para hacerse esperar por sus invitados pero no ser<br />

considerada impuntual.<br />

Abajo, la música sonaba alegre, lejana al principio, pero a medida que<br />

se iba acercando el rumor de g<strong>en</strong>tes hablando ll<strong>en</strong>ó el aire. Los guardias<br />

abrieron las puertas ante ella y la reina <strong>en</strong>tró al salón. La mayoría de<br />

honorables súbditos de la reina se habían congregado <strong>en</strong> el castillo, así<br />

como la mayoría de hermosas y respetuosas beldades del lugar. Tanto<br />

damas como caballeros, servidumbre, bardos y todo ser vivi<strong>en</strong>te que se<br />

hallaba allí sil<strong>en</strong>ció sus palabras al <strong>en</strong>trar ella y le dirigieron una gran<br />

rever<strong>en</strong>cia. El impresionante vestido blanco y dorado que llevaba la reina<br />

realzaba su figura y parecía hacer bailar la luz a su alrededor. Ap<strong>en</strong>as<br />

portaba joyas, tan solo un fino cordón de oro <strong>en</strong> torno a su cuello y la tiara<br />

que ella solía usar para marcar su posición.<br />

Neraveith caminó hasta colocarse delante de su asi<strong>en</strong>to, barrió con<br />

una l<strong>en</strong>ta mirada a todos y cada uno de los allí reunidos. Miró sus caras,<br />

muchas cargadas de <strong>en</strong>sayadas sonrisas que tan bi<strong>en</strong> había apr<strong>en</strong>dido a<br />

difer<strong>en</strong>ciar <strong>en</strong> los últimos años de las de sincera amistad. ¿Por qué<br />

demonios se s<strong>en</strong>tía tan rematadam<strong>en</strong>te sola <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to, rodeada como<br />

estaba de g<strong>en</strong>te que sólo le profesaba at<strong>en</strong>ción a ella? Cogió la copa que<br />

t<strong>en</strong>ía delante, y que un paje se había apresurado a ll<strong>en</strong>ar de vino, y la alzó<br />

para brindar.<br />

—¡Saludos, poderosos caballeros y bellas damas! —su voz sonó<br />

rotunda <strong>en</strong> todo el salón y el resto de com<strong>en</strong>sales alzaron sus copas <strong>en</strong> su<br />

76


honor.<br />

—Saludos, reina Neraveith —replicaron al unísono.<br />

Bebieron todos, apurándolas hasta el final, tras lo cual el rumor de los<br />

ropajes rozando los escaños al s<strong>en</strong>tarse resonó como anticipo del jolgorio<br />

que presidiría el resto de la noche.<br />

La gran chim<strong>en</strong>ea crepitaba vigorosam<strong>en</strong>te. Tapices de excel<strong>en</strong>te<br />

calidad cubrían los muros para conservar el calor. La reina había escogido<br />

ese salón para uso común tanto festivo como de obligación precisam<strong>en</strong>te<br />

por la amplitud de sus dim<strong>en</strong>siones y la belleza del paisaje que se percibía<br />

desde allí. Había <strong>en</strong>sanchado las v<strong>en</strong>tanas y había ord<strong>en</strong>ado cubrirlas con<br />

vidrieras para no t<strong>en</strong>er que cerrarlas la mitad del año debido a las<br />

inclem<strong>en</strong>cias. Logró evitar así el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de agobio que le provocaban<br />

otras salas del castillo.<br />

Dec<strong>en</strong>as de velas de cera aromatizada y las antorchas que colgaban<br />

como apliques <strong>en</strong> las paredes iluminaban a los com<strong>en</strong>sales. Grandes<br />

bandejas con corderos <strong>en</strong>teros asados con miel, faisanes <strong>en</strong> escabeche,<br />

cu<strong>en</strong>cos con sopas espesas adobadas de frutas, guisantes, especias y<br />

hierbas digestivas de toda clase fueron rápidam<strong>en</strong>te llevados a la amplia<br />

mesa y ofrecidos por los sirvi<strong>en</strong>tes. Quesos, cestas repletas de frutos secos<br />

y pan ácimo completaron el m<strong>en</strong>ú. A su señal, un paje ll<strong>en</strong>ó el cu<strong>en</strong>co de la<br />

reina de sopa espesa con hierbabu<strong>en</strong>a y ella com<strong>en</strong>zó a tomarla mi<strong>en</strong>tras<br />

oía a uno de los barones invitados, lord Aldomir, coquetear con una<br />

jov<strong>en</strong>císima dama a la que no lograba situar socialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre sus<br />

conocidos. Neraveith supo <strong>en</strong>seguida dónde dormiría esa noche aquella<br />

damisela.<br />

La música sonaba alegre y <strong>en</strong>volv<strong>en</strong>te. Los bardos contaban y<br />

cantaban gestas rimadas. Los hombres comían sin medida, mostrando unos<br />

modales que distaban mucho de la exquisitez de las féminas. De todo aquel<br />

bullicio, los más sil<strong>en</strong>ciosos eran los sirvi<strong>en</strong>tes, pese a que no paraban de<br />

recorrer la sala.<br />

Neraveith volvió su mirada hacia el exterior y contempló con<br />

verdadera nostalgia el cielo nocturno y el paisaje debajo de él, cubierto por<br />

el manto de la oscuridad. Pero su deber era estar ahí, sonri<strong>en</strong>do fríam<strong>en</strong>te a<br />

los halagos que le dirigían, con los que trataban de captar su favor o<br />

conmover algo <strong>en</strong> su alma. Neraveith era una reina querida, mas aquellos<br />

que ahora le dirigían halagos no hacía tanto no la consideraban apta para<br />

gobernar, prefiri<strong>en</strong>do el criterio de un varón para ocupar ese puesto. Al<br />

parecer, pese a haber demostrado que era una bu<strong>en</strong>a gobernante, aún la<br />

77


consideraban, por el hecho de ser mujer, tan pobre de espíritu como para<br />

caer hipnotizada bajo el influjo de cualquier hombre que le dijese unas<br />

palabras bonitas. La comida que trataba de hacer pasar por su garganta<br />

pareció atascarse al <strong>en</strong>volverla aquel p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. Bebió un sorbo de vino<br />

que paladeó gustosa. Había una acalorada discusión a poca distancia que<br />

iba subi<strong>en</strong>do de tono, Neraveith escuchó...<br />

—La guerra no hace a un hombre honorable...<br />

La voz era de lord Barthem, señor de una de las baronías más fértiles<br />

y prósperas del reino. Era reflexivo y valeroso. Su m<strong>en</strong>te era un tesoro que<br />

Neraveith había considerado <strong>en</strong> multitud de ocasiones. Su edad avanzada<br />

parecía desm<strong>en</strong>tida por la gran vitalidad que lo ll<strong>en</strong>aba. Tal vez, su único<br />

defecto era pecar de exceso de sinceridad. E hizo gala de él con sus<br />

posteriores palabras.<br />

—He visto horrores <strong>en</strong> nombre de la guerra y de conceptos tan vacíos<br />

como vuestro inestimable honor.<br />

Se oyó el ruido de una escudilla al caer al suelo.<br />

—¿Qué pret<strong>en</strong>déis insinuar, señor? ¿Que soy un necio?<br />

—No lo insinúo, lo afirmo.<br />

Ahora, los gritos lanzados por lord Jildrioth eran tan obvios que los<br />

com<strong>en</strong>sales se volvieron curiosos hacia la discusión, sin dejar sus<br />

actividades. Lord Jildrioth había sido <strong>en</strong>viado por su augusto padre <strong>en</strong> su<br />

nombre y repres<strong>en</strong>tación. Aquel belicoso m<strong>en</strong>tecato iba a ser el próximo<br />

señor de una de las baronías de la frontera este.<br />

—¡Eso es un ultraje!<br />

—No, es una verdad como un templo.<br />

—¡No permitiré tales palabras!<br />

La reina dejó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te el cubierto con el que comía y elevó la vista<br />

hacia la esc<strong>en</strong>a que se estaba desarrollando. Lord Jildrioth había lanzado la<br />

copa de vino sobre el cubierto de lord Barthem.<br />

—Os reto a singular duelo, señor, por vuestra falacia y vuestras<br />

absurdas palabras.<br />

El barón, así interpelado, levantó la vista de la mancha de vino que se<br />

había formado sobre sus ropas con un innegable gesto de fastidio.<br />

Neraveith conocía bi<strong>en</strong> a lord Barthem, confiaba más <strong>en</strong> su criterio que <strong>en</strong><br />

el de cualquier otro cuando algún conflicto am<strong>en</strong>azaba Isthelda.<br />

—No aceptaré ese reto.<br />

—Sois un cobarde además de un m<strong>en</strong>tiroso.<br />

Lord Barthem se puso <strong>en</strong> pie l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te.<br />

78


—Mi valor ya lo demostré hace años <strong>en</strong> el campo de batalla. No voy a<br />

cambiar de opinión aunque me atraveséis con una espada. No sé cuales<br />

fueron vuestras <strong>en</strong>señanzas, jov<strong>en</strong>, pero mi experi<strong>en</strong>cia me dice que los<br />

dioses no están jamás del lado de la verdad, sino que la verdad está del<br />

lado del más fuerte.<br />

El jov<strong>en</strong> Jildrioth pareció desconcertado.<br />

—No podéis negaros.<br />

—Puedo hacerlo y lo hago. Si deseáis difundir inv<strong>en</strong>ciones o<br />

embustes sobre mí, hacedlo. Con ello sólo atraeréis la ira de mis aliados.<br />

El jov<strong>en</strong> esgrimió una sonrisa triunfal.<br />

—Os negáis a batiros <strong>en</strong> duelo porque teméis que sea mi mano la que<br />

acabe con vuestra miserable vida.<br />

La voz de la reina se elevó clara <strong>en</strong> la sala, inflexible.<br />

—¡Basta! —Neraveith se puso <strong>en</strong> pie l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te—. ¡No debéis hacer<br />

de la sala donde c<strong>en</strong>a vuestra reina lugar de riña! No toleraré que nadie<br />

perturbe el instante de sosiego que merecidam<strong>en</strong>te nos hemos ganado<br />

todos.<br />

Lord Jildrioth dirigió la mirada hacia su soberana.<br />

—Deberíais apr<strong>en</strong>der a escuchar a los que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> experi<strong>en</strong>cia sobre<br />

aquello que tanto alabáis. Vuestro arrojo es notable, jov<strong>en</strong> lord Jildrioth.<br />

Espero que sepáis dirigirlo conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te. Sería una lastima que<br />

perdiésemos a algui<strong>en</strong> tan valeroso como vos <strong>en</strong> una simple trifulca.<br />

El sil<strong>en</strong>cio se había hecho. La soberana paseó la mirada <strong>en</strong>tre los<br />

reunidos y, de pronto, Neraveith p<strong>en</strong>só que su pres<strong>en</strong>cia allí no era tan<br />

necesaria. Estaba segura de que no faltarían <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>tos, que la<br />

música no dejaría de sonar porque ella no estuviese, que las<br />

demostraciones de hombría no cesarían ni faltarían damas para yacer con<br />

tan distinguidos caballeros hasta que el amanecer les sorpr<strong>en</strong>diera.<br />

—Mi agotami<strong>en</strong>to es notable, señores. En vistas de que sus <strong>en</strong>ergías<br />

aún no se han extinguido, me retiraré, para que una dama cansada no<br />

pueda estropear la noche a tan <strong>en</strong>érgicos caballeros.<br />

El murmullo de la g<strong>en</strong>te al protestar recorrió gradualm<strong>en</strong>te las mesas.<br />

Un sirvi<strong>en</strong>te apartó la silla de la reina para que ésta pudiera salir<br />

cómodam<strong>en</strong>te. Neraveith dedicó una última mirada a todos los com<strong>en</strong>sales<br />

y empr<strong>en</strong>dió camino hacia la puerta de salida. Lord Jildrioth, algo<br />

desconcertado por la actitud de su soberana, regresó a su sitio y observó<br />

con sorna a lord Barthem, que había vuelto a comer apaciblem<strong>en</strong>te.<br />

—Me teme, por eso no desea batirse <strong>en</strong> duelo conmigo.<br />

79


Lord Aldomir, que se s<strong>en</strong>taba a su lado, le dirigió una mirada<br />

elocu<strong>en</strong>te.<br />

—¡No seáis necio, lord Jildrioth! Al rehusar vuestro reto, lord<br />

Barthem os ha salvado la vida.<br />

14 — Una reina que huye<br />

Los guardias que la esperaban <strong>en</strong> el pasillo se situaron a sus lados para<br />

escoltarla a sus apos<strong>en</strong>tos. En ese mom<strong>en</strong>to, algui<strong>en</strong> la alcanzó<br />

rápidam<strong>en</strong>te y rozó su hombro. Neraveith sabía quién era antes de<br />

volverse.<br />

—Neraveith, ¿estás bi<strong>en</strong>?<br />

La reina respondió con algo más de crispación de la que hubiese<br />

deseado.<br />

—Sí, Meldionor, sólo estoy un poco cansada. Eso es todo.<br />

—Si necesitas alguna medicina, hazme llamar.<br />

—No será necesario, Meldionor.<br />

Neraveith se percató de que, por <strong>en</strong>cima del agotami<strong>en</strong>to que la<br />

ll<strong>en</strong>aba, había otro s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to: la crispación. Empezaba a s<strong>en</strong>tirse<br />

prisionera de sus propios súbditos.<br />

Cuando <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> sus apos<strong>en</strong>tos, vio que la sala estaba iluminada<br />

solam<strong>en</strong>te por el fuego de la chim<strong>en</strong>ea y una suave p<strong>en</strong>umbra <strong>en</strong>volvía el<br />

ambi<strong>en</strong>te, dándole una cierta calidez y s<strong>en</strong>sación de intimidad. Se<br />

despr<strong>en</strong>dió de un par de adornos que sujetaban parte de sus cabellos y su<br />

larga mel<strong>en</strong>a se desparramó a su espalda hasta más abajo de la cintura. Dos<br />

de sus cuatro doncellas <strong>en</strong>traron raudas <strong>en</strong> la habitación.<br />

—Mi señora... ¿Os <strong>en</strong>contráis bi<strong>en</strong>?<br />

—Perfectam<strong>en</strong>te, sólo estoy cansada.<br />

—Permitidnos que preparemos vuestro lecho, señora.<br />

—No es necesario. Deseo estar sola.<br />

—Pero, mi señora, ¿qui<strong>en</strong> os preparará el lecho? ¿Quién os vestirá<br />

para dormir?<br />

Neraveith perdió la paci<strong>en</strong>cia. Dejó airada el adorno sobre la cómoda<br />

y se volvió hacia su sirvi<strong>en</strong>ta.<br />

—¡Muchacha insol<strong>en</strong>te! ¿Acaso me crees tan inútil como para no<br />

saber ponerme un camisón o para meterme d<strong>en</strong>tro de la cama después de<br />

sacar la colcha? Salid inmediatam<strong>en</strong>te, quiero estar sola.<br />

En cuanto las muchachas hubieron salido, Neraveith paseó nerviosa<br />

80


por la habitación, sinti<strong>en</strong>do que la rabia subía <strong>en</strong> ella de forma<br />

inexplicable. No debía <strong>en</strong>fadarse, no había motivo... No debía ser ruda con<br />

sus sirvi<strong>en</strong>tas. En sus idas y v<strong>en</strong>idas, su mirada se perdía, más allá del<br />

v<strong>en</strong>tanal <strong>en</strong> la masa oscura de árboles del bosque. Ojalá pudiese volver a<br />

recorrerlo, como cuando aún no era reina. El deseo creció <strong>en</strong> ella hasta<br />

ll<strong>en</strong>ar cada rincón. Ya no fue un deseo, fue una necesidad imperiosa... ¡La<br />

estaba llamando!<br />

Neraveith se dirigió a sus baúles de ropa. Tras revolver brevem<strong>en</strong>te,<br />

extrajo del fondo de uno de ellos unos pantalones. Arremangándose la<br />

falda, se puso la nueva pr<strong>en</strong>da bajo el caro vestido. Con fastidio, se quitó<br />

los zapatos y los desechó, lanzándolos bajo la cama, ahí no mirarían sus<br />

sirvi<strong>en</strong>tas hasta el día sigui<strong>en</strong>te y Meldionor no sospecharía. Era increíble<br />

que, si<strong>en</strong>do reina, tuviese que recurrir a esas artimañas. Nadie le había<br />

explicado esa parte de su labor.<br />

Las botas de viaje las habían vuelto a guardar, junto con los <strong>en</strong>seres<br />

poco usados, <strong>en</strong> el baúl del rincón. Lo abrió y, tras escoger las más<br />

cómodas que t<strong>en</strong>ía, se las calzó. Acto seguido se irguió y recolocó el<br />

vestido de forma que no se notas<strong>en</strong> las nuevas pr<strong>en</strong>das bajo él. Las botas,<br />

si caminaba con pasos cortos, no asomarían bajo la falda. De todas<br />

maneras, no se fijarían especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus pies. Cerró rápidam<strong>en</strong>te y sin<br />

ruido los baúles. Sólo necesitaba una cosa más.<br />

Palmeó la pared por <strong>en</strong>cima del cabezal de su cama. La piedra, hueca,<br />

se hundió ligeram<strong>en</strong>te y Neraveith la empujó. El mecanismo se deslizó de<br />

lado, revelando un hueco <strong>en</strong> el muro del tamaño de un baúl pequeño, un<br />

rincón práctico donde guardar cosas que no debían ser <strong>en</strong>contradas. Sólo<br />

había un objeto d<strong>en</strong>tro: un pequeño saquito de cuero atado con cintas<br />

negras. Cont<strong>en</strong>ía ar<strong>en</strong>a. Volvió a ocultar de la vista el nicho y se dirigió a<br />

la puerta. Sus sirvi<strong>en</strong>tas seguían ahí, esperándola leales.<br />

En cuanto la reina salió de sus apos<strong>en</strong>tos, sus damas acudieron<br />

raudas, con gesto de preocupación. Neraveith las contempló con semblante<br />

cansado.<br />

—Queridas mías, os rogaría que me dejaseis un instante de paz.<br />

Necesitaría algo de soledad para ord<strong>en</strong>ar mis p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.<br />

Las muchachas se miraron <strong>en</strong>tre ellas. Al parecer aquella idea se<br />

negaba a alojarse <strong>en</strong>tre sus conceptos.<br />

—Pero, mi señora...<br />

—Pasearé por el huerto —Neraveith hizo un alto, para ver si por fin<br />

habían captado su m<strong>en</strong>saje, pero estaba claro que no era así—. A solas.<br />

81


—Mi señora, no debéis ir sola. Llamaremos a dos guardias para que os<br />

escolt<strong>en</strong>.<br />

Neraveith no deseaba levantar sospechas, así que aceptó con una<br />

inclinación de cabeza la oferta de sus damas y esperó hasta que Daina<br />

regresó con dos de ellos. Sin dar más explicaciones, la reina se dirigió<br />

hacia los jardines.<br />

Miles de estrellas brillaban <strong>en</strong> el cielo. Neraveith bajó los escalones<br />

bajo el arco que delimitaba la zona antigua del castillo, seguida de cerca<br />

por dos de sus más leales guardias. El segundo recinto del castillo estaba<br />

<strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio y tranquilo, las caballerizas dormían. Neraveith caminaba<br />

sosegada, con pasos tranquilos, mi<strong>en</strong>tras sus manos deshacían el nudo que<br />

ataba la pequeña bolsa que ocultaba <strong>en</strong> su falda. Podía oír el ruido de su<br />

escolta tras ella. Serían rápidos, mejor era ser astuta. Neraveith se volvió,<br />

<strong>en</strong> su mano aferraba un pellizco de ar<strong>en</strong>a. Sonrió a sus acompañantes<br />

int<strong>en</strong>tando simular cansancio.<br />

—¡Una noche exquisita!<br />

—Sí, mi señora.<br />

Neraveith se acercó a uno de ellos. Lo conocía. Hacía mucho tiempo<br />

que estaba <strong>en</strong> el castillo, casi más que ella.<br />

—No os mováis, Laronoth, creo que t<strong>en</strong>éis algo <strong>en</strong> la fr<strong>en</strong>te.<br />

Neraveith se acercó al desconcertado guardia simulando interés por<br />

algo invisible sobre su cabeza. La última ord<strong>en</strong> que ella le había dado era<br />

no moverse, y no se debía contrariar a una reina.<br />

—No es necesario que os molestéis, mi señora.<br />

—No es molestia... —dijo Neraveith, abri<strong>en</strong>do la mano para dejar caer<br />

algo de ar<strong>en</strong>a sobre la cabeza del hombre.<br />

Al instante, su expresión se relajó, cerró los ojos y cayó suavem<strong>en</strong>te al<br />

suelo. Neraveith dio un paso atrás y esgrimió una expresión de sorpresa.<br />

—¡Creo que se ha desmayado!<br />

El compañero del yaci<strong>en</strong>te guardia observó los alrededores antes de<br />

inclinarse sobre su colega, mom<strong>en</strong>to que Neraveith aprovechó para echar<br />

el resto de la ar<strong>en</strong>a sobre su pelo. Sin ruido, el hombre cayó sobre su<br />

compañero. La respiración de ambos era profunda y relajada, estaban<br />

dormidos.<br />

"Gracias, Meldionor", p<strong>en</strong>só Neraveith, "tu ar<strong>en</strong>a para dormir es<br />

realm<strong>en</strong>te útil"<br />

La reina caminó hacia la puerta trasera de los establos. Desde ahí<br />

había m<strong>en</strong>os posibilidades de que la vies<strong>en</strong>. Se ad<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el recinto,<br />

82


oscuro y sil<strong>en</strong>cioso. El ruido de sus pisadas alertó al mozo de cuadras, su<br />

voz surgió de uno de los compartim<strong>en</strong>tos, donde debía de dormir.<br />

—¡¿Quién va?!<br />

La reina no respondió y simplem<strong>en</strong>te caminó junto al compartimi<strong>en</strong>to,<br />

<strong>en</strong> espera de que su inquilino se asomase a mirar. Era mejor la sorpresa, lo<br />

dejaría sin habla y no daría la alarma. Una luz surgió. El chico sost<strong>en</strong>ía una<br />

lámpara cuya luminosidad estaba amortiguada por un paño mojado que la<br />

cubría. Era un mozo compet<strong>en</strong>te, sabía lo peligroso que podía resultar una<br />

simple vela <strong>en</strong> una cuadra ll<strong>en</strong>a de paja. Le costó <strong>en</strong>focar la figura que<br />

había ante él con sus ojos somnoli<strong>en</strong>tos. El sorpr<strong>en</strong>dido rapaz se irguió<br />

ante la visión de su reina.<br />

—Muchacho, <strong>en</strong>silla mi yegua, debo partir lo más rápido posible.<br />

El chico la miró durante un largo mom<strong>en</strong>to, dudando si obedecer a<br />

aquella aparición o no. Neraveith no le dio tiempo a p<strong>en</strong>sar por sí mismo.<br />

—Esperaba que mi mozo de cuadras pudiese cumplir una simple<br />

ord<strong>en</strong> como ésta. Tal vez Ségfarem se equivocó <strong>en</strong> la elección.<br />

Jaerd hizo una precipitada rever<strong>en</strong>cia y desapareció hacia el fondo de<br />

las cuadras. Neraveith lo siguió. Meldionor la iría a buscar <strong>en</strong> breve, sólo<br />

disponían de unos minutos. El chico sacó a Arg<strong>en</strong>t de su sueño mi<strong>en</strong>tras le<br />

ponía las ri<strong>en</strong>das. Neraveith esperó paci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, simulando normalidad<br />

mi<strong>en</strong>tras el chico apretaba la cincha bajo el pecho del animal.<br />

En cuanto le pasó las ri<strong>en</strong>das, Neraveith llevó a la yegua hacia la<br />

salida principal, era el camino más corto. Desdeñó la ayuda que le ofrecía<br />

Jaerd para montar y se <strong>en</strong>caramó de un salto. Le bastó inclinarse levem<strong>en</strong>te<br />

sobre la yegua y susurrarle.<br />

—Llévame lejos, Arg<strong>en</strong>t.<br />

El animal tomó un trote suave hacia la puerta principal, que aceleró a<br />

un galope cada vez más rápido. La yegua pasó bajo el acceso de la segunda<br />

muralla. Derrapó al girar para <strong>en</strong>filar la curva, pero se <strong>en</strong>derezó ayudada<br />

por el contrapeso de su jinete, y se lanzó hacia la puerta principal.<br />

Neraveith se amoldó a sus movimi<strong>en</strong>tos para no <strong>en</strong>torpecerla. En esos<br />

mom<strong>en</strong>tos, la alarma ya había sido dada. Oyó voces y vio varias figuras<br />

que se movían para int<strong>en</strong>tar det<strong>en</strong>er la carrera de la yegua bajo <strong>en</strong> el arco<br />

de la barbacana. Sintió a Arg<strong>en</strong>t dudar bajo ella al percibir los hombres<br />

que se interponían <strong>en</strong> su camino. Neraveith apretó las piernas contra los<br />

flancos del animal y clavó los talones.<br />

—¡Adelante, Arg<strong>en</strong>t!<br />

La yegua redobló su carrera y los sorpr<strong>en</strong>didos guardias se lanzaron a<br />

83


los lados para no ser arrollados por el galope furioso del animal. El sonido<br />

del empedrado bajo la barbacana resonó por unos instantes como una<br />

torm<strong>en</strong>ta y ambas, amazona y montura, surgieron bajo el cielo nocturno al<br />

otro lado de las murallas del castillo. El sonido del camino de tierra<br />

resonando bajo los cascos de Arg<strong>en</strong>t fue como el bramido de una rebelión<br />

<strong>en</strong> el corazón de Neraveith. Deseó haber gritado de júbilo, pero su<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to ahora estaba <strong>en</strong> otra parte. Se inclinó sobre el cuello de la<br />

yegua y ésta respondió a sus indicaciones como si se tratas<strong>en</strong> de un solo<br />

ser.<br />

—¡Ve donde yo voy, Arg<strong>en</strong>t!<br />

La huida de la reina no pasó desapercibida a Ségfarem. Daba la<br />

casualidad de que se <strong>en</strong>contraba apoyado sobre una alm<strong>en</strong>a de la muralla<br />

este del castillo cuando una figura blanca surgió de la puerta principal a<br />

galope t<strong>en</strong>dido. Las largas faldas revoloteaban furiosas tras ella. Ségfarem<br />

dejó escapar un resoplido iracundo cuando vio la actuación de su soberana.<br />

Ségfarem se había estado planteando si su propia actuación había sido<br />

correcta al no participar <strong>en</strong> el festejo de despedida de las negociaciones de<br />

ese año. Un comandante del ejército de Isthelda tal vez debería estar <strong>en</strong> la<br />

sala principal del castillo, marcando su pres<strong>en</strong>cia como un perro territorial,<br />

al igual que el resto de ilustres invitados. Pero últimam<strong>en</strong>te s<strong>en</strong>tía que<br />

todos esos vacíos tratos formales tan sólo t<strong>en</strong>dían a alejarlo de su deber.<br />

Aunque ya no estaba seguro de cuál era su deber. Todo se estaba<br />

difuminando a su alrededor, y ya no se s<strong>en</strong>tía con fuerzas para buscar su<br />

papel <strong>en</strong> los acontecimi<strong>en</strong>tos.<br />

Las luminosas ropas que llevaba la reina resaltaron <strong>en</strong> el camino que<br />

bordeaba la ciudad. Galopaba hacia el bosque. Aquella era una actuación<br />

totalm<strong>en</strong>te inapropiada para una soberana. La noche anterior, aquel bosque<br />

maldito había sido el epic<strong>en</strong>tro de algo que aún no podía definir con<br />

palabras.<br />

Aunque era posible que Neraveith lograse lo que él no había<br />

conseguido: <strong>en</strong>contrarse con Édorel. En los días anteriores, el maldito<br />

bosque no lo había dejado pasar, y lo había escupido fuera de sus límites<br />

cada vez que había int<strong>en</strong>tado ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> él. Pero aquélla era la noche de<br />

Anthelaith y muchos llegarían hasta el claro a orillas del lago. Puede que<br />

algui<strong>en</strong> tuviese la suerte de la que él no había disfrutado y pudiese traerle<br />

noticias de la semielfa.<br />

Un grupo de jinetes salió del castillo <strong>en</strong> persecución de la reina.<br />

84


15— Celebrando el fin del invierno<br />

La luz del fuego arrancaba dorados brillos a la hierba y, a lo lejos,<br />

sobre las aguas del lago, bailaban los reflejos de las chispas. En el claro,<br />

esa noche, la hoguera se alzaba majestuosa, soberana absoluta del lugar,<br />

lanzando alegres fulgores a los primeros y tímidos brotes primaverales.<br />

Las ramas estaban ribeteadas de capullos, pero la mayoría aún no se<br />

atrevía a abrir sus escamas y el tesoro de verde que albergaban permanecía<br />

aún oculto.<br />

El círculo de piedras que cont<strong>en</strong>ía las llamas había sido rediseñado<br />

para la ocasión, habían sido traídas del lecho del río. Eran redondas, más<br />

suaves que las toscas rocas de montaña, y escogidas también por la belleza<br />

de sus formas y sus tonos. Había trece, rodeando la hoguera, como las<br />

trece lunas del año. Anthelaith se celebraba <strong>en</strong> el primer día de luna<br />

creci<strong>en</strong>te, tras el equinoccio de primavera. Tras la negrura y la torm<strong>en</strong>ta de<br />

la noche anterior, la luna había vuelto a aparecer <strong>en</strong> el cielo, un hilo<br />

blanco, sonri<strong>en</strong>te.<br />

Cerca de las llamas, se había colocado una tosca tabla sobre dos<br />

tocones rebajados y, sobre la lisa superficie, un mantel de lino blanco<br />

bordeado por algunos ramitos de prímulas. Varios platos habían sido<br />

preparados y colocados sobre la rudim<strong>en</strong>taria mesa. La estética era casi<br />

más importante que la comida ofrecida <strong>en</strong> la fiesta principal de Anthelaith,<br />

la diosa que marcaba el inicio de primavera y el ciclo de la fertilidad. Pero<br />

sí que había bastante vino, cerveza y otros licores especiados. Saleith se<br />

había <strong>en</strong>cargado de traer lo mejor que podían albergar las bodegas de la<br />

ciudad. La mujer t<strong>en</strong>ía esa fecha <strong>en</strong> alta estima y no deseaba que se<br />

perdiese <strong>en</strong> el olvido. Era una de las mayores def<strong>en</strong>soras de perpetuar el<br />

culto a Anthelaith <strong>en</strong> la región, <strong>en</strong> detrim<strong>en</strong>to de los pregones <strong>en</strong> contra<br />

que lanzaban los clérigos de Basth.<br />

Saleith creyó que no lograría <strong>en</strong>contrar a nadie que se atreviese a<br />

av<strong>en</strong>turarse con ella bajo los árboles tras la torm<strong>en</strong>ta que habían<br />

contemplado dos noches atrás. Pero, extrañam<strong>en</strong>te, muchos se pres<strong>en</strong>taron<br />

<strong>en</strong> su casa a primeras horas de la tarde para que los liderase <strong>en</strong> los<br />

preparativos de la celebración de esa noche. Había mucho de desafío <strong>en</strong> su<br />

actitud. Se negaban a que la meteorología les arrebatase lo que no habían<br />

podido arrancarles los clérigos de Basth el Justo: la noche de Anthelaith..<br />

Entre los volutnarios había estado Zíodel, la delicada elfita que tan<br />

85


i<strong>en</strong> se había aclimatado al lugar, y Kayla, la hija pequeña del barón. Eran<br />

todo un contraste; la elfa, delgada y pequeña con sus pantalones de tonos<br />

grises y verdes, y Kayla, con su largo vestido rojo recogido <strong>en</strong> la cintura<br />

para no pisarlo, exhibi<strong>en</strong>do la g<strong>en</strong>erosidad de sus humanas curvas.<br />

Entre los asist<strong>en</strong>tes a la fiesta de Anthelaith, además de las g<strong>en</strong>tes del<br />

pueblo llano, se <strong>en</strong>contraban Eoroth, que jamás se perdía una celebración<br />

con vino, y el hijo mayor de la más próspera familia de comerciantes de<br />

Isthelda, que jamás se perdía una celebración a la que asisties<strong>en</strong> mujeres.<br />

Era rubio, pálido, alegre y amante de las juergas y las féminas. No t<strong>en</strong>ía<br />

mal corazón, pero traía de cabeza a su padre. Los dos hijos de Saleith<br />

también correteaban por el lugar y <strong>en</strong>trechocaban palos y ramas<br />

<strong>en</strong>arbolándolos como si fues<strong>en</strong> espadas. De la ciudad habían acudido<br />

varios de sus habitantes versados <strong>en</strong> las artes de la música y pronto un<br />

grupo de ellos había <strong>en</strong>lazado las notas musicales de sus instrum<strong>en</strong>tos <strong>en</strong><br />

una alegre e improvisada melodía.<br />

Muchas más personas acudieron al lugar esa noche, g<strong>en</strong>tes que, por lo<br />

g<strong>en</strong>eral, hubies<strong>en</strong> dormido <strong>en</strong> sus hogares sigui<strong>en</strong>do los consejos de los<br />

seguidores de Basth, pero que, por alguna extraña razón, no habían<br />

olvidado a su hermosa diosa de la vida y la fertilidad. Eran g<strong>en</strong>tes que<br />

habían sabido hacia dónde se dirigían, sin conocer el camino, cuando se<br />

abrió un s<strong>en</strong>dero <strong>en</strong>tre los árboles para ellos. Las habladurías sobre los<br />

extraños caminos del bosque y las maravillas que escondía eran motivo<br />

para no rechazar una invitación cuando se pres<strong>en</strong>taba. Y, <strong>en</strong> el interior del<br />

bosque, el fulgor de una hoguera lejana los guiaba sin pérdida hasta un<br />

claro a orillas de un lago donde muchos otros celebraban también el<br />

regreso de la vida a sus tierras y sus familias un año más.<br />

La alegría de la celebración y la música cubrieron el ruido de un<br />

caballo al galope <strong>en</strong>tre los árboles. Neraveith sofr<strong>en</strong>ó su yegua y observó<br />

la esc<strong>en</strong>a que se le ofrecía. G<strong>en</strong>tes humildes y no tan humildes, reunidas <strong>en</strong><br />

amistad y confianza. Neraveith supo <strong>en</strong> seguida que su sitio no era ése,<br />

pero tampoco lo era el castillo del que v<strong>en</strong>ía, ¿dónde debía acudir?<br />

Finalm<strong>en</strong>te, algui<strong>en</strong> notó la pres<strong>en</strong>cia de una yegua blanca <strong>en</strong> el<br />

s<strong>en</strong>dero del claro y, poco a poco, las miradas se volvieron hacia ella. Las<br />

voces fueron callando. El temor, la sorpresa y la incomodidad recorrieron<br />

el claro. Neraveith sintió una rep<strong>en</strong>tina irritación ante aquel recibimi<strong>en</strong>to y<br />

alzó la cabeza con orgullo, ella era la soberana de todas esas tierras y<br />

debían aceptarla. La mujer hizo avanzar a su yegua y dirigió una<br />

inclinación de cabeza a los reunidos.<br />

86


—Bu<strong>en</strong>as noches, poderosos caballeros y hermosas damas. La<br />

tradición <strong>en</strong> la noche de Anthelaith decreta que todo aquel que acuda a su<br />

celebración <strong>en</strong> son de paz debe ser bi<strong>en</strong> recibido y tratado como un<br />

conocido más.<br />

Saleith avanzó hacia Neraveith y la invitó con una sonrisa a<br />

descabalgar.<br />

—Hacía mucho tiempo que no se os veía por aquí, señora, desde antes<br />

de que fueseis reina, para ser más concretos.<br />

Neraveith se aferró al recibimi<strong>en</strong>to que le había brindado la mujer,<br />

esperanzada <strong>en</strong> <strong>en</strong>contrar <strong>en</strong> él lo que había perdido.<br />

—Sí, Saleith y, para ser sincera, debo decir que os he echado de<br />

m<strong>en</strong>os —contestó mi<strong>en</strong>tras descabalgaba.<br />

—No sabéis como me alegro de que hayáis acudido a celebrar con<br />

nosotros.<br />

—Gracias, querida.<br />

La reina no fue capaz de leer el m<strong>en</strong>saje velado de Saleith. La mujer<br />

se había inquietado ante la idea de que a su reina la acompañas<strong>en</strong> un grupo<br />

de clérigos de Basth dispuestos a acabar con aquella tradición de una vez,<br />

y pr<strong>en</strong>der fuego al bosque maldito. Era un alivio ver que algo de la jov<strong>en</strong><br />

Neraveith aún pervivía <strong>en</strong> la reina <strong>en</strong> que se había convertido.<br />

16— Vivir sobre los caminos<br />

Atravesar un bosque donde moran hadas ti<strong>en</strong>e sus v<strong>en</strong>tajas y<br />

desv<strong>en</strong>tajas. Aybkam<strong>en</strong> era muy consci<strong>en</strong>te de ello. Ya conocía las<br />

historias <strong>en</strong> las que te ad<strong>en</strong>trabas <strong>en</strong> una de esas fiestas que, se decía,<br />

t<strong>en</strong>dían las hadas como anzuelos para los viajeros y regresabas al cabo de<br />

ci<strong>en</strong> años. Por éste y por otros motivos aún más obvios, las v<strong>en</strong>tajas de<br />

atravesar el bosque de Isthelda con un carromato no se verían tan<br />

fácilm<strong>en</strong>te. La lógica imponía rodearlo, buscar caminos fuera de los<br />

árboles. Pero Aybkam<strong>en</strong> sabía que gozaba de algún privilegio especial <strong>en</strong><br />

aquel bosque. Siempre que se había acercado a él, alguna s<strong>en</strong>da había<br />

surgido para guiarlo sin sobresaltos a su destino. En agradecimi<strong>en</strong>to,<br />

siempre que salía de sus límites, Aybkam<strong>en</strong> había dejado a los espíritus del<br />

lugar pequeños muñecos tallados <strong>en</strong> madera como regalo. Se le daba bi<strong>en</strong><br />

tallar madera y se le daba bi<strong>en</strong> aquel bosque... Hasta la noche anterior.<br />

De rep<strong>en</strong>te, el cielo se había cubierto y poco después los rayos lo<br />

habían recorrido desbocados, arrancando fulgores imposibles a las sombras<br />

87


que proyectaban los árboles. Aybkam<strong>en</strong> había det<strong>en</strong>ido su caballo y había<br />

tratado de guarecerlo antes de que la lluvia u otro elem<strong>en</strong>to peor cayese<br />

sobre ellos. Fue una noche larga <strong>en</strong> la que ni siquiera Fhain, el otro animal<br />

que lo acompañaba, osó asomar el pico fuera del refugio que le brindaba el<br />

carromato. Desde d<strong>en</strong>tro de su vivi<strong>en</strong>da, Aybkam<strong>en</strong> observó la locura <strong>en</strong><br />

que se había convertido el cielo. Pero, a mitad de la noche, aquella furia<br />

pareció calmarse y el amanecer lo sorpr<strong>en</strong>dió con un día despejado y<br />

espléndido.<br />

Parecía que aquél sería el único percance que sufriría <strong>en</strong> su viaje, pero,<br />

justo al ponerse <strong>en</strong> marcha, se había metido <strong>en</strong> un fangal. Las ruedas se<br />

habían hundido absorbidas por el terr<strong>en</strong>o. Por mucho que Fogoso, el<br />

abnegado percherón que tiraba del carro, puso empeño <strong>en</strong> sacarlos de<br />

aquel lugar, no hubo manera. El barrizal no aflojó su presa. Eso significaba<br />

que había que aligerar de peso. Aybkam<strong>en</strong> no quería arriesgarse a dejar a<br />

solas su carromato, con todas sus pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cias, para buscar ayuda, así que<br />

decidió apañárselas solo.<br />

Aybkam<strong>en</strong> no era fuerte, no t<strong>en</strong>ía las anchas espaldas de algunos, ni<br />

sus músculos de acero, y t<strong>en</strong>día a redondearse <strong>en</strong> algunos lugares de su<br />

figura <strong>en</strong> cuanto se dedicaba a comer más de la cu<strong>en</strong>ta. Pero Aybkam<strong>en</strong> sí<br />

que gozaba de bu<strong>en</strong> humor y paci<strong>en</strong>cia a raudales. Por suerte, no se<br />

dedicaba a comerciar con grandes ni pesadas piezas. Su vivi<strong>en</strong>da, y medio<br />

de transporte, estaba ll<strong>en</strong>a a rebosar de alambiques, cacharros de metal y<br />

frascos con diversas substancias con propiedades extrañas, que iban desde<br />

aliviar una fiebre a dejar reluci<strong>en</strong>te una pieza de metal. Cuando volvía del<br />

sur solía cargar tejidos y alfombras. Se v<strong>en</strong>dían muy rápido <strong>en</strong> los<br />

mercados del norte.<br />

Le llevó toda la mañana descargar el carromato para aligerarlo de peso<br />

y, acto seguido, se dedico a rell<strong>en</strong>ar el dichoso fangal con ramas hasta<br />

crear una superficie lo bastante firme. Tras eso, después de varios<br />

<strong>en</strong>érgicos tirones y empujones, el carromato logró desplazarse sobre la<br />

superficie que había immprovisado para él. Se permitió unos mom<strong>en</strong>tos de<br />

reposo antes de ponerse a cargar de nuevo todas las pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cias que había<br />

desperdigado por la zona. Eso último le llevó bu<strong>en</strong>a parte de la tarde.<br />

Se s<strong>en</strong>tía tan cansado cuando acabó de meter el último cacharro, que<br />

se tumbó para echarse una siesta y se sorpr<strong>en</strong>dió al abrir los ojos y ver el<br />

cielo sobre su cabeza oscuro. Un hilo de luna creci<strong>en</strong>te brillaba. ¿Tanto<br />

había dormido? Lo primero que sintió al despertar fue el hambre. Su<br />

caballo percherón, por su parte, estaba dando bu<strong>en</strong>a cu<strong>en</strong>ta de la hierba de<br />

88


los alrededores.<br />

Dedicó las pocas horas de luz que le quedaban a preparse algo de<br />

c<strong>en</strong>a: pan, carne seca y algunas nueces. Fue cuando se hizo consci<strong>en</strong>te de<br />

su propio olor y estableció <strong>en</strong>tre sus prioridades inmediatas darse un baño.<br />

Tras tanto esfuerzo, el sudor y la tierra se le habían acumulado <strong>en</strong> la ropa y<br />

había acabado por mimetizarse olfativam<strong>en</strong>te con los deshechos de su<br />

caballo. Se pasó la mano por los desord<strong>en</strong>ados cabellos para decidir si ya<br />

le conv<strong>en</strong>ía también un corte de pelo. Que los mechones, de un castaño<br />

claro, tuvies<strong>en</strong> la longitud correcta para que le rozas<strong>en</strong> los hombros le<br />

procuraba abrigo para sus orejas, pero estéticam<strong>en</strong>te no era lo que más<br />

gustaba a las mujeres. El incipi<strong>en</strong>te picor <strong>en</strong> sus mejillas sí le dejó claro<br />

que ya empezaba a necesitar también un afeitado. Sabía que había un lago<br />

cerca, pero de seguro que la gelidez del agua le brindaba unas fiebres<br />

como se atreviese a tocarla.<br />

Dirigió una mirada al percherón que, aj<strong>en</strong>o a todos los esfuerzos por<br />

los que había pasado su propietario, rumiaba plácidam<strong>en</strong>te. Aybkam<strong>en</strong> se<br />

acercó a él. Mi<strong>en</strong>tras le revisaba los cascos y rascaba <strong>en</strong> la cruz, le hablaba.<br />

—El carro está ya arreglado. Mañana te tocará tirar de él de nuevo.<br />

Así que ya lo sabes, nada de irte de juerga por el bosque esta noche.<br />

Esto último se lo dijo mi<strong>en</strong>tras le pasaba un cabezal al paci<strong>en</strong>te animal<br />

y lo ataba una rama. El caballo no mostró señal alguna de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der lo que<br />

le decía, pero giraba las orejas <strong>en</strong> su dirección para oírlo. En esos<br />

mom<strong>en</strong>tos, un ulular por <strong>en</strong>cima de su cabeza llamó la at<strong>en</strong>ción de<br />

Aybkam<strong>en</strong>. Un pequeño búho gris lo observaba desde una rama sobre él,<br />

sin mostrar temor alguno.<br />

—¡Fhain! ¿Dónde has estado, pillastre?<br />

Por toda respuesta, el pájaro dejó caer algo de sus garras. Aybkam<strong>en</strong><br />

lo cogió <strong>en</strong> el aire y, por si la vista lo <strong>en</strong>gañaba, lo olfateó y probó<br />

prud<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te antes de morderlo con confianza.<br />

—¿Pastel de carne? ¿De dónde has sacado esto?<br />

El búho ahuecó las plumas y, mirándolo fijam<strong>en</strong>te, lanzó dos agudos<br />

chillidos. Desc<strong>en</strong>dió y se posó ante Aybkam<strong>en</strong>, sobre el lomo del caballo,<br />

que le permitió la confianza impasible. Fhain miró fijam<strong>en</strong>te al humano<br />

antes de echar a volar.<br />

El buhonero siguió al pájaro que se desplazaba ante él <strong>en</strong>tre los<br />

árboles, det<strong>en</strong>iéndose <strong>en</strong> las ramas bajas para permitirle alcanzarlo. Poco a<br />

poco, el rumor de la música fue aum<strong>en</strong>tando y a él se añadieron voces.<br />

89


Aguijoneado por la curiosidad, Aybkam<strong>en</strong> avanzó <strong>en</strong>tre los arbustos. De<br />

rep<strong>en</strong>te, vio que, un poco más lejos, los árboles se abrían, dejando un<br />

hermoso claro junto a un lago. Había g<strong>en</strong>tes de variadas edades y<br />

condición que ll<strong>en</strong>aban el lugar. Algunos bailaban al son de lo que tocaban<br />

varios músicos junto a la hoguera. Aybkam<strong>en</strong> se frotó los ojos por si la<br />

vista le <strong>en</strong>gañaba. Entre las muchachas, algunas de ellas muy hermosas, le<br />

llamó la at<strong>en</strong>ción una elfa de cabellos cortos y rubios. Pocas veces había<br />

visto elfos, y aún m<strong>en</strong>os mezclándose con humanos de forma tan confiada.<br />

Entre los pres<strong>en</strong>tes, un hombre que int<strong>en</strong>taba acaparar para sí una bota<br />

<strong>en</strong>tera de vino y una jov<strong>en</strong> altiva vestida con caros y llamativos ropajes<br />

conversaban con un extraño vagabundo. Había una yegua blanca <strong>en</strong> un<br />

extremo del claro, ricam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>jaezada. Unos chavales correteaban por el<br />

lugar y, junto a los músicos, se s<strong>en</strong>taba una hermosa mujer de largos<br />

cabellos rubios y rizados.<br />

La visión no se había esfumado al cabo de unos instantes, así que<br />

Aybkam<strong>en</strong> dio un prud<strong>en</strong>te paso hacia atrás. Puede que las ley<strong>en</strong>das sobre<br />

las hadas que poblaban esos bosque fues<strong>en</strong> ciertas. En otras circunstancias<br />

hubiese aceptado sin dudar el riesgo, pero aquél no era el mom<strong>en</strong>to de<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a ilusiones faéricas. T<strong>en</strong>ía una misión que cumplir.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se había quedado tan absorto observando la esc<strong>en</strong>a que no<br />

se percató de las fechorías de Fhain hasta que fue tarde.<br />

—¡Eh! ¡Ladrón!<br />

Una mujer de mediana edad, con el largo pelo castaño recogido <strong>en</strong> una<br />

tr<strong>en</strong>za, perseguía al búho agitando un trapo para espantarlo. Los dos niños<br />

se detuvieron <strong>en</strong> sus juegos un mom<strong>en</strong>to para animar a la mujer al grito de<br />

"Ya es tuyo, mamá", <strong>en</strong>tre grandes risas, y aquello fue la prueba que<br />

Aybkam<strong>en</strong> necesitaba para asegurarse de que eran humanos.<br />

Fhain voló directo hacia Aybkam<strong>en</strong> y dejó caer <strong>en</strong> sus manos otro<br />

trozo de pastel de carne antes de posarse <strong>en</strong> una rama, próxima a su<br />

hombro, para hacer fr<strong>en</strong>te a su perseguidora ahora que t<strong>en</strong>ía la v<strong>en</strong>taja<br />

táctica de un aliado. El pequeño búho gris ahuecó las plumas y le dirigió<br />

dos sonoros chasquidos a la mujer que se acercaba <strong>en</strong> advert<strong>en</strong>cia. La<br />

mujer se detuvo sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

—Oh, saludos... ¿El búho es vuestro?<br />

Aybkam<strong>en</strong> sonrió y le t<strong>en</strong>dió el pastelillo de carne, algo destrozado ya<br />

por las garras de Fhain.<br />

—Me temo que soy el responsable de este pillastre, puedo pagar lo<br />

que haya destrozado. Lo si<strong>en</strong>to.<br />

90


La mujer le sonrió amablem<strong>en</strong>te.<br />

—Oh, no os preocupéis. Esta comida está hoy aquí para todos los que<br />

t<strong>en</strong>gan hambre. Mi nombre es Saleith.<br />

—Estup<strong>en</strong>do, no había probado un pastel de carne tan bu<strong>en</strong>o como el<br />

que me trajo hace un mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> toda mi vida.<br />

Sin más, Aybkam<strong>en</strong> se metió <strong>en</strong> la boca el manjar e int<strong>en</strong>tó masticar y<br />

hablar al mismo tiempo.<br />

—Me llamo Aybkam<strong>en</strong>, soy comerciante. No sabía que se celebraba<br />

una fiesta aquí. ¿Es <strong>en</strong> honor de Anthelaith?<br />

Saleith sonrió abiertam<strong>en</strong>te al recién llegado.<br />

—Antes, el inicio de primavera se celebraba a lo grande cada año <strong>en</strong><br />

la ciudad. En las plazas se repartía bebida y comida a raudales y se bailaba<br />

toda la noche. Pero, desde hace unos años, se han suprimido muchas<br />

costumbres. El culto a Anthelaith ya no es tan ext<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> la región y la<br />

fiesta es <strong>en</strong> su honor, así que ya sólo nos reunimos aquí para celebrarlo de<br />

un modo más privado.<br />

—Me <strong>en</strong>cantan las fiestas. Siempre es agradable <strong>en</strong>contrar una<br />

celebración, sobre todo cuando crees que ya vas a pasar una noche solitaria<br />

y aburrida.<br />

Varios curiosos se habían acercado ya al recién llegado y algunos<br />

procedieron a pres<strong>en</strong>tarse.<br />

—Saludos, amigo, soy Eoroth.<br />

Saleith dejó escapar un suspiro perdida <strong>en</strong> sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.<br />

—¡Qué recuerdos! Tal día como hoy, hace doce años, mi difunto<br />

esposo, que Basth le haya concedido cobijo a su alma, y yo concebimos a<br />

nuestro hijo mayor.<br />

Eoroth sonrió a la mujer.<br />

—Mi querida amiga, creedme cuando os digo que el tiempo se olvidó<br />

de hacer mella <strong>en</strong> vos.<br />

Saleith rió el piropo de Eoroth. Él aprovechó su desconcierto para<br />

agarrarla de las manos y la obligó a seguirlo hacia la música.<br />

—Señor, ¿su búho es listo?<br />

Aybkam<strong>en</strong> se volvió a los dos rapaces que lo observaban con anhelo.<br />

—Mucho. Sabe arrancar dedos de un solo picotazo.<br />

Los dos niños dirigieron una mirada admirativa al pequeño pájaro<br />

gris. Fhain abrió el pico hacia ellos y los miró con gesto am<strong>en</strong>azante.<br />

—¿Y usted es un caballero?<br />

—No, sólo estoy de paso.<br />

91


Los dos críos parecieron de rep<strong>en</strong>te perder interés <strong>en</strong> el recién llegado<br />

y se ad<strong>en</strong>traron de nuevo hacia la fiesta.<br />

17— La reina y el buhonero<br />

Aquello era lo último que esperaba <strong>en</strong>contrar Aybkam<strong>en</strong>: una fiesta <strong>en</strong><br />

mitad del bosque justo la noche sigui<strong>en</strong>te a la torm<strong>en</strong>ta. Lo primero que<br />

hizo fue dirigirse a la mesa para servirse un par de trozos de pan y un<br />

g<strong>en</strong>eroso vaso de vino. Fue <strong>en</strong>tonces cuando su mirada se topó de nuevo<br />

con la mujer rubia que se s<strong>en</strong>taba cerca de la hoguera c<strong>en</strong>tral. Vestía<br />

ropajes caros y parecía fuera de lugar. Nadie le hablaba y había un aura de<br />

soledad a su alrededor. Aybkam<strong>en</strong> decidió hacerse con dos raciones de<br />

vino...<br />

Portando dos vasos rebosantes, se acercó hasta ella sorteando g<strong>en</strong>te y<br />

se s<strong>en</strong>tó a su lado. T<strong>en</strong>ía el pelo muy largo y rizado y la piel muy pálida.<br />

No pareció percatarse de su pres<strong>en</strong>cia hasta que le habló.<br />

—Hola, me llamo Aybkam<strong>en</strong>, acabo de llegar —dijo mi<strong>en</strong>tras le<br />

pasaba uno de los vasos.<br />

La mujer se volvió hacia él con una expresión de sorpresa. T<strong>en</strong>ía los<br />

ojos azules como el cielo, con un brillo muy poco común. Tomó la bebida<br />

y Aybkam<strong>en</strong> aprovechó para t<strong>en</strong>derle la mano. La expresión de ella fue de<br />

tal distanciami<strong>en</strong>to que el buhonero creyó que tal vez había cometido<br />

alguna impertin<strong>en</strong>cia. Se miró la extremidad por si estaba sucia. Ella<br />

sonrió levem<strong>en</strong>te ante su gesto e inclinó la cabeza a modo de saludo.<br />

—Saludos, señor Aybkam<strong>en</strong>, mi nombre es Neraveith.<br />

La voz de aquella mujer era suave, pero int<strong>en</strong>sa, y su <strong>en</strong>tonación<br />

resultaba muy agradable. Parecía ret<strong>en</strong>er las palabras para que surgies<strong>en</strong><br />

con total claridad de sus labios. T<strong>en</strong>dió una delicada mano pálida hacia él.<br />

Aybkam<strong>en</strong> apeló a sus paupérrimos conocimi<strong>en</strong>tos de etiqueta para darle<br />

una respuesta obvia a ese gesto: brindarle un caluroso apretón.<br />

—Encantado de conocerte.<br />

—¿Por qué creéis que no soy de la región?<br />

—Porque estás sola. ¿Has v<strong>en</strong>ido con algui<strong>en</strong>?<br />

Ella sonrió y a él le <strong>en</strong>cantó que lo hiciese.<br />

—He v<strong>en</strong>ido sola.<br />

—Yo he v<strong>en</strong>ido con compañía, de hecho, me ha guiado hasta aquí.<br />

—No puedo ver esa compañía.<br />

Aybkam<strong>en</strong> señaló a un búho gris que parecía montar guardia sobre<br />

92


una rama <strong>en</strong> el linde del claro. Neraveith alzó las cejas son sorpresa.<br />

—¿Viajáis con un búho?<br />

Él asintió y, sin previo aviso, ella rio. Aybkam<strong>en</strong> esperó a que diese<br />

un trago al vino antes de proseguir con la conversación.<br />

—¿Tampoco eres de la zona?<br />

—Sí, lo soy. Vivo <strong>en</strong> la ciudad.<br />

—Nadie lo diría.<br />

Ella frunció el ceño.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque parece que no conozcas a nadie.<br />

Neraveith sonrió ante el descaro de aquel hombre. Él no sabía con<br />

qui<strong>en</strong> estaba hablando, pero le había gustado ese acercami<strong>en</strong>to tan cálido y<br />

atrevido, así que decidió que prefería mant<strong>en</strong>erlo <strong>en</strong> la ignorancia respecto<br />

a su id<strong>en</strong>tidad política.<br />

—Conozco a casi todo el mundo aquí, señor Aybkam<strong>en</strong>.<br />

—Oh, por favor, no añadas un "señor" a mi nombre, es demasiado<br />

formal.<br />

—No sé si es correcto usar otro tono.<br />

—Yo me s<strong>en</strong>tiría más cómodo sin él.<br />

—Entonces haré un esfuerzo, Aybkam<strong>en</strong> —a Neraveith le costó<br />

mucho no añadir un “señor” delante. Volvió su at<strong>en</strong>ción al vaso de vino y<br />

le dio un cortés sorbo.<br />

Aybkam<strong>en</strong> había t<strong>en</strong>ido muchos contactos con mujeres. El oficio<br />

errante que t<strong>en</strong>ía le permitía <strong>en</strong>tablar rápidos contactos que no buscaban<br />

más que pasar un bu<strong>en</strong> rato, que no exigirían gran cosa de él después de un<br />

par de noches. Pero aquella mujer era extraña, no sólo por sus caros<br />

ropajes. Algo <strong>en</strong> su gesto la distanciaba de todas las que había conocido.<br />

Por un mom<strong>en</strong>to, se planteó si se trataba <strong>en</strong> realidad de alguna de las<br />

ilusiones que decían que poblaba el bosque... Pero si era capaz de sost<strong>en</strong>er<br />

un vaso de vino <strong>en</strong>tonces no debía tratarse de un espejismo.<br />

—¿De dónde procedes, Aybkam<strong>en</strong>? —la voz de ella interrumpió sus<br />

cavilaciones. A pesar de haber usado las palabras correctas, el tono cortés<br />

que le dirigió, comedido y considerado <strong>en</strong> cada detalle de su pronunciación<br />

le recordó que ella hubiese preferido mant<strong>en</strong>er un tono de cortés<br />

distanciami<strong>en</strong>to.<br />

—Ahora voy hacia el oeste, al monasterio de Davorsath, comercio<br />

para los monjes.<br />

—Sinceram<strong>en</strong>te, no t<strong>en</strong>éis el aspecto ni la actitud de un monje.<br />

93


—No lo soy. Ellos se <strong>en</strong>cargaron de mí cuando murió mi padre, hasta<br />

que fui lo bastante mayor para heredar su carromato. Me <strong>en</strong>señaron a leer<br />

y a escribir sin dejar de repetirme que <strong>en</strong> el conocimi<strong>en</strong>to estaba la<br />

auténtica libertad. Ahora soy bastante útil para su economía.<br />

—¿A qué te dedicas?<br />

Una vez más, ese tono de perfecto comedimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> su voz.<br />

—Comercio y fabrico algunos cacharros de metal durante el invierno,<br />

los reparto cuando hace bu<strong>en</strong> tiempo.<br />

Ella sonrió de nuevo.<br />

—Pues supongo que éste no es bu<strong>en</strong> tiempo para que os <strong>en</strong>contréis<br />

sobre los caminos...<br />

Su esfuerzo había caído... De nuevo tratami<strong>en</strong>to formal...<br />

—Me hicieron llegar un m<strong>en</strong>saje. Necesitaban mi pres<strong>en</strong>cia con<br />

urg<strong>en</strong>cia. Aproveché para cargar mis últimas adquisiciones <strong>en</strong> el carromato<br />

y hacérselas llegar. Lo he estacionado un poco más lejos.<br />

—¿Carromato? No me parece muy adecuado atravesar un bosque con<br />

un carromato.<br />

Aybkam<strong>en</strong> sonrió, asinti<strong>en</strong>do.<br />

—Yo tampoco, pero no sabes la de excepciones que me han sucedido<br />

<strong>en</strong>tre estos árboles.<br />

Un coro de aplausos atravesó el aire cuando los músicos dieron por<br />

terminada su última melodía. Ambos volvieron la at<strong>en</strong>ción por unos<br />

instantes a las risas y el baile que se desarrollaba un poco más lejos.<br />

—Por cierto, ¿sabes que soy tímido?<br />

Neraveith <strong>en</strong>arcó las cejas, incrédula, y hubo de reprimir una sonrisa.<br />

—¿Tímido?<br />

—Sí, terriblem<strong>en</strong>te tímido, pero creo que no voy a aguantar mucho<br />

tiempo sin ir a divertirme con los demás. Así que, como tú los conoces a<br />

todos, t<strong>en</strong>drás que acompañarme para darme ánimos y pres<strong>en</strong>tármelos.<br />

Neraveith se quedó anonadada por la propuesta, pero antes de lograr<br />

asimilarla una carcajada salió de ella. Ese tipo era lo más divertido que le<br />

había pasado <strong>en</strong> mucho tiempo.<br />

Él se puso <strong>en</strong> pie y le ofreció una mano, ella la cogió aún sonri<strong>en</strong>do.<br />

En los límites del bosque, un grupo de guardias fueron expulsados por<br />

quinta vez de sus caminos. Laronoth observó los árboles que se cerraban<br />

ante ellos y la oscuridad que <strong>en</strong>gullía toda refer<strong>en</strong>cia más allá de los<br />

troncos. El sarg<strong>en</strong>to blasfemó a su lado.<br />

94


—¡Maldita sea! Este maldito bosque está embrujado.<br />

Laronoth asintió.<br />

—Lo estamos haci<strong>en</strong>do mal.<br />

—¿Mal?<br />

—Es la noche de Anthelaith. Vayamos a celebrarla.<br />

—¿Que?<br />

—Este bosque ti<strong>en</strong>e su propio carácter. Hoy es noche de celebración.<br />

Id a celebrar Anthelaith y os abrirá paso.<br />

El sarg<strong>en</strong>to observó a su soldado, desconcertado. Aquello era una<br />

locura, casi una blasfemia, o así la considerarían los sacerdotes de Basth El<br />

Justo. Pero también era cierto que Laronoth poseía cierta intuición que les<br />

había guiado <strong>en</strong> la dirección correcta <strong>en</strong> mom<strong>en</strong>tos de absoluta ceguera.<br />

—Está bi<strong>en</strong>, chicos, <strong>en</strong>vainad las armas. Veamos si el loco de<br />

Laronoth nos puede guiar.<br />

Durante el breve baile, alejado de un abrazo romántico y muy próximo<br />

a una polca desacompasada, que mantuvo con Neraveith, Aybkam<strong>en</strong> se<br />

hizo consci<strong>en</strong>te de que seguram<strong>en</strong>te su aspecto desaliñado le iba a<br />

estropear toda perspectiva que sobrepasase una conversación agradable esa<br />

noche. Su olor ya resultaba desagradable antes incluso de haberse lanzado<br />

<strong>en</strong> aquel baile. Había algo de milagroso <strong>en</strong> que Neraveith no hubiese huido<br />

cuando él se había acercado. De todas maneras, aquella mujer valía la<br />

p<strong>en</strong>a. Se detuvieron junto a la mesa para recuperar el resuello y beber algo.<br />

Ella t<strong>en</strong>ía las mejillas sonrosadas y sonreía. Era bonita. Había dulzura <strong>en</strong><br />

ella, y soledad, podía palparlo. Y toda esa capa de artificio y caros ropajes<br />

que trataba de ocultarlas se esfumaba <strong>en</strong> cuanto ella sonreía con<br />

sinceridad. Él rell<strong>en</strong>ó el vaso de ella con agua de una jarra colocada allí<br />

estratégicam<strong>en</strong>te.<br />

—Creo que me convi<strong>en</strong>e darme un baño completo. Me he pasado el<br />

día trabajando y apesto.<br />

Neraveith le dedicó una sonrisa afectada.<br />

—No os lo había querido m<strong>en</strong>cionar por cortesía, pero sí, apestáis.<br />

Aybkam<strong>en</strong> posó con gesto fiero.<br />

—Manti<strong>en</strong>e a los osos alejados, es muy útil cuando no viajas con<br />

escolta armada.<br />

Ella volvió a reír, y Aybkam<strong>en</strong> sintió que se le erizaba la piel de la<br />

espalda mirándola.<br />

—Había p<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> lanzarme al lago para que los animales dejas<strong>en</strong> de<br />

95


huir de mí, pero debe estar demasiado frío, hay escarcha <strong>en</strong> sus bordes.<br />

—No te convi<strong>en</strong>e bañarte <strong>en</strong> el lago.<br />

—¿Puedo pillar unas fiebres?<br />

—Sí, pero además hay ondinas <strong>en</strong> él. Dic<strong>en</strong> que pued<strong>en</strong> ser peligrosas<br />

si eres un hombre.<br />

Aybkam<strong>en</strong> volvió la vista hacia el lago.<br />

—¡Ondinas, vaya!<br />

—Pero hay una zona por la que no van, no les gusta porque el agua<br />

está tibia, aún no sabemos por qué.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se volvió interesado hacia ella.<br />

—¡Agua tibia!<br />

—Sí.<br />

Adoptó un gesto de teatral ansia, se dejó caer de rodillas ante<br />

Neraveith y alzó su plegaria hacia ella.<br />

—Por favor, muéstrame dónde está, ¡oh!, hermosa y piadosa señora.<br />

La zona, que comunm<strong>en</strong>te d<strong>en</strong>ominaban "las fu<strong>en</strong>tes" todos los que<br />

conocían bi<strong>en</strong> aquel claro, no era más que una afloración rocosa a la orilla<br />

del lago, donde, por alguna inexplicable razón, el agua estaba tibia. Se<br />

barajaron varias conjeturas para explicar el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o, pero se<br />

abandonaron rápidam<strong>en</strong>te, junto con los reparos supersticiosos al hacerse<br />

obvia la utilidad del lugar. Antes de t<strong>en</strong>er la más mínima pista que<br />

resolviese el misterio de aquel rincón acuoso, los humanos ya le habían<br />

dado una utilidad práctica y lo habían convertido <strong>en</strong> su zona favorita de<br />

baño. Una actitud muy humana...<br />

Aybkam<strong>en</strong> no se hizo de rogar. Tras comprobar la temperatura del<br />

agua, empezó a desvestirse tan apresuradam<strong>en</strong>te como podía, aj<strong>en</strong>o al<br />

gesto de desconcierto y al rubor que, a sus espaldas, tomó posesión del<br />

rostro de Neraveith. Ella se volvió justo a tiempo para otorgarle la<br />

intimidad necesaria y, unos instantes más tarde, oyó un contund<strong>en</strong>te<br />

chapoteo. Obviam<strong>en</strong>te, Aybkam<strong>en</strong> había optado por meterse <strong>en</strong> el agua de<br />

la forma más ruidosa posible. Reprimió una sonrisa y caminó hacia la gran<br />

roca que delimitaba la zona de "las fu<strong>en</strong>tes". Una vez la hubo rebasado y la<br />

intimidad de Aybkam<strong>en</strong> se vio asegurada por dos metros de granito,<br />

Neraveith se apoyó <strong>en</strong> el natural parapeto y permitió que una risita aflorase<br />

de sus labios. Aquella situación era infantil. Hacer de guía a un<br />

desconocido, bailar de aquella manera tan ridícula, soportar la pres<strong>en</strong>cia de<br />

algui<strong>en</strong> tan descarado... ¿Qué demonios le estaba pasando? Nunca se<br />

hubiese creído capaz de algo así.<br />

96


Desde el otro lado de la roca <strong>en</strong> que se apoyaba le llegó una canción<br />

de decía algo así como "bogar a través del temporal" mi<strong>en</strong>tras un rítmico<br />

chapoteo la acompañaba. Ella se imaginó a Aybkam<strong>en</strong> emulando a algún<br />

marinero <strong>en</strong> una barca y no pudo evitar que una carcajada surgiese de ella.<br />

Ella nunca había t<strong>en</strong>ido la oportunidad de jugar con el agua, como había<br />

visto hacer a los niños, y nunca p<strong>en</strong>só que vería o, más bi<strong>en</strong>, oiría, hacer lo<br />

mismo a un adulto.<br />

Neraveith se sonrió mi<strong>en</strong>tras miraba hacia el cielo. Hacía mucho que<br />

no reía de aquella manera. ¡Qué situación tan extraña! ¡No sabía cómo<br />

podía soportar a semejante descarado! Debería haberse marchado airada<br />

ante su comportami<strong>en</strong>to, pero la frescura y el descaro de Aybkam<strong>en</strong> habían<br />

sido como agua <strong>en</strong> el desierto. Estaba tan acostumbrada a que todos los<br />

que la rodeaban supieran quién era que ya no recordaba cuánto echaba de<br />

m<strong>en</strong>os aquel tipo de complicidad que da el tratarse <strong>en</strong>tre iguales.<br />

De rep<strong>en</strong>te, la imag<strong>en</strong> de Aybkam<strong>en</strong> escurriéndose el pelo con las<br />

manos y completam<strong>en</strong>te desnudo ocupó su campo de visión. Había<br />

decidido salir del agua tan campante como había <strong>en</strong>trado, y se había<br />

det<strong>en</strong>ido ante ella.<br />

—Esto es delicioso, debería visitar este rincón del bosque más a<br />

m<strong>en</strong>udo.<br />

Neraveith carraspeó levem<strong>en</strong>te y desvió la mirada hacia su derecha.<br />

Pero él no se dio por aludido, se limitó a apoyar las manos <strong>en</strong> sus caderas<br />

tras estrujarse el cabello. Neraveith le miró int<strong>en</strong>tando mant<strong>en</strong>er la<br />

<strong>en</strong>tereza.<br />

—¿Se puede saber qué haces, Aybkam<strong>en</strong>?<br />

—¿Yo? —respondió con tono de obviedad—. Secarme. ¿Qué otra<br />

cosa podría estar haci<strong>en</strong>do?<br />

Neraveith se desató la capa que llevaba aún puesta y se la ofreció<br />

ext<strong>en</strong>diéndola con los brazos<br />

—Cúbrete o pillarás unas fiebres.<br />

La reina giró su cabeza mi<strong>en</strong>tras él se acercaba a ella para arroparse <strong>en</strong><br />

la capa que le ofrecía. Sintió cómo su rostro se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>día, pero no pudo<br />

evitar volverse y mirarle fijam<strong>en</strong>te a los ojos cuando tomó la capa. Los<br />

t<strong>en</strong>ía de un color miel, cálido, como una tarde de verano.<br />

—T<strong>en</strong>dréis que buscar algo para poneros —sin percatarse, Neraveith<br />

titubeó al hablar.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se separó de ella y se frotó vigorosam<strong>en</strong>te el cabello y el<br />

torso con un extremo de la capa. Después se lió la pr<strong>en</strong>da a la cintura. Los<br />

97


ojos de Neraveith parecieron querer salirse de sus cu<strong>en</strong>cas cuando vio lo<br />

que estaba haci<strong>en</strong>do con su preciada pieza, pero no se atrevió a protestar.<br />

—Sí, ahora iré a buscar algo a mi carromato, no está muy lejos. Me<br />

temo que la posibilidad de un baño cali<strong>en</strong>te me ha hecho perder el s<strong>en</strong>tido.<br />

—¿Por qué tanta prisa <strong>en</strong> darte un baño?<br />

—Porque los caminos de este bosque nunca sabes a dónde te llevan.<br />

Puede que, si hubiese ido a mi carromato, al tratar de volver aquí no te<br />

<strong>en</strong>contrase, ni <strong>en</strong>contrase las fu<strong>en</strong>tes.<br />

Neraveith frunció el ceño.<br />

—¿Cómo puedes viajar de esta manera? Sin saber lo que te depara el<br />

destino...<br />

Él sonrió.<br />

—Confío <strong>en</strong> mis decisiones, sólo eso importa. Ni siquiera tú puedes<br />

saber hacia dónde te diriges hasta que has llegado.<br />

Neraveith permaneció <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, tratando de darle un s<strong>en</strong>tido a sus<br />

palabras, y Aybkam<strong>en</strong> se volvió hacia el lago. La voz de él interrumpió sus<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.<br />

—¿Has visto el lago? Las estrellas se reflejan <strong>en</strong> él como si fuese un<br />

espejo.<br />

Ella volvió a pisar tierra firme de rep<strong>en</strong>te, sus s<strong>en</strong>tidos volvieron al<br />

suelo y observó el paisaje ante ella... Era hermoso.<br />

—Sí... —murmuró.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se apoyó <strong>en</strong> la roca junto a ella.<br />

—Aún no me has dicho dónde vives, Neraveith.<br />

Ella dudó <strong>en</strong> responder.<br />

—Preferiría que no lo supieses.<br />

—¿Por qué? ¿Porque pert<strong>en</strong>eces a la nobleza?<br />

Neraveith sintió que le daba un vuelco <strong>en</strong> corazón.<br />

—Esta noche no quiero serlo. Pero ¿cómo lo has deducido?<br />

—Por tus ropajes. Parec<strong>en</strong> muy caros.<br />

Neraveith volvió la vista hacia la luz de la hoguera y la música.<br />

Aybkam<strong>en</strong> siguió la dirección de sus ojos.<br />

—¿Quieres volver con los demás?<br />

Neraveith negó.<br />

—Allí estoy sola, a pesar de estar rodeada de g<strong>en</strong>te, tú mismo lo has<br />

dicho.<br />

—¿Y conmigo no?<br />

Ella lo miró a los ojos sonri<strong>en</strong>do.<br />

98


—No.<br />

Al principio se sintió indignada consigo misma por ese arrebato de<br />

sinceridad. Pero su <strong>en</strong>fado se esfumó rápidam<strong>en</strong>te cuando vio a Aybkam<strong>en</strong><br />

alzar la mano para deslizar los dedos por la cabellera de ella. Lo vio<br />

inclinarse y supo que iba a besarla, pero, <strong>en</strong> lugar de la caricia libidinosa<br />

que esperaba de un hombre, la besó con dulzura <strong>en</strong> la mejilla. Su gesto la<br />

desconcertó. No era el gesto de algui<strong>en</strong> que buscase sus favores, era el<br />

gesto de un amigo, o un hermano. Se obligó a recuperar rápidam<strong>en</strong>te la<br />

compostura y desvió la mirada hacia el suelo para disimular su<br />

azorami<strong>en</strong>to.<br />

—Así que eres un buhonero, te dedicas al comercio, viajas sin saber a<br />

ci<strong>en</strong>cia cierta cuál es tu destino y no ti<strong>en</strong>es ningún reparo <strong>en</strong> desvestirte<br />

ante una dama. Mi estimado Aybkam<strong>en</strong>, permitidme que os diga que sois<br />

muy descarado —algo d<strong>en</strong>tro de ella le dijo que acababa de cometer un<br />

error.<br />

—¿Te parezco descarado?<br />

—Sí<br />

Aybkam<strong>en</strong> tomó suavem<strong>en</strong>te sus manos. Neraveith volvió la mirada<br />

hacia él y Aybkam<strong>en</strong> aprovechó para agarrarla de la cintura y atraerla.<br />

—Y esto... ¿te parece atrevido?<br />

Neraveith asintió con la cabeza.<br />

—Ahora creo que estás rozando la osadía más absoluta.<br />

Entonces él volvió a besarla, y <strong>en</strong> esta ocasión el gesto no tuvo nada<br />

de fraternal. Lo primero que p<strong>en</strong>só ella fue que aquel hombre t<strong>en</strong>ía cierta<br />

experi<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> esos m<strong>en</strong>esteres. Luego dejó de p<strong>en</strong>sar y se abandonó al<br />

mom<strong>en</strong>to. Fue Aybkam<strong>en</strong> el que rompió el beso.<br />

—Ahora he sido atrevido —susurró, separándose de ella l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te.<br />

A pesar de las protestas formales de su m<strong>en</strong>te, de sus años de<br />

comedimi<strong>en</strong>to y de la imposición lógica que debería establecerse <strong>en</strong> esa<br />

situación, los brazos de Neraveith se aferraron a Aybkam<strong>en</strong> y apoyó la<br />

cabeza contra su hombro. Él no tardó <strong>en</strong> <strong>en</strong>volverla <strong>en</strong> un abrazo a su vez.<br />

Su piel estaba aún húmeda.<br />

—Aybkam<strong>en</strong>, vas a pillar frío. Deberías ir junto a la hoguera.<br />

—¿Tú quieres ir? —preguntó suavem<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras deslizaba la mano<br />

por la cascada de rizos rubios. El gesto despertó chispas bajo la piel de<br />

Neraveith.<br />

Ella negó y él se apartó un poco para mirarla a los ojos con una<br />

sonrisa traviesa.<br />

99


—Entonces se me ocurre una manera de mant<strong>en</strong>erme cali<strong>en</strong>te, pero<br />

necesito de tu colaboración.<br />

Neraveith dudó <strong>en</strong>tre reír o sucumbir de inmediato ante aquel<br />

descarado int<strong>en</strong>to de seducción, pero <strong>en</strong>tonces él deslizó los dedos <strong>en</strong> una<br />

l<strong>en</strong>ta caricia por la mandíbula de ella y la duda desapareció.<br />

—Ti<strong>en</strong>es unos ojos preciosos, son de un azul tan int<strong>en</strong>so... El cielo<br />

<strong>en</strong>tero está <strong>en</strong> tu mirada.<br />

Neraveith advirtió cómo el estómago se le <strong>en</strong>cogía <strong>en</strong> un estallido de<br />

emoción y sonrió.<br />

—Eres un poeta o un embustero, aún no lo sé.<br />

Él no respondió, deslizó su mano tibiam<strong>en</strong>te por la nuca de ella y la<br />

besó. Por un mom<strong>en</strong>to Neraveith se quedó muy quieta, sin saber si<br />

responder o no, pero se dio cu<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> seguida de que hubiese sido una<br />

hipocresía no hacerlo.<br />

No hubo más palabras, tan sólo miradas de complicidad que se<br />

cruzaron, y la aceptación. Intercalando besos y caricias, ambos se fueron<br />

deslizando hasta la hierba helada.<br />

En el claro, la fiesta volvió a interrumpirse abruptam<strong>en</strong>te, por segunda<br />

vez, cuando un grupo de guardias del castillo irrumpieron <strong>en</strong> él.<br />

Neraveith no podía dejar de comparar s<strong>en</strong>saciones. Aybkam<strong>en</strong> era<br />

difer<strong>en</strong>te a todo lo que ella creía que debía ser un hombre. Era jov<strong>en</strong>, de su<br />

misma edad, por un rato había dejado de s<strong>en</strong>tirse vieja, y era sincero,<br />

descarado y <strong>en</strong>cantador. Por más que lo int<strong>en</strong>taba, no <strong>en</strong>contraba parecido<br />

alguno <strong>en</strong>tre lo que había s<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> su día al besar a su esposo. No es que<br />

ella no hubiese s<strong>en</strong>tido nada por el antiguo rey. Le había apreciado mucho.<br />

Siempre se comportó con ella excel<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong>. Pese a la gran<br />

difer<strong>en</strong>cia de edad, nunca había sido rudo ni le había impuesto su voluntad,<br />

y le constaba que él la había amado. Pero siempre había conocido el<br />

comedimi<strong>en</strong>to con su marido, y ahora era incapaz de adoptarlo con<br />

Aybkam<strong>en</strong>.<br />

Las manos de él se habían <strong>en</strong>redado <strong>en</strong> la cabellera de ella y los labios<br />

de ella volaban sobre la piel de los hombros de él. Neraveith sintió que el<br />

maldito vestido iba a ahogarla y agradeció que su compañero empezase a<br />

pelear con las presillas y cintas que lo cinchaban. S<strong>en</strong>tir que el maldito<br />

cierre principal cedía fue liberador. La música parecía haberse sil<strong>en</strong>ciado y<br />

el mundo pareció quedar muy lejos. Su exist<strong>en</strong>cia se reducía a aquel<br />

100


mom<strong>en</strong>to. Y de rep<strong>en</strong>te el eco de una voz familiar llegó a sus oídos.<br />

—¡Mi señora!<br />

Neraveith dio respingo.<br />

—¿Qué ocurre? —preguntó su compañero, extrañado.<br />

—Oh... No —fue lo único capaz de decir ella.<br />

—¡Dama Neraveith! Señora... Majestad...<br />

Esta vez había sonado demasiado cerca y demasiado real para tratarse<br />

sólo de su imaginación y se escurrió de los brazos de Aybkam<strong>en</strong> con el<br />

alma <strong>en</strong>cogida.<br />

—Neraveith...<br />

—Debo irme, Aybkam<strong>en</strong>, lo si<strong>en</strong>to.<br />

S<strong>en</strong>tía un nudo <strong>en</strong> la garganta.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque no pued<strong>en</strong> verme con algui<strong>en</strong> como tú. Los barones lo<br />

aprovecharían para desvirtuarme políticam<strong>en</strong>te.<br />

—¿Qué? —el gesto de desconcierto de él fue arrollador—. Pero,<br />

¿quién te busca?<br />

—Son de mi guardia personal.<br />

—¿Tu guardia personal?<br />

—Sí, y prefiero que no te vean conmigo, de mom<strong>en</strong>to, por tu propio<br />

bi<strong>en</strong> y el mío.<br />

Neraveith se puso <strong>en</strong> pie y se recolocó el vestido tan bi<strong>en</strong> como pudo.<br />

Otra voz sonó demasiado cerca.<br />

—¡Reina Neraveith!<br />

Aybkam<strong>en</strong> abrió la boca por la sorpresa y sus cejas am<strong>en</strong>azaron con<br />

salir de los límites de su fr<strong>en</strong>te.<br />

—¿Reina...?<br />

Ella alisó la falda sacudi<strong>en</strong>do la parte trasera de la misma para que no<br />

hubiera restos de hojas ni ramitas <strong>en</strong>ganchadas <strong>en</strong> ella. Luego se agachó<br />

para quedar a la altura del rostro de Aybkam<strong>en</strong>.<br />

—Espero volver a verte, Aybkam<strong>en</strong>.<br />

Besó sus labios rápidam<strong>en</strong>te, se puso <strong>en</strong> pie y se <strong>en</strong>caminó hacia el<br />

claro a grandes zancadas.<br />

El buhonero la miró alejarse boquiabierto. Neraveith... ¡La reina<br />

Neraveith! ¿Cómo había podido ser tan estúpido? ¿Cuántas mujeres había<br />

conocido que se llamas<strong>en</strong> "Neraveith"? No muchas, no era un nombre muy<br />

común. ¿Sería delito intimar con una reina? ¡Había estado a punto de<br />

lograr los favores de una reina! ¡Demonios! T<strong>en</strong>ía que contárselo a Fhain,<br />

101


aunque el búho no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día mucho de jerarquías humanas. Ahora cobraban<br />

s<strong>en</strong>tido sus maneras, sus ropajes y el modo <strong>en</strong> que los que la rodeaban se<br />

mant<strong>en</strong>ían alejados.<br />

Ojalá no se hubiese tratado de una reina. La nobleza pocas veces se<br />

dignaba mostrar agradecimi<strong>en</strong>to o apego. Sintió frío de pronto y se<br />

arrebujó <strong>en</strong> la capa. La capa... ¡Ella se la había dejado! Eso significaba que<br />

puede que regresase a buscarla. Una sonrisa asomó a sus labios y murió<br />

casi al mom<strong>en</strong>to.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se obligó a volver a pisar terr<strong>en</strong>o firme emocionalm<strong>en</strong>te.<br />

Ella era una reina, y no t<strong>en</strong>ía por qué mostrar más interés por él.<br />

Abrigándose bajo la capa de ella, se dirigió hacia su carromato. De todas<br />

maneras, su misión era urg<strong>en</strong>te y ya había perdido demasiado tiempo.<br />

En el claro, había cesado la música y todos los asist<strong>en</strong>tes a la<br />

celebración lanzaban temerosas miradas a los alrededores. La guardia<br />

personal de la reina llamaba a su señora buscándola con preocupación y a<br />

ninguno de ellos se le había ocurrido ejercer de escolta de Neraveith <strong>en</strong> un<br />

lugar tan incierto como el bosque de Isthelda. Para alivio de todos, una<br />

figura blanca y dorada surgió de la p<strong>en</strong>umbra por el s<strong>en</strong>dero que llevaba a<br />

las fu<strong>en</strong>tes. Su paso era firme y regio, la expresión de su rostro distante y<br />

nada <strong>en</strong> su persona d<strong>en</strong>otaba que hubiese corrido ningún peligro o<br />

percance aj<strong>en</strong>o a su voluntad. Todos suspiraron aliviados.<br />

—Aquí estoy, Laronoth, no es necesario que gritéis más —su voz<br />

sonó seca y rotunda.<br />

—Mi señora... —el soldado se inclinó <strong>en</strong> la más profunda de las<br />

rever<strong>en</strong>cias—, me alegra <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te veros bi<strong>en</strong>.<br />

—¿Por qué no había de estarlo?<br />

—Lord Meldionor p<strong>en</strong>só que os había sucedido algo al <strong>en</strong>contrarnos<br />

v<strong>en</strong>cidos <strong>en</strong> el suelo del jardín y p<strong>en</strong>só...<br />

Neraveith inspiró fuertem<strong>en</strong>te, p<strong>en</strong>sando por unos mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong><br />

Aybkam<strong>en</strong> y todo aquello que habían dejado a medias. Las cosas debían<br />

realizarse <strong>en</strong> el ord<strong>en</strong> correcto, y estaba claro que aquella noche ella no lo<br />

había mant<strong>en</strong>ido. Había dejado a sus ilustres invitados y las habladurías<br />

que podían surgir de esto podían derribarla. Con expresión distante, le<br />

ofreció la mano a su soldado para que la ayudara a montar <strong>en</strong> Arg<strong>en</strong>t.<br />

En el claro, todos suspiraron aliviados al marcharse el séquito real. La<br />

fiesta retomó con algo de recelo mi<strong>en</strong>tras la habladurías recorrían el lugar.<br />

Saleith miró partir a la jov<strong>en</strong> Neraveith. Aún la recordaba de cuando,<br />

si<strong>en</strong>do ap<strong>en</strong>as una adolesc<strong>en</strong>te, había acudido con su padre al molino del<br />

102


que se hacían cargo ella y su esposo. Aún era una niña <strong>en</strong> muchos<br />

aspectos, y Saleith creía <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der por qué había acudido aquella noche al<br />

claro. Pero Neraveith ya no era la misma persona que hacía años, cuando<br />

gozaba de libertad. Ahora era la reina de Isthelda. Y cuanto antes lo<br />

<strong>en</strong>t<strong>en</strong>diese, mejor sería para todos...<br />

18 — Un hada <strong>en</strong> la cocina y un mago <strong>en</strong><br />

el consejo<br />

He dicho que no lo toques.<br />

El pequeño espíritu de la podredumbre de las hojas se paseaba por el<br />

borde del barril donde guardaban las manzanas secas. Anisse removía el<br />

cont<strong>en</strong>ido de un puchero puesto al fuego con las últimas legumbres de la<br />

desp<strong>en</strong>sa. El pequeño ser silbó <strong>en</strong> su dirección.<br />

"¿Si toco una sola?"<br />

Los ojos de Anisse se fijaron <strong>en</strong> la deforme hada lanzando un m<strong>en</strong>saje<br />

inequívoco.<br />

He dicho que no. Si tocas una, todas las demás se pudrirán también,<br />

¿crees que soy tonta?<br />

La otra persona que había <strong>en</strong> la cocina no parecía haberse percatado<br />

de la discusión m<strong>en</strong>tal que mant<strong>en</strong>ía Anisse, ni había detectado nunca la<br />

pres<strong>en</strong>cia del voraz du<strong>en</strong>de que vivía <strong>en</strong> el montón de deshechos para<br />

abonar que acumulaban <strong>en</strong> el patio cerca de la puerta de la cocina. Cada<br />

luna creci<strong>en</strong>te int<strong>en</strong>taba una incursión al barril de las manzanas. Anisse lo<br />

vio arrastrarse por el borde y ext<strong>en</strong>der un mugri<strong>en</strong>to dedo hacia la<br />

manzana más próxima. La jov<strong>en</strong> dejó caer bruscam<strong>en</strong>te el cucharón de<br />

metal con el que daba vueltas al puchero sobre el pequeño ser.<br />

—¡He dicho que no!<br />

El hada esperaba el ataque y saltó ágilm<strong>en</strong>te al suelo. Martha, la<br />

cocinera jefe levantó la cabeza del montón de l<strong>en</strong>tejas que estaba<br />

limpiando y miró a Anisse, interrogante. La chica se volvió hacia ella y<br />

trató de sonreír ante su arrebato.<br />

—Creí ver un ratón, <strong>en</strong> el borde del barril.<br />

La mujer negó con la cabeza mi<strong>en</strong>tras volvía a su labor, ya estaba<br />

demasiado acostumbrada a los extraños arrebatos de su ayudante. Una<br />

m<strong>en</strong>te infantil que tal vez estaba trastocada por poseer un gran corazón, tal<br />

vez más grande de lo que su pecho podía albergar. En ese mom<strong>en</strong>to, Daina<br />

103


se asomó por la puerta de la cocina.<br />

—Anisse, lord Meldionor quiere hablar contigo.<br />

—¿De qué quiere hablar conmigo?<br />

—No lo sé. Eso huele muy bi<strong>en</strong>...<br />

Anisse sintió un profundo temor mi<strong>en</strong>tras subía las escaleras hacia el<br />

corredor superior. Meldionor la había citado <strong>en</strong> sus propios apos<strong>en</strong>tos<br />

junto a la torre vieja. El consejero de la reina t<strong>en</strong>ía una extraña manera de<br />

proceder. La cocinera no dudaba que también poseía el don de la magia.<br />

Desde hacía unos años, <strong>en</strong> Isthelda, los hechiceros no eran bi<strong>en</strong> vistos, y <strong>en</strong><br />

muchos casos eran perseguidos. Sabía que el viejo ya había reparado <strong>en</strong><br />

sus capacidades de vid<strong>en</strong>cia, aunque nunca hubiese dado muestras de ello,<br />

del mismo modo que ella había visto las hebras de la magia bailando<br />

alrededor de él. Tal vez Meldionor deseaba advertirle de algún peligro o<br />

comprobar sus capacidades.<br />

Llamó suavem<strong>en</strong>te a la puerta y, desde d<strong>en</strong>tro, la voz del viejo le<br />

respondió.<br />

—Adelante, Anisse.<br />

La jov<strong>en</strong> <strong>en</strong>treabrió la puerta. En el interior, Meldionor discutía con<br />

Illim Astherd. Anisse <strong>en</strong>tró y esperó paci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te a que terminas<strong>en</strong> la<br />

conversación. Aquél era uno de los mejores alojami<strong>en</strong>tos del castillo, el<br />

tiro de la chim<strong>en</strong>ea de la cocina pasaba por él, caldeándolo. La v<strong>en</strong>tana<br />

daba al patio y la luz se colaba por ella. Había varios estantes con algunos<br />

volúm<strong>en</strong>es, una mesa y varios ut<strong>en</strong>silios de escribir repartidos por ella y un<br />

gran tapiz <strong>en</strong> la pared que repres<strong>en</strong>taba un unicornio. El lecho estaba cerca<br />

de la v<strong>en</strong>tana y una gruesa cortina lo separaba del resto de la estancia.<br />

Cuando Illim salió y cerró la puerta tras de sí, Meldionor le señaló una de<br />

las dos sillas a Anisse. No era muy habitual que invitas<strong>en</strong> a s<strong>en</strong>tarse a una<br />

cocinera y no desestimó la cortesía. Meldionor se s<strong>en</strong>tó a su vez fr<strong>en</strong>te a<br />

ella.<br />

—¿Qué tal sigu<strong>en</strong> vuestras tareas por la cocina?<br />

La chica se percató de que le costaba iniciar la conversación. Lo miró<br />

fijam<strong>en</strong>te, interrogante.<br />

—Lord Meldionor, las tareas por la cocina avanzan al ritmo que deb<strong>en</strong><br />

hacerlo, pero dudo que me hayáis hecho subir hasta aquí sólo para<br />

preguntarme por el estado del cocido.<br />

El anciano sonrió ante la sinceridad de Anisse y respiró<br />

profundam<strong>en</strong>te, con la mirada pr<strong>en</strong>dida <strong>en</strong> sus ojos negros.<br />

—Tus respuestas no son las propias de una simple cocinera. Hablas<br />

104


con gracia y sabes retorcer la conversación <strong>en</strong> tu favor.<br />

Anisse sintió que la inquietud la revolvía por d<strong>en</strong>tro. Si Meldionor<br />

había sido capaz de ver a través de su disfraz con tanta facilidad, ¿cuántos<br />

más lo habían hecho? Se obligó a ser<strong>en</strong>arse recordándose que el consejero<br />

también poseía el don de la magia. Sólo a ello debía de recurrir el anciano,<br />

a la visión mágica que debía de t<strong>en</strong>er de ella, no a la mundana lógica.<br />

Seguram<strong>en</strong>te no había sido detectada por ningún habitante más del castillo.<br />

—¿Sabes leer, Anisse?<br />

La teoría de la chica se desvaneció ante la pregunta. No había logrado<br />

pasar por una plebeya más ante los ojos de Meldionor. Sonrió débilm<strong>en</strong>te<br />

al anciano.<br />

—Sí. También sé cuales son los modales apropiados para cada<br />

situación.<br />

Meldionor se acomodó <strong>en</strong> su silla, observándola con los ojos<br />

<strong>en</strong>trecerrados.<br />

—¿De dónde procedes?<br />

—De muy lejos.<br />

La seca respuesta y la mirada irritada de la jov<strong>en</strong> indicaron que no iba<br />

a revelar nada más sobre su proced<strong>en</strong>cia. Meldionor la observó durante un<br />

largo instante. Por un mom<strong>en</strong>to Anisse p<strong>en</strong>só que tal vez el consejero de la<br />

reina quería deshacerse de una posible hechicera <strong>en</strong>tre sus muros, pero la<br />

sigui<strong>en</strong>te pregunta que le hizo la pilló desprev<strong>en</strong>ida.<br />

—Dime, Anisse, ¿tú qué opinas sobre el estado de la reina?<br />

Anisse miró más allá de los ojos del anciano. Un simple vistazo le<br />

bastó para indicarle que su preocupación era real y que esperaba su<br />

opinión.<br />

—Se refugia <strong>en</strong> sus deberes para no s<strong>en</strong>tirse perdida, pero desde hace<br />

un año sus esfuerzos no dan resultado. Es cuestión de tiempo que cometa<br />

alguna imprud<strong>en</strong>cia. Hay... —Anisse hizo un alto sinti<strong>en</strong>do cómo su m<strong>en</strong>te<br />

era arrastrada hacia cierto ángulo que no había deseado observar—. Hay<br />

un gran peligro gravitando sobre ella. Van a cazarla...<br />

Vio cómo Meldionor sonreía y dirigía la mirada hacia la v<strong>en</strong>tana. En<br />

el patio, el mozo de cuadras activó el mecanismo que alim<strong>en</strong>taba los<br />

abrevaderos. De los grifos <strong>en</strong> forma de gárgolas empezó a manar el agua<br />

con un gorgoteo agradable. Meldionor habló distraídam<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras se<br />

dejaba arrastrar por la esc<strong>en</strong>a.<br />

—No me has decepcionado, Anisse.<br />

La cocinera nunca antes había mant<strong>en</strong>ido una charla con el viejo<br />

105


consejero, pero t<strong>en</strong>ía la extraña s<strong>en</strong>sación de eatar tratando con un<br />

compañero conocido. La magia t<strong>en</strong>día a llamar a la magia, los que<br />

participaban de ella poseían una línea de unión que el resto de mortales no<br />

compartía. Meldionor se volvió hacia ella y la miró fijam<strong>en</strong>te.<br />

—¿Cuánto tiempo hace que ti<strong>en</strong>es visiones?<br />

Anisse no pudo evitar s<strong>en</strong>tirse incómoda ante la pregunta directa<br />

respecto a sus facultades, a pesar de que no le sorpr<strong>en</strong>dió. Había tratado de<br />

mant<strong>en</strong>erlas escondidas desde que llegó a Isthelda. Desde mucho antes de<br />

llegar a Isthelda...<br />

—¿Por qué creéis que t<strong>en</strong>go visiones?<br />

—Tus compañeras hablan de tus extraños ataques <strong>en</strong> los que hablas<br />

sola, pero me basta con mirar tus ojos y ver cómo eres capaz de decir a<br />

cada uno con el que te <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tras lo que desea oír. Conmigo no te resultará<br />

efectivo ese ardid.<br />

Anisse lo miró fijam<strong>en</strong>te al responderle.<br />

—Lo sé, sé que os daríais cu<strong>en</strong>ta <strong>en</strong>seguida. También veis más allá del<br />

mundo.<br />

—No es necesario que te com<strong>en</strong>te que, <strong>en</strong> estas tierras, la hechicería<br />

no es bi<strong>en</strong> vista.<br />

—Estoy al corri<strong>en</strong>te de ello, lord Meldionor. Me habéis llamado para<br />

pedirme un servicio, un servicio que debe ser realizado con discreción. Si<br />

me habéis escogido a mí para la tarea, deduzco que debe de ser necesaria<br />

una persona con el don de la hechicería para ello.<br />

Él asintió, aprobador, y una sonrisa escapó a su adusto gesto.<br />

—Parece que sabes utilizar tu don, pero, antes de decirte lo que espero<br />

de ti, quiero que contestes a un par de preguntas, y te aconsejo que no<br />

mi<strong>en</strong>tas.<br />

Él la observó durante un mom<strong>en</strong>to demasido largo. Ella supo que<br />

estaba dudando <strong>en</strong> abordar algo que lo inquietaba profundam<strong>en</strong>te y esperó<br />

con paci<strong>en</strong>cia a que se decidiese.<br />

—Estabas fuera del castillo cuando se desató la torm<strong>en</strong>ta. ¿Dónde<br />

estabas exactam<strong>en</strong>te?<br />

Ella no supo por qué, pero su corazón dio un brinco.<br />

—En el bosque.<br />

—¿Por qué?<br />

—Era mi noche libre y decidí ir hasta allí.<br />

—¿Qué viste durante la torm<strong>en</strong>ta?<br />

—La torm<strong>en</strong>ta sobre el bosque aullaba, t<strong>en</strong>ía colores... Me refugié <strong>en</strong><br />

106


una cueva.<br />

—¿Viste algo más?<br />

Anisse dudó por un mom<strong>en</strong>to si debía ser sincera <strong>en</strong> ese aspecto y,<br />

finalm<strong>en</strong>te, decidió que no. Hubiese sido demasiado complicado explicar<br />

lo que vio. Negó.<br />

—Nada a lo que pueda dar s<strong>en</strong>tido.<br />

—¿Había algui<strong>en</strong> más contigo?<br />

—Sí, lord Eoroth y un caballero extranjero de nombre Jafsemer.<br />

Anisse no supo por qué decidió omitir la pres<strong>en</strong>cia fugaz de Enuara y<br />

de la figura imprecisa a orillas del lago.<br />

—El bosque os llama.<br />

No era una pregunta. Meldionor permaneció reflexivo un largo<br />

mom<strong>en</strong>to, con la mirada perdida <strong>en</strong> las piedras de la pared por <strong>en</strong>cima del<br />

hombro derecho de Anisse. Se llevó una mano crispada al rostro.<br />

—¿Qué crees que era esa torm<strong>en</strong>ta?<br />

Anisse sintió la inquietud del anciano. Supo que, <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to, sí<br />

debía ser sincera.<br />

—No lo sé, pero no era de este mundo... V<strong>en</strong>ía de más allá de la<br />

magia.<br />

Meldionor asintió ante la descripción de Anisse. Se volvió hacia ella<br />

con una sonrisa pero a la jov<strong>en</strong> no se le escapó su int<strong>en</strong>to de escrutinio.<br />

—Ya que pareces una vid<strong>en</strong>te muy efectiva, dime tú cuál es ese<br />

servicio que voy a pedirte.<br />

Anisse pocas veces había int<strong>en</strong>tado traspasar las def<strong>en</strong>sas de una<br />

persona dedicada a la magia. Lo más probable era que no lo lograse, pero<br />

sería algo interesante de int<strong>en</strong>tar. Fijó sus ojos <strong>en</strong> la imag<strong>en</strong> del anciano y<br />

todo rastro de emoción desapareció de los rasgos de la chica mi<strong>en</strong>tras se<br />

conc<strong>en</strong>traba. Enfocó un punto detrás de la cabeza de Meldionor. Allí<br />

<strong>en</strong>contró el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to que ll<strong>en</strong>aba la m<strong>en</strong>te del viejo consejero y se<br />

aferró a él para llegar al hilo de sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. Su voz sonó ser<strong>en</strong>a y<br />

s<strong>en</strong>cilla cuando habló.<br />

—Estáis preocupado por la reina, la queréis como si hubiese sido<br />

vuestra hija. Perdisteis a una hija que se parecía mucho a ella hace mucho<br />

tiempo. Estáis inquieto, teméis que cometa cualquier locura. Deseáis que<br />

sea yo la que acompañe a la reina por la noche al bosque, para protegerla<br />

porque sabéis que volverá. No podéis <strong>en</strong>trar al bosque, y no confiáis <strong>en</strong><br />

nadie que pueda hacerlo. T<strong>en</strong>éis miedo del bosque y de las hadas que lo<br />

moran, por eso no la acompañáis vos mismo. Os prohibieron que...<br />

107


Meldionor hizo un gesto con la mano, inquieto, y la conexión con el<br />

subconsci<strong>en</strong>te del anciano se cortó.<br />

—¡Ya basta! Es sufici<strong>en</strong>te, Anisse. Deseo que acompañes a Neraveith<br />

si ella decide volver a salir del castillo. Confío <strong>en</strong> tus capacidades para<br />

percibir si <strong>en</strong> algún mom<strong>en</strong>to la am<strong>en</strong>aza algo, y también <strong>en</strong> que sabrás<br />

manejarte por las corri<strong>en</strong>tes de magia que recorr<strong>en</strong> el bosque. A Neraveith<br />

también la llama el bosque y no dudo que tratará de volver a él.<br />

Meldionor rebuscó <strong>en</strong> la bolsa que llevaba atada a la cadera y extrajo<br />

dos objetos. Sostuvo el primero ante Anisse, dejándolo oscilar librem<strong>en</strong>te.<br />

Era una aguja metálica, colgaba de un finísimo hilo dorado.<br />

—Esto te indicará donde está Neraveith <strong>en</strong> cada mom<strong>en</strong>to. El hilo del<br />

que cuelga es un cabello suyo. Si alguna vez se rompe, significará que ha<br />

muerto. Si está <strong>en</strong> peligro, oscilará con viol<strong>en</strong>cia y dará vueltas.<br />

Anisse lo sostuvo <strong>en</strong> sus manos, sinti<strong>en</strong>do el <strong>en</strong>lace mágico que<br />

mant<strong>en</strong>ía con la reina. La aguja se ori<strong>en</strong>tó hacia el ala oeste del castillo.<br />

Meldionor extrajo el segundo objeto con delicadeza. Lo guardaba <strong>en</strong> una<br />

pequeña bolsa de cuero cerrada con cordones. Se lo mostró a Anisse para<br />

que lo cogiese. Era una esfera de cristal de roca, del tamaño de una ciruela,<br />

y <strong>en</strong> su interior brillaba una pequeña llama. La chica ext<strong>en</strong>dió la mano<br />

hacia él, dudando si tocarlo. Al rozar la superficie sus dedos, sintió alivio<br />

al notar que no quemaba, pero le dio la s<strong>en</strong>sación de que debería haberlo<br />

hecho. Un suave gruñido ll<strong>en</strong>ó de pronto su m<strong>en</strong>te y la imag<strong>en</strong> de unos<br />

ojos de fuego se hizo <strong>en</strong> ella. Oyó a Meldionor hablar.<br />

—Es un efrit, un elem<strong>en</strong>tal del plano del fuego.<br />

Anisse obligó a su m<strong>en</strong>te a volver a <strong>en</strong>focar sus propias manos, físicas<br />

y reales, sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do la esfera. Meldionor siguió con la explicación.<br />

—No es necesario que te diga lo peligroso que puede llegar a ser <strong>en</strong><br />

manos inadecuadas. Obedecerá al poseedor o poseedora de la esfera a la<br />

que está atado y que conozca su nombre. No es muy sutil, no le pidas<br />

trabajos delicados, pero es ideal para impresionar lo sufici<strong>en</strong>te a algui<strong>en</strong> o<br />

a cualquier bestia. Si alcanza aquello contra lo que lo lances lo reducirá a<br />

c<strong>en</strong>izas, sin escrúpulos ni piedad. Úsalo bi<strong>en</strong>.<br />

Meldionor le susurró el nombre del elem<strong>en</strong>tal y Anisse asintió.<br />

Mi<strong>en</strong>tras la chica escondía bajo sus ropas ambos objetos, el tono de<br />

Meldionor varió mucho.<br />

—También te he escogido porque sé que Neraveith confiará <strong>en</strong> ti. Te<br />

considera una de las únicas personas <strong>en</strong> las que puede hacerlo, cosa que no<br />

me extraña, dada tu cualidad para llegar hasta los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de la g<strong>en</strong>te<br />

108


y decirles cuanto necesitan para calmar su conci<strong>en</strong>cia —Anisse asintió y<br />

esperó la advert<strong>en</strong>cia que iba a lanzarle—. Tus capacidades serían muy<br />

preciadas y odiadas <strong>en</strong> una corte como ésta. Te recom<strong>en</strong>daría que no las<br />

usases ni las dieses a conocer. Imagino que sabes las consecu<strong>en</strong>cias que<br />

t<strong>en</strong>dría que se supiese que <strong>en</strong>tre nuestros muros albergamos a una vid<strong>en</strong>te,<br />

capaz de leer p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, y que ha permanecido oculta con el disfraz de<br />

cocinera.<br />

—No os inquietéis, lord Meldionor. T<strong>en</strong>go una deuda de vida con<br />

Neraveith. Ella me salvó cuando me acogió <strong>en</strong> el castillo y me def<strong>en</strong>dió de<br />

las autoridades de Oggnath. Se lo debo.<br />

Anisse acabó de atar el nudo que aseguraba el bolsillo con el cristal de<br />

roca y levantó la vista hacia el anciano. Meldionor la había atado, igual<br />

que al efrit, al revelarle que sabía su secreto.<br />

19 — Entrevista con la iglesia<br />

A la mañana sigui<strong>en</strong>te, los nobles fueron abandonando el castillo con<br />

sus séquitos <strong>en</strong> oleadas y la reina hubo de dedicarle una despedida<br />

personalizada cada uno de ellos. Aún así tuvo tiempo de reunirse con Illim<br />

Asterd y revisar el estado de las arcas reales. El día se preveía tedioso y<br />

formal para Neraveith, pero, mi<strong>en</strong>tras disfrutaba del refrigerio de medio<br />

día, algo rompió la secu<strong>en</strong>cia de cordialidades y trabajo contable <strong>en</strong> la que<br />

estaba <strong>en</strong>vuelta. Uno de los sirvi<strong>en</strong>tes <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> la sala donde comía la reina<br />

y realizó una gran rever<strong>en</strong>cia. Ella se sorpr<strong>en</strong>dió de que la interrumpies<strong>en</strong><br />

<strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to y le dedicó la at<strong>en</strong>ción que precisaba para hablar.<br />

—Mi señora, su alteza Mosherd de Bradok, solicita un recibimi<strong>en</strong>to<br />

hoy mismo.<br />

La reina frunció el ceño.<br />

—¿Te ha explicado a qué se debe tanta prisa?<br />

—No, mi señora. Ha sido muy reservado al respecto y muy insist<strong>en</strong>te.<br />

—Lo sufici<strong>en</strong>te como para cargar a su reina con más deberes —<br />

murmuró ella—. Comunicadle que deberá esperar. Esta tarde, a última<br />

hora, lo recibiré.<br />

Neraveith siguió comi<strong>en</strong>do, pero la carne, poco a poco, se le fue<br />

atragantando. Sabía por qué el sumo repres<strong>en</strong>tante de la iglesia de Basth el<br />

Justo <strong>en</strong> Isthelda estaba ahí.<br />

Los ropajes de los líderes de la iglesia de Basth habían evolucionado<br />

109


<strong>en</strong> los últimos años. Siempre habían t<strong>en</strong>dido a ser claros y dorados. Pero,<br />

de la simpleza de las túnicas y las sobrevestas, habían pasado a los<br />

bordados con hilos de oro, a la profusión de adornos <strong>en</strong> las telas y a<br />

rasurarse el cabello cada semana, una ost<strong>en</strong>tación de la perfección de su<br />

higi<strong>en</strong>e que esperaban se contagiase a su espiritualidad.<br />

Mosherd de Bradok no era una excepción. Sin barba, su cabello<br />

ap<strong>en</strong>as era un rastro rasposo sobre su craneo, mandíbula cuadrada, gesto<br />

decidido y la misma mirada de determinación que tan bi<strong>en</strong> conocía <strong>en</strong><br />

Ségfarem y que, muchas veces, podía pasar por simple tozudez. Mosherd<br />

de Bradok, además, era mor<strong>en</strong>o y corpul<strong>en</strong>to. Su talla y <strong>en</strong>vergadura le<br />

procuraba una gran v<strong>en</strong>taja a la hora de imponerse a otros.<br />

—Señora...<br />

El hombre no inclinó la cabeza ante ella, como exigía el protocolo.<br />

Aquello hubiese bastado, pero Neraveith decidió postponer el inicio de las<br />

hostilidades. Podía parecer una simple mujer neurótica si le llamaba la<br />

at<strong>en</strong>ción por, lo que él podía declarar, un torpe error protocolario.<br />

—Hablad rápido. El tiempo de vuestra reina no debe desperdiciarse.<br />

Neraveith pronunció el "vuestra" con det<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to y claridad.<br />

—Soy Mosherd de Bradok, estudioso del misterio divino desde hace<br />

treinta años, erudito de la academia teológica de Galdrath, acólito de Basth<br />

el Justo, iluminado por su sabiduría, guía supremo de la iglesia de Basth el<br />

Justo <strong>en</strong> Isthelda, ord<strong>en</strong>ado por...<br />

Neraveith lo interrumpió.<br />

—Conozco vuestros títulos, vos conocéis los míos. Ahorradnos<br />

tiempo e id al grano.<br />

—Isthelda ha pasado por muchos males. Es una tierra ansiada por<br />

muchos, fu<strong>en</strong>te de riqueza y punto de <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro y comercio. Nosotros<br />

somos sus guardianes, esta es nuestra sagrada misión. Esta tierra, <strong>en</strong> el<br />

pasado, estuvo a punto de sucumbir al caos. Las familias nobles r<strong>en</strong>dían<br />

culto a demonios de la guerra, abrazaban sus impías <strong>en</strong>señanzas y se<br />

alzaban <strong>en</strong> armas contra sus vecinos conducidos por los <strong>en</strong>gaños de dichos<br />

cultos. Nada ama más el caos que el <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to. La libertad, que no es<br />

otra expresión más que de responsabilidad personal, fue convertida <strong>en</strong><br />

libertinaje, <strong>en</strong> irresponsabilidad —el tono del sacerdote subió y Neraveith<br />

lo dejó que se explayase—. Pero los servidores de Basth el Justo se alzaron<br />

para fr<strong>en</strong>ar esa barbarie. Ahora gozamos de paz, al amparo de Basth el<br />

Justo.<br />

—Id al grano.<br />

110


El hombre prosiguió hablando <strong>en</strong> el mismo tono <strong>en</strong>érgico y monótono.<br />

Si se había saltado algún tramo <strong>en</strong> su preparado discurso, Neraveith no<br />

logró apreciarlo.<br />

—Mi señora, no podemos permitir que los cultos a demonios<br />

prolifer<strong>en</strong> de nuevo y <strong>en</strong> ello, vos, mi reina —por fin el trato formal que le<br />

debía—, t<strong>en</strong>éis un papel fundam<strong>en</strong>tal. R<strong>en</strong>dir culto a una <strong>en</strong>tidad como<br />

Anthelaith es peligroso, pone <strong>en</strong> peligro la moralidad de vuestro pueblo, su<br />

libertad y responsabilidad.<br />

Neraveith lo observó impasible. Ahí estaba: todo el mundo debía<br />

saber ya que ella había acudido al bosque la noche anterior, aunque<br />

tampoco había tratado de ser discreta.<br />

—¿Señor Mosherd de Bradok, estáis dici<strong>en</strong>do que Anthelaith, espíritu<br />

de la primavera, la vida y el r<strong>en</strong>acer, es un demonio del caos?<br />

—No, mi señora. Sólo digo que vos, como repres<strong>en</strong>tante de...<br />

—Por un mom<strong>en</strong>to, me habéis asustado. He creido que mi sumo<br />

sacerdote ignoraba lo que conocía cualquier estudiante de teología.<br />

Mosherd sonrió afectado. Neraveith se anotó el punto.<br />

—Mi señora, lo que trato de decir es que el culto a Anthelaith está<br />

arraigado <strong>en</strong> el bosque. Allí se vio al último demonio de Isthelda. Allí, los<br />

sacerdotes de Basth no son bi<strong>en</strong> recibidos y v<strong>en</strong> mermados sus poderes<br />

divinos. Eso no podéis negarlo.<br />

Neraveith vio de inmediato que el hombre trataba de aliar a Anthelaith<br />

con los cultos al Caos.<br />

—No soy sacerdotisa. T<strong>en</strong>dré que tomar vuestra información como<br />

refer<strong>en</strong>cia. Aunque quizás deberíais saber que el bosque tampoco admite a<br />

criaturas del caos <strong>en</strong> sus límites. Anthelaith no es ni lo uno ni lo otro, creo<br />

que queda fuera de vuestras disputas.<br />

—Pero Basth es la luz del ord<strong>en</strong>, la luz de la paz <strong>en</strong> los espíritus<br />

humanos, y esa luz no es bi<strong>en</strong> recibida <strong>en</strong> el bosque.<br />

—Señor Mosherd de Bradok, la paz que ofrece Basth el Justo es la paz<br />

que procede de la aniquilación de todo <strong>en</strong>emigo, de todo rival y de toda<br />

voz discordante. ¿Acaso debo recordaros los asesinatos que se realizaron<br />

<strong>en</strong> nombre de Basth <strong>en</strong> estas tierras? Familias <strong>en</strong>teras, algunas de ellas de<br />

noble linaje, fueron aniquiladas por los seguidores de Basth.<br />

—Es necesario arrancar las malas hierbas.<br />

Por fin un desliz... Neraveith cantó victoria internam<strong>en</strong>te y se<br />

sorpr<strong>en</strong>dió de que le hubiese resultado tan fácil.<br />

—No os corresponde a vos decidir qué puede crecer <strong>en</strong> esta tierra.<br />

111


Isthelda ha sido siempre lugar de paso y morada de muy dispares criaturas<br />

y g<strong>en</strong>tes, no voy a empobrecer el legado que nos dejaron limitando sus<br />

creecias, sobretodo, la de una tan inof<strong>en</strong>siva como Anthelaith.<br />

—Señora, <strong>en</strong> la disparidad reside la semilla de la discordia.<br />

Neraveith se inclinó ligeram<strong>en</strong>te hacia él.<br />

—De paso, os recordaré, sumo sacerdote de Basth, que no vais a<br />

cuestionar más el criterio de vuestra reina. Mis consejeros ya se <strong>en</strong>cargan<br />

de esa tarea y, <strong>en</strong>tre ellos, t<strong>en</strong>go a uno de vuestros campeones, Ségfarem<br />

de Dobre. Vuestra opinión está bi<strong>en</strong> repres<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> él. Ahora marchaos.<br />

Neraveith observó salir de la sala a Mosherd. Ségfarem, <strong>en</strong> pie junto a<br />

ella, no había dicho una palabra y Neraveith podía adivinar su gesto<br />

hierático. No se atrevió a volverse hacia él para pedirle opinión. T<strong>en</strong>erlo a<br />

su lado durante aquella farsa había servido para que pareciese que d<strong>en</strong>tro<br />

de la iglesia de Basth había disparidad, pero aquello era un simple<br />

aplazami<strong>en</strong>to. Los clérigos de Basth estaban tratando de hacerse con más<br />

parcelas de poder y, si Ségfarem no se posicionaba claram<strong>en</strong>te <strong>en</strong> favor de<br />

la iglesia de Basth, los sacerdotes se <strong>en</strong>cargarían de colocar a otro <strong>en</strong> su<br />

lugar. Pero, de mom<strong>en</strong>to, tan solo pret<strong>en</strong>dían desvirtuarla atacando el<br />

único mom<strong>en</strong>to de auténtico sosiego que había t<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> años.<br />

Fue cuando algo parecido al s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismo la asaltó sin aviso<br />

previo. Instantes después, sintió que sus ropajes la oprimían y que le<br />

faltaba el aire. Su m<strong>en</strong>te lógica trató de hacerse con el control, pero antes<br />

de lograrlo un p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to ll<strong>en</strong>ó su m<strong>en</strong>te con una nitidez hiri<strong>en</strong>te.<br />

¿Y si él cree que no voy a regresar?<br />

Neraveith se puso <strong>en</strong> pie l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. Meldionor la observó<br />

preocupado.<br />

—Mi señora, ¿estáis bi<strong>en</strong>?<br />

—Creo que me <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro un poco debilitada. Me retiraré.<br />

Ségfarem se apresuró a prestar su brazo a la reina para brindarle algo<br />

más de estabilidad. Mi<strong>en</strong>tras la ayudaba hacia sus apos<strong>en</strong>tos, al caballero<br />

le sorpr<strong>en</strong>dió notar que temblaba y se preocupó ante la posibilidad de que<br />

hubiese <strong>en</strong>fermado.<br />

20 — Tisana y galletitas<br />

Sus sirvi<strong>en</strong>tas estaban limpiando a fondo los apos<strong>en</strong>tos de la reina<br />

cuando ella <strong>en</strong>tró. La miraron extrañadas.<br />

—Lessa, necesito estar sola un rato. Pide <strong>en</strong> las cocinas que me suban<br />

112


una tisana relajante.<br />

Las muchachas salieron sin mediar palabra y, <strong>en</strong> cuanto estuvo sola,<br />

Neraveith se abandonó a la angustia. Se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> su lecho y respiró con<br />

fuerza, tratando de mitigar los desacompasados latidos de su corazón.<br />

Ni lágrimas ni lam<strong>en</strong>taciones, Neraveith...<br />

Ni lágrimas ni lam<strong>en</strong>taciones...<br />

Pero <strong>en</strong> esa ocasión su mantra no surtió efecto. El deseo irracional de<br />

volver a ver al buhonero estaba barri<strong>en</strong>do todo su mundo aparte, como si<br />

no importase nada más <strong>en</strong> él. Tras un tiempo que Neraveith no pudo<br />

precisar, llamaron a la puerta y ella no se sintió con fuerzas de <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse<br />

a nadie. Su máscara de impasibilidad estaba hecha trizas. No quería dar<br />

explicaciones, no quería t<strong>en</strong>er que responder a superficiales sonrisas<br />

afectadas ni a todas las muestras de defer<strong>en</strong>cia que le brindarían al saber de<br />

su indisposición...<br />

—Mi señora, os he traído el té que habéis pedido.<br />

La voz de Anisse al otro lado de la puerta fue como un rayo de luz <strong>en</strong><br />

mitad de la torm<strong>en</strong>ta anímica <strong>en</strong> que estaba sumida.<br />

—Adelante, Anisse.<br />

La voz de la reina tembló muy ligeram<strong>en</strong>te y se apresuró a ponerse <strong>en</strong><br />

pie. Se abrió la puerta. Anisse <strong>en</strong>tró con la mirada baja y el gesto<br />

preocupado. Tras ella, Lessa y Daina observaban desconcertadas la forma<br />

de actuar de su señora. Ellas no t<strong>en</strong>ían permitida la <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> sus<br />

apos<strong>en</strong>tos más que cuando debían realizar alguna labor o por expresa<br />

ord<strong>en</strong> de ella. Ojalá hubiese podido relatarles a ellas sus experi<strong>en</strong>cias, para<br />

pedirles consejo, pero no confiaba <strong>en</strong> ninguna. Eran sirvi<strong>en</strong>tas de<br />

confianza, y leales, pero no amigas.<br />

—Si pret<strong>en</strong>déis regañarme por mi comportami<strong>en</strong>to durante la otra<br />

noche, debo explicaros que la torm<strong>en</strong>ta me impidió llegar hasta el castillo.<br />

Neraveith dirigó una mirada, extrañada, a Anisse. Pero al ver a Daina<br />

y Lessa detrás, <strong>en</strong> pie, <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió el juego de la jov<strong>en</strong>. No deseaba traslucir<br />

de forma evid<strong>en</strong>te la amistad que unía a la reina con ella. Neraveith adoptó<br />

una expresión de <strong>en</strong>fado y la fulminó con los ojos. Anisse bajó la vista a la<br />

bandeja, el gesto que se esperaba <strong>en</strong> ella, y Neraveith le hizo una seña.<br />

—Entra, Anisse, y sírveme el té. Debemos hablar largo y t<strong>en</strong>dido<br />

sobre tu comportami<strong>en</strong>to.<br />

La reina le dio la espalda despectivam<strong>en</strong>te y Anisse se coló <strong>en</strong>tre las<br />

sirvi<strong>en</strong>tas con una bandeja de madera donde portaba una tetera, una taza y<br />

un platito con varias galletas. En cuanto se cerró la puerta, Anisse levantó<br />

113


la vista, abandonando su gesto sumiso, y sonrió complacida de ver a<br />

Neraveith.<br />

—Creía que te habías olvidado de mí.<br />

Anisse dejó la bandeja sobre la mesa c<strong>en</strong>tral, sacó otra taza del<br />

bolsillo de su delantal y la puso junto a la primera. A la reina le<br />

sorpr<strong>en</strong>dían lo rápida que podía ser Anisse <strong>en</strong> acudir a una llamada suya y<br />

el descaro de su cocinera. Era capaz de colarse hasta el rincón más<br />

escondido del castillo portando algo de comida desde las cocinas. La<br />

franqueza directa de la jov<strong>en</strong> y su trem<strong>en</strong>do atrevimi<strong>en</strong>to le valían las<br />

simpatías de todos los moradores de aquellos muros. Gracias a ello, Anisse<br />

y su soberana mant<strong>en</strong>ían una estrecha relación que probablem<strong>en</strong>te ni su<br />

consejero ni el resto de la corte aceptaran.<br />

—Me alegro de verte, Anisse. Pero, que yo recuerde, no te he<br />

mandado llamar.<br />

La jov<strong>en</strong> ll<strong>en</strong>ó ambas tazas y dio un largo trago a la suya para<br />

demostrar que no había nada perjudicial <strong>en</strong> el cont<strong>en</strong>ido. Una costumbre<br />

que se consideraba cortés y, <strong>en</strong> una corte, de obligación expresa.<br />

—He v<strong>en</strong>ido por mi propia iniciativa. Camomila, creo que lo<br />

necesitas. Las galletas no son más que un aderezo ornam<strong>en</strong>tal.<br />

—¿Por qué crees que lo necesito? —Neraveith replicó <strong>en</strong> tono<br />

irritado.<br />

—La plana mayor de la iglesia de Basth el Justo ha acudido a discutir<br />

el único mom<strong>en</strong>to de libertad que te has brindado <strong>en</strong> años, yo estaría<br />

rabiosa y dolida.<br />

La reina aceptó la taza que le t<strong>en</strong>día y, alarmada, se percató de que sus<br />

manos temblaban. Anisse se demoró <strong>en</strong> soltar la taza y prolongó el<br />

contacto con los dedos de la soberana. Neraveith se s<strong>en</strong>tó despacio <strong>en</strong> su<br />

lecho y dejó escapar un largo suspiro.<br />

—Es como si todo se desmoronase d<strong>en</strong>tro de mí.<br />

—Y tú tuvieses que mant<strong>en</strong>er una fachada impasible.<br />

Neraveith no se molestó <strong>en</strong> mostrarse sorpr<strong>en</strong>dida al oír a Anisse<br />

describir con tanta precisión su estado de ánimo. Ya se había<br />

acostumbrado al acertado juicio de su cocinera. La reina sorbió su infusión<br />

l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, sinti<strong>en</strong>do que su agitación se calmaba poco a poco, y Anisse se<br />

s<strong>en</strong>tó a su lado.<br />

—En una ocasión una persona me com<strong>en</strong>tó que ser líder es estar sólo,<br />

porque la cumbre es lugar para una sola persona —dijo la reina.<br />

Anisse dejó escapar un desdeñoso resoplido.<br />

114


—No estoy de acuerdo. Creo que ti<strong>en</strong>es que ser muy tonta como para<br />

permitir que eso ocurra.<br />

A Neraveith siempre le resultaba llamativo que Anisse la tutease con<br />

confianza. Sus <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros con ella a solas eran tan escasos que t<strong>en</strong>día a<br />

olvidarlo <strong>en</strong> la sobredosis de corrección a que se resumía su vida.<br />

—Y ahora, la iglesia de Basth el Justo... Pret<strong>en</strong>d<strong>en</strong> hacer creer que<br />

realicé algún acto impío, que mi moral es discutible, que...<br />

—Los clérigos tratarán de m<strong>en</strong>oscabar tu credibilidad por todos los<br />

medios. Has logrado mant<strong>en</strong>er la cuota de poder que logró el difunto rey<br />

sin derramar sangre, sólo <strong>en</strong> base a bu<strong>en</strong>a gestión y diplomacia. La<br />

prosperidad se está estabilizando sin estar ellos al fr<strong>en</strong>te y no pued<strong>en</strong><br />

permitirlo, pero creo que necesitarán mucho más que habladurías para<br />

lograr algo. No creo que sea tema al que debas dedicarle tanta angustia. De<br />

hecho sé que no es lo que te ha provocado esta angustia.<br />

Neraveith miró a la jov<strong>en</strong> con una sonrisa distante.<br />

—No deberías trabajar <strong>en</strong> las cocinas, Anisse, deberías <strong>en</strong>trar a formar<br />

parte de mis sirvi<strong>en</strong>tas personales.<br />

Anisse sonrió.<br />

—Prefiero seguir donde estoy. Es un trabajo agradable y, cuando<br />

vuelvas a necesitar ayuda de algui<strong>en</strong> a qui<strong>en</strong> no vigilan demasiado, ya<br />

sabes dónde <strong>en</strong>contrarme.<br />

Neraveith permaneció un instante <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio observando su taza y<br />

luego susurró muy t<strong>en</strong>uem<strong>en</strong>te.<br />

—¿Tan obvia es mi motivación y estado de ánimo?<br />

—No. Das la s<strong>en</strong>sación de que ni un terremoto te tumbaría, pero yo<br />

soy tu amiga, no tu consejera. Te observo y he apr<strong>en</strong>dido a detectar<br />

detalles.<br />

—Conocí a algui<strong>en</strong> ayer, Anisse. Quiero volver a verlo.<br />

—Se trataba de un hombre, ¿verdad? Y <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a celebración de<br />

Anthelaith...<br />

Neraveith le dirigió una mirada irritada.<br />

—Por favor, Anisse, no era solo una celebración frívola. Era... —<br />

Neraveith se llevó una mano al rostro para ocultar sus ojos y negó—.<br />

Puede que me esté <strong>en</strong>gañando, pero creo que él debió llevarse una<br />

impresión equivocada de mí, y me gustaría corregirla.<br />

—Equivocada o no, parece importante para ti.<br />

—Tal vez tú podrías buscarlo <strong>en</strong> la ciudad. Se trata de un buhonero<br />

que viajaba con un carro —el gesto de la reina se <strong>en</strong>sombreció—. Pero, si<br />

115


te <strong>en</strong>vío a buscarlo, mañana mismo toda la ciudad lo sabrá. Varios me<br />

vieron ayer con él y eso significaría...<br />

—¿Cómo es él?<br />

La pregunta de Anisse interrumpió la espiral de desesperación <strong>en</strong> que<br />

estaba cay<strong>en</strong>do Neraveith. La reina perdió la mirada <strong>en</strong> el infinito de la<br />

pared de piedra fr<strong>en</strong>te a ella y una sonrisa asomó a su rostro.<br />

—Es el mayor caradura que haya conocido nunca. Divertido, y creo<br />

que sería incapaz de mant<strong>en</strong>er unos mínimos modales aunque lo int<strong>en</strong>tase.<br />

¡Me dijo que viajaba con un búho! —la reina sonrió al rememorarlo—. No<br />

sé si es cierto o un embuste más, pero me gustaría comprobarlo. Quiero<br />

volver a verlo, Anisse, antes de que sea tarde y él crea que yo... —<br />

Neraveith bajó la vista a su té, nerviosa—. Pero, ¿y si estoy equivocada<br />

con él?<br />

Anisse reflexionó un instante antes de responder.<br />

—Lo que creo es que ayer disfrutaste con él, hiciéseis lo que hiciéseis,<br />

y que dejásteis algo inconcluso, algo importante que va más allá del deseo.<br />

Neraveith, haz lo que consideres correcto, pero creo que te arrep<strong>en</strong>tirás<br />

más de no haberlo int<strong>en</strong>tado que de equivocarte.<br />

Neraveith asintió bajando la vista. Anisse era una de las pocas<br />

personas que se atrevía a dirigirle regañinas y, <strong>en</strong> parte por eso, apreciaba<br />

tanto su compañía. Sabía que su interés era sincero y jamás la halagaba<br />

gratuitam<strong>en</strong>te.<br />

—No me si<strong>en</strong>to con fuerzas.<br />

Anisse la miró con una sonrisa irónica.<br />

—¿La misma Neraveith que cada año lidera el consejo de las baronías<br />

no es capaz de acudir al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de algui<strong>en</strong> que sí le apetece ver?<br />

Una risa nerviosa surgió de la reina.<br />

—Ti<strong>en</strong>es razón. Iré al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de Aybkam<strong>en</strong> y que los clérigos de<br />

Basth lo bail<strong>en</strong> <strong>en</strong> sus altares si es lo que desean.<br />

—Aybam<strong>en</strong>, ¿así se llama?<br />

—Sí. Con un poco de suerte <strong>en</strong> el claro quedará algui<strong>en</strong> y podrán<br />

decirme algo de él. Puede incluso que me haya dejado un m<strong>en</strong>saje.<br />

—Sería un bu<strong>en</strong> motivo para volver al bosque.<br />

—Para lograrlo deberé esquivar las ansias protectoras de Meldionor.<br />

Estoy segura de que va a asignarme una escolta <strong>en</strong>orme quiera yo o no.<br />

El tono de Neraveith no pret<strong>en</strong>día esconder la irritación que albergaba.<br />

—Creo que se preocupa por ti. De todas maneras, debe saber ya que<br />

estoy aquí hablando contigo.<br />

116


—Sería insultar la intelig<strong>en</strong>cia de Meldionor no suponerlo.<br />

—¡Vamos, dale una oportunidad! Meldionor no quería que acudieses<br />

a las llamadas del bosque sólo porque quiere protegerte.<br />

Neraveith se volvió l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hacia ella.<br />

—¿Cómo sabes que Meldionor me prohibió hace años acudir a las<br />

llamadas del bosque? ¿Qui<strong>en</strong> te ha hablado sobre las llamadas del bosque?<br />

Anisse se percató de que había cometido una imprud<strong>en</strong>cia.<br />

—Deducción. Yo también las noto.<br />

—¿Y cómo sabías que p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> eso precisam<strong>en</strong>te?<br />

La cocinera hizo un gesto con la mano restando importancia al caso.<br />

—No lo sé, supongo que <strong>en</strong>lazando p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, igual que tú.<br />

—T<strong>en</strong> cuidado. Más de un sacerdote de Basth lo llamaría hechicería,<br />

Anisse.<br />

El tono seco que usó la cocinera para responder dejó obvio que no le<br />

había gustado el com<strong>en</strong>tario.<br />

—Y más de uno lo ha hecho, Neraveith.<br />

La escueta frase le indicó a la reina que la conversación respecto a las<br />

extraordinarias dotes de empatía de Anisse había concluido. Algui<strong>en</strong> llamó<br />

<strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to a la puerta. La voz cascada de Meldionor siguió a los<br />

golpes.<br />

—Neraveith, querida.<br />

La reina dejó escapar un suave resoplido y musitó.<br />

—No m<strong>en</strong>os de diez guardias. ¿Qué te apuestas? ¿Cómo demonios<br />

voy a mant<strong>en</strong>er un <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro discreto con la escolta que me asigne?<br />

Anisse, sonrió y le guiñó un ojo.<br />

—¡Una noche libre!<br />

—¿Qué?<br />

—Te apuesto una noche libre a que sólo te asigna una persona como<br />

escolta.<br />

Neraveith la observó anonadada, pero la cocinera se levantó del lecho<br />

para ir a abrir la puerta antes de que ella reaccionase. Meldionor estaba<br />

ante el umbral con aire de preocupación.<br />

—Bu<strong>en</strong>as tardes, lord Meldionor, aún me queda algo de camomila.<br />

¿Gustáis?<br />

La sonrisa franca de Anisse logró que el viejo consejero sonriese a su<br />

vez, ac<strong>en</strong>tuando las arrugas de su rostro.<br />

—Sería un placer, Anisse, pero ahora debo at<strong>en</strong>der un par de asuntos.<br />

—¡Oh, tonterías! Necesitáis un poco de dulce, siempre resultáis<br />

117


demasiado agrio.<br />

Anisse se hizo a un lado, invitándolo a pasar. Era lo que Neraveith<br />

temía. No deseaba <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a él. Le prohibiría acudir al bosque y ella se<br />

vería obligada a desobedecerlo. No deseaba iniciar un pulso con<br />

Meldionor. El anciano <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> la habitación.<br />

—¿Te <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tras bi<strong>en</strong>, Neraveith?<br />

—Perfectam<strong>en</strong>te, Meldionor.<br />

—Creí que tal vez necesitarías alguna medicina.<br />

—No, Meldionor. Lo único que necesito es un poco de descanso y he<br />

decidido darme unas horas. ¡Anisse!<br />

—¿Sí, mi señora?<br />

—Ord<strong>en</strong>a que prepar<strong>en</strong> mi yegua.<br />

La jov<strong>en</strong> se apresuró a volver a guardar su taza <strong>en</strong> el delantal antes de<br />

coger la bandeja para salir. Meldionor observó desaprobadoram<strong>en</strong>te a la<br />

reina.<br />

—Vas a ir al bosque.<br />

No era una pregunta, era una afirmación. Neraveith respondió<br />

impasible.<br />

—Sí.<br />

—Entonces deja que te asigne una escolta.<br />

Neraveith sonrió levem<strong>en</strong>te y negó con la cabeza.<br />

—No deseo un grupo de guardias vigilando mis pasos, Meldionor.<br />

—Lo sé, pero estoy seguro de que apreciarás la escolta que te voy a<br />

ofrecer.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, Anisse se interpuso <strong>en</strong>tre ellos <strong>en</strong> su camino hacia la<br />

puerta, cargando con la bandeja.<br />

—¡Oh! Vamos Neraveith, no soy tan mala compañía.<br />

Neraveith miró a la jov<strong>en</strong>, sorpr<strong>en</strong>dida, y después a Meldionor, que<br />

observaba a Anisse <strong>en</strong>tre desconcertado y divertido por su caradura. Ella<br />

siguió hablando.<br />

—Ahora voy a ponerme algo adecuado. Espero que algui<strong>en</strong> me preste<br />

unas botas con las que <strong>en</strong>caramarme a unos estribos, a m<strong>en</strong>os que<br />

pret<strong>en</strong>dáis que vaya corri<strong>en</strong>do al lado de Arg<strong>en</strong>t. Puedo morir del<br />

agotami<strong>en</strong>to y t<strong>en</strong>go las piernas mucho más cortas que vuestra yegua, mi<br />

señora.<br />

Neraveith rió con ganas ante la imag<strong>en</strong> m<strong>en</strong>tal que se formó <strong>en</strong> su<br />

imaginación.<br />

—Ponte las botas de viaje que hay <strong>en</strong> ese baúl, creo que calzamos el<br />

118


mismo pie. Después ve a los establos y di que la reina ha ord<strong>en</strong>ado que te<br />

prepar<strong>en</strong> un caballo que sea veloz, además de mi yegua.<br />

—Como deseéis, mi señora.<br />

Anisse inclinó la cabeza <strong>en</strong> una leve rever<strong>en</strong>cia y salió para cumplir<br />

las órd<strong>en</strong>es de la reina dejándola a solas con Meldionor.<br />

La cocinera atravesó el pasillo que llevaba hacia las escaleras. Si<br />

quería localizar a Aybkam<strong>en</strong> debía int<strong>en</strong>tarlo al término del pasillo. Aquel<br />

corredor desembocaba fr<strong>en</strong>te a la pared de la torre vieja, contra la cual se<br />

habían construido las escaleras de acceso. Allí la magia vibraba. Anisse<br />

simuló un tropiezo y varias de las piezas de loza cayeron al suelo y se<br />

hicieron añicos. Los dos guardias apostados ante los apos<strong>en</strong>tos de la reina<br />

la observaron extrañados.<br />

—Mierda —musitó ella <strong>en</strong> un tono más que creíble.<br />

Se agachó fr<strong>en</strong>te a la pared y recogió varias de las piezas de loza para<br />

seguir con la farsa unos instantes, el sufici<strong>en</strong>te para notar que la at<strong>en</strong>ción<br />

de los guardias sobre ella se desvanecía. Entonces apoyó la mano <strong>en</strong> la<br />

piedra fr<strong>en</strong>te a ella y abrió sus ojos de vid<strong>en</strong>te.<br />

Aybkam<strong>en</strong>...<br />

La mampostería fluctuó ante ella y, de rep<strong>en</strong>te, hubo un rumor de<br />

hojas. Sintió el crujido de la madera y vio varios árboles ancianos.<br />

¿Dónde está?<br />

Vio dos cielos de estrellas, fieles reflejos el uno del otro. El lago... Eso<br />

significaba que Aybkam<strong>en</strong> aún no había salido del bosque. De rep<strong>en</strong>te, un<br />

pájaro gris voló con gracilidad ante ella, como fundiéndose con el vi<strong>en</strong>to,<br />

rompi<strong>en</strong>do la imag<strong>en</strong> del lago a su paso. Era un búho. Por un instante,<br />

Anisse creyó que el animal se estaba exhibi<strong>en</strong>do. Lo vio aletear con gran<br />

precisión para posarse sobre el hombro de un hombre de espaldas a ella.<br />

T<strong>en</strong>ía el cabello castaño claro. La visión se desvaneció y ella se apresuró a<br />

recoger los últimos trozos de cerámica y desaparecer rumbo a las cocinas.<br />

Anisse nunca se había atrevido a preguntar a Meldionor qué albergaba<br />

la torre vieja, pero era obvio que, si ella podía s<strong>en</strong>tir la magia y usarla para<br />

pot<strong>en</strong>ciar sus visiones, él también podía usarla <strong>en</strong> provecho propio. O<br />

puede que no... El contacto con la magia que poseía Anisse era muy<br />

difer<strong>en</strong>te del toque de Meldionor.<br />

Anisse se había guardado para sí la conversación completa que había<br />

mant<strong>en</strong>ido durante la mañana de ese día con el anciano consejero. La reina<br />

no debía conocer la exist<strong>en</strong>cia del efrit de fuego que le había <strong>en</strong>tregado.<br />

Neraveith no hubiese aceptado nunca portar algo tan destructivo. Ella no<br />

119


era capaz de matar, pero Anisse sí, y era mejor que la reina no supiese de<br />

ello hasta llegado el mom<strong>en</strong>to.<br />

21 — Cabalgando hacia el bosque<br />

La ágil yegua de la reina marcó el camino y el caballo alazán que<br />

montaba Anisse la siguió. A pesar de las ansias que la consumían,<br />

Neraveith se obligó a sofr<strong>en</strong>ar a Arg<strong>en</strong>t varias veces y giró la cabeza para<br />

comprobar que su compañera no tuviese problemas <strong>en</strong> mant<strong>en</strong>er aquel<br />

ritmo. Pero, a pesar de su preocupación, la expresión de Anisse siempre<br />

era de deleite. Parecía que le <strong>en</strong>cantaba la s<strong>en</strong>sación de galopar sobre un<br />

caballo. La simple y llana alegría de la jov<strong>en</strong> resultaba contagiosa. Su larga<br />

cabellera negra flotaba desgreñada al vi<strong>en</strong>to y su desv<strong>en</strong>cijado sayo<br />

revoloteaba a su espalda.<br />

Neraveith fue la primera <strong>en</strong> alcanzar la línea de árboles. Casi al<br />

mom<strong>en</strong>to, vio el camino perfectam<strong>en</strong>te delineado que se abría ante ella y<br />

se ad<strong>en</strong>traba <strong>en</strong> el bosque. Detuvo a Arg<strong>en</strong>t y dirigió una apr<strong>en</strong>siva mirada<br />

a la ruta que se le ofrecía. Más allá de la primera línea de troncos, el<br />

camino parecía ser absorbido por la oscuridad hasta desaparecer. Esa<br />

noche ap<strong>en</strong>as había luna y, bajo los árboles, la oscuridad sería completa <strong>en</strong><br />

algunos tramos.<br />

Anisse la alcanzó a los pocos instantes y aminoró la carrera de su<br />

caballo hasta det<strong>en</strong>erse junto a Neraveith.<br />

—Hacía mucho tiempo que no montaba a caballo.<br />

—Pues da la s<strong>en</strong>sación de que no hayas dejado de hacerlo —contestó<br />

la reina mi<strong>en</strong>tras observaba las tinieblas <strong>en</strong> las que parecía hundirse la<br />

s<strong>en</strong>da del bosque.<br />

—En realidad, apr<strong>en</strong>do y recuerdo rápido. Cuando no eres bonita,<br />

debes saber hacer muchas cosas.<br />

—Creo que te subestimas <strong>en</strong> cuanto a tu aspecto.<br />

—Oh... Neraveith, no hace falta que me lisonjees. No dejaré de<br />

hornear las galletas como a ti te gustan.<br />

La reina rió ante la salida de la jov<strong>en</strong>.<br />

—¿Crees que es prud<strong>en</strong>te ad<strong>en</strong>trarnos <strong>en</strong> la arboleda? Está muy<br />

oscuro. Ap<strong>en</strong>as hay luna esta noche.<br />

—Nunca es prud<strong>en</strong>te hacerlo, indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te de la luna de que<br />

disfrutemos.<br />

Neraveith asintió y, con un suave trote, se ad<strong>en</strong>traron <strong>en</strong> la oscura<br />

120


arboleda. Meldionor, poco antes de que ella partiese, le había procurado a<br />

la reina dos objetos más para sus excursiones nocturnas, además de la<br />

ar<strong>en</strong>a de sueño. Ella no dudaba de que iría increm<strong>en</strong>tando la cantidad de<br />

los mismos. Nunca estaría lo sufici<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te satisfecho respecto a su<br />

seguridad y, últimam<strong>en</strong>te, aún era más insist<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su empeño por no<br />

dejarla sola un instante. Su manía casi parecía <strong>en</strong>fermiza.<br />

La reina extrajo una esfera de cristal de roca de <strong>en</strong>tre sus vestiduras, y<br />

la alzó ante ella. Colgaba de unas finas correas, atada con complicados<br />

nudos.<br />

—¡Ilumina mi camino! —ord<strong>en</strong>ó.<br />

Del interior del orbe surgió un suave resplandor blanco que formó un<br />

halo de luminosidad alrededor de ellas y sus monturas. El caballo de<br />

Anisse retrocedió asustado. La chica aferró las ri<strong>en</strong>das y le acarició el<br />

cuello<br />

—Tranquilo, es una ayuda.<br />

El caballo volvió las orejas para escucharla. Su voz relajó al animal,<br />

calmándolo al instante. Neraveith no dejaba de sorpr<strong>en</strong>derse de la<br />

confianza contagiosa que parecía irradiar la jov<strong>en</strong> a su alrededor. En el<br />

tiempo que fue moza de cuadras, ninguno de los caballos más fieros del<br />

castillo habían int<strong>en</strong>tado nada contra ella.<br />

El fragm<strong>en</strong>to de camino iluminado se reveló ante ellas sil<strong>en</strong>cioso e<br />

inmóvil. Un pasillo flanqueado por oníricas formas difuminadas que se<br />

alejaban hacia un círculo infinito de sombras. La ramas se alzaron por<br />

<strong>en</strong>cima de las cabezas de las dos mujeres como garras retorcidas. Anisse<br />

sonrió ante la perspectiva del oscuro y misterioso bosque.<br />

—¿Sabes que <strong>en</strong> ocasiones el bosque trata de extraviarte?<br />

Su voz no temblaba <strong>en</strong> lo más mínimo, no mostraba ni un ápice de<br />

temor ante la afirmación. A pesar de la advert<strong>en</strong>cia sonreía y espoleó<br />

suavem<strong>en</strong>te a su caballo para ocupar el primer puesto de aquella marcha.<br />

Neraveith se aferró más a Arg<strong>en</strong>t y dirigió la vista al fr<strong>en</strong>te. No quería<br />

sobrecogerse más de lo necesario fijando su at<strong>en</strong>ción donde no debiera. En<br />

su interior se <strong>en</strong>tremezclaban desasosiego y nerviosismo, no quería<br />

añadirle miedo a ese cúmulo de s<strong>en</strong>saciones. En ese mom<strong>en</strong>to sólo deseaba<br />

llegar hasta el lago.<br />

—¿Estás segura de que Aybkam<strong>en</strong> está junto al lago?<br />

—No. Sólo puedo asegurarte que no ha salido aún del bosque. La<br />

verdad, me extraña que se atreviese a ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> él con un carromato.<br />

—Me contó que el bosque hacía excepciones con él y le mostraba<br />

121


caminos.<br />

Anisse asintió.<br />

—Parece que al espíritu del bosque le cae bi<strong>en</strong> tu amigo, o no hubiese<br />

podido ni dar dos pasos por él.<br />

—¿Cómo sabes que no ha salido aún del bosque? ¿Te lo dijo el hada<br />

de la cocina? —preguntó Neraveith haci<strong>en</strong>do obvio cierto tono de<br />

incredulidad.<br />

Anisse se volvió hacia ella con gesto divertido.<br />

—Es peligroso ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> un sitio como éste sin creer <strong>en</strong> las hadas,<br />

podrías of<strong>en</strong>derlas.<br />

—Cuéntame más sobre esas criaturas.<br />

—Se alim<strong>en</strong>tan de los sueños y los anhelos humanos. Muchas veces se<br />

conviert<strong>en</strong> <strong>en</strong> un reflejo de lo que deseamos, por eso resultan seductoras.<br />

—¿Hay alguna norma a seguir con ellas?<br />

—No, sólo un poco de s<strong>en</strong>tido común. Pued<strong>en</strong> ser terribles o<br />

<strong>en</strong>cantadoras. Si se dejan ver, seguram<strong>en</strong>te será para tratar de ret<strong>en</strong>erte, no<br />

para destruirte. No las of<strong>en</strong>das y espera que yo vaya a buscarte.<br />

—¿Qué hay que hacer para no of<strong>en</strong>derlas?<br />

—Has de ser cortés con cualquiera de ellas, sea cual se su<br />

proced<strong>en</strong>cia, y has de cumplir los pactos que hagas. Ellas los cumplirán<br />

siempre, es un arma de doble filo. No debes aceptar nunca un regalo de<br />

ninguna. Las hadas nunca regalan nada.<br />

—No lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do.<br />

—Si te dan algo, ya sea un objeto, una información o un servicio,<br />

<strong>en</strong>trégales de inmediato otra cosa a cambio. De lo contrario, les estarás<br />

dando permiso para v<strong>en</strong>ir a cobrarse esa deuda cuando, y <strong>en</strong> la cuantía, que<br />

consider<strong>en</strong>.<br />

Neraveith se volvió involuntariam<strong>en</strong>te hacia las sombras que la<br />

flanqueaban.<br />

—Nunca he visto un hada. Me contaron que hay que t<strong>en</strong>er cierto don<br />

para ello.<br />

Anisse asintió.<br />

—Preferiría que los sacerdotes de Basth el Justo no supies<strong>en</strong> de mi<br />

"don".<br />

—Tu secreto está a salvo conmigo.<br />

—Lo sé.<br />

Permanecieron <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio un largo mom<strong>en</strong>to, hasta que Neraveith lo<br />

rompió.<br />

122


—¿Meldionor lo sabe?<br />

Anisse asintió.<br />

—Por eso me escogió para que te acompañase. Yo podré ver cosas<br />

que para ti serán invisibles.<br />

Neraveith lanzó una breve exclamación of<strong>en</strong>dida.<br />

—¡Eso deslegitima tu apuesta! Conocías el resultado antes de<br />

realizarla.<br />

—Oh, Neraveith, es una apuesta totalm<strong>en</strong>te válida. Me habrás de<br />

procurar un día extra de descanso cuando te lo pida.<br />

—¡Eres una tramposa!<br />

Anisse alzó la cabeza con orgullo.<br />

—Que sea una tramposa sólo significa que merezco ganar.<br />

El paso tranquilo de los dos caballos hundiéndose <strong>en</strong> el sil<strong>en</strong>cioso<br />

bosque t<strong>en</strong>ía un efecto hipnótico. Las ramas, espesas como el <strong>en</strong>tramado<br />

de una tela, parecían un inm<strong>en</strong>so zarzal <strong>en</strong> el que estuvies<strong>en</strong><br />

sumergiéndose. Neraveith levantó la vista con la apr<strong>en</strong>sión pr<strong>en</strong>dida <strong>en</strong> su<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. Le parecía haber <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> otro mundo. La oscuridad<br />

difuminaba el mundo desde el límite que marcaba el radio luz que surgía<br />

de su manos. Era como flotar d<strong>en</strong>tro de una burbuja a través de un sueño<br />

extraño. Aquello era el reino de un soñador perdido. ¿Sería cierto lo que<br />

murmuraban? ¿Sería cierto que ese bosque era la <strong>en</strong>trada a todos los reinos<br />

a donde no se accedía por ninguna puerta física? El día anterior, algo había<br />

guiado a Neraveith con fuerza y ella había recorrido los caminos sin más<br />

preocupación que la premura, pero ahora puede que hubiese cometido una<br />

gran imprud<strong>en</strong>cia pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do repetir aquel acto.<br />

—Anisse, nunca me has dicho por qué acudiste al castillo, ni tampoco<br />

por qué el gobernador de la ciudad de Oggnath t<strong>en</strong>ía ese interés <strong>en</strong> ti.<br />

—Acudí al castillo porque sabía que allí algui<strong>en</strong> me brindaría refugio.<br />

—¿Cómo lo supiste?<br />

—Lo soñé.<br />

De rep<strong>en</strong>te, el techo de ramas desapareció y, ante ellas, brillaron las<br />

estrellas <strong>en</strong> el cielo nocturno. Unos pasos más adelante, la perspectiva les<br />

permitió percibir el reflejo inverso de la bóveda nocturna, como un<br />

espejismo mal cuadrado. Pero ambas supieron lo que eso significaba: el<br />

lago. Habían llegado al claro, el bosque había querido dejarlas pasar.<br />

Neraveith volvió a esconder la luz y las dos mujeres esperaron a que sus<br />

ojos se acostumbras<strong>en</strong> a la p<strong>en</strong>umbra. Las estrellas iluminaban lo<br />

123


sufici<strong>en</strong>te como para distinguir los detalles significativos del lugar. Anisse<br />

observó los alrededores con desconfianza.<br />

—Parece que no hay nadie, Neraveith.<br />

La reina se puso a su altura y también paseó la mirada por el claro.<br />

—Qué extraño...<br />

Ambas hicieron avanzar sus monturas hasta el círculo de piedras de la<br />

hoguera. Un leve fulgor rojizo surgía de allí.<br />

—Aún hay brasas, parece que ha habido algui<strong>en</strong> durante el día.<br />

Neraveith asintió. Observó los detalles del claro buscando algún<br />

indicio de la pres<strong>en</strong>cia humana que pret<strong>en</strong>día <strong>en</strong>contrar allí.<br />

—¿Establecisteis <strong>en</strong>contraros <strong>en</strong> algún lugar?<br />

Naraveith negó.<br />

—Hube de marcharme muy rápido, para que no me sorpr<strong>en</strong>dies<strong>en</strong> con<br />

él.<br />

—Puede que te haya dejado algún m<strong>en</strong>saje.<br />

—Si lo ha hecho, sé dónde.<br />

Neraveith desc<strong>en</strong>dió de su montura y la ató a un trozo de madera.<br />

Anisse, mi<strong>en</strong>tras tanto, mantuvo el ojo y el oído alerta. No había s<strong>en</strong>tido<br />

ningún peligro, pero no p<strong>en</strong>saba apoyarse tan solo <strong>en</strong> sus s<strong>en</strong>tidos de<br />

vid<strong>en</strong>te para proteger a Neraveith. El lomo de un caballo era una magnífica<br />

atalaya de vigilancia.<br />

Neraveith echó a caminar hacia las fu<strong>en</strong>tes, hacia el lugar donde la<br />

noche anterior hizo fr<strong>en</strong>te al descaro de Aybkam<strong>en</strong> a solas, y Anisse la<br />

siguió sobre su caballo. Neraveith se percató de que hacía muchos años<br />

que no caminaba junto a una persona que cabalgase. El hecho la abrumó.<br />

De rep<strong>en</strong>te, sintió como si ella fuese la sirvi<strong>en</strong>ta y Anisse la dueña de la<br />

situación.<br />

Siguieron la s<strong>en</strong>da que serp<strong>en</strong>teaba <strong>en</strong>tre los arbustos hasta la zona de<br />

las fu<strong>en</strong>tes. La hierba se veía reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te pisada y, aquí y allá, había el<br />

esbozo de alguna huella. Llegaron hasta la gran roca que delimitaba el<br />

perímetro de las fu<strong>en</strong>tes sin ningún incid<strong>en</strong>te notable. Neraveith albergaba<br />

la esperanza de que Aybkam<strong>en</strong> hubiese t<strong>en</strong>ido la idea de dejar para ella<br />

algo allí. Analizó la superficie de piedra buscando un m<strong>en</strong>saje<br />

garabateado, observó la porción de terr<strong>en</strong>o donde compartieron aquellas<br />

escuetas caricias, buscó alguna pr<strong>en</strong>da <strong>en</strong>ganchada <strong>en</strong> las ramas cercanas...<br />

Pero nada parecía haber sido dejado allí para ella. Neraveith se irguió con<br />

solemnidad y observó las aguas del lago fríam<strong>en</strong>te.<br />

—Este lugar es precioso. Debería v<strong>en</strong>ir más a m<strong>en</strong>udo.<br />

124


—Sí, lo es.<br />

Anisse no la siguió cuando Neraveith se marchó con paso decidido y<br />

gesto digno hacia la hoguera. Necesitaba un mom<strong>en</strong>to a solas. Anisse<br />

podía s<strong>en</strong>tir su desilusión, el golpe que acababa de sufrir, y sabía que ella<br />

necesitaba unos mom<strong>en</strong>tos para <strong>en</strong>cajarlo. Dirigió a su caballo hacia el<br />

agua para que bebiese y, mi<strong>en</strong>tras el animal bajaba la cabeza para sorberla<br />

a grandes tragos, Anisse extrajo la pequeña aguja de plata que señalaba la<br />

situación de Neraveith. El trozo de metal estaba tranquilo y oscilaba<br />

suavem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la dirección que ella había tomado.<br />

22 — Juegos junto a la hoguera<br />

Neraveith aceleró el paso hacia los restos de la hoguera. Aybkam<strong>en</strong> se<br />

había ido. Sin despedirse, sin avisar... Había cogido sus bártulos y seguido<br />

camino como tantos y tantos trotamundos, v<strong>en</strong>dedores ambulantes y demás<br />

nómadas. La fiesta del día anterior se había desintegrado y sus<br />

participantes habían marchado sin previo aviso, camino de sus vidas, sin<br />

contar con ella para nada. No iba a llorar, ni siquiera necesitaba esforzarse<br />

por ret<strong>en</strong>er las lágrimas. No caerían de sus ojos. Hacía demasiado tiempo<br />

que su corazón había sido cubierto por una capa de hielo que no iba a<br />

derretir voluntariam<strong>en</strong>te aunque hubiera estado a punto de hacerlo la noche<br />

anterior, a punto de confiar <strong>en</strong> un vulgar buhonero. ¿Cómo había podido<br />

ser tan estúpida? ¿Cómo podía haber sido tan ing<strong>en</strong>ua al creer que algui<strong>en</strong><br />

que gozaba de algo tan preciado como la libertad iba a det<strong>en</strong>erse por ella?<br />

Ella había sido una más de tantas que debía de haber conocido y con las<br />

que habría disfrutado de una noche. Probablem<strong>en</strong>te cuando ella se había<br />

marchado la había sustituido por cualquier otra. Podía <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derlo, casi, y<br />

no le dolía. Llevaba demasiado tiempo <strong>en</strong>cerrada <strong>en</strong> un ataúd de piedra<br />

como para que la afectase algo así ahora.<br />

El suave fulgor rojizo que surgía tras las piedras que habían albergado<br />

el fuego de Anthelaith era un faro ineludible. Neraveith caminó hasta las<br />

cercanías de la hoguera con el ánimo ser<strong>en</strong>o. Arg<strong>en</strong>t, su fiel yegua, giró la<br />

cabeza hacia ella y le lanzó un suave resoplido. Ahora debía regresar a su<br />

casa, al corsé, a los perfumes artificiales, a las habladurías de salón y las<br />

sonrisas de compromiso. A la frialdad de su lecho...<br />

La mujer observó la quietud del lugar. La hierba chafada era uno de<br />

los pocos vestigios que quedaban de la agitación que se había vivido hacía<br />

poco. Observó el lugar vacío donde el día anterior había estado la<br />

125


improvisada mesa. El lugar estaba tan sil<strong>en</strong>cioso que resultaba antinatural,<br />

y Neraveith fue dolorosam<strong>en</strong>te consci<strong>en</strong>te de ser la única testigo de ello.<br />

Todos se habían marchado excepto ella... Sintió un nudo súbito <strong>en</strong> el pecho<br />

y lo empujó hacia el fondo de su consci<strong>en</strong>cia para apagar las incipi<strong>en</strong>tes<br />

lágrimas que am<strong>en</strong>azaban con asaltarla.<br />

Entonces lo vio por el rabillo del ojo. Al otro lado del círculo de<br />

piedras, a ap<strong>en</strong>as unos metros, había una figura. Parecía un hombre con<br />

una larga capa sobre sus hombros. Estaba s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong>tre los restos de leña<br />

amontonados <strong>en</strong> lo que parecía un tronco demasiado voluminoso para ser<br />

usado como combustible, pero perfecto para ejercer de taburete. Parecía<br />

mirar hacia ella. Se preguntó cómo era posible que no lo hubiese visto<br />

antes. Durante unos instantes, Neraveith creyó que podía tratarse de un<br />

juego de las luces y sombras que simulaban una figura, pero <strong>en</strong>tonces lo<br />

oyó hablar. El desconocido t<strong>en</strong>ía una voz grave y suave que no id<strong>en</strong>tificó<br />

como ninguna conocida.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches.<br />

Neraveith hizo una pequeña rever<strong>en</strong>cia inclinando la cabeza, no podía<br />

evitar los hábitos de educación que le habían inculcado.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches t<strong>en</strong>gáis, señor.<br />

Neraveith dudó qué hacer cuando lo vio ponerse <strong>en</strong> pie y caminar<br />

hacia ella. Decidida a no mostrar miedo, observó al desconocido acercarse<br />

mi<strong>en</strong>tras aferraba las la ar<strong>en</strong>a de sueño con disimulo. De todas maneras,<br />

Anisse no debía de estar muy lejos. Al aproximarse, Neraveith pudo ver<br />

sus rasgos algo más claram<strong>en</strong>te, iluminados por la azulada luz de los<br />

astros. Era un hombre jov<strong>en</strong>, de constitución fibrosa. T<strong>en</strong>ía unas facciones<br />

suaves pero marcadas y la tez mor<strong>en</strong>a. El pelo castaño le caía por la<br />

espalda, recogido <strong>en</strong> una descuidada coleta. Pero lo que más llamó la<br />

at<strong>en</strong>ción de Neraveith fue la extraña int<strong>en</strong>sidad de su mirada. Sus ojos, de<br />

un tono verde, rasgados, acompañaban perfectam<strong>en</strong>te la sonrisa <strong>en</strong>tre<br />

divertida y burlona de su cara. Neraveith se obligó a sí misma a recobrar el<br />

ánimo y el distanciami<strong>en</strong>to.<br />

—¿Con quién t<strong>en</strong>go el placer de hablar?<br />

—Mi nombre es Lúcer.<br />

El desconocido la observaba sin mostrar timidez alguna ni<br />

agresividad. Los dedos de Neraveith se crisparon alrededor de la bolsa de<br />

ar<strong>en</strong>a al ver al desconocido avanzar aún más.<br />

—¿Os habéis extraviado, señora?<br />

—No, daba un paseo.<br />

126


—Curiosas horas para dar un paseo una dama de bu<strong>en</strong>a familia.<br />

Neraveith tomó un pellizco de ar<strong>en</strong>a <strong>en</strong>tre los dedos. Puede que aquel<br />

hombre int<strong>en</strong>tase llevársela para pedir rescate, no iba a permitirlo.<br />

—¿Qué os hace creer que soy de bu<strong>en</strong>a familia, lord Lúcer?<br />

—Vuestros modales.<br />

A la reina le sorpr<strong>en</strong>dió la respuesta. Había esperado que m<strong>en</strong>cionase<br />

sus caros ropajes o la yegua a su espalda, era lo único que los que la<br />

rodeaban valoraban a la hora de establecer el nivel de nobleza. Neraveith<br />

sonrió.<br />

—Entonces vos también debéis serlo.<br />

La risa suave y grave del desconocido recorrió el claro.<br />

—Yo sólo soy un rufián, señora, y una dama como vos no debería<br />

estar <strong>en</strong> mi compañía.<br />

Neraveith no pudo evitar una punzada de curiosidad.<br />

—Esta dama no es lo sufici<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te temerosa de las habladurías<br />

como para evitar compañías que le son agradables.<br />

—¿Eso significa que disfrutáis de mi pres<strong>en</strong>cia? Entonces podríais<br />

acompañarme <strong>en</strong> lo que resta de noche.<br />

Neraveith sintió a Arg<strong>en</strong>t resoplar donde la había dejado atada.<br />

Debería marcharse, charlar con un desconocido a la luz de las estrellas<br />

podía dar lugar a miles de rumores que la perjudicas<strong>en</strong>. Sacudió los<br />

molestos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos de su cabeza. No t<strong>en</strong>ía por qué evitar algo que<br />

desease. De todas maneras, Anisse aparecería <strong>en</strong> breve. La reina ató las<br />

ri<strong>en</strong>das de Arg<strong>en</strong>t a la rama de nuevo.<br />

—Será un placer.<br />

Lúcer caminó hacia los restos de la hoguera. No le ofreció su brazo ni<br />

hizo gesto alguno para que la siguiese. En cierta manera, Neraveith<br />

agradeció no t<strong>en</strong>er a algui<strong>en</strong> at<strong>en</strong>to a cada uno de sus pasos. Lo vio<br />

deambular con aire relajado, observando los restos del fuego y las débiles<br />

llamitas que aún surgían de las ascuas.<br />

—Parece que ayer la fiesta <strong>en</strong> honor de Anthelaith fue todo un éxito<br />

—lo oyó com<strong>en</strong>tar—. Veo que aún hay g<strong>en</strong>te por Isthelda que honra a<br />

otros seres que no son Basth.<br />

Neraveith escogió una roca que le pareció cómoda y colocó el pliegue<br />

de su capa <strong>en</strong>cima antes de s<strong>en</strong>tarse fr<strong>en</strong>te al débil calor de la lumbre.<br />

—¿Participasteis <strong>en</strong> la celebración, lord Lúcer? No os vi...<br />

—No, no estaba aquí cuando se celebró, cosa que lam<strong>en</strong>to.<br />

El recién conocido se volvió hacia ella y la observó largam<strong>en</strong>te, sin<br />

127


int<strong>en</strong>tar desviar la vista ni disimular que estaba realizando una apreciación<br />

de sus dones como mujer. Neraveith, a su vez, no pudo evitar percatarse de<br />

la extraña y salvaje belleza de las facciones de aquel hombre.<br />

—Lord Lúcer, ¿acaso no os han dicho jamás que observar así a una<br />

dama no es propio de un caballero?<br />

—¿Y no os han com<strong>en</strong>tado a vos que yo no soy un caballero?<br />

—No t<strong>en</strong>go el placer de haber oído aún ningún relato sobre vuestras<br />

fechorías.<br />

—Es una suerte.<br />

Lúcer volvió a s<strong>en</strong>tarse sobre el tronco que había escogido, al otro<br />

lado del círculo de la hoguera. La reina observó a su interlocutor con<br />

auténtica curiosidad. Había algo <strong>en</strong> su porte y <strong>en</strong> su manera de moverse<br />

que la mant<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> vilo. La combinación de sus gestos, <strong>en</strong>érgicos y<br />

suaves, y su mirada casi am<strong>en</strong>azante, poseían algo invitador <strong>en</strong> su<br />

combinación. Resultaba muy extraño que elem<strong>en</strong>tos tan dispares<br />

coexisties<strong>en</strong> <strong>en</strong> los mismos rasgos. De seguro, si hubiese estado <strong>en</strong> la<br />

celebración del día anterior, a la vida y a la fertilidad, no le hubiese<br />

resultado difícil <strong>en</strong>contrar una jov<strong>en</strong>, o varias, con la que yacer al finalizar<br />

la misma. Neraveith carraspeó ante los molestos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos y bajó la<br />

mirada, buscando algo con lo que ll<strong>en</strong>ar el vacío <strong>en</strong>tre los dos.<br />

—¿Cual es vuestra proced<strong>en</strong>cia, lord Lúcer?<br />

—Eso debería ser un secreto.<br />

Neraveith lo miró desconcertada.<br />

—¿Puedo saber el motivo?<br />

—Digamos que <strong>en</strong>tre los míos no soy bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ido. Estoy aquí<br />

int<strong>en</strong>tando no llamar mucho la at<strong>en</strong>ción.<br />

—Así que os habéis ocultado <strong>en</strong> el bosque. Sois un proscrito, pues.<br />

—Como tantos otros. Y vos, señora, ¿a quién buscabais <strong>en</strong> el bosque?<br />

¿Algui<strong>en</strong> ha faltado a la cita?<br />

A Neraveith se le <strong>en</strong>cogió el corazón al oír aquello y desvió la mirada,<br />

nerviosa, hacia sus manos, simulando recolocar un pliegue de su capa.<br />

—Hacéis unas preguntas un tanto impertin<strong>en</strong>tes.<br />

—Vos habéis preguntado primero.<br />

Neraveith volvió a alzar la vista.<br />

—Puede que haya cosas a las que no quiera contestar.<br />

—O puede que simplem<strong>en</strong>te t<strong>en</strong>gáis miedo de la realidad.<br />

Neraveith sintió cómo su orgullo pugnaba por salir. Desde hacía años,<br />

nadie osaba dirigirle tamañas palabras. Con la voz totalm<strong>en</strong>te calmada,<br />

128


pero temblando internam<strong>en</strong>te por la ira, le replicó.<br />

—Sabed, señor, que soy Neraveith, por derecho reina de Isthelda y<br />

soberana de estas tierras, heredera de mi difunto esposo, y por esa<br />

insol<strong>en</strong>cia podría ord<strong>en</strong>ar que os castigas<strong>en</strong>.<br />

Lo vio sonreír torvam<strong>en</strong>te.<br />

—Sabed, reina Neraveith, que los títulos no me impresionan.<br />

Probablem<strong>en</strong>te, si yo m<strong>en</strong>cionase los míos, vos seríais la que retrocedería<br />

asustada.<br />

La reina alzó la cabeza con orgullo.<br />

—Permitidme dudarlo, señor. Si queréis impresionarme, t<strong>en</strong>dréis que<br />

hacerlo av<strong>en</strong>tajándome <strong>en</strong> algo.<br />

—¿Me estáis lanzando un reto, dama Neraveith?<br />

La reina sonrió.<br />

—Aún no, pero dejo abierta esa posibilidad.<br />

Lúcer la miró con una sonrisa traviesa <strong>en</strong> el rostro.<br />

—Muchos me consideran un lujurioso, Neraveith, seguram<strong>en</strong>te<br />

rechazaríais todo juego que os propusiese.<br />

Neraveith se obligó a ser<strong>en</strong>arse y no mostrarse débil ni impresionable<br />

con él. Empezaba a s<strong>en</strong>tirse <strong>en</strong>ojada, y eso estaba barri<strong>en</strong>do el resto de<br />

s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de ella, inclusive la tristeza y el desamparo que la habían<br />

ll<strong>en</strong>ado hacía tan poco. Le devolvió la mirada, adusta.<br />

—¡Int<strong>en</strong>tadlo! Después podréis presumir de haber espantado a una<br />

reina.<br />

Un p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to lejano le recordó que aquello era una imprud<strong>en</strong>cia.<br />

Por un mom<strong>en</strong>to, se planteó retractarse, pero el orgullo resultó más<br />

poderoso y se limitó a buscar a Anisse con la mirada. No debía estar muy<br />

lejos.<br />

—¿Conocéis el juego de las pr<strong>en</strong>das, reina Neraveith?<br />

Ella trató de permanecer impasible ante sus palabras.<br />

—Sé que se juega <strong>en</strong> varios términos. ¿Cuáles son los vuestros?<br />

—Simple, hago una pregunta, o bi<strong>en</strong> contestáis la verdad, o bi<strong>en</strong> os<br />

quitáis una pr<strong>en</strong>da.<br />

Neraveith sintió un escalofrío bajo la ropa, con una excitación previa<br />

ante la expectativa de cómo podía acabar el juego. Int<strong>en</strong>tó det<strong>en</strong>er la<br />

sonrisa que afloraba <strong>en</strong> su rostro. Hacía mucho que ya no se consideraba<br />

una muchacha, que todos los juegos picantes habían quedado atrás para<br />

ella. Habían sido sustituidos por el deber y la etiqueta. Inclinó la cabeza <strong>en</strong><br />

señal de aceptación y se puso <strong>en</strong> pie. Anisse no debía andar lejos,<br />

129


aparecería <strong>en</strong> breve. Neraveith esperaba contar con tiempo sufici<strong>en</strong>te como<br />

para desplumar ese pájaro un poco y que ambas pudies<strong>en</strong> regocijarse con<br />

ello. No llegaría muy lejos <strong>en</strong> el juego de todas maneras. No pret<strong>en</strong>día<br />

humillarlo tanto.<br />

—T<strong>en</strong>go derecho a la iniciativa puesto que sois el retador.<br />

La reina lo miró desafiante, se puso <strong>en</strong> pie y apoyó las manos <strong>en</strong> las<br />

caderas.<br />

—¿Cuáles son vuestros títulos completos, señor mío?<br />

Lúcer se puso <strong>en</strong> pie a su vez. Sonrió mi<strong>en</strong>tras deshacía el broche que<br />

cerraba su capa oscura. La dejó caer al suelo, a su lado.<br />

—¿A quién habéis v<strong>en</strong>ido a buscar esta noche al bosque?<br />

Neraveith lo observó con gesto hosco. Debía de ser más listo de lo que<br />

parecía o, simplem<strong>en</strong>te, un maleducado.<br />

—No busco a nadie <strong>en</strong> concreto ya.<br />

—No me habéis contestado, dama Neraveith. Deberíais despojaros de<br />

una pr<strong>en</strong>da, a m<strong>en</strong>os que queráis que os tache de tramposa.<br />

Neraveith desató el cierre de su capa, se la quitó y la dejó sobre la roca<br />

a su lado. Cruzó los brazos sobre el pecho y frunció el ceño.<br />

—¿Qui<strong>en</strong> os ha <strong>en</strong>viado a mi <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro?<br />

—Nadie. Esperaba pasar la noche a solas. Habéis sido una grata<br />

sorpresa. Decidme con quién estoy tratando ahora. ¿Con la reina o la<br />

mujer?<br />

El desconcierto ll<strong>en</strong>ó a Neraveith ante la osadía, y certeza, de la<br />

pregunta. Lo primero que había, int<strong>en</strong>tado al s<strong>en</strong>tirse desafiada, era<br />

imponerse como soberana. Lo primero sobre lo que ella había indagado<br />

habían sido sus títulos. Ser qui<strong>en</strong> era suponía un escudo que la def<strong>en</strong>día y<br />

apartaba del mundo y, debajo de toda esa capa de artificio que significaba<br />

ser una reina, su humanidad gritaba. Pero el peso de años de cumplir con<br />

su papel la hacía s<strong>en</strong>tirse demasiado desnuda y vulnerable como para<br />

abandonarlo. Pero una reina no jugaba a esas cosas, ni se arriesgaba. Era<br />

como si otra parte de ella estuviese tomando el control. Era una respuesta<br />

que no poseía, probablem<strong>en</strong>te estaba tratando con ambas, pero quizás era<br />

mejor dejar a su rival <strong>en</strong> la duda.<br />

Neraveith se quitó las botas pisándolas con el pie contrario sin bajar la<br />

mirada.<br />

—Decidme señor, ¿cuál es vuestra proced<strong>en</strong>cia?<br />

—Sois muy bu<strong>en</strong>a jugando a esto. Si os lo dijese, no me creeríais.<br />

—Probadlo.<br />

130


—T<strong>en</strong>dremos que quedarnos con la duda de cuál hubiese sido vuestra<br />

reacción, de mom<strong>en</strong>to.<br />

Lúcer desató los cordones de su camisa y se la quitó. Neraveith paseó<br />

la mirada por sus hombros de forma ost<strong>en</strong>tosa, con expresión evaluadora,<br />

para int<strong>en</strong>tar ruborizarlo o desanimarlo. Consideró que ya era sufici<strong>en</strong>te y<br />

m<strong>en</strong>cionó la primera excusa que le vino a la m<strong>en</strong>te.<br />

—Hace un poco de frío para jugar a las pr<strong>en</strong>das, lord Lúcer, no sé si<br />

os habéis percatado. Por otro lado, la hoguera de Anthelaith se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió<br />

ayer. Hoy ya resultan incorrectos estos juegos.<br />

—La hoguera de ayer aún no ha muerto por completo. ¿Tratáis de<br />

eludir el reto, Neraveith?<br />

La protesta de la reina se vio interrumpida cuando Lúcer volvió la<br />

mirada hacia las llamas anémicas sobre las escasas brasas que salpicaban<br />

las c<strong>en</strong>izas y los consumidos troncos. Por un instante, las moribundas<br />

l<strong>en</strong>guas de fuego parecieron inmovilizarse. Un rumor parecido a la carga<br />

de una ola surgió del círculo de piedras y, de pronto, unas vigorosas y<br />

soberbias llamas crecieron de la nada hasta formar una dorada hoguera<br />

más alta que la propia Neraveith. Oyó la voz de Lúcer, calmada y grave,<br />

mi<strong>en</strong>tras aún observaba boquiabierta el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o.<br />

—Así no t<strong>en</strong>dremos frío...<br />

Las llamas iluminaron el rostro de su rival y Neraveith pudo<br />

contemplarlo sin el maquillaje de la p<strong>en</strong>umbra. Las sombras no la habían<br />

<strong>en</strong>gañado: era atractivo. Sus ojos verdes t<strong>en</strong>ían una expresión que no supo<br />

cómo interpretar. ¿Era desafío, invitación o era burla? Señaló la hoguera<br />

con un gesto.<br />

—¿Cómo habéis hecho éso? ¿Hechicería?<br />

Él habló con un burlón tono paternalista.<br />

—Neraveith, t<strong>en</strong>eis que responder a mi pregunta antes.<br />

Ella obligó a su m<strong>en</strong>te a retroceder hasta el mom<strong>en</strong>to previo a las<br />

llamas. “¿Tratais de eludir el reto?” ¡Demonios! ¡Claro que trataba de<br />

eludir el reto! Con cualquier otro rival ella hubiese m<strong>en</strong>tido para<br />

salvarguardar su orgullo, pero ahora ya no se atrevía. Pero eso significaba<br />

que debía quitarse otra pr<strong>en</strong>da y, por muy estúpido que le pareciese, le<br />

inquietaba aún más m<strong>en</strong>tir. Era como si el pacto que había hecho la<br />

comprometiese profundam<strong>en</strong>te. Aquel hombre debía tratarse <strong>en</strong> realidad de<br />

una de las criaturas faéricas que poblaban el bosque y era mejor no<br />

<strong>en</strong>ojarlo con una m<strong>en</strong>tira. Sin atreverse a bajar la vista, echó las manos a<br />

sus cabellos para <strong>en</strong>contrar la cinta que Lessa había <strong>en</strong>tretegido esa<br />

131


mañana <strong>en</strong> ellos. La deshizo, junto con su peinado, y la dejó <strong>en</strong> sobre la<br />

capa. Era su turno, pero su m<strong>en</strong>te permanecía aún tan sorpr<strong>en</strong>dida por el<br />

f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o ígneo que acababa de contemplar que tuvo que obligarse a<br />

ser<strong>en</strong>arse antes de hablar.<br />

"¿Anisse, dónde demonios te has metido?", llamó m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te.<br />

—¿Cómo habéis hecho eso? —preguntó señalando el fuego.<br />

—He invitado a algunos elem<strong>en</strong>tales del fuego para que sean testigos<br />

de nuestro juego.<br />

—Habéis... invitado... ¡Eso no es posible!<br />

—¿En qué consistieron vuestros últimos juegos amorosos, Neraveith?<br />

Neraveith sintió que sus manos empezaban a temblar. Aquello estaba<br />

llegando demasiado lejos. Contestar la pregunta implicaba hablar de su<br />

difunto marido, y no estaba dispuesta a desvelar detalles sobre la intimidad<br />

de la alcoba que compartieron. Al m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> ese punto, le debía lealtad.<br />

Neraveith deshizo las cintas que ceñían la cintura de su pantalón bajo el<br />

vestido con dedos temblorosos. Los dejó resbalar por sus piernas mi<strong>en</strong>tras<br />

deseaba con todas sus fuerzas que Anisse apareciese pronto. Lúcer<br />

contempló sus pies descalzos y finos tobillos.<br />

—Hermosos pies, dama Neraveith.<br />

—¿En qué consistieron los vuestros, lord Lúcer?<br />

— Oh, nada impresionante. Los pechos de mi última amante eran<br />

trem<strong>en</strong>dam<strong>en</strong>te s<strong>en</strong>sibles así que... —Lúcer detuvo su explicación y<br />

observó a Neraveith sonri<strong>en</strong>do ante su rubor—. Creo que si no acortamos<br />

distancias esto no va a t<strong>en</strong>er emoción alguna.<br />

Lúcer se agachó fr<strong>en</strong>te a ella sin desviar la mirada de sus ojos y<br />

procedió a aflojar las presillas que ataban sus botas con deliberada l<strong>en</strong>titud.<br />

Neraveith se fijó <strong>en</strong> que eran de bu<strong>en</strong>a manufactura y diseño un tanto<br />

extraño. Se cerraban con algunas pequeñas hebillas a los lados para<br />

ajustarlas perfectam<strong>en</strong>te. Debía ser una persona que caminase mucho para<br />

preocuparse por llevar un calzado tan cómodo. El diseño no era de<br />

Isthelda, ni de ninguno de los mercados que rodeaban el reino. ¿Quizás de<br />

las tierras del Oeste? Neraveith tuvo el instinto de aprovechar el mom<strong>en</strong>to<br />

para correr, pero la voz de Lúcer la sorpr<strong>en</strong>dió <strong>en</strong> mitad de sus<br />

divagaciones.<br />

—¿Cuál es el castigo <strong>en</strong> vuestro reino para un rufián que of<strong>en</strong>de a una<br />

dama? Quiero saber a qué at<strong>en</strong>erme.<br />

Se puso <strong>en</strong> pie con un teatral gesto de preocupación.<br />

—Por lo que lleváis ahora, si<strong>en</strong>do qui<strong>en</strong> soy, os espera la horca, señor<br />

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mío.<br />

—Caramba, es un honor.<br />

Lúcer caminó hacia ella descalzo, rodeando las llamas, y se detuvo a<br />

ap<strong>en</strong>as tres pasos de distancia. La hoguera chasqueaba y silbaba casi como<br />

si estuviese viva.<br />

—¿Qué habéis v<strong>en</strong>ido a hacer a este lugar?<br />

—A esconderme de mi g<strong>en</strong>te y buscar a un par de conocidos.<br />

Él sonrió, de rep<strong>en</strong>te, con gesto amistoso y se volvió hacia la hoguera.<br />

—Podeis dar el juego por finalizado cuando os plazca, Neraveith. No<br />

voy a tomar ninguna represalia.<br />

Ella sintió un súbito alivio al oírlo y, de rep<strong>en</strong>te, tuvo ganas de reír.<br />

Oteó los alrededores para tratar de ver a Anisse, pero la oscuridad que<br />

había más allá del círculo de luz que formaban las llamas resultaba<br />

demasiado d<strong>en</strong>sa como para atravesarla con la mirada. Neraveith, por un<br />

mom<strong>en</strong>to, tuvo la s<strong>en</strong>sación de estar trantando de percibir <strong>en</strong> el interior de<br />

una habitación <strong>en</strong> p<strong>en</strong>umbra tras haber sido cegada por el sol. Pestañeó<br />

confundida.<br />

—Ésta está si<strong>en</strong>do la noche más extraña que he t<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> mucho<br />

tiempo.<br />

Él se volvió hacia ella <strong>en</strong>arcando las cejas <strong>en</strong> un gesto de incredulidad.<br />

—¿Nunca habéis t<strong>en</strong>ido juegos amorosos junto a una hoguera?<br />

Ella sonrió con gesto triunfal.<br />

—¡Por supuesto que los he t<strong>en</strong>ido! Es mi turno de preguntar.<br />

Él lanzó un breve resoplido ante su torpeza.<br />

—¿Cómo apr<strong>en</strong>disteis a manejar el fuego?<br />

—T<strong>en</strong>go cierta afinidad con él, eso y algo de <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>ami<strong>en</strong>to. Pero tal<br />

vez deberíais considerar también el lugar <strong>en</strong> que estáis.<br />

Ella asintió con una sonrisa y volvió la mirada a los árboles que les<br />

rodeaban.<br />

—El bosque de Isthelda, que se oculta tras ilusiones... —murmuró con<br />

gesto soñador—. Puede que me esté regalando una.<br />

Lúcer la observó reflexivam<strong>en</strong>te unos instantes.<br />

—Estáis sola <strong>en</strong> un bosque lejos de todo el que pueda socorreros y no<br />

me teméis. ¿Acaso t<strong>en</strong>éis algún arma que no haya visto?<br />

Algo chascó con fuerza <strong>en</strong>tre las llamas. Neraveith había conservado<br />

<strong>en</strong> su mano la bolsa con la ar<strong>en</strong>a del sueño, pero no podía informarle de<br />

que la t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> su poder, el factor sorpresa era es<strong>en</strong>cial a la hora de<br />

utilizarla. Pero <strong>en</strong>tonces debía quitarse el vestido y la perspectiva no le<br />

133


esultaba tranquilizadora.<br />

—¿Acaso t<strong>en</strong>go algo por lo que temer de vos, lord Lúcer?<br />

—Antes de responder yo a eso, deberíais responder vos primero a mi<br />

pregunta.<br />

—Sé cuáles son las reglas de juego, pero tal vez podríais hacer una<br />

excepción <strong>en</strong> este caso.<br />

Dio un paso hacia ella y le sonrió. Su mirada era relajada y traviesa y,<br />

<strong>en</strong> cierta manera, Neraveith notó que tocaba alguna fibra <strong>en</strong> su espíritu. Su<br />

inquietud disminuyó y sintió que algo la empujaba a reír por lo cómico de<br />

la situación. ¡Aquéllo no podía estar ocurriéndole a ella!<br />

—Esta noche no t<strong>en</strong>éis nada que temer de mí, Neraveith.<br />

Sintió cómo afloraba una sonrisa infantil a su rostro ante su respuesta.<br />

Le mostró el saquito ll<strong>en</strong>o de ar<strong>en</strong>a <strong>en</strong> la mano abierta.<br />

—Ar<strong>en</strong>a de sueño —dijo él.<br />

—¡La conocéis!<br />

—Conozco la magia y sus instrum<strong>en</strong>tos. ¿Cómo deseáis que termine<br />

este juego, Neraveith?<br />

La reina sintió que no podía responder a aquello, al m<strong>en</strong>os con<br />

palabras. El rostro de Aybkam<strong>en</strong> se coló <strong>en</strong> su recuerdo súbitam<strong>en</strong>te y ella<br />

lo expulsó de allí cuando sintió la primera punzada de dolor. Olvidar...<br />

Neraveith deshizo las cintas que ceñían su vestido. La pr<strong>en</strong>da quedó suelta.<br />

Su contrincante esperó a que acabase de quitárselo paci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te. Quedó<br />

vestida sólo con la túnica de lino de tono crudo que llevaba debajo. Los<br />

fulgores de la hoguera siluetearon su figura a través de la tela. El fuego<br />

lanzaba su sombra furiosam<strong>en</strong>te contra el suelo y arrancaba destellos<br />

dorados a su piel. Alguna sutil brisa le trajo el aroma de los helechos secos<br />

que ll<strong>en</strong>aban los alrededores del claro. Se estremeció de los pies a la<br />

cabeza. Hacía demasiado tiempo que no s<strong>en</strong>tía de esa manera el azote del<br />

aire nocturno. El calor de la hoguera se mezcló <strong>en</strong> su piel con el tacto del<br />

vi<strong>en</strong>to creando una extraña y excitante s<strong>en</strong>sación. Miró a su adversario<br />

desde la perspectiva que ofrece un sueño, algo lejano a ella.<br />

—Si esta noche no he de temeros... ¿Hay alguna razón que me obligue<br />

a temeros más adelante?<br />

Lúcer, sin dejar de sonreírle, desató el cinturón que sujetaba sus<br />

pantalones y los dejó caer. La reina esta vez no pudo evitar el ruborizarse<br />

ante la falta total de pudor de su contrincante. Exhibirse totalm<strong>en</strong>te<br />

desnudo era algo poco habitual <strong>en</strong> un hombre. Pero, a pesar del<br />

azorami<strong>en</strong>to de Neraveith, la figura de él quedaba desdibujada por las<br />

134


profundas sombras que creaba la hoguera. Había sido lo bastante<br />

intelig<strong>en</strong>te como para dejarla ocupar la zona de luz más agresiva y<br />

deslumbrarse <strong>en</strong> ella. Él <strong>en</strong> cambio había buscado la cobertura de las<br />

sombras.<br />

—Os queda una pr<strong>en</strong>da, Neraveith, a mí también. T<strong>en</strong>emos derecho a<br />

otra pregunta.<br />

Lucer caminó hasta delante de ella y la observó a los ojos.<br />

—¿Deseas que me marche? —preguntó con dulzura—. Una palabra<br />

de Neraveith bastará, sin necesidad de que me am<strong>en</strong>aces con tus títulos,<br />

guardias y demás poder.<br />

Neraveith sintió que se le cortaba la respiración. El rep<strong>en</strong>tino trato,<br />

informal y cálido, había reavivado un s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to apartado por demasiado<br />

tiempo.<br />

—No —dijo sin p<strong>en</strong>sar.<br />

Lúcer sonrió y había algo de ternura <strong>en</strong> ese gesto.<br />

—Te queda una pregunta...<br />

Neraveith reflexionó. Quería aprovecharla, pero iba a ser muy difícil<br />

extraer de él lo que deseaba conocer. Le resultaba incómodo el no saber<br />

dónde debía posar sus ojos. Se desviaban del rostro de Lúcer hacia el resto<br />

de su anatomía. Pero él, aj<strong>en</strong>o completam<strong>en</strong>te a su azorami<strong>en</strong>to e<br />

inquietud, había dado otro paso hacia ella. Oyó su suger<strong>en</strong>te voz antes de<br />

haber podido elaborar la pregunta a lanzar.<br />

—Deseas saber qui<strong>en</strong> soy...<br />

Neraveith susurró casi sin p<strong>en</strong>sarlo.<br />

—Sí, me <strong>en</strong>cantaría.<br />

Lúcer sonrió y empezó a desatar la tira de cuero que le ataba el pelo.<br />

Neraveith se percató de que sus cabellos eran más largos de lo que<br />

esperaba y le caían hasta la mitad de la espalda.<br />

—Ahora pídeme mi nombre, creo que ya has visto la respuesta.<br />

—Dímelo ahora, ¿cuál es tu nombre completo?<br />

Lúcer tomó las manos de Neraveith y depositó <strong>en</strong>tre ellas el cordel<br />

que acababa de desatarse. Sus cabellos cayeron alrededor de su rostro,<br />

<strong>en</strong>marcando sus rasgos y dándole un aire de desaliñado salvajismo.<br />

—Te lo diré, pero no ahora.<br />

Neraveith sintió que se estremecía ante su contacto. T<strong>en</strong>ía las manos<br />

muy cálidas y trem<strong>en</strong>dam<strong>en</strong>te físicas. Había dudado durante un bu<strong>en</strong> rato<br />

que aquello no fuese más que un sueño loco de una mujer solitaria. Pero el<br />

tacto de su piel la hizo tomar pl<strong>en</strong>a conci<strong>en</strong>cia de la realidad. Hasta el<br />

135


mom<strong>en</strong>to, su m<strong>en</strong>te había observado todo aquello desde una perspectiva<br />

lejana, distante. Un escalofrío la recorrió y, por primera vez, se permitió<br />

s<strong>en</strong>tir el deseo arrollador que sacudía su cuerpo. ¿Cuántos años hacía que<br />

no disfrutaba de unas caricias como mujer? Aquello no había sido por una<br />

apuesta o por v<strong>en</strong>cer a un <strong>en</strong>greído, no debía <strong>en</strong>gañarse. La voz de él,<br />

susurrante, la sacudió por d<strong>en</strong>tro.<br />

—Creo que me toca a mí preguntar.<br />

Sintió que le acariciaba con las yemas de los dedos la piel erizada de<br />

los hombros mi<strong>en</strong>tras le deslizaba el camisón, y escalofríos de deleite<br />

recorrieron la espalda de ella.<br />

—Decidme Neraveith, ¿queréis que os trate con dulzura o preferís la<br />

lucha?<br />

La voz de aquel hombre t<strong>en</strong>ía el poder de una marea. De rep<strong>en</strong>te había<br />

usado un tono complaci<strong>en</strong>te, invitador, muy apartado del de camaradería<br />

que había adoptado hacía un mom<strong>en</strong>to. Neraveith permaneció <strong>en</strong> el más<br />

absoluto sil<strong>en</strong>cio, sinti<strong>en</strong>do cómo era arrastrada por el embrujo de aquella<br />

voz. Lúcer esbozó una media sonrisa. Un gesto de desafío tomó los rasgos<br />

de Neraveith.<br />

—Deberéis averiguarlo.<br />

Lúcer pasó las manos tras la espalda de ella y deshizo el nudo que<br />

ajustaba la pr<strong>en</strong>da a su cuerpo.<br />

—¿Quién sois? —preguntó <strong>en</strong>trecortadam<strong>en</strong>te.<br />

—Ya no os quedan pr<strong>en</strong>das por las que preguntar, Neraveith. De todas<br />

maneras —Lúcer se inclinó sobre ella mi<strong>en</strong>tras el camisón se deslizaba<br />

hacia el suelo, y las últimas palabras las susurró <strong>en</strong> su oído— creo que has<br />

ganado.<br />

Neraveith supo que a pesar de ser el perdedor oficial él había v<strong>en</strong>cido,<br />

y el hecho le resultó indifer<strong>en</strong>te...<br />

Cuando su caballo levantó la cabeza, por fin aplacada su sed, Anisse<br />

se volvió para regresar al claro por donde había v<strong>en</strong>ido pero no había<br />

rastro alguno del camino que la había llevado hasta allí. Sintió que el<br />

corazón le daba un vuelco. Algo se había cerrado sobre ella mi<strong>en</strong>tras se<br />

mant<strong>en</strong>ía cerca de las aguas, separándola de Neraveith. Lo s<strong>en</strong>tía. Allí la<br />

magia era caprichosa, así que primero trató de recurrir a métodos<br />

mundanos. Recorrió las orillas, buscando una pista <strong>en</strong>tre los arbustos que<br />

la llevase al claro, escudriñando la imp<strong>en</strong>etrable p<strong>en</strong>umbra sin resultado,<br />

hasta que decidió hacer uso de la aguja que le había <strong>en</strong>tregado Meldionor.<br />

136


El artilugio dio un par de giros y se ori<strong>en</strong>tó hacia una dirección. Indicó que<br />

la reina no estaba <strong>en</strong> peligro. Anisse espoleó su caballo hacia allí a través<br />

de arbustos y espinos. Su montura resopló irritada, pero la obedeció.<br />

Súbitam<strong>en</strong>te el claro se abrió ante ella. Había logrado llegar de rep<strong>en</strong>te.<br />

La jov<strong>en</strong> miró a su alrededor, buscando a Neraveith, s<strong>en</strong>tía su<br />

pres<strong>en</strong>cia cerca. Allí estaba Arg<strong>en</strong>t, así que ella no podía estar lejos. Las<br />

llamas de la hoguera ardían ahora altas, algui<strong>en</strong> debía haber acudido para<br />

avivar el fuego. ¿Cómo no había visto la luz desde el lago? Extrañada, hizo<br />

caminar a su montura hacia allí, pero algo la hizo det<strong>en</strong>erse de pronto. No<br />

se veía a nadie, pero supo <strong>en</strong> seguida que una pres<strong>en</strong>cia poblaba aquel<br />

lugar. La vista podía ser <strong>en</strong>gañosa, ella lo sabía más que nadie y la aguja<br />

de Meldionor señalaba directam<strong>en</strong>te hacia la gran hoguera. ¡T<strong>en</strong>ía que<br />

<strong>en</strong>contrar a Neraveith! Estaba allí pero algo la mant<strong>en</strong>ía oculta. No le<br />

gustaba mirar con los ojos de la magia, pero esta vez t<strong>en</strong>ía una<br />

responsabilidad que cumplir con su reina. Anisse se relajó, dejando<br />

escapar toda preocupación, cerró los ojos y dejó que su intuición le<br />

marcase el lugar al que debía mirar. Como otras veces ya le había ocurrido,<br />

volvió el rostro hacia cierto ángulo, al notar que algo vibraba allí detrás de<br />

sus párpados y abrió los ojos rápidam<strong>en</strong>te sin cuestionarse lo que vería.<br />

Una maraña de rizos rubios esparcidos <strong>en</strong> el suelo... Neraveith...<br />

Inclinaba la cabeza hacia atrás, estremecida, y unos mechones de cabellos<br />

oscuros y lacios caían sobre su rostro. El hombre que estaba con ella la<br />

arrastraba <strong>en</strong> su abrazo. Anisse sintió que se le cortaba la respiración. En<br />

ese mom<strong>en</strong>to supo que ella no debería haber podido ver aquello, deberían<br />

haber permanecido ocultos tras el velo de ilusión que los cubría. Su<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to racional le ord<strong>en</strong>aba que se volviese para no perturbar a los<br />

dos amantes. Pero algo más poderoso y antiguo que los modales la<br />

mantuvo quieta, sin poder moverse ni desviar la mirada. Algo impulsó a<br />

Anisse a int<strong>en</strong>tar ver más allá de los dos amantes, más allá de su amiga,<br />

mas allá de él, y conc<strong>en</strong>tró toda su voluntad <strong>en</strong> int<strong>en</strong>tar traspasar la imag<strong>en</strong><br />

mundana de aquel hombre. Inconsci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, su mano se cerró alrededor<br />

de la esfera del efrit y se preparó para llamarlo.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, como si hubiese podido s<strong>en</strong>tirla, él se movió para<br />

alzar la vista, sin dejar de estrechar a Neraveith <strong>en</strong>tre sus brazos. Una garra<br />

fría como el hielo se cerró <strong>en</strong> torno al estómago de Anisse cuando el<br />

desconocido clavó sus ojos verdes <strong>en</strong> las oscuras pupilas de ella. Una<br />

sacudida recorrió el cuerpo y la m<strong>en</strong>te de la vid<strong>en</strong>te. Era como si, al<br />

asomarse a un pozo, una garra hubiese surgido de unas aguas negras y la<br />

137


hubiese aferrado. El hombre le dedicó una sonrisa burlona, mirándola por<br />

<strong>en</strong>cima del hombro de Neraveith. Los ojos del desconocido parecieron<br />

anclarse <strong>en</strong> la m<strong>en</strong>te de Anisse y aferrarse a ella como el fuego al aceite,<br />

dejándola paralizada <strong>en</strong> aquel trozo de tierra. La jov<strong>en</strong> quiso gritar y no lo<br />

logró. Algo la arrastró y el bosque desapareció a su alrededor...<br />

¡Caer! ¡Estaba cay<strong>en</strong>do hacia la nada! ¡Hacia la oscuridad! El dolor <strong>en</strong><br />

su pecho, <strong>en</strong> la extraña alma que ahora era suya... ¡La estaban<br />

desgarrando! Anisse gritó con todas sus fuerzas <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te rota, pero la<br />

voz que sonó era la de un hombre. Int<strong>en</strong>taba ponerse <strong>en</strong> pie, pero resbalaba<br />

<strong>en</strong> la sangre. No era suya, pero le cubría totalm<strong>en</strong>te. Sabía que le habían<br />

arrancado el alma a aquellos restos humanos para hacerle vivir, pero no<br />

sabía por qué. En cierta forma, era una recién nacida. La estaban<br />

evaluando. No la consideraban lo sufici<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te poderosa. La evaluaban<br />

mi<strong>en</strong>tras caminaban a su alrededor con aire crítico. Anisse int<strong>en</strong>tó<br />

sacudirse para det<strong>en</strong>er las visiones.<br />

Su hermana sost<strong>en</strong>ía al niño de los pies y la madre chillaba histérica.<br />

A ella le gustaba hacerlo: ver el sufrimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> la g<strong>en</strong>te. El grito de la<br />

mujer se le clavó <strong>en</strong> el alma cuando su hermana le arrancó el corazón al<br />

niño con las manos. Pero no sería débil, no le daría el placer de castigarle.<br />

Bazna reía... Le complacía hacerle notar el látigo que una vez usó para<br />

doblegar dragones. Un chasquido de dolor la recorrió y ella volvió a gritar<br />

con voz de barítono. Debía obedecer para sobrevivir. Obedecer... y la idea<br />

se le atragantó <strong>en</strong> la garganta más que los gritos que int<strong>en</strong>taba cont<strong>en</strong>er.<br />

¡Los dragones dorados caían! Caían hacia el suelo como hojas<br />

muertas. Ella empuñó su espada de negra luminosidad. La hermosa<br />

muchacha de dorados cabellos... La atravesó con el arma y la vio morir<br />

<strong>en</strong>tre estertores agónicos. Sintió los espasmos del avatar del ord<strong>en</strong> y los<br />

paladeó gustosa.<br />

Un caminante <strong>en</strong> los reinos del ord<strong>en</strong>... Tal vez se había equivocado.<br />

Los señores del ord<strong>en</strong> la evaluaban, la juzgaban. ¡El dolor es insoportable!<br />

¡No sobreviviría a eso! Una voz de rebeldía <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te... La misma que le<br />

acompaña desde que recuerda algo. ¡No! ¡No era débil! ¡Resistiría!<br />

V<strong>en</strong>cería <strong>en</strong> esa lucha o moriría... "¡No soy débil!" gritó con una voz de<br />

hombre ronca y rota.<br />

Un avatar del ord<strong>en</strong> es un gran aliado, sabe luchar y sus ejércitos son<br />

grandes y disciplinados. ¿Pero det<strong>en</strong>drán a los siete príncipes demonio?<br />

Si<strong>en</strong>te que sus labios sonrí<strong>en</strong> ante la visión de la tierra agostada y<br />

sembrada de cadáveres. Sabe que ya le resulta indifer<strong>en</strong>te el resultado de la<br />

138


atalla. Ha v<strong>en</strong>cido.<br />

¡El ord<strong>en</strong> reina! Exilio. Años, lugares y g<strong>en</strong>te a la que recuerda y a la<br />

que había olvidado... Ci<strong>en</strong>tos de rostros que ha llevado consigo... Mucha<br />

g<strong>en</strong>te que amó y vio morir... Pero he nacido para luchar, no para huir. Sólo<br />

soy un arma con conci<strong>en</strong>cia.<br />

Un libro que predice un final de una dinastía y un nombre que debe<br />

recordar "Crotulio". Un bosque que hay que abrir a los poderes del caos...<br />

Anisse vio que Enuara estaba de espaldas, no la oyó acercarse. Ella le<br />

tapa los ojos con una mano izquierda suave y poderosa y con la derecha<br />

hace un gesto. Tarda <strong>en</strong> darse cu<strong>en</strong>ta de que acaba de degollarla. La sangre<br />

plateada del du<strong>en</strong>de sale a borbotones y resbala por la ladera hacia el lago.<br />

Se vuelve hacia Jafsemer. Si<strong>en</strong>te el sabor de la sangre del hada <strong>en</strong> su<br />

l<strong>en</strong>gua. "Gracias por el préstamo", dice con una voz que no es la suya.<br />

Como un remolino desbocado, la imag<strong>en</strong> del bosque volvió a formarse<br />

alrededor de Anisse. Respiraba <strong>en</strong>trecortadam<strong>en</strong>te sobre el caballo y aun<br />

s<strong>en</strong>tía el sabor extraño de la sangre del hada <strong>en</strong> su l<strong>en</strong>gua. El hombre aún<br />

la miraba cuando volvió <strong>en</strong> sí. Con una sonrisa burlona, alzó una mano y<br />

posó el dedo índice sobre sus labios mi<strong>en</strong>tras le sonreía. En ese mom<strong>en</strong>to,<br />

la montura de Anisse se <strong>en</strong>cabritó y ella no int<strong>en</strong>tó tranquilizarla. Mantuvo<br />

el equilibrio y, cuando posó de nuevo las patas delanteras <strong>en</strong> el suelo, se<br />

inclinó sobre su cuello y la dejó correr.<br />

Anisse logró arrinconar su miedo tras una larga carrera. ¡Debía volver<br />

a por Neraveith! Dirigió su caballo hacia el claro de nuevo y regresó<br />

vacilante. Al ver los fulgores de las llamas no quiso volver a dirigir la<br />

mirada hacia la hoguera. Desvió la vista hacia Arg<strong>en</strong>t, que aún permanecía<br />

atada a una rama baja, aj<strong>en</strong>a a toda inquietud. Permaneció junto a la yegua,<br />

semioculta por las ramas mi<strong>en</strong>tras dejaba que la aguja de Meldionor<br />

oscilase librem<strong>en</strong>te. Nada le indicó que Neraveith estuviese <strong>en</strong> peligro,<br />

pero, aun <strong>en</strong> el caso de que lo estuviese, dudaba que el efrit pudiese hacer<br />

algo. Sabía que no sería rival para aquel hombre.<br />

¿Qué había visto exactam<strong>en</strong>te? Sus manos temblaban al int<strong>en</strong>tar<br />

recordarlo. Había contemplado algo que no lograba <strong>en</strong>focar. Era como el<br />

despertar de un sueño inquieto: el recuerdo ha desaparecido, pero el temor<br />

sigue ahí, inexplicable y real. Las imág<strong>en</strong>es huy<strong>en</strong> revoloteando como<br />

mariposas. No logras vislumbrar el dibujo de sus alas, y dejan tras ellas<br />

una estela de miedo.<br />

Él la había notado buscar con sus ojos de vid<strong>en</strong>te y la había aferrado<br />

con fuerza. De alguna manera, la había mant<strong>en</strong>ido quieta e indef<strong>en</strong>sa y<br />

139


había s<strong>en</strong>tido su advert<strong>en</strong>cia sin palabras. Si decía a algui<strong>en</strong> lo que había<br />

visto, la mataría. Y ella sabía que lo haría estuviese donde estuviese,<br />

tuviese la protección que tuviese. La <strong>en</strong>contraría y la mataría... Pero, ¿qué<br />

era lo que había visto?<br />

El corazón de Anisse no se ser<strong>en</strong>ó por mucho que se lo int<strong>en</strong>tó sugerir.<br />

Supo que llevaría clavada <strong>en</strong> el alma la s<strong>en</strong>sación de am<strong>en</strong>aza mucho<br />

tiempo.<br />

Neraveith se estremeció varias veces, <strong>en</strong> brazos de Lúcer, mi<strong>en</strong>tras su<br />

respiración y los latidos de su corazón volvían a su curso normal. El peso<br />

de la persona bajo la que yacía la hacía conci<strong>en</strong>ciarse de que todo aquello<br />

había sido trem<strong>en</strong>dam<strong>en</strong>te real. En aquellos mom<strong>en</strong>tos, ella sólo deseaba<br />

relajarse y dormir, no p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> nada más, no p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cias ni<br />

implicaciones. Lúcer se movió para apartarse de <strong>en</strong>cima suyo y aliviarle el<br />

peso. Se apoyó sobre un codo y con la otra mano se dedicó a acariciar<br />

distraídam<strong>en</strong>te el pecho derecho de Neraveith. Ella permaneció varios<br />

minutos <strong>en</strong> aquella postura, sin desear variarla, con los ojos cerrados y<br />

recreándose <strong>en</strong> la s<strong>en</strong>sación, tratando de olvidar todo lo demás. Pero la voz<br />

de su m<strong>en</strong>te empezaba a volver, preguntándole sobre sus actos y<br />

describiéndole su situación real. Sólo deseaba hacerla callar un rato más,<br />

para poder seguir recreándose <strong>en</strong> el pres<strong>en</strong>te, sin reflexionar ni s<strong>en</strong>tir nada<br />

que no fuese aquel instante fugaz de olvido. La voz de Lúcer la sacó de sus<br />

<strong>en</strong>soñaciones.<br />

—Creo que te buscan...<br />

Neraveith abrió los ojos y se ruborizó al notar la implicación de lo que<br />

acababa de decir su amante. Los volvió a cerrar, notando cómo el fastidio<br />

y el temor la empezaban a cubrir al obligarla a c<strong>en</strong>trar su p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to <strong>en</strong><br />

las excusas que debería buscar. Notó que Lúcer reía divertido.<br />

—Me hubiese gustado invitar a tu amiga a unirse a la fiesta, pero creo<br />

que no le apetecía.<br />

Anisse la había visto. ¿Pero cómo podía haber hecho aquella locura?<br />

¡Dioses misericordiosos! T<strong>en</strong>ía que explicárselo ¿y si ella se lo contaba a<br />

algui<strong>en</strong>? Neraveith se obligó a ser<strong>en</strong>arse antes de responder. Pero el rubor<br />

subió por su rostro.<br />

—La próxima vez, preguntádselo, lord Lúcer, y saldréis de dudas.<br />

—Lo hubiese hecho, pero se marchó.<br />

Neraveith abrió los ojos y miró <strong>en</strong> dirección a donde había dejado a<br />

Arg<strong>en</strong>t. La yegua seguía allí y a su lado estaba el caballo castaño de<br />

140


Anisse, pero no vio rastro alguno de ella. Así que era cierto, Anisse los<br />

había visto. Se incorporó rápidam<strong>en</strong>te, buscando con la mirada sus ropas<br />

esparcidas por la zona. Alcanzó el camisón de lino. Mi<strong>en</strong>tras se lo pasaba<br />

apresuradam<strong>en</strong>te por la cabeza, oyó hablar a su compañero.<br />

—Tranquila, seguram<strong>en</strong>te no habrá visto lo que esperaba.<br />

—¿A qué os referís? —le preguntó mi<strong>en</strong>tras ataba los cordones que<br />

cerraban la pr<strong>en</strong>da.<br />

—Hay un hechizo de ilusión alrededor nuestro.<br />

—¿También ti<strong>en</strong>e que ver con vuestra afinidad con el fuego, lord<br />

Lúcer?<br />

—No. Ti<strong>en</strong>e que ver con mi <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>ami<strong>en</strong>to.<br />

Lúcer le alcanzó el vestido y jugueteó con las cintas mi<strong>en</strong>tras ella se lo<br />

abrochaba.<br />

—T<strong>en</strong>ed la seguridad, lord Lúcer, de que no p<strong>en</strong>saba concluir esta<br />

noche de esta manera. No suelo dedicarme a retozar por el bosque de esta<br />

forma.<br />

—Yo tampoco t<strong>en</strong>ía planes para esta noche, habéis sido una grata<br />

sorpresa.<br />

Mi<strong>en</strong>tras lo decía le pasó la mano tras la nuca. Le mordió la piel del<br />

cuello con lascivia y Neraveith no pudo evitar estremecerse de nuevo. Las<br />

caricias aún eran demasiado reci<strong>en</strong>tes como para ignorarlas. Apartó las<br />

manos de él y se puso <strong>en</strong> pie apresuradam<strong>en</strong>te para alejarse de la t<strong>en</strong>tación<br />

de permanecer ahí toda la noche.<br />

—Gracias por tan grata velada —murmuró mi<strong>en</strong>tras se alejaba.<br />

Neraveith se arremangaba los bajos del vestido. Sus cabellos sueltos<br />

estaban revueltos y sus mejillas sonrosadas. Pero nada <strong>en</strong> su gesto parecía<br />

indicar lo que había sucedido hacía un mom<strong>en</strong>to. Anisse salió de detrás de<br />

Arg<strong>en</strong>t, donde se había mant<strong>en</strong>ido oculta, para dejarse ver, y miró a<br />

Neraveith con el terror reflejado <strong>en</strong> los ojos.<br />

—¿Anisse?<br />

—Creo que deberíamos irnos, por favor, es muy tarde. Meldionor<br />

estará muy preocupado por ti<br />

Neraveith se alisó el vestido, cubrió su cabeza con la capucha de la<br />

capa sujetándola con una horquilla y subió a su yegua. Anisse mantuvo la<br />

mirada alerta mi<strong>en</strong>tras la reina montaba. La jov<strong>en</strong> se <strong>en</strong>caramó a su caballo<br />

y se colocó junto a ella. Vigiló las sombras que las rodeaban mi<strong>en</strong>tras<br />

empr<strong>en</strong>dían un trote, juntas una al lado de la otra. A Anisse le hubiese<br />

141


gustado preguntar sobre el extraño amante de Neraveith, pero el miedo aún<br />

mant<strong>en</strong>ía su garganta cerrada. No esperaba que Aybkam<strong>en</strong> fuese así, lo<br />

imaginaba muy distinto, inoc<strong>en</strong>te <strong>en</strong> cierto punto, pero aquel hombre<br />

nunca lo había sido.<br />

Neraveith creía que debería s<strong>en</strong>tir algún remordimi<strong>en</strong>to por lo que<br />

había hecho, pero no lograba <strong>en</strong>contrar arrep<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to alguno <strong>en</strong> su<br />

interior. No había sido nada parecido al amor o la ternura lo que la había<br />

<strong>en</strong>vuelto junto a la hoguera, había sido algo parecido a un grito de<br />

desahogo. Pero, ¿qué era lo que le había hecho s<strong>en</strong>tir aquel desconocido?<br />

Ella no se dedicaba a retozar con el primer hombre que se cruzaba <strong>en</strong> su<br />

camino, ¿cómo había podido hacer algo así?<br />

Dejaste inconclusa tu celebración ayer y él también...<br />

Neraveith bajó la mirada, azorada. Era con Aybkam<strong>en</strong> con qui<strong>en</strong><br />

deseaba haber compartido la noche de Anthelaith. En su piel aún<br />

conservaba viva la s<strong>en</strong>sación que le habían dejado las caricias de Lúcer,<br />

pero sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos no las acompañaban. En su memoria, aún recordaba<br />

las maneras divertidas y descaradas del buhonero. Al m<strong>en</strong>os, había dado<br />

un respiro a su, durante tanto tiempo ignorado, deseo. En ese mom<strong>en</strong>to,<br />

reparó <strong>en</strong> la mirada asustada de Anisse y la malinterpretó.<br />

—Anisse... yo... Lo si<strong>en</strong>to. No sé cómo explicarte lo que ha sucedido.<br />

Esta noche no he sido yo. Supongo que no me creerás y p<strong>en</strong>sarás que...<br />

Anisse volvió sus ojos sombríos hacia ella.<br />

—Es muy difer<strong>en</strong>te de cómo lo imaginaba.<br />

La franca mirada de preocupación de Anisse hizo que Neraveith por<br />

fin lograse s<strong>en</strong>tirse mal con sus propias acciones.<br />

—No es él, querida. Él no es Aybkam<strong>en</strong>.<br />

Anisse sintió cierto alivio al oír eso.<br />

—¿No es él? Pero, ¿cómo....? ¿Por qué has...?<br />

—Esta noche ha sido extraña para mí, y aún no sé qué p<strong>en</strong>sar al<br />

respecto. Necesitaré algo de tiempo antes de poder <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derlo y<br />

explicártelo. ¿Por qué he hecho esta tontería?<br />

Anisse volvió a escudriñar la oscuridad, inquieta.<br />

—Debo disculparme también, Neraveith. Debería haberte cuidado,<br />

t<strong>en</strong>dría que haberte protegido. Pero ha sido una noche extraña también<br />

para mí.<br />

La reina miró el rostro pálido de su compañera de confianza, parecía<br />

realm<strong>en</strong>te asustada. Int<strong>en</strong>tó quitarle hierro al asunto.<br />

—¿Mañana podrás traerme más de esas estup<strong>en</strong>das galletas y un té<br />

142


después de la c<strong>en</strong>a?<br />

—Por supuesto.<br />

Anisse sonrió, pero su s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to no acompañaba al gesto. Sus ojos<br />

seguían reflejando un ánimo oscuro y a la reina no le costó percatarse de<br />

que sus manos temblaban.<br />

—Anisse querida, ese viejo sayo que llevas me parece que ya no te<br />

abriga como debería del frío nocturno. Me <strong>en</strong>cargaré de procurarte una<br />

capa a tu medida. No quiero que mi escolta pille unas fiebres.<br />

Anisse supo que Neraveith trataba de disculparse y no sabía cómo.<br />

También notó el desconcierto que la ll<strong>en</strong>aba ante sus propias acciones.<br />

Mantuvieron el paso apretado el resto del camino. Nadie preguntó a<br />

ninguna de las dos mujeres, a su regreso al castillo, dónde habían estado,<br />

ni qué habían hecho. Algo que ambas agradecieron.<br />

23 — Despertares<br />

Esa madrugada, a pesar de ser ser<strong>en</strong>a y fría <strong>en</strong> el exterior del castillo,<br />

<strong>en</strong> el interior de la m<strong>en</strong>te de Anisse se reflejó <strong>en</strong> una torm<strong>en</strong>ta onírica. Las<br />

imág<strong>en</strong>es que había percibido sin <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derlas parecían haber abierto un<br />

<strong>en</strong>lace con alguna de las hebras de magia que rodeaban al mundo físico, y<br />

se había <strong>en</strong>roscado <strong>en</strong> ella sin querer soltarla. La ayudante de cocina trató<br />

de ser<strong>en</strong>arse cuando se hundió temblorosa bajo la manta de su lecho, pero<br />

su corazón rehusaba recuperar el curso normal. Anisse se obligó a cerrar<br />

los párpados y al mom<strong>en</strong>to unos ojos verdes volvieron a invadir con<br />

viol<strong>en</strong>cia su conci<strong>en</strong>cia.<br />

¡No!<br />

Y, sin pret<strong>en</strong>derlo, la m<strong>en</strong>te de Anisse huyó de ellos hacia el sueño<br />

profundo.<br />

Primero oyó las voces. Eran poderosas, susurradas, como el bramido<br />

de un oso <strong>en</strong> la montaña. Supo que la estaban esperando. Trató de<br />

resistirse a la llamada, pero su cuerpo empapado <strong>en</strong> sudor no quería tomar<br />

conci<strong>en</strong>cia del lecho <strong>en</strong> el que dormía y su mirada de vid<strong>en</strong>te la arrastró<br />

tras ella.<br />

Estaba <strong>en</strong> pie, de pronto, junto a su lecho. La habitación que<br />

compartían las mujeres solteras del castillo descansaba ser<strong>en</strong>a a su<br />

alrededor. Sus compañeras dormían un merecido descanso. Ella vio el<br />

brillo t<strong>en</strong>ue de la luz de la vida debajo de las sombras que indicaban los<br />

lechos. Pero, muy lejos de allí, las voces tiraban de ella. No eran humanas,<br />

143


eso lo supo <strong>en</strong>seguida. Un largo cuello de escamas se desplegó <strong>en</strong> algún<br />

lugar y Anisse sintió que se estremecía con ese movimi<strong>en</strong>to sinuoso, como<br />

si el frío, el calor y de nuevo el frío la hubies<strong>en</strong> invadido, como si todo ese<br />

l<strong>en</strong>to gesto hubiese formado parte de ella. En la cima de tan poderoso<br />

cuello, una afilada cabeza de reptil, de un tono rojizo, abrió las fauces y<br />

lanzó un poderoso bramido hacia ella. Anisse no supo cuándo fue que<br />

decidió ponerse <strong>en</strong> marcha <strong>en</strong> el sueño. Sus pies se movieron y la<br />

habitación, respondi<strong>en</strong>do a su voluntad de viaje, se alejó de ella <strong>en</strong>tre las<br />

sombras.<br />

Sintió el vi<strong>en</strong>to antes que la nieve. Estaba <strong>en</strong> pie <strong>en</strong> la car<strong>en</strong>a de una<br />

montaña. El tono añil del cielo le indicaba que el amanecer estaba muy<br />

próximo. No se preguntó cómo había llegado hasta ahí. Cuando viajaba <strong>en</strong><br />

sueños, no solía hacerse preguntas, sólo observaba. Caminó descalza hacia<br />

algún lugar por la espina dorsal de la cordillera. En su m<strong>en</strong>te volvió a<br />

resonar el poderoso bramido. Sabía que no dejaba huellas <strong>en</strong> aquel paisaje.<br />

Si se perdiese y no pudiese regresar, ¿qué sería de ella? Nadie podría<br />

<strong>en</strong>contrar su rastro <strong>en</strong>... ¿Por dónde demonios se movía cuando soñaba? O<br />

más bi<strong>en</strong>, ¿qué parte de ella era la que se movía? Hacía un año y medio,<br />

desde que había dejado la ciudad de Oggnath, que no soñaba de aquella<br />

manera. En cierta forma, había esperado que no volviese jamás su extraño<br />

don, pero sabía que se <strong>en</strong>gañaba a sí misma.<br />

De pronto, algo la lanzó hacia adelante. Atravesó la nieve de la ladera<br />

y la roca que había debajo arrastrada por la poderosa fuerza que la ret<strong>en</strong>ía.<br />

Entonces oyó el mismo gruñido, bajo y profundo, pronunciando su<br />

nombre.<br />

—¡Anisse!<br />

En vistas de que no podía zafarse, se fijó <strong>en</strong> el lugar al que la<br />

llevaban. Era una caverna grande, pero no demasiado. Brillaba con el<br />

poder de la magia de forma ominosa. Emanaba de su c<strong>en</strong>tro. Allí debería<br />

haber habido algo y ella supo <strong>en</strong> seguida qué era el hueco que faltaba allí<br />

<strong>en</strong> medio y que la magia ll<strong>en</strong>aba. Eran dragones. Allí, <strong>en</strong> el plano<br />

mundano, debería haber habido dos dragones durmi<strong>en</strong>do, pero de ellos<br />

sólo restaba el reflejo de la magia. Sintió un poderoso susurro a su espalda,<br />

algo la v<strong>en</strong>ía sigui<strong>en</strong>do. Anisse volvió la cabeza. Una alta pared de<br />

escamas rojizas... Unas garras poderosas que se aferraban a la roca... Las<br />

dos bestias la habían seguido hasta allí. La una era de un tono rojizo, la<br />

otra de un profundo color azul que le recordó el del mar. Le pareció que<br />

sonreían.<br />

144


—Gracias.<br />

Mi<strong>en</strong>tras miraba las formas mundanas de los dragones, a su alrededor<br />

los muros de roca perdieron consist<strong>en</strong>cia hasta desaparecer. Las criaturas<br />

se esfumaron y sólo hubo una t<strong>en</strong>ue oscuridad ante sus ojos.<br />

Anisse por fin pudo abrir los ojos mundanos <strong>en</strong> su lecho. Oyó el<br />

sonido de un pájaro y, por el cierre del v<strong>en</strong>tanuco, vio la claridad<br />

incipi<strong>en</strong>te del amanecer <strong>en</strong> el cielo. Se dio cu<strong>en</strong>ta de que estaba temblando<br />

y sudaba. ¿Qué había soñado? No era la primera vez que soñaba con<br />

dragones, pero esta vez había habido algo difer<strong>en</strong>te. Nunca había soñado<br />

con dragones tan cerca de ella, y mucho m<strong>en</strong>os le habían hablado... ¿Por<br />

qué se preocupaba? Sólo era un sueño o, como mucho, otra visión. Se<br />

abrazó a las mantas y tapándose la cabeza trató de olvidar. Había habido<br />

algo demasiado poderoso tras todo eso. Su voz interior le habló con<br />

irritante nitidez...<br />

Has empezado a traerlos de vuelta Anisse...<br />

24 — El regreso de la guardabosque<br />

El vi<strong>en</strong>to se levantó helado esa noche. Se deslizaba sobre las copas de<br />

los árboles arrancando susurros y murmullos a su paso, pero no lograba<br />

p<strong>en</strong>etrar la d<strong>en</strong>sa maraña de apretadas ramas para alcanzar el bosque<br />

profundo. Bajo él, la vida se refugiaba <strong>en</strong> oquedades, esperando<br />

paci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te a que el invierno acabase al fin. A pesar de la celebración<br />

que tres noches atrás había declarado como oficial la <strong>en</strong>trada de la<br />

primavera, hacía demasiado frío aún para que la vida salvaje lo ratificase<br />

con hechos. Los animales que hibernaban no habían salido aún de su<br />

letargo y los depredadores empezaban a recorrer los caminos, hambri<strong>en</strong>tos.<br />

Esa noche, una silueta humana avanzaba rumbo al claro bajo la d<strong>en</strong>sa<br />

p<strong>en</strong>umbra del bosque, <strong>en</strong>tre los troncos, las rocas y las afiladas ramas<br />

bajas. Portaba un bulto a la espalda y, <strong>en</strong> la mano, t<strong>en</strong>sado por si le era<br />

necesario, un arco. A pesar de ser muy consci<strong>en</strong>te de los depredadores que<br />

recorrían los caminos, ella no los temía. Se movía con seguridad por aquel<br />

terr<strong>en</strong>o y su marcha no se veía fr<strong>en</strong>ada por la oscuridad, no suponía un<br />

problema para ella. Había heredado de los elfos la visión nocturna que los<br />

caracterizaba y un estup<strong>en</strong>do oído. En ocasiones, se planteaba si su<br />

capacidad auditiva tal vez t<strong>en</strong>ía algo que ver con el tamaño de sus<br />

pabellones auriculares. Las puntas de sus afiladas orejas sobresalían <strong>en</strong>tre<br />

su mel<strong>en</strong>a castaña tras las dos tr<strong>en</strong>zas que usaba para apartarse el flequillo<br />

145


de la cara. Muchas veces se preguntaba si era posible que no hubiese<br />

heredado nada de sus ancestros humanos, pero, cuando volvía a<br />

<strong>en</strong>contrarse cara a cara con un elfo puro, percibía las difer<strong>en</strong>cias. Era más<br />

alta que muchas elfas aunque <strong>en</strong>tre los humanos se la consideraba más<br />

bi<strong>en</strong> pequeña. También su masa muscular era s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te mayor a la de<br />

cualquier elfa.<br />

De súbito, un s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de alerta la ll<strong>en</strong>ó. Se detuvo un instante<br />

junto un ancho tronco y buscó el refugio de sombras que proyectaba.<br />

Había s<strong>en</strong>tido el olor, demasiado cerca para su gusto, de un oso. Algunos<br />

se levantaban ya de su letargo invernal, hambri<strong>en</strong>tos tras el largo sueño.<br />

Probablem<strong>en</strong>te aquél estaba saqueando una colm<strong>en</strong>a cercana, podía s<strong>en</strong>tir<br />

también el olor de la miel dulce <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te. Retrocedió l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te<br />

sobre sus huellas y procedió a dar un amplio rodeo. El animal no la siguió,<br />

lo hubiese s<strong>en</strong>tido, pero lo oyó gruñir profundam<strong>en</strong>te a lo lejos.<br />

Édorel recolocó el fardo que llevaba a la espada, la mochila y la aljaba<br />

con sus flechas, para que no la molestas<strong>en</strong> al caminar, y reanudó su ritmo<br />

de marcha normal, tranquilo pero sin pausa. No se había det<strong>en</strong>ido a comer,<br />

había picoteado algo de pan que le quedaba.<br />

—¡No se debe correr cuando estás sola <strong>en</strong> el bosque! Puedes caer,<br />

romperte algo, nadie te ayudaría, sólo te <strong>en</strong>contrarían las bestias<br />

carnívoras.<br />

A pesar de sus correctas int<strong>en</strong>ciones, sus piernas t<strong>en</strong>dían a acelerar la<br />

marcha sin que ella se lo pidiese. Ségfarem debía estar esperándola.<br />

Deseaba ya con toda su alma llegar al claro. Estaba muy cerca, podía<br />

s<strong>en</strong>tirlo. Casi saboreaba las aguas dulces del lago <strong>en</strong> el aire. Había un<br />

s<strong>en</strong>dero que surgía a su derecha, pero ella no lo siguió. Apartó unas ramas<br />

y se ad<strong>en</strong>tró <strong>en</strong>tre los espesos arbustos, ignorando el camino que se había<br />

revelado ante ella. En seguida se había percatado de que no se trataba de<br />

un s<strong>en</strong>dero auténtico, era una falsa pista. El bosque jugaba con los que se<br />

ad<strong>en</strong>traban <strong>en</strong> él, pero no con ella. Para la semielfa, no había camino que<br />

pudiese ocultarle su destino d<strong>en</strong>tro del bosque, ni animal que no percibiese<br />

<strong>en</strong> su cercanía.<br />

No dudó al escoger la dirección. La ruta más corta hacia el claro era<br />

atravesando aquella maraña de espinos, arbustos y ramas. Sus ropas no se<br />

<strong>en</strong>gancharon <strong>en</strong> ellos y las ramas recobraron la posición anterior a su paso,<br />

cubri<strong>en</strong>do su figura y su rastro. El bosque era su hogar, ella era parte del<br />

bosque, se cuidaban el uno al otro.<br />

146


Ségfarem había dejado a Minjart junto a uno de los árboles que<br />

bordeaban el claro. Por fin, al caer la noche, tras días int<strong>en</strong>tando ad<strong>en</strong>trarse<br />

<strong>en</strong> el bosque <strong>en</strong> los escasos intervalos que le permitían sus obligaciones,<br />

los caminos se habían abierto para él.<br />

De inmediato había ido hasta la cabaña de la guardabosque. El hogar<br />

de Édorel permanecía cerrado y oscuro, como un tocón de madera más del<br />

árbol <strong>en</strong> que se apoyaba. El gesto ser<strong>en</strong>o de Ségfarem no demostraba la<br />

profunda inquietud que lo corroía. La torm<strong>en</strong>ta que había golpeado la<br />

tierra hacía cuatro noches había sucedido demasiado cerca del bosque y su<br />

guardiana. No había ningún rastro de ella... Regresó hacia su montura con<br />

paso decidido. Los nobles habían partido del castillo, ahora podía<br />

<strong>en</strong>tregarse al deber que t<strong>en</strong>ía con su amada.<br />

Minjart, al notar que su jinete precisaba de sus servicios, alzó la<br />

cabeza hacia él y dejó de lado la hierba que estaba paci<strong>en</strong>do. Pero, de<br />

rep<strong>en</strong>te, la at<strong>en</strong>ción del caballo se dirigió a algún punto tras Ségfarem. El<br />

caballero lo vio girar las orejas hacia allí antes de oír él mismo el roce de<br />

unas ramas al ser desplazadas. Se volvió y escrutó la p<strong>en</strong>umbra con<br />

int<strong>en</strong>sidad. En cuanto sus ojos se aclimataron a aquel mundo de sombras<br />

desfiguradas, distinguió una silueta humana que había surgido del límite<br />

del claro <strong>en</strong>tre los arbustos. No lograba difer<strong>en</strong>ciar más allá del contorno.<br />

Antes de que pudiese preguntar "¿Quién va?", la figura se lanzó hacia él.<br />

Dejó caer el bulto que llevaba a la espalda <strong>en</strong> mitad de la carrera y la oyó<br />

gritar con tono alegre.<br />

—¡Ségfarem!<br />

Era Édorel. Olvidando todo protocolo, Ségfarem corrió hacia ella. Se<br />

<strong>en</strong>contraron <strong>en</strong> mitad del claro <strong>en</strong> un profundo abrazo.<br />

—Édorel, Édorel... Estaba preocupado.<br />

Ségfarem no cesaba de pronunciar el nombre de la semielfa, como si<br />

temiese que no fuese real.<br />

—Ségfarem de Dobre, caballero de Isthelda, estoy aquí.<br />

Los dos <strong>en</strong>amorados se fundieron <strong>en</strong> un largo beso. Finalm<strong>en</strong>te, con el<br />

ánimo más calmado se separaron para mirarse a los ojos. Édorel sonreía,<br />

irradiaba felicidad. Una voz de hombre carraspeó tras ellos.<br />

—Si molestamos <strong>en</strong> estos mom<strong>en</strong>tos íntimos, sólo debéis decirlo y os<br />

dejaremos solos.<br />

Ségfarem se volvió int<strong>en</strong>tando percibir por dónde se acercaban los<br />

recién llegados. La semielfa, al verlo perdido <strong>en</strong> una p<strong>en</strong>umbra que para<br />

ella era más aliada que molestia no pudo evitar una punzada de amor.<br />

147


Me ama tanto que se arriesgaría a ad<strong>en</strong>trase <strong>en</strong> el bosque a oscuras<br />

para <strong>en</strong>contrarme.<br />

—Prima, ¿cómo estás?<br />

Eoroth se acercó a Édorel con grandes muestras de alegría. Le dio un<br />

sonoro beso <strong>en</strong> la mejilla y un abrazo de oso a la semielfa. Ella se quejó.<br />

—Primo, vas a romperme <strong>en</strong> dos.<br />

Ségfarem refunfuñó algo a su lado y se alejó de ellos.<br />

—Me alegro mucho de que hayas vuelto.<br />

Édorel sonrió. Cuando Eoroth la dejó <strong>en</strong> el suelo, se dio cu<strong>en</strong>ta de lo<br />

cansada que estaba. Zíodel llegó hasta ellos y le dedicó un formal saludo a<br />

la semielfa inclinando la cabeza.<br />

—Guardiana.<br />

Ella la observó, sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

—Zíodel, me sorpr<strong>en</strong>de verte tan lejos de tu g<strong>en</strong>te.<br />

La elfa respondió dubitativa.<br />

—Quería conocer mundo.<br />

Édorel sonrió y eso pareció reconfortarla.<br />

—Es bu<strong>en</strong>o conocer cosas nuevas.<br />

Ségfarem volvió junto a ellos con la mochila que Édorel había dejado<br />

caer <strong>en</strong> su precipitación por abrazarlo.<br />

—Tal vez desees descansar, Édorel.<br />

La semielfa negó.<br />

—Os eché mucho de m<strong>en</strong>os a todos. Preferiría t<strong>en</strong>er un poco de<br />

compañía esta noche. Aunque sí os pediría que me dieseis un rato para ir a<br />

las fu<strong>en</strong>tes. Hace mucho tiempo que no toco el agua a m<strong>en</strong>os que sea para<br />

beber.<br />

—Te acompaño.<br />

—No es necesario, Ségfarem. Recuerda: nadie me <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> el<br />

bosque si no lo deseo.<br />

—De todas maneras, t<strong>en</strong> cuidado.<br />

Unas suaves nubes grises se acercaban. Édorel se apresuró hacia las<br />

fu<strong>en</strong>tes templadas. Si quería darse un baño y secarse al salir, mejor era ser<br />

rápida.<br />

Édorel había sido hija de un elfo y de una humana. Esas alianzas, <strong>en</strong><br />

los últimos años, cada vez parecían más frecu<strong>en</strong>tes. El pueblo de los elfos<br />

desc<strong>en</strong>día directam<strong>en</strong>te de las hadas que <strong>en</strong> tiempos inmemoriales habían<br />

decidido abandonar sus campos, situados <strong>en</strong> el <strong>en</strong>sueño de la realidad, y<br />

habitar el Plano Mortal. Cada vez más, habían imitado al ser humano hasta<br />

148


adquirir sus capacidades de superviv<strong>en</strong>cia. Unas veces temidos, otras<br />

v<strong>en</strong>erados, los elfos ocupaban ahora un punto <strong>en</strong> la sociedad humana. Eran<br />

aceptados con más o m<strong>en</strong>os recelos, pero lo que no se podía negar era la<br />

atracción y fascinación recíprocas que ambas razas s<strong>en</strong>tían. Édorel fue<br />

criada durante varios años por la hermana del padre de Eoroth junto a su<br />

hija legítima, Ariweth, hasta que un grupo de elfos vino a buscarla para<br />

ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> el bosque con ella.<br />

Édorel com<strong>en</strong>zó <strong>en</strong>tonces su <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>ami<strong>en</strong>to como guardiana del<br />

bosque. Los elfos no le revelaron gran cosa sobre su verdadero padre,<br />

aunque ella supo siempre que no podía estar muy lejos, vigilando sus<br />

progresos. Ellos no escogían a los que serían los guías del bosque, el<br />

bosque los escogía a ellos. Y Édorel apr<strong>en</strong>dió. Apr<strong>en</strong>dió a moverse <strong>en</strong>tre<br />

los árboles con los ojos cerrados, sigui<strong>en</strong>do su intuición y <strong>en</strong>trando <strong>en</strong><br />

comunión con la vida que la rodeaba. Apr<strong>en</strong>dió a eludir los peligros del<br />

bosque profundo. Apr<strong>en</strong>dió a usar lo que el bosque ponía a su alcance.<br />

Apr<strong>en</strong>dió a oír el fluir de la vida. Pero, sobre todo, apr<strong>en</strong>dió a def<strong>en</strong>der<br />

aquella arboleda consci<strong>en</strong>te. Vio cómo el bosque era despiadado con<br />

aquellos que lo herían, cómo protegía a los suyos y cómo jugaba con los<br />

que se av<strong>en</strong>turaban <strong>en</strong>tre sus ramas sin su permiso. Édorel lo supo todo<br />

sobre el bosque, excepto una cosa: qué criterio seguía para escoger a los<br />

que gozarían de su favor cuando se ad<strong>en</strong>tras<strong>en</strong> <strong>en</strong> sus caminos.<br />

La lluvia fue suave y ligera, pero espesó <strong>en</strong> breve. Una típica torm<strong>en</strong>ta<br />

de finales de invierno. Édorel invitó a los congregados <strong>en</strong> el claro, Eoroth,<br />

Ségfarem y Zíodel, a reunirse <strong>en</strong> su casa aquella noche. La cabaña de la<br />

semielfa no era muy grande, aprovechaba el inm<strong>en</strong>so tronco del roble<br />

mil<strong>en</strong>ario para apoyar sus paredes y <strong>en</strong>trelazarlas con el árbol. El interior<br />

constaba de una habitación tan solo. El suelo había sido elevado sobre una<br />

tarima a un pie de altura para evitar la humedad de la tierra. La chim<strong>en</strong>ea<br />

ocupaba todo un rincón y era de piedra <strong>en</strong> su totalidad. Varios manojos de<br />

hierbas aromáticas p<strong>en</strong>dían fr<strong>en</strong>te a ella. Édorel se apresuró a <strong>en</strong>c<strong>en</strong>derla.<br />

No t<strong>en</strong>ía sillas, pero ext<strong>en</strong>dió algunas mantas <strong>en</strong> el suelo que extrajo de un<br />

arcón. Los invitados se agruparon <strong>en</strong> torno a la mesa baja sobre la que se<br />

dispuso un juego de té, regalo de su hermana adoptiva, Ariweth. Édorel<br />

tampoco se olvidó de sus inquilinos. Levantó una tabla suelta del suelo y<br />

chasqueó los labios. Un conejo gordo y blanco saltó fuera sin miedo, pero,<br />

al ver a los reunidos, volvió a meterse apresuradam<strong>en</strong>te d<strong>en</strong>tro del agujero.<br />

—¡Hola, bonita!<br />

149


La muchacha cogió de un rincón el zurrón amplio que usaba para<br />

recolectar, sacó grandes puñados de hierbas aromáticas y las echó <strong>en</strong> el<br />

agujero.<br />

—Yo también me alegro de veros.<br />

Cuando acabó de alim<strong>en</strong>tar a su familia de conejos se s<strong>en</strong>tó a su vez<br />

junto a la mesa baja. Al mom<strong>en</strong>to Eoroth le pasó una taza de té.<br />

—Tómatelo... Vas a coger frío con este tiempo y el pelo mojado.<br />

Zíodel sirvió las tazas al resto de reunidos y las repartió. Édorel había<br />

descubierto que el té era muy útil <strong>en</strong> esas reuniones sociales. Mi<strong>en</strong>tras<br />

algui<strong>en</strong> int<strong>en</strong>ta beber algo muy cali<strong>en</strong>te no habla, así las posibilidades de<br />

escucharse todos por ord<strong>en</strong> aum<strong>en</strong>taban.<br />

—¿Dónde has estado estos días, Édorel? —preguntó Eoroth.<br />

—Al norte del bosque, está inquieto...<br />

—No deberías haber ido sola, Édorel, podría haberte ocurrido algo.<br />

La preocupación de Ségfarem t<strong>en</strong>ía fundam<strong>en</strong>to real. La semielfa<br />

había t<strong>en</strong>ido que esquivar varios grupos de trolls. No eran naturales de la<br />

zona y no deseaban público. Varias veces hubo de correr, saltándose una<br />

de sus normas básicas.<br />

—No debes inquietarte por mí, Ségfarem. Nadie me <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> el<br />

bosque si yo no lo quiero.<br />

—De todas maneras, me preocupé.<br />

En el exterior, la torm<strong>en</strong>ta se increm<strong>en</strong>tó, las gotas se hicieron más<br />

espesas y gruesas, se oyó un suave tru<strong>en</strong>o lejano. No t<strong>en</strong>ía nada que ver<br />

con el inquietante f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o que habían observado cuatro noches atrás,<br />

pero los reunidos se volvieron inquietos hacia los postigos cerrados de las<br />

v<strong>en</strong>tanas. La primera <strong>en</strong> romper el sil<strong>en</strong>cio fue Zíodel.<br />

—No se parece <strong>en</strong> nada a la torm<strong>en</strong>ta de hace tres noches.<br />

Fijó sus ojos <strong>en</strong> Édorel, esperando respuesta de la semielfa. De todos<br />

era sabido que ella conocía los <strong>en</strong>tresijos del bosque mejor que nadie.<br />

Hubo unos segundos de sil<strong>en</strong>cio. Fuera, el ruido del agua repiqueteaba<br />

contra el tejado y las ramas del roble.<br />

—¿Cómo visteis desde aquí la torm<strong>en</strong>ta?<br />

Eoroth contestó.<br />

—Desde la ciudad se vio muy extraña: <strong>en</strong>orme, pero como si estuviese<br />

conc<strong>en</strong>trada <strong>en</strong> un punto sobre el bosque. Las nubes llegaban hasta donde<br />

alcanzaba mi vista, pero daba la s<strong>en</strong>sación de que aquello tuviese un<br />

c<strong>en</strong>tro. No sé cómo expresarlo.<br />

La semielfa permaneció p<strong>en</strong>sativa unos instantes, no le gustaba hablar<br />

150


precipitadam<strong>en</strong>te. De todas maneras, le resultaba difícil no reaccionar con<br />

pasión ante el recuerdo. Todo su ser se había estremecido, algo se había<br />

aferrado a sus <strong>en</strong>trañas durante aquella torm<strong>en</strong>ta, y aún no la había soltado.<br />

Bebió un poco de té para que su voz sonase tranquila, no quería alarmar a<br />

nadie.<br />

—No sé qué era aquello. No fue una torm<strong>en</strong>ta normal, pero no salió<br />

del bosque. Acudió a él, no sé quién la llamó.<br />

—Yo s<strong>en</strong>tí algo muy extraño —dijo Zíodel—. Me cuesta <strong>en</strong>contrar las<br />

palabras para explicarlo, pero lo int<strong>en</strong>taré. Noté como si todo temblase con<br />

los tru<strong>en</strong>os. No me refiero al retumbar de un ruido fuerte.<br />

—Sé a lo que te refieres, yo también lo s<strong>en</strong>tí —murmuró Ségfarem.<br />

Todos se volvieron hacia el caballero. Las pocas veces que Ségfarem<br />

exponía sus ideas, eran motivo de expectación. No solía elevar la voz ni<br />

prestar su opinión, se aplicaba el dicho de escuchar el doble de lo que<br />

podía hablar.<br />

—Esa torm<strong>en</strong>ta no fue natural, el cielo estaba despejado, y las nubes...<br />

—por unos mom<strong>en</strong>tos su mirada se perdió <strong>en</strong> el infinito de la pared de la<br />

cabaña—. ¿Algui<strong>en</strong> miró las nubes?<br />

—Yo también las vi.<br />

Zíodel int<strong>en</strong>tó cruzar su mirada con Ségfarem, pero éste observaba la<br />

nada, absorto <strong>en</strong> sus recuerdos, mi<strong>en</strong>tras relataba la experi<strong>en</strong>cia.<br />

—Las nubes, grises y compactas... Eso parecían, hasta que, <strong>en</strong> un<br />

mom<strong>en</strong>to dado, las vi, pero no mirándolas directam<strong>en</strong>te. Las vi por el<br />

límite de la visión, mi<strong>en</strong>tras me volvía. Trataban de esconder su verdadera<br />

naturaleza. No eran grises, t<strong>en</strong>ían muchos colores que cambiaban<br />

constantem<strong>en</strong>te, surgían de la nada. El color gris que parecía cubrirla sólo<br />

lo usaba para <strong>en</strong>gañarnos, para hacernos creer que era una torm<strong>en</strong>ta<br />

normal. Aullaba y reía... El mal vino con esa torm<strong>en</strong>ta, y ha caído sobre el<br />

bosque.<br />

Ségfarem observó a Édorel inmediatam<strong>en</strong>te. Todos sabían qué<br />

palabras escondían esa mirada, pero que no se atrevería a pronunciar: "v<strong>en</strong><br />

al castillo, deja el bosque, aléjate del peligro". Por toda respuesta, Édorel<br />

tomó la mano de Ségfarem y la apretó cariñosam<strong>en</strong>te, sonri<strong>en</strong>do. Ent<strong>en</strong>día<br />

su inquietud, pero su lugar estaba ahí. El bosque la había elegido y<br />

protegido. No sabía por qué no debía seguir si<strong>en</strong>do así. En ese mom<strong>en</strong>to,<br />

las orejas ahusadas de la semielfa captaron algo por <strong>en</strong>cima del fragor de la<br />

lluvia.<br />

—Vi<strong>en</strong>e algui<strong>en</strong>.<br />

151


Ségfarem se levantó de inmediato y se dirigió a la puerta. Apoyó la<br />

mano sobre el pomo de su espada y aguardó mi<strong>en</strong>tras el resto de los<br />

reunidos mant<strong>en</strong>ía el sil<strong>en</strong>cio. Casi de inmediato, dos golpes sonaron y una<br />

voz.<br />

—¡Édorel, hermana!<br />

—¡Ariweth!<br />

Ségfarem abrió la puerta. Una chorreante Ariweth se reveló tras ella, y<br />

no estaba de su mejor humor. El caballero se hizo a un lado.<br />

—Sed bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida, señora. Por favor, pasad.<br />

—Ségfarem de Dobre, caballero, es un placer veros de nuevo.<br />

Ariweth le dedicó una exquisita y estudiada rever<strong>en</strong>cia. Édorel ya se<br />

había levantado y corrió hacia su hermana adoptiva.<br />

—Ariweth, ¡me alegro de verte! —le dio un efusivo abrazo a pesar de<br />

las ropas mojadas—. Vamos, siéntate al lado del fuego.<br />

Édorel salió a pesar del chaparrón a buscar más troncos a la leñera y a<br />

refugiar parcialm<strong>en</strong>te al caballo de Ariweth <strong>en</strong> el espacio vacío que había<br />

<strong>en</strong> ella. Al volver, los reunidos ya habían cubierto a la recién llegada con<br />

una manta. Édorel hizo crecer el fuego.<br />

—Vi luz <strong>en</strong> tu cabaña, hermanita, y p<strong>en</strong>sé que debías haber regresado.<br />

Édorel sonrió.<br />

—M<strong>en</strong>os mal, o habrías pillado unas fiebres.<br />

—Creo que eso es lo de m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> estos mom<strong>en</strong>tos. Me parece que<br />

ninguna dama volverá a recorrer segura este bosque, y esta vez la am<strong>en</strong>aza<br />

no vi<strong>en</strong>e de las fieras que lo habitan, sino de un hombre.<br />

Todos se volvieron al oír las palabras de Ariweth. Ségfarem la<br />

escuchó, at<strong>en</strong>to, y avanzó hacia ella <strong>en</strong> pose autoritaria.<br />

—Mi señora, ¿acaso algui<strong>en</strong> ha osado faltaros al respeto?<br />

Ariweth lo miró con orgullo.<br />

—Sé def<strong>en</strong>derme sola, Ségfarem de Dobre, caballero de Isthelda.<br />

Édorel le pasó una taza de té con gesto protector.<br />

—Cuéntanos qué te ha ocurrido, hermana.<br />

La noble tomó la taza de té y dio un largo trago para cal<strong>en</strong>tarse antes<br />

de pasear su mirada iracunda <strong>en</strong>tre los reunidos.<br />

—Esa sabandija... ¡Ese traidor asqueroso la ha matado!<br />

—¿Quién?<br />

—Enuara ha muerto.<br />

—¿Qué? ¿Pero qué estas dici<strong>en</strong>do? —exclamó Eoroth.<br />

—Hablé con Jafsemer, él lo vio todo, estaba a ap<strong>en</strong>as unos metros y<br />

152


no pudo det<strong>en</strong>erlo. Lúcer, ese malnacido, ha matado a Enuara.<br />

—¿Quién es Lúcer? —preguntó Édorel.<br />

La voz de Zíodel sonó por <strong>en</strong>cima de la de Ariweth, casi estrid<strong>en</strong>te.<br />

—¡Eso no es posible!<br />

Ariweth miró desdeñosam<strong>en</strong>te a la elfa.<br />

—¿Vas a def<strong>en</strong>derlo? ¿Vas a def<strong>en</strong>der a un cobarde que mata a sangre<br />

fría y sin motivos a una chica indef<strong>en</strong>sa?<br />

—Enuara no era una chica, era un hada, podría haber huido. Podría<br />

haberlo evitado... No puedo creer eso que dices.<br />

La mirada irritada de Ariweth le hizo saber a Zíodel que no era bu<strong>en</strong>a<br />

idea contrariarla <strong>en</strong> este tema.<br />

—Juro por la salvación de mi honor que no descansaré hasta haber<br />

acabado con esa rata inmunda que se llama Lúcer y aquél que ose<br />

contrariarme lo consideraré mi <strong>en</strong>emigo también —una sonrisa macabra<br />

cruzó el rostro de Ariweth—. Hace mucho que no doy de beber sangre a<br />

mi espada.<br />

Édorel sintió un nudo <strong>en</strong> la garganta. Conocía el temperam<strong>en</strong>to de su<br />

hermana adoptiva y su s<strong>en</strong>tido de la justicia era muy difer<strong>en</strong>te al suyo.<br />

Alzó las manos <strong>en</strong> gesto pacificador.<br />

—Lo que ha dicho Zíodel es cierto. Enuara era un hada ligada a los<br />

alrededores de este claro. Si ya es difícil acabar con un hada fuera de su<br />

terr<strong>en</strong>o, <strong>en</strong> su propio territorio se convierte <strong>en</strong> toda una gesta.<br />

Ariweth bajó la mirada a su taza de té y dio un largo trago para evitar<br />

rebatir a su hermana como le pedía su instinto.<br />

—Pero me ha extrañado mucho no s<strong>en</strong>tir la pres<strong>en</strong>cia de Enuara <strong>en</strong> el<br />

claro. Siempre acudía a observarme cuando yo estaba <strong>en</strong> él. Ella estaba<br />

ligada a este lugar y ahora si<strong>en</strong>to el vacío que ha dejado. Ya no está aquí.<br />

—¿Crees que puede haber muerto, Édorel? —preguntó Zíodel.<br />

La semielfa reflexionó un largo mom<strong>en</strong>to. No quería dar una respuesta<br />

de forma precipitada, pero sus s<strong>en</strong>tidos le comunicaban que Enuara ya no<br />

estaba <strong>en</strong> el mundo.<br />

—Ariweth, ¿cuándo dice Jafsemer que murió Enuara?<br />

—Hace tres noches. Si contase esta, cuatro...<br />

La voz de Édorel fue casi un susurro.<br />

—Bajo la torm<strong>en</strong>ta...<br />

La velada se alargó mucho, hasta la madrugada. Los reunidos<br />

decidieron pasar el resto de la noche <strong>en</strong> la cabaña de Édorel y se<br />

153


acomodaron lo mejor posible unos junto a otros <strong>en</strong> el estrecho espacio.<br />

Casi al amanecer, por fin amainó la lluvia.<br />

Ségfarem fue hasta la manta que servía de lecho a la semielfa<br />

sorteando a los demás dormidos. La contempló <strong>en</strong> su sueño un instante<br />

antes de besarla <strong>en</strong> la mejilla. Édorel abrió los ojos y se volvió hacia él.<br />

—Ve con cuidado, Édorel.<br />

La elfa lo miró, aún aturdida por las brumas del sueño. Lo aferró de la<br />

manga para evitar que se alejase y le preguntó <strong>en</strong> un susurro. Algo <strong>en</strong> la<br />

mirada de él la había puesto sobre aviso.<br />

—Ségfarem, ¿dónde vas?<br />

El caballero sintió que algo se sacudía d<strong>en</strong>tro de él. Hacía ya muchos<br />

años que no lograba t<strong>en</strong>er secretos para Édorel. No podía marcharse sin<br />

darle una explicación. Se t<strong>en</strong>dió junto a ella y la semielfa fijó sus<br />

increíbles ojos grises <strong>en</strong> los de él.<br />

—Me marcho por una temporada. No sé cuánto tiempo...<br />

—¿Por qué?<br />

—Están sucedi<strong>en</strong>do demasiadas cosas. Quería que vinieses al castillo<br />

para protegerte, pero me he dado cu<strong>en</strong>ta de que allí tampoco estarás a<br />

salvo.<br />

Édorel frunció el ceño.<br />

—¿A salvo de qué? ¿Qué es lo que está pasando?<br />

Ségfarem retuvo sus palabras un instante antes de pronunciarlas.<br />

—Creo que los reinos del norte atacarán Isthelda <strong>en</strong> breve y la reina<br />

no se ha percatado de ello.<br />

Édorel alzó la mano para acariciar el rostro de Ségfarem.<br />

—Vas a ir solo, pero, ¿a dónde vas?<br />

—T<strong>en</strong>go una búsqueda que hacer de cuyo éxito dep<strong>en</strong>d<strong>en</strong> muchas<br />

cosas. Quiero <strong>en</strong>contrar aliados para luchar.<br />

—¿Aliados <strong>en</strong>tre los humanos?<br />

—No creo que consiga aliados humanos a tiempo. La torm<strong>en</strong>ta de la<br />

otra noche despertó algo d<strong>en</strong>tro de mí. Sé que vino de más allá del mundo,<br />

pero temo que el poder que la invocó esté confabulado con los ejércitos de<br />

los reyes del norte.<br />

Édorel asintió para mostrar que <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día su planteami<strong>en</strong>to.<br />

—Deberás <strong>en</strong>contrar algo de más allá de este mundo para combatir<br />

contra ese poder, <strong>en</strong>tonces.<br />

Ségfarem desvió la mirada, nervioso.<br />

—Puede que me equivoque, pero si no... He de ir al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de un<br />

154


poder lo bastante grande como para darme respuestas y armas para pelear<br />

contra los ejércitos del norte y lo que fuese aquella torm<strong>en</strong>ta. Puede que<br />

sea un iluso, pero he visto algunas cosas que...<br />

Édorel posó los dedos sobre sus labios para sil<strong>en</strong>ciarlo.<br />

—Sigue tu instinto, todos t<strong>en</strong>emos uno y nos habla. Su voz no<br />

responde a motivos lógicos pero suele t<strong>en</strong>er razón. Escucha al tuyo.<br />

Ségfarem la abrazó y <strong>en</strong>terró su rostro <strong>en</strong>tre los cabellos castaños de la<br />

semielfa. ¡Había echado tanto de m<strong>en</strong>os su olor! Y ahora debía despedirse<br />

de él de nuevo...<br />

—Quédate d<strong>en</strong>tro del bosque, mi amor. No salgas de él. Él te protege.<br />

La guerra será <strong>en</strong>tre los reinos del norte e Isthelda. Nadie te <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra<br />

<strong>en</strong>tre tus árboles si no lo deseas...<br />

La semielfa le devolvió el abrazo y trató de tranquilizarlo con el gesto<br />

y la voz.<br />

—No te preocupes. El bosque es parte de mí, ninguna torm<strong>en</strong>ta puede<br />

alcanzarme bajo estos robles.<br />

—No sé cuánto tiempo me llevará mi empresa. Sólo espero regresar<br />

antes de que estalle la guerra.<br />

Édorel lo besó y ambos se fundieron <strong>en</strong> un largo abrazo. Tras varios<br />

minutos, lograron <strong>en</strong>contrar la voluntad sufici<strong>en</strong>te para abandonar su presa<br />

mutua y el caballero salió a la madrugada. La semielfa lo oyó llamar a su<br />

caballo. La muchacha se dio la vuelta <strong>en</strong> la manta, inquieta, y miró los<br />

restos del fuego hasta que hubo amanecido por completo.<br />

25 — El inicio de la búsqueda<br />

Ese día Ségfarem no regresó al castillo. Surgió del bosque y dirigió a<br />

Minjart hacia el sur a paso moderado. El camino que pret<strong>en</strong>día recorrer era<br />

largo y no debía agotar a su fiel caballo. Édorel estaba bi<strong>en</strong> y <strong>en</strong> el bosque<br />

se mant<strong>en</strong>dría a salvo. Ahora que lo había podido comprobar, podía<br />

permitirse al fin aquello que su alma le pedía desde hacía varias lunas.<br />

Su m<strong>en</strong>te estaba pr<strong>en</strong>dida de la guerra que se avecinaba sobre todo<br />

Isthelda y que nadie más parecía ver. La reina había sido intelig<strong>en</strong>te al<br />

fr<strong>en</strong>ar las r<strong>en</strong>cillas durante un tiempo, pero no había aprovechado aquel<br />

marg<strong>en</strong> para armarse y crear un ejército. Ella no lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día. Habría guerra<br />

por muchos ardides que usase, y esa vez la lucha no sería <strong>en</strong> terr<strong>en</strong>o del<br />

bosque, sería <strong>en</strong> terr<strong>en</strong>o humano. Nadie acudiría <strong>en</strong> su ayuda, y él, como<br />

principal caballero del reino, estaba desarmado, física y espiritualm<strong>en</strong>te.<br />

155


A él se lo consideraba un héroe por haber matado hacía ya dos años a<br />

Baraz, pero nadie le había preguntado sobre el porqué de su victoria, algo<br />

<strong>en</strong> lo que tuvo mucho que ver el bosque mismo. Ségfarem volvió la vista y<br />

contempló la masa de árboles. Durante aquella batalla, los ocultos poderes<br />

del bosque habían sido su mejor aliado. Édorel le había hecho notar hacía<br />

tiempo que <strong>en</strong> el bosque de Isthelda los poderes infernales no t<strong>en</strong>ían<br />

cabida, y eso le había inspirado la alocada estrategia que v<strong>en</strong>ció a Baraz.<br />

¿De dónde había sacado la idea de luchar <strong>en</strong> terr<strong>en</strong>o del bosque y atraer a<br />

Baraz hasta el claro?<br />

Últimam<strong>en</strong>te, las intuiciones rep<strong>en</strong>tinas volvían a formarse <strong>en</strong> su<br />

espíritu. En los últimos tiempos, la falta de aliados <strong>en</strong> los que apoyarse, la<br />

falta de confianza <strong>en</strong> los actos de los que le rodeaban, incluy<strong>en</strong>do los de la<br />

jov<strong>en</strong> reina, y la escasez de medios para armar un ejército compet<strong>en</strong>te<br />

empezaban a abrumarlo. No <strong>en</strong>contraba salida alguna ante la falta de<br />

medios para afrontar sus responsabilidades. En esos casos <strong>en</strong> que no veía<br />

luz alguna que lo guiase, lo mejor era ir <strong>en</strong> su busca.<br />

En los pantanos del sur reposaban los restos del mayor templo a Basth<br />

el Justo que jamás existió sobre la tierra. Si no <strong>en</strong>contraba ahí la<br />

iluminación que buscaba, no la <strong>en</strong>contraría <strong>en</strong> ningún sitio.<br />

Minjart dejó atrás los límites de la ciudad y Ségfarem lo lanzó a un<br />

trote suave por el camino hacia el sur.<br />

26— Reyes sin concilio<br />

Bastos tapices y pieles cubrían los muros de aquella sala de la<br />

fortaleza para tratar de disimular el frío que se colaba a través de la piedra.<br />

Pero era difícil olvidar el invierno que se cernía sobre Lidrartha, por muy<br />

alto que se atizase el fuego, y los tres com<strong>en</strong>sales habían mant<strong>en</strong>ido sus<br />

ropas de abrigo <strong>en</strong> la mesa.<br />

Coedan había obsequiado a sus ilustres invitados con una soberbia<br />

c<strong>en</strong>a a base de carnes la noche que acudieron a su morada. Le gustaba<br />

mostrar su magnific<strong>en</strong>cia y g<strong>en</strong>erosidad a sus aliados. Sabía de la<br />

importancia <strong>en</strong> las relaciones <strong>en</strong>tre guerreros que podían t<strong>en</strong>er esas<br />

comidas. Coedan era un hombre algo <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> carnes pero que aún<br />

mant<strong>en</strong>ía un brazo fuerte y una constitución de hierro que hubiese sido la<br />

<strong>en</strong>vidia de muchos más jóv<strong>en</strong>es que él. Le gustaba vestir pieles de bu<strong>en</strong>a<br />

calidad, la mayoría proced<strong>en</strong>tes de tierras de Urartha.<br />

En su mesa se s<strong>en</strong>taban esa noche el mismísimo rey Sirauk de<br />

156


Ignadrorn y uno de sus súbditos, un extraño hombre que Coedan dedujo<br />

que era ciego al ver que no t<strong>en</strong>ía ojos <strong>en</strong> las cu<strong>en</strong>cas. Sirauk era un hombre<br />

de modales educados, cosa que extrañó a Coedan <strong>en</strong> un guerrero de su<br />

temple. A algui<strong>en</strong> que comía con bu<strong>en</strong>os modales, cuando m<strong>en</strong>os, lo<br />

consideraba afeminado, pero las dos cicatrices que cubrían el rostro del rey<br />

Sirauk desm<strong>en</strong>tían esa afirmacion. La barba oscura que poblaba su<br />

mandíbula, bi<strong>en</strong> recortada y cuidada, escondía parte de ellas. Era un<br />

hombre alto y fornido, templado <strong>en</strong> la lucha y el ejercicio duro. La<br />

elaborada coraza de cuero <strong>en</strong>durecido que llevaba, delicadam<strong>en</strong>te<br />

adornada, y la larga capa de rico paño, forrada de piel, le daba el aspecto<br />

principesco de un conquistador.<br />

Con él había traído al extraño ciego. No había pronunciado su<br />

nombre, pero Sirauk había insistido <strong>en</strong> que se s<strong>en</strong>tase con ellos a la mesa.<br />

Vestía largas ropas que ocultaban casi por completo su persona. Las manos<br />

que asomaban bajo ellas eran pálidas, y <strong>en</strong> su rostro era difícil situar la<br />

edad. Cuando habían <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido todas las teas de la sala donde comían, se<br />

había cubierto con la capucha.<br />

Coedan aún mant<strong>en</strong>ía a su lado a muchos de sus antiguos sirvi<strong>en</strong>tes.<br />

Las nuevas tropas eran expertas <strong>en</strong> el arte de la guerra, pero se veían<br />

incapaces de hacer otra cosa que guerrear, aunque fuese algo tan simple<br />

como preparar una c<strong>en</strong>a y servirla. En la puerta de la sala donde c<strong>en</strong>aban,<br />

varios de los nuevos guerreros del rey Coedan se mant<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> posición de<br />

firmes, vigilando con celo la esc<strong>en</strong>a. Los sirvi<strong>en</strong>tes <strong>en</strong>cargados de servirles<br />

pasaban rápido bajo el fulgor rojizo que irradiaba la mirada de aquellos<br />

hombres. A muchos los habían visto morir, a manos del propio rey, y los<br />

habían visto volver a levantarse como <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dros del infierno y ponerse a<br />

su servicio. Sin palabras, sin protestas, sin piedad...<br />

El rey Sirauk comía con bu<strong>en</strong> apetito a pesar de la pres<strong>en</strong>cia de la<br />

antinatural tropa, y no dudaba <strong>en</strong> dirigir algún que otro elogio a lo<br />

abundante de la mesa de su anfitrión. El hombre sin ojos al otro extremo<br />

de la mesa no había probado bocado.<br />

—Una c<strong>en</strong>a magnífica...<br />

El rey Sirauk apuró su vaso de vino, dando por concluida la opípara<br />

c<strong>en</strong>a. Coedan sonrió.<br />

—Si no hubiese sido así, me habría <strong>en</strong>cargado de añadir los sirvi<strong>en</strong>tes<br />

que la prepararon a las tropas nuevas.<br />

Ambos rieron la ocurr<strong>en</strong>cia.<br />

—Es curioso que result<strong>en</strong> más útiles estando muertos que vivos.<br />

157


Uno de los sirvi<strong>en</strong>tes que recogía los desperdicios de la mesa dejó caer<br />

nervioso uno de los platos, que se hizo añicos. Coedan se volvió hacia él,<br />

pero el jov<strong>en</strong>, que ap<strong>en</strong>as debía contar con unos trece años, echó a correr.<br />

Los dos reyes prorrumpieron <strong>en</strong> largas carcajadas. Cuando se calmaron,<br />

Coedan hizo un gesto a una muchacha para que les trajese más vino.<br />

Sonrió satisfecho a su invitado.<br />

—Creo que las cosas no podrían ir mejor. Supongo que el resto del<br />

ejército de Ignadrorn se unirá a este destacam<strong>en</strong>to d<strong>en</strong>tro de poco.<br />

Sirauk dejó escapar un suave suspiro.<br />

—Amigo mío, creo que eso no será posible.<br />

Coedan perdió todo rastro de sonrisa de su rostro.<br />

—¿Acaso habéis olvidado nuestro acuerdo?<br />

—No lo he olvidado, pero he estado calculando la cantidad de<br />

efectivos que poseo. No me es posible dividirlos sin sufrir las<br />

consecu<strong>en</strong>cias. Mis ambiciones están <strong>en</strong> Urartha, lo sabes. Isthelda es todo<br />

tuyo.<br />

En alguna ocasión, Coedan se había planteado el porqué de la<br />

ambición que demostraba Sirauk por las tierras heladas del rey Beirek.<br />

Sirauk continuó con su explicación.<br />

—Pero eso no significa que haya olvidado mi pacto, que haya<br />

olvidado que una vez te dije que la próxima vez que visitase esta fortaleza<br />

sería para prestarte el apoyo que necesitabas —Sirauk esbozó una sonrisa<br />

misteriosa—. La ayuda que te traigo es mucho mejor que todos los<br />

ejércitos que pueda proporcionarte.<br />

—Explícate.<br />

Por toda respuesta, Sirauk hizo un gesto al hombre <strong>en</strong>capuchado que<br />

aún no se había movido del extremo de la mesa.<br />

—¿Deseáis que lo llamemos ahora, rey Sirauk? —dijo la voz del ciego<br />

<strong>en</strong> tono meloso.<br />

—Por favor, pero que nos muestre algo de su poder...<br />

Coedan no lo había oído hablar hasta el mom<strong>en</strong>to y hubiese esperado<br />

una voz grave y cavernosa surgir de debajo de esa capucha, pero la voz y<br />

el tono usado eran de lo mas normal, rozando lo vulgar. Casi aguda... El<br />

ciego se volvió hacia Coedan y las luces de las antorchas incidieron sobre<br />

su sonrisa.<br />

—¿Me permitís que demuestre las capacidades de mi criatura, rey<br />

Coedan?<br />

El monarca lo miró con socarronería.<br />

158


—Espero que me impresione lo sufici<strong>en</strong>te...<br />

El ciego se puso <strong>en</strong> pie e hizo una serie de gestos con las manos,<br />

acompañados de una extraña salmodia. La habitación pareció ll<strong>en</strong>arse con<br />

el sonido de la invocación y la muchacha que servía vino retrocedió,<br />

asustada, alejándose del hombre sin ojos hasta que pegó la espalda a la<br />

pared. Al finalizar la salmodia, el ciego pronunció un nombre, sonó al oído<br />

humano como un chasquido. Entonces, las sombras parecieron bailar <strong>en</strong> la<br />

habitación con vida propia. El conjurador se volvió hacia la muchacha<br />

asustada y le dedicó una sonrisa.<br />

—¿Cuál es tu nombre muchacha?<br />

La chica temblaba ost<strong>en</strong>tosam<strong>en</strong>te y le costó pronunciarlo.<br />

—Adara Imsael, señor.<br />

La sonrisa se hizo mas pronunciada, aunque no la acompañaba la<br />

expresión de los ojos, obviam<strong>en</strong>te, y <strong>en</strong>tonces susurró algo. Al final de la<br />

frase pudo oírse claram<strong>en</strong>te pronunciado el nombre de la muchacha tres<br />

veces. Adara Imsael... Adara Imsael... Adara Imsael...<br />

Las sombras sobre la pared tras ella parecieron reunirse y bocetear una<br />

silueta. Los ojos de los pres<strong>en</strong>tes se volvieron hacia allí, pero la muchacha<br />

no se percató. La figura de sombra, de pronto, se despegó de la pared.<br />

Aquello surgía de la lisa superficie cobrando tridim<strong>en</strong>sionalidad. Su rostro<br />

emergió y a los pres<strong>en</strong>tes les pareció estar observando una máscara de<br />

metal perfectam<strong>en</strong>te cerrada. No había ningún rasgo <strong>en</strong> ella, ni boca, ni<br />

ojos... Parecía vestir un largo sayo raído de un color oscuro e incierto. Sus<br />

largos y delgados brazos surgieron de la pared y se movieron hacia Adara.<br />

Ella no se había percatado de nada, ni un susurro había surgido de la<br />

aparición. Unos largos dedos se desplegaron, el índice de cada mano era<br />

desmesuradam<strong>en</strong>te largo. El rey Coedan no acabó de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der por qué le<br />

resultaban tan antinaturales hasta que los posó sobre el cuello de la<br />

indef<strong>en</strong>sa chica y, con un l<strong>en</strong>to y <strong>en</strong>sayado gesto, la degolló mi<strong>en</strong>tras<br />

volvía a fundirse con la pared. Adara se llevó sorpr<strong>en</strong>dida las manos al<br />

cuello. No hizo gesto alguno de dolor, tan solo trató de quitarse lo que la<br />

estaba molestando y que no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día que era su propia sangre. Entonces su<br />

mirada se nubló y cayó al suelo suavem<strong>en</strong>te.<br />

Sirauk se volvió hacia Coedan.<br />

—Y bi<strong>en</strong>, ¿os gusta vuestro nuevo sirvi<strong>en</strong>te?<br />

Coedan dirigió una mirada a Adara, muerta <strong>en</strong> el suelo, y luego a su<br />

copa de vino vacía.<br />

—Maldita sea, podríais haber escogido a otro para la repres<strong>en</strong>tación.<br />

159


Le t<strong>en</strong>ía cierto cariño a esa chica.<br />

—¿También fue b<strong>en</strong>decida por nuestros clérigos?<br />

Coedan asintió. En ese mom<strong>en</strong>to, Adara abrió los ojos, un fulgor<br />

rojizo escapó de ellos. Se puso <strong>en</strong> pie con la mirada perdida <strong>en</strong> el infinito.<br />

Coedan hizo un gesto de desprecio hacia ella.<br />

—Vigila el castillo...<br />

Adara lo miró un instante con sus rojos ojos vacíos y salió de la<br />

habitación dejando tras de sí un gran reguero de sangre. Al pasar junto a la<br />

puerta, echó mano de uno de los manguales que decoraban la pared y se lo<br />

llevó consigo. Sirauk observó a la chica que se movía sin traba alguna,<br />

sería perfectam<strong>en</strong>te efectiva <strong>en</strong> combate. Parecía un ser humano normal,<br />

pero la <strong>en</strong>orme y horrible herida de su garganta desm<strong>en</strong>tía esta s<strong>en</strong>sación.<br />

El fulgor rojizo de sus ojos demostraba que la magia era lo que mant<strong>en</strong>ía<br />

<strong>en</strong> pie aquel cuerpo muerto, <strong>en</strong> contra de su voluntad de dejarse caer para<br />

descansar de una vez.<br />

Coedan se volvió hacia Sirauk.<br />

—¿A qué especie pert<strong>en</strong>ece esa criatura?<br />

—Es un cabalgador de sombras.<br />

A un gesto del ciego, la criatura se dibujó <strong>en</strong> la pared y surgió de ella<br />

l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. Moviéndose sin un susurro, se dirigió al c<strong>en</strong>tro de la sala. Se<br />

notaba <strong>en</strong> su postura que no le complacía estar fuera de sus muros. Cuando<br />

la vio <strong>en</strong> pie, Coedan se dio cu<strong>en</strong>ta de que era mucho más alta de lo que<br />

había supuesto y de que unas extrañas alas hechas jirones adornaban su<br />

espalda.<br />

—Esa criatura de sombra puede dar caza a Neraveith con mucha<br />

facilidad. Cuando los siervos de Isthelda vean la horrible muerte de su<br />

reina, Isthelda caerá bajo nosotros fácilm<strong>en</strong>te, casi sin lucha.<br />

Sirauk asintió con una sonrisa satisfecha. Era estup<strong>en</strong>do contar con<br />

algui<strong>en</strong> tan inepto como Coedan. Si Neraveith moría, la guerra sería<br />

inmediata. Conocía las ansias belicistas de su primer caballero, y<br />

necesitaba urg<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te darle via libre. La maldita y pacífica Neraveith<br />

iba a desaparecer del mapa de una vez, para dar paso a la guerra que ella<br />

trataba de evitar y que alim<strong>en</strong>taría a sus ejércitos.<br />

—¿Creéis pues que esta critura puede seros útil, rey Coedan?<br />

Él la observó, satisfecho.<br />

—Vale por un ejército. Mandadla a la caza de Neraveith.<br />

Siruak hizo un gesto a su acompañante y el ciego volvió a hablarle <strong>en</strong><br />

el extraño l<strong>en</strong>guaje que usaba. Pronunció tres veces el nombre de la<br />

160


soberana de Isthelda. Neraveith Ildara...<br />

La criatura no perdió tiempo, caminando de espaldas se sumergió de<br />

nuevo <strong>en</strong> las sombras de la pared y, por un instante, al rey Coedan le<br />

pareció ver una negrura que se desplazaba rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre las junturas<br />

de los ladrillos. Sonrió ante la muestra de poder de semejante ser.<br />

—¿De dónde habéis sacado tan poderoso aliado, rey Sirauk?<br />

—Es un regalo de un b<strong>en</strong>efactor nuestro.<br />

—Creo que la soberana de Isthelda aún no sabe a quién se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>ta.<br />

Sirauk sonrió.<br />

—Lo que <strong>en</strong> realidad no sabe es que ya está <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tada y ella cree que<br />

no.<br />

—Me gustará ver morir a esa mujer.<br />

—Las mujeres son volubles. No consideréis como algo personal su<br />

rechazo.<br />

Coedan frunció el ceño.<br />

—Ahora las cosas serán más fáciles y plac<strong>en</strong>teras que si hubiese<br />

t<strong>en</strong>ido que soportarla a mi lado toda la vida como reina. Demasiado precio<br />

a pagar por las tierras de Isthelda.<br />

—T<strong>en</strong>éis demasiada razón. A las mujeres es mejor conocerlas por<br />

poco tiempo.<br />

Sirauk sonrió satisfecho. Qué fácil era manejar a un inepto como<br />

Coedan. Para cuando el ejército de Coedan se ad<strong>en</strong>trase <strong>en</strong> Isthelda,<br />

Neraveith ya no estaría <strong>en</strong> el trono y por fin habría lucha. Ségfarem de<br />

Dobre, primer caballero del reino, se <strong>en</strong>cargaría de ello. La muerte es lo<br />

que más le b<strong>en</strong>eficiaría. Qué difícil se lo había puesto aquella maldita<br />

mujer al evitar la guerra y cómo se había opuesto a sus planes sin saberlo.<br />

—¿Cuanto tiempo tardará ese cabalgador de sombras <strong>en</strong> cumplir su<br />

misión?<br />

—Unos días, ha de viajar hasta allí...<br />

Mi<strong>en</strong>tras Isthelda cayese bajo las tropas de Coedan, o junto con ellas,<br />

él podría <strong>en</strong>cargarse de los dominios del rey Beirek, el otro c<strong>en</strong>tro de poder<br />

del que se iba a apropiar. En el c<strong>en</strong>tro de su maldita y pestil<strong>en</strong>te ciudad,<br />

bajo su templo al Ord<strong>en</strong>, estaba sepultada la mayor arma que t<strong>en</strong>dría nunca<br />

<strong>en</strong> sus manos Sirauk. Coedan y su ejército se <strong>en</strong>cargarían de llevar hasta el<br />

bosque el fuego y la muerte, mi<strong>en</strong>tras él se hacía con un arma auténtica,<br />

capaz de doblegar el mundo <strong>en</strong>tero, inclusive al salvaje bosque y sus<br />

c<strong>en</strong>tros de poder.<br />

161


27 — Las ondinas y sus juegos<br />

Lúcer logró alcanzar el claro cuando la noche ya estaba bi<strong>en</strong> <strong>en</strong>trada.<br />

Surgió de <strong>en</strong>tre los arbustos y hubo de pelear con uno que se negaba a<br />

soltar su capa. Finalm<strong>en</strong>te, logró arrancar el tejido de la presa vegetal y<br />

recuperó la compostura que por un mom<strong>en</strong>to había perdido. ¡Maldito<br />

bosque! Las zarzas se <strong>en</strong>ganchaban <strong>en</strong> sus ropas, los animales lo<br />

observaban iracundos desde sus agujeros. Podía s<strong>en</strong>tir el ojo del bosque<br />

ceñudo e inquisidor sobre él, no estaba satisfecho con su pres<strong>en</strong>cia allí.<br />

Sonrió mi<strong>en</strong>tras se ad<strong>en</strong>traba <strong>en</strong> el claro, le <strong>en</strong>cantaba s<strong>en</strong>tirse el c<strong>en</strong>tro de<br />

at<strong>en</strong>ción de tanto <strong>en</strong> tanto.<br />

Había pasado los días anteriores recorri<strong>en</strong>do los más variados<br />

s<strong>en</strong>deros, buscando la salida sin éxito. Tras fracasar el simple caminar <strong>en</strong><br />

línea recta hacia el oeste, había int<strong>en</strong>tado escuchar sus murmullos para<br />

guiarse, pero sólo había obt<strong>en</strong>ido una jerga incompr<strong>en</strong>sible para él.<br />

Entonces había tratado de seguir los caminos y descubrió <strong>en</strong> seguida que<br />

no era una bu<strong>en</strong>a idea. Todos lo llevaban hacia la zona primig<strong>en</strong>ia de la<br />

arboleda. Para cuando lo notó ya casi fue tarde. Fue el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que<br />

decidió que debía <strong>en</strong>contrar el claro de nuevo y, por suerte o desgracia, ese<br />

deseo sí fue concedido por el bosque.<br />

El lugar estaba desierto, la hoguera no la habían <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido desde<br />

hacía varios días, pero la chim<strong>en</strong>ea de la pequeña cabaña humeaba. Eso<br />

significaba que la guardiana que moraba <strong>en</strong> ella había regresado y, de<br />

mom<strong>en</strong>to, no le conv<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>contrarse con ella. De seguro el bosque la<br />

pondría sobre aviso contra él y aquél sería su fin. No estaba dispuesto a<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse al bosque de Isthelda y su guardiana <strong>en</strong> un terr<strong>en</strong>o tan poco<br />

favorable para él. Eso le planteaba el sigui<strong>en</strong>te reto. Sólo la guardiana era<br />

capaz de <strong>en</strong>contrar los caminos para otros <strong>en</strong>tre aquellos árboles, pero él<br />

no podía pedirle semejante servicio... Al m<strong>en</strong>os, se permitiría esa noche un<br />

mom<strong>en</strong>to de reposo.<br />

Caminó hasta el lago y se detuvo <strong>en</strong> su orilla. Las aguas refulgían<br />

como la plata pulida <strong>en</strong> el ocaso. Contempló la superficie y la suave caída<br />

de la cascada. El río que lo alim<strong>en</strong>taba moría allí. Las teorías de las g<strong>en</strong>tes<br />

del lugar se <strong>en</strong>focaban hacia que la corri<strong>en</strong>te seguía bajo tierra. ¿Era<br />

posible que sólo él conociese la verdad sobre aquella laguna? Era un paraje<br />

hermoso a pesar de todo, tranquilo. La hierba, desde las orillas hasta los<br />

límites del claro, parecía una alfombra de suave esmeralda, instaba a jugar<br />

162


y a relajarse <strong>en</strong> ella. El bosque había escogido aquel rincón para deleitar a<br />

sus visitantes. Se sonrió ante una idea descabellada, pero no tan ilógica. En<br />

aquel remanso de paz, nadie se preocuparía por nada más que retozar y<br />

relajarse, a nadie le apetecería buscar una aplicación práctica a tanta<br />

belleza. Era un lugar de <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro y contemplación. Seres que <strong>en</strong> cualquier<br />

otro emplazami<strong>en</strong>to estarían <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tados, <strong>en</strong> el claro olvidaban toda<br />

agresividad y convivían. Un juego sutil del protector del lago, el propio<br />

bosque.<br />

Lúcer se agachó y recogió algo de agua <strong>en</strong> la palma de la mano, era<br />

tan cristalina que le dio la s<strong>en</strong>sación de no t<strong>en</strong>er nada <strong>en</strong> ella. Oyó un<br />

suave rumor delante de él y alzó la vista. Una chica, a unos diez pasos,<br />

asomó su hermosa cabeza de las aguas y le sonrió. El pelo de la muchacha<br />

se esparcía <strong>en</strong> larguísimas hebras pelirrojas sobre la superficie. Sus<br />

mejillas parecían suaves como los pétalos de un n<strong>en</strong>úfar. Siguieron al<br />

adorable rostro un cuello largo y esbelto y los hombros. Sobre su piel, se<br />

aferraron los mechones de cabellos a medida que iba surgi<strong>en</strong>do del cristal<br />

del lago, formando un hermoso contraste <strong>en</strong>tre la pálida piel y el oscuro<br />

tono rojo de sus cabellos. Para decepción de Lúcer, vio que llevaba un<br />

vestido verde. Parecía confeccionado con las hojas de alguna planta<br />

acuática y sost<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> la nada. La muchacha se elevó sobre las aguas,<br />

sonri<strong>en</strong>te, como si algui<strong>en</strong> tirase de ella hacia arriba. Sus cabellos cayeron<br />

más abajo de las caderas. Las hojas mojadas que formaban el sutil vestido<br />

se aferraron a sus curvas. El agua resbaló por las torneadas piernas<br />

mi<strong>en</strong>tras la figura surgía del misterio del lago, revelándose l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te.<br />

Unos delicados pies asomaron tras los tobillos. La deliciosa chica los posó<br />

sobre la superficie del lago, que se quedó absolutam<strong>en</strong>te tranquila. El agua<br />

la sostuvo como a una hija amada. “Una ondina”, p<strong>en</strong>só Lúcer. La<br />

aparición sonrió y t<strong>en</strong>dió una mano de delicados dedos hacia él, <strong>en</strong> un<br />

gracioso gesto.<br />

Lúcer sintió el embrujo del hada tirando de él. “Es una trampa”,<br />

advirtió. Pero, cuando se puso <strong>en</strong> pie e int<strong>en</strong>tó dar media vuelta para<br />

alejarse de las aguas traicioneras, tan sólo supo caminar hacia adelante,<br />

hacia ella. En cuanto el agua le cubrió los pies, supo que estaba a merced<br />

de la ondina. Quiso volver hacia atrás al notar su error, pero el lago pareció<br />

solidificarse para det<strong>en</strong>erlo. La muchacha caminó hacia él, liviana sobre<br />

las aguas, sin dejar de sonreírle, y le rodeó el cuello con los brazos. Lúcer<br />

no pudo evitar fijar los ojos <strong>en</strong> los de la ondina, azules y profundos como<br />

un lago de montaña. La chica, con una arrebatadora sonrisa, se puso de<br />

163


puntillas, provocando algunos círculos concéntricos <strong>en</strong> la superficie del<br />

agua, para besarlo. Aún <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to, Lúcer trató de resistirse al<br />

embrujo del hada, pero supo que poco podría hacer ya. Los labios de la<br />

chica se posaron sobre los suyos y ya no deseó tratar de evitarlo. Iría hasta<br />

el fondo de la trampa para saber qué estaba dispuesta a hacer la ondina<br />

para capturarlo. Mi<strong>en</strong>tras la ondina lo abrazaba, notó cómo se desplazaban<br />

sobre el agua hacia el c<strong>en</strong>tro del lago, ligeros como dos nubecillas. Antes<br />

de verlas, las sintió: las hermanas de la ondina. Una cabeza rubia emergió<br />

del agua, a su derecha, con una sonrisa burlona y le guiñó un ojo. Una<br />

jov<strong>en</strong> de cabellera gris y sabios ojos lo observó <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio desde su<br />

izquierda. De rep<strong>en</strong>te, el agua lo cubrió y notó muchas manos fem<strong>en</strong>inas<br />

agarradas a sus vestiduras. Visiones fugaces de una cabellera, de un brazo,<br />

de un rostro... Lo arrastraban hacia el fondo del lago. Entonces empezaron<br />

a int<strong>en</strong>tar desvestirlo.<br />

¿Envías a tus hijas para int<strong>en</strong>tar acabar conmigo, viejo montón de<br />

leños?<br />

28 — La pesca milagrosa<br />

Pocos mom<strong>en</strong>tos después de que Lúcer desapareciese bajo la<br />

superficie del lago, la guardabosque salió de su cabaña. Llevaba el arco <strong>en</strong><br />

la mano y una flecha preparada. Observó los alrededores buscando el<br />

motivo de su leve alarma. Algo había ocurrido <strong>en</strong> las cercanías, podía<br />

s<strong>en</strong>tirlo, el susurro del bosque nunca le había fallado.<br />

Caminó hacia el lago y se detuvo <strong>en</strong> sus orillas, escrutando los<br />

alrededores con int<strong>en</strong>sidad. Nada. Incluso el agua se veía perfectam<strong>en</strong>te<br />

quieta, como un espejo pulido. Bajó la vista y se fijó <strong>en</strong> las últimas huellas<br />

dejadas <strong>en</strong> el barro. Algui<strong>en</strong> había estado allí hacía poco. Por el tamaño,<br />

dedujo debía tratarse de un hombre. El único hombre que había visto <strong>en</strong><br />

alguna ocasión paseando a solas por la orilla del lago había sido Jafsemer.<br />

¿Había regresado al bosque? Édorel siguió las huellas. Parecía que había<br />

caminado junto al agua, se había det<strong>en</strong>ido a observar el lago y luego el<br />

rastro simplem<strong>en</strong>te no continuaba. Édorel frunció el ceño. Eso sólo podía<br />

significar que había caminado d<strong>en</strong>tro del lago. Ojalá se equivocase.<br />

Édorel se dirigió hacia la roca que tantas veces hizo de promotorio a<br />

Jafsemer. El extranjero se pasaba horas <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, observando el lago<br />

desde su cima. ¿Qué debía ser lo que Jafsemer veía desde allí arriba? Al<br />

aflorami<strong>en</strong>to rocoso se accedía por una estrecha franja de barro que ejercía<br />

164


de pu<strong>en</strong>te. Édorel lo desdeñó y saltó ágilm<strong>en</strong>te sobre la roca. Primero oteó<br />

los alrededores con det<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to, girando sobre sí misma, at<strong>en</strong>ta a los<br />

sonidos que pudies<strong>en</strong> llegar hasta ella. Acto seguido se agachó de cuclillas<br />

para observar el agua desde la misma altura y ángulo Jafsemer. Nada<br />

parecía resaltar especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el paisaje, pero el lugar instaba a la calma<br />

y la meditación. Si Jafsemer había caminado d<strong>en</strong>tro del lago, dudaba<br />

mucho que pudiese hacer nada por ayudarlo ya, pero algo <strong>en</strong> ella le decía<br />

que Jafsemer no estaba cerca, ni lo había estado <strong>en</strong> días.<br />

¿Quién ha paseado, pues, por tu orilla?<br />

La superficie del agua formó pequeñas onditas que se ext<strong>en</strong>dieron<br />

rápidam<strong>en</strong>te por toda la superficie, haci<strong>en</strong>do temblar el firmam<strong>en</strong>to<br />

dibujado <strong>en</strong> el agua. Édorel alzó la cabeza. Con la vista y el oído buscó el<br />

vi<strong>en</strong>to que había provocado los rizos <strong>en</strong> la superficie, pero nada movía las<br />

hojas de los árboles: la noche era perfectam<strong>en</strong>te calmada. Las pequeñas<br />

ondas llegaron hasta la base de la roca, chocaron con ella y retrocedieron<br />

por el rebote. No era efecto del vi<strong>en</strong>to.<br />

Y, de rep<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> mitad del lago, el agua saltó hacia arriba como si<br />

algo la hubiese empujado desde abajo. La columna de agua se dispersó <strong>en</strong><br />

miles de gotas que cayeron sobre la superficie. Édorel se agachó hasta<br />

confundirse con la roca y aguzó la vista. ¿Qué estaba provocando aquel<br />

f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o? Entonces vio las turbias estelas plateadas moviéndose bajo el<br />

agua. ¿Las ondinas del lago jugaban? ¿Con qué? Hubo un instante de<br />

quietud absoluta. Édorel lo pudo s<strong>en</strong>tir cuando la superficie pareció<br />

quedarse totalm<strong>en</strong>te inmóvil, como petrificada. Entonces, un haz de negros<br />

rayos surgió del c<strong>en</strong>tro del lago, chisporroteando como relámpagos de<br />

oscuridad. Édorel dio un respingo por la impresión. Los juegos de las<br />

ondinas con el agua jamás provocaban f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>os parecidos, eran<br />

artísticos y delicados, no la agitaban impunem<strong>en</strong>te. Ya no había duda,<br />

algún desafortunado había caído al lago.<br />

Vio las estelas plateadas de las ondinas retroceder del c<strong>en</strong>tro de aquel<br />

f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o. Se mantuvieron a una prud<strong>en</strong>cial distancia un instante, pero al<br />

mom<strong>en</strong>to sigui<strong>en</strong>te las voces de las hadas acuáticas sonaron furiosas.<br />

Entonces, algo rasgó la superficie a ap<strong>en</strong>as un par de dec<strong>en</strong>as de metros de<br />

la orilla, era el brazo de algui<strong>en</strong>. Lo siguió una cabeza y el sonido de una<br />

ansiada bocanada de aire. Y, tras él, dubitativas, surgieron las ondinas <strong>en</strong><br />

su forma humana, dudando si lanzarse al ataque o no. Édorel dudó si había<br />

de interv<strong>en</strong>ir, pero al segundo sigui<strong>en</strong>te ya había saltado de la roca hacia el<br />

infortunado bañista y, con un sonoro chapoteo, se ad<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el agua. La<br />

165


semielfa lo vio nadar hacia la orilla y hacer pie tambaleante. Su silueta se<br />

recortó <strong>en</strong> mitad del fulgor plateado que provocaban las ondinas tras él.<br />

Estaba exhausto.<br />

Édorel se apresuró a int<strong>en</strong>tar llegar hasta él, antes de que las<br />

moradoras del lago volvies<strong>en</strong> a reclamar su presa. Fue <strong>en</strong>tonces cuando las<br />

ondinas parecieron dejar de dudar y se lanzaron hacia él fundiéndose con<br />

las aguas. Sus voces parecían el rumor de torr<strong>en</strong>tes desbocados. Los pasos<br />

del humano eran tambaleantes pero decididos <strong>en</strong> su dirección: la orilla.<br />

Édorel le t<strong>en</strong>dió la mano sin mediar palabra. Él se agarró con firmeza a su<br />

brazo y la semielfa tiró de él, sirviéndole de apoyo. En el agua no podía<br />

discutir a las ondinas y no dudaba que habían escogido a aquel hombre<br />

como nueva víctima. Cuando la semielfa ya creía que iban a darles<br />

alcance, ambos pisaron sobre terr<strong>en</strong>o seco.<br />

El anegado se dejó caer de rodillas, apoyó las palmas de las manos <strong>en</strong><br />

el suelo y tosió con fuerza para escupir el agua que había tragado. Édorel<br />

se volvió. Una cabeza fem<strong>en</strong>ina de larga cabellera roja asomó de la<br />

superficie inquieta, luego otra de dorados cabellos. Ambas sonrieron<br />

mirando al hombre y le guiñaron el ojo simultáneam<strong>en</strong>te. Tras ellas asomó<br />

otra ondina más, su mel<strong>en</strong>a se esparcía sobre las aguas como hebras<br />

plateadas. Las voces de las tres resonaron al unísomo como la caricia de un<br />

arpa, llamándolo. Pero el desconocido parecía demasiado ocupado <strong>en</strong><br />

poner <strong>en</strong> funcionami<strong>en</strong>to sus pulmones de nuevo como para at<strong>en</strong>der sus<br />

peticiones.<br />

Édorel las observó un largo mom<strong>en</strong>to, hasta que consiguió captar la<br />

at<strong>en</strong>ción de ellas, y <strong>en</strong>tonces lanzó el m<strong>en</strong>saje con su mirada antes de<br />

hacerlo con la voz.<br />

—Está <strong>en</strong> el claro, bajo mi protección, es la ley del bosque.<br />

Las ondinas rieron una sola vez, como un coro de campanillas, y<br />

después se hundieron de nuevo <strong>en</strong> su lago.<br />

El hombre junto a ella tosió de nuevo con viol<strong>en</strong>cia y la semielfa<br />

volvió su at<strong>en</strong>ción hacia el tiritante rescatado. Los largos cabellos del<br />

desafortunado goteaban sin cesar y sus ropas dadas de sí chorreaban,<br />

desgarradas <strong>en</strong> muchos puntos.<br />

—Señor, ahora mismo traigo algo con lo que pueda cubrirse y secarse<br />

—se apresuró a ofrecerle—. Vaya hacia la hoguera. Aún quedaban brasas<br />

y será facil conseguir rápido una bu<strong>en</strong>a llama. No mire hacia el lago o las<br />

ondinas int<strong>en</strong>tarán hechizarlo de nuevo. Vuelvo <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to.<br />

Lúcer observó a la jov<strong>en</strong> semielfa alejarse a toda carrera hacia la<br />

166


cabaña. Vaya... Así que aquella era la famosa guardiana del bosque de<br />

Isthelda. Hubiese esperado a algui<strong>en</strong> de más edad. No sabía si había t<strong>en</strong>ido<br />

una gran suerte o aquello se convertiría <strong>en</strong> algo peor <strong>en</strong> breve, pero estaba<br />

harto de dar vueltas por la espesura, así que decidió arriesgarse a tratar con<br />

ella e ir a atizar el fuego mi<strong>en</strong>tras la esperaba.<br />

29 — El desafío de Ariweth<br />

Édorel, su querida primita adoptiva, había regresado al fin, así que ésa<br />

iba a ser una noche de celebración, así lo había decidido Eoroth. La<br />

reci<strong>en</strong>te fiesta de Anthelaith le impidió <strong>en</strong>contrar todo el vino que hubiese<br />

deseado, ap<strong>en</strong>as un par de botas, pero al anochecer se dirigió a lomos de su<br />

paci<strong>en</strong>te caballo hacia el claro esperando que algui<strong>en</strong> hubiese t<strong>en</strong>ido la<br />

misma idea que él. Efectivam<strong>en</strong>te, El Errante se unió a él <strong>en</strong> las cercanías<br />

del bosque y, <strong>en</strong> cuanto se ad<strong>en</strong>traron un poco, se <strong>en</strong>contraron con Zíodel,<br />

la elfa que vagaba por esos parajes desde hacía poco.<br />

Los tres se dirigieron rumbo al claro, los dos hombres mantuvieron<br />

una animada charla. El bosque siempre les hacía olvidar sus<br />

preocupaciones de alguna manera e intercambiar impresiones de igual a<br />

igual, sin importar la clase social. Aquello había llegado a convertirse <strong>en</strong><br />

una adicción.<br />

—Algún día deberíais darnos vuestro nombre completo, Errante.<br />

—Me si<strong>en</strong>to más cómodo sin él.<br />

—¿De qué huís?<br />

—En realidad soy un estudioso, por eso rondo la zona.<br />

—¿Estudioso de qué?<br />

—Del misterio de los dioses.<br />

—Caramba, un monje... Nunca lo hubiese dicho.<br />

Ya <strong>en</strong> las cercanías del claro, vieron aparecer la luz de la hoguera <strong>en</strong><br />

el lugar habitual donde se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>día.<br />

—Parece que ya hay algui<strong>en</strong> más —com<strong>en</strong>tó Zíodel.<br />

—Puede que sea Ariweth. Sabía que iba a v<strong>en</strong>ir a visitar a Édorel.<br />

Había un hombre junto al fuego. Lo vieron aferrarse el cabello con las<br />

manos para escurrírselo. Eoroth rió.<br />

—Parece que ha t<strong>en</strong>ido algún accid<strong>en</strong>te con el agua.<br />

Los tres se acercaron a él mi<strong>en</strong>tras la silueta des<strong>en</strong>gachaba la vaina de<br />

una espada corta de su cinturón, extraía el arma y la dejaba fr<strong>en</strong>te a la<br />

hoguera.<br />

167


—No es bu<strong>en</strong>a idea lavar una espada con agua —dijo Eoroth para hacer<br />

notar su pres<strong>en</strong>cia.<br />

El hombre se volvió hacia ellos y Zíodel ahogó una exclamación<br />

<strong>en</strong>trecortada de sorpresa. Aj<strong>en</strong>o a la sobresalto causado, a la historia que<br />

circulaba sobre él y a que dama Ariweth estaba buscándolo para matarlo,<br />

Lúcer se cal<strong>en</strong>taba junto al fuego. Sus ropajes parecían muy pesados por el<br />

efecto del agua, y sus cabellos se aferraban <strong>en</strong> oscuros mechones a los<br />

rasgos de su rostro y sobre sus hombros. Sonrió a los pres<strong>en</strong>tes ignorando<br />

la conmoción que había provocado y saludó.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches.<br />

Eoroth fue el primero <strong>en</strong> dirigir la mano hacia la empuñadura de la<br />

espada y des<strong>en</strong>vainarla. Zíodel no supo como reaccionar y se quedó<br />

parada, boquiabierta. El Errante dirigió, con discreción, la mano hacia la<br />

empuñadura de su cuchillo y permaneció a la espera de acontecimi<strong>en</strong>tos.<br />

Lúcer había percibido los gestos de nerviosismo, incluso antes de que<br />

Eoroth des<strong>en</strong>vainase su espada, pero no se movió. Observó las reacciones<br />

de los pres<strong>en</strong>tes mi<strong>en</strong>tras el agua goteaba de sus ropajes y sus cabellos.<br />

Con aspecto cansado se llevó las manos al cierre de su capa.<br />

—¡Quieto! ¡No hagas un solo movimi<strong>en</strong>to brusco!— Le ord<strong>en</strong>ó Eoroth.<br />

—Levantó la espada hasta situarla preparada para descargar un golpe. —<br />

Zíodel, coge a Bodega y ve hasta la cabaña. Busca a Édorel, comprueba<br />

que esté bi<strong>en</strong>.<br />

Zíodel asintió y corrió con torpeza hacia el caballo de Eoroth. El<br />

nombre de Bodega le había sido otorgado al ser sus alforjas un surtido<br />

inagotable de bebidas espirituosas. Lúcer dirigió una mirada al caballero.<br />

—¿Es un crim<strong>en</strong> int<strong>en</strong>tar secarse tras un baño involuntario?<br />

—¿Dónde está Édorel? —preguntó él con gesto hosco.<br />

Lúcer señaló hacia la cabaña.<br />

—Se marchó hacia allí.<br />

—No volveréis a atacar a ninguna dama indef<strong>en</strong>sa.<br />

Lúcer le dirigió una sonrisa sarcástica.<br />

—Os aseguro que las damas del lago no están indef<strong>en</strong>sas. Más bi<strong>en</strong>,<br />

he sido yo qui<strong>en</strong> ha podido perecer bajo sus aguas.<br />

El Errante, sin mediar palabra, se situó tras Lúcer para flanquearlo y<br />

extrajo su largo cuchillo de <strong>en</strong>tre sus ropas.<br />

—Si estuviese <strong>en</strong> vuestro lugar, no discutiría al caballero Eoroth, señor.<br />

M<strong>en</strong>os aún t<strong>en</strong>iéndome a mí como aliado <strong>en</strong> una lucha.<br />

—¿Me vais a castigar por int<strong>en</strong>tar salvarme de los juegos de las<br />

168


ondinas?<br />

Con expresión of<strong>en</strong>dida, y gestos ost<strong>en</strong>tosos para dejar obvias sus<br />

int<strong>en</strong>ciones, Lúcer se quitó la capa y la dejó caer sobre la piedra que t<strong>en</strong>ía<br />

al lado. Eoroth hizo un rápido movimi<strong>en</strong>to con la espada, <strong>en</strong>ganchó la<br />

pr<strong>en</strong>da que estaba a punto de depositar sobre la roca y la lanzó de un gesto<br />

por <strong>en</strong>cima de la hoguera. Quería dejar obvias cuales iban a ser sus<br />

reacciones.<br />

—No bromeo amigo, no dudare <strong>en</strong> golpearos si volvéis a int<strong>en</strong>tar<br />

alguna treta.<br />

—¿Golpearme? ¿Por pret<strong>en</strong>der secarme? Me parece un tanto excesivo.<br />

Zíodel trataba de arrastrar a Bodega de las ri<strong>en</strong>das por el claro, pero el<br />

corcel no parecía muy dispuesto a colaborar. No estaba acostumbrado a<br />

recibir órd<strong>en</strong>es de nadie más que su amo. La elfa trataba de llegar a los<br />

estribos, pero la altura del animal, que no se mantuviese quieto y los<br />

ost<strong>en</strong>tosos temblores de sus manos le estaban poni<strong>en</strong>do la tarea muy<br />

difícil. La elfa vio el gesto de Eoroth y no supo ya qué hacer. Las ri<strong>en</strong>das<br />

resbalaron de sus dedos y ella dejó al caballo dar dos pasos atrás mi<strong>en</strong>tras<br />

tomaba su arco y apoyaba una flecha <strong>en</strong> la cuerda. Sus manos temblaban, y<br />

dudaba mucho ser capaz de disparar contra Lúcer, pero el nerviosismo de<br />

sus acompañantes la había alcanzado y estaba asustada.<br />

Lúcer adoptó una expresión de fastidio y observó consecutivam<strong>en</strong>te al<br />

Errante y a Eoroth.<br />

—Sois dos contra un hombre desarmado. Creía que t<strong>en</strong>íais algún<br />

concepto respecto al honor <strong>en</strong> las peleas.<br />

El Errante le devolvió una mirada adusta.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to, amigo. Eso es válido para el bu<strong>en</strong>o de Eoroth, no para<br />

mí.<br />

—Algui<strong>en</strong> como vos no sabe del honor —contestó el caballero.<br />

—¿Seríais capaz de golpearme <strong>en</strong> estas condiciones de desigualdad,<br />

Eoroth?<br />

—¿Necesitáis una prueba?<br />

Lúcer sonrió y dio un paso hacia él.<br />

—La verdad, me <strong>en</strong>cantaría verlo.<br />

Eoroth <strong>en</strong> un rápido movimi<strong>en</strong>to, alzó la espada y la dejó caer sobre él<br />

desde arriba. Lúcer dedujo que, al ser un guerrero curtido, int<strong>en</strong>taría un<br />

golpe oblicuo por si él int<strong>en</strong>taba esquivarlo, moviéndose hacia la derecha,<br />

así que optó por desplazarse hacia la izquierda y agacharse. Notó cómo el<br />

acero rozaba su flequillo con un “sssuuusss” suave al cortar el aire. Había<br />

169


logrado pasar bajo la espada de Eoroth, lo único que podría hacer ahora el<br />

caballero sería int<strong>en</strong>tar golpearle el rostro rápidam<strong>en</strong>te de un codazo.<br />

Lúcer lo predijo y se agachó, efectivam<strong>en</strong>te el codo de Eoroth pasó por<br />

<strong>en</strong>cima de su cabeza unas décimas de segundo más tarde. El Errante aferró<br />

su cuchillo y se movió para unirse a la pelea. Esto podía ponerse<br />

interesante.<br />

Aprovechando que se había agachado para esquivar, Lúcer se situó al<br />

costado izquierdo de Eoroth. El caballero era de movimi<strong>en</strong>tos mucho más<br />

l<strong>en</strong>tos, parte de culpa la t<strong>en</strong>ía la coraza que llevaba y a la que, no se sabía<br />

por qué motivo, t<strong>en</strong>ía un especial cariño. Caminando y girando tras Eoroth,<br />

Lúcer logró mant<strong>en</strong>erlo <strong>en</strong>tre él y El Errante. El hombre, con el largo<br />

cuchillo firmem<strong>en</strong>te aferrado, lo observaba analizando sus movimi<strong>en</strong>tos,<br />

esperando el mom<strong>en</strong>to propicio.<br />

Pero Lúcer sabía que no le conv<strong>en</strong>ía ganar la pelea, era mejor permitir<br />

que el caballero se confiase. Dejó que Eoroth diese un paso adelante y se<br />

volviese hacia él. Lo sigui<strong>en</strong>te que haría el caballero, con toda seguridad,<br />

sería dar un paso atrás para recuperar la capacidad de maniobra de la<br />

espada, o bi<strong>en</strong> le golpearía el rostro con la otra mano para int<strong>en</strong>tar aturdirlo<br />

y empujarlo. Lúcer int<strong>en</strong>tó parecer dubitativo y, un segundo más tarde,<br />

efectivam<strong>en</strong>te, el guante armado de Eoroth se estrelló contra su cara.<br />

Trastabilló hacia atrás sin int<strong>en</strong>tar evitarlo. Oyó como su rival movía la<br />

espada <strong>en</strong> un amplio círculo. El golpe iría dirigido hacia su pierna, para<br />

dejarlo inutilizado pero no matarlo. Deseaba hacerlo prisionero y<br />

mant<strong>en</strong>erlo <strong>en</strong>cerrado mi<strong>en</strong>tras se esclarecían los hechos. Lúcer sabía que<br />

necesitaba perder esa pelea, pero no estaba dispuesto a pasar por una<br />

pierna herida. Saltó hacia atrás con agilidad y esquivó la segada lanzada<br />

contra sus rodillas. Era magnífico pelear contra algui<strong>en</strong> de principios, su<br />

actuación era totalm<strong>en</strong>te predecible. Pero, para triunfar <strong>en</strong> aquella pelea,<br />

debía ser derrotado.<br />

El Errante volvió a moverse para rodearlo y situarse a su espalda. Esta<br />

vez ya t<strong>en</strong>ía marg<strong>en</strong> de maniobra sufici<strong>en</strong>te como para mant<strong>en</strong>erlo<br />

p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de la punta de su largo cuchillo. Lúcer se llevó una mano al<br />

rostro con gesto dolorido.<br />

—Eoroth, ¿podéis decirme qué he hecho para merecer este trato?<br />

El caballero, sin dejar de vigilar los movimi<strong>en</strong>tos de su adversario, le<br />

lanzó una advert<strong>en</strong>cia a la muchacha que se acercaba corri<strong>en</strong>do a la esc<strong>en</strong>a.<br />

Era Édorel.<br />

—¡Quédate ahí, Édorel!<br />

170


La chica había dejado caer <strong>en</strong> su carrera lo que llevaba y observaba a<br />

su primo con un gesto de temor.<br />

—Primo, no peleéis. La ley del bosque prohibe la lucha <strong>en</strong> este claro.<br />

¿Qué ocurre esta vez? ¿Otro marido <strong>en</strong>fadado? ¿Otra deuda de honor?<br />

Algún día os matarán por culpa de esa idiota costumbre.<br />

La semielfa parecía al borde de las lágrimas pero miraba resuelta a su<br />

primo adoptivo haci<strong>en</strong>do obvia su autoridad <strong>en</strong> aquel lugar.<br />

—No lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des, Édorel. Aléjate.<br />

—¿Qué es lo que no <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do? La norma que impera aquí es muy<br />

simple.<br />

Para desesperación de Eoroth, ella caminó hasta situarse delante de su<br />

espada dándole la espalda a Lúcer. El corazón le dio un vuelco al caballero<br />

al p<strong>en</strong>sar que él lo aprovecharía para atacarla pero, tras ella, Lúcer no hizo<br />

ningún gesto. Su expresión impasible no d<strong>en</strong>otaba la determinación que lo<br />

ll<strong>en</strong>aba. El bosque lo veía todo d<strong>en</strong>tro de sus límites, y todo lo contaba a su<br />

guardiana cuando ella lo escuchaba. En breve la advertiría de que él era el<br />

asesino de Enuara, <strong>en</strong>tonces debería <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a Eoroth, El Errante,<br />

Zíodel, la guardiana y un bosque furioso. Aquella situación podía ponerse<br />

muy interesante <strong>en</strong> unos instantes.<br />

—¡Aparta, Édorel, por todo lo que es sagrado!<br />

La voz de Eoroth t<strong>en</strong>ía un deje de terror <strong>en</strong> ella. La semielfa miró con<br />

cabezonería a su primo.<br />

—No lo haré. Dejad de pelear y haced el favor de tratar vuestra<br />

rivalidad con palabras. ¿Es por otra dama a la que has seducido?<br />

—¡Édorel! ¡Él es el asesino de Enuara!<br />

La semielfa se volvió l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te y <strong>en</strong>caró al acusado. Lúcer dedicó a<br />

Eoroth el más obvio gesto de sorpresa de su ars<strong>en</strong>al gestual.<br />

—¿El asesino de Enuara? ¿De dónde habéis sacado esa idea?<br />

—Jafsemer le relató a Ariweth lo sucedido.<br />

—¿Me podéis informar de qué ha sucedido?<br />

—Vos matasteis al hada, no se sabe vuestro nombre, de dónde<br />

procedéis y...<br />

Lúcer deslizó su expresión de desconcierto hacia la ira.<br />

—¿Qué pruebas ha pres<strong>en</strong>tado Jafsemer?<br />

—Jafsemer ha desaparecido, señor mío, y, hasta que no se aclare la<br />

situación, no puedo dejaros partir. No voy a permitir que mi prima<br />

pequeña pueda correr peligro.<br />

—¿Como mínimo me permitís secarme ante de arrastrarme hasta las<br />

171


autoridades? —dijo Lúcer con sarcasmo, y se volvió como si buscase el<br />

fuego, pero el gesto trataba de camuflar que estaba calculando la distancia<br />

que separaba al Errante de él. Debería ser rápido y letal. La semielfa fijó su<br />

mirada <strong>en</strong> Lúcer y él se preparó para reaccionar <strong>en</strong> cuanto ella diese la<br />

alarma.<br />

Maldito montón de leños, me has traído hasta una trampa.<br />

Édorel frunció el ceño y ladeó la cabeza <strong>en</strong> un gracioso gesto de<br />

desconcierto.<br />

—El bosque ya me habría advertido si él me desease algún mal y —la<br />

semielfa dirigió una breve mirada a Zíodel y ella se ruborizó de súbito —<br />

no maltrata a las mujeres si es eso lo que te preocupa, primo. Me temo que<br />

Ariweth puede estar equivocada.<br />

El desconcierto ll<strong>en</strong>ó a Lúcer al oir aquello. ¿El bosque no lo había<br />

acusado de la muerte de Enuara? ¿A qué demonios jugaba? De todas<br />

maneras, ya fuese por omisión de su guardiana, o voluntad del bosque,<br />

aquella era una oportunidad que no quería desaprovechar.<br />

—Es mucho más fácil culpar de una desgracia a un extranjero que a<br />

un conocido —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció—.<br />

No t<strong>en</strong>go testigos de mi versión, así que supongo que ya t<strong>en</strong>éis vuestro<br />

chivo expiatorio.<br />

Édorel lo observó fijam<strong>en</strong>te, con una mezcla de determinación y<br />

compasión a partes iguales.<br />

—En este lugar se impondrá la ley que hasta ahora ha regido. Todo<br />

aquel que acuda a este claro <strong>en</strong> son de paz ha de ser respetado. No habrá<br />

muertes aquí.<br />

Lúcer hubo de esforzarse para no sonreír. Aquella muchacha era<br />

adorable.<br />

—A pesar de todo, prima, debo protegete —dijo Eoroth—. Aunque<br />

aún t<strong>en</strong>gamos dudas sobre lo sucedido.<br />

Lúcer mostró las manos para dar más énfasis a sus palabras.<br />

—No voy armado, Eoroth, no hace falta toda esta demostración de<br />

poderío por vuestra parte. De todas maneras, creo que no t<strong>en</strong>go ningún<br />

reparo <strong>en</strong> acompañaros fuera del bosque para que me pongáis <strong>en</strong> manos de<br />

las autoridades o de qui<strong>en</strong> consideréis necesario —Lúcer se obligó a<br />

realizar una pequeña pausa. No debía parecer demasiado ansioso por salir<br />

del bosque.<br />

—Me parece la mejor opción —opinó El Errante.<br />

—A mí, también. Decidid vosotros lo que queréis hacer conmigo, lo<br />

172


acataré.<br />

La sangre había empezado a resbalar por la cara de Lúcer debido a la<br />

brecha que el puñetazo de Eoroth le había abierto <strong>en</strong> la fr<strong>en</strong>te. T<strong>en</strong>ía,<br />

además, un impresionante golpe <strong>en</strong> la mejilla. Eoroth pareció dudar.<br />

—¿T<strong>en</strong>go vuestra palabra?<br />

—Por supuesto.<br />

—Entonces nos acompañaréis hasta la ciudad.<br />

Lúcer asintió. Eoroth no había bajado la guardia pero, tras él, Zíodel<br />

había bajado el arco. Bodega, aj<strong>en</strong>o a toda aquella agitación, se había<br />

puesto a pastar.<br />

—Lúcer, si te acusan del asesinato de Enuara, ¿por qué has vuelto? —<br />

preguntó ella.<br />

Él lanzó un resoplido de fastidio.<br />

—¡Acabo de <strong>en</strong>terarme de que se me acusa de eso!<br />

—¿Entonces no es cierto lo que dice Ariweth?<br />

—Antes debería saber qué dice Ariweth de mí.<br />

—Dice que Jafsemer le contó que tú mataste a Enuara.<br />

Lúcer resopló irritado.<br />

—No sé qué motivos ti<strong>en</strong>e Ariweth para def<strong>en</strong>der esa idea, pero creo<br />

que ella debería informarse más antes de lanzar acusaciones directas sobre<br />

algui<strong>en</strong>, le puede traer problemas.<br />

Zíodel asintió con gesto s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ciante, pero cuando habló le tembló un<br />

poco la voz.<br />

—Creo que el ansia de lucha de Ariweth le puede haber jugado una<br />

mala pasada. Aunque nadie duda de que sus int<strong>en</strong>ciones sean nobles,<br />

quizás deberíamos oír la otra versión.<br />

Lúcer sonrió a Zíodel y le habló con un tono algo más suave de lo<br />

requerido. Era el mom<strong>en</strong>to de sugerir a los pres<strong>en</strong>tes la noche que ambos<br />

habían compartido para que construyes<strong>en</strong> la historia que a él le conv<strong>en</strong>ía.<br />

—No hay testigos que puedan justificar mis palabras. ¿Qué puede<br />

importar lo que diga? Ya han decidido por mí lo que hice. La palabra de<br />

una mujer basta para levantar a una tropa <strong>en</strong> armas.<br />

Con expresión of<strong>en</strong>dida, y gestos ost<strong>en</strong>tosos para dejar obvias sus<br />

int<strong>en</strong>ciones, Lúcer se quitó la chorreante camisa y empezó a retorcerla para<br />

escurrirla.<br />

—De todas maneras, nos gustaría saber vuestra versión —pidió<br />

Eoroth.<br />

Él dirigió una mirada sombría a los pres<strong>en</strong>tes.<br />

173


—Puede que yo viese de Jafsemer cosas que él no deseaba mostrar.<br />

—¿A qué te refieres?<br />

Lúcer lanzó la camisa cerca de la hoguera con la fuerza justa como<br />

para sugerir una cont<strong>en</strong>ida ira.<br />

—Me resulta muy gracioso ver la historia que os han hecho creer<br />

cuando fue el arma de Jafsemer la que segó la vida de Enuara. O, al<br />

m<strong>en</strong>os, creo que eso fue lo que vi.<br />

Zíodel lanzó una exclamación de horror.<br />

—Así que es cierto que Enuara ha muerto.<br />

—¿Jafsemer mató a Enuara? ¿No int<strong>en</strong>taste det<strong>en</strong>erlo?<br />

Lúcer dejó escapar un resoplido.<br />

—No lanzaré acusaciones gratuitas contra Jafsemer. A pesar de lo que<br />

vi, puede que no fuese la verdad. Este bosque es maestro <strong>en</strong> el arte de la<br />

ilusión, todos lo sab<strong>en</strong>. De todas maneras, Enuara era un hada, no creo que<br />

esas criaturas estén indef<strong>en</strong>sas. Un bu<strong>en</strong> ejemplo son las damas del lago.<br />

—Me gustaría conocer los detalles de esa historia —murmuró El<br />

Errante con gesto ceñudo.<br />

—Y a mí me gustaría secarme antes de pillar un <strong>en</strong>friami<strong>en</strong>to grave.<br />

Édorel había vuelto atrás al ver que las cosas estaban más calmadas.<br />

Recogió del suelo la manta y la camisa que había traído y volvió junto a<br />

ellos.<br />

—Ésa es otra cuestión, señor. ¿Qué hacíais <strong>en</strong> el lago a estas horas de<br />

la noche?<br />

Lúcer le sonrió al recordarlo.<br />

—Las ondinas del lago estaban especialm<strong>en</strong>te juguetonas hoy.<br />

Eoroth miró rápidam<strong>en</strong>te hacia la cascada.<br />

—¡Por los dioses! Me estoy planteando darme un baño.<br />

—No os recomi<strong>en</strong>do su compañía, lord Eoroth, ti<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a ahogar a<br />

todos sus amantes.<br />

La expresión totalm<strong>en</strong>te relajada y alegre de Lúcer no se correspondía<br />

con la de un culpable de asesinato y los pres<strong>en</strong>tes notaron cómo fluctuaban<br />

sus certezas. En cuanto a él, no m<strong>en</strong>tía desde hacía demasiado tiempo.<br />

Utilizar la m<strong>en</strong>tira era tan fácil que le resultaba d<strong>en</strong>igrante. Prefería<br />

facilitar a los que le rodeaban que construyes<strong>en</strong> la historia que deseaban<br />

oír. El Errante lo miró y se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—Ariweth es un tanto quisquillosa. Las mujeres <strong>en</strong> ocasiones son<br />

v<strong>en</strong>gativas <strong>en</strong> cuanto se si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> despechadas —El Errante se esforzó<br />

demasiado <strong>en</strong> no dirigir la mirada hacia Zíodel.<br />

174


Lúcer soltó una carcajada y se felicitó internam<strong>en</strong>te por haberles<br />

procurado toda una historia de amores, despechos y m<strong>en</strong>tiras <strong>en</strong> ap<strong>en</strong>as<br />

cuatro preguntas y dos gestos.<br />

—T<strong>en</strong>éis razón, señor, pero un caballero no habla de esas cosas.<br />

Además, esas simples palabras os podrían valer sus iras también.<br />

Era obvio que, <strong>en</strong> aquel rincón, el bosque se <strong>en</strong>cargaba de evitar toda<br />

lucha. Lúcer ya había notado el efecto sedante que t<strong>en</strong>ía aquel lugar sobre<br />

él, pero no se había fijado <strong>en</strong> como influía <strong>en</strong> los que le rodeaban. Los<br />

pres<strong>en</strong>tes habían preferido muy rápido una duda a des<strong>en</strong>cad<strong>en</strong>ar un<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to y, por un mom<strong>en</strong>to, se planteó si a ellos les afectaban más<br />

que a él los poderes de la arboleda.<br />

Édorel des<strong>en</strong>volvió la manta y se la ofreció. Lúcer la aceptó con una<br />

sonrisa.<br />

—Gracias.<br />

Édorel le señaló el rostro mi<strong>en</strong>tras lo conducía cerca de la hoguera,<br />

sorteando la espada de su primo.<br />

—T<strong>en</strong>éis un bu<strong>en</strong> golpe <strong>en</strong> la cara.<br />

—No os preocupéis, sanará.<br />

Lúcer se sorpr<strong>en</strong>dió a sí mismo contemplando a la semielfa. Los<br />

movimi<strong>en</strong>tos de ella eran ágiles y ligeros. T<strong>en</strong>ía el pelo largo, castaño<br />

oscuro. Recogía parte de él <strong>en</strong> dos tr<strong>en</strong>zas que le caían a cada lado de la<br />

cara. Tras ellas, sobresalían sus orejas afiladas. Era un peinado divertido,<br />

le daba un aire alegre. Sus ropas, de varios tonos de verde, eran, ante todo,<br />

prácticas.<br />

—Soy Édorel, mucho gusto <strong>en</strong> conocerle, señor.<br />

Lúcer sonrió con auténtico deleite ante la acogida de la muchacha.<br />

T<strong>en</strong>ía los ojos grandes de un gris oscuro, expresivos y dulces. ¡Aquella era<br />

la famosa guardiana del bosque! Esperaba haber <strong>en</strong>contrado algo más<br />

impresionante, una mujer de más edad como mínimo. Le había agradado<br />

mucho la sorpresa. Y parecía que, de mom<strong>en</strong>to, el bosque no la había<br />

advertido contra él. Debería darse prisa <strong>en</strong> salir de allí antes de que las<br />

tornas cambias<strong>en</strong>.<br />

—El placer es mío. Mi nombre es Lúcer.<br />

Los ojos de Édorel expresaron una simpática sorpresa.<br />

—Os imaginaba difer<strong>en</strong>te.<br />

La expresión del rostro de ella se le antojó deliciosa. No pudo evitar<br />

sonreír, esta vez de forma totalm<strong>en</strong>te involuntaria, ante el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to<br />

simultáneo que ambos habían creado respecto al otro.<br />

175


—¡Caramba! No esperaba ser tan famoso. ¿Y cómo me imaginabas?<br />

Édorel se sintió desconcertada, así que optó por no decir nada. Sonrió<br />

con timidez y se retiró de su proximidad. Lúcer la contempló alejarse. Se<br />

sorpr<strong>en</strong>dió de nuevo a sí mismo al notar que no se había quitado los<br />

pantalones por no molestar a la <strong>en</strong>cantadora semielfa, parecía tímida. El<br />

Errante lo miró con gesto serio, pero le lanzó la bota de vino que llevaba<br />

con él. Lúcer la cogió <strong>en</strong> el aire.<br />

—Os cal<strong>en</strong>tará.<br />

—Gracias.<br />

Ni Eoroth ni el Errante habían bajado la guardia, pero ahora la<br />

vigilancia era algo m<strong>en</strong>os t<strong>en</strong>sa. Y ellos iban a ser su pasaje hasta el<br />

exterior del bosque, al fin. Les permitiría escoltarlo hasta fuera de aquella<br />

maldita arboleda, rumbo a las autoridades y, una vez fuera, se desharía de<br />

ellos de un modo u otro. Sólo esperaba que la semielfa no fuese advertida<br />

sobre él por algún faérico chivato antes de llevar a cabo su plan.<br />

Súbitam<strong>en</strong>te, llegó hasta ellos el sonido de los cascos de un caballo.<br />

Un corcel alazán <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el claro a galope t<strong>en</strong>dido. Su amazona lo fr<strong>en</strong>ó<br />

bruscam<strong>en</strong>te, haciéndolo derrapar sobre la hierba. Su mirada quedó fija <strong>en</strong><br />

uno de los pres<strong>en</strong>tes. Dama Ariweth, después de días recorri<strong>en</strong>do los<br />

caminos que rodeaban el bosque, buscando al culpable de un crim<strong>en</strong>, lo<br />

<strong>en</strong>contraba charlando tranquilam<strong>en</strong>te con los allí reunidos. La airada noble<br />

saltó de su montura y se dirigió hacia Lúcer. En esos mom<strong>en</strong>tos, él estaba<br />

s<strong>en</strong>tado fr<strong>en</strong>te a la hoguera, t<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do las manos hacia las llamas mi<strong>en</strong>tras<br />

observaba discretam<strong>en</strong>te los detalles del rostro de Édorel. Había notado la<br />

llegada de Ariweth, pero estratégicam<strong>en</strong>te era mejor no volverse ni<br />

empezar un <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to. Édorel, alarmada, se puso <strong>en</strong> pie, int<strong>en</strong>tando<br />

apar<strong>en</strong>tar calma.<br />

—Ariweth, hermana... ¡Qué alegría verte!<br />

Lúcer percibió los movimi<strong>en</strong>tos de nerviosismo de los pres<strong>en</strong>tes, pero<br />

no hizo ningún gesto. La semielfa pasó por su lado rápidam<strong>en</strong>te y logró<br />

atajar la marcha de Ariweth. La besó <strong>en</strong> las mejillas e int<strong>en</strong>tó desviar su<br />

at<strong>en</strong>ción.<br />

—Eoroth ha traído un estup<strong>en</strong>do vino, hermana, si te apetece.<br />

Ariweth la apartó a un lado mi<strong>en</strong>tras des<strong>en</strong>vainaba la espada.<br />

—Aparta, Édorel, t<strong>en</strong>go algo importante que hacer.<br />

La semielfa sintió que el corazón le daba un vuelco. Conocía a<br />

Ariweth demasiado bi<strong>en</strong> y sabía que, cuando se le metía una idea <strong>en</strong> la<br />

176


cabeza, era muy difícil sacársela.<br />

—Ariweth, escucha, puede que las cosas no hayan sido como las<br />

contaba Jafsemer.<br />

—Que esa alimaña defi<strong>en</strong>da la escasa vida que le queda.<br />

Lúcer se volvió despacio y observó a Ariweth de pie, con la espada ya<br />

presta <strong>en</strong> la mano.<br />

—¿No podríamos hablar del tema con calma, dama Ariweth?<br />

La mujer no reprimió una expresión de desprecio.<br />

—¡No t<strong>en</strong>go nada que hablar con vos! Levantaos de ahí o moriréis<br />

s<strong>en</strong>tado.<br />

Lúcer <strong>en</strong>arcó las cejas.<br />

—Sé que mi comportami<strong>en</strong>to durante la otra noche no fue muy<br />

caballeroso, pero no creo que merezca ser atravesado con una espada por<br />

eso.<br />

—No me refiero a vuestra falta absoluta de educación y<br />

caballerosidad, me refiero al asesinato de Enuara.<br />

Lúcer adoptó una expresión de fastidio. Zíodel trató de interv<strong>en</strong>ir.<br />

—Ariweth, no t<strong>en</strong>emos pruebas de que Lúcer haya cometido ese<br />

crim<strong>en</strong>.<br />

La noble miró a la elfa con un gesto de desprecio tan int<strong>en</strong>so que<br />

pareció querer convertirla <strong>en</strong> barro con la mirada.<br />

—Si vuelves a def<strong>en</strong>derlo, te consideraré también mi <strong>en</strong>emiga y no<br />

dudaré <strong>en</strong> matarte a ti primero.<br />

Zíodel retrocedió, <strong>en</strong> su expresión se notaba que buscaba una salida a<br />

aquella situación.<br />

—Dama Ariweth —la voz de Lúcer sonó clara y tranquila—, antes de<br />

impartir justicia por vuestra propia cu<strong>en</strong>ta, deberíais comprobar la historia<br />

que os han contado.<br />

La mujer trató de poner todo el v<strong>en</strong><strong>en</strong>o que pudo <strong>en</strong> sus palabras.<br />

—¿Me estás llamando m<strong>en</strong>tirosa? ¿A mí?<br />

Lúcer se puso <strong>en</strong> pie l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te y dejo caer la manta, <strong>en</strong>carándose a la<br />

airada noble.<br />

—No os he llamado m<strong>en</strong>tirosa. Si Jafsemer manti<strong>en</strong>e esa historia<br />

t<strong>en</strong>drá sus motivos, yo no puedo saber con certeza cuáles son.<br />

Ariweth aferró la espada con ira.<br />

—¡No oses insultar a un auténtico caballero como Jafsemer! Antes<br />

deberás pasar por <strong>en</strong>cima de mi cadáver.<br />

Lúcer hizo una rever<strong>en</strong>cia burlona a la noble.<br />

177


—Dama Ariweth, vos deberíais primero quitaros la v<strong>en</strong>da de los ojos.<br />

Los pres<strong>en</strong>tes no salían del asombro. Aquel hombre estaba loco o bi<strong>en</strong><br />

no conocía a Ariweth. No solo era colérica y sanguinaria, también era una<br />

gran combati<strong>en</strong>te. Édorel, nerviosa como un manojo de hierbas al vi<strong>en</strong>to,<br />

se retorcía las manos sin saber qué hacer. No deseaba que su hermana<br />

adoptiva matase a nadie, pero tampoco quería que el extranjero le hiciese<br />

daño a su hermana. Nadie debía morir <strong>en</strong> el claro, era la ley del bosque.<br />

Ariweth lanzó una mirada a Lúcer, cargada con todo el odio que pudo<br />

<strong>en</strong>contrar <strong>en</strong> su alma.<br />

—¿Cómo osas hablarme así? Retira ahora mismo esas palabras.<br />

La mujer colocó el filo de su espada sobre el cuello de Lúcer. Él no<br />

hizo ningún gesto por evitarlo. Zíodel dio un paso hacia la esc<strong>en</strong>a<br />

murmurando un "no" involuntario, pero Eoroth la aferró del brazo para<br />

det<strong>en</strong>erla. Cuando Ariweth se cegaba, cualquiera podía resultar herido. De<br />

seguro, el extranjero sabría def<strong>en</strong>derse solo. Ya le había demostrado a él<br />

que se trataba de un gran combati<strong>en</strong>te. Los dioses decidirían cuál de los<br />

dos merecía v<strong>en</strong>cer.<br />

—Si me matáis, no me daréis la oportunidad de retirar mis palabras.<br />

¿Lo habéis considerado? —dijo Lúcer con sorna. Su sonrisa pareció el<br />

preludio de un desastre.<br />

—¡Si no cerráis la bocaza y retiráis vuestras palabras, acabaré con vos<br />

ahora mismo!<br />

Lúcer inclinó la cabeza, dejando el cuello al descubierto, las v<strong>en</strong>as<br />

superficiales totalm<strong>en</strong>te vulnerables.<br />

—¿Cierro la bocaza o retiro mis palabras? Son dos órd<strong>en</strong>es<br />

contradictorias. ¿Cuál he de obedecer primero?<br />

Un ahogado gemido de ira surgió de la garganta de Ariweth. Aquel<br />

despojo de los caminos, sucio, mojado y con el rostro ll<strong>en</strong>o de sangre,<br />

osaba mirarla con una altanería que no toleraba ni <strong>en</strong> sus semejantes.<br />

—Soy dama Ariweth de Isthelda, desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de un antiquísimo<br />

linaje guerrero, y tú no eres más que un bastardo que merece morir como<br />

un cerdo.<br />

La mirada de Ariweth se perdió <strong>en</strong> un mar de ira y dejó de ver nada<br />

más. En ese mom<strong>en</strong>to, Lúcer se inclinó hacia la derecha mi<strong>en</strong>tras golpeaba<br />

con la mano la hoja del arma para desviarla. Ariweth había cargado el peso<br />

hacia adelante para atravesar su tráquea. La espada pasó por <strong>en</strong>cima del<br />

hombro de Lúcer, muy cerca de su cuello. La inercia del ataque lanzado la<br />

hizo dar un paso hacia él. Lúcer aprovechó su <strong>en</strong>vergadura, alargó el brazo<br />

178


y aferró la muñeca derecha de su rival. La mujer adoptó una expresión de<br />

sorpresa al s<strong>en</strong>tir que la desequilibraba.<br />

—Oh, disculpad, creo que me he saltado el protocolo al que estáis<br />

acostumbrada. ¿Se supone que ahora debía arrodillarme y suplicar<br />

clem<strong>en</strong>cia?<br />

Con la muñeca presa y aprisionada contra el cuerpo de Lúcer, ella no<br />

podía usar la espada. Su contrincante aprovechó el mom<strong>en</strong>to de confusión<br />

y le aferró el otro brazo. Ariweth se revolvió furiosa.<br />

—¡Me temes, ésa es la verdad! ¡Cobarde!<br />

Lúcer rió.<br />

—Podéis considerarme como gustéis.<br />

—¡Suéltame y pelea como un hombre! ¡Nadie usaría técnicas tan<br />

viles!<br />

Lúcer sonrió con sarcasmo.<br />

—Cuando peleo, lo hago para ganar. No deseo haceros daño Ariweth<br />

—y, bajando la voz para que solo ella pudiese oírlo, <strong>en</strong> un am<strong>en</strong>azante<br />

susurró, añadió—. Pero algún día puede que sí lo desee. Entonces,<br />

recordad quién des<strong>en</strong>vainó primero.<br />

Ariweth forcejeó contra la presa de Lúcer y él la soltó. Se equilibró<br />

rápidam<strong>en</strong>te y lo miró, colérica y confundida.<br />

—La ley del bosque impera aquí, dama Ariweth —dijo Lúcer—. No<br />

habrá muertes <strong>en</strong> el claro.<br />

Ariweth bajó la espada l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te y su mirada siguió al arma hasta el<br />

suelo.<br />

Édorel soltó un sonoro suspiro, había mant<strong>en</strong>ido la respiración mucho<br />

rato. No sólo no deseaba ver herida a Ariweth, sino que tampoco le parecía<br />

correcto dejar al albedrío de los dioses el resultado de un duelo. Era una<br />

costumbre estúpida. Se alegró de que Lúcer no hubiese lastimado a su<br />

hermana adoptiva, pero, desde su punto de vista, él era el claro v<strong>en</strong>cedor.<br />

Ariweth mant<strong>en</strong>ía la mirada perdida, como si no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>diese lo que acababa<br />

de suceder. La semielfa se acercó a Lúcer con una sonrisa de alivio.<br />

—Me alegro de que no seáis tan impulsivo como mi hermana.<br />

Cualquiera que contase con vuestras capacidades hubiese aceptado el<br />

desafío.<br />

Él se volvió hacia Édorel.<br />

—¿Sois hermanas? No guardáis ningún parecido.<br />

—Soy su hermana adoptiva.<br />

Ariweth miraba el suelo tratando de <strong>en</strong>cajar lo que había pasado.<br />

179


S<strong>en</strong>tía como si todo aquello estuviese sucedi<strong>en</strong>do muy lejos de ella. No<br />

estaba acostumbrada a ese tipo de lucha. Lo normal era lanzar un desafío,<br />

el desafiado respondía o huía. En el primer caso, des<strong>en</strong>vainaban sus armas<br />

y ella y su contrincante <strong>en</strong>trechocaban el metal hasta que ella abría la<br />

def<strong>en</strong>sa del otro y lo hería de muerte. Si el desafiado optaba por huir,<br />

lanzaba todo lo que t<strong>en</strong>ía al suelo para poder correr más rápido. En tal<br />

caso, Ariweth no t<strong>en</strong>ía reparos <strong>en</strong> matarlo por la espalda, era signo<br />

inequívoco de su culpabilidad. Ella se <strong>en</strong>cargaba de ser la maza de la<br />

justicia. Pero este hombre no había actuado como era de esperar. La<br />

mirada desconcertada de la noble cayó sobre la espada que aún aferraba.<br />

¡Ella le había lanzado el desafío! La ira la inundó. ¿Acaso había creído que<br />

era una simple plebeya idiota? ¡Estaba int<strong>en</strong>tando eludir su merecido<br />

castigo con una táctica rastrera! No merecía más consideración. Sus dedos<br />

se crisparon sobre la empuñadura de su fiel espada y sus nudillos se<br />

tornaron blancos.<br />

Lúcer t<strong>en</strong>ía la mirada puesta <strong>en</strong> Édorel. Vio la expresión de alarma de<br />

la semielfa <strong>en</strong> sus ojos antes de oír sus palabras.<br />

—¡Hermana, no!<br />

El movimi<strong>en</strong>to de Lúcer fue instintivo: se agachó para evitar la segada<br />

que intuía iba dirigida a su cuello. Era la manera mas fácil para acabar con<br />

algui<strong>en</strong> con una espada por la espalda, si no t<strong>en</strong>ías distancia para una carga<br />

empalante, pero Édorel no se agachó. En su precipitación, la noble había<br />

int<strong>en</strong>tado golpear a Lúcer con la parte próxima de la hoja, para no fallar el<br />

golpe, y olvidó totalm<strong>en</strong>te a su hermana. Lúcer se había apartado de su<br />

trayectoria muy deprisa y, tras él, estaba la semielfa. La expresión de terror<br />

de la muchacha se clavó a fuego <strong>en</strong> la m<strong>en</strong>te de Ariweth. El filo de la<br />

espada la golpeó <strong>en</strong> el lado izquierdo del cráneo, lanzándola hacia un lado<br />

antes de seguir su recorrido. Édorel cayó con su rostro oculto por una<br />

maraña de cabellos.<br />

Lúcer había percibido el desastre demasiado tarde. Había cometido un<br />

error fatal, no debería haberse apartado. Debería haber empujado a Édorel<br />

antes. Olvidando a la noble que aún debía t<strong>en</strong>er a su espalda se lanzó para<br />

coger a la semielfa antes de que se golpease contra el suelo. La expresión<br />

de Ariweth fue de auténtico pasmo. Vio cómo caía y que el que creía su<br />

<strong>en</strong>emigo la aferraba para evitarle más males. El estupor la dejó inmóvil,<br />

contemplando la esc<strong>en</strong>a.<br />

Eoroth corrió hacia allí. No esperaba que aquello acabase así. Lúcer<br />

había t<strong>en</strong>dido a Édorel <strong>en</strong> el suelo con delicadeza y apartaba los cabellos<br />

180


del rostro de la semielfa. Un gran reguero de sangre corría por el costado<br />

de su rostro<br />

—Traed algo para det<strong>en</strong>er la sangre.<br />

Lúcer aprovechó el breve mom<strong>en</strong>to que le daban y posó la mano sobre<br />

la herida de la semielfa. Había alcanzado el hueso. Moriría... Reconstruir<br />

la carne rota... Aquella no era su especialidad, pero le gustaban los retos.<br />

¡Ánclate a la vida!<br />

Tuvo el tiempo justo. Un instante después, Eoroth se agachó junto a él<br />

y palpó suavem<strong>en</strong>te la zona del golpe. Édorel lanzó un débil quejido y el<br />

caballero dejó escapar un suspiro de alivio. El sonido del golpe le había<br />

hecho creer que t<strong>en</strong>dría una grave fractura <strong>en</strong> el hueso, de las que solían<br />

matar a los pocos mom<strong>en</strong>tos. Que ella aún estuviese viva le daba alguna<br />

posibilidad.<br />

Zíodel se acercó, pálida como la muerte, y les pasó la camisa seca que<br />

Édorel había traído para el accid<strong>en</strong>tado bañista. Eoroth aplicó la tela contra<br />

la herida para cont<strong>en</strong>er la hemorragia. Acto seguido, recogió a su prima del<br />

suelo y la alzó como si no pesase nada. Casi parecía una niña al verse tan<br />

m<strong>en</strong>uda y desprotegida. La sangre tiñó pronto la tela.<br />

—Sé a qui<strong>en</strong> llevarla —dijo Eoroth.<br />

El Errante tomó las ri<strong>en</strong>das de Bodega.<br />

—Es mejor que no cabalgues por el bosque llevando una herida, las<br />

ramas pued<strong>en</strong> ser traicioneras.<br />

—Lo sé. Esperaré a estar fuera de él.<br />

Zíodel observó un mom<strong>en</strong>to a Lúcer, a Ariweth y finalm<strong>en</strong>te optó por<br />

unirse a Eoroth y El Errante.<br />

Ariweth miraba la esc<strong>en</strong>a como algo aj<strong>en</strong>o a ella. Aún agarraba la<br />

espada, sin fuerza alguna, y la punta se apoyaba <strong>en</strong> el suelo. Vio la sangre<br />

goteando por los cabellos de Édorel.<br />

No era posible. Ella no podía haberle hecho eso a su amada hermana.<br />

Aquella s<strong>en</strong>sación que la invadía no era sólo tristeza y culpa, era algo más.<br />

De rep<strong>en</strong>te lo supo: jamás se había s<strong>en</strong>tido tan derrotada <strong>en</strong> su vida como<br />

<strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to. Miró con un gesto de odio a Lúcer, que seguía<br />

agachado <strong>en</strong> el mismo lugar, observando cómo se llevaban a Édorel. Él lo<br />

había provocado todo.<br />

—Te vas a arrep<strong>en</strong>tir de lo que le has hecho a mi hermana. Tu cabeza<br />

acabará adornando mi chim<strong>en</strong>ea.<br />

Lúcer no se volvió hacia ella para hablarle. Su voz, calmada y fría, la<br />

hizo estremecerse por un mom<strong>en</strong>to.<br />

181


—La próxima vez, dama Ariweth, Édorel no estará pres<strong>en</strong>te para<br />

def<strong>en</strong>deros.<br />

Ariweth lanzó una risa des<strong>en</strong>cajada.<br />

—¡No me hagáis reír! Buscaos protección y rezad lo que sepáis.<br />

Ariweth <strong>en</strong>vainó rápidam<strong>en</strong>te la espada, saltó sobre la silla de su<br />

caballo y salió a todo galope tras los que habían partido.<br />

En cuanto Ariweth le hubo dado la espalda, Lúcer se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> el suelo<br />

con gesto cansado y dejó escapar el aire l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. Los hechizos de<br />

curación siempre le resultaban agotadores, pero, de seguro, la semielfa no<br />

hubiese vivido más que unos instantes de no haber usado parte de su poder<br />

<strong>en</strong> llevar la contraria al destino de la jov<strong>en</strong>.<br />

¿Qué demonios estaba haci<strong>en</strong>do? ¿Por qué le había salvado la vida a<br />

esa semielfa? Era una estupidez debilitarse de esa manera, sobre todo <strong>en</strong><br />

una zona tan adversa para él como el bosque de Isthelda. Debía aprovechar<br />

para abandonar aquel lugar de una vez, antes de que las pesquisas se<br />

volvies<strong>en</strong> de nuevo hacia él. Tomó su capa y su camisa de <strong>en</strong>cima de la<br />

roca sobre la que se estaban secando. Recogió del suelo la espada y la<br />

vaina y se apresuró tras las figuras que se alejaban del claro. Hubo de<br />

rodear unas ramas caídas <strong>en</strong> mitad del s<strong>en</strong>dero que seguían y bajó la vista<br />

un mom<strong>en</strong>to al terr<strong>en</strong>o que pisaba. Fue sufici<strong>en</strong>te. Cuando la levantó de<br />

nuevo, no había rastro alguno de sus involuntarios guías, ni del camino, y<br />

el bosque se cerraba a su alrededor sin dejar un resquicio ni una pista.<br />

Lúcer dejó escapar un gruñido de frustración.<br />

—Por favor... ¡Otra vez, no! He salvado a tu guardiana. ¡Podrías<br />

mostrar algo de consideración!<br />

30— ¡Un curandero, rápido!<br />

El movimi<strong>en</strong>to le sugería a Édorel que estaba si<strong>en</strong>do transportada. Por<br />

el olor a cuero y metal, supo que los brazos que la llevaban eran de su<br />

primo adoptivo. Ante ella, luces brillantes y sombras bailaban y no lograba<br />

<strong>en</strong>focar la vista. Un dolor muy agudo empezaba a ext<strong>en</strong>derse por su<br />

cabeza. Notó que algo tocaba la zona dolorida y lanzó un quejido.<br />

—Necesito más trapos. Estos están ll<strong>en</strong>os de sangre.<br />

Era la voz de Zíodel.<br />

—En las alforjas...<br />

Ése era su primo. El dolor de la cabeza le hacía ver estrellitas<br />

182


illantes.<br />

—Aquí ti<strong>en</strong>es...<br />

La voz del Errante.<br />

Volvieron a tocar la zona dolorida y ella se quejó de nuevo. Algui<strong>en</strong><br />

tomó su mano.<br />

—¡Hermana!<br />

Era Ariweth, podía notar <strong>en</strong> el tono de la voz que estaba angustiada y<br />

asustada. Conocía a su hermana, sabía que cambiaría todo s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to<br />

desagradable por ira. Apretó débilm<strong>en</strong>te la mano para responder a su<br />

contacto e int<strong>en</strong>tar calmarla.<br />

—Lo pagará caro, Édorel, ¡te lo juro!<br />

La semielfa sintió que la angustia subía por su garganta. Sabía a qué<br />

se refería su hermana. No deseaba que matase a nadie <strong>en</strong> su nombre. Había<br />

sido un accid<strong>en</strong>te, un desafortunado accid<strong>en</strong>te. El extranjero había evitado<br />

el <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to directo, que era lo que buscaba Ariweth. Ella debería<br />

haber sabido prever que la reacción de su hermana podía ser viol<strong>en</strong>ta,<br />

debería haber estado at<strong>en</strong>ta. Nada de todo eso hubiese pasado si ella<br />

hubiese sabido reaccionar. Int<strong>en</strong>tó hablar, pero abrir la boca le produjo un<br />

dolor trem<strong>en</strong>do, como si golpeas<strong>en</strong> su cráneo con un martillo. Notó que<br />

Ariweth aferraba su mano con más fuerza.<br />

—No hables, Édorel, t<strong>en</strong>dremos tiempo de eso.<br />

Era Eoroth qui<strong>en</strong> dijo esas palabras.<br />

—Y <strong>en</strong> cuanto a ti, Ariweth, ¡cálmate! La v<strong>en</strong>ganza es un plato que se<br />

toma frío, y deberías esperar a que Édorel se recupere para maquinarla con<br />

ella.<br />

Era lo que necesitaba saber: que nadie más moriría por culpa de ella.<br />

Édorel no oyó nada más que un montón de sonidos atropellados y<br />

superpuestos después de esa última frase. Saleith vio a la semielfa sumirse<br />

de nuevo <strong>en</strong> la inconsci<strong>en</strong>cia y un nudo at<strong>en</strong>azó su garganta. Antes de que<br />

Ariweth sucumbiese al pánico de nuevo, Eoroth le dio una tarea que la<br />

<strong>en</strong>tretuviese.<br />

—Ariweth, adelántate con tu caballo para asegurarte de que el camino<br />

es seguro. Si llegas antes que nosotros, da el aviso de que traemos a la<br />

guardiana del bosque gravem<strong>en</strong>te herida.<br />

La noble esbozó un gesto de determinación y montó sobre su caballo.<br />

Un segundo más tarde galopaba a través de los árboles.<br />

—Creo que no es prud<strong>en</strong>te cabalgar de esa manera d<strong>en</strong>tro de un<br />

bosque —opinó el Errante.<br />

183


—Es todavía m<strong>en</strong>os prud<strong>en</strong>te dejar la m<strong>en</strong>te de Ariweth ondear sin<br />

control.<br />

—¿Seguro que os recibirán <strong>en</strong> el castillo? —preguntó El Errante.<br />

—Los sacerdotes de Basth declararon esta arboleda como<br />

<strong>en</strong>demoniada, Édorel es su guardiana, por eso, no creo que sea bu<strong>en</strong>a idea<br />

llevarla al templo. En el castillo t<strong>en</strong>emos más posibilidades.<br />

Ziodel volteó el trozo de tela que estaba usando para cont<strong>en</strong>er la<br />

hemorragia. Su voz se arrastró a través del nudo que t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> la garganta.<br />

—Parece que sangra m<strong>en</strong>os.<br />

Unos minutos más tarde desembocaron fuera de la arboleda. Esa<br />

noche el bosque les había ayudado a caminar rápido. Ahora que no había<br />

ramas capaces de convertir una cabalgada <strong>en</strong> un desastre, era el mom<strong>en</strong>to<br />

de montar. El Errante sujetó a Bodega mi<strong>en</strong>tras Eoroth montaba y luego<br />

ayudó a cargar a la semielfa. Eoroth sujetó las ri<strong>en</strong>das con una mano y con<br />

la otra abrazó a su prima contra él.<br />

El Errante soltó las ri<strong>en</strong>das y Eoroth puso a Bodega <strong>en</strong> un suave<br />

galope controlado. Era una suerte haberle <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>ado <strong>en</strong> ese paso tan<br />

cómodo, el caballo podía mant<strong>en</strong>erlo mucho tiempo. Eoroth no se atrevía a<br />

hacerlo trotar o pedirle más velocidad por miedo a provocarle más daño a<br />

la semielfa con las sacudidas.<br />

Saleith y El Errante lo observaron alejarse hasta que lo perdieron <strong>en</strong> la<br />

oscuridad.<br />

—Nunca se me b<strong>en</strong>dijo con el don de la curación y es algo que he<br />

lam<strong>en</strong>tado amargam<strong>en</strong>te muchas veces.<br />

La elfa se volvió hacia su acompañante.<br />

—¿A qué os referís?<br />

—A que un dios no debería decidir quién merece vivir y quién merece<br />

morir.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to, pero no os <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do.<br />

—Prefiero que no me <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dáis.<br />

Sin más palabras, El Errante se puso <strong>en</strong> marcha hacia la ciudad y, tras<br />

un mom<strong>en</strong>to de duda, Ziodel lo siguió.<br />

—¿Por qué la lleva al castillo?<br />

—Dos de los mejores curanderos de la región están <strong>en</strong> el castillo y, al<br />

contrario que los clérigos de Basth, no le negarán la ayuda. Se cree que<br />

estas tierras son fértiles por la b<strong>en</strong>dición del espíritu del bosque. Supongo<br />

que Eoroth pret<strong>en</strong>de usar esa superstición <strong>en</strong> favor de la semielfa.<br />

—El bosque se podría <strong>en</strong>fadar si Su guardiana muere.<br />

184


—Édorel es la primera guardiana del bosque con sangre humana <strong>en</strong> su<br />

legado, no la dejarán morir. Por cierto, ¿sabéis quién es Lúcer? Y no me<br />

refiero sólo a conocer su nombre o los rumores que circulan sobre él.<br />

Ziodel negó.<br />

—Apareció una noche por el claro, como tantos otros. Supongo que<br />

desaparecerá de la misma manera.<br />

—Hay algo extraño <strong>en</strong> él.<br />

—¿A qué os referís?<br />

—En ningún mom<strong>en</strong>to trató de coger el arma que había dejado junto a<br />

la hoguera, ni cuando se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó a nosotros dos ni cuando Ariweth trató<br />

de hacerse con su cabeza. Parecía t<strong>en</strong>er la situación demasiado controlada.<br />

Ziodel frunció el ceño.<br />

—No parecía interesado <strong>en</strong> pelear. Si es cierto que es tan bu<strong>en</strong>o con<br />

las armas, quizás le hubiese resultado más fácil acabar con todos vosotros.<br />

Además, Eoroth logró golpearlo, no debe ser tan diestro.<br />

—Es posible. De todas maneras, no creo que perdiese contra Eoroth<br />

<strong>en</strong> realidad.<br />

31 — Édorel despierta<br />

Lo primero que percibió claram<strong>en</strong>te fue la luz y abrió los ojos. Intuyó<br />

un techo cruzado por franjas oscuras que debían ser vigas. Vio el<br />

resplandor rectangular del marco de una v<strong>en</strong>tana a su izquierda, de ahí<br />

prov<strong>en</strong>ía el día. T<strong>en</strong>ía la boca pastosa y necesitaba urg<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te un trago<br />

de agua. Notó un movimi<strong>en</strong>to a unos metros de ella y trató de <strong>en</strong>focarlo.<br />

La silueta de un niño de unos diez años se levantó de un taburete y<br />

desapareció por la puerta de la habitación. Miró a su alrededor. Al<br />

principio lo vio todo difuminado, como si no pudiera <strong>en</strong>focar la visión. Las<br />

paredes eran <strong>en</strong>ormes manchas grises que se mezclaban con colores<br />

oscuros. Quiso girar la cabeza para buscar algo que id<strong>en</strong>tificara el lugar y<br />

el int<strong>en</strong>to le produjo un leve mareo. Volvió a <strong>en</strong>derezar el cuello para tratar<br />

de <strong>en</strong>focar el techo. Tragó saliva y sintió cómo la l<strong>en</strong>gua le raspaba el<br />

paladar. Todo estaba <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio a su alrededor, había paz <strong>en</strong> ese lugar.<br />

Pero ¿dónde estaba?<br />

Por fin pudo <strong>en</strong>focar mejor la vista e id<strong>en</strong>tificó las manchas de las<br />

paredes como gruesos tapices que las cubrían. En ese mom<strong>en</strong>to, algui<strong>en</strong><br />

<strong>en</strong>tró. Al principio no le distinguió bi<strong>en</strong>. Se acercó a ella y la miró con ojos<br />

bondadosos. Édorel int<strong>en</strong>to sonreírle, pero el hombre hizo un gesto con la<br />

185


mano para que no se esforzase. Sin mediar palabra, se inclinó sobre ella y<br />

posó el dorso de la mano <strong>en</strong> su fr<strong>en</strong>te, después le tomó el pulso. Asintió<br />

con la cabeza. El anciano se acercó más a sus ojos y los observó con<br />

det<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to. Era Meldionor, el consejero y curandero de la reina. Estaba<br />

<strong>en</strong> el castillo, <strong>en</strong>tonces. Sus manos, aunque angulosas y arrugadas,<br />

resultaban cálidas y agradables al tacto.<br />

—¿Recuerdas cual es tu nombre, querida?<br />

—Édorel —dijo dificultosam<strong>en</strong>te—. T<strong>en</strong>go sed...<br />

El anciano sonrió y asintió con la cabeza.<br />

—Parece que te recuperarás totalm<strong>en</strong>te.<br />

Su voz era suave y melosa, le hablaba como qui<strong>en</strong> habla a un niño<br />

pequeño o a un animal asustado. Hizo un gesto con la mano y el<br />

muchachito que había visto la semielfa al despertar apareció a su lado<br />

—Trae agua fresca para la dama, después ve a avisar a su majestad de<br />

que nuestra invitada ya despertó.<br />

Tras una leve rever<strong>en</strong>cia, el rapaz salió corri<strong>en</strong>do a cumplir sus<br />

<strong>en</strong>cargos. El anciano se dirigió a la mesa que había cerca de la v<strong>en</strong>tana y<br />

que estaba cubierta de frascos de todos los tamaños. Édorel observó el<br />

pequeño altar al dios Basth el Justo <strong>en</strong> un rincón. Le oyó rebuscar dándole<br />

la espalda y se volvió hacia ella con un pequeño frasco de barro cocido.<br />

En ese instante el muchacho <strong>en</strong>tró con una jarra y un vaso finam<strong>en</strong>te<br />

tallado.<br />

Meldionor ll<strong>en</strong>ó el vaso de agua y se lo dio. Ella bebió con avidez,<br />

apurando hasta la última gota. El anciano lo volvió a ll<strong>en</strong>ar de agua, esta<br />

vez hasta la mitad, después destapó el frasco y vertió parte de su cont<strong>en</strong>ido<br />

<strong>en</strong> él. Édorel vio caer una finisíma ar<strong>en</strong>a blanca. En un principio creyó que<br />

se trataba de harina, pero, al <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> contacto con el agua, com<strong>en</strong>zó a<br />

reaccionar como si estuviera provisto de vida propia. La semielfa lo<br />

observó con verdadera curiosidad, nunca había visto nada parecido.<br />

Ninguna de las hierbas medicinales que ella tomaba del bosque, ni ningún<br />

tónico que le dieran jamás, parecían hervir al tocar el agua. Temió t<strong>en</strong>er<br />

que tomarse eso.<br />

—Esto es para apaciguar el dolor. Tómatelo todo de un trago —<br />

Meldionor vio la cara de repulsión que mostró la semielfa—. Se trata de<br />

alquimia. El sabor no es bu<strong>en</strong>o, pero sus efectos sí.<br />

Mi<strong>en</strong>tras Édorel apuraba dificultosam<strong>en</strong>te la medicina que le habían<br />

preparado, algui<strong>en</strong> llamó a la puerta.<br />

—Adelante —dijo Meldionor sin elevar la voz.<br />

186


La puerta se abrió l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te y, tras ella, apareció Neraveith. La reina<br />

caminó hacia los pies de la cama. Meldionor habló antes de que ella le<br />

preguntase.<br />

—No os preocupéis, majestad. La herida ya ha sido curada y los rezos<br />

dieron su resultado durante la noche. Sólo necesita algo de reposo.<br />

Un gesto de alivio se dibujó <strong>en</strong> el rostro de Neraveith, se volvió hacia<br />

Édorel.<br />

—Me alegra saber que os recuperaréis pronto. Me ocuparé de buscar a<br />

algui<strong>en</strong> que realice vuestras tareas mi<strong>en</strong>tras vos estáis aquí.<br />

Édorel trató de sonreír pero aún estaba demasiado aturdida como para<br />

hablar con normalidad.<br />

—¿Qué sucedió, dama Édorel? ¿Cómo fuisteis herida de esta manera?<br />

—preguntó la reina.<br />

La semielfa sintió que un nudo at<strong>en</strong>azaba su garganta.<br />

—Fue un accid<strong>en</strong>te. Decidle a Ariweth que fue un accid<strong>en</strong>te.<br />

Neraveith de pronto adoptó un tono indifer<strong>en</strong>te y seco.<br />

—Podría haberos matado, o causaros daños irreparables. Eoroth os<br />

trajo <strong>en</strong> un lastimoso estado.<br />

Édorel sonrió, esta vez ampliam<strong>en</strong>te.<br />

—Fue un accid<strong>en</strong>te.<br />

Meldionor hizo un gesto para reclamar la at<strong>en</strong>ción de la convaleci<strong>en</strong>te.<br />

—¿Algui<strong>en</strong> lanzó una plegaria sobre ti, Édorel?<br />

Ella trató de ord<strong>en</strong>ar las imág<strong>en</strong>es atropelladas que formaban los<br />

sucesos de la noche anterior.<br />

—Creo que no, lord Meldionor, pero no estoy segura.<br />

—Es importante que lo recordéis.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to... Creo que no. Sólo recuerdo el golpe, que caí y algui<strong>en</strong><br />

me agarró, y luego todo está borroso. Lo sigui<strong>en</strong>te que recuerdo con algo<br />

de claridad es que mi primo me estaba transportando.<br />

Meldionor asintió.<br />

—Descansad, Édorel, lo necesitáis. Lessa permanecerá a vuestro<br />

cuidado.<br />

Sin más palabras, Meldionor y Neraveith salieron de la estancia.<br />

Édorel se quedó sola <strong>en</strong> la habitación y de inmediato sintió la necesidad de<br />

ir al exterior. No le gustaban los muros de piedra. Trató de incorporarse y<br />

el int<strong>en</strong>to le produjo un fuerte mareo. Volvió a recostarse <strong>en</strong> la almohada y<br />

se resignó. A pesar de que hubiese preferido huir al bosque, el agotami<strong>en</strong>to<br />

que la ll<strong>en</strong>aba era señal de la necesidad de reparaciones que precisaba su<br />

187


cuerpo. Sintió frío <strong>en</strong> el costado de la cabeza y alzó la mano, despacio,<br />

hacia allí. Tanteó la zona con prud<strong>en</strong>cia, a sabi<strong>en</strong>das de que era donde<br />

había recibido el golpe. No había cabellos <strong>en</strong> ella. Siguió investigando y<br />

llegó a un trozo de piel arrugado y antinatural. Tardó un mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong><br />

distinguir las puntadas y un poco más <strong>en</strong> recordar una conversación <strong>en</strong> la<br />

que le m<strong>en</strong>cionaron la técnica de coser heridas graves. Retiró la mano y la<br />

dejó caer sobre la almohada. Debía de t<strong>en</strong>er un aspecto ridículo con una<br />

zona del cráneo rasurada y cosida como una vulgar alpargata. ¿Qué<br />

opinaría Ségfarem cuando la viese? ¿Le seguiría pareci<strong>en</strong>do bonita o la<br />

consideraría un <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro? Con un suspiro se arrebujó <strong>en</strong> las mantas,<br />

dipuesta a dormir de nuevo. Ségfarem aún no había regresado... De haber<br />

sido así habría ido a verla. La angustia am<strong>en</strong>azó con at<strong>en</strong>azarla de nuevo y<br />

no trató de resistirse al sueño.<br />

Una vez fuera de la estancia donde habían dado hospedaje a la<br />

semielfa, Meldionor y Neraveith intercambiaron una mirada de extrañeza.<br />

—¿Qué opinión te merece, Neraveith?<br />

—Tú eres mi experto curandero, Meldionor...<br />

—Pero tú conoces casi todos los secretos que poseo, y ti<strong>en</strong>es cierta<br />

intuición de la que carezco.<br />

La reina reflexionó por unos instantes.<br />

—Cuando llegó aquí, la herida sangraba, pero ya estaba coagulando y<br />

el hueso pres<strong>en</strong>taba una clarísima línea de cicatrización, como una herida<br />

antigua que se hubiese reparado. Además de lo difícil que resulta<br />

recuperarse de un golpe similar, para ello hac<strong>en</strong> falta días, y el "accid<strong>en</strong>te"<br />

sucedió ap<strong>en</strong>as una hora antes de que ella llegase al castillo.<br />

Meldionor asintió.<br />

—Entonces viste lo mismo que mis ojos viejos.<br />

—Algui<strong>en</strong> usó algún hechizo de curación sobre ella —concluyó<br />

Neraveith.<br />

Meldionor frunció el ceño.<br />

—¿Quién? ¿Y por qué no nos informó sobre ello? Sólo conozco a<br />

unos pocos clérigos de Basth el Justo capaces de lanzar una plegaria tan<br />

poderosa, y eso no parece un hechizo lanzado por un hada. El resto de<br />

poderes capaces de realizar ese tipo de obras fueron prohibidos. Puede que<br />

el bosque todavía los albergue.<br />

—¿Además de a las hadas?<br />

—Sí.<br />

188


Neraveith dejó escapar un suspiro.<br />

—En cuanto t<strong>en</strong>gamos un mom<strong>en</strong>to libre, debemos exigir a los<br />

testigos un relato fiel de los hechos. Lo último que necesitaríamos es a la<br />

sección exaltada de los seguidores de Basth el Justo pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do una<br />

marcha contra el bosque.<br />

32 — Los pantanos<br />

El sol de dos días y las estrellas de una noche acompañaron a<br />

Ségfarem de Dobre mi<strong>en</strong>tras el poderoso trote de Minjart lo llevaba hacia<br />

el sur, eludi<strong>en</strong>do los caminos principales. Su rostro era demasiado<br />

conocido <strong>en</strong> muchos lugares del reino y no deseaba perder tiempo con<br />

explicaciones o respondi<strong>en</strong>do a muestras de cortesía.<br />

El paisaje que se ext<strong>en</strong>día ante él era cada vez m<strong>en</strong>os ondulado. Hacia<br />

el sur se ext<strong>en</strong>día una ancha llanura, <strong>en</strong> contraste con las suaves colinas<br />

redondeadas que formaban el paisaje alrededor del castillo. Poco a poco, el<br />

lugar se había ido tornando m<strong>en</strong>os g<strong>en</strong>eroso. De donde prov<strong>en</strong>ía, los pastos<br />

rodeaban al castillo hasta que se <strong>en</strong>contraban con la línea del bosque.<br />

Ahora, <strong>en</strong> lugar de agradables pastos verdes, los arbustos dispersos cubrían<br />

el suelo y los escasos árboles t<strong>en</strong>ían un aire lúgubre. El pantano, que no<br />

había alcanzado aún, ya hacía s<strong>en</strong>tir su fétida pres<strong>en</strong>cia antes de tiempo.<br />

Al amanecer del tercer día, el cansancio com<strong>en</strong>zó a hacer mella <strong>en</strong> él y<br />

<strong>en</strong> Minjart y decidió det<strong>en</strong>erse a descansar. Le quitó la brida a su montura<br />

para permitirle pastar y se acomodó bajo un árbol a dormir y relajar los<br />

músculos. Pocos caballos hubies<strong>en</strong> podido mant<strong>en</strong>er aquel ritmo de viaje.<br />

Minjart era excepcional <strong>en</strong> muchas de sus cualidades.<br />

Reanudó la marcha unas horas más tarde. El sol había pasado su cénit<br />

y empezaba suavem<strong>en</strong>te su desc<strong>en</strong>so. Había dormido más tiempo del que<br />

esperaba. Un rato más tarde llegaron a la primera ext<strong>en</strong>sión de fría agua.<br />

La vadeó por la orilla que parecía más firme. Minjart empezó a avanzar<br />

más l<strong>en</strong>to al hundirse sus anchos cascos cada vez más <strong>en</strong> el inestable<br />

terr<strong>en</strong>o. Al poco tiempo, sus patas se clavaban <strong>en</strong> el lodo con un sonido<br />

gorgoteante. Varias veces dirigió un relincho de repulsa a su jinete, pero<br />

siguió avanzando, l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, hundi<strong>en</strong>do sus fuertes y nervudas<br />

extremidades hasta la rodilla <strong>en</strong> aquel terr<strong>en</strong>o inestable. El lugar era<br />

sil<strong>en</strong>cioso, pero, de vez <strong>en</strong> cuando, algún pájaro alzaba el vuelo <strong>en</strong>tre los<br />

juncos y se alejaba con escandalosos aleteos. El pantano t<strong>en</strong>ía algunas<br />

grandes lagunas donde, <strong>en</strong> verano, las aves acuáticas retozaban<br />

189


alegrem<strong>en</strong>te, pero <strong>en</strong> su mayoría se trataba de un c<strong>en</strong>agal turbio y que, <strong>en</strong><br />

esa época del año, estaba desierto. Minjart avanzaba metódicam<strong>en</strong>te, con<br />

l<strong>en</strong>titud y dilig<strong>en</strong>cia, mi<strong>en</strong>tras Ségfarem, desde la privilegiada perspectiva<br />

que le daba su montura, mant<strong>en</strong>ía los ojos alerta ante lo que buscaba.<br />

El sol fue desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do y los escasos colores desaparecieron<br />

totalm<strong>en</strong>te de la perspectiva del pantano. El cambio que sufrió de rep<strong>en</strong>te,<br />

ante sus s<strong>en</strong>tidos, el terr<strong>en</strong>o que pisaba al recorrerlo los moribundos rayos<br />

de sol, lo pilló totalm<strong>en</strong>te desprev<strong>en</strong>ido. De súbito, miles de sonidos se<br />

elevaron de <strong>en</strong>tre las cañas, gritos de aves nocturnas y otras alimañas. El<br />

pantano parecía haber cobrado vida, de pronto. Una furtiva y gorgoteante<br />

vida... Recorrió el paisaje con la mirada sin lograr atisbar ningún<br />

movimi<strong>en</strong>to.<br />

—Criaturas de la p<strong>en</strong>umbra —p<strong>en</strong>só.<br />

Con un gesto, le indicó a Minjart que volviese a caminar. El fiel corcel<br />

lo obedeció, pero giraba inquieto las orejas <strong>en</strong> todas direcciones. Un rato<br />

más tarde el lodo era tan poco firme que Ségfarem se vio obligado a<br />

desc<strong>en</strong>der de su cabalgadura y caminar delante, tanteando el fondo<br />

inestable <strong>en</strong> el que posaba los pies. Algunos gorgoteos y extraños silbidos<br />

ll<strong>en</strong>aban el aire <strong>en</strong> ocasiones, para después recaer sobre él un sil<strong>en</strong>cio tan<br />

pesado y oclusivo como la losa de una tumba. Fue tratando de vadear un<br />

charco especialm<strong>en</strong>te profundo y pestil<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> el que el agua le llegaba<br />

hasta los muslos, cuando sintió que debía det<strong>en</strong>erse. Nada se oía, ningún<br />

sonido ll<strong>en</strong>aba el aire, ningún rumor agitaba el agua, pero sabía que<br />

aquello no era correcto <strong>en</strong> un lugar tan ll<strong>en</strong>o de vida. Ségfarem extrajo su<br />

espada con los s<strong>en</strong>tidos alerta e indicó al caballo que retrocediese un paso.<br />

A su derecha, algo <strong>en</strong>orme saltó fuera del agua. Un chapoteo de piel<br />

negra y un largo cuerpo se lanzaron sobre Minjart. Ségfarem lanzó una<br />

segada a la criatura <strong>en</strong> mitad de su salto. Cuando la espada terminó de<br />

trazar el arco, el cuerpo de la bestia ya caía sobre el agua con un chapoteo<br />

desagradable. Ségfarem la observó, decapitada, <strong>en</strong> sus últimos estertores.<br />

Se trataba de una serpi<strong>en</strong>te de los pantanos. Sus escamas t<strong>en</strong>ían un tono<br />

negro, lustroso, a excepción de las dos líneas irregulares de tono ocre que<br />

se dibujaban <strong>en</strong> la parte superior del cuerpo. Una hilera de espinas<br />

retráctiles recorría su espina dorsal. La cabeza cerc<strong>en</strong>ada del reptil flotaba<br />

a unos pasos, t<strong>en</strong>ía el mismo tamaño que la de un oso. Su hocico era<br />

ahusado, afilado, y guardaba cierta similitud con el pico de un ave de<br />

presa. Pequeñas protuberancias óseas sobresalían <strong>en</strong>cima del arco de los<br />

ojos. Las mandíbulas abiertas dejaban ver las hileras de colmillos y la larga<br />

190


l<strong>en</strong>gua que, curiosam<strong>en</strong>te, no era bífida como <strong>en</strong> el resto de serpi<strong>en</strong>tes.<br />

Esas criaturas eran famosas por el trem<strong>en</strong>do tamaño que podían alcanzar y<br />

eran uno de los motivos por los que las g<strong>en</strong>tes no se atrevían a explotar<br />

esas tierras. Solían matar a sus presas desgarrándolas con los colmillos<br />

hasta desangrarlas.<br />

Su caballo y compañero de fatigas resopló tras él. Ségfarem, al<br />

volverse para comprobar porqué llamaba su at<strong>en</strong>ción, percibió unos<br />

grandes cortes <strong>en</strong> el cuello. Su gris pelaje estaba manchado por la sangre<br />

que goteaba hacia el agua. El caballero analizó las heridas de su montura.<br />

No eran graves, pero sí a t<strong>en</strong>er <strong>en</strong> consideración, y ahora no podía<br />

at<strong>en</strong>derlas. Mejor era moverse antes de que el olor a sangre <strong>en</strong> el agua<br />

atrajese a otra de esas bestias.<br />

La niebla se cerró sobre él mi<strong>en</strong>tras ayudaba a su fiel montura a salir<br />

de un lodazal tan espeso que parecía absorber sus patas hacia abajo.<br />

Probablem<strong>en</strong>te, los sonidos que oía eran <strong>en</strong> realidad las risas burlonas de<br />

todas la criaturas que los observaban avanzar torpem<strong>en</strong>te por aquel lugar.<br />

La niebla había surgido como si hubiese sido convocada por algui<strong>en</strong> y<br />

Ségfarem trataba <strong>en</strong> vano de atravesar con la mirada la turbia cortina,<br />

int<strong>en</strong>tando <strong>en</strong>contrar algún indicio <strong>en</strong> el terr<strong>en</strong>o, algo que le indicase que<br />

estaba sobre el bu<strong>en</strong> camino.<br />

Y de pronto lo vio: la irregularidad <strong>en</strong> el llano paisaje que había<br />

tomado por un grupo de árboles extraños o una colina de retorcidas formas<br />

no era tal. Poseía varios ángulos rectos y líneas paralelas. Se trataba, <strong>en</strong><br />

realidad, una masa de rocas cubierta de légamos y vegetales, rocas que<br />

habían sido talladas hacía mucho tiempo. Atravesando la neblina, fue<br />

aproximándose a los restos de aquella construcción.<br />

Las rocas erosionadas ap<strong>en</strong>as guardaban parecido alguno con un<br />

edificio. A pesar de lo inhóspito del paisaje pudo compr<strong>en</strong>der que no toda<br />

la destrucción que contemplaba era obra del tiempo y el clima. Al pasar<br />

junto a una <strong>en</strong>orme roca, casi tan grande como Minjart, despr<strong>en</strong>dida de lo<br />

que debía haber sido la pared principal, se percató de la <strong>en</strong>orme fuerza que<br />

había movido aquella masa. Llevado por el recuerdo de la disposición de<br />

un templo básico a Basth el Justo <strong>en</strong>caminó a su montura hacia donde<br />

debían estar las columnas. Dos grandes tocones cubiertos de musgo le<br />

indicaron que ahí estaba antaño la <strong>en</strong>trada al templo. Minjart lanzó un<br />

suave relincho de sorpresa al pisar de pronto terr<strong>en</strong>o firme.<br />

Los pies de Ségfarem se deleitaron <strong>en</strong> el tacto de los cimi<strong>en</strong>tos que<br />

aún se mant<strong>en</strong>ían intactos bajo el agua. Observó con devoción la<br />

191


<strong>en</strong>vergadura de las bases que habían sost<strong>en</strong>ido las columnas principales.<br />

Debía haber poseído una altura considerable. ¿Qué podía haber causado la<br />

destrucción de aquello? ¿Qué extraña fuerza la había provocado? ¿Y qui<strong>en</strong><br />

iba a construir algo así <strong>en</strong> un pantano como aquel? Pero era un templo a<br />

Basth el Justo... Ségfarem dobló la rodilla sin importarle el mojarse al<br />

dirigir su rever<strong>en</strong>cia a su dios. Permaneció <strong>en</strong> aquella postura varios<br />

minutos mi<strong>en</strong>tras elevaba una sil<strong>en</strong>ciosa y personal plegaria. Se puso <strong>en</strong><br />

pie de nuevo y se ad<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> lo que debía ser el interior del templo. Podían<br />

discernirse lo que habían sido las paredes del mismo, la sala c<strong>en</strong>tral, las<br />

alas laterales... Todo estaba cubierto por la maleza y la humedad había<br />

formado légamo <strong>en</strong> la escasa superficie que no la cubría. Ségfarem alzó los<br />

ojos buscando algo que le indicase donde debía buscar su fuerza, dónde<br />

<strong>en</strong>contrar una señal que lo guiase... y no la halló. Sólo los sonidos<br />

nocturnos del pantano le respondieron.<br />

El regreso hacia el castillo fue más l<strong>en</strong>to. Ambos, jinete y montura,<br />

estaban cansados, hambri<strong>en</strong>tos y ateridos por la humedad que habían<br />

soportado tantas horas. En el camino que recorrían ap<strong>en</strong>as se veían g<strong>en</strong>tes<br />

y Ségfarem se sorpr<strong>en</strong>dió de percibir a lo lejos, <strong>en</strong> mitad del mismo, a un<br />

hombre que caminaba <strong>en</strong> el mismo s<strong>en</strong>tido que él. Parecía anciano,<br />

avanzaba ayudado por un cayado y sus ropas parecían raídas. Ségfarem le<br />

indicó a su caballo que apretase el paso para alcanzarlo. Era posible que<br />

aquel anciano estuviese allí por algún percance aj<strong>en</strong>o a su voluntad.<br />

Mantuvo fascinado la mirada sobre el viejo mi<strong>en</strong>tras trataba de discernir<br />

algo más de él, pero la distancia que los separaba parecía no acortarse<br />

nunca. Ségfarem detuvo a Minjart con un leve gesto, extrañado. Era<br />

posible que no fuese más que una <strong>en</strong>soñación de las criaturas malévolas<br />

que poblaban el pantano. ¿Acaso el hambre le hacía ver visiones? El<br />

anciano seguía allí, caminando ante él y alejándose paulatinam<strong>en</strong>te<br />

mi<strong>en</strong>tras pasaba bajo la sombra de los únicos árboles que se veían <strong>en</strong> la<br />

región. En ese mom<strong>en</strong>to, varias figuras más aparecieron <strong>en</strong> el camino,<br />

interceptando su paso. ¿Otra visión? Inconsci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, había puesto al<br />

trote a Minjart hacia allí, pero, al ver cómo uno de los recién llegados le<br />

dirigía un golpe al anciano, se lanzó al galope hacia ellos. Los que estaban<br />

más próximos a él lo oyeron llegar y se volvieron sorpr<strong>en</strong>didos. Minjart<br />

fr<strong>en</strong>ó al llegar a su altura y Ségfarem los miró con gesto adusto.<br />

—No es de bu<strong>en</strong>as g<strong>en</strong>tes golpear a un anciano indef<strong>en</strong>so.<br />

Uno de los asaltadores adoptó una expresión de duda, pero los otros<br />

192


tres le dirigieron una sonrisa socarrona. Ségfarem, sin dejarse amilanar,<br />

desc<strong>en</strong>dió al suelo y se acercó a ellos con la mano apoyada <strong>en</strong> la<br />

empuñadura de la espada.<br />

—¡Marchaos de aquí!<br />

El que parecía llevar la voz cantante le sonrió sarcástico.<br />

—¿Qué interés ti<strong>en</strong>es? ¿Acaso este viejo es amigo tuyo?<br />

Ségfarem vio cómo el que parecía de más edad se movía<br />

discretam<strong>en</strong>te hasta situarse detrás de él. Ambos atacaron al mismo<br />

tiempo. Los dos sabían que extraer una espada de su vaina era algo más<br />

l<strong>en</strong>to que <strong>en</strong>arbolar un cuchillo. Hasta ese mom<strong>en</strong>to, la teoría les había<br />

dado resultado. La espada de Ségfarem, más que ser extraída de su vaina,<br />

pareció saltar de pronto a su mano mi<strong>en</strong>tras él giraba rápidam<strong>en</strong>te. Un<br />

sonido metálico y un brillo <strong>en</strong> el aire se dejaron s<strong>en</strong>tir cuando el cuchillo<br />

del opon<strong>en</strong>te que se acercaba por su espalda salió despedido por el impacto<br />

de la espada. El primero de los asaltantes se había lanzado también al<br />

ataque de Ségfarem tratando de clavarle su arma <strong>en</strong> el cuello. P<strong>en</strong>saba que<br />

por haber desviado la espada hacia atrás para repeler el ataque de su<br />

compañero iba a ser fácil, una vez mas se equivocó. Rápido como una<br />

serpi<strong>en</strong>te, Ségfarem aferró su muñeca <strong>en</strong> el aire con una garra de hierro<br />

cuando el cuchillo estaba a escasos c<strong>en</strong>tímetros de su cuello. Le retorció<br />

con viol<strong>en</strong>cia la extremidad tras la espalda hasta que soltó el arma y se<br />

dobló hacia delante con un gemido de dolor.<br />

Ségfarem miró a los otros dos asaltantes que aún dudaban sobre la<br />

actuación que debían adoptar, clavando <strong>en</strong> ellos una fría mirada.<br />

—¡He dicho que os marchéis!<br />

Demasiado sorpr<strong>en</strong>didos como para ocurrírseles nada mejor que<br />

hacer, obedecieron. Se ad<strong>en</strong>traron de nuevo <strong>en</strong>tre los árboles, lanzando<br />

nerviosas miradas tras ellos. Cuando hubieron desaparecido de su vista,<br />

Ségfarem soltó al que aún ret<strong>en</strong>ía, ya de rodillas <strong>en</strong> el suelo por efecto del<br />

dolor.<br />

—¡Márchate! Si vuelvo a ver a cualquiera de vosotros cometi<strong>en</strong>do<br />

cualquier acto indigno me <strong>en</strong>cargaré de que recibáis vuestro justo castigo.<br />

El hombre no se atrevió ni a dirigirle una mirada mi<strong>en</strong>tras seguía los<br />

pasos de sus compañeros. Ségfarem dejó escapar un iracundo suspiro y<br />

<strong>en</strong>vainó la espada de nuevo. Entonces dedicó su at<strong>en</strong>ción al anciano.<br />

—¿Os han hecho algún daño esos truhanes?<br />

El hombre lo observaba con una beata sonrisa <strong>en</strong> el rostro. Sus ropajes<br />

parecían bastante antiguos y usados, pero no raídos. Parecía un hombre<br />

193


vigoroso para su edad, no t<strong>en</strong>ía la curvatura típica que da a la espalda el<br />

peso de los años ni exhibía marcas <strong>en</strong> su rostro de <strong>en</strong>fermedad o debilidad.<br />

Estaba bi<strong>en</strong> afeitado y parecía conservar una higi<strong>en</strong>e personal at<strong>en</strong>ta.<br />

Portaba un ligero macuto. Sus arrugados ojos lanzaron una mirada ll<strong>en</strong>a de<br />

luz a Ségfarem y su voz ronca sonó con firmeza cuando le habló.<br />

—Mi señor Basth, sabía que regresaríais.<br />

Ségfarem sintió cómo el corazón se le <strong>en</strong>cogía ante las palabras del<br />

hombre. Él también debía haber acudido a la zona <strong>en</strong> busca de una luz que<br />

no hallaba, probablem<strong>en</strong>te la falta de esperanza le había nublado la razón.<br />

—Creo que estáis <strong>en</strong> un error, bu<strong>en</strong> hombre.<br />

—Oh, sí, siempre lo he sabido. Jamás debí dejar el camino que me<br />

marcasteis, mi señor. El camino de Basth es recto. ¡Habéis vuelto a buscar<br />

vuestra armadura! Al fin.<br />

—¿Mi armadura?<br />

Por un mom<strong>en</strong>to, el anciano pareció desconcertado, pero casi al<br />

instante volvió a sonreír.<br />

—Ah... Ya lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do. Mi señor Basth, me estáis poni<strong>en</strong>do a prueba.<br />

Pero sois vos, puedo reconoceros a pesar de portar este rostro. Escondisteis<br />

muy bi<strong>en</strong> vuestra armadura. Bi<strong>en</strong> lo sé yo, pero recuerdo dónde está.<br />

Recuerdo bi<strong>en</strong> lo que debía recordaros cuando nos <strong>en</strong>contrásemos de<br />

nuevo.<br />

—¿Recordarme? Bu<strong>en</strong> hombre, creo que estáis confundido. ¿Qué es<br />

lo que debíais recordarme?<br />

El anciano señaló hacia el norte, sonri<strong>en</strong>do.<br />

—El lugar <strong>en</strong> el que escondisteis vuestra armadura sagrada, mi señor.<br />

La escondisteis <strong>en</strong> el monte Anskard, ahí fue, aún lo recuerdo. Como veis,<br />

no he olvidado nada, mi señor. Yo debía recordároslo cuando nos<br />

<strong>en</strong>contrásemos de nuevo, así me lo pedisteis.<br />

Ségfarem miró hacia donde le señalaba el anciano, pero ante él sólo se<br />

ext<strong>en</strong>día el llano ll<strong>en</strong>o de neblina. De seguro aquel pobre hombre había<br />

perdido el juicio.<br />

—Deberéis excusarme, pero desde aquí no percibo ninguna montaña,<br />

señor.<br />

Aún oyó una vez la más la voz del anciano a su lado.<br />

—¿Acaso no la veis, mi señor? "Donde soplan los vi<strong>en</strong>tos de guerra,<br />

ahí <strong>en</strong>contraré mi armadura", fueron vuestras palabras, y las que yo debía<br />

repetir para vos.<br />

Cuando Ségfarem volvió la vista de nuevo hacia él, había<br />

194


desaparecido. Observó desconcertado los alrededores <strong>en</strong> busca que algún<br />

rastro del anciano o sus asaltantes, pero sólo respondió a su<br />

escudriñami<strong>en</strong>to la visión de un ratón de campo que se escurrió<br />

rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre unas hierbas.<br />

33 — Cu<strong>en</strong>tos y dragones<br />

La reina había ord<strong>en</strong>ado que un día de cada siete fuese libre de<br />

obligaciones para toda persona que trabajase <strong>en</strong> el castillo. Según ella,<br />

algui<strong>en</strong> agotado ti<strong>en</strong>de a cometer errores, y ella quería efici<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el<br />

personal a su servicio. Fue una decisión muy bi<strong>en</strong> acogida por todos y los<br />

sirvi<strong>en</strong>tes establecieron ellos mismos los turnos. En otros tiempos, Anisse<br />

hubiese disfrutado de aquel día <strong>en</strong> deleitoso abandono de toda tarea, pero<br />

ya no podía permitírselo.<br />

Primero había ayudado a Martha con la carne que debía ser salada. A<br />

media tarde, cuando la cocinera vio sus marcadas ojeras, le ord<strong>en</strong>ó que se<br />

marchase a descansar. Por suerte, al salir, Anisse había visto que, d<strong>en</strong>tro de<br />

poco, la leñera debería ser repuesta de su cont<strong>en</strong>ido. Tomó el hacha y se<br />

dirigió a la zona del huerto a reducir al tamaño adecuado los grandes<br />

troncos que se amontonaban <strong>en</strong> una de sus esquinas. Los hombres de<br />

armas. sobre las murallas. le dirigieron varias expresiones de ánimo y<br />

admirativas cuando ella se arremangó la tela sobre la piel pálida de sus<br />

brazos. Cuando llevó la primera carga de troncos, no pudo eludir la<br />

vigilancia de Martha que, con grandes aspavi<strong>en</strong>tos, la obligó a dejar su<br />

autoimpuesta tarea y retirarse hacia algún sitio indeterminado <strong>en</strong> que<br />

dedicarse a alguna actividad ociosa.<br />

Entonces Anisse se había dirigido a la habitación que compartía con<br />

las otras mujeres no emparejadas del castillo y había tomado su zurrón de<br />

debajo del lecho. Necesitaba descansar, pero, de mom<strong>en</strong>to, no podía<br />

permitírselo. Hacía varias noches que las llamadas se repetían <strong>en</strong> sueños<br />

para ella y que, por los límites de su visión, se movían sombras que no<br />

deseaba <strong>en</strong>focar. La noche que pasó con Neraveith <strong>en</strong> el bosque, y lo que<br />

había percibido allí, habían abierto alguna conexión con la parte invisible<br />

del mundo que la rodeaba. Desde hacía días, su m<strong>en</strong>te vagaba presa <strong>en</strong><br />

aquella parte invisible del mundo, tratando de <strong>en</strong>focarla, y Anisse se<br />

negaba a dejarse apresar <strong>en</strong> ello de nuevo. Estaba asustada, pero sabía que,<br />

si lograba agotarse lo sufici<strong>en</strong>te como para caer <strong>en</strong> el sueño profundo sin<br />

pasar por el duermevela, lograría esquivar la zona pantanosa que eran las<br />

195


llamadas oníricas. Pero aquél había sido su día libre...<br />

El sol rozaba ya el horizonte cuando Anisse se puso la capa nueva que<br />

le había regalado Neraveith y se colgó el zurrón al hombro. Quizás<br />

procurarse un poco de diversión <strong>en</strong> la ciudad la distraería de las sombras<br />

que trataban de llamar su at<strong>en</strong>ción desde la periferia de su visión.<br />

La jov<strong>en</strong> atravesó la barbacana alumbrada por los rayos del ocaso y<br />

devolvió, con un l<strong>en</strong>guaje propio de un estibador de puerto, las finezas que<br />

le dirigieron los hombres de armas, lo cual le valió varias expresiones<br />

admirativas sobre su fiereza.<br />

Había varias posadas <strong>en</strong> la ciudad. El amplio tráfico de mercaderes<br />

aseguraba su subsist<strong>en</strong>cia y la de las familias que las reg<strong>en</strong>taban. La<br />

mayoría habían crecido <strong>en</strong> las principales rutas de paso. La que solía estar<br />

más concurrida era la del Barril, así llamada por el barrilete que colgaba<br />

sobre su puerta. Se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> el límite sur de la ciudad. Desde ahí, era<br />

fácil acceder al camino que trepaba la colina hacia el castillo, tomar la<br />

carretera sur, empr<strong>en</strong>der la ruta hacia las tierras del oeste y sus ciudades de<br />

comerciantes o bi<strong>en</strong> caminar hacia la lejana arboleda del bosque. Era un<br />

bu<strong>en</strong> lugar donde <strong>en</strong>contrar <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to una m<strong>en</strong>te trasnochadora. Una<br />

excusa perfecta para atrasar el mom<strong>en</strong>to de arriesgarse a soñar de nuevo...<br />

Anisse llegó a su destino cuando las calles ya estaban <strong>en</strong>vueltas <strong>en</strong> las<br />

tinieblas de la noche. La posada estaba ll<strong>en</strong>a. Había un contador de<br />

historias esa noche y los parroquianos, más tranquilos de lo habitual,<br />

escuchaban la voz del hombre.<br />

Anisse se acomodó como bi<strong>en</strong> pudo <strong>en</strong> el dintel de una de las<br />

v<strong>en</strong>tanas, estrechada a ambos lados por otros asist<strong>en</strong>tes. La historia que se<br />

relataba <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to era de tinte cómico, sobre un pobre polluelo que<br />

huía de la muerte. El narrador jugaba con los dobles s<strong>en</strong>tidos reflejando <strong>en</strong><br />

sus personajes las torpezas de los altivos y los trucos que los<br />

insignificantes usan para sobrevivir. Sus oy<strong>en</strong>tes reían las ocurr<strong>en</strong>cias y,<br />

rápidam<strong>en</strong>te, hacían el sil<strong>en</strong>cio esperando la sigui<strong>en</strong>te.<br />

Un gruñido, grave y poderoso, ll<strong>en</strong>ó la posada. Anisse se volvió<br />

sobresaltada. La mujer a su lado, le dirigió una mirada molesta cuando se<br />

movió y, al ver que nadie más reaccionaba al sonido, Anisse <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió que,<br />

como otras veces, sólo lo había oído ella. Se acomodó de nuevo <strong>en</strong> el<br />

alfeizar y trató de ser<strong>en</strong>arse, ignorando cabezotam<strong>en</strong>te la llamada. Sin<br />

poder evitarlo, sus ojos de vid<strong>en</strong>te se abrieron y, a la imag<strong>en</strong> de la posada,<br />

se superpuso la de unos ojos de pupila vertical. Era como ver, al mismo<br />

196


tiempo, el fondo de un estanque y el reflejo del paisaje que lo rodeaba <strong>en</strong><br />

su superficie. Anisse supo que aquellos ojos la estaban buscando. A pesar<br />

de que no podía tratarse más que de una locura, se obligó a c<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> lo<br />

que estaba vivi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to para alejarse de la visión. La piedra<br />

fría sobre la que se apoyaba se le estaba clavando... La voz del narrador<br />

t<strong>en</strong>ía un tono divertido... No debía permitir que las hebras de la magia<br />

volvies<strong>en</strong> a pr<strong>en</strong>derse <strong>en</strong> ella o serían el camino que usarían para<br />

<strong>en</strong>contrarla.<br />

—Y lo más importante: cuando estés hasta arriba de mierda, no se te<br />

ocurra decir ni pio.<br />

La última frase levantó una carcajada comunal <strong>en</strong> la posada y una<br />

salva de aplausos <strong>en</strong>tusiastas. El sonido devolvió a Anisse a tierra y la<br />

visión se esfumó definitivam<strong>en</strong>te.<br />

Me he perdido el final, mierda...<br />

La jov<strong>en</strong> se unió a los aplausos, esta vez si<strong>en</strong>do totalm<strong>en</strong>te dueña de<br />

sus s<strong>en</strong>tidos. Dragones... De nuevo los malditos dragones... ¿Por qué<br />

soñaba tanto con criaturas que no existían? ¿Por qué lo hacía despierta?<br />

Ser devorada por una de aquellas míticas bestias le parecería un precio<br />

barato a pagar por comprobar que sus sueños eran inspirados por algo más<br />

que la simple locura.<br />

La ovación se fue apagando. Los asist<strong>en</strong>tes retomaron posiciones <strong>en</strong><br />

las mesas y volvieron a sus propias conversaciones. Anisse observó a su<br />

alrededor, buscando una silla o un espacio libre, pero no lo halló. Por<br />

suerte, algui<strong>en</strong> le hizo señales desde una mesa.<br />

—Anisse, cariño, ¡v<strong>en</strong> aquí!<br />

El que así la llamaba era Khardeg, uno de los guardias del castillo.<br />

Parecía que t<strong>en</strong>ía la noche libre también. Anisse se <strong>en</strong>caminó hacia allí y<br />

aceptó el sitio que le ofrecía a su lado <strong>en</strong> el banco.<br />

—Hola, Khardeg, gracias por hacerme sitio.<br />

—A cambio de las veces que me has dado algo más de comida de la<br />

que me correspondía.<br />

Anisse le sonrió y notó cómo pasaba la mano por su cintura y la<br />

acercaba a él. Probablem<strong>en</strong>te esa noche buscase algo de diversión. No era<br />

mala persona, pero sabía que hablaba demasiado. De mom<strong>en</strong>to, y <strong>en</strong> un<br />

lugar tan pequeño como el castillo, no le conv<strong>en</strong>ía t<strong>en</strong>er una av<strong>en</strong>tura con<br />

él, podía darle una fama inmerecida. En su misma mesa se s<strong>en</strong>taba un<br />

hombre al que no conocía. Khardeg se percató de que Anisse lo miraba,<br />

esperando la pres<strong>en</strong>tación.<br />

197


—Primo, te pres<strong>en</strong>to a Anisse, la mejor cocinera del castillo y la chica<br />

más guapa que he visto <strong>en</strong> mucho tiempo. Anisse, él es mi primo, Erkidem<br />

“El Vali<strong>en</strong>te”, recién llegado desde las peligrosas montañas.<br />

Los reunidos carcajearon el apodo que Khardeg había dado a su<br />

primo. El hombre los miró, hosco. Anisse, ignorando las risas, lo saludó.<br />

—Hola, Erkidem.<br />

El recién pres<strong>en</strong>tado le dirigió una mirada y un saludo ceñudo. No iba<br />

dirigido a ella, sino a los vociferadores compañeros de mesa que coreaban<br />

el nombre de “El Vali<strong>en</strong>te” <strong>en</strong>tre risas.<br />

—¿Por qué te llaman “el vali<strong>en</strong>te”?<br />

Khardeg contestó por él.<br />

—Porque se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó a dos dragones y vivió para contarlo, ¿verdad?<br />

El com<strong>en</strong>tario fue seguido de risas. Pero Anisse no las escuchó.<br />

Dirigió su mirada hacia Erkidem.<br />

—¿Cómo?<br />

El hombre miró torvam<strong>en</strong>te a Anisse al oírla preguntarle.<br />

—He visto dragones.<br />

—¿Y estabas despierto?<br />

Hubo más carcajadas <strong>en</strong> la mesa ante el com<strong>en</strong>tario de la jov<strong>en</strong>, ella<br />

no lo había pret<strong>en</strong>dido, pero aquello había sido un insulto muy bi<strong>en</strong><br />

camuflado. El hombre bebió de su jarra para ocultar su crispación.<br />

Khardeg se coló <strong>en</strong> mitad de la conversación.<br />

—Por eso salió corri<strong>en</strong>do de las montañas, por el sueño de un<br />

borracho.<br />

Anisse supo que debía devolverle la dignidad a Erkhidem si deseaba<br />

que hablase al respecto.<br />

—Yo también me habría marchado si llego a ver algo así, Khardeg.<br />

La risa de él se atajó de rep<strong>en</strong>te. La perspectiva de lograr un trato<br />

favorable se estaba esfumando al ver que la jov<strong>en</strong> no aplaudía sus<br />

bravuconadas.<br />

—Pudo ver cualquier otra cosa... Un pájaro...<br />

—Lo pres<strong>en</strong>cié claram<strong>en</strong>te, Khardeg: dos dragones <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> el<br />

aire, a mucha altura. Uno rojizo y otro de un color azul. Uno de ellos<br />

escupía fuego, como qui<strong>en</strong> respira. Ningún pájaro que yo conozca escupe<br />

fuego.<br />

Anisse abrió los ojos desmesuradam<strong>en</strong>te y sintió que su corazón latía,<br />

alocado.<br />

—¿Dónde los viste? —pidió Anisse.<br />

198


—En las montañas, cerca del paso de las águilas.<br />

Anisse sintió que le temblaban las manos por la excitación. Aquel<br />

hombre estaba dici<strong>en</strong>do la verdad, no le m<strong>en</strong>tía, o al m<strong>en</strong>os le decía lo que<br />

él creía que era la verdad. Podía verlo <strong>en</strong> sus ojos.<br />

—Dime, ¿qué aspecto t<strong>en</strong>ían exactam<strong>en</strong>te?<br />

—Los vi desde bastante lejos.<br />

Parecía reacio a hablar. Seguram<strong>en</strong>te, esperaba burla de la chica que<br />

t<strong>en</strong>ía delante <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to. Anisse lo percibió, la vergü<strong>en</strong>za y la<br />

duda <strong>en</strong> el semblante hosco del hombre. Rebuscó rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su zurrón<br />

y extrajo unas ilustraciones sobre pergamino. Eran dragones, dibujados<br />

torpem<strong>en</strong>te por g<strong>en</strong>tes que le habían admitido haber visto uno.<br />

—¿Son así, más o m<strong>en</strong>os?<br />

Aquello pareció borrar la desconfianza del hombre. Miró fijam<strong>en</strong>te las<br />

ilustraciones y seleccionó una.<br />

—Ésta se parece bastante, pero su cuello es más largo. En el aire<br />

parec<strong>en</strong> flechas, rápidos y certeros.<br />

—¡Por los dioses misericordiosos!<br />

—Parecían pelear, pero vi que no era más que un juego. Me había<br />

levantado por la noche para ir a la letrina, había una torm<strong>en</strong>ta a lo lejos.<br />

Creí que era natural, pero cuando me fijé <strong>en</strong> ella, pero <strong>en</strong>tonces vi el pajaro<br />

que volaba a través de los relámpagos. Los relámpagos caían alrededor de<br />

él... Llamaba a la torm<strong>en</strong>ta. No hay pájaros tan grandes, no los hay. T<strong>en</strong>ía<br />

cola de lagartija y t<strong>en</strong>ía cuatro patas. Entonces vi al otro, cuando escupió<br />

fuego ya no me quedó duda. Al día sigui<strong>en</strong>te decidí dejar la mina y bajar<br />

hacia el pueblo. Nadie más había visto nada... Era como si los dioses me<br />

hubies<strong>en</strong> mandado una señal solo a mí.<br />

Anisse ahogó un jadeo ansioso y extrajo sus papiros de notas y un<br />

carboncillo.<br />

—Por favor, ¿podrías dibujarme un dragón?<br />

El hombre pareció sorpr<strong>en</strong>dido por la petición de Anisse, pero tomó el<br />

carboncillo con bastante torpeza y formó unas líneas sobre él.<br />

—En vuelo ti<strong>en</strong><strong>en</strong> este aspecto...<br />

Una flecha, delgada, con una poderosas alas más largas que el cuerpo,<br />

estilizadas y afiladas... Era la silueta de un halcón hecha agresividad.<br />

Anisse observó el dibujo con at<strong>en</strong>ción. Se parecían a los dragones que<br />

otros habían dibujando para ella, llevados de la imaginación, pero éstos<br />

eran más afilados.<br />

Son tus dragones, Anisse, los de tu sueño.<br />

199


¡Ya sabía hacia dónde debía partir! El p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to la sorpr<strong>en</strong>dió y se<br />

obligó a volver al suelo de la taberna. Su vida estaba allí, sirvi<strong>en</strong>do a una<br />

reina, con un techo que la protegía, no <strong>en</strong> las montañas.<br />

Necesitaré ropa de abrigo si he de recorrer las montañas.<br />

—¿Podrías decirme, por favor, dónde viste eso exactam<strong>en</strong>te?<br />

Khardeg se volvió hacia ella.<br />

—Vamos, Anisse, ¡no me dirás que vas a creer al cabeza de chorlito<br />

de mi primo!<br />

—Pues sí, y puede que incluso vaya a ver a esos dragones...<br />

Erkidem se volvió hacia ella alarmado.<br />

—No sabes lo que dices. Son unas bestias terribles. Yo me marché de<br />

allí al ver aquello. Los hay que nunca van a abandonar sus casas y sus<br />

minas de plata. Pero, de la misma manera que sé cuando hay un bu<strong>en</strong> filón,<br />

sé cuando hay un bu<strong>en</strong> peligro. Las minas de plata de las montañas han<br />

dejado de ser una inversión de futuro. Los dragones están surgi<strong>en</strong>do de las<br />

<strong>en</strong>trañas del monte y me da igual que me llam<strong>en</strong> loco o borracho.<br />

Anisse tomó el dibujo que le había hecho y lo observó con<br />

det<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to. Los <strong>en</strong>contraría. Esta vez, sería ella la que acudiría hasta<br />

ellos, <strong>en</strong> terr<strong>en</strong>o mundano, <strong>en</strong> su propio terr<strong>en</strong>o, no sobre la fluctuante<br />

realidad de un sueño. Notó que sus ojos de vid<strong>en</strong>te querían buscar la<br />

imag<strong>en</strong> que había inspirado aquellas líneas y se apresuró a levantarlos<br />

hacia el improvisado dibujante.<br />

—Gracias, Erkidem.<br />

—No se merec<strong>en</strong> —él asintió y volvió a su bebida.<br />

—En fin, primo... ¿Ahora qué piesas hacer? —preguntó Khardeg con<br />

un tono mucho más respetuoso del usado hasta el mom<strong>en</strong>to.<br />

—Iré hasta Oggnath. Allí están nuestros tíos. Puede que necesit<strong>en</strong><br />

manos <strong>en</strong> su taller...<br />

La m<strong>en</strong>te de Anisse se despr<strong>en</strong>dió de la conversación. Algo, detrás de<br />

Erkhidem, había llamado su at<strong>en</strong>ción. El contador de historias caminaba<br />

por la sala. Había dejado su papel y ahora era un huésped más. Se dirigía<br />

hacia una mesa <strong>en</strong> la que s<strong>en</strong>taba un hombre de espaldas a ella. Sólo podía<br />

ver su espalda y su cabeza. Era mor<strong>en</strong>o, vestía con elegancia y su<br />

nombre...<br />

Su nombre fue decidido mucho antes de que él naciera...<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, la taberna pareció desaparecer alrededor de Anisse y<br />

<strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te resonó un gruñido.<br />

"Anisse..."<br />

200


Ella dio un respingo. Se obligó a desviar la vista de lo que fuese que<br />

había apresado su conci<strong>en</strong>ca y a volver a la realidad física. Irritada consigo<br />

misma, recogió el dibujo y lo guardó cuidadosam<strong>en</strong>te.<br />

34—Una charla <strong>en</strong> la posada<br />

Aquél había sido día de mercado y los comerciantes que regresaban a<br />

sus hogares con los bolsillos algo más ll<strong>en</strong>os celebraban su bu<strong>en</strong>a suerte.<br />

Los que no habían sido tan hábiles, simplem<strong>en</strong>te, int<strong>en</strong>taban ahogar su<br />

infortunio <strong>en</strong> una jarra de cerveza. Las mesas estaban abarrotadas, la<br />

comida se había acabado hacía rato y la gran habitación comunal estaba<br />

ll<strong>en</strong>a a rebosar.<br />

Junto con los mercaderes, muchas más g<strong>en</strong>tes cuyo oficio no era el<br />

intercambio de bi<strong>en</strong>es acudían al lugar. Truhanes, cantadores de la fortuna<br />

y trovadores por allí pululaban. Se <strong>en</strong>cargaban de vaciar los bolsillos de<br />

una forma o de otra, pero no destacaban una vez que estaban fuera de sus<br />

horas de servicio. Camuflarse <strong>en</strong>tre los que les rodeaban era básico <strong>en</strong> su<br />

apr<strong>en</strong>dizaje. Culpar de las desgracias locales a los extranjeros era una<br />

constante universal.<br />

El cu<strong>en</strong>ta cu<strong>en</strong>tos había dejado su papel, y su caminar por la gran sala,<br />

ahora que no lo acompañaban gestos grandilocu<strong>en</strong>tes, pasó desapercibido.<br />

Se s<strong>en</strong>tó fr<strong>en</strong>te a su compañero y dejó la jarra de cerveza sobre la mesa.<br />

—Parece que ha ido bi<strong>en</strong> —dijo su compañero.<br />

El cu<strong>en</strong>ta cu<strong>en</strong>tos asintió.<br />

—C<strong>en</strong>a gratis para los dos.<br />

—Bu<strong>en</strong> trabajo.<br />

Entrechocaron sus jarras y bebieron. A pesar de su camaradería, se<br />

conocían desde hacía ap<strong>en</strong>as un día. Habían coincidido <strong>en</strong> la plaza del<br />

mercado, un músico y un narrador de historias. Los acordes del laúd<br />

pusieron improvisado dramatismo a las historias y la colecta fue<br />

abundante. Esa noche celebraban su bu<strong>en</strong>a fortuna.<br />

El contador de historias se llamaban Logem. Era un hombre <strong>en</strong>trado<br />

<strong>en</strong> años, <strong>en</strong>érgico y hablador. Sus ojos pardos, melosos y acogedores, se<br />

desviaban frecu<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te hacia las féminas que deambulaban por el local.<br />

Pasaba por un campesino, hasta que iniciaba la conversación, <strong>en</strong>tonces, el<br />

<strong>en</strong>canto de sus relatos y la fluidez de su labia seducían por sí mismos.<br />

El músico era un hombre jov<strong>en</strong>, debía estar <strong>en</strong> mitad de la veint<strong>en</strong>a.<br />

Vestía ropas de bu<strong>en</strong>a calidad, de viaje, escogidas con bu<strong>en</strong> gusto. Llevaba<br />

201


el cabello largo como la nobleza, y la barba cuidadosam<strong>en</strong>te recortada, lo<br />

que le daba un aire principesco. Sus ojos eran negros, así como su<br />

ondulado cabello. Se llamaba Crotulio, pero era algo que prefería no<br />

m<strong>en</strong>cionar a m<strong>en</strong>os que fuese totalm<strong>en</strong>te necesario. Su nombre solía<br />

arrancar muchas veces un balbuceo desconcertado "Cro... tulio?", y<br />

siempre una sonrisa disimulada.<br />

—Parece que la suerte sonríe a los de nuestra calaña.<br />

—Habla por ti, amigo. A mí parece que la suerte me esquiva.<br />

Logem rió, algo acalorado por las bebidas que había ido consumi<strong>en</strong>do<br />

a lo largo de la tarde.<br />

—La guerra, la santa guerra, la b<strong>en</strong>dita guerra que tantas almas da a<br />

los dioses, que tantos poemas nos ha regalado, se cierne sobre Isthelda, se<br />

cierne sobre todas las tierras. Y eso siempre nos b<strong>en</strong>eficia.<br />

Crotulio <strong>en</strong>arcó las cejas, incrédulo.<br />

—La guerra aún no ha sido declarada, Logem. Quizás tu apreciación<br />

sea un poco pesimista.<br />

Su compañero frunció el <strong>en</strong>trecejo, of<strong>en</strong>dido.<br />

—He visto los movimi<strong>en</strong>tos del rey Sirauk y del rey Coedan. Las<br />

tropas de Ignadrorn y de Lidrartha se muev<strong>en</strong>.<br />

Crotulio fijó la at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> él.<br />

—¿Qué te hace creer que llegarán aquí?<br />

Una amplia risotada de su compañero acompañó a la posterior<br />

explicación.<br />

—He estado <strong>en</strong> Urartha, hace años. Es una de las tierras más<br />

inhóspitas que he conocido. Ll<strong>en</strong>a de hielos, nieve y de animales <strong>en</strong>ormes.<br />

Sus g<strong>en</strong>tes viv<strong>en</strong> refugiadas <strong>en</strong> sus casas. La única ciudad de su reino se<br />

cali<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> los fuegos que hac<strong>en</strong> de los excrem<strong>en</strong>tos de sus animales. No<br />

quieras saber cómo huele una ciudad así. ¿Crees que el ambicioso rey<br />

Sirauk estaría interesado <strong>en</strong> un trozo de tierra como aquel?<br />

Logem había ido levantando el tono de voz y, <strong>en</strong> la última frase, hizo<br />

un amplio movimi<strong>en</strong>to con el brazo para darle más énfasis a sus palabras,<br />

derramando la mitad de la cerveza sobre la mesa vecina. Los que estaban<br />

s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> ella lo miraron, iracundos. Logem recuperó sus modales<br />

profesionales al instante y se excusó con habilidad.<br />

—Disculpad mi torpeza y <strong>en</strong>tusiasmo, caballeros. En comp<strong>en</strong>sación,<br />

permitidme invitaros a lo sigui<strong>en</strong>te que toméis.<br />

Crotulio había escuchado sus palabras preocupado. Isthelda no era un<br />

reino guerrero. Las últimas disputas internas lo habían debilitado tanto<br />

202


veinte años atrás que aún ahora los nobles eran reacios a empuñar las<br />

armas. Una invasión desde el norte de dos ejércitos podría ser catastrófico.<br />

Trató de ser<strong>en</strong>ar sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.<br />

—Logem, ¿qué te hace creer que pret<strong>en</strong>d<strong>en</strong> invadir Isthelda?<br />

Su compañero lo contempló como si la pregunta que le había hecho<br />

fuese totalm<strong>en</strong>te banal. Hizo un gesto con la mano, tratando de <strong>en</strong>contrar<br />

las palabras.<br />

—Isthelda es rica, ti<strong>en</strong>e pastos, ti<strong>en</strong>e comercio... Urartha no ti<strong>en</strong>e nada<br />

aparte de sus bestias y sus excrem<strong>en</strong>tos.<br />

—¿Eso es todo?<br />

Logem asintió.<br />

—Puede que realm<strong>en</strong>te el rey Sirauk busque conquistar las tierras<br />

heladas de Urartha.<br />

—Sirauk puede que sí, pero Coedan ti<strong>en</strong>e su ambición puesta <strong>en</strong><br />

Isthelda y <strong>en</strong> nuestra reina. De eso estoy seguro... —al decirlo soltó una<br />

risotada—. Supe por un guardia de Coedan que el rey había <strong>en</strong>viado<br />

varias misivas con propuestas matrimoniales a nuestra monarca.<br />

Logem miró fijam<strong>en</strong>te a Crotulio.<br />

—¿Tú has oído algo por aquí refer<strong>en</strong>te a una boda real?<br />

Crotulio negó con la cabeza.<br />

—Yo tampoco, eso significa que no la va a haber. ¿Sabes lo<br />

trem<strong>en</strong>dam<strong>en</strong>te terribles que pued<strong>en</strong> ser los reyes como Coedan? Sobre<br />

todo, si se si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> despechados.<br />

—Ya te <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do. Puede ser motivo sufici<strong>en</strong>te para empezar una<br />

guerra.<br />

—No me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des —Logem le hizo gestos para que se acercase a él<br />

y, apoyándose sobre la mesa, se acercó a su rostro para susurrarle—. Supe,<br />

mi<strong>en</strong>tras estuve <strong>en</strong> Lidrartha, que se ha puesto precio a la cabeza rubia de<br />

nuestra soberana.<br />

Crotulio lo miró con un gesto de espanto. Su compañero esbozó una<br />

sonrisa de sufici<strong>en</strong>cia y se recostó <strong>en</strong> su silla.<br />

—¿Quién te relató esto, amigo?<br />

—Un soldado del rey Sirauk. Las borracheras con los soldados son<br />

muy productivas <strong>en</strong> cuanto a información.<br />

—¿Has informado a la escolta de la reina?<br />

Logem rió estru<strong>en</strong>dosam<strong>en</strong>te y apuró de un trago lo que quedaba de su<br />

cerveza.<br />

—Ofrec<strong>en</strong> al que traiga la cabeza de su majestad a los pies del rey<br />

203


Sirauk tanto dinero como para no t<strong>en</strong>er que preocuparte de nada más <strong>en</strong><br />

toda tu vida que de <strong>en</strong> qué gastarlo. Se han lanzado los perros tras ella.<br />

¿Crees que cazarán a su gacelita?<br />

Crotulio sintió que la ira empezaba a <strong>en</strong>c<strong>en</strong>derle las mejillas. Logem<br />

lo contempló un mom<strong>en</strong>to, percatándose de su cambio de ánimo. Le<br />

dedicó una sonrisa y le palmeó la mano sobre la mesa, tratando de<br />

calmarle.<br />

—Eres jov<strong>en</strong>, te <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do, pero tal vez no sea tan malo que cac<strong>en</strong> a<br />

nuestra pusilánime reina. El reino de Isthelda necesitaría de una mano de<br />

hierro que volviese a reforjar sus ejércitos, que les devolviera la gloria<br />

pasada. Algui<strong>en</strong> capaz de recuperar las ciudades del oeste. Desde que<br />

nuestra reina nos gobierna, no ha int<strong>en</strong>tado una sola vez retomarlas. Hace<br />

quince años que viv<strong>en</strong> a exp<strong>en</strong>sas de Isthelda, disfrutando de la protección<br />

que les damos, y sin pagar tributos. La reina es una gran comerciante, pero<br />

no sabe nada de estrategia. Es una mujer, al fin y al cabo.<br />

Crotulio escuchó la explicación sin interrumpir. Se recostó <strong>en</strong> su silla<br />

y acabó lo que le quedaba de cerveza. Sonrió con tristeza a su compañero.<br />

—La vida es cruel... Tal vez valdría la p<strong>en</strong>a ir de caza mayor,<br />

<strong>en</strong>tonces.<br />

Logem sonrió y levantó los brazos para señalar la taberna a su<br />

alrededor.<br />

—¿Y quién se ve con ánimo de algo así, compañero? Demasiado<br />

arriesgado para nuestro fino pellejo. Con nuestra bu<strong>en</strong>a fortuna nos basta,<br />

¿verdad? ¿Para qué arriesgarse a acabar bailando al final de una soga? El<br />

cielo abierto y una nueva ciudad cada día, ésa es nuestra vida. Ésa es la<br />

vida de los que cantan la fortuna de los demás.<br />

—En eso ti<strong>en</strong>es razón, Logem —susurró el hombre, y agarró su jarra<br />

de cerveza con demasiada fuerza para ese simple gesto—, pero yo no me<br />

voy a dedicar sólo a cantar la fortuna de los demás.<br />

Logem rió de nuevo y bajó la voz, adoptando el mismo tono que si<br />

estuviese revelándole el gran secreto de la piedra filosofal, buscado por<br />

todos los alquimistas.<br />

—T<strong>en</strong>lo <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta, somos unos supervivi<strong>en</strong>tes. Pasamos por <strong>en</strong>cima<br />

de las r<strong>en</strong>cillas estúpidas de los hombres. Cuando la guerra haya<br />

concluido, mi arte cantará las hazañas del v<strong>en</strong>cedor con tanta pasión que<br />

no podrá negarme un puesto <strong>en</strong> su mesa.<br />

Horas más tarde, cuando su compañero ya se había retirado acuciado<br />

por la borrachera, Crotulio se recostó <strong>en</strong> la silla, mirando con at<strong>en</strong>ción la<br />

204


vida de la taberna.<br />

Una reina que había sido degradada al nivel de vulgar presa era algo<br />

extraño. Toda nobleza era sagrada. ¿Qué había hecho aquella infortunada<br />

para merecer tal s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia? Y, si no la capturaban, la guerra caería sobre<br />

Isthelda. Había algo que no acababa de fraguar <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te. No le<br />

complacía la idea de una mujer asesinada, pero... Puede que su destino<br />

fuese ése, el de evitar una guerra que acabase con tanta vida, con tanto<br />

bullicio. Una mujer no era lo más apto para estar <strong>en</strong> un trono,<br />

probablem<strong>en</strong>te habría logrado aquel puesto con artes nada nobles ni por<br />

propios méritos. Y, curiosam<strong>en</strong>te, la profecía que una vez le hicies<strong>en</strong><br />

conocer m<strong>en</strong>cionaba el bosque de Isthelda, que se iniciaba a ap<strong>en</strong>as unos<br />

kilómetros. Tal vez no era sólo casualidad.<br />

La vida como juglar, era fácil y plac<strong>en</strong>tera, pero s<strong>en</strong>tía su exist<strong>en</strong>cia<br />

vacía. A pesar de haberle sido vaticinado un futuro de gloria <strong>en</strong> un libro de<br />

profecías, no había <strong>en</strong>trevisto nada de dicho futuro. Tal vez era porque no<br />

había trabajado por él. Puede que fuese hora de ponerse <strong>en</strong> marcha. La voz<br />

de su antiguo m<strong>en</strong>tor se repitió <strong>en</strong> su cabeza con el mismo tono irónico que<br />

solía usar para hablarle...<br />

"Tus escrúpulos siempre te desvían del objetivo... ¡Olvídalos!"<br />

Había odiado a su m<strong>en</strong>tor cada vez que había hecho hincapié <strong>en</strong> su<br />

supuesta falta de carácter. Aquel patán de modales robados no era nadie<br />

para opinar sobre él, Crotulio Eveldmaar, desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de un noble linaje<br />

guerrero y, además, m<strong>en</strong>cionado <strong>en</strong> una profecía. Su m<strong>en</strong>tor no había sido<br />

nadie nunca, ni lo sería... Y él sí.<br />

Se puso <strong>en</strong> pie y, embozándose <strong>en</strong> su capa, salió a la noche. Sabía<br />

luchar, probablem<strong>en</strong>te mejor que todos los habitantes de ese condado. Pero<br />

t<strong>en</strong>ía además otras armas y, de una <strong>en</strong> concreto, ninguna mujer estaría a<br />

salvo. Puede que ni siquiera necesitase matarla para llevarla a pres<strong>en</strong>cia<br />

del rey Sirauk, soberano de Ignadrorn. Había llegado la hora de<br />

desempolvar su espada, salvar a Isthelda de la mano blanda de su soberana<br />

y evitar una guerra.<br />

35— El extraño elfo<br />

Unas horas más tarde, Anisse recorría el s<strong>en</strong>dero hacia el claro<br />

aferrada a su fiel zurrón y acariciando distraídam<strong>en</strong>te, de tanto <strong>en</strong> tanto, la<br />

navaja que solía llevar a sus excursiones campestres. La barbacana del<br />

castillo se mant<strong>en</strong>dría cerrada hasta el amanecer y la posada del Barril<br />

205


había cerrado también sus puertas por aquella jornada, y estaba completa.<br />

No había logrado alojami<strong>en</strong>to <strong>en</strong> ella pero, aun así, todavía se s<strong>en</strong>tía<br />

demasiado despierta como para arriesgarse a lanzarse hacia el sueño. Aún<br />

necesitaba un poco más de <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to.<br />

El ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> el bosque siempre había sido como sumergirse bajo<br />

una manta protectora, como si allí d<strong>en</strong>tro nadie pudiese verla. Pero, ahora,<br />

era difer<strong>en</strong>te. El mismo bosque la ignoraba, como si su at<strong>en</strong>ción estuviese<br />

fija <strong>en</strong> otra parte. El bosque estaba muy sil<strong>en</strong>cioso, demasiado, casi parecía<br />

sobrecogido. Guardaba un sil<strong>en</strong>cio reflexivo.<br />

Llegó hasta el claro sin problema alguno. La hoguera aún ardía <strong>en</strong>tre<br />

el círculo de piedras. Sus llamas eran bajas, pero no tanto. Anisse no buscó<br />

con la mirada pres<strong>en</strong>cia humana <strong>en</strong> las cercanías, s<strong>en</strong>tía que no la había.<br />

Dejó el zurrón <strong>en</strong> el suelo y se guardó la navaja <strong>en</strong> el cinturón mi<strong>en</strong>tras iba<br />

a buscar leña.<br />

Había varias ramas acumuladas unos metros más lejos, pero, a su<br />

derecha, sintió que había ocurrido algo. Sus pies se desviaron del trayecto<br />

trazado. No discutió la iniciativa de sus extremidades y desplegó sus<br />

s<strong>en</strong>tidos para ir más allá de lo que veía. Cuando pisó <strong>en</strong> el punto donde<br />

confluían los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos, éstos se alzaron alrededor de ella, como un<br />

<strong>en</strong>jambre asustado.<br />

La hirieron <strong>en</strong> ese lugar...<br />

Anisse inclinó la cabeza, tratando de <strong>en</strong>focar los hechos, pero eran<br />

demasiado dispersos y allí confluían todas las versiones anímicas que<br />

habían vivido los pres<strong>en</strong>tes con un mismo hecho. Miedo, dolor, ira,<br />

confusión, derrota, culpa... Era un galimatías, pero <strong>en</strong> todos ellos había<br />

algo <strong>en</strong> común.<br />

Todos los pres<strong>en</strong>tes la aprecian, algunos la aman...<br />

Una leve advert<strong>en</strong>cia parpadeó <strong>en</strong> su subconsci<strong>en</strong>te, pero su<br />

curiosidad pudo más. Anisse cerró los ojos y respiró hondo, tratando de<br />

seguir el hilo residual de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos hasta los hechos que los habían<br />

provocado. La madeja de amor que había alrededor de los sucesos era tan<br />

tupida que le costó traspasarla. Entonces vio a la semielfa caer y, de<br />

rep<strong>en</strong>te vio las manos que se habían lanzado para agarrarla y evitar que<br />

ella se deslizase hacia la muerte. Las hebras de la magia estaban pr<strong>en</strong>didas<br />

de esas manos y había algo más... Anisse abrió los ojos rápidam<strong>en</strong>te. Supo<br />

que no debía ver más allá. Respiró hondo un par de veces para volver a<br />

pisar terr<strong>en</strong>o material antes de caminar hasta el montón de leña. Se llevó<br />

una brazada hacia el fuego.<br />

206


Mi<strong>en</strong>tras alim<strong>en</strong>taba la hoguera, Anisse lanzó una carcajada al cielo.<br />

Había estado huy<strong>en</strong>do de las visiones, y la simple curiosidad suscitada le<br />

instaba a buscarlas. Debía estar volviéndose loca al fin, perdi<strong>en</strong>do<br />

definitivam<strong>en</strong>te el control. Supo que no era tan gracioso como para<br />

provocarle aquella reacción, pero no pudo evitar que sus lágrimas se<br />

mezclas<strong>en</strong> con los espasmos que la sacudían por la risa histérica. Empezó a<br />

repetir para sí misma una tonada conocida acompañándola del golpeteo de<br />

una ramita sobre una de las rocas de la hoguera.<br />

—"..porque t<strong>en</strong>go un amor <strong>en</strong> la montaña.."<br />

Lanzó la ramita a la hoguera del claro, un lluvia invertida de chispas<br />

saltó hacia el cielo de la noche. La voz de la chica se elevó con las<br />

lucecitas doradas, deshaci<strong>en</strong>do de pronto el sil<strong>en</strong>cio del claro.<br />

—".. que me llama, que me espera..."<br />

Lanzó con fuerza otra rama a las llamas y se puso <strong>en</strong> pie. Su alegría se<br />

mezclaba con una inquietud profunda, como si algo muy d<strong>en</strong>tro de su<br />

espíritu estuviese si<strong>en</strong>do removido.<br />

Los dragones están surgi<strong>en</strong>do de las <strong>en</strong>trañas del monte. No es sólo un<br />

sueño.<br />

—".. y yo le dije: baila como los locos, baila como los demonios...."<br />

La chica abrió los brazos y giró sobre sí misma delante del fuego. Un<br />

ulular coreó su actuación y ella se llevó las manos a la boca para imitar el<br />

grito del búho. Saltó varias veces por <strong>en</strong>cima de las llamas. Por fin cayó<br />

junto al fuego, jadeando, y rió hacia el cielo estrellado. Tal vez ahora<br />

podría dormir sin sueños.<br />

Aprovechó para reord<strong>en</strong>ar sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. Cuando el cansancio la<br />

v<strong>en</strong>cía, su capacidad de raciocinio era mayor.<br />

¡Aquella noche había sabido de los dragones de sus sueños! ¿Eso<br />

significaba que no estaba loca? O tal vez sí, porque quería ir a su<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro. Su m<strong>en</strong>te estaba temblorosa por las expectativas que se habían<br />

abierto ante ella. Dragones... Las míticas bestias que reunían <strong>en</strong> ellas todos<br />

los elem<strong>en</strong>tos fusionados por el poder de la magia... La <strong>en</strong>carnación de<br />

toda magia. Anisse observó el cielo estrellado tumbada boca arriba <strong>en</strong> la<br />

hierba. Si quería <strong>en</strong>contrarlos, debía ir a las montañas del este. ¿Pero cómo<br />

iba a dejar atrás todo lo que había conseguido <strong>en</strong> Isthelda? Debía<br />

marcharse de allí, lo s<strong>en</strong>tía, pero allí t<strong>en</strong>ía cama, techo, fuego y comida.<br />

¿Qué más podía pedir? Era una auténtica locura p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> abandonar todo<br />

aquello para cruzar las montañas del este. Además... Le debía algo a<br />

Neraveith, t<strong>en</strong>ía una deuda con ella que aún no había sido saldada. Pero el<br />

207


mundo era tan grande...<br />

¡Y tan escaso <strong>en</strong> Isthelda!<br />

¡No! No debía p<strong>en</strong>sar más tonterías. Su sitio ahora estaba <strong>en</strong> el<br />

castillo, al servicio de la reina Neraveith.<br />

Eso es m<strong>en</strong>tira y lo sabes...<br />

Sus párpados cayeron pesadam<strong>en</strong>te por el sueño. Los sonidos de la<br />

noche, que de rep<strong>en</strong>te parecían haber vuelto, la arrullaron. Era una noche<br />

magnífica para soñar. Dragones... Las serpi<strong>en</strong>tes aladas capaces de<br />

moverse <strong>en</strong>tre el mundo de los humanos y el invisible plano de la magia.<br />

Las ley<strong>en</strong>das los mostraban como unas bestias esquivas y terribles. Poco a<br />

poco, el agotado cuerpo de Anisse se relajó, dejándose hundir <strong>en</strong> el<br />

duermevela del sueño ligero, pero su m<strong>en</strong>te oía todos los sonidos a su<br />

alrededor y s<strong>en</strong>tía la hoguera ardi<strong>en</strong>do a su lado. La negrura lo ll<strong>en</strong>aba<br />

todo, pero se trataba de esa negrura brillante <strong>en</strong> la que resaltaban todos los<br />

objetos que la forman. De pronto, las estrellas iluminaron el cielo con<br />

ci<strong>en</strong>tos de diminutas velas. Las observaba a través de los párpados<br />

cerrados como otras veces le había sucedido.<br />

¡No, por favor, otra vez no!<br />

Pero el arrastre psíquico la había aferrado con suavidad. No era como<br />

aquellos arranques de vid<strong>en</strong>cia que la obligaban a ver aquello que no<br />

deseaba <strong>en</strong>focar. La invitaban a observar, y Anisse se permitió mirar lo<br />

que v<strong>en</strong>dría.<br />

La oscuridad le mostraba, más claram<strong>en</strong>te que si hubiese estado a la<br />

luz del sol, todo cuanto deseaba. Le daba la s<strong>en</strong>sación de poder palpar cada<br />

esquina y cada detalle del paisaje sin moverse. Anisse se resignó y<br />

permitió a la visión seguir su curso. Porque Anisse supo <strong>en</strong> seguida que<br />

soñaba, soñaba que estaba durmi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> un claro de un bosque. Dormía <strong>en</strong><br />

la hierba, tumbada al lado de una hoguera, y <strong>en</strong> su sueño observaba las<br />

estrellas que eran las reales.<br />

Antes de verlo, lo intuyó, una pres<strong>en</strong>cia tan poderosa que notó cómo<br />

la int<strong>en</strong>taba arrastrar hacia él. Anisse se aferró a su cuerpo y su conci<strong>en</strong>cia<br />

para evitarlo. Ante ella, a mucha distancia, pero tan claram<strong>en</strong>te como si<br />

sólo hubiese estado a un c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ar de pasos, las nubes se abrieron ante un<br />

vi<strong>en</strong>to cálido que las barrió de lado desgarrándolas <strong>en</strong> un hueco. Una<br />

llamarada asomó <strong>en</strong>tonces a través de ellas. Debería haber s<strong>en</strong>tido la<br />

excitación previa que muchas veces había notado ante un espectáculo<br />

poderoso, pero no fue así. Casi le pareció estar observando algo conocido<br />

y durante largo tiempo olvidado. Una sombra oscura veló las estrellas y,<br />

208


ante ella, una <strong>en</strong>orme cabeza reptiliana, de brillantes escamas cobrizas,<br />

irrumpió a través de la capa de nubes. La siguió un cuello largo y flexible<br />

y las alas membranosas, puntiagudas y estilizadas, rompi<strong>en</strong>do a su paso las<br />

nubes. El cuerpo flexible y ágil se sumergió tras la parábola que<br />

proyectaba el vuelo y la larga cola de reptil flotó graciosam<strong>en</strong>te,<br />

equilibrando el <strong>en</strong>orme cuerpo de la bestia. El dragón bajaba trazando<br />

gráciles círculos hacia la tierra con sus garras, fibrosas y afiladas,<br />

<strong>en</strong>cogidas contra el cuerpo. Anisse sintió que se le cortaba la respiración al<br />

ver a aquella magnífica criatura desc<strong>en</strong>der hacia la pequeña colina rocosa<br />

que se alzaba tras la cascada del lago. La tierra pareció estremecerse<br />

cuando fue a posar sus garras sobre ella. Abrió las alas para fr<strong>en</strong>ar el<br />

desc<strong>en</strong>so y el vi<strong>en</strong>to que levantó hizo retomar vida al aire quieto de la<br />

noche, barri<strong>en</strong>do a su paso la hojarasca, tumbando la hierba, que pareció<br />

rever<strong>en</strong>ciarse ante la grandeza de la bestia. Los ojos ambarinos del ser<br />

giraron para observar el paisaje.<br />

Anisse respiró <strong>en</strong>trecortadam<strong>en</strong>te, crey<strong>en</strong>do que se ahogaría, y abrió<br />

los ojos. Las estrellas <strong>en</strong> el cielo ap<strong>en</strong>as habían girado y la hoguera seguía<br />

igual de alta. No debía haber dormido mucho tiempo. Se incorporó<br />

rápidam<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> un estado de nerviosismo tal que no se creyó capaz de<br />

recuperar la calma nunca. Recogió su zurrón a la carrera y se <strong>en</strong>caminó<br />

hacia la colina detrás del lago. Bordeó la orilla, rodeando la masa de agua,<br />

hasta pasar junto a la cascada. Desde allí se ad<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> la espesura, hacia<br />

las rocas de las que surgía la fu<strong>en</strong>te que alim<strong>en</strong>taba el lago. El camino<br />

desapareció rápidam<strong>en</strong>te ante ella, pero eso no aminoró su marcha. A<br />

través de los matorrales y las zarzas se abrió paso, arañándose los brazos y<br />

<strong>en</strong>ganchado su falda. Al poco tiempo, alcanzó las primeras peñas. Tras<br />

remangarse y atarse la falda a la cintura, se aprestó a escalarlas. Enfiló la<br />

primera roca y trepó rápidam<strong>en</strong>te. Su respiración estaba agitada, pero<br />

podría mant<strong>en</strong>er el ritmo bastante tiempo. De roca <strong>en</strong> roca, recorri<strong>en</strong>do<br />

estrechos pasos y rodeando árboles y matorrales, asc<strong>en</strong>dió la estructura<br />

hasta su cima.<br />

Desde allí arriba, el bosque se le reveló <strong>en</strong> la grandeza que realm<strong>en</strong>te<br />

poseía. La arboleda se ext<strong>en</strong>día hacia el este hasta donde podía alcanzarla<br />

con la vista. En s<strong>en</strong>tido contrario, pudo ver a lo lejos el castillo de Isthelda,<br />

y algunas luces que bi<strong>en</strong> podían ser las de la población, las v<strong>en</strong>tanas y<br />

fuegos de los hogares. Abajo, la cascada espumeaba <strong>en</strong> el espejo cristalino<br />

que era el lago.<br />

Paseó su mirada alrededor buscando algún indicio de su sueño. No<br />

209


podía creer que no estuviese allí. Estaba segura de que se había tratado de<br />

un sueño premonitorio, un sueño que le revelaba un hecho. Había resultado<br />

tan claro que t<strong>en</strong>ía que ser real. Volvió a recorrer la cima v<strong>en</strong>tosa con los<br />

ojos. Sólo el vi<strong>en</strong>to, las rocas y algunas hierbecillas mecidas por la brisa.<br />

La misma hierba que ella había visto inclinarse ante el v<strong>en</strong>daval de las alas<br />

del dragón. Casi había s<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> su cuerpo el poder del mítico ser. No era<br />

posible que no estuviese allí. Cerró los ojos y dejó que su m<strong>en</strong>te vagase<br />

con la imag<strong>en</strong> de sus sueños.<br />

Tras varios minutos a solas con su desilusión, el vi<strong>en</strong>to empezó a<br />

resultarle demasiado frío y decidió que no debía perder el tiempo de<br />

aquella forma tan tonta. El desc<strong>en</strong>so le resultó mucho mas difícil que la<br />

subida. Mirar hacia abajo <strong>en</strong> lugar de hacia arriba le hizo tomar conci<strong>en</strong>cia<br />

del pot<strong>en</strong>cial riesgo y demorarse más, buscando a ti<strong>en</strong>tas asideros <strong>en</strong> la<br />

p<strong>en</strong>umbra.<br />

El camino no fue el mismo que había tomado para llegar a la cima, se<br />

dio cu<strong>en</strong>ta cuando llegó a una roca especialm<strong>en</strong>te redondeada y lisa. El<br />

suelo no parecía muy lejos, y la inclinación no era excesiva, aun así, podía<br />

resultar peligroso si resbalaba. Anisse miró hacia arriba y se percató de la<br />

gran altura que debía volver a recorrer para <strong>en</strong>contrar un camino<br />

alternativo. Se agachó y, agarrándose a las pequeñas matas que crecían <strong>en</strong><br />

las grietas, inició el desc<strong>en</strong>so l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. No sería tan difícil. En el<br />

mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que su talón derecho perdió asidero al despr<strong>en</strong>derse la roca <strong>en</strong><br />

que se apoyaba, asumió que podía estar equivocada. Las piedras que su pie<br />

había empujado rebotaron durante un mom<strong>en</strong>to demasiado largo y eso le<br />

hizo p<strong>en</strong>sar que era posible que, <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra, hubiese calculado mal las<br />

distancias.<br />

Anisse se aferró con todas sus fuerzas a los puñados de hierba que<br />

t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> sus puños, pero fueron arrancados de raíz y su cuerpo resbalaó por<br />

la superficie de la roca a velocidad creci<strong>en</strong>te. Su falda se <strong>en</strong>ganchó <strong>en</strong><br />

algún sitio y oyó un sonoro crujido cuando el tejido se desgarró.<br />

Aprovechó la leve fr<strong>en</strong>ada para prepararse, con los pies por delante, a<br />

aterrizar lo mejor posible. Con una velocidad muy superior a la que<br />

hubiese deseado, la roca aum<strong>en</strong>tó su inclinación y Anisse notó cómo<br />

desaparecía bajo ella el apoyo. Cayó varios metros antes de <strong>en</strong>contrar el<br />

final a su salto involuntario. El suelo era duro, ningún arbusto bajo ella la<br />

amortiguó y, al tocarlo con los pies, un latigazo de dolor recorrió su tobillo<br />

derecho. Se dejó caer al suelo para amortiguar el golpe y rodó.<br />

—Maldita sea —murmuró.<br />

210


El dolor siguió sucediéndose <strong>en</strong> oleadas. Anisse se s<strong>en</strong>tó y se aferró el<br />

tobillo mi<strong>en</strong>tras esperaba que remitiese un poco, apretando los di<strong>en</strong>tes.<br />

Palpó con cuidado la zona para investigar los daños. No parecía haber nada<br />

roto, pero estaba hinchado, y probablem<strong>en</strong>te se hincharía más. Se puso <strong>en</strong><br />

pie con dificultad, <strong>en</strong> seguida notó que no podría apoyar la extremidad<br />

afectada sin s<strong>en</strong>tir una fuerte sacudida dolorosa. Miró a su alrededor <strong>en</strong><br />

busca de alguna rama que le pudiese servir como apoyo, apretando los<br />

di<strong>en</strong>tes. Algui<strong>en</strong> la interpeló <strong>en</strong>tonces.<br />

—¡Hola!<br />

Anisse se volvió hacia la voz. El chico al que pert<strong>en</strong>ecía era un elfo,<br />

<strong>en</strong> seguida lo supo por las orejas afiladas y largas que asomaban <strong>en</strong>tre su<br />

lacia cabellera. Caminó hacia ella desde la p<strong>en</strong>umbra de las rocas y Anisse<br />

deslizó la mano <strong>en</strong> el zurrón para aferrar la navaja. Se recordó a sí misma<br />

que aquel gesto instintivo era una tontería cuando t<strong>en</strong>ía con ella la esfera<br />

de un efrit.<br />

—Hola, no te había visto antes por aquí.<br />

No quiso mostrar debilidad alguna ante el desconocido y se mantuvo<br />

lo más erguida posible mi<strong>en</strong>tras se acercaba a ella. La luna arrancó<br />

fulgores cobrizos a los cabellos del elfo. Sus ojos, de un marrón tan claro<br />

que parecía dorado, la observaron amigablem<strong>en</strong>te sin dar muestra alguna<br />

de sorpresa o temor. No llevaba ropa...<br />

—¿Qué hacías allí arriba? —preguntó él.<br />

—Subí a mirar.<br />

—¿Qué es lo que has visto?<br />

Anisse no bajó la mirada de los ojos del elfo. No quería mostrase<br />

sorpr<strong>en</strong>dida o débil, ni resultar maleducada. Pero estaba desnudo...<br />

—Un dragón. No sé cómo los llamáis los elfos.<br />

—Yo los llamo dragones.<br />

Anisse hizo un gesto con la mano para quitar importancia a sus<br />

palabras.<br />

—Creo que simplem<strong>en</strong>te lo he soñado.<br />

—Que se trate de un sueño no implica que no sea real.<br />

Anisse lo miró det<strong>en</strong>idam<strong>en</strong>te. No sabía si int<strong>en</strong>taba burlarse de ella,<br />

pero parecía que no era así. Optó por sonreír.<br />

—En ocasiones imagino cosas extrañas.<br />

El elfo sonrió también.<br />

—Dime, ¿te has hecho daño al caer?<br />

Anisse dejó escapar un resoplido. Ya no necesitaba mant<strong>en</strong>er la<br />

211


mascarada ni mostrarse estoicam<strong>en</strong>te sil<strong>en</strong>ciosa ante el dolor. Se s<strong>en</strong>tó, se<br />

quitó el calzado del pie derecho, para evitar t<strong>en</strong>er que hacerlo cuando el<br />

tamaño de su tobillo se lo pusiese más difícil y lo observó con<br />

det<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to. Había una hinchazón que iba creci<strong>en</strong>do por mom<strong>en</strong>tos.<br />

—No sé si es una torcedura seria, pero duele.<br />

El elfo se agachó ante ella observando la lesión.<br />

—¿Me permites int<strong>en</strong>tar hacer algo?<br />

Anisse sonrió e int<strong>en</strong>tó acortar las distancias con una broma.<br />

—Si no se trata de cortarme el pie, sí.<br />

—Oh, no, por favor. ¡Claro que no! Lo necesitas para caminar.<br />

Las manos del chico eran muy delgadas, delicadas. Los dedos que<br />

palparon su piel casi parecían los de una mujer, cuidados y sin rastro<br />

alguno de suciedad. Curioso para algui<strong>en</strong> que recorría un bosque <strong>en</strong><br />

soledad... y estaba desnudo. Anisse notó cómo le tocaba la zona dolorida<br />

con delicadeza.<br />

—Te dolerá un mom<strong>en</strong>to —efectivam<strong>en</strong>te, un pequeño pinchazo de<br />

dolor se dejó notar—. Creo que podrás andar mejor ahora.<br />

—¿Qué has hecho?<br />

—He usado una técnica de mi g<strong>en</strong>te para sanar todo tipo de heridas.<br />

Anisse se puso <strong>en</strong> pie con prud<strong>en</strong>cia y su recién adquirido amigo le<br />

ofreció una mano para ayudarla. El tobillo no se resintió cuando se apoyó<br />

<strong>en</strong> él, pero, para hacer más meritoria la comprobación, se puso a la pata<br />

coja sobre la pierna afectada. Alzó la mirada hacia el elfo, sonri<strong>en</strong>do.<br />

—¡Estup<strong>en</strong>do! Me ti<strong>en</strong>es que <strong>en</strong>señar a hacer eso.<br />

El chico inclinó lateralm<strong>en</strong>te la cabeza, sonri<strong>en</strong>do <strong>en</strong> un gracioso<br />

gesto.<br />

—Claro.<br />

Anisse se atrevió <strong>en</strong>tonces a mirarlo de arriba a abajo.<br />

—Por cierto, ¿te estabas dando un baño?<br />

—No, ¿por qué?<br />

Anisse tocó su propia blusa.<br />

—Porque no llevas ropa.<br />

El chico pareció desconcertado.<br />

—Ah, ropa... Claro.<br />

—¿No sueles llevar ropa? ¿No pasas frío?<br />

—Estoy más cómodo sin ella. ¿Aquí es normal llevar ropa?<br />

—Si vas a mostrarte <strong>en</strong> público, sí.<br />

—Vaya.<br />

212


Anisse sonrió ante la inoc<strong>en</strong>cia del chico.<br />

—Espera, puedo prestarte algo.<br />

Rebuscó <strong>en</strong> su zurrón y extrajo una larga camisa de lino.<br />

—Siempre llevo algo de ropa extra, por si ocurre algún percance,<br />

como mojarme o algo así. Nunca se sabe. Toma, pruébatela. No sé si te irá<br />

bi<strong>en</strong>, porque es mía, pero eres bastante delgado, supongo que sí...<br />

El chico tomó la pr<strong>en</strong>da y la miró dubitativo. Anisse le sonrió.<br />

—Como pago por lo del tobillo.<br />

El elfo se pasó la pr<strong>en</strong>da por la cabeza. Era de su talla e incluso le<br />

quedaba ancha <strong>en</strong> el pecho. Anisse rió.<br />

—¡Dioses! ¡Qué espigadillo eres!<br />

El elfo sonrió a su vez. Dirigió la mirada hacia la peña sobre su cabeza<br />

y luego hacia el cielo.<br />

—¿Dónde estoy?<br />

—Estás cerca del castillo de Isthelda. La g<strong>en</strong>te suele llegar a este claro<br />

sin saber cómo.<br />

—Vaya... Esto es muy adecuado —murmuró...<br />

—Dime, ¿de dónde procedes? ¿Y cual es tu nombre?<br />

—¡Oh, disculpa! Me había olvidado de los modales.<br />

El elfo hizo una perfecta rever<strong>en</strong>cia a Anisse.<br />

—Mi nombre es Finlhisithdagnearathittorayed.<br />

Anisse <strong>en</strong>arcó las cejas al oírlo.<br />

—Cielos, no podré recordar todo eso, ¿te importa que te llame Finlhi,<br />

solam<strong>en</strong>te?<br />

—No me importa.<br />

—Mi nombre es Anisse, soy cocinera <strong>en</strong> el castillo.<br />

La chica t<strong>en</strong>dió la mano hacia el recién llegado. Él la observó un<br />

segundo, después sonrió y la estrechó.<br />

—No es costumbre <strong>en</strong>tre los míos tomarse la mano para saludarse<br />

<strong>en</strong>tre desconocidos.<br />

—Y ¿cómo os saludáis <strong>en</strong> vuestra tierra?<br />

—Si es algui<strong>en</strong> <strong>en</strong> qui<strong>en</strong> confías, inclinando la cabeza y bajando la<br />

mirada, si no confías <strong>en</strong> él, sin bajar la mirada.<br />

—Y a mí, ¿cómo me saludarías?<br />

—Por tratarse de ti de esta forma.<br />

El elfo tomó la mano de Anisse y se la llevó a los labios para besarle<br />

el dorso. Hacía mucho tiempo que Anisse no aceptaba las muestras de<br />

galantería. Las rechazaba como superficiales e interesadas, pero aquel<br />

213


chico parecía sincero y no quiso desairarle.<br />

—Es así como me dijeron que debía mostrar mi admiración a una<br />

dama.<br />

Anisse no pudo evitar soltar una carcajada.<br />

—Finlhi, no soy una dama, sólo soy cocinera.<br />

—¿Qué difer<strong>en</strong>cia hay?<br />

—Vaya, creo que realm<strong>en</strong>te vi<strong>en</strong>es de algún lugar muy lejano.<br />

—Bastante, me sería muy útil que me <strong>en</strong>señases las costumbres de<br />

esta zona.<br />

—Y a mí me gustaría saber de qué rincón del bosque provi<strong>en</strong>es. Por<br />

aquí hay algunos semielfos, pero muy pocas veces se v<strong>en</strong> elfos.<br />

—Claro, si me acompañas <strong>en</strong> lo que queda de noche...<br />

—Será un placer, Flinlhinosequemás.<br />

El elfo se rió mi<strong>en</strong>tras seguía a Anisse hacia el claro y la fogata de<br />

nuevo.<br />

36 — Colarse <strong>en</strong> el castillo<br />

Crotulio asc<strong>en</strong>dió el camino hacia el castillo muy temprano. A medida<br />

que trepaba la colina sobre la que se as<strong>en</strong>taba la fortaleza, el paisaje a sus<br />

pies pareció <strong>en</strong>sancharse hasta el infinito. El sol salía de detrás de los<br />

lejanos montes de Nadgak, bañando la dormida ciudad de una luz dorada.<br />

En la puerta principal, la reja de la barbacana estaba echada, pero la<br />

segunda puerta se mant<strong>en</strong>ía abierta. Al otro lado, tres guardias charlaban<br />

<strong>en</strong>tre sí, aprovechando el amplio arco de la <strong>en</strong>trada para guarecerse del<br />

vi<strong>en</strong>to. Detuvieron su conversación cuando lo vieron aproximarse.<br />

—Bu<strong>en</strong>os días, ¿cuál es el motivo de vuestra visita al castillo?<br />

Desde el otro lado de las rejas, Crotulio les dirigió una rápida<br />

rever<strong>en</strong>cia.<br />

—Busco dónde mostrar mi arte.<br />

Dirigieron las miradas al laúd colgado a su espalda, luego a la espada<br />

pr<strong>en</strong>dida de su cinto.<br />

—¿Y vuestro arte cúal es?<br />

—Canto...<br />

Aquella conversación empezaba a irritarle. Él no t<strong>en</strong>ía porqué haber<br />

estado ahí, hablando con unos guardias. Deberían haberle abierto paso sin<br />

mediar palabra. Se miraron un segundo y luego uno de ellos le replicó.<br />

—De mom<strong>en</strong>to, nuestra reina no admite visitas de truhanes ni<br />

214


cantadores de fortuna.<br />

Crotulio sintió que se desvanecían sus esperanzas, pero no perdió el<br />

temple.<br />

—¿Me decís que vais a permitir que vuestra reina no oiga al gran<br />

Crotulio Eveldmaard? ¿Cómo estáis seguros de que no desea que algui<strong>en</strong><br />

am<strong>en</strong>ice su mesa?<br />

Uno de ellos le dirigió una sonrisa y se volvió hacia su compañero.<br />

—El señor Illim Astherd se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> estos mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> el patio<br />

de armas y se dirige hacia aquí, quizás él nos saque de dudas.<br />

Desde el escaso hueco que le ofrecía el túnel de la barbacana, Crotulio<br />

observó lo que se podía percibir al otro lado. Había una leñera y una jov<strong>en</strong><br />

mor<strong>en</strong>a estaba cargando troncos. El asalto nocturno quedaba prácticam<strong>en</strong>te<br />

descartado, dada la consist<strong>en</strong>cia y altura de los muros. En esos mom<strong>en</strong>tos,<br />

un hombre algo <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> años apareció <strong>en</strong> el recinto del patio. Hablaba<br />

con calma con algui<strong>en</strong>. Al avanzar, pudo ver qui<strong>en</strong> era la persona a qui<strong>en</strong><br />

dirigía sus palabras. Era una mujer, parecía jov<strong>en</strong>. Su larga cabellera rubia,<br />

rizada y lustrosa, caía hasta su cintura. Llevaba un caro vestido <strong>en</strong> un tono<br />

ocre y ataba parte de sus cabellos <strong>en</strong> una redecilla. Dirigió un leve<br />

as<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to a su acompañante mi<strong>en</strong>tras tocaba suavem<strong>en</strong>te unos tallos<br />

duros por el frío que surgían del suelo, que algui<strong>en</strong> debía haber sembrado<br />

la primavera anterior. El hombre le hablaba con respeto y ella as<strong>en</strong>tía de<br />

tanto <strong>en</strong> tanto para hacerle saber su conformidad con algunas de sus frases.<br />

De bu<strong>en</strong> seguro aquella adorable criatura era algui<strong>en</strong> importante, hija de<br />

algún noble poderoso, por la riqueza y hechura de sus vestiduras. La oyó<br />

hablar.<br />

—Este año, la primavera se resiste a acudir.<br />

—Sí, majestad, y los rosales aún no han brotado.<br />

¿Majestad? ¿Aquélla era la reina de Isthelda? Uno de los guardias se<br />

dirigió hacia ellos y aguardó a que la mujer acabase de escuchar a su<br />

acompañante y pr<strong>en</strong>dase sus ojos de él para hablar. Aun a aquella<br />

distancia, Crotulio se dio cu<strong>en</strong>ta de que los ojos de aquella belleza eran<br />

azules. El guardia intercambió quedas palabras con ella, inclinando la<br />

cabeza <strong>en</strong> señal de humildad, y señaló hacia la puerta.<br />

La mujer se acercó a la puerta atravesando el jardín yermo. Sus<br />

andares eran ligeros y suaves, casi como el planear de un ave y, <strong>en</strong> su regio<br />

rostro, la perfección de sus ovalados rasgos daba un tinte sobr<strong>en</strong>atural a su<br />

belleza. El hombre de armas que t<strong>en</strong>ía fr<strong>en</strong>te a él, al otro lado de la reja, lo<br />

sacó de su <strong>en</strong>simismami<strong>en</strong>to.<br />

215


—¡Vaya muchacho! Estás de suerte, la mismísima reina se digna<br />

acercarse a ti.<br />

Crotulio hizo un esfuerzo por no demostrar la grave impresión que<br />

acababa de sufrir. ¿Aquélla era la arpía que gobernaba Isthelda con m<strong>en</strong>os<br />

s<strong>en</strong>tido común que un chorlito? ¿Aquélla era la mujer que estaba a punto<br />

de <strong>en</strong>tregar Isthelda al <strong>en</strong>emigo? De seguro sus informadores habían<br />

errado. Llevado <strong>en</strong> parte por el instinto y, <strong>en</strong> parte, por la devoción,<br />

Crotulio hincó una rodilla ante Neraveith al otro lado de la reja de hierro.<br />

—Mi señora, sabed que desde este mismo instante me declaro a<br />

vuestro <strong>en</strong>tero servicio y combatiré con todas mis armas y capacidades a<br />

aquellos que os desean algún mal.<br />

La delicada y firme voz de la mujer lo hizo estremecerse.<br />

—Levantaos, maese trovador.<br />

Crotulio se puso <strong>en</strong> pie y se atrevió a alzar la vista hacia sus<br />

<strong>en</strong>candilantes ojos azules. La voz de la mujer sonaba amplificada bajo el<br />

arco de la ancha barbacana.<br />

—¿Podría conocer el nombre de tan galante y honorable caballero?<br />

—Mi nombre es Crotulio Eveldmaard, trovador, aspirante a caballero<br />

y vuestro humilde siervo, mi señora.<br />

La reina lo observó con frialdad.<br />

—Sois trovador me han dicho, y aspiráis a am<strong>en</strong>izar mis veladas.<br />

—Mi señora, ahora me veo <strong>en</strong> un grave aprieto. Gran deshonor será<br />

para mí si mi humilde arte no está a la altura de vuestra exquisita persona.<br />

Neraveith le dirigió una sonrisa <strong>en</strong> tono reconciliatorio.<br />

—Mi estimado Crotulio, debo deciros que me resulta harto halagador<br />

que os toméis tantas molestias con mi persona. Ya que estáis aquí, esta<br />

noche cantaréis <strong>en</strong> mi mesa. Recibiréis a cambio comida y un alojami<strong>en</strong>to.<br />

Crotulio le dirigió una gran rever<strong>en</strong>cia y sintió que la exaltación lo<br />

ll<strong>en</strong>aba cuando ella le sonrió de nuevo.<br />

—Y, por favor, no os rever<strong>en</strong>ciéis tanto o acabaréis t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do dolor de<br />

espalda y vuestros dedos se res<strong>en</strong>tirán.<br />

Sin más, Neraveith se volvió hacia el interior de la fortaleza y Crotulio<br />

la observó alejarse embelesado. Uno de los guardias se volvió hacia él con<br />

una sonrisa.<br />

—Estás de suerte, amigo, pero hasta esta noche no ti<strong>en</strong>es <strong>en</strong>trada al<br />

castillo.<br />

Crotulio <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos no oía nada. Su m<strong>en</strong>te ya se había lanzado<br />

hacia las simas de la creación tratando de arrancar de ellas una<br />

216


composición digna de tan hermosa y noble criatura. No podía<br />

defraudarla...<br />

37 — El cabalgador de sombras<br />

Esa noche, el frío cayó implacable sobre el castillo. El rocío se helaba<br />

sobre las piedras y los guardias que debían permanecer al acecho <strong>en</strong> sus<br />

murallas maldijeron la l<strong>en</strong>titud con la que la primavera se hacía s<strong>en</strong>tir ese<br />

año.<br />

En la ciudad, las g<strong>en</strong>tes se refugiaron <strong>en</strong> sus hogares y al calor del<br />

fuego de las posadas. Pocos vieron una sombra sin cuerpo recorrer sus<br />

calles y dirigirse hacia la fortaleza sobre la colina. En el castillo, nadie<br />

percibió el movimi<strong>en</strong>to a sus pies, y los que guardaban la barbacana se<br />

volvieron un mom<strong>en</strong>to, al haberles parecido que algo se había colado <strong>en</strong>tre<br />

los barrotes, pegado a la pared. Achacaron la visión al frío al no detectar<br />

nada a su alrededor. La silueta, recortada contra el muro, se desplazó<br />

rápidam<strong>en</strong>te hacia la zona más antigua del castillo, la más protegida, donde<br />

moraban sus gobernantes.<br />

Anisse odiaba t<strong>en</strong>er que limpiar las ollas metálicas, sobre todo a<br />

última hora del día y con aquel frío. En la cuba que usaba había echado<br />

algo de agua hirvi<strong>en</strong>do para matar el helor, pero, aun así, ap<strong>en</strong>as s<strong>en</strong>tía las<br />

manos mi<strong>en</strong>tras manejaba el estropajo. Sus manos aceleraban el proceso<br />

sin que ella se lo pidiese. Hacía demasiado frío. Era ese tipo de frío que se<br />

te cuela <strong>en</strong> los huesos y <strong>en</strong> la misma alma. La extraña s<strong>en</strong>sación de<br />

desasosiego le había borrado todo rastro de cansancio y la jov<strong>en</strong> frotaba<br />

<strong>en</strong>érgicam<strong>en</strong>te la superficie metálica de la olla. El agua estaba helada y el<br />

tacto del metal resbalando <strong>en</strong> sus dedos le daba una desagradable<br />

s<strong>en</strong>sación, como si fuese...<br />

Un arma...<br />

Anisse golpeó el agua son la mano, provocando un gran chapoteo.<br />

—¡Ti<strong>en</strong>es trabajo que hacer, así que déjate de tonterías! —se<br />

repr<strong>en</strong>dió a sí misma.<br />

Volvió a frotar <strong>en</strong>érgicam<strong>en</strong>te el interior del cacharro, <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra<br />

que daban las ascuas del horno. En poco tiempo no serían más que un<br />

montón de brasas y debía darse prisa, a m<strong>en</strong>os que quisiese luego t<strong>en</strong>er que<br />

cal<strong>en</strong>tar sus manos s<strong>en</strong>tándose <strong>en</strong>cima de ellas. Su corazón se aceleró de<br />

pronto, como si sintiese algui<strong>en</strong> apostado tras ella. Pero a su espalda sólo<br />

217


estaba la pared. A pesar de ello, se volvió rápidam<strong>en</strong>te. No había nadie...<br />

Trató de ser<strong>en</strong>arse respirando hondo.<br />

—Anisse, vas a acabar volviéndote loca.<br />

La s<strong>en</strong>sación de am<strong>en</strong>aza pareció alejarse. Tratando de conc<strong>en</strong>trarse<br />

<strong>en</strong> lo que t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>tre manos pasó a mover por la superficie el estropajo de<br />

forma mecánica, sección por sección...<br />

Nos acecha <strong>en</strong> las sombras...<br />

Anisse levantó la vista. Las brasas y escasas llamitas lanzaban<br />

fulgores contra la pared opuesta a la de la chim<strong>en</strong>ea y el techo. En ese<br />

mom<strong>en</strong>to, por la escalera bajó Martha, cargada con algo de leña para el día<br />

sigui<strong>en</strong>te.<br />

—Hace frío esta noche, niña. Quizás deberías dejar <strong>en</strong> remojo ese<br />

maldito cacharro y mañana por la mañana acabarlo. No quiero que pilles<br />

unas fiebres.<br />

Anisse se había quedado quieta, mirando el agua escurrir del<br />

estropajo. Una s<strong>en</strong>sación de am<strong>en</strong>aza se había colado <strong>en</strong> su ser y la estaba<br />

sacudi<strong>en</strong>do profundam<strong>en</strong>te. No podía negarla más. Ignorando todo cuanto<br />

la rodeaba, buscó el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> ella y resiguió el hilo que lo había<br />

provocado. Ni siquiera hubo de esforzarse.<br />

"Neraveith Ildara... Neraveith Ildara... Neraveith Ildara..."<br />

Anisse alzó súbitam<strong>en</strong>te la vista. Oyó la voz de Martha preguntarle.<br />

—¿Qué te ocurre? Estás pálida...<br />

La voz de Anisse no pudo salir de ella. Por toda respuesta, se puso <strong>en</strong><br />

pie y echó a correr escaleras arriba.<br />

¡Neraveith ha sido designada como presa!<br />

En el comedor, todos habían recibido de bu<strong>en</strong> grado el servicio del<br />

trovador. Poseía una hermosa voz y sus melodías narraban con pocas<br />

palabras canciones de desgarro y esperanza, imposibles de t<strong>en</strong>er <strong>en</strong> la<br />

impasibilidad. Sacudía los corazones con fuerza. En la larga mesa se<br />

s<strong>en</strong>taban ya sólo Meldionor, la reina y dos de sus doncellas con las que ella<br />

había t<strong>en</strong>ido una cortesía especial. Ninguno de ellos quería dar por acabada<br />

aquella c<strong>en</strong>a. La reina se sorpr<strong>en</strong>dió de pronto rememorando con clarísima<br />

nitidez la imag<strong>en</strong> de su difunto marido y cómo se había s<strong>en</strong>tido amparada<br />

bajo su ala. Se volvió hacia la chim<strong>en</strong>ea para simular que trataba de<br />

cal<strong>en</strong>tarse las manos, pero <strong>en</strong> realidad trataba de ocultar que sus ojos se<br />

había humedecido.<br />

Unos suaves aplausos indicaron que el trovador había concluido su<br />

218


obra. La reina se volvió hacia él con el talante ser<strong>en</strong>o. El artista se puso <strong>en</strong><br />

pie para hacer una perfecta rever<strong>en</strong>cia a la soberana. Era más jov<strong>en</strong> de lo<br />

que dejaba <strong>en</strong>trever su barba. Sus modales era perfectos. Debía de haber<br />

pisado muchas cortes. Mejor era no bajar la guardia ante él, podía tratarse<br />

de un espía.<br />

—Hacía mucho tiempo que no disfrutábamos de un arte tan refinado y<br />

exquisito, señor —com<strong>en</strong>tó—. Una pieza preciosa, digna de ser escuchada<br />

por una reina.<br />

El jov<strong>en</strong> le dedicó una sonrisa y bajó los ojos como muestra de<br />

humildad.<br />

—Para vuestra persona está compuesta, mi señora, mas temo que sea<br />

una pobre y desaliñada recreación de los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de dulzura que<br />

hacéis despertar <strong>en</strong> qui<strong>en</strong>es os rodean.<br />

¿Dulzura? Por favor, cuida más tus lisonjas.<br />

La reina sonrió, camuflando perfectam<strong>en</strong>te la ironía de su gesto. Sobre<br />

la chim<strong>en</strong>ea, a su espalda, las sombras parecieron realzar aún más si cabía<br />

la dorada belleza de Neraveith. Crotulio arrancó un l<strong>en</strong>to rasgueo a su<br />

laúd.<br />

—Mi señora, ¿deseáis escuchar alguna pieza más esta noche?<br />

La reina asintió suavem<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras volvía a ocupar su silla a la<br />

cabecera de la gran mesa.<br />

Anisse salió corri<strong>en</strong>do al patio. La escarcha se había helado <strong>en</strong> el<br />

suelo y el aire frío le golpeó con rudeza el rostro y los brazos<br />

arremangados. Pasó corri<strong>en</strong>do fr<strong>en</strong>te a la torre vieja y <strong>en</strong>tró a toda<br />

velocidad <strong>en</strong> el ala este. En las puertas del gran salón, dos de los guardias<br />

la vieron llegar resollando. Laronoth la miró extrañado.<br />

—Anisse, ¿qué sucede?<br />

La chica se detuvo ante ellos y trató de recuperar el ali<strong>en</strong>to.<br />

—¡La reina! —del interior del salón se oyó la voz de la monarca y el<br />

rasgueo de un laúd—. ¡La reina está <strong>en</strong> peligro!<br />

Los dos guardias cruzaron sus miradas, sorpr<strong>en</strong>didos.<br />

—¿Qué ha sucedido?<br />

Pero Anisse ya no fijaba su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> ellos, observaba las sombras<br />

que la chim<strong>en</strong>ea lanzaba contra la pared que ella veía. Las sombras se<br />

movían, como las de cualquier llama que se refleja <strong>en</strong> un muro. Pero, de<br />

rep<strong>en</strong>te, se despegaron del muro y desplegaron unos brazos sarm<strong>en</strong>tosos.<br />

Anisse gritó.<br />

219


—¡Neraveith, cuidado!<br />

Hizo un gesto para tratar de pasar, pero los guardias la detuvieron<br />

instintivam<strong>en</strong>te.<br />

En el interior del salón, Neraveith oyó el grito de Anisse y miró hacia<br />

allí sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

—¿Anisse?<br />

Meldionor se puso <strong>en</strong> pie sin mediar palabra, se volvió hacia la reina y<br />

fue él qui<strong>en</strong> lo vio. Echó mano del bastón que usaba para caminar y<br />

empujó a la reina con una fuerza muy superior a la que hubiese t<strong>en</strong>ido<br />

qualquier anciano de su edad. Neraveith se vio derribada de la silla con<br />

rudeza. En ese mom<strong>en</strong>to, una larga hoja se clavó <strong>en</strong> la mesa, <strong>en</strong> el puesto<br />

que hacía unos instantes ocupaba ella. El arma estaba unida a una forma<br />

humanoide que... ¡Que se había despegado de la pared!<br />

La hoja había atravesado la madera y se había clavado <strong>en</strong> el suelo, a<br />

escasos c<strong>en</strong>tímetros del rostro de Neraveith.<br />

Meldionor alzó el bastón y pronunció algo <strong>en</strong> una extraña l<strong>en</strong>gua. El<br />

extremo del mismo se iluminó y la luz incidió sobre el ser. La criatura se<br />

volvió hacia Meldionor. En un rápido gesto, se apartó de él y se lanzó<br />

sobre la pared a oscuras tras él, sumergiéndose rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su sombra.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, las dos damas de compañía de Neraveith se pusieron<br />

a gritar y los guardias que custodiaban la <strong>en</strong>trada al salón irrumpieron <strong>en</strong><br />

él. Neraveith se ponía <strong>en</strong> pie l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras Meldionor mant<strong>en</strong>ía la<br />

guardia fr<strong>en</strong>te a ella, con el iluminado bastón <strong>en</strong> la mano. Los hombres de<br />

armas miraron extrañados el efecto mágico de Meldionor y luego a su<br />

reina, que trataba de recobrarse. La voz no le tembló al hablar, pero sus<br />

labios estaban pálidos.<br />

—¿Qué era eso, Meldionor?<br />

—Una criatura de sombra. No te alejes de mí, niña. Esto no ha<br />

acabado.<br />

La reina se volvió hacia sus llorosas damas de compañía.<br />

—¡Traed luz! ¡De prisa!<br />

Lessa fue la única que reaccionó y hubo de arrastrar a Daina tras ella<br />

que no cesaba de lanzar <strong>en</strong>trecortados sollozos. En las puertas, pasaron<br />

corri<strong>en</strong>do junto a Anisse. Ella dudaba ante lo que debía hacer. Podía<br />

liberar al efrit, pero era un ser peligroso. Puede que <strong>en</strong> un espacio cerrado<br />

ll<strong>en</strong>o de g<strong>en</strong>te y sin un rival claro que señalarle se volviese contra lo único<br />

que había allí d<strong>en</strong>tro. Las dudas de Anisse de pronto volaron lejos de ella.<br />

220


Meldionor era muy consci<strong>en</strong>te del arma que portaba y no le había pedido<br />

que la liberase. Anisse corrió tras Lessa y Daina pero no hacia las cocinas<br />

para coger todos los candiles con los que podían contar. tomó una de las<br />

antorchas de la pared y salió hacia el exterior. En el patio de la zona vieja<br />

no se veía a nadie. Corrió hacia los establos, allí estaba la sala que la<br />

guardia que debía mant<strong>en</strong>erse despierta solía usar. Abrió la puerta de un<br />

empellón y gritó.<br />

—¡La reina os necesita!<br />

En el interior una vela iluminaba la esc<strong>en</strong>a. Habían estado jugando. El<br />

cubilete y los dados aún estaban sobre la mesa, pero los dos guardias la<br />

miraban con los ojos abiertos y vacíos. Apoyaban las cabezas sobre la<br />

mesa <strong>en</strong> un gran charco de sangre. La expresión de sorpresa aún no se<br />

había borrado de ellos. Anisse sintió que el corazón le daba un vuelco. El<br />

maldito cazador había dejado el camino despejado antes de ir a por<br />

Neraveith. Anisse corrió con la antorcha hacia la barbacana del castillo<br />

gritando.<br />

—¡Un asesino <strong>en</strong> el castillo! ¡Vuestra reina os necesita!<br />

En el interior del salón se había hecho un círculo de espadas y luz<br />

alrededor de la reina. Los ojos vigilaban, nerviosos, cada sombra y cada<br />

movimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> las paredes<br />

—Señora, ¿a qué nos estamos <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tando?<br />

Fue Meldionor el que contestó.<br />

—Es un cabalgador de las sombras. Hacía mucho tiempo que no sabía<br />

de la pres<strong>en</strong>cia de uno de ellos.<br />

Crotulio se había posicionado de espaldas a la reina, vigilando la<br />

pared más cercana, pero era muy consci<strong>en</strong>te de que le habían quitado sus<br />

armas <strong>en</strong> la <strong>en</strong>trada. Ojalá tuviese algo para acabar con ese <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro.<br />

Laronoth se volvió hacia la reina y le susurró.<br />

—Mi señora, ¿no estaríais más segura <strong>en</strong> vuestros...?<br />

La pregunta se vio interrumpida y Neraveith sintió un dolor <strong>en</strong> el<br />

brazo. Se volvió. Una larga hoja había atravesado a Laronoth y había<br />

rozado su propio brazo.<br />

—Laronoth, ¡no!<br />

La criatura había surgido de la sombra proyectada a los pies del<br />

guardia. El <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro sacudió el arma a un lado para deshacerse del peso<br />

del cadáver. Laronoth se deslizó por la hoja con un susurro estremecedor y<br />

cayó inerte al suelo. Le había atravesado limpiam<strong>en</strong>te el corazón.<br />

221


Crotulio saltó hacia el guardia muerto y cogió su arma. Neraveith se<br />

vio sola ante su asesino, lo vio levantar las garras hacia ella. Un miedo tan<br />

frío como el hielo la ll<strong>en</strong>ó al percatarse de que no se apartaría a tiempo. En<br />

ese mom<strong>en</strong>to, el trovador se movió como una exhalación, con la espada de<br />

Laronoth <strong>en</strong> su mano. En un rápido gesto desvió con furia el golpe dirigido<br />

a Neraveith y se situó <strong>en</strong>tre la criatura y ella.<br />

—Mant<strong>en</strong>eos detrás de mí, mi señora.<br />

De pronto, la luz de Meldionor se extinguió y el consejero dirigió una<br />

mirada sorpr<strong>en</strong>dida a Crotulio. La criatura, al ver aum<strong>en</strong>tar el radio de<br />

sombras a su alrededor, atacó. Sus largas garras trataron de alcanzar a<br />

Neraveith varias veces, pero Crotulio desvió sin esfuerzo alguno todos sus<br />

ataques con la espada. El cabalgador de las sombras, al no lograr atravesar<br />

la def<strong>en</strong>sa de su rival, retrocedió. Crotulio lo siguió.<br />

Meldionor se percató de que se desplazaba hacia las sombras del muro<br />

para volver a fundirse con ellas. La critura tocó el muro y, <strong>en</strong> lugar de<br />

sumergirse <strong>en</strong> él, rebotó contra la pared de piedra. Permaneció<br />

desconcertado e inmóvil una minúscula fracción de tiempo. Crotulio<br />

aprovechó el mom<strong>en</strong>to de desconcierto y lo atravesó con la espada.<br />

—¡Saborea tu fin, maldito <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro!<br />

La criatura trató de aferrar la espada de Crotulio, pero sus<br />

extremidades perdieron fuerza rápidam<strong>en</strong>te y se derrumbó con l<strong>en</strong>titud a<br />

sus pies. Parecía una masa imprecisa de sombra que fluctuase al extremo<br />

del arma. Crotulio se volvió hacia la reina.<br />

—¿Qué deseáis que se haga con este <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro, mi señora?<br />

Neraveith permanecía aún demasiado asustada como para hablar. Pero<br />

Meldionor dio la respuesta.<br />

—Hay que mant<strong>en</strong>erlo <strong>en</strong> un círculo de luz hasta el amanecer. Cuando<br />

los rayos del sol caigan sobre él, morirá.<br />

Lessa y Daina hicieron su irrupción <strong>en</strong> el salón <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to con<br />

varias teas <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas. Daina lloraba temblorosa.<br />

—Mi señora, hay más muertos por el castillo.<br />

Meldionor se apresuró a ir por el fuego que habían traído. Al alejarse<br />

de Crotulio la luz de su bastón volvió, pero al acercarse a él se apagó de<br />

nuevo. Anisse apareció un segundo más tarde con varios de los guardias<br />

del castillo. Permanecieron quietos y boquiabiertos mi<strong>en</strong>tras miraban la<br />

esc<strong>en</strong>a.<br />

Meldionor trazó un círculo con el aceite de quemar <strong>en</strong> el suelo y le<br />

pr<strong>en</strong>dió fuego.<br />

222


—Ya podéis soltarlo, maese Crotulio.<br />

Crotulio arrancó el arma del cuerpo de la criatura con un gesto de<br />

desprecio y salió del círculo de fuego. El ser de sombra permaneció <strong>en</strong> el<br />

interior, iluminado por las danzantes llamas.<br />

—Habrá que mant<strong>en</strong>er el fuego toda la noche, deberemos turnarnos.<br />

Durante la noche, Meldionor impuso estrictos turnos para vigilar al<br />

cabalgador de sombras y r<strong>en</strong>ovar el círculo de fuego a su alrededor. Cerca<br />

del amanecer, cuando la primera luz empezó a despuntar por el horizonte,<br />

Meldionor ord<strong>en</strong>ó que los grandes v<strong>en</strong>tanales de la sala fueran abiertos. El<br />

sol asomó su rostro, al fin, y sus cálidos rayos reptaron por la tierra hacia<br />

el castillo. La criatura de sombra, d<strong>en</strong>tro del círculo, profirió algunos<br />

quejidos inarticulados, mirando la línea de luz acercarse a él. Cuando el<br />

primer rayo de sol lo tocó, se esfumó <strong>en</strong> una t<strong>en</strong>ue voluta de humo que se<br />

devaneció rápidam<strong>en</strong>te.<br />

La reina había permanecido <strong>en</strong> pie cerca de la criatura, vigilando sus<br />

movimi<strong>en</strong>tos hasta que desapareció. Cuando lo hizo, dejó escapar un<br />

suspiro.<br />

—Ve a descasar, Neraveith, querida. Estos seres a la luz del día son<br />

destruidos.<br />

—Dudo que alguna vez pueda volver a dormir como lo hacía antes.<br />

La reina se <strong>en</strong>caminó a sus apos<strong>en</strong>tos seguida de cerca por sus<br />

sirvi<strong>en</strong>tas y una nutrida escolta de guardias. Por un escaso mom<strong>en</strong>to se<br />

alegró de que Ségfarem no estuviese con ellos. Sabía que la fe<br />

inquebrantable del caballero no hubiese podido descansar tranquila ante<br />

todos aquellos sucesos y la revelada hechicería de Meldionor. Ségfarem...<br />

¿Dónde demonios se había metido? Había desaparecido hacía ya días.<br />

Algo más poderoso que Édorel lo había alejado del castillo. Resultaba<br />

inconcebible <strong>en</strong> Ségfarem. Tan solo su deber era más fuerte, <strong>en</strong> ocasiones,<br />

que el amor que s<strong>en</strong>tía por ella.<br />

38 — Ségfarem<br />

El rápido y firme paso de Minjart había llevado a Ségfarem hacia el<br />

norte. Durante días <strong>en</strong>teros, casi sin descanso alguno para ninguno de los<br />

dos, jinete y montura atravesaron la baronía donde gobernaba lord<br />

Barthem. Ap<strong>en</strong>as se veían lugares habitados <strong>en</strong> aquellas tierras. El paraje<br />

era bastante desértico <strong>en</strong> cuanto a pres<strong>en</strong>cia humana. Los animales y los<br />

223


seres que habitualm<strong>en</strong>te se veían por los caminos parecían también<br />

ocultarse de las miradas. Sólo <strong>en</strong> una ocasión Ségfarem vio a una raposa<br />

cruzando cojeando fr<strong>en</strong>te a él. Probablem<strong>en</strong>te t<strong>en</strong>ía el cubil cerca e<br />

int<strong>en</strong>taba alejarlo de él con esa treta, eran unos seres astutos.<br />

En las ext<strong>en</strong>sas praderas de hierbas ralas y quemadas por el vi<strong>en</strong>to, el<br />

movimi<strong>en</strong>to de las mismas producía un susurro ininterrumpido que subía y<br />

bajaba de volum<strong>en</strong>. Si no hubiese sido por ese sonido, hubiese creído que<br />

el mundo estaba desierto e inmóvil. El frío vi<strong>en</strong>to, que bajaba de las<br />

montañas <strong>en</strong> invierno, hacía que muchos de sus habitantes emigras<strong>en</strong> hacia<br />

el sur durante esa época, y cada vez m<strong>en</strong>os se decidían a volver. Las<br />

desconocidas tierras del lejano sur, más allá de Isthelda, ll<strong>en</strong>as de riquezas,<br />

de comercio y de bullicio parecían atraer cada vez más a las g<strong>en</strong>tes del<br />

reino, sobre todo a las del norte, la zona más inhóspita de todo Isthelda si<br />

se descontaban los pantanos del río Ornae.<br />

La gran masa de árboles oscura acompañó a Ségfarem y Minjart a su<br />

derecha durante todo el camino. El bosque de Isthelda se ext<strong>en</strong>día casi<br />

hasta la frontera norte, hasta las faldas mismas de las montañas. Allí los<br />

vi<strong>en</strong>tos eran cada vez más fríos y cortantes. Ségfarem se arrebujó <strong>en</strong> su<br />

capa ante el mordisco glacial del vi<strong>en</strong>to. Su fiel y estoico caballo inclinó la<br />

cabeza para proteger el s<strong>en</strong>sible hocico del frío y mantuvo la mirada fija <strong>en</strong><br />

su objetivo: el monte Anskard. Se alzaba ante él, flanqueado por las<br />

montañas, y le esperaba.<br />

La cordillera Kardamag, que había ejercido tan correctam<strong>en</strong>te de muro<br />

de cont<strong>en</strong>ción durante siglos, tanto contra los vi<strong>en</strong>tos e inclem<strong>en</strong>cias más<br />

poderosos como contra los agresores, marcaba el final del reino de la<br />

soberana Neraveith. Se trataba de una sierra carcomida y rebajada a lo<br />

largo de los siglos. No era lo sufici<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te exclamativa <strong>en</strong> sus<br />

difer<strong>en</strong>cias de nivel como para albergar ley<strong>en</strong>das sobre su orig<strong>en</strong>, pero sí<br />

para ejercer de escudo al reino. Pero, <strong>en</strong>tre los picos batidos por los<br />

vi<strong>en</strong>tos, sobresalía el monte Anskard, como un gigante corpul<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tre un<br />

grupo de niños. El resto de montañas que lo rodeaban parecían guardar una<br />

respetuosa guardia de honor a su alrededor. Su cima surgía, recortada <strong>en</strong><br />

blanco y gris contra el cielo azul y perfecto, <strong>en</strong>tre el mar de mediocridad<br />

difusa que eran sus vecinas. Sus alturas no habían sido puestas a prueba<br />

desde hacía muchos años. Nadie veía la necesidad de escalar semejante<br />

mole, a un par de días de viaje hacia el oeste de un paso de montaña<br />

seguro. Allí, poco a poco, las montañas desaparecían gradualm<strong>en</strong>te hasta<br />

convertirse <strong>en</strong> una sucesión de suaves lomas fáciles de franquear.<br />

224


Ségfarem, con los ojos ll<strong>en</strong>os de la imag<strong>en</strong> del monte Anskard, no<br />

trataba de <strong>en</strong>contrar una lógica al impulso que lo guiaba hacia allí. La<br />

huesuda mano del anciano señalando hacia el norte, <strong>en</strong> medio de una<br />

infecta y brumosa llanura, señalando la magnific<strong>en</strong>cia de un monte que no<br />

veía, se repetía <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te. Como los vigías que conoció <strong>en</strong> su juv<strong>en</strong>tud,<br />

<strong>en</strong> mitad de la bruma y del desánimo de la calma marina, ori<strong>en</strong>taban la<br />

nave <strong>en</strong> la dirección correcta. Sus ojos sólo t<strong>en</strong>ían uso para la costa y, con<br />

exclamaciones jocosas ante la incredulidad del jov<strong>en</strong> Ségfarem, lo<br />

llevaban a tierra.<br />

"¿No la hueles, Ségfarem? ¿No hueles la costa, chaval?"<br />

Puede que aquello no fuese más que otra locura más, pero al hombre<br />

desesperado no le queda más remedio que seguir los sueños, por muy<br />

ilógicos que sean.<br />

"¿A qué montaña os referís, señor? No alcanzo a ver ninguna."<br />

Y la sonrisa del anciano ante sus palabras se desplegaba <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te.<br />

"¿Acaso no la veis, mi señor? Donde soplan los vi<strong>en</strong>tos de guerra, ahí<br />

<strong>en</strong>contraré mi armadura, fueron vuestras palabras y las que yo debía<br />

repetir para vos."<br />

Ségfarem elevó una personal plegaria a Basth.<br />

—Gracias, Basth, por <strong>en</strong>viarme un guía cuando mis ojos estaban<br />

ciegos.<br />

39 — Aybkam<strong>en</strong><br />

En los días que siguieron al ataque del cabalgador de sombras, los<br />

habitantes del castillo <strong>en</strong>terraron sus muertos con la justa ceremonia y<br />

c<strong>en</strong>traron sus temores <strong>en</strong> lo vivido varias noches atrás. Se redoblaron las<br />

medidas de seguridad y la reina aceptó que Meldionor buscase<br />

protecciones contra criaturas mágicas. Con ello, la reina por fin había visto<br />

confirmadas sus sospechas, Meldionor no era un simple erudito, sus artes<br />

mágicas sobrepasaban lo que había imaginado nunca.<br />

El sueño de la soberana se había visto profundam<strong>en</strong>te afectado. Ya no<br />

lograba dormir a solas y, por la noche, despertaba <strong>en</strong> muchas ocasiones<br />

sobresaltada. Una vez establecidas las def<strong>en</strong>sas, los esfuerzos de<br />

Meldionor se c<strong>en</strong>traron <strong>en</strong> tratar de averiguar de dónde había procedido el<br />

ataque, quién había dirigido a aquella criatura contra Neraveith. Pero no<br />

logró discernir nada por muchas artes y empeño que puso <strong>en</strong> ello.<br />

La iglesia de Basth el Justo supo de los sucesos del castillo, pero no<br />

225


<strong>en</strong>viaron una repres<strong>en</strong>tación a exigir explicaciones a su reina de por qué<br />

albergaba a un hechicero <strong>en</strong>tre sus muros, tan solo se ofrecieron para<br />

dirigir los ritos a los difuntos. Resultó fácil para Neraveith deducir el<br />

motivo de su discreción. Meldionor le confirmó a Neraveith que el<br />

atacante había sido una criatura del caos y los clérigos de Basth<br />

pregonaban el haber desterrado a todos los demonios del mundo. Ese era el<br />

motivo de la discreción de los sacerdotes de Basth respecto a ese asunto.<br />

Hubiese sido demasiado terrible para ellos el admitir ante sus<br />

conciudadanos que el caos aún t<strong>en</strong>ía cabida <strong>en</strong> el mundo, que se habían<br />

equivocado o que les habían m<strong>en</strong>tido. Pregonaban su infalibilidad, no<br />

podían permitírselo. Pero, al poco tiempo, dedujeron que aquella criatura<br />

se había atrevido a atacar el castillo precisam<strong>en</strong>te por la falta de un<br />

seguidor de la fe de Basth <strong>en</strong> él que le hiciese fr<strong>en</strong>te y <strong>en</strong> la región, el mito<br />

de Basth el justo se vio reforzado. Así, la aus<strong>en</strong>cia de Ségfarem les<br />

b<strong>en</strong>efició...<br />

Durante esos días, un carromato avanzó a través de estrechos s<strong>en</strong>deros<br />

que parecían abrirse ante él para guiarle. El caballo percherón que tiraba de<br />

él no salía del asombro que le causaba s<strong>en</strong>tir a su amo azuzarle para que<br />

avanzara tan velozm<strong>en</strong>te como sus anchas patas le permitieran. Fogoso<br />

nunca había tirado de su inseparable carromato a más velocidad que la de<br />

paseo, y el desconcierto lo ll<strong>en</strong>aba.<br />

D<strong>en</strong>tro del carromato, Fhain no había podido pegar ojo <strong>en</strong> los dos<br />

últimos días. La percha <strong>en</strong> la que solía reposar se agitaba bajo sus patas,<br />

haciéndole ext<strong>en</strong>der las alas para mant<strong>en</strong>er el equilibrio. Sin duda, su<br />

protegido había perdido el poco s<strong>en</strong>tido común que podía albergar de tanto<br />

frecu<strong>en</strong>tar al resto de humanos. Nunca le gustó esa manía obsesiva que<br />

t<strong>en</strong>ía Aybkam<strong>en</strong> por viajar de día, pero esto era el colmo.<br />

Los monjes habían <strong>en</strong>tregado a Aybkam<strong>en</strong> el libro y el lugar hasta<br />

donde debería llevarlo junto con el apremio de ser lo más rápido posible.<br />

Se habían decantado por él a la hora de escogerlo para aquella misión por<br />

su increíble capacidad de atravesar el bosque de Isthelda y, paralelam<strong>en</strong>te,<br />

habían organizado a bombo y platillo una comitiva con grandes medidas<br />

de seguridad para proteger una caja que solo llevaba piedras hacia el sur.<br />

Pret<strong>en</strong>dían desviar la at<strong>en</strong>ción de Aybkam<strong>en</strong> hacia un cebo y, así, ampliar<br />

su posibilidad de éxito.<br />

Fue cuando Aybkam<strong>en</strong> empezó a preocuparse. ¿Quién demonios t<strong>en</strong>ía<br />

tanto interés <strong>en</strong> hacerse con aquel libro? ¿Por qué los monjes ya no<br />

226


consideraban su monasterio un lugar seguro? ¿Tanta importancia t<strong>en</strong>ía<br />

aquel libro roñoso? Si supies<strong>en</strong> los monjes dónde lo había escondido... En<br />

esos mom<strong>en</strong>tos sus posaderas se acomodaban sobre el v<strong>en</strong>erado volum<strong>en</strong>.<br />

Ocupaba el hueco que quedaba <strong>en</strong>tre el pescante y el carro, oculto por una<br />

tabla. Jamás creyó Aybkam<strong>en</strong> que un libro escrito hacía mil años pudiese<br />

causar tanto alboroto. Pero le debía al monasterio su superviv<strong>en</strong>cia y<br />

aquella era una forma fácil de devolverles el favor.<br />

De todas maneras, aquella carrera marcaba que su viaje estaba<br />

llegando, antes de tiempo, a una de las escalas que más deseaba: las<br />

cercanías del castillo de Isthelda. Neraveith... Albergaba pocas esperanzas<br />

de que ella pret<strong>en</strong>diese salir a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro pero nunca se podía dar algo<br />

por s<strong>en</strong>tado.<br />

Echó un vistazo al interior del carromato para comprobar que la capa<br />

seguía colgada de la percha de la pared tras la puerta. Había caído al suelo.<br />

Bu<strong>en</strong>o, de ahí no se movería más. Nunca había p<strong>en</strong>sado que la compañía<br />

de una reina le hubiese resultado tan agradable. No había dejado de<br />

preguntarse cómo le s<strong>en</strong>taría un s<strong>en</strong>cillo vestido que revolotease alrededor<br />

de sus tobillos <strong>en</strong> lugar de aquellos <strong>en</strong>corsetados trajes que parecían<br />

aprisionarla <strong>en</strong> una jaula de tela.<br />

Los días <strong>en</strong> la localidad del castillo de Isthelda se sucedían con la<br />

rapidez de la ocupación, con el ajetreo de la vida escasa y corta. No había<br />

tiempo para reflexionar. El mercado local funcionaba demasiado bi<strong>en</strong>. De<br />

ahí salían mercancías hacia los puertos del oeste y todos buscaban su pan y<br />

su escaso bi<strong>en</strong> <strong>en</strong> lo que podían arañar a su parcela de fortuna. No había<br />

tiempo para mirar más lejos. Pocos eran consci<strong>en</strong>tes allí de la exist<strong>en</strong>cia de<br />

un monasterio llamado Davorsath, donde sus monjes recopilaban la verdad<br />

de la exist<strong>en</strong>cia. Ninguno sospechó que allí se atesoraban miles de<br />

conocimi<strong>en</strong>tos sobre demonios y otros seres que prov<strong>en</strong>ían de más allá del<br />

mundo. Nadie supo <strong>en</strong> la ciudad de Isthelda que ese monasterio fue<br />

asaltado una noche y reducido a c<strong>en</strong>izas, muertos todos su habitantes. El<br />

mismo día <strong>en</strong> que el humo se elevaría desde los restos del lugar y sus<br />

cadáveres, un jov<strong>en</strong> buhonero surgió del bosque y llegó al mercado de la<br />

ciudad con su carromato. Se instaló algo alejado del c<strong>en</strong>tro del mismo,<br />

para evitar el bullicio más considerable, pagó las módicas cuotas de<br />

comercio e inició su negocio.<br />

Nadie sospechaba que aquel vulgar buhonero llevase nada más<br />

importante que sus cacharros, su alquimia y el caballo que tiraba de sus<br />

227


pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cias. Aybkam<strong>en</strong> sabía que, una vez fuera del bosque, la manera<br />

más fácil de esconderse era a la vista de todo el mundo, <strong>en</strong>tre sus propios<br />

congéneres, otros comerciantes y alquimistas. Pero puede que, si<br />

Aybkam<strong>en</strong> hubiese sabido que uno de los habitantes del monasterio<br />

m<strong>en</strong>cionó su nombre antes de morir, su actitud hubiese sido otra.<br />

40 — Un <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro <strong>en</strong> el mercado<br />

El tiempo estimado <strong>en</strong> lograr que la vida siga su curso, con la misma<br />

implicación psicológica desde el ev<strong>en</strong>to traumático que inició la cu<strong>en</strong>ta,<br />

son cuatro días. Es el periodo que los humanos necesitan para comprobar<br />

que pued<strong>en</strong> poner, de nuevo, un pie fuera de su refugio psicológico sin<br />

peligro. Esa noche iba a ser la cuarta tras el asalto del cabalgador de<br />

sombras al castillo. Las anteriores tres noches, todos los hogares de<br />

Isthelda, que se habían hecho eco de la noticia, <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dieron sus fuegos<br />

más altos de lo normal para alejar las sombras de la noche. Pero, al cuarto<br />

amanecer, tras tres noches sofocantes, decidieron que ese desperdicio de<br />

leña era un gasto que no se podían permitir y que los fuegos volverían a<br />

arder con su int<strong>en</strong>sidad habitual, tras el ocaso.<br />

Esa mañana, los v<strong>en</strong>dedores de leña del mercado ya estaban notando<br />

como desc<strong>en</strong>dían sus v<strong>en</strong>tas junto con el pánico local. Una mujer <strong>en</strong>vuelta<br />

<strong>en</strong> un gastado sayo bajo el que asomaba un vestido gris pasó fr<strong>en</strong>te a uno<br />

de ellos. El v<strong>en</strong>dedor de leña le gritó, esperanzado.<br />

—Leña y carbón, para espantar las sombras de la noche.<br />

Ella lo ignoró. Se trataba de Anisse. Por suerte no la había reconocido.<br />

En aquellas salidas al mercado había tomado la costumbre de dejar su<br />

indum<strong>en</strong>taria habitual, que ya se había convertido <strong>en</strong> algo característico de<br />

ella, para que no la abordas<strong>en</strong> <strong>en</strong> busca de información. En Isthelda,<br />

gracias a sus mercados y su ext<strong>en</strong>sísima vida social, era prácticam<strong>en</strong>te<br />

imposible que los habitantes no participas<strong>en</strong> de un hecho como el sucedido<br />

noches atrás.<br />

Todo el mundo sabía <strong>en</strong> la ciudad que un ser del caos había atacado a<br />

su reina, que Meldionor, uno de los consejeros de la reina, se había<br />

revelado como un poderoso hechicero, que la aus<strong>en</strong>cia de Ségfarem había<br />

propiciado aquel ataque y que los sacerdotes de Basth el Justo podían<br />

protegerte de esos demonios.<br />

Anisse pasó fr<strong>en</strong>te a otra casa más que lucía <strong>en</strong> su puerta el símbolo de<br />

hierro de Basth y la inquietud la sacudió por d<strong>en</strong>tro de nuevo. Parecía que<br />

228


muchas familias habían pedido las b<strong>en</strong>diciones del templo para proteger<br />

sus hogares.<br />

Anisse acudía al mercado <strong>en</strong> función de recadera. Debía realizar<br />

algunas compras para la cocina del castillo. También sabía que algui<strong>en</strong> la<br />

esperaba, algui<strong>en</strong> amistoso fijaba su p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to <strong>en</strong> ella. No se sorpr<strong>en</strong>dió<br />

cuando se <strong>en</strong>contró cara a cara con Finlhi junto a un puesto de verduras. Él<br />

parecía preocupado.<br />

—¿Un cabalgador de sombras? —dijo por todo saludo.<br />

Ella asintió.<br />

—Estoy bi<strong>en</strong>, yo no le interesaba.<br />

—Deberás seguir si<strong>en</strong>do discreta.<br />

A pesar de la alarma que saltó <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te, algo le sugirió a Anisse<br />

que no era el mom<strong>en</strong>to de indagar <strong>en</strong> aquella afirmación.<br />

Tras una sonrisa de complicidad, ambos se ad<strong>en</strong>traron <strong>en</strong> el mercado.<br />

A pesar de que mantuvieron una actitud discreta, Finlhi logró que su<br />

trayecto fuese observado por los que les rodeaban. Sus largas orejas<br />

ahusadas y sus <strong>en</strong>ormes ojos rasgados de color cobrizo atraían las miradas<br />

irremediablem<strong>en</strong>te. De alguna manera, el elfo se había hecho con algo de<br />

ropa. Los pantalones ondeaban alrededor de sus delgadas piernas y había<br />

doblado la cintura <strong>en</strong> pliegues para acomodarla <strong>en</strong> su estrecha cadera.<br />

Seguía visti<strong>en</strong>do la camisa de Anisse. Ella nunca había gustado de usar<br />

ropas muy ost<strong>en</strong>tosas o con gran profusión de adornos, pero aun así la<br />

pr<strong>en</strong>da era claram<strong>en</strong>te fem<strong>en</strong>ina. Pero lo más curioso del elfo era que no<br />

llevaba calzado. Caminaba sobre el suelo helado sin mostrar la más<br />

mínima incomodidad. De todas maneras, a Finlhi parecía resultarle<br />

indifer<strong>en</strong>te el aspecto que lucía.<br />

—En el castillo contáis con protecciones mágicas desde hace tres días,<br />

¿quién las ha levantado?<br />

—Meldionor, uno de los consejeros de la reina. Debes haberlo oído.<br />

—Es compet<strong>en</strong>te.<br />

Anisse frunció el ceño ante aquella afirmación, pero el elfo, aj<strong>en</strong>o a su<br />

extrañeza, se sintió de pronto atraído por un puesto donde se ofrecían unos<br />

pasteles de carne. Se desvió hacia allí sin dudarlo. Un hombre exhibía su<br />

mercancía sobre un brasero que usaba tanto para cal<strong>en</strong>tarse como para<br />

mant<strong>en</strong>erla cali<strong>en</strong>te. Finlhi observó cómo una persona, que estaba allí de<br />

pie, tomaba uno de los pasteles de carne y se lo llevaba. ¿Ésa era la norma<br />

allí? Se acercó resueltam<strong>en</strong>te y el comerciante lo observó, extrañado, hasta<br />

que tomó uno de los pasteles.<br />

229


—¡Eh, amigo! Si pi<strong>en</strong>sas llevarte eso más vale que lo pagues...<br />

Finlhi lo observó, todo inoc<strong>en</strong>cia.<br />

—¿Pagar? ¿Pedís un servicio a cambio?<br />

El hombre negó.<br />

—No, amigo, pido piezas de metal, monedas...<br />

Anisse apareció <strong>en</strong> apresuradam<strong>en</strong>te junto a Finlhi.<br />

—Hola, Anthem, disculpa al chico, no es de por aquí.<br />

El hombre miró al elfo y luego a la Anisse.<br />

—La verdad, Anisse, te echas unos amigos muy raros. ¿Todos los<br />

elfos son tan ineptos como él?<br />

Anisse rió mi<strong>en</strong>tras rebuscaba <strong>en</strong> la bolsa de su cinturón unas<br />

monedas.<br />

—No lo sé, es el primero que conozco —Anisse tomó otro de los<br />

pasteles de carne—. ¿Cuánto te debo?<br />

El hombre le hizo un gesto con las manos.<br />

—Dos monedas.<br />

Una de las v<strong>en</strong>tajas de tratar con Anthem era que lo único que le<br />

interesaba era su negocio. Las habladurías y sucesos resbalaban alrededor<br />

de él y era algo que agradecía Anisse. Él no trataba nunca de sacarle<br />

información.<br />

—¡¿Dos monedas?! Anthem, estoy segura de que esta carne la has<br />

comprado con el dinero que te dieron <strong>en</strong> el castillo por tus últimos<br />

servicios. ¿Y quién fue la que te recom<strong>en</strong>dó?<br />

—Anisse, no puedo hacer excepciones.<br />

La jov<strong>en</strong> frunció el ceño con un <strong>en</strong>ojo fingido.<br />

—¿Ni siquiera por una colega?<br />

—Mira, no puedo rebajar el precio.<br />

Anisse miró el pastel de carne con gesto evaluador.<br />

—Parece algo reseco, pero al m<strong>en</strong>os está cali<strong>en</strong>te. Costará que baje<br />

hasta mi estómago.<br />

Finalm<strong>en</strong>te, el hombre soltó un resoplido y se agachó tras el puesto<br />

para coger algo.<br />

—Invito a la bebida, pero porque se trata de ti. No se lo digáis a nadie.<br />

Anisse sonrió mi<strong>en</strong>tras cogía la jarra de cerveza que le t<strong>en</strong>día Anthem.<br />

—Gracias, seré una tumba respecto a tu g<strong>en</strong>erosidad.<br />

Anisse hizo una seña a Finlhi para que la siguiese. Lo guió hasta un<br />

lugar apartado de la muchedumbre, junto a un puesto de leña. Anisse le<br />

señaló uno de los montones de troncos más alejados y se s<strong>en</strong>tó sobre él. El<br />

230


elfo la imitó.<br />

Finlhi la observó un mom<strong>en</strong>to mi<strong>en</strong>tras ella empezaba a dar cu<strong>en</strong>ta de<br />

su comida. Por fin, pareció acordarse de lo que lo había llevado hasta el<br />

puesto de Anthem y dio un mordisco a su pastel de carne. Permaneció<br />

unos instantes inmóvil, como si tratase de asimilar la s<strong>en</strong>sación que le<br />

había producido.<br />

—Esto es sublime —declaró.<br />

Finlhi comió muy despacio, saboreando cada bocado con exquisita<br />

meticulosidad. Anisse reprimió varias veces la risa al notar el éxtasis<br />

gustativo que lo embargaba con cada nuevo mordisco.<br />

—¿Nunca habías probado un pastel de carne?<br />

—No, nunca. Los humanos hacéis cosas muy interesantes.<br />

—El pastel de carne es algo muy básico <strong>en</strong> las costumbres humanas.<br />

Yo también sé hacerlo, pero no me queda tan bi<strong>en</strong>.<br />

—Hay algo que me ha extrañado. Dijiste que estaba seco, pero no era<br />

cierto. ¿Por qué m<strong>en</strong>tiste?<br />

—¿M<strong>en</strong>tirle a Anthem? No, él ya sabía que no era cierto que estuviese<br />

seco, pero es una manera indirecta de pedirle que me rebajase el precio.<br />

—¿Por qué no se lo pides directam<strong>en</strong>te?<br />

—¡Por los dioses Finlhi! Es cierto que ti<strong>en</strong>es muchas cosas que<br />

apr<strong>en</strong>der. Eso sería una descortesía, y me diría que no, directam<strong>en</strong>te.<br />

Debes buscar algo que no te guste de su mercancía y hacérselo ver, así cree<br />

que no te la vas a llevar y rebaja el precio.<br />

—Pero él ya sabía que m<strong>en</strong>tías.<br />

—Sí.<br />

—Entonces, ¿por qué te ha regalado la cerveza?<br />

—Supongo que es por simple cortesía. Yo le he pedido una rebaja del<br />

precio con la diplomacia requerida y él, como es mi amigo, ha aceptado.<br />

Yo le haré otro favor otro día.<br />

Finlhi permaneció <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio unos instantes, sopesando la<br />

información.<br />

—Si se lo hubieses pedido directam<strong>en</strong>te, ¿se habría of<strong>en</strong>dido?<br />

—Me habría considerado maleducada.<br />

—¿Y no te ha considerado maleducada por m<strong>en</strong>tirle sobre su<br />

mercancía?<br />

Anisse se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—Las cosas funcionan así <strong>en</strong> un mercado. Sólo se puede ser sincero<br />

del todo con un amigo, y sólo <strong>en</strong> caso de una necesidad grave.<br />

231


—Todo esto es muy complicado...<br />

—Oh, no lo es. Sólo se trata de una especie de diplomacia rebuscada.<br />

Se habían alejado de la zona más bulliciosa del mercado. Allí los<br />

puestos ya no eran de comestibles. Había varios v<strong>en</strong>dedores de paños con<br />

sus carretas ll<strong>en</strong>as de colorido y buhoneros ambulantes con sus cacharros.<br />

A Anisse le llamó la at<strong>en</strong>ción un carromato estacionado. Un percherón gris<br />

estaba atado a las barras, rumiando algo de alfalfa seca. Un búho <strong>en</strong>tró por<br />

la puerta del vehículo y desapareció <strong>en</strong> el interior. El propietario del<br />

mismo ap<strong>en</strong>as le dirigió una mirada al pájaro. Anisse se puso <strong>en</strong> pie y se<br />

dirigió hacia allí.<br />

Las habladurías <strong>en</strong> el mercado de Isthelda volaban como una plaga de<br />

v<strong>en</strong>cejos. Era prácticam<strong>en</strong>te imposible eludir sus deposiciones y la<br />

información había llegado hasta Aybkam<strong>en</strong>. Neraveith... Una criatura de<br />

sombra la había atacado. El miedo y la extrañeza se <strong>en</strong>tremezclaron <strong>en</strong> él.<br />

¿Qué había ocurrido para que las ley<strong>en</strong>das saltas<strong>en</strong> del relato a la realidad?<br />

¿Por qué Neraveith? Era una reina querida.<br />

Aybkam<strong>en</strong> había realizado bu<strong>en</strong>os y abundantes trueques, esa<br />

mañana . Había intercambiado conocimi<strong>en</strong>tos <strong>en</strong>tre colegas de oficios<br />

afines e hizo fortuna sufici<strong>en</strong>te como para permitirse una comida<br />

estup<strong>en</strong>da <strong>en</strong> una posada, pero su corazón aleteaba inquieto. Estaba<br />

cerrando el trato con otro alquimista sobre el precio del azufre <strong>en</strong> bruto que<br />

le v<strong>en</strong>día, cuando se le acercó una chica mor<strong>en</strong>a, de larga cabellera negra,<br />

y un... ¿elfo? con gesto despistado tras ella.<br />

—Hola, ¿puedo ayudarte <strong>en</strong> algo?<br />

Anisse le saludó con una sonrisa.<br />

—Hola, ¿es posible que tu nombre sea Aybkam<strong>en</strong>?<br />

El buhonero parpadeó sorpr<strong>en</strong>dido.<br />

—¿Qui<strong>en</strong> lo pregunta?<br />

—Mi nombre es Anisse. Tú no me conoces pero he oído hablar de ti.<br />

Sirvo a una amiga común, la reina Neraveith.<br />

El buhonero relajó su gesto y observó, discretam<strong>en</strong>te, las<br />

proximidades antes de hablar.<br />

—He oído sobre el asalto que sufrió. ¿Se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra bi<strong>en</strong>?<br />

—Sí, perfectam<strong>en</strong>te. Hay mucha g<strong>en</strong>te a su alrededor que la protege<br />

de ataques, tanto físicos como mágicos.<br />

—¿Tú eres una de ellos? —Anisse apretó los labios <strong>en</strong> una sonrisa<br />

forzada y asintió—. ¿Cómo se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra ella?<br />

232


Anisse se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—No ha podido volver a dormir ser<strong>en</strong>a.<br />

—Lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do. Supongo que debe estar muy atareada, pero, si es<br />

posible, me gustaría que supiese que me acuerdo de ella y que si puedo<br />

ayudar... Te parecerá una tontería, pero, incluso, había p<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> <strong>en</strong>viar a<br />

Fhain con un m<strong>en</strong>saje.<br />

Desde el interior del carromato les llegó un ulular of<strong>en</strong>dido. Fhain<br />

quería dejar bi<strong>en</strong> claro que lo había oído todo. Anisse rió por la reacción<br />

del pájaro.<br />

—No se puede negar que ti<strong>en</strong>e mucho carácter para ser tan pequeño.<br />

—Ya que estás aquí quizás podrías devolverle su capa. Había p<strong>en</strong>sado<br />

<strong>en</strong> llevársela <strong>en</strong> persona, pero sé que ago así podría ser malo para ella. Ya<br />

sabes... Los chimorreos.<br />

Anisse sonrió.<br />

—Creo que sería mejor que se la devolvieses tú personalm<strong>en</strong>te.<br />

Necesita salir del castillo y con eso t<strong>en</strong>drá un bu<strong>en</strong> motivo. ¿Dónde podrá<br />

<strong>en</strong>contrarte esta noche?<br />

—Creo que me instalaré cerca del lago. Allí no hay nadie que se digne<br />

v<strong>en</strong>ir a robarme. Pero puedo cambiar de lugar si...<br />

—No —le interrumpió Anisse—. Es perfecto. El bosque te protege,<br />

parece ser, y los demonios son rechazados fuera de los árboles. Es un lugar<br />

seguro.<br />

—Sólo para algunos.<br />

—Le haré saber a Neraveith que estás <strong>en</strong> al ciudad. Me consta que la<br />

reina desea volver a verte.<br />

—¿Desea volver a verme?<br />

—Ha sido un placer, Aybkam<strong>en</strong>.<br />

El gesto ilusionado de Aybkam<strong>en</strong> fue lo último que vio Anisse antes<br />

de correr a rescatar a Finlhi del anzuelo de unos trileros. Había caído <strong>en</strong> él<br />

durante su breve conversación.<br />

Anisse atravesó el mercado a toda velocidad. Por fin t<strong>en</strong>ía una bu<strong>en</strong>a<br />

noticia que darle a Neraveith. Finlhi la acompañó hasta que llegaron al<br />

camino que llevaba al castillo, <strong>en</strong>tonces cogió su mano para det<strong>en</strong>erla. Sus<br />

ojos ambarinos t<strong>en</strong>ían una expresión que ella no supo descifrar.<br />

—Con las def<strong>en</strong>sas mágicas que habéis alzado, estarás a salvo d<strong>en</strong>tro<br />

del castillo. Cada vez que salgas de él, estaré ahí para protegerte.<br />

Anisse no supo qué responder a eso. Finlhi se acercó a Anisse y antes<br />

233


de que ella se diese cu<strong>en</strong>ta de lo que iba a hacer, dejó un beso sobre sus<br />

labios. La sorpresa la dejó parada, pero Finlhi se alejó de ella sin darle más<br />

importancia y con gesto totalm<strong>en</strong>te ser<strong>en</strong>o.<br />

—Gracias por prestarme ropa, por la lección sobre la diplomacia y la<br />

comida.<br />

Sin más, el elfo se volvió para dirigirse de nuevo hacia el mercado que<br />

había dejado atrás.<br />

Anisse permaneció un mom<strong>en</strong>to desconcertada. ¿La había besado?<br />

Sacudió la cabeza con una sonrisa. Aquello había parecido el beso<br />

desori<strong>en</strong>tado que debería haberse depositado sobre la mejilla de una amiga,<br />

no se parecía al lascivo beso de un amante. Tratando de apartar la<br />

s<strong>en</strong>sación deliciosa que le había dejado, Anisse se apresuró hacia el<br />

castillo.<br />

41 — Favores y contrafavores<br />

En cuanto llegó al castillo, Anisse corrió hacia la cocina y dejó sobre<br />

la alac<strong>en</strong>a el cilantro y el perejil que había traído.<br />

Martha se volvió extrañada hacia ella al oírla regresar tan pronto.<br />

—¿Qué haces aquí, niña?<br />

—T<strong>en</strong>ía ganas de volver. Hace algo de frío y t<strong>en</strong>go que rem<strong>en</strong>dar mi<br />

falda y un par de camisas. ¿Como está Édorel?<br />

—Bi<strong>en</strong>, se ha recuperado bi<strong>en</strong> de la pérdida de sangre. Supongo que<br />

hoy mismo se marchará.<br />

Anisse sintió un pequeño alivio al oírlo. Si Édorel no se había<br />

marchado aún, t<strong>en</strong>ía otra carta a favor de propiciar un <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro <strong>en</strong>tre el<br />

verdadero Aybkam<strong>en</strong> y Neraveith.<br />

—Me alegro de oírlo. Voy a ver qué tal se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra.<br />

Martha la observó salir como una exhalación. Esa muchacha<br />

necesitaba apr<strong>en</strong>der a tomarse las cosas con más calma.<br />

Anisse casi corrió escaleras arriba hacia las habitaciones del piso<br />

superior. Antes de llamar a la puerta recompuso su gesto para no d<strong>en</strong>otar el<br />

apresurami<strong>en</strong>to que la había llevado hasta allí. Desde d<strong>en</strong>tro oyó la voz de<br />

Lessa contestar "adelante". Anisse abrió la puerta.<br />

Édorel ya estaba <strong>en</strong> pie, fuera de la cama. Se s<strong>en</strong>taba sobre un taburete<br />

mi<strong>en</strong>tras Lessa hacía malabarismos con sus cabellos.<br />

—Bu<strong>en</strong>os días, chicas. ¿Qué tal estás, Édorel?<br />

La semielfa sonrió.<br />

234


—Bi<strong>en</strong>. Os debo mucho a todos vosotros.<br />

—Tonterías.<br />

Édorel, a pesar de la sonrisa con que recibió a Anisse, estaba pálida<br />

aún. El lado de la cabeza donde había recibido el golpe había t<strong>en</strong>ido que<br />

ser rasurado para poder recibir curas. La herida se había cerrado bi<strong>en</strong>,<br />

gracias a que Meldionor la había cosido. Los hilos aún no había sido<br />

retirados y resaltaban de forma desagradable sobre su pálida piel. Lessa<br />

trataba de ajustar la cabellera de Édorel <strong>en</strong> aquella zona para cubrir el<br />

desagradable corte.<br />

—Creo que, si tr<strong>en</strong>zamos parte de tu cabellera de lado, no se notará <strong>en</strong><br />

absoluto.<br />

—Hazle caso a Lessa, Édorel. Creo que no he visto a nadie más hábil<br />

que ella domando cabelleras. Incluso lograría darle un aspecto respetable a<br />

las crines de un burro despelechado.<br />

Lessa rió al oír a Anisse y com<strong>en</strong>zó a tr<strong>en</strong>zar el pelo de la semielfa.<br />

—Édorel, quería preguntarte cuándo pret<strong>en</strong>des marcharte.<br />

La semielfa respondió con rapidez.<br />

—D<strong>en</strong>tro de un rato. No quiero causar más molestias.<br />

Parecía no s<strong>en</strong>tirse a gusto si<strong>en</strong>do el c<strong>en</strong>tro de las at<strong>en</strong>ciones de tanta<br />

g<strong>en</strong>te. En el castillo, además de darle curas, alojami<strong>en</strong>to y comida, incluso<br />

se habían lavado y planchado las ropas de la guardabosque.<br />

—¿Podrías esperar un día más?<br />

—No me parece correcto. Llevo ya mucho tiempo abusando de<br />

vuestra hospitalidad.<br />

—Si esperas unas horas, es muy probable que puedas devolver el<br />

favor a la mismísima reina.<br />

Édorel giró los ojos hacia Anisse para mirarla, pero no movió la<br />

cabeza para no <strong>en</strong>torpecer la labor de Lessa.<br />

—Me <strong>en</strong>cantaría poder ayudar <strong>en</strong> algo.<br />

—Entonces, espera un poco. Probablem<strong>en</strong>te hoy mismo se te necesite.<br />

Por otro lado, de seguro que Meldionor querrá ver cómo van tus curas y si<br />

puede quitarte ya el hilo que cierra la herida. No le niegues ese pequeño<br />

placer.<br />

Édorel <strong>en</strong>arcó las cejas y rió con suavidad.<br />

—De acuerdo.<br />

—Gracias, Édorel.<br />

Lessa acabó de hacer la tr<strong>en</strong>za y com<strong>en</strong>zó a atarla.<br />

—Anisse, ¿de qué estás hablando? ¿Qué servicio ti<strong>en</strong>e que hacer a la<br />

235


eina?<br />

—Caramba, Lessa, eres la mejor. No se ve <strong>en</strong> absoluto la zona calva.<br />

Anisse salió rápidam<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras la curiosidad no satisfecha de Lessa<br />

lanzaba una airada protesta.<br />

—¡Anisse! ¡Contéstame!<br />

El sol de la tarde iluminaba oblicuam<strong>en</strong>te la gran sala del castillo.<br />

Alrededor de la mesa se reunían la reina y tres de sus consejeros. La<br />

premura por debatir la situación militar de algunos de ellos sorpr<strong>en</strong>día a la<br />

soberana, t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta la paz de que gozaba el reino. En esos<br />

mom<strong>en</strong>tos, hablaba lord Barthem. Neraveith y Meldionor escuchaban<br />

mi<strong>en</strong>tras Illim Astherd anotaba, con pulcra paci<strong>en</strong>cia, cada idea lanzada <strong>en</strong><br />

sus cuadernos de papiro.<br />

—Las baronías del norte del reino supon<strong>en</strong> un alto riesgo para nuestra<br />

estabilidad. Si el ejemplo se exti<strong>en</strong>de, podrían atraer a otras baronías<br />

fronterizas. Las alianzas comerciales que se han establecido pronto podrían<br />

trocarse <strong>en</strong> alianzas militares.<br />

Lord Barthem exponía la situación con la calma requerida <strong>en</strong> un líder<br />

militar, pero su tono no ocultaba la preocupación que le producía. La reina<br />

observaba a su consejero apoyando la barbilla sobre el dorso de su puño<br />

cerrado. Su fr<strong>en</strong>te se fruncía <strong>en</strong> largas arrugas.<br />

—¿Qué pruebas exist<strong>en</strong>? ¿Hay algún indicio de ese cambio de<br />

lealtades que sugerís, lord Barthem?<br />

—No, señora, pero t<strong>en</strong>ed <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta que muchos de vuestros barones,<br />

antes que dirig<strong>en</strong>tes, fueron merc<strong>en</strong>arios. En caso de peligro, se aliarán con<br />

el más fuerte o con el que más b<strong>en</strong>eficios les prometa. Actualm<strong>en</strong>te, no<br />

somos un pueblo preparado para la guerra. Nuestras reservas de hierro son<br />

escasas y las tropas no han sido r<strong>en</strong>ovadas ni <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>adas <strong>en</strong> mucho tiempo.<br />

Sin m<strong>en</strong>cionar que contamos con escasísimos hechiceros, dada la política<br />

de los sacerdotes de Basth. Al m<strong>en</strong>os t<strong>en</strong>dremos asegurada la pres<strong>en</strong>cia de<br />

curanderos de esa fe <strong>en</strong> caso de agresión. No somos un bu<strong>en</strong> aliado para un<br />

merc<strong>en</strong>ario, t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta las otras posibilidades que pued<strong>en</strong><br />

ofrecérseles actualm<strong>en</strong>te.<br />

Meldionor percibió la t<strong>en</strong>sa mirada de la reina y la interpeló<br />

suavem<strong>en</strong>te...<br />

—Mi señora, ¿qué opinión os merece este asunto?<br />

Neraveith bajó la vista a la mesa, donde habían dispuesto algo de<br />

comida <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to de la larga reunión. Su mirada cayó <strong>en</strong> el estrecho<br />

236


surco que atravesaba la madera. Era una antinatural herida <strong>en</strong> la superficie<br />

perfecta.<br />

El cabalgador de sombras hubiese atravesado mi cabeza de haber<br />

estado yo s<strong>en</strong>tada aquí.<br />

Instintivam<strong>en</strong>te alzó la mirada hacia Meldionor y se obligó a regresar<br />

al tema que allí estaban debati<strong>en</strong>do. Los tratos con lo sobr<strong>en</strong>atural no la<br />

concernían a ella, era labor de Meldionor, y ella estaba perdi<strong>en</strong>do tiempo<br />

al permitir a su m<strong>en</strong>te preocuparse por algo <strong>en</strong> lo que no podía influir.<br />

Hubo de demorarse algo más de lo habitual <strong>en</strong> dar una respuesta y, <strong>en</strong> ese<br />

breve mom<strong>en</strong>to de sil<strong>en</strong>cio, la pluma de Illim Asterd, susurró atronadora.<br />

—Mis informadores aún no han dado señal alguna, eso me preocupa.<br />

Puede que t<strong>en</strong>gáis razón, lord Barthem, pero no quiero com<strong>en</strong>zar<br />

movimi<strong>en</strong>tos bélicos que pongan nerviosos a nuestros vecinos. Por otro<br />

lado, ¿se ha sabido ya algo de lord Ségfarem?<br />

Respondió Meldionor.<br />

—No se ti<strong>en</strong>e ninguna noticia de él. Lo vieron viajar hacia el sur, eso<br />

es todo.<br />

Barthem frunció el ceño.<br />

—Su actuación no me parece normal. ¿Acaso nos ha abandonado?<br />

Neraveith negó.<br />

—No lo creo, iría <strong>en</strong> contra de su naturaleza. Antes se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>taría<br />

directam<strong>en</strong>te a mí y todo el consejo que dar la espalda al reino que ha<br />

jurado proteger. Lo protegería incluso de nosotros mismos.<br />

—¿Qué puede haberle llevado hacia el sur de esa manera? No ti<strong>en</strong>e<br />

familia ni nada que lo ret<strong>en</strong>ga allí...<br />

En esos mom<strong>en</strong>tos, algui<strong>en</strong> llamó a la puerta. Neraveith oyó la voz de<br />

uno de los guardias que se apostaban al otro lado.<br />

—Es Anisse, mi señora. Dice que trae el té que habéis pedido.<br />

Lord Barthem respondió, levem<strong>en</strong>te irritado.<br />

—La reina no ha pedido ningún té.<br />

Se oyó la voz de Anisse al otro lado de la puerta, lo bastante fuerte<br />

como para que la escuchas<strong>en</strong> <strong>en</strong> el interior.<br />

—Oh, lo si<strong>en</strong>to. Debo haberme confundido. Disculpadme.<br />

Últimam<strong>en</strong>te creo que mi m<strong>en</strong>te está un poco cansada.<br />

Neraveith percibió de inmediato las int<strong>en</strong>ciones de Anisse. Cuando<br />

usaba el truco del té para colarse <strong>en</strong> una reunión, era para hacerle llegar<br />

información no oficial a nadie más que a ella. Información que solía ser<br />

urg<strong>en</strong>te. Hizo un gesto a lord Barthem.<br />

237


—Disculpadme, creo que necesito un breve descanso para ord<strong>en</strong>ar las<br />

últimas opiniones. Y un té no me iría nada mal. Dejadla pasar.<br />

Anisse <strong>en</strong>tró portando una bandeja con una tetera humeante, cuatro<br />

tazas y algunos dulces. La dejó sobre la mesa y dirigió una sonrisa a los<br />

pres<strong>en</strong>tes mi<strong>en</strong>tras servía las tazas.<br />

—Creo que os puede gustar y tonificar tras tantas horas de trabajo. Es<br />

un tipo de té difer<strong>en</strong>te del que suelo usar, se lo compré a un buhonero.<br />

Sólo Anisse percibió el temblor de Neraveith cuando dijo estas<br />

palabras. La cocinera dio un largo sorbo al cont<strong>en</strong>ido de la taza de la reina,<br />

como era costumbre, para demostrar ante su monarca la calidad del mismo<br />

y que no había añadido nada para acabar con su vida.<br />

—Ese buhonero era un tipo muy extraño. Viajaba con un búho por<br />

compañero.<br />

Lord Barthem no sabía cómo responder ante la descarada<br />

charlatanería de Anisse. No podía disimular que s<strong>en</strong>tía simpatía por la<br />

jov<strong>en</strong>, pero sus modales no eran los más adecuados ante sus señores.<br />

Anisse sirvió el resto de tazas y con una sonrisa recogió la bandeja.<br />

—Espero que lo disfrutéis.<br />

Cuando estaba a punto de franquear la puerta, la reina la interpeló.<br />

—Anisse...<br />

La chica se volvió hacia ella con gesto sumiso.<br />

—¿Sí, mi señora?<br />

—Cuando termine la reunión decidiré qué he de hacer contigo.<br />

La cocinera inclinó la cabeza con gesto preocupado y se retiró.<br />

Mi<strong>en</strong>tras lord Barthem tomaba su taza dirigió una mirada a Neraveith.<br />

—No seáis demasiado dura con ella. Es cierto que sus modales no son<br />

los mejores, pero no dudo de su bu<strong>en</strong>a int<strong>en</strong>ción. Aunque yo también la<br />

amonestaría.<br />

—Son los pequeños desahogos que puedo permitirme <strong>en</strong> el castillo,<br />

lord Barthem.<br />

Mi<strong>en</strong>tras bebía el té Neraveith trató de ser<strong>en</strong>arse, devolver su m<strong>en</strong>te al<br />

pres<strong>en</strong>te y alejarla de la idea de que Aybkam<strong>en</strong> había vuelto. No le<br />

conv<strong>en</strong>ía despertar habladurías y<strong>en</strong>do a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro... La mirada de la<br />

reina recayó de nuevo sobre el corte de la mesa cuando dejó la taza sobre<br />

ella.<br />

Puede que no t<strong>en</strong>gas otra oportunidad de verlo, Neraveith.<br />

Meldionor discutió con todas sus artes la idea de Neraveith de<br />

238


abandonar la seguridad del castillo esa noche. Pero ella siguió haci<strong>en</strong>do<br />

preparativos mi<strong>en</strong>tras el anciano trataba de hacerla desistir. Neraveith se<br />

colgó el zurrón con lo que consideraba necesario para su excursión<br />

nocturna: la ar<strong>en</strong>a de sueño, la esfera de luz y sus medicinas mi<strong>en</strong>tras<br />

Meldionor <strong>en</strong>umeraba por <strong>en</strong>ésima vez los peligros a que se exponía.<br />

—¡Te estás arriesgando por un capricho, como una niña!<br />

Neraveith le contestó impasible.<br />

—Dijiste que los cabalgadores de sombras son demonios. El bosque<br />

no admite poderes infernales <strong>en</strong>tre sus árboles. ¿Esas criaturas atravesarían<br />

el bosque sin peligro?<br />

—Sospecho que no, pero no estoy seguro.<br />

—Entonces mi plan ti<strong>en</strong>e mucha lógica. Iré hacia el bosque mi<strong>en</strong>tras<br />

sea de día. Anisse v<strong>en</strong>drá conmigo y Édorel nos guiará. Pasaré la noche<br />

<strong>en</strong>tre los árboles y, cuando amanezca, regresaré. El sol me protegerá.<br />

—Pero, Neraveith, querida...<br />

Ella le dirigió una mirada adusta, el gesto de algui<strong>en</strong> que no está<br />

dispuesto a capitular. Se echó por <strong>en</strong>cima su capa y salió de sus<br />

habitaciones rumbo al patio de caballerizas, donde ya la estaban esperando<br />

sus acompañantes.<br />

Anisse aguardaba sobre el caballo que solía montar cuando ejercía de<br />

acompañante de la reina. A Édorel le habían procurado un peludo animal<br />

bajo de anchas patas. La reina se <strong>en</strong>caramó sobre su yegua y se volvió<br />

hacia su escolta.<br />

—Édorel, ¿podrás galopar?<br />

—Si el caballo puede hacerlo, yo me sost<strong>en</strong>dré sobre él.<br />

—Entonces sugiero que nos apresuremos. Convi<strong>en</strong>e que lleguemos al<br />

bosque antes de que el sol se haya puesto.<br />

Édorel asintió, aprobando la suger<strong>en</strong>cia, y las tres se pusieron <strong>en</strong><br />

marcha ante la mirada confundida de los moradores del castillo.<br />

El miedo que s<strong>en</strong>tía Neraveith desde el ataque del cabalgador de<br />

sombras había jugado <strong>en</strong> su favor. No había vuelto a dormir como antes,<br />

sabi<strong>en</strong>do que cualquier noche podrían fallar las def<strong>en</strong>sas mágicas de<br />

Meldionor y que <strong>en</strong>tonces ella no despertaría. Eso significaba que era muy<br />

posible que no tuviese otra oportunidad de volver a ver a Aybkam<strong>en</strong> y,<br />

fr<strong>en</strong>te a ese hecho, las habladurías que pudies<strong>en</strong> derivarse de ese asunto le<br />

resultaron banales.<br />

239


40 — Preparativos para una c<strong>en</strong>a<br />

Pareció que los árboles se habían apartado del camino del carromato<br />

esa tarde. Fogoso avanzó con relajado abandono de toda inquietud. El<br />

bosque les era favorable, aunque Aybkam<strong>en</strong> era consci<strong>en</strong>te de que podía<br />

cambiar de opinión.<br />

Llegaron al claro sin contratiempo alguno y Aybkam<strong>en</strong> decidió seguir<br />

más adelante, hasta la espesura. Si Neravetih decidía ir hasta él, de seguro<br />

preferiría un poco de discreción y, por su parte, no deseaba llamar la<br />

at<strong>en</strong>ción sobre sí mismo <strong>en</strong> exceso. El bosque volvió a fluctuar para él, y<br />

llegó con una precisión acongojante, al mismo lugar donde semanas atrás<br />

estacionó su carromato.<br />

Des<strong>en</strong>ganchó a su fiel percherón, le procuró algo de comida y empezó<br />

a reunir leña.<br />

El buhonero se había hecho <strong>en</strong> el mercado con una coliflor y un bu<strong>en</strong><br />

trozo de carne. Tras <strong>en</strong>c<strong>en</strong>der el fuego, trajo agua <strong>en</strong> un cacharro metálico,<br />

la colocó sobre las llamas y dejó la coliflor nadando <strong>en</strong> ella.<br />

Hubiese preferido preparale a Neraveith un estofado, su especialidad,<br />

pero no contaba con tanto tiempo y, de todas maneras, no sabía si ella<br />

acudiría. Al estar escondido <strong>en</strong>tre la espesura era posible que Neraveith no<br />

fuese capaz de <strong>en</strong>contrarlo.<br />

Entró <strong>en</strong> su vivi<strong>en</strong>da para hacerse con un par de manzanas y una<br />

manta y salió al rel<strong>en</strong>te de la noche. De inmediato Fogoso vino hasta él y<br />

le dio un cabezazo para exigirle el trozo de manzana que le correspondía.<br />

Aybkam<strong>en</strong> le pasó su parte.<br />

Mi<strong>en</strong>tras se agachaba fr<strong>en</strong>te al fuego para at<strong>en</strong>der la olla de agua algo<br />

se posó <strong>en</strong> su hombro y Aybkam<strong>en</strong> dio un súbito respingo. Fhain había<br />

vuelto con su c<strong>en</strong>a: un desv<strong>en</strong>turado ratón de campo.<br />

—¿Ya te has cansado de recorrer el bosque? Cada vez eres más vago.<br />

Por toda respuesta Fhain revoloteó hasta posarse sobre una roca fr<strong>en</strong>te<br />

a él y procedió a <strong>en</strong>gullir su caza. Una costumbre que había tomado de la<br />

g<strong>en</strong>te era la de c<strong>en</strong>ar <strong>en</strong> compañía. Pero su amigo humano parecía un tanto<br />

p<strong>en</strong>sativo esa tarde. Parecía preocupado.<br />

Aybkam<strong>en</strong> observó al búho con mirada aus<strong>en</strong>te.<br />

Neraveith perseguida... Cabalgadores de sombras... Oyó ley<strong>en</strong>das<br />

sobre ellos hacía años.<br />

El brillo de las estrellas a través del follaje se filtraba hasta el suelo.<br />

240


La t<strong>en</strong>ue luz daba un tinte azulado a todo lo que tocaba. Era un tono muy<br />

parecido al de unos ojos que había contemplado hacía semanas. Esos ojos<br />

pert<strong>en</strong>ecían a una reina y deseaba volver a verrlos. No quería imaginar que<br />

pudiese perderse d<strong>en</strong>tro de aquel bosque, puede que con ella los árboles no<br />

fues<strong>en</strong> b<strong>en</strong>evol<strong>en</strong>tes, pero no se atrevía a alejarse de su carromato y la<br />

carga que transportaba.<br />

Fhain fr<strong>en</strong>te a él aún <strong>en</strong>gullía al ratón meticulosam<strong>en</strong>te de una sola<br />

pieza. De pronto Aybkam<strong>en</strong> fijó su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> el búho y una sonrisa<br />

iluminó su rostro al cruzar una idea su m<strong>en</strong>te. Fhain pareció leerle el<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to y dejó de comer. Le miró con los ojos muy abiertos, como<br />

sólo puede hacerlo un búho, y la cola del ratón aún colgando de la<br />

comisura de su pico.<br />

—Sí señor, es la mejor idea que he t<strong>en</strong>ido. ¡Tú iras a buscarla y la<br />

guiarás hasta aquí, Fhain!<br />

¡No señor!, era la peor idea que había t<strong>en</strong>ido aquel humano loco.<br />

¿Pero qué se había creído? ¿Con qué derecho le pedía que fuese a buscarle<br />

la hembra?<br />

41— Malos modales<br />

Incluso el ansia de cotilleo de la ciudad t<strong>en</strong>ía un límite.<br />

Después de que Crotulio narrase con todo lujo de detalles el asalto<br />

nocturno, <strong>en</strong> El Barril y dos posadas más, la g<strong>en</strong>erosidad de sus<br />

propietarios desapareció. Quizás jugó <strong>en</strong> su contra que otorgase tanto peso<br />

a su papel <strong>en</strong> los hechos y que nadie testificase que sus palabras eran<br />

ciertas. Una vez agotada la g<strong>en</strong>erosidad de las posadas, solo le quedaba<br />

esperar a su amor verdadero: una reina. Por suerte, las posadas de Isthelda<br />

estaban bi<strong>en</strong> nutridas de habladurías, así supo dónde podría re<strong>en</strong>contrarse<br />

con ella.<br />

Obviam<strong>en</strong>te, el bosque no int<strong>en</strong>tó det<strong>en</strong>erlo, más bi<strong>en</strong> pareció abrir<br />

sus caminos para él.<br />

Esa noche, la brisa no era tan helada. En ella se pret<strong>en</strong>día ver los<br />

primeros indicios de la incipi<strong>en</strong>te primavera, al fin, pero bi<strong>en</strong> podía ser<br />

solo una leve tregua <strong>en</strong> el demasiado largo invierno. En el cielo, unos<br />

nubarrones grises empezaban a reunirse, pero él no lanzó una sola mirada<br />

inquieta hacia arriba. El destino estaba de su lado y lo sabía.<br />

Tras un rato de caminata, Crotulio vio la luz de una hoguera. Había<br />

241


llegado al claro. Si las ley<strong>en</strong>das eran ciertas, el bosque guiaría a Neraveith<br />

hasta él, y aquello concluiría como solo una historia así poda concluir.<br />

Sonrió al ver que había dos mujeres s<strong>en</strong>tadas cerca del fuego. Adoptó la<br />

pose segura de un conquistador y avanzó. Entonces algo cayó sobre él y<br />

una lluvia de golpes lo siguió. Una voz aguda le gritó.<br />

—¡Quieto! ¡Vas a arrep<strong>en</strong>tirte de haber tratado de emboscarnos!<br />

Crotulio no logró salir de la sorpresa a tiempo de darse cu<strong>en</strong>ta de que<br />

dos niños le habían echado una red <strong>en</strong>cima y echó mano de la espada. Miró<br />

hacia arriba y una lluvia de bellotas le golpeó la cara. Estaban sobre las<br />

ramas de un árbol. El que parecía más jov<strong>en</strong> le lanzó el capazo, ahora<br />

vacío, que había cont<strong>en</strong>ido las bellotas. Una voz fem<strong>en</strong>ina atronó desde el<br />

claro, autoritaria.<br />

—¡V<strong>en</strong>id aquí inmediatam<strong>en</strong>te!<br />

Con una risotada, los dos niños saltaron al suelo y desaparecieron<br />

<strong>en</strong>tre los arbustos. La mujer avanzó hacia Crotulio con el rubor <strong>en</strong> sus<br />

mejillas. Estaba <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> carnes, y la tr<strong>en</strong>za de sus cabellos llegaba hasta<br />

su cintura.<br />

— Lo lam<strong>en</strong>to tanto, señor. Lo si<strong>en</strong>to. Espero que no le hayan hecho<br />

nada— interrumpió para volverse hacia los arbustos y gritó a pl<strong>en</strong>o<br />

pulmón— ¡Cuando volvamos a casa os vais a <strong>en</strong>terar!<br />

Crotulio se retiró la red artesanal de <strong>en</strong>cima y surgió de ella con toda<br />

su compostura recuperada.<br />

—Tranquila, bu<strong>en</strong>a mujer. Solo son dos niños.<br />

—Mi nombre es Saleith, soy su madre. Lo lam<strong>en</strong>to mucho.<br />

—Yo soy Crotulio, puede que hayáis oído hablar de mí.<br />

Ella <strong>en</strong>arcó las cejas sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

—V<strong>en</strong>id si os apetece a s<strong>en</strong>taros junto al fuego, así podréis contarnos<br />

más detalles de lo sucedido.<br />

En el claro había un caballo alazán, de bu<strong>en</strong>a sangre, y s<strong>en</strong>tada junto<br />

al fuego una jov<strong>en</strong>. Vestía <strong>en</strong> tonos rojos, a juego con su cabellera. A pesar<br />

de sus redondeadas formas, era ap<strong>en</strong>as una adolesc<strong>en</strong>te. Kayla volvió la<br />

mirada hacia el reci<strong>en</strong> llegado con gesto indol<strong>en</strong>te.<br />

—Dama Kayla, él es Maese Crotulio —pres<strong>en</strong>tó Saleith.<br />

Ella no inclinó la cabeza para saludar sino que le dedicó una mirada<br />

analítica, de arriba a abajo, sin tratar de disimularla.<br />

—Vaya —murmuró—... ¡Qué casualidad! ¿El mismo trovador que se<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó a un demonio de sombra <strong>en</strong> el castillo?<br />

Crotulio le dedicó una exagerada rever<strong>en</strong>cia sin despr<strong>en</strong>der los ojos de<br />

242


los de ella.<br />

—El mismo.<br />

El gesto distante de la muchacha, lo sorpr<strong>en</strong>dió.<br />

—¿Qué ocurrió?<br />

—Permitidme que me acomode antes, si lo que queréis es oír lo<br />

sucedido.<br />

—El asalto duró ap<strong>en</strong>as unos minutos, no creo que os lleve mucho<br />

tiempo.<br />

Él sonrió, con el gesto profesional e indescifrable que adoptaba<br />

cuando ninguna respuesta mordaz acudía a su m<strong>en</strong>te, y se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> uno de<br />

los tocones cerca de Kayla.<br />

—Yo me <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> el castillo prestando mi arte a la reina<br />

Neraveith <strong>en</strong> la sala donde ella c<strong>en</strong>aba. La criatura surgió de la pared tras<br />

ella y trató de atravesarla con las cuchillas de sus brazos.<br />

Kayla lo observó, frunci<strong>en</strong>do el ceño.<br />

—Todos sab<strong>en</strong> que, <strong>en</strong> realidad, atravesó la vidriera que da al norte<br />

que, por cierto, creo que es la más hermosa de la sala.<br />

Crotulio la miró extrañado.<br />

—No recuerdo ninguna vidriera que diese al norte, allí está la<br />

chim<strong>en</strong>ea.<br />

Kayla sonrió satisfecha.<br />

—No hay ninguna vidriera, <strong>en</strong>tonces consideraré por un mom<strong>en</strong>to que<br />

no sois un farsante. Contadnos qué sucedió.<br />

Crotulio sonrió, aquélla era su oportunidad. Empezó a narrar, sin<br />

escatimar <strong>en</strong> detalles, lo sucedido durante la noche. Su arte declamando<br />

contribuyó a darle dramatismo al relato. Hizo hincapié <strong>en</strong> cómo la reina<br />

había sobrevivido gracias a él y olvidó algunos detalles sin importancia<br />

como la luz que invocó Meldionor y la aportación de los sirvi<strong>en</strong>tes. Al<br />

finalizar, él había decretado indirectam<strong>en</strong>te que era un héroe<br />

incompr<strong>en</strong>dido. Kayla lo observó con el ceño fruncido, la incredulidad<br />

atravesaba su p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. Entonces una voz surgió de detrás de ellos.<br />

—¿Por qué no eres un guerrero, <strong>en</strong>tonces?<br />

—O un caballero de la reina...<br />

Los tres se volvieron al oir las voces. Los hijos de Saleith se habían<br />

arrastrado hasta ellos por la hierba. Se habían <strong>en</strong>ganchado ramitas <strong>en</strong> la<br />

cabeza que pret<strong>en</strong>dían mimetizarlos con el ambi<strong>en</strong>te e increiblem<strong>en</strong>te,<br />

había sucedido así a pesar de lo absurdo del disfraz. Saleith lanzó una<br />

carcajada al verlos. Kayla sonrió abiertam<strong>en</strong>te ante la ocurr<strong>en</strong>cia de los<br />

243


niños y Crotulio maldijo internam<strong>en</strong>te a los malditos críos y su madre. Si<br />

no estuvies<strong>en</strong> allí, de seguro Kayla sería mucho más tratable. Cuando las<br />

risas se apagaron, la muchacha se volvió hacia él.<br />

—Ti<strong>en</strong>e razón. Si tan hábil con la espada sois, ¿por qué la reina<br />

decidió no guardaros a su servicio?<br />

Crotulio dejó escapar un l<strong>en</strong>to suspiro, la ocasión lo requería.<br />

—No lo sé, y no soy quién para cuestionarme los decretos de nuestra<br />

reina.<br />

Crotulio se había s<strong>en</strong>tido irritado al no obt<strong>en</strong>er más que una<br />

bonificación económica, por otro lado más que bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida, por su valerosa<br />

actuación. Pero, cuando la hermosa soberana de Isthelda había estrechado<br />

su mano y le había mirado a los ojos para pronunciar un rotundo "Gracias,<br />

maese Crotulio, no olvidaré vuestro valor", él supo que no podía guardarle<br />

r<strong>en</strong>cor. En ese mom<strong>en</strong>to estuvo seguro de una cosa: se había <strong>en</strong>amorado.<br />

—Es una historia increible, señor —opinó Saleith.<br />

Crotulio tomó su laúd y empezó a afinarlo.<br />

—¿Puedo saber vuestros apellidos?, dama Kayla.<br />

Ella lo miró fijam<strong>en</strong>te y pronunció con deliberada l<strong>en</strong>titud.<br />

—Kayla Lyakara Dosom, tercera hija de mi padre. Supongo que ya<br />

habéis oído esos apellidos.<br />

—Sabía yo que vuestro porte y belleza no podía haber salido de la<br />

plebe. Ahora <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do por qué las musas parec<strong>en</strong> revolotear a mi<br />

alrededor, ansiosas —Crotulio sonrió a la muchacha—. Permitidme<br />

pres<strong>en</strong>taros mi arte, dama Kayla, para corresponder al deleite que me<br />

produce vuestra pres<strong>en</strong>cia.<br />

La música ll<strong>en</strong>ó el claro durante largos minutos. El músico era diestro<br />

<strong>en</strong> su arte. Intercalaba florituras ll<strong>en</strong>as de virtuosismo con notas largas y<br />

melodiosas. Las palabras de sus composiciones estaban ll<strong>en</strong>as de devoción<br />

y nostalgia. Cuando concluyó, el músico bajó la mirada con una fingida<br />

humildad ante los aplausos que ambas mujeres le dedicaron.<br />

—Hacía mucho que no disfrutaba tanto de la música, maese Crotulio.<br />

Él sonrió a la muchacha mi<strong>en</strong>tras arrancaba un profesional rasgeo<br />

distraído al laúd.<br />

—Es fácil cantar para una belleza como la vuestra, dama Kayla. Las<br />

musas acud<strong>en</strong> <strong>en</strong> tropel y pelean, <strong>en</strong>vidiosas, por crear poesía que compita<br />

con vuestra hermosura.<br />

Un suave rubor tiñó las mejillas de Kayla. Crotulio le dirigió una<br />

sonrisa y, después, bajó la mirada para que no se sintiese <strong>en</strong> exceso<br />

244


incómoda. Era un profesional del cortejo. Pero Saleith una vez más decidió<br />

interponerse <strong>en</strong> el perfecto mom<strong>en</strong>to que había creado.<br />

—Kayla, si vuestro padre supiese que habéis usado el caballo para<br />

llegar hasta aquí montaría <strong>en</strong> cólera.<br />

Ella se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—Si me lo regaló sería para que lo usase.<br />

—Quizás es hora de regresar, dama Kayla. Vuestro padre se<br />

preocupará por vos.<br />

—Saleith, si mi padre lo desea puede mandar una escolta armada a<br />

buscarme, lo sabéis.<br />

—Y vos sabéis, dama Kayla, que no recorrerían ni veinte pasos d<strong>en</strong>tro<br />

de este bosque sin perderse o ser expulsados de él. Creo que os<br />

aprovecháis de esa circunstancia.<br />

El más jov<strong>en</strong> de los niños se acercó hasta ellos y miró con gesto<br />

interesado el laud.<br />

—El sonido mola, pero la letra es un poco... —hizo un gesto vago con<br />

la mano. Su hermano mayor acudió al rescate. En lugar de usar palabras,<br />

se llevo las manos al pecho y pestañeó con gesto afligido.<br />

—Oh... Mi amor, ¡cómo te echo de m<strong>en</strong>os!<br />

Ambos niños rieron a carcajadas.<br />

En esos mom<strong>en</strong>tos, Crotulio hubiese dado un mundo por hacer<br />

desaparecer a Saleith y sus hijos.<br />

Los reunidos alzaron la vista al oír los cascos de varios caballos.<br />

Kayla lanzó una exclamación.<br />

—¡Espero que los hombres de mi padre no hayan logrado atravesar el<br />

bosque!<br />

Un corcel bayo con una <strong>en</strong>érgica jov<strong>en</strong> mor<strong>en</strong>a por amazona irrumpió<br />

<strong>en</strong> el claro. Le seguía los pasos una magnífica yegua de un blanco<br />

inmaculado. Sobre la silla, la figura de una dama ataviada con una larga<br />

capa de un color azul oscuro se fue haci<strong>en</strong>do cada vez más nítida. Una<br />

larga mel<strong>en</strong>a rubia y rizada se escapaba de la capucha de la aparición. Tras<br />

ellas surgió otro caballo más, peludo y de patas anchas.<br />

Crotulio no hizo caso a la tercera aparición. Había reconocido a<br />

Neraveith. La vio desc<strong>en</strong>der de la yegua pasando la pierna derecha por<br />

<strong>en</strong>cima del cuello del animal, un gesto que no hubiese esperado <strong>en</strong> una<br />

reina. Ella echó la capucha de su capa hacia atrás con unas manos tan finas<br />

y pálidas que no parecían concebidas para trabajar. El brillo de su perfecto<br />

rostro, <strong>en</strong> el que resaltaban sus int<strong>en</strong>sos ojos azules, ll<strong>en</strong>ó toda la visión de<br />

245


Crotulio. La boca de aquella mujer, s<strong>en</strong>sual y delicada, no mostraba un<br />

ápice de sonrisa. La oscuridad de la noche realzaba su radiante belleza de<br />

un modo sobr<strong>en</strong>atural. Por supuesto, Crotulio pasó por alto las ojeras que<br />

<strong>en</strong>marcaban sus ojos y el agotami<strong>en</strong>to <strong>en</strong> sus movimi<strong>en</strong>tos. Dejó su laúd<br />

apoyado contra la roca donde estaba s<strong>en</strong>tado y, poniéndose <strong>en</strong> pie, fue<br />

hasta ella.<br />

—Mi señora, estos días que he pasado lejos de vos me han parecido<br />

tan largos como un año. No me torturéis de nuevo negándome el<br />

contemplar vuestra belleza.<br />

La reina volvió hacia él una mirada inexpresiva.<br />

—Maese Crotulio, me alegra <strong>en</strong>contraros de nuevo. Bu<strong>en</strong>as noches<br />

t<strong>en</strong>gáis.<br />

Saleith, que también se había quedado pr<strong>en</strong>dida de la reina,<br />

sorpr<strong>en</strong>dida, se fijó <strong>en</strong>tonces <strong>en</strong> la tercera figura que había llegado al claro.<br />

—¡Édorel!<br />

La mujer, olvidando el protocolo debido a una reina, se dirigió hacia<br />

la semielfa, que ya estaba descabalgando con cuidado de su montura.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches, Saleith.<br />

La mujer la abrazó con fuerza.<br />

—Querida, no sabes cómo me alegro de verte.<br />

Kayla se había puesto <strong>en</strong> pie y se dirigía hacia la semielfa cuando<br />

percibió del gesto de Crotulio con la reina. Había ido hasta ella y tomado<br />

su mano para besarla con una exquisita delicadeza.<br />

—Señor Crotulio, no es necesario que me dirijáis estas muestras de<br />

cortesía. Continuad con los <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>tos de que disfrutabais antes de<br />

aparecer yo.<br />

—Mi señora, si así lo deseáis, puedo tratar de consideraros como otro<br />

de los vulgares seres humanos que pueblan la tierra. Pero sabed que mi<br />

corazón y alma se rebelarán ante esta m<strong>en</strong>tira, porque vuestra persona,<br />

vuestra belleza y dulzura, no pert<strong>en</strong>ec<strong>en</strong> a este mundo.<br />

Neraveith le dedicó una correcta sonrisa y retiró la mano de <strong>en</strong>tre sus<br />

dedos. La jov<strong>en</strong> mor<strong>en</strong>a se acercó hasta ellos tras haber atado a los<br />

caballos.<br />

—¡Eh, machote! Las manitas quietas. Si la reina desea que la<br />

manose<strong>en</strong> serás informado.<br />

Neraveith <strong>en</strong>arcó las cejas, sorpr<strong>en</strong>dida por el arrebato de Anisse, y<br />

hubo de reprimir una sonrisa.<br />

246


Fhain no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día a los humanos. Eran ciertam<strong>en</strong>te unas criaturas<br />

complejas, como el loco de Aybkam<strong>en</strong>, que solicitaba de él tareas tan<br />

indignas como ir a buscarle la hembra. Si él hubiera mandado a su<br />

hermano a buscarle una hembra, de seguro le habría desplumado a<br />

picotazos. Se trataba de algo muy personal. Pero, seguram<strong>en</strong>te, cosas más<br />

extrañas le pediría <strong>en</strong> el futuro. Tal vez por eso le seguía aún, por la<br />

capacidad que t<strong>en</strong>ía Aybkam<strong>en</strong> de sorpr<strong>en</strong>derle.<br />

Fhain llevaba ya un rato vigilando el claro esperando a su presa. Había<br />

podido vislumbrar a una hembra humana adulta, dos cachorros, otra<br />

hembra que había dejado la cachorrez hacía muy poco y un macho ruidoso.<br />

Ninguno de aquellos especím<strong>en</strong>es era el que le había designado<br />

Aybkam<strong>en</strong>. Cuando los tres caballos irrumpieron <strong>en</strong> el claro, Fhain <strong>en</strong><br />

seguida reconoció a la mujer que esperaba, por su larga y rizada mel<strong>en</strong>a<br />

rubia.<br />

Mi<strong>en</strong>tras descabalgaba, Fhain se lanzó desde la rama <strong>en</strong> que estaba<br />

posado y dio un par de vueltas sobre su cabeza para cerciorarse de que era<br />

ella, con todas sus capacidades de bu<strong>en</strong> cazador <strong>en</strong> juego. No iba a<br />

permitirle el lujo de percatarse de que la estaba espiando hasta que él así lo<br />

decidiese. Él era transpar<strong>en</strong>te como el aire, rápido como el vi<strong>en</strong>to y<br />

sil<strong>en</strong>cioso como el cielo cuando la ocasión lo requería. Ya que había<br />

aceptado la humillante labor de recadero por lo m<strong>en</strong>os la cumpliría con<br />

todo el estilo posible, no como una vulgar paloma m<strong>en</strong>sajera. Le daría<br />

clase al hecho, simple <strong>en</strong> sí, de llevar un m<strong>en</strong>saje.<br />

Antes de llamar su at<strong>en</strong>ción, esperó a que ella hubiese realizado los<br />

rituales de saludo con sus congéneres. Sería fácil, el l<strong>en</strong>guaje del vuelo era<br />

algo universal. El búho se lanzó hacia el suelo fr<strong>en</strong>te a ella.<br />

Neraveith vio pasar algo gris volando muy bajo, tanto que rozó las<br />

briznas de hierba con su panza. Era un pájaro. Debía tratarse de un ave<br />

nocturna que estaba procurándose alim<strong>en</strong>to. En seguida se acordó del búho<br />

de Aybkam<strong>en</strong> y oteó los alrededores buscando el carromato.<br />

Al notar que no lograba despertar <strong>en</strong> ella la fascinación que esperaba,<br />

Fhain maniobró varias veces remontando y lanzándose <strong>en</strong> vuelo invertido<br />

para girar. Cualquiera que tuviese ojos se fijaría <strong>en</strong> su perfecta forma de<br />

maniobrar <strong>en</strong> el aire, de ahí a que lo siguiese sólo había un paso.<br />

Mi<strong>en</strong>tras oteba el claro, Neraveith notó que el búho repitió la pasada<br />

varias veces. Debía tratarse de un animal muy torpe si la presa se le<br />

escapaba tan fácilm<strong>en</strong>te. La reina no se había planteado, hasta ese<br />

mom<strong>en</strong>to, cómo iba a <strong>en</strong>contrarse con Aybkam<strong>en</strong>. Le había dicho a Anisse<br />

247


que aparcaría su carromato <strong>en</strong> las cercanías del claro pero ella no lograba<br />

percibir ningún vehículo por las inmediaciones. Eso sólo podía significar<br />

dos cosas, o bi<strong>en</strong> no había acudido a la cita, o bi<strong>en</strong> el bosque lo había<br />

ocultado, y no sabía cual de las dos posibilidades la atemorizaba más.<br />

¡Por todos los ratones de un bosque! ¿Aquella era la humana que<br />

Aybkam<strong>en</strong> quería por compañera? ¡Cómo no se había percatado de su<br />

majestuosidad al volar! De su estilo impecable al planear casi rozando el<br />

suelo. Seguro que ella no había int<strong>en</strong>tado nunca remontar <strong>en</strong> vuelo<br />

invertido. Fhain, irritado, desc<strong>en</strong>dió planeando, sil<strong>en</strong>cioso como un<br />

fantasma, se posó <strong>en</strong> una rama a su lado y lanzó un sonoro ulular. No le<br />

hizo gracia recurrir a algo tan vulgar como era el canto para llamar su<br />

at<strong>en</strong>ción. Sólo le faltaba t<strong>en</strong>er que hacer monerías para que le siguiera, eso<br />

sería el colmo de la humillación.<br />

Neraveith volvió la mirada hacia el sonido. El pájaro la miraba con los<br />

ojos muy abiertos, como sólo un búho es capaz de mirar.<br />

—Hola, buhito. ¿Ti<strong>en</strong>es hambre?<br />

¡Hambre! ¿Pero que se creía esta humana? Él era un gran cazador. No<br />

necesitaba que nadie lo alim<strong>en</strong>tase. Fhain se irguió con solemnidad y trató<br />

de ser expresivo. Chasqueó el pico y se giró sobre su posadero levantando<br />

sus patas repetidas veces una tras otra hasta girarse completam<strong>en</strong>te pero<br />

mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do la mirada fija <strong>en</strong> ella. Ser capaz de girar su cabeza por<br />

completo le resultó imprescindible para efectuar dicha maniobra. Luego<br />

ext<strong>en</strong>dió despacio las alas para dejar claras sus int<strong>en</strong>ciones sin quitarle los<br />

ojos de <strong>en</strong>cima.<br />

—¿Qué está haci<strong>en</strong>do este pájaro?<br />

Fhain se quedo inmóvil por al oír las palabras de ella. Por un<br />

mom<strong>en</strong>to, sus <strong>en</strong>ormes ojos expresaron una sorpesa que iba más allá de la<br />

natural <strong>en</strong> los rasgos de un búho. ¡Ciertam<strong>en</strong>te, el tonto de Aybkam<strong>en</strong> no<br />

podía haber escogido una hembra más lerda que aquella! Por suerte, junto<br />

a ella, acudió aquella muchacha medio humana que formaba parte de la<br />

vida salvaje del bosque y cruzó su mirada con la del búho. No hizo falta<br />

más para que el <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to fluyese <strong>en</strong>tre ambos.<br />

—Es tu guía, Neraveith, síguelo.<br />

—¿Mi guía? El búho de Aybkam<strong>en</strong>...<br />

¿De Aybkam<strong>en</strong>? ¿Pero qué se creía aquella humana? Él no t<strong>en</strong>ía amo<br />

alguno. Fhain estuvo t<strong>en</strong>tado de dejarla allí, pero la lealtad a su amigo<br />

humano pudo más.<br />

248


Crotulio contempló la figura azul y dorada de la reina alejarse <strong>en</strong>tre<br />

las ramas, como un espejismo de luz y colores <strong>en</strong>tre el gris y la sombra.<br />

Volvió a ocupar el sitio junto a Kayla y tomó de nuevo su laúd aj<strong>en</strong>o al<br />

fuego v<strong>en</strong>gativo que irradiaban los ojos de la muchacha.<br />

42— Colifor con camaradería<br />

Aybkam<strong>en</strong> daba vueltas a la carne <strong>en</strong> las brasas cuando Fhain apareció<br />

<strong>en</strong>tre las ramas, planeando grácilm<strong>en</strong>te. No se dignó volver la cabeza hacia<br />

él y se posó <strong>en</strong> un arbolillo cercano desde donde lo observó con las plumas<br />

ahuecadas, orgulloso. Había cumplido a la perfección el <strong>en</strong>cargo que le<br />

había dado. Aybkam<strong>en</strong> lo miró y le dirigió una sonrisa.<br />

—¿Cómo ha ido, Fhain? ¿La has <strong>en</strong>contrado?<br />

Por toda respuesta, una figura azul y dorada apareció <strong>en</strong>tre las<br />

sombras. La seguía aquella jov<strong>en</strong>, Anisse.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se puso <strong>en</strong> pie y sonrió con el gesto más sincero que<br />

recordaría Neraveith <strong>en</strong> muchos años. Fue hasta ella, risueño como un día<br />

soleado, y la estrechó <strong>en</strong> un abrazo. Las palabras de reproche que<br />

Neraveith había <strong>en</strong>sayado para ese mom<strong>en</strong>to huyeron de su m<strong>en</strong>te.<br />

—¡Neraveith! Me <strong>en</strong>teré del ataque que sufriste. ¡No sabes cómo me<br />

alegro de que estés bi<strong>en</strong>!<br />

Neraveith, desconcertada, trató de recuperar la compostura, pero sintió<br />

que se le cortaba la respiración y las lágrimas acudían a sus ojos. P<strong>en</strong>só <strong>en</strong><br />

zafarse de su abrazo, pero, <strong>en</strong> lugar de eso, sus manos parecieron actuar a<br />

exp<strong>en</strong>sas de su voluntad y abrazó a su vez al buhonero con un "hola"<br />

susurrado, <strong>en</strong>terrándose <strong>en</strong> la ternura que le inspiró el mom<strong>en</strong>to. Cerró los<br />

ojos para olvidar todo a su alrededor: los reinos del norte, las r<strong>en</strong>cillas de<br />

los barones, los traidores d<strong>en</strong>tro del consejo, la desaparición de Ségfarem,<br />

el cabalgador de sombras... Tras un largo mom<strong>en</strong>to, fue Aybkam<strong>en</strong> qui<strong>en</strong><br />

se separó de ella y la besó <strong>en</strong> la mejilla, después se volvió hacia Anisse<br />

que observaba la esc<strong>en</strong>a, risueña.<br />

—Disculpa que no te haya saludado.<br />

La jov<strong>en</strong> inclinó la cabeza sonri<strong>en</strong>do.<br />

—No te preocupes —Anisse olfateó el aire—. ¿Coliflor y carne a la<br />

brasa?<br />

—Sí.<br />

—Permíteme <strong>en</strong>cargarme de la cocina, seguro que t<strong>en</strong>éis muchas<br />

cosas de las que hablar.<br />

249


Sin más, Anisse se alejó rumbo al fuego. Aybkam<strong>en</strong> se volvió de<br />

nuevo hacia Neraveith y la observó de arriba a abajo.<br />

—¡Vaya! Aún me pregunto cómo puedes andar con unos vestidos tan<br />

grandes...<br />

Ella recordó el motivo que, supuestam<strong>en</strong>te, la había llevado hasta allí.<br />

Con un carraspeo, se alejó de él y trató de ser cortés.<br />

—Si no os molesta, Aybkam<strong>en</strong>, me gustaría recuperar mi capa.<br />

Él no pareció <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der lo que realm<strong>en</strong>te trataba de decirle: que se<br />

alejase de ella, que no la tocase, que no lo necesitaba, que sólo había<br />

acudido a recuperar algo de su propiedad. Eran palabras que no podía<br />

pronunciar. Pero Aybkam<strong>en</strong> se limitó a cogerla de la mano y guiarla con<br />

una gran sonrisa hacia la hoguera.<br />

—La t<strong>en</strong>go guardada <strong>en</strong> el carromato, sana y salva. T<strong>en</strong>dría que<br />

haberla lavado, pero no me he atrevido por no estropear la tela. Te voy a<br />

pres<strong>en</strong>tar a mi familia. De hecho, creo que les he hablado de ti más que de<br />

otra cosa durante todo el viaje.<br />

Por toda respuesta, Fhain lo miró iracundo y se volvió <strong>en</strong> la rama,<br />

posando sus patas con dilig<strong>en</strong>cia repetidas veces, hasta darle la espalda.<br />

Neraveith miró horrorizada el carromato.<br />

—¿Familia? ¿T<strong>en</strong>éis familia? ¿Estáis casado?<br />

Aybkam<strong>en</strong> rió.<br />

—No, ninguna muchacha desea una boda conmigo, a pocas les gusta<br />

la vida sobre los caminos. Eso significa que has t<strong>en</strong>ido suerte y puedes<br />

conseguir un magnífico soltero, sano y con oficio con un simple "sí<br />

quiero".<br />

Neraveith no supo cómo responder a eso, básicam<strong>en</strong>te, porque no<br />

llegó a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der si se trataba de una broma o había algo más detrás de<br />

aquello. Pero, antes de lograr discernirlo, el buhonero la cogió de la mano<br />

y la guió hacia el caballo que comía algo de av<strong>en</strong>a junto al carro.<br />

—Esta c<strong>en</strong>tella con patas se llama Fogoso y sin él no habría vuelto tan<br />

pronto. Saluda a la dama, Fogoso.<br />

El caballo, sin dejar de masticar levantó la cabeza y la sacudió arriba y<br />

abajo un par de veces. Parecía estar dedicándole una rever<strong>en</strong>cia.<br />

—Creo que le caes bi<strong>en</strong>, o no se habría dignado levantar la cabeza del<br />

cubo de comida. A Fhain creo que ya lo conoces.<br />

Señaló al pequeño búho gris que trataba de hacer ost<strong>en</strong>toso su<br />

desprecio por los dos humanos dándoles la espalda.<br />

—No protestes, gruñón. Pocas veces te pido que trabajes. Está<br />

250


<strong>en</strong>fadado porque lo mandé a buscarte.<br />

—Por eso hacía esas cosas tan extrañas conmigo. Debe de ser un búho<br />

muy intelig<strong>en</strong>te.<br />

—En ocasiones, creo que más que yo.<br />

¡Un buhonero que se dedicaba a hablar con un búho y un caballo<br />

como si fues<strong>en</strong> personas! Al plantearse a sí misma, con sus caros ropajes y<br />

toda su debida educación, realizando cosas tan poco correctas como<br />

rever<strong>en</strong>cias a un caballo, sonrió.<br />

—Me alegro de que Fhain te <strong>en</strong>contrase —Aybkam<strong>en</strong> se volvió hacia<br />

ella—. Hoy ha sido un día bu<strong>en</strong>o <strong>en</strong> el mercado, para mí, y puedo invitaros<br />

a c<strong>en</strong>ar si es que os apetece.<br />

La m<strong>en</strong>te de Neraveith le informó de que era un riesgo innecesario<br />

c<strong>en</strong>ar con un desconocido, pero sus labios sonrieron y susurraron un "sí".<br />

—Lo lam<strong>en</strong>to, pero yo no puedo aceptar —dijo Anisse desde la<br />

hoguera.<br />

—¿Por qué?<br />

—Esta noche es tuya, Neraveith, pero yo estoy de vigilancia.<br />

La jov<strong>en</strong> se puso <strong>en</strong> pie y, por un mom<strong>en</strong>to, a Neraveith le inquietaron<br />

la profundidad y solemnidad de sus ojos negros.<br />

¿Puedes ver cosas que yo no veo, Anisse?<br />

Como si le hubiese leído el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, Anisse sonrió clavando sus<br />

ojos <strong>en</strong> los de ella. La jov<strong>en</strong>, con un gesto, deshizo el breve mom<strong>en</strong>to de<br />

contacto y se alejó por la misma s<strong>en</strong>da por la que habían v<strong>en</strong>ido.<br />

—Estaré cerca.<br />

Aybkam<strong>en</strong> la observó marcharse y el desconcierto lo ll<strong>en</strong>ó.<br />

—¿Es tu sirvi<strong>en</strong>ta, tu guardaespaldas o tu amiga?<br />

—No estoy segura, creo que es todo eso a la vez.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se dirigió hacia su cocina improvisada para ver el estado<br />

de su obra culinaria. Se acuclilló junto a la hoguera y pinchó la coliflor con<br />

una ramita afilada, sin dejar de vigilar de reojo a Neraveith. Ella no<br />

<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió por qué de rep<strong>en</strong>te parecía estar at<strong>en</strong>to a sus pasos ni por qué se<br />

había quedado <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, incluso creyó que su pres<strong>en</strong>cia allí no era<br />

bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida, hasta que hizo la sigui<strong>en</strong>te pregunta.<br />

—¿Es cierto que te asaltó una criatura de sombra? No siempre se<br />

pued<strong>en</strong> creer las habladurías.<br />

Ella asintió y fue a s<strong>en</strong>tarse a su lado.<br />

—Algui<strong>en</strong> lo trajo con magia y lo lanzó contra mí. Meldionor, mi<br />

consejero, ha creado def<strong>en</strong>sas <strong>en</strong> el castillo para rechazar a otras criaturas<br />

251


similares que pueda haber, pero no ha logrado averiguar qui<strong>en</strong> lo invocó.<br />

—Me alegra saber que ti<strong>en</strong>es un mago a tu servicio <strong>en</strong> el castillo.<br />

¿Hay algui<strong>en</strong> aquí que cuide de ti?<br />

Neraveith se sintió nerviosa. Puede que Aybkam<strong>en</strong> no fuese lo que<br />

parecía pero sus dudas fueron arrolladas por la necesidad que t<strong>en</strong>ía de<br />

contar sus desvelos a otro ser humano.<br />

—Sí. Sé que Anisse ha tratado con Meldionor y él le habrá procurado<br />

las armas necesarias. La guardabosques también vela por mí esta noche.<br />

—Me alegra saberlo. ¿Qué nombre le dio tu mago a esa criatura?<br />

—Lo llamó un "cabalgador de sombras". Dice que hace siglos eran<br />

mucho más frecu<strong>en</strong>tes y se usaban como asesinos, hasta que la práctica de<br />

la magia fue perseguida y erradicada por la iglesia de Basth.<br />

—Un cabalgador de sombras...<br />

Aybkam<strong>en</strong> dejó de lado la carne que estaba volteando y miró a<br />

Neraveith con int<strong>en</strong>sidad. Parecía preocupado de rep<strong>en</strong>te.<br />

—¿Qué ocurre?<br />

—No me gusta imaginarte <strong>en</strong> peligro.<br />

—No te inquietes, mi mago personal ha levantado def<strong>en</strong>sas contra la<br />

magia.<br />

—Me <strong>en</strong>señaron algo de teoría sobre criaturas sobr<strong>en</strong>aturales. Me<br />

dijeron que la magia no ti<strong>en</strong>e mucho que ver con ese ser.<br />

—Entonces, ¿con qué ti<strong>en</strong>e que ver?<br />

—El cabalgador de sombras es un ser del caos, no ti<strong>en</strong>e que ver con la<br />

magia, está más relacionado con los dioses, con algunos dioses del caos.<br />

No es una critura natural.<br />

—¿Dioses?<br />

Él asintió.<br />

—Igual que Basth, igual que tantos otros...<br />

—¿Y Anthelaith?<br />

—Anthelaith no es una diosa, a pesar de que ahora se la llame así. Es<br />

una criatura que se formó de la magia del mundo, no provi<strong>en</strong>e de fuera de<br />

él.<br />

—¿Un cabalgador de sombras provi<strong>en</strong>e de más allá del mundo?<br />

Aybkam<strong>en</strong> asintió.<br />

—Qui<strong>en</strong> lo haya llamado y lanzado contra ti ti<strong>en</strong>e mucho poder,<br />

Neraveith.<br />

La reina se quedó callada un rato asimilando la información.<br />

—¿Cómo sabes todo esto?<br />

252


—Crecí <strong>en</strong> el monasterio de Davorsath. Los monjes se <strong>en</strong>cargaron de<br />

mi crianza y educación cuando mi padre murió. Yo preferí la vida sobre<br />

los caminos cuando fui adulto y heredé el carromato y oficio de mi padre,<br />

pero he guardado las <strong>en</strong>señanzas de mi maestros como un tesoro.<br />

—Si<strong>en</strong>to que tu padre muriese...<br />

Aybkam<strong>en</strong> se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—Son cosas que ocurr<strong>en</strong>. Aún no he averiguado qué deuda<br />

contrajeron los monjes con mi padre como para <strong>en</strong>cargarse de mí como lo<br />

hicieron. Fue un gran hombre.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, varias gotas de agua golpearon sus cabezas con<br />

fuerza.<br />

—Creo que deberíamos ponernos a cubierto —dijo él.<br />

Aybkam<strong>en</strong> tomó rápidam<strong>en</strong>te la carne de las brasas y la puso sobre<br />

una escudilla de metal. Ambos se dirigieron hacia la <strong>en</strong>trada del carromato.<br />

—T<strong>en</strong>drás que perdonar el desastre de casa que t<strong>en</strong>go. Está bastante<br />

desord<strong>en</strong>ada y hay muchos cacharros pero cabremos.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se hizo a un lado, junto a la escalerilla de acceso, para que<br />

Neraveith pasase delante y luego salió de nuevo bajo el chaparrón<br />

creci<strong>en</strong>te para ocuparse del caballo. Lo cobijó bajo una amplia capa y una<br />

vez acomodado Fogoso, Aybkam<strong>en</strong>, ayudándose de una rama afilada,<br />

cogió la coliflor, la colocó <strong>en</strong>tera sobre un plato y se dirigió al interior del<br />

carromato.<br />

El interior no era tan oscuro como Neraveith esperaba. Del techo<br />

colgaba una lámpara de cristal con una vela <strong>en</strong> su interior. Era estrecho y<br />

por la pared se sucedían estantes, acondicionados para ocupar todos los<br />

recovecos posibles. Poseían un reborde para evitar que los objetos allí<br />

amontonados se cayes<strong>en</strong> al suelo con el bamboleo del carro. Había una<br />

pequeña mesa bajo la única v<strong>en</strong>tana de v<strong>en</strong>tilación que t<strong>en</strong>ía el vehículo.<br />

En esos mom<strong>en</strong>tos estaba abierta y, a través de ella, se veían las gotas de<br />

lluvia cuando la luz del candil les arrancaba reflejos. En el lado opuesto, el<br />

cajón de un camastro se sost<strong>en</strong>ía recogido y <strong>en</strong>ganchado contra la pared<br />

para aprovechar más el espacio. Aybkam<strong>en</strong> <strong>en</strong>tró tras ella y dejó sobre la<br />

mesa el plato con la col.<br />

—Deberás disculparme, no hay mucho sitio.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se movió por el interior del vehículo. Abrió un baúl, que<br />

ocupaba un rincón, <strong>en</strong> el que Neraveith no había reparado aún, sacó un par<br />

de pr<strong>en</strong>das de vestir y las colocó sobre él.<br />

—Siéntate aquí mi<strong>en</strong>tras termino de hacer la c<strong>en</strong>a. Te aseguro que es<br />

253


más cómodo que el taburete.<br />

Mi<strong>en</strong>tras Aybkam<strong>en</strong> acondicionaba la mesa, Neraveith observó con<br />

curiosidad la peculiar vivi<strong>en</strong>da. Padecía una invasión de cacharros de<br />

extrañas formas que cont<strong>en</strong>ían cosas aún más extrañas. En una red del<br />

techo se balanceaban varios alambiques de metal con extremidades<br />

retorcidas. Junto a ella había una percha hecha de madera. Ent<strong>en</strong>dió su<br />

utilidad cuando vio <strong>en</strong>trar a Fhain y posarse <strong>en</strong> ella, ahuecando las plumas<br />

para secarlas. Neraveith lo vio dirigirle una retadora mirada. Sonrió ante lo<br />

altivo que podía ser un pájaro tan pequeño.<br />

—Esto ya está listo.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se hizo a un lado, orgulloso por su obra. En dos platos<br />

había un par de g<strong>en</strong>erosos trozos de carne con coliflor, todo ello aderezado<br />

con una extraña salsa.<br />

—No sé si te gustarán las especias que uso, espero que sí, aunque<br />

ti<strong>en</strong><strong>en</strong> un sabor peculiar.<br />

Neraveith arrastró el baúl hasta la estrecha mesa, Aybkam<strong>en</strong> ocupó el<br />

taburete y así dio comi<strong>en</strong>zo la c<strong>en</strong>a más peculiar que la reina recordaría<br />

jamás <strong>en</strong> su vida. Aybkam<strong>en</strong>, había <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido varios candiles y velas <strong>en</strong> el<br />

interior del carromato para dar algo más de luz. El calor que emanaban y la<br />

suave luminosidad dorada, daban al lugar un aire acogedor. El agua que<br />

caía sobre el vehículo los acompañó con su int<strong>en</strong>so repiqueteo durante toda<br />

la comida y Neraveith tuvo que reconocer que, a pesar de que su cocina<br />

t<strong>en</strong>ía un sabor un tanto extraño, el buhonero era un gran cocinero.<br />

—Si<strong>en</strong>to no haberme acordado de comprar algo de vino para<br />

acompañar, pero yo no suelo beberlo, el alcohol me embota demasiado.<br />

Neraveith sonrió mi<strong>en</strong>tras volvía a ll<strong>en</strong>ar los vasos de ambos de agua.<br />

—No te preocupes, yo también prefiero esquivar el vino.<br />

—Por lo m<strong>en</strong>os me acordé de conseguir un postre digno.<br />

Aybkam<strong>en</strong> se volvió y descolgó de la pared una bolsa de tela. La<br />

des<strong>en</strong>volvió sobre la mesa. Cont<strong>en</strong>ía galletas con pasas. Neraveith sonrió y<br />

cogió una.<br />

—¿Hacia dónde te diriges ahora?<br />

Aybkam<strong>en</strong> apreció reacio a contestar por un mom<strong>en</strong>to.<br />

—Voy hacia el norte, a cumplir un <strong>en</strong>cargo.<br />

—¿Cómo logras atravesar el bosque de Isthelda, ll<strong>en</strong>o de peligros y<br />

s<strong>en</strong>deros con voluntad propia, con un carromato?<br />

Aybkam<strong>en</strong> se inclinó hacia ella y sonrió.<br />

—¿Cómo puede una reina s<strong>en</strong>tirse más segura <strong>en</strong> las sombras de un<br />

254


osque que rodeada por toda su corte y sus guardias?<br />

Neraveith frunció el ceño, desconcertada. Era cierto que su actuación<br />

era totalm<strong>en</strong>te irracional, pero algo más allá de la m<strong>en</strong>te la guiaba.<br />

—No ti<strong>en</strong>e lógica...<br />

—Sí que la ti<strong>en</strong>e. Temes lo que no puedes ver y sabes que ni los<br />

demonios, ni otros poderes, son bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idos aquí. El bosque los devora.<br />

Sin embargo, la magia se ve ampliada. ¿Qué armas crees que le habrá dado<br />

Meldionor a Anisse para protegerte?<br />

Neraveith sonrió, asinti<strong>en</strong>do.<br />

—Creo que debería hacer caso a mi instinto más a m<strong>en</strong>udo —alzó el<br />

tono a uno más dist<strong>en</strong>dido—. Así que el bosque te protege... Como a la<br />

guardiana.<br />

—Dic<strong>en</strong> que a ella, además, le habla.<br />

—Creo que yo p<strong>en</strong>saría que estoy loca, si oigo a los árboles hablarme.<br />

—¿Quieres saber una curiosida más sobre este bosque? —Neraveith<br />

asintió— ¿Sabes qué significa "Isthelda"?<br />

—No t<strong>en</strong>go la m<strong>en</strong>or idea.<br />

—Hay muchos idiomas que se han perdido. En varios de ellos, muy<br />

antiguos, prov<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes de la misma raiz, "Isthelda" significa bosque. Este<br />

bosque fue el que le puso el nombre a tu reino, no al revés, como muchos<br />

cre<strong>en</strong>.<br />

Neraveith bajó la vista, y su voz fue un susurro.<br />

—Creo que ahora no deseo p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> todos estos misterios. No he<br />

podido dormir bi<strong>en</strong> <strong>en</strong> días, y lo que me apetece es olvidar por un rato.<br />

—¿Cuál es tu color favorito?<br />

Neraveith alzó la mirada sorpr<strong>en</strong>dido.<br />

—El turquesa, creo... ¿Por qué?<br />

—Es para saber de qué color ha de ser el vestido s<strong>en</strong>cillo que quiero<br />

regalarte. No sé a qui<strong>en</strong> se le ha ocurrido <strong>en</strong>volverte <strong>en</strong> un fardo de telas y<br />

cincharlo.<br />

Neraveith rió con ganas y Aybkam<strong>en</strong> sonrió complacido.<br />

La charla se alargó durante horas <strong>en</strong> la pequeña mesa, bajo dos mantas<br />

que sacó Aybkam<strong>en</strong> del baúl a falta de un brasero con el que cal<strong>en</strong>tarse.<br />

Hablaron durante gran parte de la noche, intercambiando experi<strong>en</strong>cias e<br />

impresiones. Cuando el frío de la madrugada empezaba a calarles por<br />

debajo de las pesadas pr<strong>en</strong>das, ambos se arrebujaron <strong>en</strong> el pequeño<br />

camastro, bajo las mantas, para darse calor. Neraveith estaba conv<strong>en</strong>cida<br />

de que esa noche yacería con el buhonero, y bi<strong>en</strong> es cierto que<br />

255


compartieron algunos besos y caricias bajo el refugio que formaron las<br />

mantas sobre ellos, pero Neraveith no recordó cuándo se quedó dormida <strong>en</strong><br />

sus brazos.<br />

43— Ségfarem<br />

Aquella noche, Ségfarem se detuvo <strong>en</strong> una pequeña planicie. Allí<br />

devoró las pocas provisiones que t<strong>en</strong>ía y dejó que Minjart pastase a su<br />

antojo. La noche era clara, profunda, como un amplio pozo de estrellas. El<br />

brillo se reflejaba sobre un suelo plateado, frío y duro por el hielo y la<br />

escarcha. Fr<strong>en</strong>te a él, las montañas se alzaban magníficas, perfectas,<br />

pétreas e imperecederas. Frías e inamovibles ante los vi<strong>en</strong>tos de la<br />

adversidad. Lo observaban <strong>en</strong> su imperfección. Y más allá de las dos<br />

montañas más próximas, como ridiculizándolas con su porte y su<br />

magnific<strong>en</strong>cia, se alzaba el monte Anskard, con sus nieves eternas que<br />

ahora lo vestían hasta los pies. Ségfarem tomó la decisión <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to.<br />

Se arrebujó <strong>en</strong> su manta y decidió dormir unas pocas horas al abrigo de la<br />

hoguera que había <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido. Minjart lo despertaría si algo se acercaba a<br />

él.<br />

Despertó poco antes del amanecer, cuando el fuego estaba a punto de<br />

extinguirse. Se puso <strong>en</strong> pie y llamó a Minjart, que se acercó haci<strong>en</strong>do<br />

tronar sus grandes cascos <strong>en</strong> el suelo helado. Ségfarem le palmeó el cuello<br />

<strong>en</strong> señal de agradecimi<strong>en</strong>to y luego deslizó las manos por las ásperas<br />

crines del caballo para expresarle su afecto. No volvería a t<strong>en</strong>er nunca más<br />

un caballo como aquél, era único: leal, valeroso, fuerte y resist<strong>en</strong>te. Jamás<br />

se había rebelado contra él, pero siempre le había señalado con discretos<br />

gestos su nerviosismo cuando algo <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te no era de su agrado,<br />

esperando la decisión de su jinete. Ségfarem acarició el mechón de crin<br />

que caía sobre su fr<strong>en</strong>te y le retiró el cabezal. Minjart sintió que algo<br />

extraño pasaba y miró inquieto a Ségfarem cuando éste le quitó la silla<br />

también.<br />

—Esta parte del camino debo hacerla solo, amigo. Debo cond<strong>en</strong>arme<br />

o triunfar solo.<br />

Sin más, el caballero le dio la espalda y empr<strong>en</strong>dió la s<strong>en</strong>da que<br />

llevaba hacia la loma del monte. Minjart lo observó alejarse, sin moverse,<br />

hasta que lo perdió de vista <strong>en</strong>tre las rocas, como una sombra gris<br />

petrificada <strong>en</strong> la <strong>en</strong>s<strong>en</strong>ada ll<strong>en</strong>a de vi<strong>en</strong>to.<br />

256


44— Amanecer fuera del castillo<br />

Aquella noche, la lluvia cayó sobre el bosque initerrumpidam<strong>en</strong>te<br />

hasta casi el amanecer. La torm<strong>en</strong>ta ya había amainado y el cielo<br />

com<strong>en</strong>zaba a despejarse de nubes cuando asomó la mortecina luz de la<br />

madrugada.<br />

Aybkam<strong>en</strong> abrió los ojos, incómodo por la postura que Neraveith le<br />

obligaba a adoptar. De seguro, estaba demasiado acostumbrada a dormir<br />

sola. Se había ag<strong>en</strong>ciado toda la manta y ocupaba todo el espacio posible.<br />

T<strong>en</strong>ía unos modales exquisitos cuando estaba despierta, pero dormida<br />

parecía una fiera territorial. Se preguntó si <strong>en</strong> su fuero interno la reina<br />

albergaba alguna idea de política expansionista. Trató de desperezarse,<br />

moviéndose con toda la delicadeza posible, pues ella apoyaba <strong>en</strong> su pecho<br />

la cabeza y no quería arriesgarse a despertarla. Parecía una criatura<br />

inoc<strong>en</strong>te con los ojos cerrados, el gesto relajado y los rubios cabellos<br />

esparcidos a su alrededor. Era todo un contraste con el duro trato al que lo<br />

había sometido durante su sueño. Sonrió y acarició sus rizos como hebras<br />

de oro, ahora parecía tranquila. ¿Qué inquietudes la hacían agitarse de ese<br />

modo?<br />

Unos suaves golpes resonaron sobre la madera de la puerta. Con toda<br />

la delicadeza de que fue capaz, Aybkam<strong>en</strong> depositó la cabeza de Neraveith<br />

sobre la almohada y retiró el brazo de debajo de ella. La vio musitar algo,<br />

pero se quedó quieta. Los golpes volvieron a resonar. Aybkam<strong>en</strong> tapó a<br />

Neraveith con la manta antes de dirigirse hacia la <strong>en</strong>trada y <strong>en</strong>treabrir la<br />

puerta del carromato. La voz de una chica lo saludó con un susurro.<br />

—Bu<strong>en</strong>os días —era Anisse.<br />

Aybkam<strong>en</strong> sonrió a la jov<strong>en</strong> y abrió un poco más la puerta. No creía<br />

que a ella tuviese que esconderle nada.<br />

—Hola, Neraveith está durmi<strong>en</strong>do.<br />

—Suponía que sería así, pero no quería molestar. Es muy tarde, creo<br />

que deberíamos irnos.<br />

—Un mom<strong>en</strong>to, voy a avisarla.<br />

Aybkam<strong>en</strong> volvió hacia el camastro donde Neraveith <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to<br />

estaba desperezándose, estirando los brazos. Se inclinó sobre ella y la<br />

besó. Al s<strong>en</strong>tir su contacto, Neraveith dejó de moverse y se dejó arrastrar<br />

por el beso, abrazándolo con suavidad. Hacía mucho tiempo que no se<br />

s<strong>en</strong>tía tan reacia a abandonar el lecho, aunque fuese estrecho y de mala<br />

257


calidad como aquél.<br />

—Anisse ha v<strong>en</strong>ido a buscarte.<br />

Ante la m<strong>en</strong>ción, la reina abrió totalm<strong>en</strong>te los ojos.<br />

—¿Cuánto tiempo ha pasado?<br />

—Ya ha amanecido.<br />

Neraveith se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> la cama bruscam<strong>en</strong>te.<br />

—¡Por los dioses! T<strong>en</strong>go que estar <strong>en</strong> el castillo <strong>en</strong> una hora. Hay una<br />

reunión a la que no puedo faltar.<br />

Neraveith se puso <strong>en</strong> pie y buscó sus botas <strong>en</strong>tre la maraña de trastos<br />

que era el carromato de Aybkam<strong>en</strong>. Se las calzó rápidam<strong>en</strong>te y se puso de<br />

puntillas para besar a al buhonero.<br />

—Quiero volver a verte, Aybkam<strong>en</strong>. La próxima vez, acude al<br />

castillo, si lo deseas. Me <strong>en</strong>cargaré de que seas recibido.<br />

—Creía que <strong>en</strong> el castillo eran muy reacios a dar cobijo a algui<strong>en</strong> del<br />

exterior.<br />

Neraveith sonrió con sufici<strong>en</strong>cia.<br />

—¿Quién soy yo para cambiar las normas?<br />

Aybkam<strong>en</strong> rió y la besó a su vez.<br />

—T<strong>en</strong>go que marcharme hoy mismo, Neraveith, pero espero volver<br />

pronto, con algo de suerte.<br />

—Te estaré esperando.<br />

La reina permaneció p<strong>en</strong>sativa unos instantes. Su propia respuesta la<br />

sorpr<strong>en</strong>dió. Hacía mucho tiempo que preveía cada uno de los sonidos que<br />

pronunciaba, cada uno de sus gestos. Pero éstas tres simples palabras<br />

parecieron surgir de algún lugar oculto, furtivas, como unos ladrones<br />

oportunistas que aprovechas<strong>en</strong> el más mínimo desliz para colarse <strong>en</strong> una<br />

celebración. Como una quemadura que no notas escocer y doler hasta que<br />

han transcurrido unos instantes, de pronto, toda la connotación de lo que<br />

había dicho cayó sobre ella. Todo su s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to la había acompañado <strong>en</strong><br />

esa simple frase. El amor, la amistad y el deseo habían escapado fuera del<br />

<strong>en</strong>cierro a que ella los sometía <strong>en</strong> esas toscas palabras, y ahora hacían<br />

notar su pres<strong>en</strong>cia alrededor suyo ocupando todo su mundo. Neraveith se<br />

percató del lazo que se había cerrado alrededor de su corazón y se asustó.<br />

Aybkam<strong>en</strong> la abrazó con fuerza y fue ella la que lo besó con todo el s<strong>en</strong>tir<br />

de su alma.<br />

—En cuanto regrese, <strong>en</strong>viaré a Fhain a avisarte.<br />

El búho, que hasta ese mom<strong>en</strong>to se mant<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> su percha, totalm<strong>en</strong>te<br />

aj<strong>en</strong>o a lo que había acontecido a su alrededor, erizó las plumas y<br />

258


pestañeó, iracundo, para expresar su desacuerdo <strong>en</strong> esa decisión. Pero los<br />

dos humanos lo ignoraron cuando volvieron a besarse. Fhain se volvió <strong>en</strong><br />

su percha, agarrándose con las garras escrupulosam<strong>en</strong>te hasta darles la<br />

espalda por completo. No los soportaba cuando se ponían tan melosos.<br />

—Ve con cuidado, Aybkam<strong>en</strong>. No soportaría que te ocurriese algo<br />

malo.<br />

—Y tú int<strong>en</strong>ta escapar de la corte tanto como puedas.<br />

Neraveith se separó de él con una sonrisa y Aybkam<strong>en</strong> vio su hermosa<br />

figura, hecha de curvas y dulzura, recortada contra el rectángulo recto y<br />

frío del marco de la puerta. Luego saltó al suelo y sólo pudo contemplar ya<br />

sus cabellos dorados agitándose tras ella. Anisse había traído dos caballos<br />

y ya esperaba a su reina sobre su cabalgadura. Neraveith, con gran<br />

agilidad, montó sobre su yegua, le dirigió una última mirada y sonrisa al<br />

buhonero que la miraba desde la puerta del carromato y, dándole la<br />

espalda, se alejó del claro.<br />

Cuando Aybkam<strong>en</strong> creyó que ya no se volvería, la vio girarse sobre la<br />

silla y levantar la mano <strong>en</strong> un gesto de despedida. Entonces se percató de<br />

que no le había devuelto la capa. Quizás lo haría la próxima vez que se<br />

<strong>en</strong>contrase con ella.<br />

45 — Un dudoso rescate<br />

Ambas mujeres atravesaron el claro rápidam<strong>en</strong>te y se dirigieron por<br />

los s<strong>en</strong>deros <strong>en</strong> busca de la salida del bosque. La luz crecía rápido <strong>en</strong> el<br />

cielo pero, bajo los árboles, la p<strong>en</strong>umbra seguía reinando.<br />

—¿Ya has p<strong>en</strong>sado qué excusa le darás a Meldionor, Neraveith?<br />

—Me resulta indifer<strong>en</strong>te lo que opine Meldionor.<br />

—Lo sé. En ocasiones el espíritu también necesita de refugio.<br />

Neraveith le dirigió una sonrisa a Anisse. Ella parecía <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derla.<br />

Ojalá siempre la tuviese a su lado, ojalá Aybkam<strong>en</strong> siempre pudiese estar<br />

esperándola. De pronto, la sonrisa de Anisse se borró y le indicó a<br />

Neraveith que se detuviese.<br />

—¿Qué ocurre?<br />

—No lo sé, si<strong>en</strong>to algo cerca.<br />

La chica le hizo un gesto para que mantuviese el sil<strong>en</strong>cio y escrutó la<br />

p<strong>en</strong>umbra del sotobosque. Neraveith extrajo la esfera de luz que le había<br />

<strong>en</strong>tregado Meldionor, pero Anisse posó una mano sobre la de ella,<br />

det<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do su gesto.<br />

259


—No llames a la luz. Es mejor que no se nos vea aún.<br />

Anisse se calló bruscam<strong>en</strong>te, al oír el sonido de ramas quebrándose.<br />

Ambas se mantuvieron <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, tratando de localizar el orig<strong>en</strong>. De<br />

súbito, Anisse pudo <strong>en</strong>trever una gran forma que se movía <strong>en</strong>tre los<br />

troncos, a una veint<strong>en</strong>a de pasos. Parecía algo vagam<strong>en</strong>te humanoide, sus<br />

brazos resultaban desproporcionadam<strong>en</strong>te largos y musculosos. Se movía<br />

con torpeza <strong>en</strong>tre las ramas, apartándolas y partiéndolas por la pura fuerza<br />

de sus extremidades. Debía ser alguna de las criaturas monstruosas que se<br />

decía que poblaban el bosque. Anisse le hizo una seña a Neraveith para<br />

que se alejase <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, pero ella no la <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió. Aún no había visto<br />

nada <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra.<br />

—¿Qué ocurre, Anisse?<br />

La silueta se mantuvo un instante totalm<strong>en</strong>te quieta. También había<br />

oído las palabras de la reina y había calibrado la dirección de la que habían<br />

prov<strong>en</strong>ido. Al instante sigui<strong>en</strong>te, se lanzó <strong>en</strong>tre los árboles, derribándolos a<br />

su paso, hacia ellas y pudieron verlo con claridad. Era fuerte a pesar de sus<br />

largos brazos desgarbados. El pelaje que lo cubría bi<strong>en</strong> podía haber pasado<br />

por légamo o musgo. Tomaba un tinte verdoso y se alargaba <strong>en</strong> hebras que<br />

caían por delante su rostro ocultando sus rasgos. El hocico sobresalía <strong>en</strong>tre<br />

aquel matojo y se podían intuir unos ojos hundidos detrás. Llevaba un<br />

tronco <strong>en</strong> la mano que insinuaba la forma de un garrote.<br />

Neraveith gritó. Anisse trató de hacer volver grupas a su caballo, pero<br />

el equino, nervioso ya de por sí, se levantó de manos y giró, sacudi<strong>en</strong>do la<br />

cabeza para tratar de deshacerse de las ri<strong>en</strong>das. Golpeó el costado contra<br />

un árbol cercano. Al rozar contra el tronco, la pierna de Anisse se<br />

<strong>en</strong>ganchó y el animal continuó su carrera mi<strong>en</strong>tras ella caía al suelo.<br />

A pesar del golpe, la chica se puso <strong>en</strong> pie rápidam<strong>en</strong>te y cogió el<br />

bolsillo que había cosido a su falda para transportar la esfera del efrit. Lo<br />

que se les echaba <strong>en</strong>cima era un troll. Anisse lo <strong>en</strong>caró mi<strong>en</strong>tras deshacía<br />

el broche de la bolsa y lanzó toda su fuerza de voluntad con esa mirada<br />

para det<strong>en</strong>er al troll. El gesto <strong>en</strong>érgico y decidido de la chica bastó para<br />

hacer dudar a la criatura. Al verla avanzar hacia él, el troll fr<strong>en</strong>ó su carrera<br />

y la observó con aire estúpido, calibrando las posibilidades de la jov<strong>en</strong>,<br />

buscando las armas que intuía pero no veía. Neraveith gritó tras ella.<br />

—¡Por todos los dioses! ¡Anisse, corre!<br />

El troll alzó la vista hacia Neraveith al oírla. Los dedos de Anisse se<br />

cerraron sobre la esfera de cristal de roca. La criatura se balanceaba,<br />

indecisa. Estaba p<strong>en</strong>sando si le apetecía más devorar a Anisse primero, que<br />

260


no le inspiraba confianza por su actitud, o al caballo que montaba<br />

Neraveith.<br />

—Márchate de aquí, Neraveith.<br />

—¿Estás loca? Corre antes de que se lo pi<strong>en</strong>se...<br />

Anisse levantó la esfera del efrit y se preparó para pronunciar el<br />

nombre del elem<strong>en</strong>tal. En ese mom<strong>en</strong>to una persona apareció <strong>en</strong> el radio<br />

de visión de Anisse. Caminando con paso tranquilo sin dejar de mirar al<br />

troll.<br />

—¿Permitís que me <strong>en</strong>cargue de este <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro, mi señora?<br />

Reconoció la voz de inmediato, era el trovador. Anisse iba a responder<br />

con una amable negativa, pero se percató de que se lo estaba preguntando<br />

a la reina. A ella no la había t<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta. Oyó responder a Neraveith.<br />

—Me temo que mi jov<strong>en</strong> sirvi<strong>en</strong>ta, <strong>en</strong> su afán por protegerme, esté<br />

sobrevalorando sus posibilidades, y me ap<strong>en</strong>aría perderla. Os ruego la<br />

ayudéis.<br />

Anisse sintió una punzada de orgullo ante las palabras de Neraveith.<br />

Notó que el trovador hacía un gesto de cortesía a la reina mi<strong>en</strong>tras ella<br />

mant<strong>en</strong>ía un pulso de miradas con el troll. ¡Éste no era el mom<strong>en</strong>to de<br />

agachar la vista para besarle la mano a nadie! Lo tomaría por un signo de<br />

debilidad. Efectivam<strong>en</strong>te, el troll, al ver bajar la cabeza a Crotulio, cargó<br />

hacia la tierna y jov<strong>en</strong> humana que t<strong>en</strong>ía más cerca <strong>en</strong>arbolando la maza.<br />

Anisse levantó la esfera del efrit por <strong>en</strong>cima de su cabeza para pronunciar<br />

su nombre pero, <strong>en</strong>tonces, algo la empujó con gran fuerza y la lanzó al<br />

suelo. Supo que no había sido el garrote del troll. De haberse tratado de<br />

eso, no habría sobrevivido. Había sido el jov<strong>en</strong> trovador. Crotulio había<br />

saltado por <strong>en</strong>cima de ella y se precipitaba al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro del troll. Se sintió<br />

irritada por la acción del jov<strong>en</strong>, pero <strong>en</strong>tonces se percató alarmada de que<br />

la esfera del efrit ya no estaba <strong>en</strong> su mano. Se le había escapado al<br />

golpearse contra el suelo. Empezó a tantear la tierra <strong>en</strong> busca del objeto. Si<br />

se partía por un pisotón inoportuno, podía ser un desastre.<br />

Crotulio corrió hasta el troll, que rápidam<strong>en</strong>te cambió el objetivo de la<br />

muchacha mor<strong>en</strong>a al jov<strong>en</strong> que v<strong>en</strong>ía tan alegrem<strong>en</strong>te a buscar la muerte a<br />

sus manos. Un hombre jov<strong>en</strong> también era bu<strong>en</strong> alim<strong>en</strong>to. Alzó la primitiva<br />

maza por <strong>en</strong>cima de su cabeza y la descargó contra Crotulio. El trovador se<br />

lanzó al suelo y resbaló por <strong>en</strong>tre sus curvas piernas peludas. El troll<br />

golpeó el suelo sin lograr apresar nada bajo su golpe. Crotulio se puso <strong>en</strong><br />

pie tras él con una sonrisa. Su espada trazó un arco y dejó una línea<br />

sanguinol<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> la espalda del troll. El ser se revolvió furioso e irritado al<br />

261


s<strong>en</strong>tir el picor de la herida. Crotulio dio un paso atrás y lo provocó.<br />

—¡Estoy aquí, estúpido!<br />

Una vez más, la criatura cargó de fr<strong>en</strong>te, con la maza por <strong>en</strong>cima de la<br />

cabeza. Esta vez, Crotulio no se dignó a esquivarlo. Saltó sobre una rama<br />

cercana a la altura de la cabeza del troll, y trazó otro arco <strong>en</strong> el aire. Un<br />

trallazo de sangre salpicó el rostro del ser, que se llevó una garra al rostro<br />

con un rugido de dolor.<br />

—Vamos, saco peludo y baboso... ¿Qué vas a hacer ahora?<br />

Neraveith contemplaba la esc<strong>en</strong>a pasmada. Jamás había visto una<br />

lucha semejante y el ev<strong>en</strong>to absorbía toda su at<strong>en</strong>ción. Anisse c<strong>en</strong>traba<br />

toda la suya <strong>en</strong> buscar la esfera del efrit <strong>en</strong>tre las patas de Arg<strong>en</strong>t. De<br />

pronto sus dedos tocaron una superficie dura y suave, y lanzó un suspiro<br />

de alivio. Se puso <strong>en</strong> pie junto a la yegua de Neraveith, observando la<br />

lucha.<br />

El troll ya no las t<strong>en</strong>ía todas consigo y retrocedía ante Crotulio. El<br />

rostro de la criatura estaba ll<strong>en</strong>o de sangre y la gran herida de la que<br />

manaba pasaba por <strong>en</strong>cima del ojo izquierdo. Con toda probabilidad sería<br />

un troll tuerto a partir de <strong>en</strong>tonces. Crotulio caminaba con aire fanfarrón<br />

ante él, acosándolo.<br />

—Vamos, v<strong>en</strong> por mí, apestoso montón de basura.<br />

Al ver que Crotulio no le dejaría retirarse, el extraño ser alzó su maza<br />

para tratar de chafarlo una vez más. Crotulio se le escurrió bajo el brazo<br />

cuando dejó caer el golpe y su espada se clavó hasta la mitad de su<br />

longitud <strong>en</strong> el abdom<strong>en</strong> de su rival. El bicho dejó caer la maza y,<br />

l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, se derrumbó. No estaba muerto, jadeaba <strong>en</strong> el suelo con<br />

fuerza.<br />

En Neraveith se cruzaron s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos tan dispares como la piedad y<br />

el alivio. Crotulio se volvió hacia ella y le dedicó una sonrisa y una<br />

inclinación de cabeza.<br />

—Mi señora, éstas son vuestras tierras y vos deberíais decidir cuál ha<br />

de ser el destino de semejante bestia. Si por mí fuese, lo dejaría<br />

desangrarse l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, para que sufriese por las vidas que ha arrebatado.<br />

Neraveith asintió, pálida. Anisse, a su lado, habló con voz rotunda de<br />

pronto.<br />

—Si fueseis hombre de bi<strong>en</strong>, acortaríais su sufrimi<strong>en</strong>to.<br />

Crotulio pareció reparar <strong>en</strong>tonces <strong>en</strong> la jov<strong>en</strong> mor<strong>en</strong>a y le dedicó una<br />

sonrisa de b<strong>en</strong>evol<strong>en</strong>cia.<br />

—Mi estimada doncella, puede que la vida a la que se os ha<br />

262


acostumbrado no os haya reparado mal alguno y aún no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dáis el<br />

concepto de ira y justicia.<br />

Al decir esto, le dio una patada al troll agonizante. Anisse lo miró<br />

inexpresiva.<br />

—Maese trovador, no seáis tan ligero a la hora de suponer sobre mi<br />

vida. Os sorpr<strong>en</strong>dería conocer mis oríg<strong>en</strong>es, y mucho más si tuvieseis<br />

constancia de a qué peligros me he <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tado a solas.<br />

Crotulio se sorpr<strong>en</strong>dió del hablar regio de la jov<strong>en</strong> y p<strong>en</strong>só <strong>en</strong><br />

responder algo hiri<strong>en</strong>te, pero, <strong>en</strong> lugar de eso, se volvió hacia Neraveith.<br />

Caminó hasta la yegua de la soberana mi<strong>en</strong>tras limpiaba y <strong>en</strong>vainaba de<br />

nuevo su espada.<br />

—¿Es el destino el que me ha deparado la tarea de proteger vuestra<br />

persona, mi reina? ¿O los dioses de los poetas han decidido protegeros y<br />

llevan mis caminos hasta vos cada vez que me necesitáis? Tal vez debería<br />

escoltaros hasta refugio.<br />

Neraveith sonrió al jov<strong>en</strong> y le t<strong>en</strong>dió la mano para que la besase.<br />

Anisse resopló irritada a su lado.<br />

—Si tan útil vas a sernos, podrías ir a buscar mi caballo. Se ha<br />

asustado del troll.<br />

Crotulio pareció desconcertado por recibir una ord<strong>en</strong> de una simple<br />

sirvi<strong>en</strong>ta, pero estaba tan extrañado por la actuación de ésta y de la<br />

permisividad de la reina con ella que obedeció. Cuando desapareció por un<br />

recodo del camino, Anisse se volvió hacia Neraveith.<br />

—Neraveith, no me gusta este tipo.<br />

—¿Por qué?<br />

—Hay desespero <strong>en</strong> sus ojos y trata de <strong>en</strong>candilarte con halagos<br />

vacuos.<br />

Y no me atrevo a mirarlo con mis ojos de vid<strong>en</strong>te...<br />

—Oh, por favor Anisse, sabes que <strong>en</strong> el bosque no soy reina.<br />

Anisse no pudo evitar elevar el tono de voz al responderle.<br />

—Sí que eres reina, Neraveith. Lo eres para los demás. No deberías<br />

olvidarlo. Este hombre no es de fiar.<br />

La reina se volvió irritada hacia Anisse.<br />

—¿Tú también te has resuelto estropearme la poca diversión que<br />

puede quedar <strong>en</strong> mi vida? ¿O acaso estás celosa?<br />

Anisse la miró a los ojos colérica.<br />

—Neraveith, el día que esté celosa de un cretino que necesita torturar<br />

a un ser v<strong>en</strong>cido ante ti para s<strong>en</strong>tirse hombre, pido a un clérigo de Basth el<br />

263


Justo que realice sobre mí un exorcismo.<br />

Sin más, Anisse se recolocó el zurrón al hombro y echó a caminar.<br />

Neraveith, un tanto extrañada por su propia actuación y la reacción de su<br />

compañera, la siguió por el camino sobre la yegua. Le dolía reconocer que<br />

se había comportado por un mom<strong>en</strong>to como una niña malcriada y que<br />

Anisse realm<strong>en</strong>te había arriesgado su vida por ella.<br />

El troll permaneció inmóvil varios minutos más, hasta s<strong>en</strong>tir que se<br />

habían marchado, después se incorporó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. Debía escoger mejor<br />

sus presas a partir de ahora. Con pasos l<strong>en</strong>tos, se ad<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> la espesura<br />

para buscar un rincón tranquilo <strong>en</strong> el que lamerse las heridas y recuperarse.<br />

46 — Lúcer se hace <strong>en</strong>contrar<br />

No podía creerlo. ¿Alguna deidad loca se estaba divirti<strong>en</strong>do a su<br />

costa? ¡Siete días con sus correspondi<strong>en</strong>tes noches dando vueltas por aquel<br />

maldito bosque, como una peonza mareada! Y el bosque se había <strong>en</strong>sañado<br />

con él... Su capa ap<strong>en</strong>as guardaba la apari<strong>en</strong>cia de pr<strong>en</strong>da de vestir tras<br />

tanto tiempo <strong>en</strong>ganchándose <strong>en</strong> arbustos y espinos. Su cabellera, <strong>en</strong> un<br />

glorioso int<strong>en</strong>to por mimetizarse con el ambi<strong>en</strong>te, había ido recogi<strong>en</strong>do<br />

todo tipo de ramitas, hojas y demás aderezos ornam<strong>en</strong>tales. Hacía sólo<br />

unos días, lo hubies<strong>en</strong> considerado atractivo, ahora él mismo dudaba de<br />

que ap<strong>en</strong>as le dedicas<strong>en</strong> una limosna a su aspecto andrajoso.<br />

Esa tarde, el bosque tuvo la g<strong>en</strong>tileza de permitirle tropezar con un<br />

arroyo, aunque para cuando se dio cu<strong>en</strong>ta ya se había empapado hasta las<br />

rodillas. Aquello era un regalo que no debía despreciarse, así que<br />

aprovechó para lavarse las manos y re<strong>en</strong>contrarse con el color natural de<br />

su piel.<br />

Agachado junto al agua, alzó la mirada hacia los árboles que lo<br />

rodeaban: grandes robles, de troncos anchos y nudosos, apretados a su<br />

alrededor como una legión de guardias. La oscuridad solía ser su aliada, no<br />

t<strong>en</strong>ía problemas para percibir d<strong>en</strong>tro de ella. Pero la p<strong>en</strong>umbra del bosque<br />

de Isthelda jugaba con las sombras para crear extraños relieves y<br />

<strong>en</strong>gañosas formas difíciles de situar. Confundían sus ojos y lo llevaban por<br />

sitios extraños.<br />

No podía permitirse salir de aquel maldito bosque de otra forma que<br />

no fuese caminando. Pero el adusto espíritu que animaba aquel lugar no le<br />

ofrecía un camino hacia las afueras y no admitía ni tratos ni comercios.<br />

264


Lúcer sabía que <strong>en</strong> demasiadas ocasiones la salida de un lugar se<br />

<strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> su c<strong>en</strong>tro y el corazón del bosque de Isthelda era su<br />

guardabosque, por supuesto. Si Ariweth no la hubiese mandado a un lecho<br />

a reponerse de sus heridas Lúcer ya se hubiese arriesgado a recurrir a ella.<br />

¡Demonios! ¡Se habría arriesgado a recurrir a cualquier ser humano con<br />

qui<strong>en</strong> el bosque le hubiese permitido <strong>en</strong>contrarse!<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, un crujir de ramas resonó a sus espaldas, t<strong>en</strong>ue, la<br />

pisada de algo que trata de no ser oído. Lúcer no se movió, calculando la<br />

distancia a que estaría la bestia que lo acechaba. Esta vez había tardado<br />

más de lo habitual <strong>en</strong> dar con él. Varias veces lo había eludido, esperando<br />

que se cansase de la persecución, pero no había sido así. Era una vieja<br />

bestia territorial y perseverante. No admitía al intruso <strong>en</strong> su bosque y lo<br />

perseguía desde hacía días. Era hora de demostrarle que con algunos<br />

intrusos era mejor no cruzarse.<br />

Extrajo sin movimi<strong>en</strong>tos bruscos de su vaina la espada corta que le<br />

había regalado Zíodel. No solía usar armas, pero por una vez las<br />

circunstancias lo requerían. Murmuró unas palabras sobre la hoja y ésta se<br />

cubrió con una sombra oscura, un hechizo simple. No debía arriesgarse a<br />

nada más para no atraer la at<strong>en</strong>ción, pero al m<strong>en</strong>os esto la hacía mucho<br />

más efectiva. Las pisadas del animal ya no se oían, pero Lúcer no se dejó<br />

<strong>en</strong>gañar, estaba tras él. Se puso <strong>en</strong> pie, volviéndose a toda velocidad.<br />

Ap<strong>en</strong>as le dio tiempo a vislumbrar al oso mi<strong>en</strong>tras se abalanzaba <strong>en</strong>cima<br />

suyo: una bestia oscura de largo pelaje áspero.<br />

Los osos no son unas criaturas expresivas <strong>en</strong> sus gestos faciales. Los<br />

labios caídos del animal y sus orejas no parecían indicar ningún cambio <strong>en</strong><br />

su humor, pero los colmillos al descubierto dejaban obvias sus int<strong>en</strong>ciones.<br />

Se le vino <strong>en</strong>cima con un gruñido, int<strong>en</strong>tando <strong>en</strong>lazarlo con sus patas<br />

delanteras. Lúcer no int<strong>en</strong>tó evitar que lo abrazase. T<strong>en</strong>dría una posibilidad<br />

más, gracias a la espada, que si lo hubiese tratado de mant<strong>en</strong>er a raya<br />

mi<strong>en</strong>tras lo acosaba a zarpazos l<strong>en</strong>tos hasta debilitarlo. Dirigió la punta de<br />

su arma hacia el pecho del oso y la clavó sin fijarse <strong>en</strong> el punto <strong>en</strong> que lo<br />

haría, el largo pelaje pardo lo cubrió. El animal gruñó del dolor.<br />

El oso era viejo y, por lo tanto, sabio. Reconoció la dim<strong>en</strong>sión del<br />

riesgo y saltó hacia atrás. Permaneció ante él gruñ<strong>en</strong>do y balanceando la<br />

cabeza a un lado y al otro. Las garras de la bestia, a pesar de no haberle<br />

dado tiempo ap<strong>en</strong>as a rozar su piel, le habían abierto una herida de<br />

consideración <strong>en</strong> la espalda y el hombro izquierdo. No debía mostrarse<br />

afectado. Ignorando el ardor, miró a los ojos a su rival y dio un paso hacia<br />

265


él, aferrando la espada. El viejo oso t<strong>en</strong>ía una herida seria <strong>en</strong> el pecho y<br />

sangraba sobre su pata izquierda abundantem<strong>en</strong>te. Su espeso pelaje ya<br />

estaba empapado <strong>en</strong> sangre.<br />

El animal se revolvió, nervioso, planteándose la nueva estrategia.<br />

Lúcer se echó hacia adelante sin darle tiempo a p<strong>en</strong>sar y lanzó un tajo. El<br />

animal lanzó las zarpas hacia él, pero no lo alcanzó y el golpe con la<br />

espada le alcanzó la piel a la altura de las uñas. El animal retrocedió con<br />

un gruñido de fastidio. No esperaba eso. Este ser era más ágil que él y<br />

t<strong>en</strong>ía las uñas más largas. Y no t<strong>en</strong>ía miedo...<br />

Lúcer avanzó de nuevo hacia él mostrándole los di<strong>en</strong>tes. Para un<br />

animal, una sonrisa era un claro gesto de seria am<strong>en</strong>aza. El oso gruñó <strong>en</strong> su<br />

dirección una advert<strong>en</strong>cia y retrocedió. Caminó de espaldas l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, sin<br />

perderle de vista. Cuando estuvo a una prud<strong>en</strong>cial distancia, se volvió y se<br />

ad<strong>en</strong>tró de nuevo <strong>en</strong>tre los arbustos. Prefería posponer su lucha. Lúcer lo<br />

observó alejarse sin moverse del lugar. Era un oso sabio, además de<br />

iracundo y viejo. Lo volvería a <strong>en</strong>contrar <strong>en</strong> un terr<strong>en</strong>o que le sería más<br />

favorable a él, de eso no t<strong>en</strong>ía duda alguna.<br />

Cuando el animal desapareció <strong>en</strong> la espesura, el fulgor oscuro de la<br />

espada desapareció y Lúcer volvió su at<strong>en</strong>ción hacia sus propias heridas.<br />

Se permitió s<strong>en</strong>tir el dolor allí donde el animal le había desgarrado la piel.<br />

Ni siquiera podía alcanzarse con comodidad la zona, pero s<strong>en</strong>tía resbalar la<br />

sangre por su espalda. En cuanto a su capa, probablem<strong>en</strong>te había quedado<br />

ya tan inservible que le v<strong>en</strong>dría mejor conseguir otra que rem<strong>en</strong>dar ésta.<br />

No pudo reprimir una carcajada.<br />

—Tantos años... Tantas luchas... ¿Todo para acabar <strong>en</strong> un bosque<br />

devorado l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te por sus fieras?<br />

Era hora de tomar cartas <strong>en</strong> el asunto. Si él no <strong>en</strong>contraba el camino<br />

haría que el camino le <strong>en</strong>contrase a él.<br />

Se agachó y amontonó hojarasca y ramitas. Era una simple cuestión de<br />

cortesía ofrecer algo de comer a las criaturas invocadas, pero siempre<br />

facilitaba el trato y solía hacer la relación más duradera y algo m<strong>en</strong>os<br />

peligrosa. Lúcer fijó su voluntad <strong>en</strong> el montón de combustible y su m<strong>en</strong>te<br />

se desplegó hacia las hebras de magia que recorrían aquel rincón del<br />

mundo. Eran muchas, demasiadas. Se conc<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> no dejarse arrastrar por<br />

ellas y llamó al fuego. Las llamas surgieron de la hojarasca, pr<strong>en</strong>diéndola<br />

<strong>en</strong> un instante, y los elem<strong>en</strong>tales se lanzaron hacia las chucherías que les<br />

había preparado. Las ardi<strong>en</strong>tes salamandras bailaron <strong>en</strong>tre los troncos,<br />

devorándolos mi<strong>en</strong>tras ejecutaban su <strong>en</strong>revesada danza. Lúcer se agachó<br />

266


ante ellas para llamar su at<strong>en</strong>ción. Los pequeños elem<strong>en</strong>tales de fuego<br />

fijaron su mirada <strong>en</strong> él y, por un instante, pareció que la pequeña fogata<br />

permanecía totalm<strong>en</strong>te inmóvil, congelada. Lúcer tomó una ramita seca y<br />

la acercó al fuego. Las l<strong>en</strong>guas ígneas se <strong>en</strong>roscaron rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> ella,<br />

lamiéndola con deleite. Con una sonrisa, la lanzó <strong>en</strong>tre los arbustos<br />

cercanos.<br />

—Toda vuestra...<br />

Édorel había permanecido todo el día <strong>en</strong> las cercanías del lago<br />

realizando pequeñas labores domésticas, pero, <strong>en</strong> cuanto llegó la noche,<br />

tomó su arco, su aljaba con flechas y se lanzó a los s<strong>en</strong>deros del bosque.<br />

Era la primera vez <strong>en</strong> días que podía recorrerlo a solas. Corrió por las<br />

s<strong>en</strong>das embebi<strong>en</strong>do sus ojos de los paisajes que abría y cerraba su carrera,<br />

caminó <strong>en</strong>tre los árboles viejos devolviéndoles la mirada y recorrió<br />

l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te las orillas de una laguna que <strong>en</strong>contró, observando los rastros<br />

que la vida había dejado <strong>en</strong> el barro de sus orillas. Dos animales habían<br />

estado hacía poco allí. Las pisadas parecían de ciervo, pero eran más<br />

gráciles. Varias crines blancas se habían <strong>en</strong>ganchado <strong>en</strong> una rama <strong>en</strong>cima<br />

de ellas y Édorel supo de inmediato que pert<strong>en</strong>ecían a una pareja de<br />

unicornios, a pesar de no haber visto nunca una de esas esquivas criaturas.<br />

Édorel tomó una l<strong>en</strong>ta bocanada de aire, ll<strong>en</strong>ándose los pulmones de<br />

todos los aromas que albergaban sus árboles y el alma con la conci<strong>en</strong>cia<br />

que los poblaba.<br />

—Te he echado de m<strong>en</strong>os —murmuró.<br />

Fue cuando lo sintió: humo, fuego. El bosque había sido atacado <strong>en</strong><br />

algún punto y por primera vez notó una leve inquietud <strong>en</strong> los robles<br />

c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>arios. Édorel dejó que su comunión con el lugar la llevase. Una<br />

s<strong>en</strong>da ap<strong>en</strong>as pisada se mostró ante ella y <strong>en</strong>caminó sus pasos a la carrera<br />

hacia donde fuese que conducía.<br />

Lúcer podía percibir el deleite de la hoguera disfrutando de la libertad<br />

que le había otorgado. Los elem<strong>en</strong>tales recorrían los arbustos cercanos<br />

dejando un rastro de llamas a su paso. El fuego com<strong>en</strong>zó a iluminar el<br />

lugar, dando una apari<strong>en</strong>cia completam<strong>en</strong>te difer<strong>en</strong>te a la que hasta ahora<br />

había visto del bosque. Ahora podía percibir claram<strong>en</strong>te cada recoveco y<br />

cada sombra lanzada. Recorrió con la mirada todos los detalles que ahora<br />

se desplegaban ante él sin el velo de ilusión que tejían los árboles. ¿El<br />

poder del bosque se retiraba ante el fuego? Era interesante planteárselo.<br />

267


Las llamas treparon con vigor <strong>en</strong>tre las ramas de los arbustos cercanos,<br />

cubriéndolos.<br />

La figura de una persona que acudía corri<strong>en</strong>do hacia el lugar fue nítida<br />

ahora como una ramita flotando <strong>en</strong> un estanque. Lúcer no esperaba recibir<br />

ayuda tan rápido. La forma de moverse le indicó que se trataba de una<br />

mujer. Era bastante m<strong>en</strong>uda y de caminares ágiles. Antes de que la luz de<br />

las llamas la iluminase por completo, supo que se trataba de Édorel y su<br />

corazón dio un salto involuntario. La chica corría hacia el fuego con una<br />

expresión de pasmo y terror <strong>en</strong> el rostro. Lúcer la contempló, desde el otro<br />

lado de las llamas, mi<strong>en</strong>tras se acercaba. La semielfa no lo había visto.<br />

Estaba a ap<strong>en</strong>as unos metros de distancia pero ella sólo t<strong>en</strong>ía ojos para el<br />

fuego. Por un segundo, Lúcer p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> salir a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, pero prefirió<br />

observar qué haría ella.<br />

La vio desabrocharse la capa y correr hacia el arroyo cercano. La ll<strong>en</strong>ó<br />

de agua y la llevó hasta un arbusto para dejarla caer sobre las llamas. Lúcer<br />

la observó luchar contra el fuego con sus escasos medios, pero el fuego<br />

crecía y ya t<strong>en</strong>ía la misma altura que ella. Era valerosa y, <strong>en</strong> cierta forma,<br />

temeraria. Ya sabía de la lealtad que Édorel le profesaba al bosque. Se<br />

arriesgaría por él, pero ¿hasta qué punto? La semielfa se volvió hacia el<br />

arroyo a volver a ll<strong>en</strong>ar su capa pero las llamas tras ella, agarradas al<br />

tronco de un anciano roble, se ext<strong>en</strong>dieron <strong>en</strong>tre las ramas por <strong>en</strong>cima de<br />

su cabeza. Ella volvió la mirada hacia el techo de llamas que se había<br />

cernido sobre ella y sus ojos se ll<strong>en</strong>aron de pánico. Buscaba una salida que<br />

no veía. En su m<strong>en</strong>te sólo veía el fuego, cerrándose sobre ella, y se sintió<br />

arder de antemano junto con sus amados robles.<br />

"Vamos muchacha, no es tan difícil... ¡Salta a través de las llamas!",<br />

p<strong>en</strong>só Lúcer.<br />

Pero ella se quedó paralizada por el terror. Cubriéndose la cara con<br />

ambos brazos, retrocedió sin fijarse <strong>en</strong> hacia dónde se dirigía. La capa<br />

mojada cayó al suelo a su lado. Estaba cegada por el terror, ese temor<br />

capaz de paralizar los corazones más valerosos, ese pánico irracional y<br />

arrollador que arrasa todos los demás s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos y acciones como una<br />

riada.<br />

Lúcer decidió que no iba a dejar que sucumbiese de esa forma y<br />

avanzó hacia ella. Édorel, a través de los ojos <strong>en</strong>trecerrados, captó una<br />

sombra humanoide recortada contra el fulgor del fuego. ¿Era una persona?<br />

¿En aquel infierno? Con los ojos ll<strong>en</strong>os de lágrimas lo vio llegar hasta ella<br />

y ext<strong>en</strong>der un brazo <strong>en</strong> su dirección. Unas manos la aferraron por los<br />

268


hombros y Édorel creyó que moriría por el miedo. En cualquier mom<strong>en</strong>to,<br />

aquella visión se convertiría <strong>en</strong> un montón de llamas y la devoraría.<br />

Llevada por la desesperación, sus manos empujaron la aparición y se<br />

escurrió de su agarre, pero no sabía hacia dónde huir. Las llamas danzaban<br />

por todo <strong>en</strong> su aterrorizada m<strong>en</strong>te. Sintió que la aferraban de nuevo por las<br />

muñecas y se debatió contra la presa gritando.<br />

—Édorel... Tranquila...<br />

Las palabras le llegaron tan nítidas que no pudo ignorarlas, conocía<br />

aquella voz suave y grave. Dejó de debatirse. Permaneció quieta mi<strong>en</strong>tras<br />

Lúcer pasaba un brazo sobre sus hombros <strong>en</strong> gesto protector. Estaba rígida<br />

como una roca.<br />

—Tranquila, no pasa nada...<br />

Édorel no se dio cu<strong>en</strong>ta del miedo que s<strong>en</strong>tía hasta que, al int<strong>en</strong>tar<br />

moverse, sus pies permanecieron clavados <strong>en</strong> el suelo. Int<strong>en</strong>tó decir algo y<br />

sólo logró jadear por el esfuerzo. Lúcer la cubrió con su capa para<br />

protegerla del calor de las llamas, formando un parapeto que también<br />

sirvió a la m<strong>en</strong>te racional de ella para volver a tomar el control. Lúcer<br />

aprovechó la cobertura que la capa le ofrecía a los ojos de la semielfa e<br />

hizo un gesto <strong>en</strong> dirección a las llamas, cerrando el puño. La mayoría<br />

desaparecieron como reabsorbidas por el suelo, pero permitió a otras<br />

seguir allí donde estaban para no despertar demasiadas sospechas.<br />

—Vamos, el fuego está apagándose.<br />

La semielfa permitió, por primera vez, que algui<strong>en</strong> la guiase <strong>en</strong> su<br />

propio bosque. Atravesaron unas pequeñas llamas, que no eran tan altas<br />

como ella había creído. No se aferraron a sus ropas como esperaba.<br />

Instintivam<strong>en</strong>te, se abrazó a su acompañante. Sintió una amable caricia <strong>en</strong><br />

el hombro, que pret<strong>en</strong>día darle ánimos. Escuchó el sonido del arroyo. A<br />

ap<strong>en</strong>as unos pasos estaba la salvación, ¿cómo lo había olvidado? No podía<br />

fallar <strong>en</strong> algo así, le iba <strong>en</strong> ello la vida. Édorel se reprochó a sí misma con<br />

ira.<br />

Lúcer la condujo hasta el riachuelo que ella había usado para ll<strong>en</strong>ar de<br />

agua su capa. Fue <strong>en</strong>tonces cuando ella recordó que debía salvar los<br />

robles. Trató de volver atrás, pero su acompañante no se lo permitió.<br />

—Cálmate, semielfa. Las llamas se están extingui<strong>en</strong>do.<br />

T<strong>en</strong>ía razón. El fulgor m<strong>en</strong>guaba por mom<strong>en</strong>tos. Aún temblaba<br />

cuando él le indicó con un gesto que se s<strong>en</strong>tase. Sus rodillas se doblaron<br />

flácidam<strong>en</strong>te sobre la hierba mullida. Las llamas devoraban parte de la<br />

vegetación a sus espaldas, lo s<strong>en</strong>tía, pero eran cada vez más débiles.<br />

269


—Te da mucho miedo el fuego, ¿no es así?<br />

Édorel asintió, no quería arriesgarse a tartamudear o decir algo<br />

incongru<strong>en</strong>te por el nudo que aún t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> la garganta. La voz de Lúcer<br />

t<strong>en</strong>ía una extraña capacidad para calmarla. ¿Lúcer? ¿Qué hacía allí? Lo<br />

creía fuera del bosque desde hacía días, desde la noche <strong>en</strong> que Ariweth se<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó a él. Se sintió agradecida de que hubiese aparecido <strong>en</strong> un<br />

mom<strong>en</strong>to tan oportuno e int<strong>en</strong>tó decírselo con palabras. Se le atragantaron<br />

<strong>en</strong> la garganta y carraspeó, nerviosa y avergonzada. Lúcer sonrió, parecía<br />

que disfrutase de las dificultades de la semielfa para expresarse.<br />

—Eres una muchacha muy impresionable.<br />

Édorel lo miró, int<strong>en</strong>tando averiguar si se estaba burlando de ella o no,<br />

pero su sonrisa era amable y no <strong>en</strong>contró ni motivo ni ánimos para iniciar<br />

una disputa. Ahora que sus movimi<strong>en</strong>tos y sus ojos volvían a ser suyos, se<br />

percató del aspecto que lucía su rescatador. Parecía haber sufrido todo tipo<br />

de percances. Sus ropas estaban sucias y desgarradas <strong>en</strong> muchos puntos.<br />

En cuanto a su pelo, que solía caer <strong>en</strong> marcados mechones castaños, estaba<br />

revuelto, ll<strong>en</strong>o de ramitas y hojarasca. Lúcer tomó una esquina de su capa<br />

y se volvió hacia el río para mojarla <strong>en</strong> él. Al darle la espalda, ella vio el<br />

impresionante garrazo que la adornaba. Parecía muy reci<strong>en</strong>te, y como<br />

mínimo, doloroso. No parecía haber alcanzado el hueso, pero sí el músculo<br />

<strong>en</strong> algunas partes. Antes de que pudiese preguntarle al respecto, se volvió<br />

hacia ella. Le tomó el rostro con la mano izquierda sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do<br />

suavem<strong>en</strong>te su barbilla y pasó la tela húmeda por sus mejillas y su fr<strong>en</strong>te.<br />

—Ti<strong>en</strong>es algo de c<strong>en</strong>iza...<br />

Lúcer le sonrió mi<strong>en</strong>tras realizaba la operación. Aquello desviaría la<br />

at<strong>en</strong>ción de Édorel de las llamas al gesto. Un contraste <strong>en</strong>tre el terror, el<br />

desamparo y el fuego, con la suavidad, la protección y el agua. Era curioso<br />

que algo tan simple como deslizar una tela mojada por la cara de algui<strong>en</strong><br />

pudiese t<strong>en</strong>er tantas connotaciones. Efectivam<strong>en</strong>te, los grandes ojos grises<br />

de la semielfa pasaron del temor a la sorpresa. Su expresión resultó<br />

deliciosa. Casi había olvidado las s<strong>en</strong>saciones que era capaz de provocarle,<br />

como si se hubies<strong>en</strong> tratado de un sueño. Ella ahora se recogía la cabellera<br />

<strong>en</strong> una sola tr<strong>en</strong>za sobre el lado izquierdo. Al mom<strong>en</strong>to, Lúcer lo relacionó<br />

con el golpe que había recibido de la espada de Ariweth. El estómago se le<br />

<strong>en</strong>cogió al recordarlo <strong>en</strong> un arranque de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos poco propios de él.<br />

Édorel <strong>en</strong>arcó las cejas <strong>en</strong> un gesto de sorpresa y Lúcer se percató,<br />

sorpr<strong>en</strong>dido, de que había acariciado la mejilla de ella <strong>en</strong> un gesto de<br />

dulzura que iba más allá de la simple amistad. Respiró hondo y apartó las<br />

270


manos apresuradam<strong>en</strong>te. Ahora Édorel ya no parecía asustada, tan solo<br />

sorpr<strong>en</strong>dida de haberlo <strong>en</strong>contrado allí.<br />

—Me alegro de verte, Édorel.<br />

Por el tono que usó, ella supo que era verdad. La chica decidió volver<br />

a poner a prueba su control sobre sus cuerdas vocales.<br />

—¿Qué te ha ocurrido? Ti<strong>en</strong>es una herida <strong>en</strong> la espalda. ¿Ariweth?<br />

Él negó.<br />

—Fue un oso.<br />

La chica arqueó las cejas sorpr<strong>en</strong>dida. Escuchaba pero, ante todo,<br />

analizaba los ojos y el tono de voz de Lúcer buscando la m<strong>en</strong>tira <strong>en</strong> ellos.<br />

Le resultaba fácil notarla, sobre todo bajo sus árboles. No la <strong>en</strong>contró.<br />

¿Debería confiar <strong>en</strong> él?<br />

Édorel sil<strong>en</strong>ció sus s<strong>en</strong>tidos humanos y buscó la advert<strong>en</strong>cia del<br />

bosque. Nunca le había fallado al advertirla de un peligro. El bosque<br />

guardó sil<strong>en</strong>cio.<br />

—¿Necesitas ayuda?<br />

—Sí, por favor... Llevo días perdido por este lugar.<br />

—¿Cuánto tiempo? La última vez que te vi fue <strong>en</strong> el claro, la noche<br />

que tú y Ariweth os <strong>en</strong>contrasteis.<br />

—No me recuerdes esa noche. No sabes cómo me alegro de verte<br />

sana.<br />

Había habido tal carga emotiva <strong>en</strong> esas simples palabras que Édorel<br />

sintió que algo la at<strong>en</strong>azaba por d<strong>en</strong>tro y volvió la vista a los carbonizados<br />

arbustos. Ni siquiera humeaban, era como si llevas<strong>en</strong> apagados mucho<br />

tiempo.<br />

—¿Cómo se inició ese fuego?<br />

—Hice una hoguera y pr<strong>en</strong>dió <strong>en</strong> los árboles. No quería ponerte <strong>en</strong><br />

peligro, lo si<strong>en</strong>to.<br />

—Deberíamos asegurarnos de que no rebrote.<br />

—De acuerdo. Te ayudaré a echar agua por toda la zona, pero el fuego<br />

no rebrotará, te lo aseguro.<br />

Ella se volvió hacia él con un gesto analítico y su pregunta le<br />

sorpr<strong>en</strong>dió por lo acertada que resultó.<br />

—¿Hablas con el fuego?<br />

Él rió.<br />

—A veces...<br />

Édorel lo condujo hasta el claro. Ap<strong>en</strong>as tardaron un corto paseo y<br />

271


Lúcer se sorpr<strong>en</strong>dió de lo cerca que había estado de él todo aquel tiempo.<br />

Ella le prestó una camisa limpia que sacó de algún rincón de su cabaña y lo<br />

dejó a solas junto a las fu<strong>en</strong>tes termales. Estaba muy claro lo que pret<strong>en</strong>día<br />

que hiciese. De todas maneras le apetecía un baño templado. Un rato más<br />

tarde, con un aspecto más civilizado, se unió a ella <strong>en</strong> la pequeña cabaña.<br />

La muchacha había cocinado algo. Abundaban las raíces y vegetales<br />

alrededor de algunos trozos de carne de cordero.<br />

—No es necesario que te tomes tantas molestias.<br />

—Sí, lo es.<br />

—¿Por qué?<br />

—Todo aquel que llega al claro ti<strong>en</strong>e mi protección.<br />

—Yo sólo necesito que me lleves fuera del bosque.<br />

—Mañana.<br />

Lúcer frunció el ceño, temi<strong>en</strong>do una <strong>en</strong>cerrona.<br />

—¿Por qué?<br />

—Esta noche los caminos no serán favorables para ti.<br />

—¿Y mañana sí?<br />

—Es posible.<br />

—Llevo días perdido por el bosque, me resulta urg<strong>en</strong>te salir de aquí.<br />

Édorel desvió la mirada nerviosa.<br />

—Es extraño que sigas vivo. Parece que ha cuidado de ti.<br />

—¿Por qué no me ha llevado hasta la salida <strong>en</strong>tonces?<br />

Édorel se <strong>en</strong>cogió levem<strong>en</strong>te de hombros y se apresuró a levantarse de<br />

la mesa para no soportar más sus preguntas y su mirada inquisidora. Lúcer<br />

se obligó a desviar la vista para no hacerla s<strong>en</strong>tirse incómoda. Ella t<strong>en</strong>ía<br />

razón. En el claro existía una tregua y, si el bosque hubiese deseado<br />

realm<strong>en</strong>te acabar con él, le habría lanzado algo mucho más terrible que un<br />

oso viejo. Pero eso le confirmaba que qui<strong>en</strong> movía las fichas era otro y que<br />

él mismo era una pieza <strong>en</strong> el tablero.<br />

Édorel rebuscó <strong>en</strong> el estante sobre la chim<strong>en</strong>ea y se volvió hacia él<br />

llevando un saquito <strong>en</strong> la mano.<br />

—Esto hace cicatrizar...<br />

A él le conmovió su gesto. La semielfa había buscado <strong>en</strong> su<br />

farmacopea algo para sus heridas. En ese mom<strong>en</strong>to se arrepintió de haber<br />

usado tan rápido sus escasos hechizos de sanación para cerrarlas.<br />

—Ya no es necesario, Édorel.<br />

Ella lo miró extrañada.<br />

—¿Por qué?<br />

272


—Usé un hechizo para cerrarla cuando estaba <strong>en</strong> las fu<strong>en</strong>tes.<br />

Ella arqueó las cejas, sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

—¿Eres capaz de hacer eso?<br />

—Sí, pero me agota, aunque muchas veces me ha salvado la vida.<br />

—¿Cómo funciona? ¿Puedo verlo?<br />

Él se volvió para que ella pudiese analizar el resultado. Se percató de<br />

que era tímida cuando no se atrevió a acercarse más de lo debido y mucho<br />

m<strong>en</strong>os a apartar la tela que cubría la mayor parte de la zona.<br />

—Aquí los hechiceros no están bi<strong>en</strong> vistos.<br />

—Lo sé.<br />

Édorel volvió a acomodarse <strong>en</strong> la mesa y dejó el saquito <strong>en</strong>tre los dos.<br />

—¿Quién te <strong>en</strong>seño?<br />

—Un hombre que se dedicaba a esto, era su oficio, hace muchos años.<br />

—Naciste con el don de la magia.<br />

Él sonrió.<br />

—Por así decirlo.<br />

Ella permaneció <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio un largo mom<strong>en</strong>to, reflexiva, y él no supo<br />

por qué hasta que hizo la sigui<strong>en</strong>te pregunta.<br />

—La noche que Ariweth me golpeó accid<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te... Sé que me<br />

agarraste, luego no s<strong>en</strong>tí nada, el mundo se apagó a mi alrededor y luego<br />

s<strong>en</strong>tí dolor y que el mundo volvía a mí de alguna manera. ¿Tuviste algo<br />

que ver?<br />

La pregunta conflictiva...<br />

—Sí, un poco.<br />

—Recuerdo tus manos. La forma que ti<strong>en</strong>es de agarrar los objetos es<br />

muy personal.<br />

Lúcer observó el trozo de carne que sost<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tre los<br />

dedos.<br />

—Oh... —fue todo lo que atinó a musitar—. No me había fijado.<br />

Ella lo miró a los ojos.<br />

—Gracias —dijo.<br />

Él sonrió.<br />

—No hay de qué.<br />

Aquella c<strong>en</strong>a con Édorel resultó deliciosa <strong>en</strong> todos los aspectos. Ella<br />

había asumido la afinidad de su invitado con la magia sin más que un leve<br />

gesto de interés. Ser guardiana de una arboleda donde se albergaban<br />

maravillas sobr<strong>en</strong>aturales había preparado su m<strong>en</strong>te para aceptar sin<br />

juzgar. La chica era sil<strong>en</strong>ciosa y hablaba bastante poco, pero expresaba por<br />

273


gestos, de forma involuntaria, todo cuanto necesitaba comunicar. Poco a<br />

poco fue ganando la sufici<strong>en</strong>te confianza como para sonreir y mirarle a los<br />

ojos sin s<strong>en</strong>tirse intimidada. Lúcer se percató de que, ante todo, estaba<br />

nerviosa con su pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> su hogar. Int<strong>en</strong>tó moverse lo mínimo posible,<br />

s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el suelo a un extremo de la mesa mi<strong>en</strong>tras c<strong>en</strong>aban. T<strong>en</strong>ía<br />

hambre tras haber usado hechizos de sanación que no le eran naturales<br />

pero, por disfrutar de la pres<strong>en</strong>cia de Édorel, hubiese aceptado carne salada<br />

tras atravesar un desierto sin agua.<br />

47— Una conversación a través del fuego<br />

Lúcer se s<strong>en</strong>taba fr<strong>en</strong>te a la hoguera, <strong>en</strong> mitad del claro. Apoyaba la<br />

barbilla sobre la palma de la mano derecha mi<strong>en</strong>tras contemplaba el fuego.<br />

Unas semanas atrás, <strong>en</strong> aquel mismo lugar, había conocido a Neraveith, la<br />

mujer que gobernaba a los humanos de aquellas tierras. Parecía que el<br />

bosque, tras hacerle dar vueltas por varios sucesos, había decidido volver a<br />

colocarlo <strong>en</strong> la misma posición.<br />

Alzó la mirada cuando percibió la figura de Édorel salir de su cabaña.<br />

La semielfa se movía con ligereza y seguridad, sin det<strong>en</strong>erse para discernir<br />

agujeros traicioneros ni volverse hacia las sombras que la rodeaban.<br />

Llevaba el carcaj con las flechas <strong>en</strong> la espalda y el arco t<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> la mano<br />

izquierda. Un pequeño zorro trotaba tras sus pasos a una respetuosa<br />

distancia, no parecía asustado ni acechante.<br />

—Debo marcharme —dijo ella cuando llegó hasta él—. No abandones<br />

el claro hasta que vuelva, puede ser peligroso para ti.<br />

—¿Dónde vas?<br />

—Hay un grupo de cazadores humanos cerca. Se han extraviado.<br />

T<strong>en</strong>go instrucciones de llevarlos fuera del bosque, antes de que alguna otra<br />

criatura los <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tre. Hay un troll y varias hadas que se alim<strong>en</strong>taban de<br />

sangre humana por las cercanías.<br />

—¿Por qué no los guía el mismo bosque?<br />

—No lo sé. He de hacerlo yo.<br />

—Tal vez le interesa que les conozcas.<br />

—Puede.<br />

La semielfa hablaba con suavidad y, a pesar de mant<strong>en</strong>erle la mirada,<br />

se la notaba deseosa de despr<strong>en</strong>derse de aquel contacto. Resultaba un<br />

trem<strong>en</strong>do contraste la seguridad con la que se movía <strong>en</strong>tre sus árboles y la<br />

timidez natural que mostraba ante la g<strong>en</strong>te.<br />

274


—¿Has p<strong>en</strong>sado alguna vez que el bosque juega con nosotros, como<br />

con las piezas de un tablero o como una niña con sus muñecas?<br />

Édorel no respondió.<br />

—Volveré lo más pronto posible, hasta <strong>en</strong>tonces, te recomi<strong>en</strong>do que<br />

no salgas del claro.<br />

—¿Cuándo me guiarás fuera?<br />

—Cuando ella lo permita.<br />

—¿Ella?<br />

—Es macho y hembra al mismo tiempo —Lúcer supo que se refería al<br />

bosque—. Hasta pronto. Sé prud<strong>en</strong>te.<br />

La semielfa le dedicó una tímida sonrisa de despedida y se volvió. La<br />

vio hacer una discreta señal al zorro <strong>en</strong>tre los arbustos y ambos se<br />

<strong>en</strong>caminaron hacia la oscuridad de los árboles. A Lúcer no le cupo duda<br />

<strong>en</strong>tonces de que el animal y la semielfa t<strong>en</strong>ían alguna alianza temporal de<br />

la que él estaba excluido. El brillo de los ojillos del zorro desapareció tras<br />

Édorel y ambos fueron abrazados por las sombras.<br />

Lúcer dejó escapar un suspiro iracundo. Ya que no le permitían<br />

marcharse, al m<strong>en</strong>os trataría de conseguir algo de información. Aunque,<br />

era posible que el bosque se lo tomase mal. Lúcer se puso <strong>en</strong> pie para traer<br />

más leña con la que alim<strong>en</strong>tar la hoguera.<br />

Toda llama es un punto de contacto con el plano elem<strong>en</strong>tal del fuego.<br />

Sólo hay que recordarle que hay un espíritu que la habita, que se divide y<br />

estalla <strong>en</strong> miles de chispas con voluntad propia que cubr<strong>en</strong> el mundo. En<br />

ocasiones, el plano elem<strong>en</strong>tal del fuego alberga a otros seres afines,<br />

refugiados que buscan un lugar a salvo de miradas indiscretas.<br />

Lúcer permitió a la hoguera crecer, alcanzar la sufici<strong>en</strong>te fuerza, antes<br />

de recordarles a las salamandras que la formaban que t<strong>en</strong>ían nombres<br />

propios. Las llamas chisporrotearon una respuesta y fijaron su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong><br />

él. Los elem<strong>en</strong>tales estaban at<strong>en</strong>tos a sus palabras. Entonces, pronunció un<br />

nombre: "Baraz" y una ord<strong>en</strong>. La magia del lugar no alim<strong>en</strong>tó sus palabras,<br />

como <strong>en</strong> otras ocasiones, esta vez fue su propia voluntad la que las lanzó a<br />

través del plano elem<strong>en</strong>tal del fuego <strong>en</strong> busca de su objetivo.<br />

Lúcer sintió, de rep<strong>en</strong>te, un gruñido l<strong>en</strong>to y grave retumbar <strong>en</strong> su<br />

espíritu. El espiritu del bosque se cernía sobre él, observándolo<br />

am<strong>en</strong>azante. Notó que una invisible garra se cerraba alrededor suyo,<br />

am<strong>en</strong>azando con destrozarlo si seguía adelante. Pero él no se echó atrás.<br />

En este claro está prohibida toda lucha. Veremos si cumples tus<br />

275


propias normas...<br />

A una cierta distancia, Edorel se detuvo y se volvió extrañada.<br />

Escuchó durante unos instantes y luego siguió adelante con su propia<br />

misión.<br />

La mirada del bosque seguía sobre él, como una reprimida hacha a<br />

punto de caer sobre su cabeza. A pesar de ello, Lúcer mantuvo a los<br />

elem<strong>en</strong>tales at<strong>en</strong>tos a su voluntad y los seres ígneos repitieron su llamada,<br />

con ecos chirriantes, a través del plano elem<strong>en</strong>tal del fuego. Una voz<br />

respondió a través de ellos.<br />

—Lúcer... ¿Ya se me requiere?<br />

Él sonrió. La treta había funcionado.<br />

—No, Baraz, aún no.<br />

Un gruñido respondió a esa afirmación.<br />

—¿Por qué ti<strong>en</strong>tas mi impaci<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tonces?<br />

—He sufrido un pequeño contratiempo.<br />

La voz de Baraz se deslizó desde la decepción a la ira.<br />

—¿Contratiempo?<br />

—Sí, se llama "Isthelda".<br />

Un gruñido l<strong>en</strong>to y poderoso surgió del fuego.<br />

—¡Maldito bosque!<br />

—No me ha permitido salir de él, pero no me ha destruido. El bosque<br />

me ha dejado <strong>en</strong>contrarme con su guardiana, hoy. Trataré de conseguir que<br />

me guíe.<br />

—¿Ella te ha atacado?<br />

—No, lo cual me sorpr<strong>en</strong>de. Parece que el maldito bosque nos está<br />

ayudando de alguna manera.<br />

—No me fio de Isthelda.<br />

—Baraz, necesito saber los movimi<strong>en</strong>tos que se han escapado a mi<br />

vigilancia, dado mi forzoso retiro de estos días.<br />

—¿Me llamas para preguntarme? Tú eres la m<strong>en</strong>te p<strong>en</strong>sante de nuestra<br />

alianza, ¿debo recordártelo?<br />

—Pero ahora tú eres qui<strong>en</strong> puede mant<strong>en</strong>er un oído pegado a la pared<br />

tras la que se ocultan las huestes del caos.<br />

Hubo una suave carcajada orgullosa.<br />

—Me necesitas.<br />

—Por supuesto, y tú a mí. C<strong>en</strong>trémonos <strong>en</strong> lo que nos interesa. ¿Qué<br />

276


has s<strong>en</strong>tido?<br />

—He oído, y s<strong>en</strong>tido... Hay nuevas filtraciones del plano del caos.<br />

Están abri<strong>en</strong>do los círculos de llamada del norte. Muchos.<br />

—¿A qué demonios del caos han invocado a través de ellos?<br />

—Principalm<strong>en</strong>te, cabalgadores de sombras. He s<strong>en</strong>tido, también, el<br />

aroma de la nigromancia. El Ciego prepara un bonito número con los<br />

cadáveres que le regale esta guerra.<br />

—¿Han <strong>en</strong>contrado ya a Crotulio?<br />

—Están desperdiciando muchos recursos <strong>en</strong> ello, parece ser que el<br />

hecho de que él rechace la magia lo manti<strong>en</strong>e oculto de sus hechizos de<br />

rastreo. Se si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> of<strong>en</strong>didos y preocupados. Algui<strong>en</strong> tan escaso no debería<br />

plantearles tantos problemas para ser <strong>en</strong>contrado. Van a recurrir al libro de<br />

la sangre para tratar de <strong>en</strong>contrar alguna pista <strong>en</strong> sus profecías.<br />

—Me alegro de que no hayan dado con él.<br />

—Tampoco logran dar contigo. Se están planteando la posibilidad de<br />

que hayas muerto.<br />

—Eso no nos interesa. Han de saber que sigo vivo.<br />

—Mándales un m<strong>en</strong>saje —sugirió la voz de Baraz con sorna.<br />

—Para hacerlo, debo <strong>en</strong>contrarme <strong>en</strong> un terr<strong>en</strong>o favorable, y el bosque<br />

no lo es. Por otro lado, he de <strong>en</strong>contrar a Crotulio, antes de que lo hagan<br />

ellos.<br />

—Entonces es mejor que nadie sepa de ti hasta que nos conv<strong>en</strong>ga —la<br />

sospecha ll<strong>en</strong>ó la voz que prov<strong>en</strong>ía del otro lado del fuego—. Porque nadie<br />

sabe de ti, ¿verdad?<br />

—En realidad, tuve un desafortunado <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con una jov<strong>en</strong><br />

vid<strong>en</strong>te.<br />

Baraz lanzó un largo y retumbante gruñido am<strong>en</strong>azante.<br />

—Merec<strong>en</strong> morir, son unas <strong>en</strong>trometidas.<br />

—No la maté.<br />

Un bufido desaprobador cruzó al otro lado de las llamas.<br />

—Debes acabar con ella antes de que pueda contar a algui<strong>en</strong> lo que<br />

sabe.<br />

—No sabe lo que ha visto, Baraz. Me vio, pero no supo interpretarlo.<br />

Por suerte, es jov<strong>en</strong> y no ti<strong>en</strong>e conocimi<strong>en</strong>tos, sólo su don, pero conv<strong>en</strong>dría<br />

que estuvieses at<strong>en</strong>to a rumores.<br />

—¿Desde cuándo el desconocimi<strong>en</strong>to es sufici<strong>en</strong>te como para merecer<br />

la vida?<br />

—Ése no es el motivo. Hay muchos ojos at<strong>en</strong>tos a ella, muchos la<br />

277


vigilan, incluso <strong>en</strong> otros planos. Creo que su muerte llamaría demasiado la<br />

at<strong>en</strong>ción.<br />

—Tal vez t<strong>en</strong>gas razón. ¿Es una soñadora?<br />

—Eso parece.<br />

—Los dragones la vigilan... Si coincidimos todos al mismo tiempo,<br />

esto puede ser muy divertido.<br />

Una risa retumbó al otro lado de las llamas.<br />

—Los dragones puede que consigan su puerta para llegar al mundo<br />

después de todo.<br />

Hubo un largo sil<strong>en</strong>cio <strong>en</strong>tre los dos. Lúcer perdió su mirada más allá<br />

del fuego y su m<strong>en</strong>te pareció caer muy lejos de allí. Su rostro perdió toda<br />

expresividad. Las salamandras perdieron interés y trataron de desasirse del<br />

hechizo. La m<strong>en</strong>te de Lúcer volvió con viol<strong>en</strong>cia al pres<strong>en</strong>te. Al<br />

<strong>en</strong>focarlas, se volvieron hacia él de nuevo.<br />

—¿Estás perdi<strong>en</strong>do capacidades, Lúcer?<br />

—Perdí la conc<strong>en</strong>tración por un mom<strong>en</strong>to.<br />

—Lúcer, me preocupas.<br />

—¿Por qué?<br />

—No estás <strong>en</strong> la pl<strong>en</strong>itud de tus facultades.<br />

—¿Desde cuándo te interesas por mí?<br />

—Desde que eres el puntal de un plan estup<strong>en</strong>do para devolverme lo<br />

que es mío.<br />

—Me halagas. Pero lo que si<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> mí no es debilidad. Es algo que<br />

no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derías. Ti<strong>en</strong>e que ver con eso que los humanos llamamos<br />

“s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos”.<br />

Baraz lanzó un largo gruñido de frustración.<br />

—¡Maldito bastardo! Te destrozaría sólo por saber que puedes<br />

permanecer <strong>en</strong> el bosque de Isthelda sin sufrir daño alguno. Eres débil, no<br />

lo mereces.<br />

Lúcer sonrió ante la afirmación.<br />

—Supongo lo humillante que te debe de resultar que algo humano te<br />

av<strong>en</strong>taje.<br />

—Debe de haber algún sistema por el que pueda regresar, volver a<br />

pisarlo sin ser herido.<br />

—Es fácil. El espíritu de este lugar no ve a través de la carne mortal<br />

de los humanos. Lo sabes.<br />

Hubo un sil<strong>en</strong>cio reflexivo al otro lado de las llamas.<br />

—Creo que será lo más humillante que haya hecho nunca.<br />

278


—Creo que el precio lo vale.<br />

—Siempre tan detallista, Lúcer.<br />

Lúcer sonrió mi<strong>en</strong>tras la voz y la pres<strong>en</strong>cia de Baraz se alejaban.<br />

—¿Como lograría mis fines si no?<br />

Las llamas volvieron a bailar sin otro objetivo que devorar y,<br />

alrededor de Lúcer, la am<strong>en</strong>aza sin palabras del bosque se desvaneció.<br />

Sólo <strong>en</strong>tonces, dejó escapar un suspiro de alivio.<br />

No me ha atacado...<br />

Lúcer se acomodó ante el fuego y una línea de preocupación se dibujó<br />

<strong>en</strong> su fr<strong>en</strong>te. A pesar de que sus ojos <strong>en</strong>focas<strong>en</strong> las llamas, su at<strong>en</strong>ción<br />

estaba fija <strong>en</strong> sí mismo. Incluso Baraz lo había percibido. Por varias veces,<br />

durante aquella conversación, su m<strong>en</strong>te había volado hacia la semielfa.<br />

Había dos motivos <strong>en</strong> ello: el primero, que ella era el único camino seguro<br />

d<strong>en</strong>tro del bosque y deseaba verla regresar. Pero, por otro lado, su m<strong>en</strong>te<br />

se sosegaba al rememorarla.<br />

Había sido un estúpido al usar, noches atrás, sus escasos hechizos de<br />

curación para salvarla. Por suerte, había sido lo bastante discreto. Lúcer<br />

dejó escapar un suspiro de irritación al notar los molestos s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos<br />

d<strong>en</strong>tro de él cobrar cada vez más fuerza.<br />

48— Aybkam<strong>en</strong><br />

Había acampado <strong>en</strong> un pequeño bosquecillo, a la sufici<strong>en</strong>te distancia<br />

del camino principal. Se había s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el pescante mi<strong>en</strong>tras observaba a<br />

Fogoso pastar cerca. Fhain mant<strong>en</strong>ía la vigilancia, posado <strong>en</strong> uan rama por<br />

<strong>en</strong>cima de él. Aybkam<strong>en</strong> sabía que preocuparse innecesariam<strong>en</strong>te no le<br />

ayudaría, pero aquel <strong>en</strong>cargo t<strong>en</strong>ía algo que le hacía mant<strong>en</strong>erse alerta.<br />

Cada noche se desviaba de la carretera y se ad<strong>en</strong>traba <strong>en</strong>tre los árboles<br />

para ocultarse.<br />

Debía hacer llegar aquel libro a Koragrath, a su templo principal. Le<br />

habían pagado ampliam<strong>en</strong>te y Aybkam<strong>en</strong> t<strong>en</strong>ía varios contactos que le<br />

brindarían el paso hacia el reino vecino sin levantar sospechas, pero había<br />

algo turbio <strong>en</strong> todo aquello.<br />

¿Por qué t<strong>en</strong>ían, de rep<strong>en</strong>te, tanta prisa los monjes? Miles de años<br />

custodiando aquel libro como un grupo de comadronas demasiado celosas<br />

para ahora, de rep<strong>en</strong>te, hacerlo viajar de una punta a la otra del reino. Algo<br />

debía de haberles am<strong>en</strong>azado. Algo que no era habitual.<br />

¿Por qué <strong>en</strong>tregarle a él aquel deber? ¿No habría sido más lógico<br />

279


<strong>en</strong>tregarle aquel libro a algún grupo de guerreros que lo custodias<strong>en</strong><br />

debidam<strong>en</strong>te? Quería ser discretos, eso lo t<strong>en</strong>ía claro, pero ¿hasta ese punto<br />

llegaba la paranoia de los monjes? ¿No había nadie más <strong>en</strong> qui<strong>en</strong> pudies<strong>en</strong><br />

confiar?<br />

Aybkam<strong>en</strong> palpó la tabla suelta del pescante que ocultaba su valioso<br />

transporte. La retiró del lateral, metió la mano <strong>en</strong> el compartim<strong>en</strong>to y sus<br />

dedos rozaron el <strong>en</strong>voltorio que protegía el libro. Sin p<strong>en</strong>sarlo, lo agarró y<br />

lo sacó del hueco que lo ocultaba.<br />

Aybkam<strong>en</strong> sopesó la ancha y plana caja de madera que conteía el<br />

libro. No t<strong>en</strong>ía candado, pero sí remaches de metal. La abrió y observó lo<br />

que los monjes habían ocultado al mundo durante tanto tiempo: un burdo<br />

trozo de tela. Aybkam<strong>en</strong> deshizo los nudos que lo ataban. Bajo él había un<br />

estuche de cuero cerrado por hebillas y procedió a aflojarlas. ¿Cuánto<br />

tiempo le harían des<strong>en</strong>volverlo? Abrió los cierres y por fin el libro maldito<br />

se le reveló.<br />

No parecía excesivam<strong>en</strong>te voluminoso. Sus tapas eran de cuero y<br />

parecía que se conservaba especialm<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong>. Lo extrajo de sus<br />

<strong>en</strong>voltorios y lo depositó sobre sus rodillas. Era muy compacto. Lo abrió y<br />

pasó las hojas. Había sido escrito sobre pergamino fino, muy bi<strong>en</strong> alisado.<br />

La letra que lo ll<strong>en</strong>aba era larga, inclinada, y <strong>en</strong> ocasiones irregular. T<strong>en</strong>ía<br />

un oscuro tono rojo que le recordó al de la sangre seca. Aybkam<strong>en</strong> lo<br />

olfateó, esperando <strong>en</strong>contrar rastro del olor de la misma <strong>en</strong> él, pero sólo<br />

sintió el aroma rancio del pergamino ajado.<br />

Buscó la primera inscripción <strong>en</strong> él.<br />

"Estas son las visiones que he soñado y que otros soñarán<br />

cuando la casta de los vid<strong>en</strong>tes regrese al mundo. Que sirva a los<br />

desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes de los hombres para sobreponerse al horror que se<br />

avecina. Nosotros moriremos, seremos perseguidos y<br />

exterminados por los sirvi<strong>en</strong>tes de las furias del ord<strong>en</strong>. Que<br />

nuestro legado nos sobreviva".<br />

La letra era inclinada y ser<strong>en</strong>a. Aybkam<strong>en</strong> casi pudo s<strong>en</strong>tir el<br />

conformismo que ll<strong>en</strong>aba aquella pres<strong>en</strong>tación y despedida. Pasó la<br />

primera hoja y empezó a leer. Las primeras inscripciones t<strong>en</strong>ían más de<br />

delirio que de profecía, pero poco a poco, la narración iba tomando forma.<br />

Parecía como si el autor hubiese ido c<strong>en</strong>trando su locura hasta <strong>en</strong>focar una<br />

280


imag<strong>en</strong>. Eran sueños ll<strong>en</strong>os de terror y desespero, pero narrados con todo<br />

lujo de detalles. Describían criaturas imposibles. Furias, seres tan terribles<br />

y poderosos que doblegaban físicam<strong>en</strong>te el paisaje a su antojo. Cazadores<br />

del caos, que perseguían a su presa incluso más allá de la muerte.<br />

Cabalgadores de sombras, los perfectos asesinos, usados durante siglos por<br />

los sirvi<strong>en</strong>tes de las furias para moldear las dinastías reales del mundo de<br />

los hombres.<br />

Aybkam<strong>en</strong> levantó la vista del libro.<br />

Cabalgadores de sombras... Neraveith...<br />

Un poco más adelante, el pergamino y la letra variaban. No había<br />

pres<strong>en</strong>tación del nuevo autor, sólo una advert<strong>en</strong>cia "sirva para los que<br />

habrán de vivirlo" y luego iniciaba el relato. Guerra... El regreso de los<br />

poderes primordiales... Imág<strong>en</strong>es de árboles guerreros... Un ejército de<br />

árboles, donde las furias no t<strong>en</strong>ían cabida. Un bosque que parecía susurrar,<br />

sus caminos se abrían y se cerraban a su antojo ante los que él escogía. La<br />

última barrera infranqueable para las furias.<br />

¿Furias?<br />

Aybkam<strong>en</strong> se dejó llevar por aquellas imág<strong>en</strong>es que se desgranaban<br />

ante él sin tratar de darles <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to ni explicación, pero la última<br />

frase resultó muy explícita.<br />

"Cuando Nágramul, al fr<strong>en</strong>te de sus huestes, regrese, ya<br />

nadie recordará. Nadie sabrá qué es el bosque, nadie conocerá el<br />

secreto del lago que proteg<strong>en</strong> sus árboles y nadie se alineará junto<br />

al bosque para luchar".<br />

De rep<strong>en</strong>te, la letra volvió a variar y el tipo de pergamino también.<br />

Parecía que aquella parte del libro había sido añadida. En él se relataban<br />

sucesos históricos de forma muy detallada. Las guerras de los avatares, que<br />

se libraron hacía más de tres mil<strong>en</strong>ios y <strong>en</strong> las que se decía que el mundo<br />

<strong>en</strong>tero estuvo a punto de sucumbir. La crueldad de las batallas parecía ser<br />

lo que más había interesado al cronista de las mismas. Relataba con sumo<br />

detalle cómo los lagos del interior del contin<strong>en</strong>te se habían teñido de rojo<br />

por la sangre que los ll<strong>en</strong>aba. Esos lagos, que él había visto <strong>en</strong> una ocasión,<br />

ocupaban ext<strong>en</strong>siones de terr<strong>en</strong>o tan grandes como reinos <strong>en</strong>teros y eran<br />

pequeños mares dulces. Relataba cómo el cielo se ll<strong>en</strong>aba del fuego de los<br />

draakun cuando éstos bajaban como flechas para arrasar las tropas<br />

281


<strong>en</strong>emigas, agostando la tierra hasta sus raíces.<br />

¿<strong>Draakun</strong>? ¿Eso era una especie de dragón?<br />

Poco después, el registro crónico daba un gran salto hacia el futuro,<br />

hacia sucesos que ap<strong>en</strong>as hacía una década habían ocurrido. Aybkam<strong>en</strong><br />

frunció el ceño y, por un mom<strong>en</strong>to, se planteó si aquello era una<br />

falsificación.<br />

El libro acababa bruscam<strong>en</strong>te ap<strong>en</strong>as unas páginas más tarde y dejaba<br />

muchas <strong>en</strong> blanco. Parecía que la persona que había escrito <strong>en</strong> él había<br />

interrumpido su labor sin previo aviso. Un par de páginas más tarde, había<br />

unas letras trazadas apresuradam<strong>en</strong>te...<br />

Aybkam<strong>en</strong> frunció el ceño mi<strong>en</strong>tras leía el último pasaje. Levantó la<br />

vista y observó el paisaje ante él sin verlo, reflexionando. Finalm<strong>en</strong>te,<br />

tomó una decisión.<br />

Aquel libro había sido construido con varias aportaciones. Lo<br />

componían páginas de difer<strong>en</strong>te material y color, no había numeración <strong>en</strong><br />

ellas. Si faltaba alguna, no se echaría <strong>en</strong> falta. Agarró las últimas páginas y<br />

las des<strong>en</strong>ganchó del resto. Volvió la hojas hacia atrás hasta <strong>en</strong>contrar otra<br />

<strong>en</strong> concreto y también la arrancó. Las metió bajo el hueco del pescante y<br />

cerró la tabla que lo ocultaba. Después, volvió a <strong>en</strong>volver meticulosam<strong>en</strong>te<br />

el volum<strong>en</strong>. Una vez hecho esto, bajó del pescante y <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> su carromato<br />

para dejar aquel libro maldito, ost<strong>en</strong>tosam<strong>en</strong>te oculto, <strong>en</strong> el baul bajo un<br />

montón de ropa.<br />

49—Rivalidad y oratoria<br />

La semielfa tardó dos días <strong>en</strong> regresar al claro.<br />

Durante la aus<strong>en</strong>cia de Édorel, Lúcer trató varias veces de alejarse del<br />

lugar. En el primer int<strong>en</strong>to, un gruñido <strong>en</strong>tre la espesura lo hizo desistir y<br />

volvió apresuradam<strong>en</strong>te hacia terr<strong>en</strong>o sagrado.<br />

En el segundo int<strong>en</strong>to, tras dar un largo rodeo por los arbustos más<br />

espinosos que su m<strong>en</strong>te podía concebir, duros como clavos y espesos como<br />

una masa compacta, fue expulsado fr<strong>en</strong>te a la hoguera, con las ropas<br />

desgarradas y la piel ll<strong>en</strong>a de cortes.<br />

La tercera vez que pret<strong>en</strong>dió salir del claro, justo <strong>en</strong> el límite del<br />

mismo, una mujer surgió de <strong>en</strong>tre los troncos y le ext<strong>en</strong>dió los brazos,<br />

invitante. Era pálida y sonreía con una mueca extraña. Lúcer bajó la<br />

mirada de su hermoso rostro a sus pies y vio las garras asomando bajo el<br />

282


vestido. Entonces reconoció el hambre <strong>en</strong> su mueca, así que decidió que no<br />

t<strong>en</strong>ía tanta prisa por atravesar aquel montón de árboles oscuros y volvió<br />

despacio al c<strong>en</strong>tro del claro sin quitarle los ojos de <strong>en</strong>cima.<br />

El resto del tiempo lo dedicó a descansar y escuchar. La impaci<strong>en</strong>cia<br />

ya se había extinguido <strong>en</strong> él. Estaba atrapado allí hasta que Édorel<br />

regresase o el mismo bosque le permitiese salir, era inútil desesperarse.<br />

Las ondinas reían y cantaban, de vez <strong>en</strong> cuando, <strong>en</strong> la lejanía, como<br />

las voces de un sueño. Para evitar que pudies<strong>en</strong> embrujarlo y arrastrarlo de<br />

nuevo hacia sus aguas, Lúcer se mantuvo cerca de la hoguera, <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro<br />

del claro todo el tiempo posible.<br />

—¡¿Cómo puede Édorel atravesar <strong>en</strong>tre toda esta fauna sin que la<br />

molest<strong>en</strong>?!<br />

La segunda noche, la luna salió ll<strong>en</strong>a, espl<strong>en</strong>dorosa. El claro se veía<br />

iluminado, como <strong>en</strong> un azulado ocaso, y el brillo de los astros ribeteaba las<br />

copas de los árboles, creando un <strong>en</strong>caje de hojas y brotes.<br />

La figura de la semielfa fue nítida cuando reapareció <strong>en</strong>tre los troncos.<br />

Sus pasos eran seguros, no había rastro de lucha <strong>en</strong> sus ropas ni su piel,<br />

pero traía muchas m<strong>en</strong>os flechas de las que se había llevado. En esta<br />

ocasión, el zorrito no la seguía. Sonrió cuando llegó hasta Lúcer. Sus ojos<br />

grises reflejaban la luz azulada, como metal pulido. Seguía luci<strong>en</strong>do la<br />

tr<strong>en</strong>za castaña sobre el lado izquierdo, pero se había recogido el resto del<br />

cabello <strong>en</strong> una coleta.<br />

—Me alegro de verte. ¿Cómo ha ido el rescate?<br />

—Solo he logrado salvar a uno de ellos. Eran seis.<br />

—¿No has corrido peligro?<br />

Ella sonrió abiertam<strong>en</strong>te, alzó las cejas y agachó la barbilla <strong>en</strong> un<br />

gracioso gesto.<br />

—Nadie me <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong>tre mis árboles si no lo deseo.<br />

La expresión de la semielfa se deslizó hacia el desconcierto.<br />

Es lo que siempre le digo a Ségfarem para calmarlo...<br />

Lúcer no pareció percatarse de su cambio de humor y, si lo hizo, no lo<br />

demostró.<br />

—Entonces —dijo él, <strong>en</strong> un susurro,— por favor, desea <strong>en</strong>contrarte<br />

conmigo.<br />

Lúcer tomó su mano y la besó, sigui<strong>en</strong>do las normas de cortesía que se<br />

imponían <strong>en</strong> los tratos con damas de alta alcurnia. Ella se ruborizó y bajó<br />

la mirada, pero no retiró la mano de la de él.<br />

283


—Voy a <strong>en</strong>cargarme de un par de cosas. ¿Podrías <strong>en</strong>c<strong>en</strong>der la<br />

hoguera? Hoy v<strong>en</strong>drán hasta ella —susurró Édorel.<br />

—¿Es también voluntad del bosque?<br />

—Sí.<br />

La semielfa alzó sus grandes ojos grises hacia él, había un chispeo<br />

divertido <strong>en</strong> ellos, y retiró despacio el contacto físico.<br />

Mi<strong>en</strong>tras la veía alejarse hacia su cabaña, Lúcer se percató de que se<br />

había olvidado de preguntarle cuándo le guiaría fuera del bosque. Puede<br />

que no tuviese tanta prisa después de todo.<br />

Lo primero que aparecieron por el claro fueron dos niños. El mayor<br />

debía rondar los doce años, el pequeño los diez. Se hicieron con varias<br />

piedras y corrieron hasta las orillas del lago para lanzarlas. Lo sigui<strong>en</strong>te<br />

que llegó hasta el claro fue el grito histriónico de Saleith.<br />

—¡No os acerquéis al agua!<br />

Los dos niños rieron y se marcharon hacia la cabaña de la<br />

guardabosque. Por uno de los s<strong>en</strong>deros se acercaba su madre y, un poco<br />

por detrás de ella, un caballo alazán montado por Kayla.<br />

"Invitados", así fue como Lúcer decidió apodarlos tras ver las<br />

facilidades que les brindaba el bosque para llegar hasta el claro. Los hijos<br />

de Saleith jugaban ruidosam<strong>en</strong>te. Saleith había traído sidra y la había<br />

servido a los reunidos. Kayla se había s<strong>en</strong>tado fr<strong>en</strong>te al fuego, con una<br />

mirada arisca, y había respondido con monosílabos. Édorel se había<br />

instalado algo apartada de la hoguera. Había traído un puñado de varas<br />

peladas destinadas a ejercer de proyectiles para su arco y las iba<br />

emplumando con manos expertas.<br />

Aquello resultaba irritante para Lúcer. El maldito bosque jugaba con<br />

ellos. De mom<strong>en</strong>to no le favorecería <strong>en</strong>emistarse con él, ni que le revelase<br />

a su guardiana qui<strong>en</strong> era él. Era mejor comportarse como un agradecido y<br />

sumiso huésped, <strong>en</strong> espera de la oportunidad de salir de allí, pero<br />

sospechaba que el bosque t<strong>en</strong>ía algún interés <strong>en</strong> ret<strong>en</strong>erlo.<br />

—¿A qué te dedicas, pues, Lúcer?<br />

Kayla no daba tregua a su recién conocido. Saleith trató de llamar su<br />

at<strong>en</strong>ción, discretam<strong>en</strong>te.<br />

—Kayla, querida, creo que resulta descortés ser tan curiosa.<br />

—No nos ha revelado nada y pesan rumores sobre él de asesinato.<br />

Ent<strong>en</strong>ded que sea descortés.<br />

La jov<strong>en</strong> le dirigió una impasible mirada a Lúcer que convertía <strong>en</strong><br />

284


ost<strong>en</strong>toso el reto que le lanzaba. Él le devolvió una sonrisa.<br />

—Tal vez debería <strong>en</strong>señaros cierto juego de preguntas y respuestas,<br />

dama Kayla.<br />

Fue Saleith la que se ruborizó y trató de ll<strong>en</strong>ar el espacio con algo que<br />

desviase la at<strong>en</strong>ción.<br />

—¿Algui<strong>en</strong> quiere un poco más de sidra?<br />

En esos mom<strong>en</strong>tos, Édorel se volvió hacia uno de los s<strong>en</strong>deros que<br />

desembocaban <strong>en</strong> el claro. Lúcer captó su reacción.<br />

—¿Se acerca algui<strong>en</strong>?<br />

—Sí.<br />

La silueta que se reveló era masculina. Portaba algo a la espalda que<br />

sobresalía <strong>en</strong> un largo mástil. El recién llegado se dirigió con decisión<br />

hacia la hoguera. Era Crotulio. El trovador sólo tuvo ojos para las damas<br />

del claro y les dirigió una arrebatadora sonrisa.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches t<strong>en</strong>gáis, hermosas damas. Desde este instante sé que<br />

las musas van a concederme el honor de visitarme, al t<strong>en</strong>er como t<strong>en</strong>tación<br />

a tan deliciosas criaturas.<br />

Édorel, que ap<strong>en</strong>as conocía sobre él, <strong>en</strong>arcó las cejas, sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

Saleith le devolvió una sonrisa. Kayla se limitó a escupirle su desprecio,<br />

haci<strong>en</strong>do ost<strong>en</strong>toso que le resultaban infinitam<strong>en</strong>te más interesantes los<br />

posos de su sidra que su rostro.<br />

Lo primero que sintió Lúcer al ver a Crotulio allí fue sorpresa. Lo<br />

sigui<strong>en</strong>te inquietud. El bosque no le había permitido abandonarlo durante<br />

todos aquellos días <strong>en</strong> que él había tratado de partir <strong>en</strong> su busca. Creía que<br />

había sido para evitar que lo <strong>en</strong>contrase, pero ahora parecía que el espíritu<br />

del lugar había forzado su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro. ¿Por qué?<br />

Lúcer se puso <strong>en</strong> pie y se dirigió hacia el círculo de luz de la hoguera.<br />

Pocos se percataron de la expresión de sorpresa y desconcierto que había<br />

adoptado Crotulio hasta que Lúcer lo saludó y las miradas se volvieron<br />

hacia él.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches, cabeza de chorlito. ¿Has vuelto a perderte?<br />

Los pres<strong>en</strong>tes escucharon sorpr<strong>en</strong>didos el apelativo con que había<br />

interpelado al trovador. La expresión del jov<strong>en</strong> pasó de la sorpresa a una<br />

sonrisa torcida que bi<strong>en</strong> podía haber sido también una mueca despectiva.<br />

—Caramba... No sabía que este bosque albergaba alimañas de tu<br />

tamaño.<br />

Hubo un t<strong>en</strong>so sil<strong>en</strong>cio <strong>en</strong> el claro, sólo roto por el crepitar de la<br />

hoguera mi<strong>en</strong>tras los dos hombres mant<strong>en</strong>ían un t<strong>en</strong>so pulso con la mirada,<br />

285


hasta que el tajante gesto seco de Lúcer se deslizó hacia una sonrisa cada<br />

vez más abierta. La risa de Crotulio lo siguió poco después. El trovador<br />

caminó hasta él y estrechó su mano con la de Lúcer.<br />

—¿Qué estás haci<strong>en</strong>do aquí, Crotulio?<br />

—Esperaba <strong>en</strong>contrar a cierta dama de alta cuna.<br />

La voz de Saleith se elevó, interrumpi<strong>en</strong>do la esc<strong>en</strong>a.<br />

—¿Os conocéis?<br />

Crotulio se volvió hacia ella con una sonrisa.<br />

—Pasamos cierto tiempo juntos mi<strong>en</strong>tras me <strong>en</strong>señaba algunos trucos<br />

sucios a la hora de luchar con espada.<br />

Lúcer rió ante la frase.<br />

—Si sólo logré <strong>en</strong>señarte algunos trucos sucios <strong>en</strong> cuatro años<br />

significa que soy un desastre como maestro.<br />

Saleith los miró extrañada.<br />

—Cuatro años es mucho tiempo, ¿por qué lo tomasteis bajo vuestra<br />

protección?<br />

Lúcer se <strong>en</strong>cogió de hombros. Crotulio sonrió a su lado y se apresuró<br />

<strong>en</strong> responder.<br />

—Hay una profecía de por medio. Creo que mi antiguo compañero es<br />

algo supersticioso.<br />

—¿Una profecía?<br />

—Sí, algui<strong>en</strong> escribió <strong>en</strong> un libro que estoy destinado a acabar con el<br />

mal <strong>en</strong> su próxima <strong>en</strong>carnación.<br />

Crotulio se volvió hacia Saleith e hizo un gesto de desprecio hacia su<br />

propia explicación. Kayla alzó una voz fría.<br />

—No <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do cómo podéis regir vuestras vidas por profecías y otras<br />

cuestiones fantasiosas.<br />

Saleith intervino.<br />

—¿De qué profecía habláis?<br />

Crotulio le sonrió.<br />

—No debéis preocuparos, Saleith. Como bi<strong>en</strong> dice Kayla, las<br />

profecías y otras cuestiones han sido siempre achacadas a la fantasía.<br />

Dime, Lúcer, ¿qué haces tú aquí?<br />

—Buscarte. Llevas un año desaparecido.<br />

—Ya no te necesito. Y me sigues pareci<strong>en</strong>do un jov<strong>en</strong>zuelo imberbe.<br />

Parece que los años no hayan pasado por ti para hacerte madurar.<br />

—Disculpa que no comparta tu afición por el vello facial.<br />

Crotulio se mesó la cuidada perilla.<br />

286


—Da un toque de honorabilidad.<br />

Lúcer sonrió. Era cierto que, de donde procedía Crotulio, era<br />

costumbre exhibir una barba para hacer ost<strong>en</strong>tosa la condición de varón.<br />

Tras el intercambio de amistosos improperios, del que ambos parecían<br />

disfrutar, el gesto dist<strong>en</strong>dido y alegre de Crotulio poco a poco se trocó <strong>en</strong><br />

una mueca distante. Parecía observar a Lúcer con un extraño brillo <strong>en</strong> los<br />

ojos.<br />

—Sabes que el destino me depara algo grande. No quieres estar lejos<br />

de mí cuándo eso suceda, ¿verdad? Sólo quieres vivir de mi gloria cuando<br />

ésta v<strong>en</strong>ga a mí.<br />

Lúcer le sonrió con amabilidad y tomó la vasija de sidra que había<br />

traído Saleith y un vaso para servirse.<br />

—Hay demasiados poderes <strong>en</strong> el universo capaces de truncar una<br />

profecía.<br />

Crotulio lo observó fijam<strong>en</strong>te.<br />

—De mom<strong>en</strong>to, creo que han fracasado.<br />

—No seas tan confiado con tus capacidades.<br />

—Puedes serlo si tus capacidades acompañan a tu confianza. No muy<br />

lejos está el cadáver de un troll que lo atestigua. Creo que ya no puedes<br />

llevar el título de maestro para mí.<br />

Lúcer optó por dar por perdida esa batalla. En ese mom<strong>en</strong>to no era<br />

bu<strong>en</strong>a idea empezar su re<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con Crotulio con otro <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to.<br />

El trovador tomó su laúd y empezó a afinarlo.<br />

—Creo que no deberíamos preocuparnos por cuestiones triviales<br />

ahora. Preferiría disfrutar de los regalos que los dioses nos otorgan, y que,<br />

esta noche, son la paz de este lugar y las bellezas que a él han acudido —<br />

Crotulio dirigió una sonrisa a Kayla, pero sólo obtuvo <strong>en</strong> respuesta una<br />

mirada asesina de la chica.<br />

Durante dos canciones, la voz profesional de Crotulio decoró el<br />

ambi<strong>en</strong>te con sus composiciones. Lúcer lo observó, ceñudo. Parecía que,<br />

una vez más, el jov<strong>en</strong> Crotulio había sucumbido a su carácter voluble y<br />

había escogido el camino más fácil. Los aplausos se elevaron al finalizar.<br />

Incluso Édorel, que hasta el mom<strong>en</strong>to no había dicho una palabra, se unió<br />

al reconocimi<strong>en</strong>to al arte del trovador.<br />

—Veo que has hecho de tu labia tu oficio.<br />

Crotulio sonrió mi<strong>en</strong>tras deslizaba sus dedos sobre las cuerdas del<br />

laúd <strong>en</strong> unos acordes distraídos.<br />

—Las damas lo aprecian.<br />

287


Kayla sintió cómo su orgullo luchaba por hacerse notar. No era<br />

correcto <strong>en</strong> una doncella llamar la at<strong>en</strong>ción a dos hombres pero, <strong>en</strong> esos<br />

mom<strong>en</strong>tos, estaba <strong>en</strong> el bosque. Allí no imperaban las normas de<br />

comportami<strong>en</strong>to habituales y bi<strong>en</strong> merecía un desquite. Trató de que su<br />

voz no sonase alterada.<br />

—No os olvidáis de un viejo amigo y sí que os olvidáis de mí,<br />

Crotulio. ¿Acaso él es algo más que un amigo? Con tantas at<strong>en</strong>ciones y<br />

confianzas, se podrían considerar ciertas cosas.<br />

Crotulio se volvió hacia ella, desconcertado, y Lúcer rió ante la audaz<br />

salida de la muchacha.<br />

—¡Kayla! ¿Qué estáis sugiri<strong>en</strong>do?<br />

—Sugiere que fuimos amantes, Crotulio.<br />

Al notar el éxito de su ataque, Kayla prosiguió <strong>en</strong> la misma línea.<br />

—Ya veo que preferís la compañía de vuestro amigo antes que la de<br />

una dama tan insulsa como yo, pero no es reprochable. Si las últimas<br />

baladas que habéis interpretado, propias para <strong>en</strong>dulzar el ambi<strong>en</strong>te a dos<br />

<strong>en</strong>amorados, os han hecho añorarlo, por favor, no os reprimáis por mí. Soy<br />

de talante bastante permisivo.<br />

Se oyó una sonora carcajada de Lúcer mi<strong>en</strong>tras Kayla miraba<br />

fijam<strong>en</strong>te y de un modo retador a Crotulio. Se felicitó a sí misma por un<br />

insulto tan bi<strong>en</strong> lanzado. Se estaba divirti<strong>en</strong>do de lo lindo y no lo ocultaba<br />

<strong>en</strong> absoluto. Crotulio se volvió hacia Lúcer, un rubor había teñido sus<br />

mejillas.<br />

—¿Vas a permitir que insinúe algo así sobre ti?<br />

Lúcer se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—¿Acaso no sabes def<strong>en</strong>derte tú solo de una dama?<br />

—Ya sabes que no golpeo a las damas. Eso es más propio de algui<strong>en</strong><br />

sin escrúpulos como tú. Yo soy un caballero.<br />

—¿Ya has <strong>en</strong>contrado a qui<strong>en</strong> te adopte?<br />

Crotulio esbozó una expresión de amargura.<br />

—Algunos esperamos ser algo más que un rufián sin honor —las<br />

palabras se las lanzó con los di<strong>en</strong>tes apretados y la voz t<strong>en</strong>sa.<br />

La jov<strong>en</strong> hija del barón se puso <strong>en</strong> pie, la discusión se estaba<br />

desviando de su foco inicial y se disponía a reclamar la at<strong>en</strong>ción que había<br />

perdido.<br />

—Vaya, Crotulio. Así que sois el escudero de Lúcer.<br />

Crotulio aprovechó la oportunidad.<br />

—No, Kayla, no te <strong>en</strong>gañes. Lúcer no pert<strong>en</strong>ece a noble linaje o puede<br />

288


que su familia se avergü<strong>en</strong>ce tanto de él que no quiera reconocerlo.<br />

Lúcer debía reconocer que Crotulio al m<strong>en</strong>os había apr<strong>en</strong>dido a<br />

aprovechar oportunidades. Pero la forma ost<strong>en</strong>tosa que t<strong>en</strong>ía de hacerse<br />

notar, aprovechando las sornas de otros, le daba una confianza excesiva<br />

que no se basaba <strong>en</strong> sus propias capacidades para argum<strong>en</strong>tar. Lo mismo<br />

podía opinar sobre su habilidad con las armas.<br />

Pero Kayla aún no había t<strong>en</strong>ido bastante y lanzó su sigui<strong>en</strong>te frase<br />

contra Lúcer.<br />

—No sois un caballero, adoptáis un jov<strong>en</strong> a vuestro lado durante años<br />

y no mostráis mucho interés por las damas que os rodean. Curiosa<br />

actuación...<br />

Lúcer se volvió hacia Kayla y sonrió sarcásticam<strong>en</strong>te a la chica.<br />

—Todavía os falta mucho, dama Kayla, para que os convirtáis <strong>en</strong> el<br />

tipo de mujer que me atrae. No os extrañe que prefiera la compañía de un<br />

hombre <strong>en</strong> vuestro lugar.<br />

La chica debió resultar contrariada pero no lo demostró. No<br />

cons<strong>en</strong>tiría que aquella batalla verbal acabase con un fracaso por su parte.<br />

—No sabéis como me alivia saber eso.<br />

Lúcer soltó otra sonora carcajada ante la habilidad de la muchacha.<br />

Era bu<strong>en</strong>a <strong>en</strong> la lucha de palabras, una gran adversaria. Se merecía la<br />

victoria.<br />

Lúcer alzó el vaso de sidra y sonrió a Kayla, dedicándole con el<br />

simple gesto la victoria. La chica lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió, le sonrió con confianza y le<br />

dedicó una rever<strong>en</strong>cia.<br />

Crotulio observó la reacción de la muchacha y sintió que debía<br />

reprimir rápidam<strong>en</strong>te una creci<strong>en</strong>te irritación. Lúcer acababa de reaparecer<br />

y ya copaba las at<strong>en</strong>ciones de las damas que los rodeaban. Una sonrisa<br />

afloró a su rostro al recordar la técnica que habían usado <strong>en</strong> otros tiempos<br />

para lograr que el jov<strong>en</strong> Crotulio se granjearse las simpatías de las mujeres.<br />

Consistía <strong>en</strong> salvarlas de un asaltador de caminos que <strong>en</strong>carnaba y<br />

caracterizaba especialm<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong> Lúcer. No siempre había t<strong>en</strong>ido el<br />

resultado deseado...<br />

Édorel observaba la situación algo desconcertada, mi<strong>en</strong>tras, con la<br />

habilidad de qui<strong>en</strong> lo ha hecho ci<strong>en</strong>tos de veces, ataba dos plumas cortadas<br />

<strong>en</strong> el extremo del asta de una flecha. A su lado t<strong>en</strong>ía una doc<strong>en</strong>a más para<br />

emplumar. No acababa de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der la forma de actuar de los pres<strong>en</strong>tes.<br />

Kayla parecía haber perdido toda educación, Crotulio y Lúcer<br />

289


intercambiaban insultos y reían por ello. Pero ya sabía lo peligroso que<br />

podía resultar tratar de det<strong>en</strong>er una pelea, no iba a volver a arriesgarse.<br />

Sus ojos se detuvieron <strong>en</strong> la figura de Lúcer que charlaba ahora con<br />

Kayla <strong>en</strong> tono cordial. T<strong>en</strong>ía algo cautivador <strong>en</strong> la forma de hablar. Su voz<br />

era grave y agradable al oído y pronunciaba las palabras dejándolas fluir,<br />

casi con pereza. Si a un gran felino le hubies<strong>en</strong> otorgado el don del habla,<br />

aquella habría sido su voz. En ese mom<strong>en</strong>to, Lúcer, como si pudiese s<strong>en</strong>tir<br />

su mirada, se volvió hacia ella y le sonrió. Édorel sintió que se sonrojaba<br />

profundam<strong>en</strong>te y bajó la vista a su labor.<br />

50— Miedo<br />

Anisse no hubiese podido dormir aquella noche de ninguna manera.<br />

Una vez más, las sombras se deslizaban por el límite de su conci<strong>en</strong>cia y los<br />

susurros la acosaban. Pero, por suerte, aquella era su noche libre y podría<br />

distraer su m<strong>en</strong>te fuera del castillo. Al día sigui<strong>en</strong>te iba a t<strong>en</strong>er unas<br />

marcadas ojeras, pero no podía arriesgarse a bajar la guardia y permitir a<br />

las voces ll<strong>en</strong>ar su conci<strong>en</strong>cia de nuevo. Mi<strong>en</strong>tras caminaba hacia el claro,<br />

decidió <strong>en</strong>tonar una canción que alejase los sonidos sin palabras que<br />

trataban de colarse <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te.<br />

—Porque t<strong>en</strong>go un amor <strong>en</strong> la montaña, que me llama, que me<br />

espera...<br />

Trataba de conc<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> la tonada y <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to. El olor a<br />

corteza que t<strong>en</strong>ía el bosque t<strong>en</strong>día a borrar muy rápido los especiados<br />

aromas que inundaban las cocinas del castillo.<br />

Hay algo cerca...<br />

—Y le dije, baila como un loco, baila como los demonios..<br />

Algo que ha regresado...<br />

Ante Anisse, los árboles se abrieron <strong>en</strong> un gran claro. Fue para ella un<br />

alivio s<strong>en</strong>tir que, de nuevo, el bosque la había dejado pasar. Encaminó sus<br />

pasos directam<strong>en</strong>te hacia la luz de la hoguera y las personas que vio<br />

reunidas a su alrededor. Una vez más, Saleith y Kayla se s<strong>en</strong>taban junto a<br />

las llamas y charlaban animadam<strong>en</strong>te. Cerca de ellos estaba el repel<strong>en</strong>te<br />

cantamañanas demasiado interesado <strong>en</strong> Neraveith, ¿"Crotulio" se llamaba?<br />

Édorel se s<strong>en</strong>taba un poco más lejos e intercalaba la labor que t<strong>en</strong>ía sobre<br />

las rodillas, un montón de flechas a las que insertar las plumas, con<br />

discretas miradas a los reunidos. La habilidad de la semielfa con las<br />

flechas era muy apreciada <strong>en</strong> el castillo. Allí solía v<strong>en</strong>der algo de su<br />

290


trabajo a cambio de comida y otros <strong>en</strong>seres. Entonces se fijó <strong>en</strong> el hombre<br />

que charlaba con Kayla. Hasta aquel mom<strong>en</strong>to, Anisse no se había fijado<br />

<strong>en</strong> él y no supo cómo había podido pasar por alto la percepción de aquella<br />

cuarta persona.<br />

—¿De donde nos habéis dicho que prov<strong>en</strong>ís, lord Lúcer?<br />

—Creo que no os he m<strong>en</strong>cionado mi proced<strong>en</strong>cia.<br />

El corazón de Anisse dio un vuelco y se lanzó tras el tronco más<br />

cercano para ocultarse. Mi<strong>en</strong>tras lo hacía, le llegó claram<strong>en</strong>te la voz de<br />

Kayla.<br />

—Un caballero nos revelaría su proced<strong>en</strong>cia y sus int<strong>en</strong>ciones.<br />

Anisse oyó la risa de aquel hombre y, con ella, miles de murmullos se<br />

desataron d<strong>en</strong>tro de su m<strong>en</strong>te.<br />

—Yo no soy un caballero, dama Kayla, no es necesario que os dirijáis<br />

a mí con defer<strong>en</strong>cia.<br />

Tras el tronco, Anisse se puso a temblar. La voz de aquel hombre<br />

parecía haber derribado la débil barrera que trataba de mant<strong>en</strong>er <strong>en</strong> su<br />

m<strong>en</strong>te, dando paso a las pres<strong>en</strong>cias que la acosaban. Los gruñidos<br />

empezaron a resonar, cercándola, y la realidad física am<strong>en</strong>azó con huir de<br />

ella. Anisse cerró los ojos con fuerza y se llevó las manos a la cabeza,<br />

tratando de expulsarlos. Ella sabía que formaban palabras, pero no los<br />

<strong>en</strong>t<strong>en</strong>día, ni quería hacerlo... ¡Se esforzaba por no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derlos! Se <strong>en</strong>cogió<br />

sobre sí misma, pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do desaparecer, y murmuró con rabia.<br />

—¡Salid de mi m<strong>en</strong>te!<br />

Poco a poco, las voces se calmaron y la jov<strong>en</strong> se incorporó de nuevo,<br />

con el corazón lati<strong>en</strong>do desbocado. En otros tiempos, hacía años, hubiese<br />

llorado por el terror. Ya no se lo permitía. Anisse calibró que no era<br />

prud<strong>en</strong>te volver a cruzarse con aquel hombre y se ad<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> la espesura.<br />

Esa noche permanecería alejada del círculo de luz de la hoguera.<br />

En el claro, Édorel había alzado la vista hacia la dirección por la que<br />

se había acercado Anisse. Había s<strong>en</strong>tido a algui<strong>en</strong> mirándolos, pero la<br />

s<strong>en</strong>sación se había desvanecido a los pocos instantes, antes de que ella<br />

hubiese podido percibir alguna figura a la que dotar de id<strong>en</strong>tidad.<br />

Anisse dio un largo rodeo para no pisar el claro ni ser vista. Sus pasos<br />

la llevaron cerca del lago y <strong>en</strong>tonces no supo hacia dónde ir. Se aferró al<br />

tronco, recto y plateado, de un álamo y se dejó deslizar hasta el suelo,<br />

temblorosa. La luna ll<strong>en</strong>a se reflejaba <strong>en</strong> el lago y su luz iluminaba con<br />

291


nitidez los árboles de la orilla opuesta. Algui<strong>en</strong> rozó su hombro y Anisse<br />

dio un monum<strong>en</strong>tal respingo mi<strong>en</strong>tras se volvía. En la p<strong>en</strong>umbra unos ojos<br />

ambarinos la miraron con amabilidad d<strong>en</strong>tro de un rostro, de finos rasgos,<br />

<strong>en</strong>marcado por una cabellera cobriza. Era Finlhi. Estaba descalzo aún y su<br />

desaliñado aspecto le confería un aire mágico e irreal.<br />

—Tranquila, yo te protegeré de él —le susurró con dulzura.<br />

Sin mediar una sola palabra más, el elfo se agachó junto a ella y pasó<br />

un protector brazo por <strong>en</strong>cima de sus hombros. Anisse se arrebujó contra<br />

él.<br />

51 — La caída de Ségfarem<br />

El acceso al monte Anskard fue más trabajoso de lo que <strong>en</strong> un<br />

principio había supuesto Ségfarem. El vi<strong>en</strong>to, continuo, frío y cortante, se<br />

oponía a su avance golpeando con fuerza su rostro. El frío había calado tan<br />

hondo <strong>en</strong> sus huesos que ya no s<strong>en</strong>tía sus movimi<strong>en</strong>tos. Sabía que<br />

avanzaba porque el paisaje cambiaba a su alrededor, pero sus extremidades<br />

parecían leños inertes y pesados de arrastrar. En el cielo, surcado de<br />

vi<strong>en</strong>to, las estrellas seguían pr<strong>en</strong>didas marcando su camino y la luna<br />

iluminaba <strong>en</strong> su pl<strong>en</strong>itud el paisaje blanco. ¿Cuánto hacía que caminaba?<br />

Puede que la eternidad fuese eso: un caminar sin final por una ladera<br />

tratando de alcanzar una montaña bajo un cielo cuajado de estrellas, como<br />

el reflejo de todas las esperanzas del mundo. Alguna de ellas debía de ser<br />

el reflejo de la suya también.<br />

El vi<strong>en</strong>to de pronto amainó y Ségfarem se fue de bruces. Al caer <strong>en</strong> la<br />

nieve un calor agradable ll<strong>en</strong>ó sus miembros y deseó permanecer allí, pero<br />

inmediatam<strong>en</strong>te recordó su misión y se puso <strong>en</strong> pie sin s<strong>en</strong>tir los pies que<br />

lo sost<strong>en</strong>ían. Lo primero que vio ante él fue un desfiladero, que cortaba el<br />

terr<strong>en</strong>o como una inm<strong>en</strong>sa grieta, y detrás el monte Anskard, los inicios de<br />

sus laderas inm<strong>en</strong>sas. Ségfarem alzó la vista hacia la lejana cumbre y luego<br />

la bajó hasta la honda sima ante sus pies. Esto parecía una broma macabra<br />

del destino. Sinti<strong>en</strong>do que perdía la s<strong>en</strong>sibilidad por mom<strong>en</strong>tos, trató de<br />

visualizar su situación. Debía franquear ese paso.<br />

Cerró los ojos y fijó su p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to <strong>en</strong> los motivos que le habían<br />

llevado hasta allí. Quizás su búsqueda no t<strong>en</strong>ía s<strong>en</strong>tido. Necesitaba llegar<br />

hasta el dios que antaño le protegiera para que ahora le indicase cómo<br />

podía hacer él otro tanto con las tierras de Isthelda. Y sólo t<strong>en</strong>ía como guía<br />

las palabras de un anciano que bi<strong>en</strong> podría haber sido una ilusión. Las<br />

292


palabras del anciano podían haber respondido también a las de un alma<br />

perdida sin mediación divina alguna: "Hice mal <strong>en</strong> desviarme del camino<br />

que me marcasteis, mi señor Basth...".<br />

Ségfarem abrió los ojos y su mirada perdida <strong>en</strong> el vacío sólo vio el<br />

monte ante él. El camino de Basth El Justo siempre era recto. Era una<br />

advert<strong>en</strong>cia y un m<strong>en</strong>saje, no era mom<strong>en</strong>to de echarse atrás. Ségfarem<br />

movió sus ins<strong>en</strong>sibles pies hacia delante, con la torpeza del frío. No llegó a<br />

pisar el borde del barranco, la cornisa de nieve y hielo sobre la que estaba<br />

se descolgó cuando sus extremidades se hundieron hasta las rodillas <strong>en</strong> el<br />

inestable cúmulo. Y Ségfarem de Dobre, primer caballero del reino de<br />

Isthelda cayó hacia las profundidades de la sima acompañado por grandes<br />

bloques de nieve suave y blanca como últimos compañeros de viaje...<br />

... y Édorel, <strong>en</strong> el bosque, dio un gran respingo y dejó caer cuanto<br />

t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> sus manos al s<strong>en</strong>tirlo chocar con el suelo al final de su caída.<br />

52 — Alas y escamas<br />

La noche era agradable. En lo alto de la cima que dominaba la cascada<br />

del claro, sólo se s<strong>en</strong>tía el rumor del vi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> la soledad del lugar, pero, a<br />

pesar del sil<strong>en</strong>cio, el fulgor de la hoguera se percibía desde allí arriba<br />

como testigo de la pres<strong>en</strong>cia humana <strong>en</strong> el claro. Aquel lugar t<strong>en</strong>ía un<br />

curioso efecto sosegante, tranquilizador, parecía que nada pudiese<br />

alcanzarte allí arriba. Tal vez por eso Finlhi había insistido <strong>en</strong> que subies<strong>en</strong><br />

hasta allí.<br />

Una vez arriba, Anisse se había acomodado <strong>en</strong>tre la hierba y se había<br />

apresurado <strong>en</strong> <strong>en</strong>contrar alguna labor <strong>en</strong> su zurrón con la que <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>er<br />

sus manos. Por suerte, debía rem<strong>en</strong>dar aún su falda roja. Finlhi había<br />

observado su trabajo, interesado, a ap<strong>en</strong>as dos palmos de distancia. En el<br />

escaso tiempo que Finlhi había pasado apr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do detalles de la vida<br />

humana, Anisse se había <strong>en</strong>cargado de mostrarle el funcionami<strong>en</strong>to de la<br />

ciudad, del dinero, las of<strong>en</strong>sas que no debía cometer ante los humanos y<br />

miles de pequeños detalles respecto a la vida mortal, activa y ll<strong>en</strong>a de<br />

deslices imperfectos muy difer<strong>en</strong>te de la contemplación reflexiva <strong>en</strong> que<br />

había crecido. Y Anisse, con su contagiosa vitalidad, era un lazo con el<br />

mundo físico que instaba a la alegría y a la exploración.<br />

—¿Me dejas probar?<br />

Anisse asintió y le pasó la tela y la aguja.<br />

293


—Cuidado no te pinches.<br />

—Descuida...<br />

A pesar de la seguridad con que el elfo tomó la labor, Anisse hubo de<br />

interv<strong>en</strong>ir a los pocos instantes.<br />

—No, no se hace así... Pasas la aguja y el hilo la sigue, pero hay que<br />

hacer las puntadas iguales.<br />

La cara de conc<strong>en</strong>tración del elfo, con la boca abierta y los ojos<br />

bizcos, fueron mas de lo que podía soportar Anisse. Empezó a reírse con<br />

todas sus fuerzas, sin int<strong>en</strong>tar reprimirse, hasta que cayó de lado al suelo.<br />

—Creo que hay formas más fáciles de arreglar una falda.<br />

Anisse se secó las lágrimas y se volvió a s<strong>en</strong>tar a su lado.<br />

—Sí, comprar una nueva, pero de mom<strong>en</strong>to no puedo permitírmelo.<br />

—Me refería a usar un hechizo...<br />

El elfo des<strong>en</strong>ganchó la aguja de la tela, pasó sus dedos sobre la falda<br />

y, a su paso, el tejido se reconstruyó como si no hubiese estado roto nunca.<br />

Anisse abrió mucho los ojos ante el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o y cogió la pr<strong>en</strong>da para<br />

analizarla con los dedos.<br />

—¡Te dedicas a la hechicería!<br />

El elfo se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—La magia siempre ha formado parte de mí. Uno de los primeros<br />

usos de la magia que apr<strong>en</strong>dí: curar, reparar cosas... Es como reparar un<br />

tobillo herido.<br />

—¡Dioses! ¡Y yo ganándome la vida como cocinera!<br />

—A mí me gusta como eres. Ti<strong>en</strong>e una magia especial trabajar con las<br />

manos.<br />

Anisse sonrió al notar la sinceridad de las palabras del elfo. Era la<br />

única persona a la que le permitía dirigirle piropos, eran de los pocos que<br />

no le habían parecido frívolos e interesados. Anisse <strong>en</strong>hebró de nuevo la<br />

aguja para coser un botón a una blusa que le habían dado para arreglar. Era<br />

otra forma de ganarse algunas monedas <strong>en</strong> sus ratos libres.<br />

La luz que hasta ese mom<strong>en</strong>to marcaba la posición de la hoguera <strong>en</strong> el<br />

claro, titiló hasta apagarse y hasta ellos llegó muy amortiguado un siseo.<br />

—Parece que Édorel ya ha apagado el fuego. Esta noche la reunión se<br />

ha deshecho pronto.<br />

Anisse asintió.<br />

—Aún no me has dicho de dónde eres, Finlhi. ¿Es cierto que existe un<br />

pueblo elfo oculto <strong>en</strong> el bosque? He oído que los elfos viv<strong>en</strong> algo<br />

apartados del mundo, pero tú parece que hayas pasado la vida <strong>en</strong> otro.<br />

294


—Aun no sé cómo vas a reaccionar cuando te lo diga.<br />

Anisse pasó la aguja por un botón nuevo, conc<strong>en</strong>trada <strong>en</strong> su trabajo.<br />

—¿Crees que me vas a asustar? Lo dudo mucho, si te contase las<br />

cosas que me han ocurrido...<br />

—Cuéntamelas.<br />

—¡Finlhi! Es una forma de hablar.<br />

—¿Otra especie de cortesía retorcida?<br />

—Te aseguro que mi vida es de lo más aburrida.<br />

—Oh, desde que te conozco, estoy disfrutando de tantas diversiones<br />

que echo trem<strong>en</strong>dam<strong>en</strong>te de m<strong>en</strong>os los mom<strong>en</strong>tos aburridos. ¿Me cu<strong>en</strong>tas<br />

tu vida, por favor?<br />

Anisse lanzó una carcajada. Una de las cosas que Finlhi había captado<br />

de las relaciones humanas era el don de la ironía, y le <strong>en</strong>cantaba ejercerla.<br />

—Está bi<strong>en</strong>.<br />

La jov<strong>en</strong> int<strong>en</strong>tó ord<strong>en</strong>ar sus recuerdos. No era tan fácil como creía,<br />

había viajado mucho <strong>en</strong> los últimos años y le costaba situar según qué<br />

cosas.<br />

—Nací bastante lejos de aquí. Me marché de casa cuando t<strong>en</strong>ía doce<br />

años. La situación no era muy bu<strong>en</strong>a, pero digamos que quería ver mundo<br />

y perderme. Que se olvidas<strong>en</strong> de mí...<br />

Por unos mom<strong>en</strong>tos, Anisse se planteó si sería prud<strong>en</strong>te hablarle de<br />

sus visiones. La costumbre la inducía a permanecer callada, pero la<br />

intuición le repetía que sería una estupidez int<strong>en</strong>tar mant<strong>en</strong>er el secreto.<br />

Tras una corta duda siguió con la historia sin omitir un solo detalle. Finlhi<br />

escuchó con at<strong>en</strong>ción el relato de cómo huyó de su hogar si<strong>en</strong>do muy<br />

jov<strong>en</strong>. Ni siquiera pestañeó cuando <strong>en</strong>umeró los trabajos que había<br />

realizado, ni cuando contó los favores que se vio obligada a prestar a<br />

cambio de comida y alojami<strong>en</strong>to. Escuchó at<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te cómo había llegado<br />

a la ciudad de Oggnath, cómo sus dones de vid<strong>en</strong>te habían sido<br />

rápidam<strong>en</strong>te localizados y el comerciante para qui<strong>en</strong> trabajaba, <strong>en</strong> uno de<br />

sus talleres de costura, había int<strong>en</strong>tado ret<strong>en</strong>erla por la fuerza para v<strong>en</strong>der<br />

tan precioso don al gobernador de la ciudad. Relató la forma <strong>en</strong> que huyó<br />

<strong>en</strong>gañando a la guardia con un disfraz de m<strong>en</strong>diga. Poco después se puso<br />

precio a su captura, acusándola de un crim<strong>en</strong> que ella no había cometido, y<br />

había recorrido los caminos de Isthelda hasta llegar al castillo.<br />

Al llegar a la parte de su llegada al reino de Isthelda, Anisse se detuvo<br />

con la boca seca. Finlhi seguía mirándola interesado. Había expuesto todos<br />

los sucesos relevantes de su vida de forma fría, como qui<strong>en</strong> pasa revista al<br />

295


cont<strong>en</strong>ido de una alac<strong>en</strong>a. No había expresado disconformidad, disgusto ni<br />

alegría, tan solo había <strong>en</strong>umerado los sucesos. El elfo la miró muy<br />

fijam<strong>en</strong>te con sus ojos ambarinos.<br />

—Eres una hechicera, Anisse.<br />

Anisse rió el com<strong>en</strong>tario nerviosa.<br />

—He ejercido de muchas cosas, excepto como hechicera: porquera,<br />

camarera, bailarina <strong>en</strong> varias posadas, escriba, costurera, moza de cuadras,<br />

cocinera...<br />

Finlhi la miró fijam<strong>en</strong>te y usó el mismo tono que si estuviese<br />

dirigiéndole una regañina.<br />

—Pero eres vid<strong>en</strong>te. De las capacidades sobr<strong>en</strong>aturales, es la más<br />

caprichosa y valorada que hay.<br />

—No me lo recuerdes, <strong>en</strong> muchas ocasiones he creído que sería mejor<br />

no ver nada. De todas maneras, no t<strong>en</strong>go ningún tipo de poder para<br />

cambiar lo que veo. Así que ¿de qué me sirve? No soy poderosa, soy una<br />

simple humana y ni tan solo hermosa. Y así lo prefiero...<br />

Finlhi mant<strong>en</strong>ía la mirada fija <strong>en</strong> Anisse, la chica la s<strong>en</strong>tía casi como<br />

algo físico sobre ella mi<strong>en</strong>tras trataba de conc<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> la labor que t<strong>en</strong>ía<br />

<strong>en</strong>tre manos. Hacía días que los ataques de vid<strong>en</strong>cia habían redoblado sus<br />

esfuerzos y estaba resuelta a no darles cabida. Mi<strong>en</strong>tras mantuviese las<br />

manos y la m<strong>en</strong>te ocupada, podría mant<strong>en</strong>erse a salvo de ellos. Pero, <strong>en</strong><br />

esos mom<strong>en</strong>tos, había un s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to casi físico que la estaba cubri<strong>en</strong>do y<br />

que emanaba de Finlhi.<br />

—A mí me pareces muy hermosa...<br />

Anisse sintió cómo algo saltaba <strong>en</strong> su alma al oírlo. No era un halago<br />

superficial o interesado. Aquel chico lo había dicho sin pret<strong>en</strong>der obt<strong>en</strong>er<br />

nada a cambio, con absoluta sinceridad. Le temblaron las manos al notarlo.<br />

—No digas eso, no es cierto. No soy hermosa, y me gusta que sea así.<br />

Me gusta pasar desapercibida. Porque de alguna manera, t<strong>en</strong>go la<br />

s<strong>en</strong>sación de que siempre me vigilan.<br />

Al decir estas últimas palabras, Anisse dejó sus manos sobre la tela<br />

mi<strong>en</strong>tras su mirada se perdía <strong>en</strong> el vacío. Había s<strong>en</strong>tido una extraña<br />

inquietud, como si acabase de quitar la tela que cubría algo desagradable,<br />

algo que ella sabía que estaba ahí pero que se negaba a ver. Se s<strong>en</strong>tía<br />

observada por algo invisible siempre, desde que t<strong>en</strong>ía uso de razón. El<br />

vi<strong>en</strong>to nocturno agitó hacia adelante su cabellera y, antes de poder<br />

apartarla, la delicada mano del elfo retiró sus cabellos por ella.<br />

—Estás pálida.<br />

296


La chica carraspeó, nerviosa, para que no le temblase la voz.<br />

—Sí, he... visto algo...<br />

—¿Con tus ojos humanos o con tus ojos de hechicera?<br />

Anisse resopló irritada.<br />

—Preferiría dejar el tema sobre mi forma de mirar.<br />

Hubo un sil<strong>en</strong>cio incómodo <strong>en</strong>tre los dos, hasta que Finlhi lo rompió.<br />

—Dime, Anisse, ¿qué ves al mirarme?<br />

El tono que usó la hizo levantar la vista. Había algo terrible tras esas<br />

palabras. No deseaba ver nada desgraciado <strong>en</strong> él, sólo quería saber de su<br />

bi<strong>en</strong>. Int<strong>en</strong>tó conc<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> la labor. Acababa de percatarse de que había<br />

evitado el contacto con los ojos del elfo varias veces, para no t<strong>en</strong>er un<br />

arranque psíquico cuando su m<strong>en</strong>te se pr<strong>en</strong>diese de ellos.<br />

—Haces preguntas extrañas.<br />

—Sólo quiero saber si es cierto que eres capaz de ver cosas que el<br />

resto no puede o me tomas el pelo.<br />

Anisse levantó la vista irritada.<br />

—¿Me estás llamando embustera?<br />

El elfo sonreía con aire chistoso. Le había t<strong>en</strong>dido una trampa a su<br />

orgullo.<br />

—Demuéstrame que es cierto lo que me has contado. Mírame con tus<br />

ojos de vid<strong>en</strong>te y dime qué ves.<br />

Anisse sintió la inquietud <strong>en</strong> el fondo de su espíritu, pero por <strong>en</strong>cima<br />

de todo sintió rabia. De todos los insultos, el que m<strong>en</strong>os soportaba era el de<br />

embustera. Dejó la labor a un lado y fijó su mirada <strong>en</strong> la de Finlhi,<br />

buscando la imag<strong>en</strong> que proyectaba más allá de lo físico. El rostro de la<br />

chica perdió toda expresión mi<strong>en</strong>tras observaba imág<strong>en</strong>es difusas de<br />

s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos, de ideas... Era muy difícil des<strong>en</strong>trañar el laberinto de ideas<br />

que era la m<strong>en</strong>te de ese elfo. Le extrañó por un mom<strong>en</strong>to, pero el reto pudo<br />

más que ella. Forzó su mirada de vid<strong>en</strong>te para <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> los recovecos más<br />

extraños, buscar el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to que impulsaba a Finlhi y luego, sigui<strong>en</strong>do<br />

el hilo del s<strong>en</strong>tir, llegar hasta la idea superficial. En el fondo turbio del<br />

pozo de aguas tornasoladas que era la m<strong>en</strong>te de aquel elfo había orgullo, e<br />

ira... Anisse fijó su vista allí y resiguió ese s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to, asc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do<br />

l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hasta la superficie consci<strong>en</strong>te.<br />

—Has v<strong>en</strong>ido para <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarte a algo. Has quebrantado las normas de<br />

tus antiguos tomando la determinación que crees que les falta a ellos y...<br />

La voz de Anisse se quebró de rep<strong>en</strong>te. Cerró los ojos y se llevó las<br />

manos a la cabeza, tratando de alejar las imág<strong>en</strong>es que trataban de llegar<br />

297


hasta ella.<br />

—¡No creo <strong>en</strong> vosotras! ¡No creo <strong>en</strong> vosotras! ¡Dejadme!<br />

Las imág<strong>en</strong>es huyeron como pajarillos asustados. Una lágrima rodó<br />

por la mejilla de Anisse y la secó rápidam<strong>en</strong>te, irritada. Sintió las manos de<br />

Finlhi apartando las suyas con delicadeza.<br />

—No temas, Anisse, todo irá bi<strong>en</strong>.<br />

La chica alzó la vista hacia él. Sus ojos ambarinos parecían titilar con<br />

el brillo de los astros y el lacio cabello cobrizo <strong>en</strong>marcaba unos rasgos que<br />

no parecían pert<strong>en</strong>ecer al mundo físico.<br />

Pert<strong>en</strong>ece a la magia.<br />

De pronto, ante su mirada, la pupila redonda del elfo se alargó hasta<br />

hacerse vertical. Pareció que su mirada asc<strong>en</strong>día, como si la observase<br />

desde lo alto. Lo oyó y vio reír, pero también sintió un gruñido susurrado<br />

que bi<strong>en</strong> podría ser el de un gran oso. La impresión hizo que olvidase<br />

rápidam<strong>en</strong>te las imág<strong>en</strong>es que acababan de asaltarla hacía un mom<strong>en</strong>to.<br />

—No es posible...<br />

Las palabras se habían formado <strong>en</strong> la garganta de Anisse antes de que<br />

ella int<strong>en</strong>tase extraerlas. El contacto se interrumpió y ante ella sólo vio al<br />

elfo, observándola.<br />

Finlhi se puso <strong>en</strong> pie y negó con la cabeza.<br />

—No creí que te resultase tan difícil.<br />

Caminó unos pasos alejándose y se volvió hacia ella.<br />

—Ahora mírame, Anisse. Mírame bi<strong>en</strong> con tus ojos de vid<strong>en</strong>te, tú que<br />

puedes verme, y no si<strong>en</strong>tas inquietud.<br />

Anisse le obedeció, pero no lograba atajar el temblor que la recorría.<br />

La silueta del elfo empezó a emitir una suave luz cobriza y aterciopelada<br />

que lo cubrió por completo l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. De pronto, la figura se estilizó,<br />

alargándose y creci<strong>en</strong>do contra el cielo nocturno. El cuello se estiró<br />

desmesuradam<strong>en</strong>te y una larga cola surgió cuando cayó sobre las cuatro<br />

patas. Unas magníficas alas afiladas se desplegaron sobre la espalda de la<br />

figura. La luz m<strong>en</strong>guó poco a poco y, antes de oírlo, Anisse lo intuyó: el<br />

bramido del dragón. Hizo retroceder los belfos, mostrando una doble hilera<br />

de di<strong>en</strong>tes afilados como agujas, y desplegó las alas <strong>en</strong> un estallido de luz.<br />

El rugido retumbó gravem<strong>en</strong>te por el bosque, haci<strong>en</strong>do temblar el valle. Y,<br />

por primera vez <strong>en</strong> su vida, Anisse hizo algo que jamás había hecho antes:<br />

¡se desmayó!<br />

Una caricia <strong>en</strong> su mejilla la hizo volver <strong>en</strong> sí suavem<strong>en</strong>te. Antes de<br />

abrir los ojos, Anisse sintió que había lágrimas que resbalaban por su<br />

298


ostro. Aún no podía creer que aquello no fuese más que un sueño. T<strong>en</strong>ía<br />

miedo de abrir los ojos y ver que seguía <strong>en</strong> la triste habitación, <strong>en</strong> casa de<br />

su familia, que jamás había salido de su hogar paterno y que jamás había<br />

conocido a un dragón. La voz de Finlhi sonó dulce y chistosa.<br />

—Dijiste que no te sorpr<strong>en</strong>dería.<br />

La sost<strong>en</strong>ía sobre sus rodillas, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el suelo, mi<strong>en</strong>tras ella abría<br />

los ojos volvi<strong>en</strong>do al mundo real. En esos mom<strong>en</strong>tos, Anisse no lograba<br />

<strong>en</strong>contrar palabras que pudies<strong>en</strong> expresar el por qué de sus lágrimas y, de<br />

todas maneras, no deseaba <strong>en</strong>contrarlas. Prefería mant<strong>en</strong>er el sil<strong>en</strong>cio,<br />

tanto a su alrededor como d<strong>en</strong>tro de ella. Había <strong>en</strong>contrado al fin un<br />

dragón. Finlhi fue qui<strong>en</strong> perturbó el sil<strong>en</strong>cio con sus palabras.<br />

—Tú me llamaste, Anisse, tú soñaste conmigo.<br />

Anisse tragó saliva y cerró los ojos antes de contestar.<br />

—Yo no lo hice a propósito.<br />

—En eso consiste la hechicería: convocar sin obligar. Me abriste una<br />

puerta hacia ti cuando soñaste conmigo. Los magos obligan, los hechiceros<br />

invitan... Y yo quise responder a tu invitación... Has soñado conmigo y yo<br />

he soñado contigo. He soñado que me soñabas, por eso he podido acudir.<br />

De pronto, Anisse se había percatado de la familiaridad que le<br />

inspiraba aquel ser. Se conocían desde hacía muchos años. ¿Cuánto tiempo<br />

llevaba rememorando la imag<strong>en</strong> de un dragón cobrizo <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te?<br />

—¿No podías llegar hasta aquí por tus propios medios?<br />

—Necesitamos que abráis una puerta para nosotros. Nos exiliamos<br />

hace siglos más allá del plano mortal y, desde allí, los caminos de la magia<br />

son confusos. Pero un dragón puede moverse como simple y llana magia<br />

elem<strong>en</strong>tal, sigui<strong>en</strong>do el hilo de un sueño y, si <strong>en</strong> el despertar, coincide con<br />

el soñador llegar hasta vosotros. Todos los que desean regresar desde allí<br />

llevan siglos esperando a un soñador, a un vid<strong>en</strong>te que pueda marcarles el<br />

camino. Yo te vigilaba desde hacía mucho tiempo, esperando que soñases<br />

para pedirte que lo hicieses conmigo. Vigilé las hebras de tus sueños, hasta<br />

que pude seguir una de ellas hasta cerca de tu conci<strong>en</strong>cia y desde ahí<br />

esperar a que dirigieses tu at<strong>en</strong>ción hacia mí.<br />

—¿Por eso oigo voces que no <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do lo que dic<strong>en</strong>?<br />

—Probablem<strong>en</strong>te yo no sea el único interesado <strong>en</strong> captar tu at<strong>en</strong>ción.<br />

—Eso explicaría muchas cosas.<br />

Anisse se s<strong>en</strong>tó despacio. La sonrisa de la chica no desm<strong>en</strong>tía su<br />

estado de inquietud. Finlhi se dio cu<strong>en</strong>ta y le acarició la mejilla, int<strong>en</strong>tando<br />

calmarla con ese gesto.<br />

299


—Por eso oía voces que me llamaban... Dragones... Creo... Creo que<br />

es posible que dos dragones más hayan vuelto a través de mí. Fue unos<br />

días antes de soñar contigo.<br />

El ceño de Finlhi se frunció.<br />

—No es posible, soy el primer dragón despertado.<br />

—Entonces, ¿qué es lo que desperté?<br />

—Espero que no fuese un draakun<br />

—¿<strong>Draakun</strong>? ¿Significa dragón <strong>en</strong> algún otro idioma?<br />

—<strong>Draakun</strong> vi<strong>en</strong>e a ser para dragón como "humanucho" para vosotros.<br />

No creo que la otra noche despertases un draakun. Sus métodos suel<strong>en</strong> ser<br />

desagradables. No creo que hubieses salido indemne. Debes t<strong>en</strong>er cuidado<br />

con ellos.<br />

—¿Por qué no os gustan?<br />

—Los draakun se aliaron con las furias del caos. Provocaron tanto<br />

daño y tanta destrucción que los dragones hubimos de interv<strong>en</strong>ir.<br />

—¿Furias del caos? Nunca he oído hablar de eso. ¿Qué es?<br />

Finlhi pareció reacio a responder.<br />

—Ese conocimi<strong>en</strong>to podría hacerte daño.<br />

Anisse suspiró hondo y lo miró directam<strong>en</strong>te.<br />

—Creo que vas a t<strong>en</strong>er que contarme muchas cosas. Ahora veo el<br />

trem<strong>en</strong>do desconocimi<strong>en</strong>to que padezco. Ahora dime, ¿por qué tomaste<br />

esta forma? ¿Por qué un elfo?<br />

—He visto elfos anteriorm<strong>en</strong>te, puedo imitar su forma fácilm<strong>en</strong>te.<br />

Creí que de esa manera llamaría m<strong>en</strong>os la at<strong>en</strong>ción hasta que a mí me<br />

interesase lo contrario.<br />

Anisse se s<strong>en</strong>tó despacio.<br />

—¿No llamar la at<strong>en</strong>ción? ¿Por qué te escondes?<br />

El elfo pareció desconcertado y la miró fijam<strong>en</strong>te.<br />

—Conoces el motivo que me ha traído al mundo <strong>en</strong> este preciso<br />

mom<strong>en</strong>to, lo has visto.<br />

Anisse negó con la cabeza.<br />

—Lo has visto. ¿Por qué lo has olvidado?<br />

Finlhi se s<strong>en</strong>tó ante ella para esperar la respuesta, mirándola de una<br />

forma tan inoc<strong>en</strong>te que ella notó cómo caían todas sus def<strong>en</strong>sas. Anisse<br />

carraspeó nerviosa.<br />

—Sé que has violado alguna norma de tus antiguos, pero no conozco<br />

tus motivaciones.<br />

—Vi a través de ti quién iba a ser mi objetivo y tomé una decisión.<br />

300


S<strong>en</strong>tí tu miedo y eso me sirvió de lazo contigo <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to. Vi lo que<br />

te había asustado.<br />

—Finlhi, no vale la p<strong>en</strong>a...<br />

Anisse interrumpió la frase, con un súbito ataque de angustia, al<br />

volverse su m<strong>en</strong>te hacia algún terr<strong>en</strong>o que ella no quería <strong>en</strong>focar. Finlhi le<br />

acarició la mejilla con los dedos y s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció, muy serio:<br />

—Si algo te provocó terror, para mí ya es motivo sufici<strong>en</strong>te como para<br />

acabar con ello.<br />

Anisse se sintió tan incómoda con ese gesto que posó suavem<strong>en</strong>te la<br />

mano sobre los ojos ambarinos del elfo.<br />

—Finlhi, no me mires así por favor.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque veo el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to que hay detrás. No lo merezco, no<br />

merezco esa devoción.<br />

El elfo apartó la mano de Anisse de sobre sus ojos y se la llevó a los<br />

labios para besarla.<br />

—Gracias por hacerme vivir <strong>en</strong> tu mundo, Anisse. Lo que me haces<br />

s<strong>en</strong>tir no forma parte de ningún trato. Te lo <strong>en</strong>trego librem<strong>en</strong>te y por<br />

propia voluntad.<br />

Y, de rep<strong>en</strong>te, Anisse sintió unas trem<strong>en</strong>das ganas de reír. Aquello<br />

era... extraño, era imposible. Las carcajadas empezaron a sacudirla y Finlhi<br />

la observó, desconcertado. Le costó poco percatarse del precario equilibrio<br />

<strong>en</strong> que estaban los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de la chica y secundó sus risas con un<br />

forzado gesto of<strong>en</strong>dido.<br />

—¿Como osas reírte de Finlhisigdagnearathitorayed, humana? —<br />

declamó <strong>en</strong> tono teatral—. Incluso con esta patética forma puedo darte una<br />

paliza.<br />

Finlhi se lanzó contra ella y trató de inmovilizarla <strong>en</strong> un cuerpo a<br />

cuerpo, jugando, pero, tras un corto forcejeo, Anisse rodó hasta colocarse<br />

sobre él. Se s<strong>en</strong>tó sobre el pecho del elfo y, tras hacerle unas cuantas<br />

cosquillas y verlo patalear, toda inquietud se había esfumado de ella.<br />

—Por los dioses, Finlhi, como elfo eres un desastre. Espero que como<br />

dragón seas difer<strong>en</strong>te.<br />

Hubo un largo sil<strong>en</strong>cio <strong>en</strong>tre los dos, pero ninguno se sintió incómodo<br />

<strong>en</strong> él. Anisse lo rompió.<br />

—Dragones... Aún me pregunto si estoy loca. Toda mi vida<br />

imaginando dragones y, de pronto, acud<strong>en</strong> a visitarme. ¿No será que mi<br />

pobre m<strong>en</strong>te ha sucumbido ya y estoy vagando por mis propias<br />

301


<strong>en</strong>soñaciones sin ser capaz de despertar?<br />

Finlhi liberó sus brazos de la presa de Anisse y posó sus delicadas<br />

manos <strong>en</strong> el rostro de ella. Se alzó, aún aprisionado bajo ella, y la besó.<br />

—Esto es algo que no puede hacer un dragón —susurró—.<br />

Enséñame...<br />

Anisse, demasiado anonadada para reaccionar, lo dejó acercarse de<br />

nuevo a ella. Esta vez, con el permiso otrogado, Finlhi exploró el beso con<br />

curiosidad. Cuando sus manos se desplazaron más allá del rostro de ella y<br />

empezaron a acariciarle la piel, explorando las curvas de su cuerpo, Anisse<br />

se deslizó fuera del abrazo y se alejó de él inquieta.<br />

—Por los dioses... Creo... Creo que no estoy preparada aún para<br />

<strong>en</strong>señarte según qué cosas.<br />

El mohín de protesta que él <strong>en</strong>arboló le pareció tan gracioso a ella que<br />

empezó a reírse hasta que se le saltaron las lágrimas. Finlhi hizo un gesto<br />

de fingido desprecio mi<strong>en</strong>tras reprimía sus extraños instintos para respetar<br />

la voluntad de la jov<strong>en</strong>.<br />

—Está bi<strong>en</strong>, está bi<strong>en</strong>... No te si<strong>en</strong>tes a gusto comparti<strong>en</strong>do caricias<br />

con un elfo. No hay más que hablar.<br />

Anisse se secó las lágrimas.<br />

—Eres un dragón, no eres un elfo —Anisse adoptó una expresión<br />

irónica—. Aunque, de todas maneras, aún no estoy segura de haber visto la<br />

imag<strong>en</strong> de un auténtico dragón. Creo que lo que he visto podría haber sido<br />

solam<strong>en</strong>te una lagartija grande, o haber comido algo que me s<strong>en</strong>tase mal.<br />

Finlhi la miró arqueando las cejas.<br />

—¿Crees que sólo viste una lagartija grande?<br />

—Sí, de hecho, es lo que vi. Un dragón vuela, y escupe llamas. Pero<br />

lo que vi era una lagartija grande con alas.<br />

Anisse adoptó una actitud despectiva. Finlhi no dijo una palabra y se<br />

puso <strong>en</strong> pie solemnem<strong>en</strong>te. Con una mirada de desafío, empezó a quitarse<br />

la ropa. Por un mom<strong>en</strong>to, Anisse se ruborizó, pero el color <strong>en</strong> sus mejillas<br />

se difuminó rápidam<strong>en</strong>te cuando <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió que lo que pret<strong>en</strong>día era<br />

preservar intactas las pr<strong>en</strong>das. El elfo caminó desnudo hasta el borde del<br />

peñasco sobre el que estaban subidos y se volvió hacia ella. Anisse no<br />

supo <strong>en</strong>tonces lo que ocurrió.<br />

El aire pareció ll<strong>en</strong>arse de algo invisible que se conc<strong>en</strong>tró bruscam<strong>en</strong>te<br />

y luego estalló <strong>en</strong> todas direcciones <strong>en</strong> una explosión de luz. La chica se<br />

cubrió el rostro con el antebrazo para protegerse. Y, allí donde estaba el<br />

elfo, de pronto, una pared de escamas cobrizas se alzaba. Anisse levantó el<br />

302


ostro hacia la cima del cuello, boquiabierta.<br />

En la hermosa cabeza de reptil, cincelada con ligereza y perfección,<br />

unos hechizantes ojos ambarinos de vertical pupila la observaban. La chica<br />

sintió que se le cortaba la respiración. El dragón agachó la cabeza hasta<br />

Anisse <strong>en</strong> un gesto de invitación. Sintió la voz del dragón como el<br />

retumbar de un tru<strong>en</strong>o y le pareció que sonreía.<br />

—¿Alguna vez has deseado volar?<br />

Anisse notó que no debería haber sido capaz de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der los gruñidos<br />

de la bestia, pero lo hizo. Por un mom<strong>en</strong>to no se percató de que la pregunta<br />

iba dirigida a ella, pero, por supuesto, no había nadie mas allí. Asintió.<br />

—Sube <strong>en</strong>tre mis alas, <strong>en</strong>tonces, si es que te atreves.<br />

¿Osaba preguntarle si se atrevía? ¡Por todos los dioses! No iba a dejar<br />

pasar aquella oportunidad. La muerte era un precio barato a cambio de<br />

cabalgar un dragón <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o vuelo. Anisse, <strong>en</strong> un acto reflejo, recogió el<br />

zurrón y se lo colgó al hombro antes de buscar por dónde subir a aquella<br />

mole. La bestia le dio la solución ext<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do un ala. El largo abanico<br />

membranoso de la misma se desplegó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, sobrepasando el borde<br />

del terraplén, cubriéndolo con un manto de suave piel cobriza. El gesto del<br />

dragón estaba claro, quería que trepase por ella. Anisse buscó dónde posar<br />

los pies, con cuidado para no lastimar ninguna zona s<strong>en</strong>sible. T<strong>en</strong>ía miedo<br />

de desgarrar la membrana que la formaba, pero vio <strong>en</strong> seguida que era<br />

mucho más resist<strong>en</strong>te y t<strong>en</strong>sa de lo que creía, como si una capa de brillante<br />

seda hubiese cubierto un músculo <strong>en</strong>durecido. Las escamas <strong>en</strong> la parte<br />

ósea de las alas brillaban como joyas. El dragón lanzó un suave gruñido <strong>en</strong><br />

su dirección.<br />

—No te preocupes, no me harás daño.<br />

Anisse llegó hasta el cuerpo del animal. Posó las manos sobre su cruz<br />

y pasó una pierna por <strong>en</strong>cima de su cuello para s<strong>en</strong>tarse a horcajadas. El<br />

mundo se veía mucho más lejano, y el hecho de no tocar suelo firme con<br />

los pies, sino que colgas<strong>en</strong> <strong>en</strong> el vacío sobre la soberbia perspectiva del<br />

bosque y las tierras que lo rodeaban, le hizo captar una lejana s<strong>en</strong>sación de<br />

vértigo. Entonces se dio cu<strong>en</strong>ta de lo que iba a dejar atrás.<br />

—F... Finlhi... Deberé estar de regreso mañana por la noche. T<strong>en</strong>go<br />

trabajo que realizar.<br />

Al mom<strong>en</strong>to de haber pronunciado esas palabras se arrepintió, por lo<br />

estúpidas que sonaron <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te. Pero se <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió a sí misma de<br />

inmediato. Era el último mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que iba a poder aferrarse a su vida<br />

mundana.<br />

303


—Ah, sí, vuestra costumbre de trabajo a cambio de comida y<br />

alojami<strong>en</strong>to. Es una lástima que no puedas dejar de trabajar cuando<br />

quieras.<br />

—Es una de las desv<strong>en</strong>tajas de no poder devorar vacas crudas <strong>en</strong><br />

pl<strong>en</strong>o vuelo.<br />

Anisse sintió una secu<strong>en</strong>cia de sacudidas <strong>en</strong> las escamas del dragón y<br />

oyó un gruñido muy bajo. Ent<strong>en</strong>dió que se estaba ri<strong>en</strong>do.<br />

—Agárrate fuerte, Anisse.<br />

La chica se inclinó para abrazarse a su cuello. Encontró con los dedos<br />

dos suaves pliegues <strong>en</strong>tre las escamas, a los que se aferró. El tiempo<br />

pareció det<strong>en</strong>erse a su alrededor mi<strong>en</strong>tras sólo s<strong>en</strong>tía bajo ella los<br />

poderosos músculos y, <strong>en</strong> sus manos, las escamas de la bestia. El dragón<br />

ext<strong>en</strong>dió las alas y las alzó. Anisse las vio como si fues<strong>en</strong> dos velas<br />

<strong>en</strong>ormes que se desplegaban sobre ella hacia el cielo. Sin previo aviso,<br />

batieron el aire. El remolino provocado, mucho más poderoso de lo que<br />

esperaba, la empujó hacia atrás, sacudi<strong>en</strong>do sus cabellos negros y su ropa<br />

con furia. No pudo evitar un suave grito cuando sintió <strong>en</strong> su estómago el<br />

salto hacia el vacío.<br />

Cayeron suavem<strong>en</strong>te, durante unos instantes, <strong>en</strong>tonces el vi<strong>en</strong>to los<br />

recogió y el dragón com<strong>en</strong>zó el asc<strong>en</strong>so. Anisse volvió su vista hacia el<br />

suelo, que se alejaba rápidam<strong>en</strong>te, y de pronto su voz surgió de ella sin que<br />

se lo propusiese.<br />

—¡Dioses! ¡Estoy volando! —gritó.<br />

Sintió sin verlo que el dragón sonreía ante su arrebato y, para<br />

complacerla, iniciaba unas suaves maniobras, trazando espirales y virajes.<br />

El vi<strong>en</strong>to arrancó lágrimas de los ojos de Anisse debido a la velocidad,<br />

pero ella no <strong>en</strong>tornó un ápice los párpados, dispuesta a no perderse detalle.<br />

El suelo se había alejado a gran velocidad y, a pesar del vi<strong>en</strong>to que los<br />

azotaba, Anisse no s<strong>en</strong>tía frío. Debía ser parte de la magia elem<strong>en</strong>tal del<br />

dragón.<br />

—¿No si<strong>en</strong>tes miedo, Anisse?<br />

Ella sonrió con todas sus fuerzas.<br />

—¡No! ¡No si<strong>en</strong>to miedo!<br />

—¡Entonces, sujétate bi<strong>en</strong>!<br />

En cuanto lo hubo pronunciado, sin ap<strong>en</strong>as darle tiempo a aferrarse<br />

con algo más de fuerza, el dragón imprimió un brusco viraje a su derecha y<br />

asc<strong>en</strong>dió tomando una corri<strong>en</strong>te de aire cálido hacia el perfecto cielo<br />

estrellado de la noche y la lluna ll<strong>en</strong>a. Anisse lo secundó con un grito de<br />

304


júbilo, que fue coreado con un suave bramido del dragón.<br />

Al día sigui<strong>en</strong>te, los rumores sobre el gigantesco pájaro que había<br />

sobrevolado el bosque recorrieron la comarca. En el mercado local fue la<br />

comidilla de moda. Ci<strong>en</strong>tos de ojos se volvieron hacia lo alto esperando<br />

ver de nuevo aquel com<strong>en</strong>tado port<strong>en</strong>to, pero no hubo suerte. El cielo<br />

sobre Isthelda estuvo despejado y ninguna sombra osó <strong>en</strong>turbiarlo. Pronto<br />

se atribuyó aquella visión a la sobredosis de bebidas espirituosas de los<br />

testigos.<br />

A media mañana, la jov<strong>en</strong> ayudante de cocina del castillo atravesó la<br />

ciudad con gesto aus<strong>en</strong>te rumbo a su morada, el castillo. No levantó más<br />

expectación <strong>en</strong> los guardias del castillo que la que provocaba cualquier<br />

otro sirvi<strong>en</strong>te al regresar tras su noche libre. Pero Martha la echó de m<strong>en</strong>os<br />

a mediodía, al no haberla t<strong>en</strong>ido que sacar de ninguna tarea autoimpuesta,<br />

y se apresuró <strong>en</strong> ir hasta la habitación comunal. Allí la <strong>en</strong>contró sana y<br />

salva. Dormía profundam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su lecho, con el cuerpo desmadejado <strong>en</strong><br />

pl<strong>en</strong>o abandono y la sombra de una sonrisa <strong>en</strong> los labios.<br />

Era la primera vez <strong>en</strong> meses que Anisse lograba dormir sumida <strong>en</strong><br />

aquella paz...<br />

53 — El dragón y su presa<br />

Desde el comi<strong>en</strong>zo de los tiempos, las riñas <strong>en</strong>tre viejos adversarios<br />

siempre acostumbraban a ser más frecu<strong>en</strong>tes de lo necesario y no solían<br />

revestir todos los graves daños que predicaban. Los opon<strong>en</strong>tes antiguos<br />

t<strong>en</strong>dían a acabar necesitándose mutuam<strong>en</strong>te para reforzar su posición. Era<br />

uno de los puntos peligrosos de todo <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to, el punto <strong>en</strong> el que<br />

olvidas el objetivo y la lucha sólo sirve para justificar tu pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el<br />

mundo, tu id<strong>en</strong>tidad. No es extraño que los que antes fues<strong>en</strong> <strong>en</strong>emigos<br />

irreconciliables, tras su mutua necesidad, desarrollas<strong>en</strong> un apego mayor<br />

que el de ciertos amores míticos. La <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> ese círculo vicioso es<br />

difícil de abandonar. Hacía ya tiempo que Lúcer había percibido esa<br />

circunstancia y t<strong>en</strong>ía especial cuidado <strong>en</strong> poner su lucha a su servicio y no<br />

dejarse arrastrar por ella.<br />

La otra debilidad que <strong>en</strong> ocasiones lo acosaba era el apego emocional,<br />

algo que, durante mucho tiempo, había int<strong>en</strong>tado ahogar, pero que seguía<br />

allí, resurgi<strong>en</strong>do de vez <strong>en</strong> cuando. La prueba de ello era que le dolía<br />

305


admitir que algo había cambiado <strong>en</strong> Crotulio <strong>en</strong> la temporada que lo había<br />

perdido de vista. Su candidez y optimismo habían dado paso a una<br />

amargura que aún no había surgido con toda su fuerza, pero que sabía que<br />

saltaría <strong>en</strong> contra suya <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to. Parecía que el jov<strong>en</strong><br />

Crotulio lo t<strong>en</strong>ía ahora por rival, no por aliado.<br />

Él le había <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>ado y le había <strong>en</strong>señado cuanto podía para prepararle<br />

para el horror que iba a sufrir <strong>en</strong> sus carnes. El alma humana podía ser<br />

bondadosa, pero también mezquina. En el mundo de Crotulio, él, por su<br />

papel como maestro, era la personificación de las múltiples frustraciones<br />

que debía haber sufrido. Era cuestión de tiempo que el posible apego que<br />

hubiese podido s<strong>en</strong>tir el jov<strong>en</strong> por él se tornase <strong>en</strong> competitivo odio<br />

visceral. El chico se impaci<strong>en</strong>taba, necesitaba cumplir ya con su noble<br />

destino, y le iba a demostrar al único ser que le había av<strong>en</strong>tajado <strong>en</strong> algo<br />

que ya no estaba por <strong>en</strong>cima de él.<br />

Lúcer no pudo evitar s<strong>en</strong>tir una gran irritación al notar el apego que<br />

había desarrollado por su viejo pupilo, como el cariño que se le toma a un<br />

cachorrillo juguetón y prop<strong>en</strong>so a hacer trastadas. Los días que recorrió los<br />

caminos con el jov<strong>en</strong> Crotulio, mi<strong>en</strong>tras el chaval se <strong>en</strong>orgullecía de su<br />

incipi<strong>en</strong>te vello facial que pret<strong>en</strong>día hacer pasar por barba, lo habían<br />

marcado demasiado, aún cuando int<strong>en</strong>taba simular que nada de eso había<br />

ocurrido <strong>en</strong> sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos. De todas maneras, <strong>en</strong> el último <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro<br />

con él, la noche anterior, había logrado hacerse con unos cabellos de su<br />

ropa, sufici<strong>en</strong>te como para seguirle la pista con un simple hechizo si volvía<br />

a desaparecer.<br />

Lúcer resopló, incómodo por el súbito arranque de s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismo,<br />

mi<strong>en</strong>tras contemplaba el paisaje desde lo alto de la pequeña colina rocosa.<br />

En pie e inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho, hubiese<br />

asemejado una roca más recortada contra el cielo si no fuese porque sus<br />

cabellos y ropajes se agitaban con la brisa asc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te nocturna. Siempre le<br />

había gustado el vi<strong>en</strong>to, y daba la s<strong>en</strong>sación de que allí arriba no cesase<br />

nunca.<br />

Sabía que no debería estar prestando at<strong>en</strong>ción a s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismos.<br />

Debería estar poni<strong>en</strong>do sus capacidades m<strong>en</strong>tales al servicio del problema<br />

que realm<strong>en</strong>te lo at<strong>en</strong>azaba: el maldito bosque y sus int<strong>en</strong>ciones. ¿Por qué<br />

demonios no le dejaba marchar? Le había permitido segar la exist<strong>en</strong>cia<br />

mortal de Enuara, no se lo había int<strong>en</strong>tado impedir. El bosque lo había<br />

ret<strong>en</strong>ido <strong>en</strong>tre sus ilusiones y <strong>en</strong>gaños, pero también había puesto especial<br />

cuidado <strong>en</strong> evitar que se <strong>en</strong>contrase con sus moradores más peligrosos.<br />

306


¿Por qué? Parecía que aquel montón de árboles viejos t<strong>en</strong>ía sus propios<br />

planes para él, a exp<strong>en</strong>sas de su propia voluntad. La guardabosque le había<br />

advertido la noche anterior que los caminos aún no le eran favorables y<br />

que se abstuviese de seguir a los que marchaban del claro. Lucer se planteó<br />

si alguna vez lo serían.<br />

Caminó hasta el borde del barranco que se iniciaba ante él con pasos<br />

tranquilos y saltó hacia el bosque, sumergido a mucha distancia, abajo, <strong>en</strong><br />

la p<strong>en</strong>umbra somnoli<strong>en</strong>ta de la noche. Su capa y sus cabellos se agitaron<br />

salvajem<strong>en</strong>te detrás suyo al ser arrastrados <strong>en</strong> la caída, como queri<strong>en</strong>do<br />

zafarse de ella. Lúcer, sin inmutarse, descruzó los brazos y miró hacia el<br />

suelo, como si con eso pret<strong>en</strong>diese repr<strong>en</strong>derlo por atraerlo con tanta<br />

viol<strong>en</strong>cia. Su velocidad decreció paulatinam<strong>en</strong>te y sus pies tocaron la<br />

hierba con toda suavidad.<br />

Le gustaba jugar con el hechizo de levitación, usarlo <strong>en</strong> el límite de<br />

tiempo para que fuese efectivo. Los aromas del bosque, que por fin<br />

empezaba a despertar a la primavera, lo inundaron. Se recreó <strong>en</strong> el sonido<br />

de la cascada y <strong>en</strong> el olor a tierra mojada de un macizo de extrañas hojas<br />

azules mi<strong>en</strong>tras caminaba hacia el claro.<br />

Esa noche no ardía hoguera alguna, el lugar se veía vacío. La<br />

guardabosque había sido absorbida por los s<strong>en</strong>deros secretos del bosque,<br />

pero de seguro p<strong>en</strong>saba regresar <strong>en</strong> breve. La chim<strong>en</strong>ea de su vivi<strong>en</strong>da aún<br />

humeaba. En cuanto regresase, volvería a pedirle que lo llevase fuera de<br />

los árboles, y esta vez, sin testigos, sería un poco más expeditivo... Pero,<br />

¿hasta qué punto era prud<strong>en</strong>te am<strong>en</strong>azarla <strong>en</strong> su terr<strong>en</strong>o?<br />

De rep<strong>en</strong>te, una voz sonó a sus espaldas<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches.<br />

Lúcer se detuvo y volvió la vista. De <strong>en</strong>tre los árboles, surgió el elfo<br />

de cabellos cobrizos. Recordaba su nombre por haberlo oído nombrar a<br />

algui<strong>en</strong>.<br />

—Bu<strong>en</strong>as noches, Finlhi.<br />

Sin darle más importancia al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, se aprestó a dirigirse hacia la<br />

cabaña cuando Finlhi volvió a interpelarlo.<br />

—Te estaba esperando, Lúcer. No quería negarte el placer de disfrutar<br />

del paisaje de la cima, por eso no subí a buscarte.<br />

Lúcer se detuvo y se volvió, sorpr<strong>en</strong>dido.<br />

—¿A qué debo el interés?<br />

El elfo adoptó una sonrisa burlona.<br />

—Sólo quería dejarte disfrutar de tu último placer.<br />

307


Lúcer <strong>en</strong>arcó una ceja ante la afirmación.<br />

—¿Has visto mi muerte escrita <strong>en</strong> algún sitio?<br />

El elfo caminó hacia él.<br />

—En mi voluntad.<br />

Finlhi se detuvo delante suyo y lo observó con todo el odio reflejado<br />

<strong>en</strong> sus ojos ambarinos. Su actitud le sugería a Lúcer que era un motivo<br />

pasional más que estratégico, o le hubiese atacado sin prev<strong>en</strong>irle.<br />

Probablem<strong>en</strong>te querría expresar el motivo de su desprecio antes. No haría<br />

falta preguntárselo.<br />

—Siempre es un honor que algui<strong>en</strong> quiera deshacerse de mí, significa<br />

que le importo o molesto lo sufici<strong>en</strong>te, pero t<strong>en</strong>go asuntos de los que<br />

ocuparme, Finlhi, si no te importa.<br />

Lúcer hizo un gesto de aburrimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> su dirección y le dio la<br />

espalda.<br />

—¡No me des la espalda! ¡Bastardo hijo de mil infiernos!<br />

Lúcer torció la boca <strong>en</strong> una sonrisa divertida. Hacía muchísimo<br />

tiempo que no le dirigían aquel insulto. Aquel elfo no era lo que parecía.<br />

Se volvió hacia él justo a tiempo para recibir el golpe. El puñetazo lo lanzó<br />

de espaldas con una fuerza que un jov<strong>en</strong>zuelo de esa <strong>en</strong>vergadura no podía<br />

cont<strong>en</strong>er <strong>en</strong> sus escasos músculos. Mi<strong>en</strong>tras se incorporaba, dolorido, su<br />

rival le reveló su título completo.<br />

—Mi nombre es Finlhisithdagnearathittorayed y he v<strong>en</strong>ido al mundo<br />

llamado por un soñador. Aun así, no creo necesario invocar mi forma<br />

verdadera para v<strong>en</strong>certe, patético <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro humanoide. Me he prometido a<br />

mí mismo que esta noche tu sangre o la mía bañarían el suelo del bosque.<br />

—Casi había olvidado lo parlanchines que son algunos de los de tu<br />

especie.<br />

El misterio había sido resuelto. Aquel era nombre de dragón. Lúcer se<br />

limpió con el reverso de la mano la sangre que le caía por el labio y se<br />

puso <strong>en</strong> pie.<br />

—¡Caramba! ¡Un dragón cobrizo <strong>en</strong> el bosque de Isthelda! Así que los<br />

dragones están regresando.<br />

—Aún no, pero no tardarán.<br />

—Vais a romper el pacto.<br />

Esta vez fue Finlhi qui<strong>en</strong> sonrió.<br />

—No. Yo voy a romperlo, por una gran causa: tu muerte. De todas<br />

maneras yo no lo firmé.<br />

—¿Vas a desobedecer a tus antiguos?<br />

308


Finlhi pareció dudar por un mom<strong>en</strong>to.<br />

—Hemos pasado demasiado tiempo durmi<strong>en</strong>do. Hemos pasado<br />

demasiado tiempo sin cobrar las afr<strong>en</strong>tas que nos deb<strong>en</strong>. Es hora de que los<br />

dragones resurjan con todo su poder y, si los viejos no se atrev<strong>en</strong> a<br />

iniciarlo, lo iniciaré yo.<br />

—¿Cómo me <strong>en</strong>contraste, dragón?<br />

—Por los sueños de una humana que te vio detrás de tu disfraz.<br />

Lúcer sonrió torvam<strong>en</strong>te.<br />

—Anisse... Debí matarla. El que se mantuviese callada parece que no<br />

fue sufici<strong>en</strong>te.<br />

Sin previo aviso, Finlhi se lanzó hacia él de nuevo. En esa ocasión<br />

Lúcer estaba prev<strong>en</strong>ido. Se apartó de la trayectoria del golpe y fue el elfo<br />

el que recibió un puñetazo <strong>en</strong> el estómago. A Finlhi le sorpr<strong>en</strong>dió la fuerza<br />

que podía t<strong>en</strong>er Lúcer, su corpul<strong>en</strong>cia no la reflejaba. Era alto, pero no<br />

especialm<strong>en</strong>te fornido.<br />

—Peleas muy mal, dragoncito, tal vez te conv<strong>en</strong>drían unas lecciones.<br />

Apretando los di<strong>en</strong>tes, Finlhi dio dos pasos atrás y se recordó a sí<br />

mismo sus propias palabras.<br />

—No pi<strong>en</strong>so romper mi promesa. Tu sangre o la mía.<br />

Acto seguido, <strong>en</strong>tornó sus ojos y un brillo ambarino brotó de ellos,<br />

levantó las manos hacia su adversario, y un chorro de un frío antinatural lo<br />

golpeó. Una imposible v<strong>en</strong>tisca de cristales de hielo azul voló alrededor de<br />

Lúcer. Parecía que el jov<strong>en</strong> dragón se había docum<strong>en</strong>tado un poco sobre<br />

sus debilidades antes de combatir. Ante el golpe del frío, Lúcer apeló a sus<br />

propio poder. Un aura negra se abrió a su alrededor, absorbi<strong>en</strong>do la<br />

mayoría del f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o. Tras unos segundos que se le antojaron una<br />

eternidad, el hechizo perdió fuerza y remitió. La hierba alrededor de él<br />

estaba congelada y azul, quebradiza, se partió con solo rozarla. Tras él, un<br />

hermoso ejemplar de castaño había adquirido un brillante color<br />

blanquecino y <strong>en</strong>fermizo. El poder de los dragones había hablado. Lúcer se<br />

incorporó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras s<strong>en</strong>tía que sus miembros se des<strong>en</strong>tumecían.<br />

—¿Es mi turno?<br />

La mirada de Lúcer perdió todo rastro de simpatía que pudiese s<strong>en</strong>tir<br />

por el jov<strong>en</strong> dragón. A sus pies, líneas de un negro azulado se dibujaron <strong>en</strong><br />

el suelo, recorri<strong>en</strong>do rápidam<strong>en</strong>te la distancia <strong>en</strong>tre él y Finlhi.<br />

Súbitam<strong>en</strong>te la tierra alrededor del elfo rev<strong>en</strong>tó hacia arriba, con gran<br />

estru<strong>en</strong>do, lanzándolo con la explosión a varios metros de altura.<br />

Hasta ese mom<strong>en</strong>to, Lúcer había t<strong>en</strong>ido la esperanza de no t<strong>en</strong>er que<br />

309


acabar con él y que todo quedase <strong>en</strong> un pulso, y mucha labia por su parte,<br />

para eludir aquella lucha. Pero, mi<strong>en</strong>tras el elfo era golpeado por el<br />

hechizo de Lúcer, un fulgor anaranjado escapó de su figura. Lúcer<br />

reaccionó de inmediato y trató de alejarse, pero la transformación del<br />

dragón fue muy rápida. En lo que dura un parpadeo, del punto <strong>en</strong> el que<br />

estaba el elfo, se desplegaron unas alas doradas, una silueta alargada y un<br />

cuello erizado de púas. El vacío fue ll<strong>en</strong>ado de rep<strong>en</strong>te con la figura de un<br />

monstruoso dragón y las garras de la bestia golpearon el suelo con rudeza<br />

cuando el espacio que requería su transformación se vio delimitado por el<br />

terr<strong>en</strong>o. Alzando la cabeza, lanzó su rugido al aire. Las ramas de los<br />

árboles temblaron <strong>en</strong> respuesta. El animal bajó la cabeza astada a ras del<br />

suelo y gruñó hacia su adversario, levantando ramas y piedras del terr<strong>en</strong>o<br />

con su ali<strong>en</strong>to. La voz del dragón pareció el retumbar de un tru<strong>en</strong>o.<br />

—¡V<strong>en</strong> ahora si te atreves, maldito hechicero!<br />

Lúcer lo observó, maravillado y divertido.<br />

—Algunos no sab<strong>en</strong> qué hacer para llamar la at<strong>en</strong>ción.<br />

La garra delantera de la increíble bestia se alzó <strong>en</strong> un rápido<br />

movimi<strong>en</strong>to y cayó sobre Lúcer. Él esperaba el ataque y se lanzó<br />

rápidam<strong>en</strong>te de lado mi<strong>en</strong>tras soltaba el cierre de su capa. La garra del<br />

dragón se cerró <strong>en</strong> torno a la pr<strong>en</strong>da y la aferró durante un instante antes de<br />

darse cu<strong>en</strong>ta de que su presa no estaba debajo. Pero, aun así, los trem<strong>en</strong>dos<br />

reflejos del dragón superaron con creces la maniobra de Lúcer. Con un<br />

rápido movimi<strong>en</strong>to, lo golpeó con su flexible cola, lanzándolo hacia un<br />

extremo del claro. Rodó por el suelo hasta que perdió inercia y pudo<br />

det<strong>en</strong>erse para levantarse. Un dolor lacerante recorrió su costado derecho<br />

cuando lo hizo, pero no permitió que el dragón lo viese y mantuvo un<br />

gesto impasible.<br />

—Déjame <strong>en</strong> paz, dragón. Tú te hiciste la promesa de que<br />

conseguirías mi sangre o yo conseguiría la tuya. Conseguiste la mía<br />

cuando aún no sabía que había empezado la pelea. Conseguí la tuya poco<br />

después. Considera v<strong>en</strong>cedor a qui<strong>en</strong> prefieras y dejemos esta estupidez<br />

ya.<br />

El dragón rió.<br />

—Me refería a la vida. T<strong>en</strong>drás que matarme para det<strong>en</strong>erme.<br />

—No quiero matarte.<br />

Sólo conseguiría más <strong>en</strong>emigos...<br />

—Sé sobre ti Lúcer, sé que eres débil. Int<strong>en</strong>tas evitar tu justa muerte.<br />

—No sabes nada de mí, dragón. Ni de mi lucha, ni de mis int<strong>en</strong>ciones,<br />

310


estás cometi<strong>en</strong>do un gran error...<br />

—Sé que tus aliados casi acabaron con mi raza hace mil<strong>en</strong>ios, es<br />

sufici<strong>en</strong>te para mí.<br />

El dragón abrió sus <strong>en</strong>ormes fauces. Entre ellas se formó una luminosa<br />

esfera de cegadora luz y el hechizo estalló <strong>en</strong> dirección a su rival.<br />

—¡No! ¡Esta vez, no! —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció Lúcer.<br />

Trazó un círculo <strong>en</strong> el aire con los dedos. Un disco de zarcillos<br />

multicolores se formó ante él. El efecto abrasivo cayó sobre el escudo y se<br />

derramó por sus bordes, tratando de alcanzar la figura que se protegía tras<br />

él. Lúcer cerró los ojos para eludir la ceguera e hizo acopio de toda su<br />

fuerza de voluntad para no caer. Las mangas de su camisa se desgarraron y<br />

se consumieron, devoradas por un fuego invisible. La hierba a su alrededor<br />

se desintegró totalm<strong>en</strong>te y el suelo adquirió un tono oscuro, pero Lúcer<br />

logró mant<strong>en</strong>er el escudo fr<strong>en</strong>te a él, a pesar del dolor. Finlhi no esperaría<br />

verlo sobrevivir a eso, era el mom<strong>en</strong>to de aprovecharlo. Lúcer llamó a la<br />

magia y la destrucción se cerró <strong>en</strong> torno al sitio donde estaba cuando el<br />

escudo se esfumó junto con él.<br />

El dragón, por un instante, creyó que su hechizo se había cerrado <strong>en</strong><br />

torno a su rival. Pero <strong>en</strong>tonces supo lo que había sucedido <strong>en</strong> realidad.<br />

—No te creía tan hábil, Lúcer. Dos hechizos de amplia magnitud<br />

simultáneos.<br />

Lúcer, sobre el lomo del dragón, se agachó para sujetarse a las<br />

escamas.<br />

—Estoy agotado. No me obligues a repetirlo. Aquí no me alcanzarás<br />

ni con las garras ni con las fauces y podemos poner <strong>en</strong> jaque nuestra<br />

hechicería tanto como gustes o, mejor aún, t<strong>en</strong>er una charla tranquila.<br />

El dragón rió suavem<strong>en</strong>te. Ext<strong>en</strong>dió las alas y, con un fuerte salto, se<br />

lanzó al aire. Su involuntario jinete se aferró al lomo de la bestia. Sintió la<br />

trem<strong>en</strong>da pot<strong>en</strong>cia de los músculos y el despliegue de poder cuando se<br />

notó catapultado por las poderosas alas hacia arriba. Los árboles se<br />

redujeron rápidam<strong>en</strong>te bajo ellos y Lúcer dirigió una mirada preocupada al<br />

paisaje.<br />

—¿No podríamos hablar sobre tierra firme?<br />

El dragón imprimió un brusco giro completo a su cuerpo, digno de la<br />

más ágil de las aves. Lúcer se sujetó con todas sus fuerzas a las escamas,<br />

sus pies perdieron asidero y colgaron sobre el vacío mi<strong>en</strong>tras el dragón<br />

reía. A pesar de resultarle la situación de lo más interesante, e incluso<br />

cómica, no pudo evitar p<strong>en</strong>sar que algún dios loco se divertía con aquello.<br />

311


—¿Por qué me pasan estas cosas a mí? —musitó.<br />

Oyó a la bestia reír divertida ante su situación e int<strong>en</strong>tó acercarse al<br />

humor del dragón, tal vez así lograse det<strong>en</strong>er aquello.<br />

—Sé un poco considerado, podría padecer de vértigo.<br />

El dragón giró su cabeza hasta Lúcer.<br />

—Por cierto, olvidé decirte que soy lo bastante flexible como para<br />

rascarme <strong>en</strong> mitad de la espalda con los di<strong>en</strong>tes.<br />

Lúcer contempló los ojos de color ámbar del dragón un instante y<br />

supo que no había posibilidad de diálogo con él. Sus manos abandonaron<br />

el asidero y se dejó caer. La d<strong>en</strong>tellada de Finlhi mordió el vacío por muy<br />

poco. El dragón volteó su cuerpo <strong>en</strong> el aire y escupió un conc<strong>en</strong>trado haz<br />

de fuego tras Lúcer que lo alcanzó de ll<strong>en</strong>o. Pero él no hizo nada por<br />

protegerse, el fuego no le afectaba. Cayó <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> llamas el trecho<br />

sufici<strong>en</strong>te como para alejarse de las garras del dragón antes de invocar el<br />

hechizo de levitación. Su caída se ral<strong>en</strong>tizó, pero no lo sufici<strong>en</strong>te. Atravesó<br />

las ramas hacia el suelo <strong>en</strong>tre crujidos y golpes, con los brazos cruzados<br />

ante su rostro. No t<strong>en</strong>ía tiempo para más conjuros si quería traer a su aliada<br />

antes de que Finlhi volviese a alcanzarlo. La m<strong>en</strong>te de Lúcer dejó atrás ese<br />

mom<strong>en</strong>to y se aferró a las hebras de la magia para lanzar la llamada.<br />

Portadora de oscuridad, reina de todas las batallas... ¡Sangre te<br />

ofrezco para saciar tu filo!<br />

Sintió un fuerte golpe y un latigazo de dolor. Ésa fue la señal de que<br />

había alcanzado el suelo. Rodó fuera de los arbustos sobre los que había<br />

aterrizado con el cuerpo dolorido, pero la m<strong>en</strong>te firmem<strong>en</strong>te abrazada a la<br />

magia.<br />

Acude a mí, mi hermana... ¡Filo de Sombra!<br />

Se puso <strong>en</strong> pie, hipnóticam<strong>en</strong>te, mi<strong>en</strong>tras su espíritu <strong>en</strong>traba <strong>en</strong><br />

comunión con aquello que estaba llamando. La invocación había sido<br />

lanzada, sólo unos instantes y ella acudiría, pero el dragón ya se<br />

precipitaba desde el aire a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro. Necesitaba ganar unos instantes<br />

de tiempo. Lúcer alzó la mano, musitó unas rápidas palabras y de pronto el<br />

dragón se vio rodeado por una maraña de rayos grises que se cerraron<br />

rápidam<strong>en</strong>te, hasta formar una estructura circular. Una soberbia explosión<br />

sacudió el lugar mi<strong>en</strong>tras la esfera de vacío se desintegraba, combando los<br />

árboles jóv<strong>en</strong>es a su alrededor. Luces cegadoras ll<strong>en</strong>aron el aire unos<br />

mom<strong>en</strong>tos y desaparecieron. Detrás de ellas, el dragón aleteaba con furia,<br />

levantando un considerable v<strong>en</strong>daval ante él, y sacudía la cabeza para<br />

recuperar el equilibrio, aturdido por el conjuro. Tras un mom<strong>en</strong>to, se dejó<br />

312


caer sobre sus patas al suelo. Los hechizos de Lúcer lo habían afectado<br />

demasiado. El jov<strong>en</strong> señor de la magia no esperaba que su adversario<br />

tuviera aquel poder, pero aún no estaba dispuesto a admitir una derrota.<br />

Fijó la furiosa mirada <strong>en</strong> su adversario y su voz bramó <strong>en</strong> la antigua l<strong>en</strong>gua<br />

de los dragones. Lúcer sintió como si algo muy pesado cayese sobre él y lo<br />

int<strong>en</strong>tase asfixiar. Oyó la risa del dragón.<br />

—Una barrera contra la magia. Veamos cómo te des<strong>en</strong>vuelves ahora<br />

sin tu hechicería.<br />

Una caricia susurró algo <strong>en</strong> el alma de Lúcer y él sonrió al notar la<br />

pres<strong>en</strong>cia de ella. Ext<strong>en</strong>dió la mano sonri<strong>en</strong>do, su forma personal de darle<br />

la bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida. Hebras de una oscuridad tan int<strong>en</strong>sa que parecía brillar<br />

surgieron de la nada con un suave zumbido y se arremolinaron <strong>en</strong> torno a<br />

ella. Los rayos se abrazaron unos a otros <strong>en</strong>tre chasquidos, <strong>en</strong>tretejiéndose<br />

hasta dar forma a una espada negra <strong>en</strong> la mano de Lúcer.<br />

—Hola, querida —musitó al arma...<br />

La espada, Filo de Sombra, con la que antaño tantas luchas compartió,<br />

había acudido a su llamada tras mucho tiempo de inactividad y parecía<br />

feliz de volver a reunirse con él. Había viajado desde el plano del caos<br />

donde moraba habitualm<strong>en</strong>te y del que extraía su fuerza. El arma pareció<br />

responder al saludo de su invocador con un suave zumbido mi<strong>en</strong>tras se<br />

solidificaba y lanzaba furiosos rayos de oscuridad a su alrededor, buscando<br />

por anticipado a su <strong>en</strong>emigo. Lúcer <strong>en</strong>caró al dragón que se abalanzaba<br />

sobre él y Filo de Sombra también dirigió su at<strong>en</strong>ción hacia su rival.<br />

Para el dragón, sólo la visión del adversario que odiaba y quería<br />

destruir ll<strong>en</strong>aba su m<strong>en</strong>te y sus ojos ambarinos. Ahora el combate sería<br />

físico, se había acabado la posibilidad de recurrir a la magia, pero el<br />

dragón aún podía hacer algo que lo ayudaría <strong>en</strong> su lucha. Una traslúcida<br />

película pareció cubrir a la bestia, una armadura de fuerza. Ese hechizo<br />

estaba destinado a det<strong>en</strong>er los más trem<strong>en</strong>dos ataques físicos, como la<br />

mejor de las armaduras, pero Finlhi no había t<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta a Filo de<br />

Sombra y su soberana manía de saltarse todas las barreras.<br />

El dragón abrió las fauces y las lanzó <strong>en</strong> dirección a su rival. Lúcer se<br />

agachó y rodó por el suelo hacia adelante para esquivar la d<strong>en</strong>tellada.<br />

Sintió cómo rozaba con la espalda la mandíbula inferior de la bestia. Sin<br />

darse un respiro, se puso <strong>en</strong> pie y golpeó con el arma la invisible armadura<br />

mágica sobre el cuerpo del dragón. Un chasquido reverberante resonó<br />

cuando ambos poderes <strong>en</strong>traron <strong>en</strong> contacto sin que ninguno de ellos<br />

v<strong>en</strong>ciese al otro.<br />

313


El dragón retrocedió y lanzó su garra derecha. El golpe alcanzó de<br />

ll<strong>en</strong>o <strong>en</strong> el pecho a su rival y lo lanzó de lado. Rebotó contra el suelo con<br />

viol<strong>en</strong>cia y, de inmediato, los cortes que habían abierto las uñas del dragón<br />

empezaron a sangrar. La bestia alzó el cuello y, abri<strong>en</strong>do las fauces, lanzó<br />

sus poderosas mandíbulas contra él para concederle el golpe de gracia.<br />

Lúcer, sin haberse incorporado totalm<strong>en</strong>te, alzó la espada sobre su cabeza<br />

para det<strong>en</strong>er la d<strong>en</strong>tellada. En su obcecación, Finlhi mordió por igual a<br />

Filo de Sombra y a su adversario bajo ella para aprisionarlo. Lúcer hizo<br />

girar el arma d<strong>en</strong>tro de la boca de su rival.<br />

La espada cortó la mandíbula inferior. Varios di<strong>en</strong>tes saltaron <strong>en</strong><br />

pedazos. El dragón lanzó un bramido de dolor y el brazo derecho de Lúcer<br />

se vio libre, pero no así su torso y brazo izquierdo que aún permanecían<br />

atrapados contra el suelo. El dragón se situó sobre él.<br />

Iba a destrozarlo con las garras mi<strong>en</strong>tras lo aprisionaba con los<br />

di<strong>en</strong>tes. Lúcer volteó la espada rápidam<strong>en</strong>te y golpeó el ya herido hocico.<br />

Un chisporroteo resonó cuando Filo de Sombra chocó de nuevo con la<br />

armadura que había invocado el dragón. Esta vez logró atravesarla y el<br />

arma alcanzó la s<strong>en</strong>sible piel. El dragón lanzó un bramido y, <strong>en</strong> la sorpresa<br />

del dolor, aflojó la presa de sus mandíbulas. Lúcer sabía que no iba a t<strong>en</strong>er<br />

otra oportunidad.<br />

Se deslizó <strong>en</strong>tre sus di<strong>en</strong>tes y Finlhi sólo pudo volver a morder el<br />

brazo izquierdo de su <strong>en</strong>emigo. Antes de que la presa se afirmase, Lúcer<br />

tiró con todas sus fuerzas y sintió cómo su carne era desgarrada <strong>en</strong>tre las<br />

gigantescas agujas de aquella boca. Ignoró el dolor y se deslizó <strong>en</strong>tre sus<br />

patas delanteras. El dragón sólo lo había perdido de vista un instante, pero<br />

para Lúcer fue sufici<strong>en</strong>te. Haci<strong>en</strong>do acopio de todas las fuerzas que le<br />

quedaban, int<strong>en</strong>tó clavar la espada <strong>en</strong> el inm<strong>en</strong>so pecho de la bestia.<br />

—Demuéstrame lo que vales, amiga —musitó m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te a su arma.<br />

La espada negra lanzó un grito de desafío al atacar la protección del<br />

dragón. Haces de oscuridad surgieron de su hoja, serp<strong>en</strong>teando sobre la<br />

barrera. Y, de pronto, la negra espada la atravesó y se hundió hasta la<br />

empuñadura <strong>en</strong>tre las escamas de la bestia.<br />

La sorpresa ll<strong>en</strong>ó la m<strong>en</strong>te del dragón al s<strong>en</strong>tir el frío inundar su<br />

pecho. Trató de volverse hacia su adversario, pero el equilibrio le falló.<br />

Lúcer se apartó, aferrando la empuñadura del arma cubierta de sangre del<br />

dragón. La negra espada emitía un zumbido bajo <strong>en</strong>trecortado. Si el metal<br />

reía, lo hacía de esa forma.<br />

El dragón miró a su adversario confundido y ll<strong>en</strong>o de dolor. Su m<strong>en</strong>te<br />

314


no lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día. No era posible que hubiese fracasado, su causa era justa y<br />

su poder inm<strong>en</strong>so. ¿Por qué había fracasado? Olvidó a su presa y alzó la<br />

vista hacia el cielo estrellado. Sus destrozadas fauces sangraban, tiñ<strong>en</strong>do el<br />

suelo de oscuro. Las alas se agitaron un instante, como tratando de aferrar<br />

el último ali<strong>en</strong>to de vida que se le escapaba, y luego se derrumbó<br />

suavem<strong>en</strong>te, con la gracilidad de un ave. Lúcer lo contempló hundirse<br />

hacia la muerte mi<strong>en</strong>tras su propia sangre se mezclaba con la del dragón <strong>en</strong><br />

el suelo.<br />

—Hacía mucho que no mataba a ninguno de tu especie,<br />

Finlhisigdagnearathitorayed. Ha sido un placer y un honor.<br />

Lúcer, con el brazo izquierdo destrozado, una impresionante herida<br />

desgarrada que le cubría la mayor parte del pecho y varios huesos rotos <strong>en</strong><br />

su interior, empezó de pronto a s<strong>en</strong>tir el dolor subi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> int<strong>en</strong>sidad<br />

d<strong>en</strong>tro de él. Había acabado la pelea y podía prestar at<strong>en</strong>ción a sus heridas.<br />

La sangre que había perdido <strong>en</strong> ap<strong>en</strong>as unos minutos formaba una mancha<br />

carmesí a su alrededor. Aun así, se esforzó <strong>en</strong> mant<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> pie mi<strong>en</strong>tras<br />

s<strong>en</strong>tía que la tierra empezaba a no ser estable bajo él.<br />

Vio cómo una plateada lágrima recorría la quijada del dragón,<br />

uniéndose a la sangre. Al contacto con ella, la lágrima cristalizó y cayó<br />

como un peso muerto sobre el suelo, tomando un color cobrizo. El dragón<br />

cerró los ojos y ya no se movió más.<br />

Lúcer notó que las piernas no le sost<strong>en</strong>ían. Sus dedos dejaron de<br />

aferrar a Filo de Sombra y ésta se desmaterializó. El último hechizo que el<br />

dragón había lanzado sobre él aún perduraba.<br />

La magia no podrá actuar para sanarme... no... ¡Ahora no! ¡Maldita<br />

sea! Debo irme de aquí.<br />

A pesar de int<strong>en</strong>tar con todas sus fuerzas mant<strong>en</strong>er la conci<strong>en</strong>cia, sus<br />

rodillas se doblaron y cayó junto al cuerpo muerto del dragón. Había<br />

invocado a Filo de Sombra, tras muchos años sin hacerlo. En los planos del<br />

caos, el viaje del arma debía haber sido contemplado por algui<strong>en</strong>. Algui<strong>en</strong><br />

debía saber ya que estaba allí. Esta vez no t<strong>en</strong>ía escapatoria.<br />

54 — Maegdamm el Improbable<br />

Maegdamm el Improbable, sintió como si hubiese sido un latigazo el<br />

movimi<strong>en</strong>to de la es<strong>en</strong>cia de la espada. Años <strong>en</strong> el mundo de los hombres,<br />

y una eternidad <strong>en</strong> el plano del caos vigilándola, anhelando aquel<br />

mom<strong>en</strong>to, lo habían hecho hipers<strong>en</strong>sible al mínimo cambio <strong>en</strong> ella. No<br />

315


había duda, la espada de Lúcer había sido invocada y se sumergía a través<br />

de las capas de la realidad hacia el mundo físico. ¡Lúcer estaba<br />

combati<strong>en</strong>do <strong>en</strong> el Plano Mortal!<br />

Maegdamm lanzó un suave gruñido que resonó como un pequeño<br />

derrumbe. T<strong>en</strong>dría el honor de ser el primero <strong>en</strong> probar su sangre. El<br />

Improbable saltó tras la negra estela de la espada. Había dejado un rastro<br />

tras ella, como un cuchillo atravesando las capas de un pastel. Maegdamm<br />

sabía lo que <strong>en</strong>contraría al final de dicho rastro: al invocador del arma.<br />

Llevaba demasiados años esperando poder cumplir la misión que le habían<br />

<strong>en</strong>com<strong>en</strong>dado, demasiados años vigilando a la iracunda espada <strong>en</strong> espera<br />

de que fuese invocada, demasiados años reprimi<strong>en</strong>do su instinto, sin poder<br />

tan siquiera dar caza a sus hermanos. Con una sonrisa plagada de<br />

am<strong>en</strong>azas, se sumergió a través de los planos tras la negra espada,<br />

deslizándose por la estela que dejaba detrás de ella con la vista fija <strong>en</strong> su<br />

objetivo. El camino le había sido indicado y le señalaba la <strong>en</strong>trada al<br />

bosque, al maldito bosque donde los poderes infernales no t<strong>en</strong>ían cabida.<br />

Pero ahora ya no había pérdida, los robles no podrían esconderse tras el<br />

velo de ilusión que tejían <strong>en</strong> los planos. El espíritu de la magnífica espada<br />

había rasgado su camuflaje como si hubiese sido una fina tela. T<strong>en</strong>ía<br />

merecida su fama de atravesarlo todo.<br />

Pudo vislumbrar los haces de luz que proyectaban las vidas <strong>en</strong> los<br />

planos elem<strong>en</strong>tales, los más próximos al de los vivos. Se deslizó como una<br />

c<strong>en</strong>tella por los haces de magia <strong>en</strong> pos de la escurridiza espada y, justo<br />

cuando estaba a punto de palpar el físico Plano Mortal, algo se torció a<br />

exp<strong>en</strong>sas de la voluntad del demonio. Ante él, la nada se formó, como una<br />

explosión de niebla gris, <strong>en</strong>gull<strong>en</strong>do el camino trazado por Filo de Sombra.<br />

Maegdamm chilló, sorpr<strong>en</strong>dido, y detuvo su carrera precipitadam<strong>en</strong>te al<br />

borde mismo del f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o. Algo había dr<strong>en</strong>ado toda la es<strong>en</strong>cia de la<br />

magia <strong>en</strong> aquel lugar, aquello era una barrera contra la magia. Pero sólo<br />

había una criatura capaz de realizar algo así: un dragón verdadero. Y él<br />

necesitaba de las corri<strong>en</strong>tes de magia para poder desplazarse a través de los<br />

planos...<br />

Maegdamm ahogó un gruñido de frustración y fijó su mirada <strong>en</strong> el<br />

f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o. Lúcer estaba combati<strong>en</strong>do a un ali<strong>en</strong>to de distancia, pero no<br />

podría alcanzarlo mi<strong>en</strong>tras la barrera perdurase. No podía creer que se le<br />

negase una batalla <strong>en</strong> una circunstancia tan provechosa. Un inaudible<br />

rugido de frustración surgió de su garganta y permaneció al acecho,<br />

esperando que se abriese alguna brecha por la que alcanzar a Lúcer.<br />

316


55 — La guardabosques hace su trabajo<br />

Édorel sintió que <strong>en</strong> el claro había ocurrido algo trem<strong>en</strong>do. Las olas<br />

provocadas por el poder desplegado la habían golpeado, dirigi<strong>en</strong>do su<br />

at<strong>en</strong>ción inmediatam<strong>en</strong>te hacia la zona del bosque donde había sucedido.<br />

Los poderes del bosque se habían estremecido ante los embates de algo<br />

que los había arrollado. Édorel corría campo a través, sorteando<br />

obstáculos, saltando por <strong>en</strong>cima de los arbustos y rocas. Sus pies ap<strong>en</strong>as<br />

rozaban el suelo, con la mirada fija <strong>en</strong> su objetivo, apartando con las<br />

manos las ramas que se interponían a su paso sin m<strong>en</strong>guar lo más mínimo<br />

su carrera. En las cercanías del claro, llegó hasta ella clarísimam<strong>en</strong>te nítido<br />

el olor metálico de la sangre. Se detuvo bruscam<strong>en</strong>te, tomó su arco, apoyó<br />

una flecha <strong>en</strong> la cuerda y se aproximó cubriéndose tras los árboles. Lo que<br />

vio la dejó sin respiración. Una <strong>en</strong>orme bestia parecía muerta <strong>en</strong> mitad del<br />

lugar. En seguida supo que se trataba de un dragón. Su m<strong>en</strong>te tardó unos<br />

segundos <strong>en</strong> asimilar la sorpresa. ¿Qué demonios podía haber acabado con<br />

aquella bestia? ¿Y qué hacía un dragón <strong>en</strong> su bosque sin saberlo ella?<br />

Caminó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, describi<strong>en</strong>do un amplio círculo desde los cuartos<br />

traseros del dragón. Sus alas estaban ext<strong>en</strong>didas sobre el suelo, cubri<strong>en</strong>do<br />

un amplio terr<strong>en</strong>o. El lomo de la bestia se alzaba a casi dos metros por<br />

<strong>en</strong>cima de ella. Siguió el largo cuello para aproximarse con prud<strong>en</strong>cia a la<br />

cabeza. Entonces vio el destrozo que lucían las mandíbulas del dragón. La<br />

inferior parecía cortada hasta el hueso. Sintió un estremecimi<strong>en</strong>to<br />

rep<strong>en</strong>tino ante la visión y se volvió.<br />

Recorrió la zona con la mirada, aguzando la vista y el oído, int<strong>en</strong>tando<br />

detectar algún movimi<strong>en</strong>to. Era posible que lo que había provocado<br />

aquello estuviese por allí cerca. ¿Qué demonios había sido capaz de cortar<br />

la mandíbula de un dragón como si hubiese sido papiro? Con el corazón <strong>en</strong><br />

un puño, rodeó la desfigurada cabeza de la desdichada bestia, sorteando el<br />

charco de sangre, y <strong>en</strong>tonces lo vio. Había algui<strong>en</strong> más caído junto al<br />

dragón. Vigilando de reojo los alrededores, se acercó prud<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te hasta<br />

él. Estaba t<strong>en</strong>dido de costado, de espaldas a ella, pero su cabello y las<br />

destrozadas ropas que lo cubrían la hicieron reconocerlo. Era Lúcer.<br />

¡Debo levantarme!<br />

Su conci<strong>en</strong>cia rehusaba partir totalm<strong>en</strong>te. Su voluntad aún se aferraba<br />

a su cuerpo, pero la debilidad que lo invadía le impedía seguirla.<br />

317


¡Debo levantarme!<br />

El p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to surgía claro <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te, como un vaso de agua <strong>en</strong> un<br />

día de sed, pero no lograba saber a ci<strong>en</strong>cia cierta de dónde se levantaría o<br />

<strong>en</strong> qué mom<strong>en</strong>to del día o la noche. No sabía si el dragón a su lado llevaba<br />

muerto mucho tiempo o poco, ni cuánta vida le quedaba a él antes de que<br />

lo <strong>en</strong>contras<strong>en</strong>. La maldición de su rival había sido clara. Era un dragón<br />

verdadero, uno de los señores de la magia, había prohibido a la magia<br />

acudir a aquel lugar, acudir <strong>en</strong> su auxilio. El espíritu de la bestia debía<br />

seguir cerca o los efectos de la prohibición ya hubies<strong>en</strong> partido. Int<strong>en</strong>tó de<br />

nuevo seguir el curso de su conci<strong>en</strong>cia, notando cómo se alejaba de él,<br />

cómo imág<strong>en</strong>es de su vida se mezclaban con los recuerdos reci<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> un<br />

confuso torbellino.<br />

¿Unas manos lo estaban tocando? No estaba seguro. Cuando se<br />

esforzó <strong>en</strong> abrir los ojos, una mancha verdosa se formó ante ellos, con los<br />

bordes difuminados. Sintió que lo volvían sobre el suelo, su área de visión<br />

varió, del verde al azul oscuro. Varios puntos de luz ante él... ¡Estrellas!<br />

Era de noche aún, no debía haber transcurrido tanto tiempo. El brillo de<br />

una piel clara apareció ante su radio de visión, <strong>en</strong> contraste con la<br />

oscuridad del cielo que había tras ella. T<strong>en</strong>ía expresión preocupada y gesto<br />

triste.<br />

“Lúcer...”<br />

La voz era conocida, tan dulce que rayaba la timidez. Era Édorel, una<br />

vez más, lo había <strong>en</strong>contrado antes que nadie. La adoraba, era <strong>en</strong>cantadora,<br />

como un rayo de sol <strong>en</strong> la torm<strong>en</strong>ta. Como el amanecer tras una noche de<br />

batalla sitiado. Int<strong>en</strong>tó sonreír y tranquilizarla pero, antes de lograrlo, se<br />

sumió <strong>en</strong> la inconsci<strong>en</strong>cia más profunda y el contacto con el mundo<br />

exterior se perdió totalm<strong>en</strong>te.<br />

Maegdamm, al otro lado del plano físico, con los ojos fijos sobre la<br />

muralla gris que le impedía acceder a él, casi rozándola por el ansia,<br />

lanzaba un continuo gruñido desgañitado de impaci<strong>en</strong>cia.<br />

Édorel sabía que a los heridos había que mant<strong>en</strong>erlos despiertos, pero<br />

no sabía cómo. Nunca se había <strong>en</strong>contrado con heridas de semejante<br />

calibre. Golpeó suavem<strong>en</strong>te a Lúcer <strong>en</strong> las mejillas, lo llamó por su<br />

nombre, insegura, y finalm<strong>en</strong>te sintió que la angustia empezaba a subir por<br />

su pecho. T<strong>en</strong>ía que hacer algo, y rápido. Las ropas de Lúcer estaban<br />

destrozadas, como si las hubies<strong>en</strong> quemado y desgarrado. En casi su<br />

318


totalidad, estaban manchadas de sangre. En muchos lugares, su piel estaba<br />

cubierta de abrasiones que parecían producidas por roce. Al retirar los<br />

restos de tela del pecho con toda la delicadeza que pudo, vio la<br />

impresionante herida que lo cubría. Varios di<strong>en</strong>tes se habían clavado sobre<br />

su piel, desgarrándola hasta alcanzar los huesos. Había sangrado<br />

demasiado. La sangre estaba por todo, <strong>en</strong> sus ropas, <strong>en</strong> su rostro,<br />

oscureci<strong>en</strong>do el suelo a su alrededor... T<strong>en</strong>ía demasiadas heridas y no sabía<br />

cuál debía ser la primera <strong>en</strong> at<strong>en</strong>der, pero debía hacer algo antes de que<br />

acabase de perder la poca sangre que le debía de quedar.<br />

Édorel se levantó y corrió hasta su cabaña, abrió la puerta de un<br />

empujón. Fr<strong>en</strong>te a la chim<strong>en</strong>ea, colgando de varios cordeles, se secaban las<br />

hierbas que poseían alguna cualidad especial. Se arrodilló delante y, con<br />

manos temblorosas, buscó <strong>en</strong>tre su pequeña farmacopea la que necesitaba.<br />

En su terror, creyó que ya no le quedaba, pero de rep<strong>en</strong>te, recordó que no<br />

era ahí donde debía buscar. Se puso <strong>en</strong> pie y, <strong>en</strong> su afán por <strong>en</strong>contrarla,<br />

sus manos volcaron el cont<strong>en</strong>ido del estante. ¡Ahí estaba! En un saquito<br />

verde aguardaba su planta, troceada y preparada para ser utilizada. La<br />

cogió rápidam<strong>en</strong>te, tomó una camisa que t<strong>en</strong>ía sobre el lecho para no<br />

perder el tiempo <strong>en</strong> buscar un trozo de tela y un pequeño recipi<strong>en</strong>te que<br />

ll<strong>en</strong>ar de agua.<br />

Enuara <strong>en</strong> persona le había recom<strong>en</strong>dado que usase aquel sistema para<br />

cerrar heridas. Las raíces de aquella extraña planta, de aspecto poco<br />

vistoso y flores poco agraciadas, t<strong>en</strong>ían la cualidad de coagular la sangre<br />

rápidam<strong>en</strong>te. Puede que fuese lo que necesitase Lúcer, si no había llegado<br />

demasiado tarde.<br />

Volvió hacia el claro lo más rápido que pudo. El herido seguía <strong>en</strong> la<br />

posición que lo había dejado. Su rostro relajado era un contraste grotesco<br />

con sus heridas. Debían de estar doliéndole muchísimo y su extrema<br />

palidez no auguraba nada bu<strong>en</strong>o. Édorel sintió una inquietud súbita, puede<br />

que no lo hubiese soportado. Se arrodilló al lado suyo y apoyó su oreja<br />

contra el pecho, temi<strong>en</strong>do que hubiese muerto. Pero no. Su corazón latía,<br />

más fuerte de lo que cabía esperar. Abrió la cantimplora y echó una<br />

pequeña cantidad de agua <strong>en</strong> el recipi<strong>en</strong>te que había traído. Tras eso añadió<br />

un manojo de hierbas troceadas con los dedos. Las heridas necesitaban<br />

limpiarse antes de hacer aquello, pero no llegaría a formarse infección<br />

alguna si no evitaba que siguiese sangrando.<br />

La mezcla espesó casi de inmediato. Édorel, algo azorada por lo que<br />

iba a hacer, retiró las pr<strong>en</strong>das que lo cubrían. No estaba bi<strong>en</strong> desvestir a<br />

319


algui<strong>en</strong> sin su cons<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to pero, probablem<strong>en</strong>te, lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dería, si es que<br />

sobrevivía. Sobre el brazo izquierdo t<strong>en</strong>ía otro desgarro, trem<strong>en</strong>do e<br />

impresionante, que llegaba hasta el hueso. Por ahí debía haber sido<br />

seccionada alguna arteria, porque seguía sangrando con un goteo<br />

ininterrumpido. Sería el primer lugar que at<strong>en</strong>dería. Giró el brazo con<br />

suavidad y observó que por la zona de abajo, la que estaba contra el suelo,<br />

era donde estaba el corte más profundo. Tomó su cantimplora y dejó caer<br />

agua <strong>en</strong>cima hasta que retiró la suciedad que se había adherido y vio bi<strong>en</strong><br />

el corte. Haci<strong>en</strong>do de tripas corazón, mojó los dedos <strong>en</strong> la mezcla y los<br />

introdujo <strong>en</strong>tre los labios de la herida. Cuando retiró la mano, observó el<br />

resultado de su acción.<br />

Parecía que sangraba m<strong>en</strong>os, seguram<strong>en</strong>te lo había hecho bi<strong>en</strong>. Había<br />

usado las mismas hierbas sobre otras heridas y casi sólo con el contacto<br />

dejaban de sangrar, pero siempre habían sido más superficiales. Recordó el<br />

día <strong>en</strong> que le habían señalado aquella hierba como cura para todo aquello<br />

que sangrase. Nunca había que ignorar una recom<strong>en</strong>dación de un hada.<br />

Fue corri<strong>en</strong>do a buscar más agua al lago. Cuando volvió, usó la<br />

camisa que había traído y el agua para limpiar el resto de heridas<br />

paci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te y untarlas <strong>en</strong> la mezcla de hierbas. La operación le llevó un<br />

largo rato, y el cont<strong>en</strong>ido del saquito se agotó, pero por suerte pareció<br />

bastar para todo. Al terminar su trabajo se detuvo a observarlo. No era un<br />

trabajo muy profesional, pero parecía haber funcionado. Sinti<strong>en</strong>do<br />

<strong>en</strong>tonces el miedo que t<strong>en</strong>ía, se s<strong>en</strong>tó a su lado y se detuvo a contemplar el<br />

extraño rostro de Lúcer.<br />

Ahora que sus párpados estaban cerrados sobre sus inquietantes ojos<br />

verdes, empezó a analizar los detalles de sus facciones sin t<strong>en</strong>er que lidiar<br />

con la inquietud que le provocaban sus miradas. Sus rasgos resultaban<br />

poco comunes, y aquello era una afirmación extraña si se lanzaba <strong>en</strong> el<br />

bosque de Isthelda, donde debías apr<strong>en</strong>der a lidiar con hadas y otros<br />

deformes seres, pero a Édorel le resultaba imposible situar la proced<strong>en</strong>cia<br />

física y g<strong>en</strong>ética de aquel hombre. Parecía el resultado de un mestizaje<br />

mant<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> su familia durante g<strong>en</strong>eraciones. Sus facciones eran<br />

delicadas como las de los elfos, pero no era un elfo ni t<strong>en</strong>ía sangre de ese<br />

pueblo, lo hubiese notado. Sus ojos rasgados se asemejaban a los de las<br />

g<strong>en</strong>tes de las islas del oeste, pero el color verde no era habitual <strong>en</strong> ellos, ni<br />

tampoco los cabellos lisos. Por las facciones, hermosas y equilibradas, bi<strong>en</strong><br />

podría tratase de un viajero de las montañas del este pero no poseía ni la<br />

corpul<strong>en</strong>cia típica de las g<strong>en</strong>tes de aquella zona, ni su piel pálida, su tez era<br />

320


mor<strong>en</strong>a.<br />

Édorel sabía que se consideraba descortés observar tan fijam<strong>en</strong>te a<br />

algui<strong>en</strong>, pero era la primera vez que podía analizar a Lúcer sin s<strong>en</strong>tirse<br />

inquieta por si él la sorpr<strong>en</strong>día, ni t<strong>en</strong>er la s<strong>en</strong>sación de que podía verla<br />

hasta lo más hondo de su alma. Pocas veces cruzaba la mirada con él, le<br />

parecía que era demasiado alto y que la observaba con una int<strong>en</strong>sidad poco<br />

común, que albergaba algo que ella no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día. Pero, ahora, ¡qué<br />

difer<strong>en</strong>te le parecía! Sus cabellos castaños estaban sucios por la sangre y<br />

los restos del suelo, esparcidos alrededor de su cabeza. No había ningún<br />

gesto que se dibujase <strong>en</strong> la comisura de sus labios, ninguna de esas<br />

sonrisas que solían desarmarla y hacerla s<strong>en</strong>tirse pequeña y poco <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dida<br />

<strong>en</strong> cuestiones triviales. Volvió a comprobar los latidos de su corazón.<br />

Seguía si<strong>en</strong>do regular y monótono.<br />

Édorel se dio cu<strong>en</strong>ta <strong>en</strong>tonces de que ahora ella también estaba ll<strong>en</strong>a<br />

de sangre, sus pantalones, al haberse arrodillado <strong>en</strong> el suelo, sus manos, e<br />

incluso su rostro. ¿Qué debía hacer? Debería ir a buscar ayuda, pero no era<br />

prud<strong>en</strong>te dejarlo allí. Tanta sangre derramada atraería a los animales<br />

salvajes y estaría indef<strong>en</strong>so. No solían acercarse al claro, pero el instinto<br />

protector de la semielfa se rebelaba ante la idea de abandonar al herido a la<br />

intemperie. Por un mom<strong>en</strong>to, p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> tratar de llevarlo hasta su cabaña,<br />

pero al instante supo que era una imprud<strong>en</strong>cia moverlo <strong>en</strong> su estado y<br />

dudaba de t<strong>en</strong>er fuerzas sufici<strong>en</strong>tes para cargar con él.<br />

¿Qué he de hacer?<br />

La respuesta le llegó de inmediato. Édorel aferró su arco y se dispuso<br />

a a pasar lo que quedaba de la noche de guardia.<br />

Del otro lado de la realidad física, a ap<strong>en</strong>as unos pasos de distancia,<br />

Maegdamm aún vigilaba, ansioso, la caída de la barrera contra la magia.<br />

56 — La ayuda<br />

En cuanto había empezado a amanecer, Eoroth había <strong>en</strong>sillado<br />

personalm<strong>en</strong>te su caballo y se había <strong>en</strong>caminado al bosque. La noche<br />

anterior algo había vuelto a perturbar los cielos sobre el bosque. Eoroth no<br />

podía creer las noticias, que le había traído un alegre trasnochador, de la<br />

pres<strong>en</strong>cia de un pájaro tan grande como varias casas sobre los árboles. No<br />

lo creía, lo más probable era que la sobredosis de vino le hubiese<br />

provocado aquella visión. Pero, de todas maneras, su prima adoptiva, la<br />

321


jov<strong>en</strong> Édorel, estaba bajo ese cielo que había ocupado la am<strong>en</strong>azante<br />

sombra. Muchas veces se preguntaba por qué los elfos habían decidido<br />

escogerla a ella como sigui<strong>en</strong>te guardiana del bosque. Era algo arriesgado,<br />

y odiaba el tiempo que Édorel debía pasar a solas <strong>en</strong> un lugar salvaje. Pero<br />

la decisión del consejo élfico había sido rotunda y era mejor no<br />

<strong>en</strong>emistarse con él.<br />

Ariweth se había unido a él <strong>en</strong> el camino. Ella también había oído los<br />

rumores de la pres<strong>en</strong>cia de un monstruo sobre el bosque y deseaba ir al<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de semejante demonio para acabar con dicha am<strong>en</strong>aza. La mujer<br />

mant<strong>en</strong>ía la mirada fija y el gesto t<strong>en</strong>so. Eoroth podía intuir sus int<strong>en</strong>ciones<br />

bajo esa capa de frialdad. Amaba con demasiada pasión a su hermana<br />

pequeña, no soportaría el dolor de la pérdida. Con toda probabilidad, se<br />

s<strong>en</strong>tiría culpable y buscaría desahogar su frustración con qui<strong>en</strong> fuese,<br />

buscaría algui<strong>en</strong> a qui<strong>en</strong> cargar con su culpa. Su exacerbado carácter le iba<br />

a reportar muchos problemas. El talante belicoso y cazador de Ariweth era<br />

difícil de cont<strong>en</strong>er. Necesitaba imponerse y demostrar constantem<strong>en</strong>te que<br />

era una mujer poderosa, ¡a qué precio, <strong>en</strong> ocasiones!<br />

Eoroth no podía aceptar la mayoría de sus actuaciones con sus rivales,<br />

pero no era quién para juzgar. La fe de Ariweth, inquebrantable, <strong>en</strong> que<br />

todos sus actos eran guiados por mano divina, la hacía una rival trem<strong>en</strong>da<br />

y persist<strong>en</strong>te.<br />

Al poco tiempo, sin cruzar ap<strong>en</strong>as palabras, se ad<strong>en</strong>traron <strong>en</strong> la<br />

arboleda del bosque. Mantuvieron un trote rápido y at<strong>en</strong>to. Toda la<br />

at<strong>en</strong>ción de Eoroth iba dirigida a evitar los peores obstáculos del camino a<br />

su caballo, pero Ariweth mant<strong>en</strong>ía la vista fija al fr<strong>en</strong>te, obsesionada con<br />

llegar a su destino cuanto antes. Por fin el camino pareció clarear <strong>en</strong>tre las<br />

ramas, fr<strong>en</strong>te a ellos. Ariweth, sin poder cont<strong>en</strong>erse ya, lanzó su montura al<br />

galope hacia allí.<br />

—¡Ariweth, espera!<br />

Pero ella no lo escuchaba. Eoroth obligó a su montura a seguir el<br />

galope de su compañera para no perderla. No podía fiarse de los arranques<br />

de ira de la mujer si <strong>en</strong>contraba algo extraño allí. Le sorpr<strong>en</strong>dió ver a<br />

Ariweth det<strong>en</strong>erse para observar el claro. Eoroth la alcanzó y se situó a su<br />

lado.<br />

—Qué es lo que... —Su palabras murieron <strong>en</strong> sus labios <strong>en</strong> cuanto<br />

empezaron a surgir de ellos. Sólo logró lanzar una exclamación de<br />

sorpresa. —¡Por todo lo que es sagrado!<br />

Una <strong>en</strong>orme bestia estaba muerta <strong>en</strong> medio del lugar. Parecía un reptil,<br />

322


pero sus largas alas membranosas ext<strong>en</strong>didas sobre la tierra le dejaron<br />

claro que era mucho más que eso. Se trataba de un dragón de un apagado<br />

tono cobre. Ariweth se obligó a recobrar la compostura, extrajo su espada<br />

de la vaina y avanzó a paso l<strong>en</strong>to por el claro, rodeando la bestia muerta a<br />

una prud<strong>en</strong>cial distancia sin perderla de vista. Eoroth, una vez logró<br />

recuperarse de la sorpresa, avanzó tras Ariweth con el corazón <strong>en</strong> un puño.<br />

¿Qué era lo que había derribado a aquella soberbia bestia? ¿Por qué <strong>en</strong> el<br />

claro? Podía adivinar los p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos de Ariweth, aun sin verle el rostro.<br />

Probablem<strong>en</strong>te, lam<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> el alma no haber sido ella la que matase<br />

aquel ser y aquello <strong>en</strong> realidad ocultaba la preocupación por la suerte de su<br />

hermana pequeña.<br />

Los dos jinetes rodearon a la infortunada bestia, observando cada<br />

detalle de su impresionante mole. Al acercarse hacia la cabeza del animal,<br />

ambos vieron que había algui<strong>en</strong> agachado tras ella. Sólo asomaban su<br />

cabeza, su cabellera castaña y parte de su torso tras la mandíbula<br />

destrozada del dragón. Parecía Édorel. Ariweth desmontó de un salto y se<br />

acercó a la figura, que permanecía s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> el suelo con la mirada baja,<br />

de espaldas a ellos. Gracias a los dioses, parecía que estaba bi<strong>en</strong>. Ariweth<br />

la interpeló suavem<strong>en</strong>te para no sobresaltarla.<br />

—Édorel, hermana —la semielfa alzó la vista hacia ella, t<strong>en</strong>ía ojeras y<br />

parecía haber dormido poco—, ¿qué haces aquí?<br />

—Vivo aquí, Ariweth.<br />

Ariweth se apresuró a rodear la cabeza del animal muerto. Édorel<br />

parecía haber sufrido una impresión demasiado fuerte para ella. Entonces<br />

se reveló ante ella la otra figura que ocultaba la mole del dragón. Estaba<br />

t<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> el suelo y Édorel parecía estar velándolo. Lo reconoció de<br />

inmediato, era Lúcer. Una mueca de desprecio se pintó <strong>en</strong> sus facciones.<br />

—¿Por qué lo estás cuidando, hermana? ¿Acaso peleó contra el<br />

dragón?<br />

—No lo sé. Ti<strong>en</strong>e muchas heridas, le debe de faltar mucha sangre y<br />

ahora ti<strong>en</strong>e fiebre.<br />

Ariweth se aproximó al yaci<strong>en</strong>te. Unas impresionantes heridas le<br />

cruzaban el pecho y se recreó un largo mom<strong>en</strong>to contemplándolas. El<br />

responsable de su deshonor, de que su hermana hubiese sido herida, estaba<br />

si<strong>en</strong>do cuidado por ésta. Había algo grotesco <strong>en</strong> todo aquello.<br />

—¿Por qué estás cuidando de él, Édorel?<br />

La semielfa se <strong>en</strong>cogió de hombros.<br />

—No podía llevarlo sola a la cabaña, por eso me he quedado aquí.<br />

323


Ariweth alzó el rostro con orgullo.<br />

—Estás sucia por la sangre de ese traidor. ¿Cómo puedes hacerle tal<br />

honor?<br />

—No he podido limpiarme aún.<br />

Ariweth caminó hasta la semielfa, arrodillada junto a Lúcer, con la<br />

espada firmem<strong>en</strong>te aferrada y observó el rostro del hombre llevada por el<br />

odio.<br />

—Debería haber muerto hace mucho. Puede que no t<strong>en</strong>gamos que<br />

esperar tanto.<br />

Ariweth esbozó una sonrisa cruel mi<strong>en</strong>tras rodeaba al herido,<br />

observando con deleite sus múltiples cortes. Era un hombre hermoso,<br />

ahora que lo veía indef<strong>en</strong>so a sus pies. Sus rasgos t<strong>en</strong>ían algo extraño, una<br />

delicadeza que sólo había visto <strong>en</strong> la cara de los elfos, pero una fuerza <strong>en</strong><br />

sus formas que lo difer<strong>en</strong>ciaba claram<strong>en</strong>te de ellos. Por la palidez de su<br />

rostro, Ariweth supo que había perdido mucha sangre. Rió ante el cruel<br />

espectáculo de aquel que la humilló indef<strong>en</strong>so a sus pies.<br />

—Édorel, hermana, deberías dejarme acabar con su sufrimi<strong>en</strong>to.<br />

La semielfa no alzó la vista. Sabía lo que vería <strong>en</strong> los ojos de su<br />

hermana adoptiva y no deseaba <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a ello otra vez. Negó con la<br />

cabeza.<br />

—Debo cuidarlo.<br />

—Cuidar de esta manera de un hombre que no es tu prometido podría<br />

dar lugar a muchas habladurías, Édorel. No te convi<strong>en</strong>e <strong>en</strong> absoluto.<br />

—Debo hacerlo, Ariweth, es un herido <strong>en</strong> el claro. Toda bestia herida<br />

que <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro aquí la cuido, siempre. Es una de las leyes del bosque.<br />

Eoroth se había aproximado a las dos mujeres y había contemplado la<br />

esc<strong>en</strong>a. La semielfa estaba agotada, tanto por el esfuerzo como por la<br />

t<strong>en</strong>sión de velar toda la noche un herido junto al cadáver de un dragón.<br />

Antes de que Ariweth pudiese tomar la iniciativa se agachó al lado de<br />

Édorel. El gesto de alivio que se formó <strong>en</strong> sus ojos al ver a su primo fue<br />

indescriptible. Eoroth tocó la fr<strong>en</strong>te y los labios del herido.<br />

—Ti<strong>en</strong>e fiebre. Ariweth, necesito ayuda. En el castillo, el viejo<br />

consejero de la reina es bu<strong>en</strong>o con estas cosas. Ve a ver si puedes hacer<br />

que v<strong>en</strong>ga. Informa de lo sucedido.<br />

Ariweth recordó el motivo por el que Édorel y Eoroth debían conocer<br />

bi<strong>en</strong> las habilidades del curandero y notó cómo la ira am<strong>en</strong>azaba con<br />

desatarse d<strong>en</strong>tro de ella. Su amada hermana había sido herida por aquel a<br />

qui<strong>en</strong> ella ahora estaba cuidando. Su voluntad se debatió <strong>en</strong>tre la idea de<br />

324


verlo morir l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te y contrariar a sus familiares.<br />

—Deberías dejarlo morir, Édorel. Si Basth el Justo ha decidido que<br />

debe morir, no deberías interponerte <strong>en</strong> su voluntad.<br />

Édorel no alzó el rostro hacia ella mi<strong>en</strong>tras respondía.<br />

—Tal vez quiera que sobreviva y por eso ha hecho que yo lo<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tre.<br />

Édorel no creía esa teoría. Qui<strong>en</strong> le había mostrado el desastre<br />

ocurrido había sido el bosque, qui<strong>en</strong> le había indicado que le velase, pero<br />

su negación fue rotunda. La voz de Eoroth las interrumpió a las dos.<br />

—Ariweth, ve al castillo e informa a Neraveith de lo ocurrido.<br />

Mandará algui<strong>en</strong> que pueda <strong>en</strong>cargarse de ésto. Édorel, vamos a llevarlo a<br />

algún lugar mejor que la sombra de un cadáver. ¿Hay sitio <strong>en</strong> tu cabaña?<br />

Ella asintió. Se puso <strong>en</strong> pie, aún traumatizada por los acontecimi<strong>en</strong>tos,<br />

pero dispuesta a ayudar a su primo. Lo ayudó a levantar al herido mi<strong>en</strong>tras<br />

oía los cascos del caballo de Ariweth parti<strong>en</strong>do al galope. Todo lo que veía<br />

y s<strong>en</strong>tía v<strong>en</strong>ía filtrado a través de un prisma. Todo se le antojaba lejano e<br />

irreal, como si se alabease a su alrededor. Sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos no llegaban a<br />

empaparla. Había formado una barrera para que no la alcanzas<strong>en</strong>. En<br />

cuanto llegaron a la cabaña, Édorel ext<strong>en</strong>dió algunas mantas <strong>en</strong> el suelo<br />

para que Eoroth acomodase al herido. En cuanto lo hubo hecho, se dejó<br />

caer a su lado y se puso a llorar. Eoroth la abrazó y la meció como a una<br />

niña.<br />

—Ya está, no pasa nada...<br />

—No sabía qué hacer.<br />

—Has hecho lo que debías hacer, y lo has hecho muy bi<strong>en</strong>. En un<br />

mom<strong>en</strong>to v<strong>en</strong>drá Ariweth con ayuda, ya verás.<br />

Édorel se dejó consolar, pero no podía dejar de p<strong>en</strong>sar que había<br />

cometido algún error, que se había olvidado de algo importante o que no<br />

había hecho lo correcto.<br />

Ariweth se sintió t<strong>en</strong>tada de abandonar al herido y no ir <strong>en</strong> busca de<br />

ayuda <strong>en</strong> varias ocasiones durante su galopada. Clavaba los talones <strong>en</strong> los<br />

flacos de su sudoroso caballo sólo por el placer que le provocaba s<strong>en</strong>tir el<br />

galope del animal y los poderosos músculos bajo ella. Un tirón de las<br />

ri<strong>en</strong>das lo dirigió, bordeando la ciudad, hacia el camino que asc<strong>en</strong>día al<br />

castillo. Tras ella, sobre la masa de árboles del bosque, asomó el primer<br />

rayo de sol <strong>en</strong> el horizonte. La barbacana había sido abierta para permitir<br />

el paso de un carromato cargado con leña. La reina Neraveith era<br />

325


demasiado confiada y poco firme <strong>en</strong> su gobierno desde su punto de vista.<br />

La galopada del caballo de Ariweth llamó la at<strong>en</strong>ción de los guardias,<br />

varios de ellos se situaron <strong>en</strong> la puerta para det<strong>en</strong>erla. Ariweth sonrió y<br />

espoleó a su montura.<br />

Neraveith aun no había desayunado, su doncella estaba ayudándola a<br />

cincharse el corsé cuando llamaron a la puerta de sus apos<strong>en</strong>tos. Illim<br />

Astherd, el autócrata del castillo, se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> el umbral con gesto<br />

huraño.<br />

—Mi señora, lam<strong>en</strong>to molestaros <strong>en</strong> estos mom<strong>en</strong>tos.<br />

Illim era un hombre de pocas palabras, serio, y capaz de economizar el<br />

más mínimo gesto. La reina lo t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> gran aprecio. Sabía tratar con los<br />

sirvi<strong>en</strong>tes y llevar las cu<strong>en</strong>tas. Era de gran ayuda, pero, además, t<strong>en</strong>ía<br />

como virtud que sabía respetar la intimidad de todos y cada uno de los<br />

miembros del castillo, la pequeña parcela particular <strong>en</strong> la que cada uno se<br />

movía. Así que le sorpr<strong>en</strong>dió verlo <strong>en</strong> las puertas de sus apos<strong>en</strong>tos.<br />

Neraveith se volvió hacia él, s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> la silla fr<strong>en</strong>te al gran espejo.<br />

—Señor Astherd, ¿qué os trae a mi pres<strong>en</strong>cia?<br />

—T<strong>en</strong>emos un pequeño revuelo junto a las cuadras, mi señora. Dama<br />

Ariweth ha llegado a caballo. Dice v<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> nombre de lord Eoroth. Está<br />

velando a un herido muy grave <strong>en</strong> el bosque y ha pedido ayuda. He<br />

acudido a Meldionor como me ha indicado, pero vuestro consejero me ha<br />

pedido que os informe.<br />

La expresión no mutó un milímetro <strong>en</strong> el rostro frío de la reina.<br />

—¿Os ha dicho quién es ese herido tan grave?<br />

—Dama Ariweth dice que se trata de un criminal, que por ella bi<strong>en</strong><br />

podría morir. No sé más al respecto.<br />

Neraveith se levantó, dejó el cepillo sobre la cómoda con gesto<br />

tranquilo y, sin perder tiempo, salió rumbo al patio de armas.<br />

Allí, un grupo de guardias se reunían alrededor de una mujer montada<br />

a caballo que los miraba desdeñosa. Era Ariweth. Neraveith caminó hasta<br />

ella. La noble le lanzó una inexpresiva mirada que, bi<strong>en</strong> sabía la reina,<br />

hubiese sido de desdén si las circunstancias pudieran permitírselo.<br />

—Dama Ariweth, ¿podéis explicarme por qué me han sacado de mis<br />

apos<strong>en</strong>tos a tan temprana hora de la mañana? Espero que la explicación me<br />

satisfaga.<br />

—Hay un herido <strong>en</strong> el bosque. Eoroth me ha pedido que v<strong>en</strong>ga a<br />

buscar ayuda al castillo. Pero, desde mi punto de vista, ese hombre no<br />

326


necesita ayuda. Debería ser ejecutado.<br />

—Si ha de ser ejecutado o no, no os concierne a vos decidirlo. ¿Quién<br />

es ese hombre? ¿Por qué esta herido?<br />

—El rufián <strong>en</strong> cuestión se hace llamar Lúcer y no sabemos por qué se<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> ese lam<strong>en</strong>table estado, pero a su lado hay un dragón muerto.<br />

Un murmullo de desconcierto cruzó el patio. Varios com<strong>en</strong>tarios se<br />

sucedieron <strong>en</strong>tre la soldadesca. Neraveith observo fríam<strong>en</strong>te a Ariweth sin<br />

variar su expresión distante.<br />

—¿Habéis dicho un "dragón", dama Ariweth? ¿No se tratará de alguna<br />

otra bestia?<br />

—No, con las alas ext<strong>en</strong>didas ocupa mucho espacio del claro.<br />

Aquello era más serio de lo que parecía. Neraveith se volvió hacia su<br />

fiel autócrata.<br />

—Señor Astherd, id a llamar a Meldionor y avisad de que prepar<strong>en</strong> mi<br />

yegua y un caballo para él. Lessa, trae mis botas de viaje. En cuanto a vos,<br />

Ariweth, volved al claro y decidle a lord Eoroth que inmediatam<strong>en</strong>te<br />

iremos hacia allí para socorrer al herido.<br />

Neraveith le dedicó a la noble su mirada de "ord<strong>en</strong> que debe ser<br />

cumplida inmediatam<strong>en</strong>te". Quería verla marcharse. Le resultaba<br />

desagradable su pres<strong>en</strong>cia. No soportaba la forma como aquella mujer<br />

imponía su criterio por la fuerza de las armas y respaldaba sus crím<strong>en</strong>es<br />

tras las leyes ciegas de los sacerdotes. Pero no podía permitirse el inm<strong>en</strong>so<br />

lujo de echarla. Un arrebato visceral sería muy mal visto por sus súbditos y<br />

la iglesia de Basth podía usarlo como excusa para m<strong>en</strong>oscabar a la reina de<br />

Isthelda.<br />

Minutos más tarde, mi<strong>en</strong>tras Neraveith se calzaba las botas s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong><br />

el abrevadero, ayudada por Lessa, Anisse se acercó a ella. A qui<strong>en</strong><br />

esperaba Neraveith era a Meldionor, así que la miró extrañada.<br />

—Mi señora, Meldionor me ha informado de que debo acompañaros<br />

al bosque.<br />

La reina frunció el ceño.<br />

—He ord<strong>en</strong>ado que sea Meldionor qui<strong>en</strong> me acompañe. ¿Lo sabe?<br />

—Sí, mi señora, pero creo que lord Meldionor no ti<strong>en</strong>e previsto<br />

acompañaros.<br />

Neraveith resopló, airada, se puso <strong>en</strong> pie y se dirigió hacia los<br />

apos<strong>en</strong>tos de su consejero. Subió la escalera del ala oeste a toda prisa<br />

mi<strong>en</strong>tras se colocaba la capa sobre los hombros, no t<strong>en</strong>ía s<strong>en</strong>tido que el<br />

mejor curandero del reino no fuese con ella. Antes de llamar a la puerta de<br />

327


los apos<strong>en</strong>tos de Meldionor, ésta se abrió.<br />

—Neraveith, querida, <strong>en</strong>tra por favor. Te he preparado lo que vas a<br />

necesitar.<br />

Un pequeño zurrón y lo que parecía ser su cont<strong>en</strong>ido estaba esparcido<br />

sobre la mesa. Meldionor empezó a indicarle uno por uno los ingredi<strong>en</strong>tes<br />

mi<strong>en</strong>tras los introducía <strong>en</strong> él.<br />

—¿Qué estás haci<strong>en</strong>do, Meldionor?<br />

—Esta corteza ti<strong>en</strong>es que machacarla y aplicar el polvo que consigas<br />

<strong>en</strong> la herida que sangre, cont<strong>en</strong>drá la hemorragia, y llevas bálsamo para las<br />

heridas más leves. Si exist<strong>en</strong> hemorragias internas o muy fuertes haz un<br />

cocimi<strong>en</strong>to de esta solución y trata de hacérsela tragar. Si su corazón está<br />

muy débil, no le convi<strong>en</strong>e lo más mínimo. He puesto los útiles de cirugía<br />

<strong>en</strong> esta bolsa. Si ha sufrido una gran hemorragia, probablem<strong>en</strong>te su<br />

corazón esté débil. Esto es un fuerte remedio, ayuda a fortalecerlo. Pero<br />

sólo se lo has de dar <strong>en</strong> caso de que el corazón este demasiado débil. Esto<br />

es para la fiebre. Ya lo conoces.<br />

La voz de Meldionor sonaba extremadam<strong>en</strong>te tranquila mi<strong>en</strong>tras daba<br />

a Neraveith instrucciones precisas de cómo debía actuar. ¿Acaso esperaba<br />

dejarla <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse sola a aquello? Puede que no hubiese recibido las<br />

instrucciones de Illim Astherd.<br />

—Sé para qué sirve todo esto, pero he dado ord<strong>en</strong> de que v<strong>en</strong>gas<br />

conmigo.<br />

El viejo consejero alzó los ojos hacia ella, su mirada fría y distante la<br />

sorpr<strong>en</strong>dió.<br />

—Ti<strong>en</strong>es conocimi<strong>en</strong>tos más amplios que muchos curanderos sobre<br />

medicina y la manera de cuidar heridas, Neraveith. Yo te <strong>en</strong>señé. Sé que lo<br />

harás muy bi<strong>en</strong>.<br />

—Meldionor, eres tú el que ha de v<strong>en</strong>ir a curar a ese hombre. Te pese<br />

o no has de obedecerme.<br />

El viejo consejero dejó escapar un suspiro y cerró el zurrón con todo<br />

su cont<strong>en</strong>ido ya <strong>en</strong> el interior.<br />

—Me <strong>en</strong>cantaría acompañarte pero no puedo, Neraveith. No puedo<br />

<strong>en</strong>trar <strong>en</strong> ese bosque. Me expulsó hace años bajo am<strong>en</strong>aza de muerte si<br />

volvía. No puedo ni acercarme a él sin ponerme <strong>en</strong> peligro a mí y a los que<br />

me rodean.<br />

—Pero cómo..<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, Anisse se personó.<br />

—Los caballos están listos.<br />

328


Neraveith decidió dejar la cuestión para más adelante, era algo que<br />

debería investigar. Recogió el zurrón con las medicinas. Meldionor le<br />

lanzó las últimas instrucciones mi<strong>en</strong>tras salía por la puerta.<br />

—Cuando hayas agotado todas las técnicas mundanas de sanación<br />

posibles, utiliza el amuleto de Basth el Justo que he puesto <strong>en</strong> el bolsillo<br />

lateral. Lanza la plegaria de sanación usándolo como foco. Lo protegerá de<br />

alimañas oportunistas y espíritus de la <strong>en</strong>fermedad.<br />

Neraveith miró antes de salir por la puerta a su consejero con mirada<br />

interrogante, pero no t<strong>en</strong>ía tiempo que perder. Siguió a su compañera y<br />

ambas fueron <strong>en</strong> busca de sus monturas.<br />

—¿Dic<strong>en</strong> que hay un dragón muerto <strong>en</strong> el claro, ¿es cierto?<br />

La voz de Anisse temblaba ligeram<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras hacía la pregunta,<br />

Neraveith dedujo que debía haber oído alguna historia sobre esos seres que<br />

la atemorizase. Le extrañó <strong>en</strong> una persona como Anisse, no la había visto<br />

temblar ni retroceder ante nada.<br />

—Eso es lo que ha dicho Ariweth.<br />

—No es posible, aún lo si<strong>en</strong>to como si viviese.<br />

Neraveith miró extrañada a su compañera.<br />

—¿A qué te refieres?<br />

Pero ella eludió su pregunta con un gesto.<br />

Un grupo de cuatro guardias recibió la ord<strong>en</strong> de seguirlas. La reina<br />

impuso una carrera rápida a sus acompañantes. Anisse cabalgaba a su lado<br />

una vez más y, tras ellas, su escolta. Neraveith trató de atravesar la<br />

distancia <strong>en</strong>tre el castillo y el bosque lo más rápido que podían ofrecerle<br />

las patas de Arg<strong>en</strong>t. No podía dejar de p<strong>en</strong>sar que era posible que no<br />

llegas<strong>en</strong> a tiempo. Al <strong>en</strong>trar bajo los árboles redujo la marcha a un trote<br />

rápido, para ayudar a su yegua a sortear las piedras y raíces del s<strong>en</strong>dero.<br />

En aquella ocasión por el suelo se deslizaba una niebla matutina, flotaba <strong>en</strong><br />

el aire, ominosa, difuminando de un blanco mortecino el bosque y los<br />

árboles. El camino ante ellos era claro y lo siguieron con decisión hasta<br />

que, de rep<strong>en</strong>te, la niebla se cerró <strong>en</strong> torno a al grupo, espesándose sin<br />

motivo apar<strong>en</strong>te. El camino desapareció <strong>en</strong> la luminosidad blanquecina y<br />

un grito de Anisse la hizo det<strong>en</strong>erse.<br />

—¡Neraveith!<br />

Neraveith se volvió. Su compañera miraba tras ella hacia la niebla,<br />

pero no había nadie más.<br />

—Hemos perdido a nuestra escolta.<br />

La reina se sorpr<strong>en</strong>dió, pero decidió no perder tiempo <strong>en</strong> cuestiones<br />

329


nimias.<br />

—Nos alcanzarán más tarde. ¡Vamos! No debemos perder tiempo.<br />

Anisse se volvió hacia ella y la siguió, pero sabía <strong>en</strong> su interior que no<br />

los habían perdido. Ellas estaban invitadas a recorrer los s<strong>en</strong>deros del<br />

bosque, los hombres que las acompañaban, no. Vigilando los flancos del<br />

camino, Anisse tomó <strong>en</strong> su mano la esfera del efrit, dispuesta a usarlo <strong>en</strong><br />

cuanto le dies<strong>en</strong> el más mínimo motivo. Así mantuvo su m<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>ida<br />

y sus ojos de vid<strong>en</strong>te lejos de lo que sabía que <strong>en</strong>contraría <strong>en</strong> el claro.<br />

En las afueras del bosque, un grupo de sorpr<strong>en</strong>didos guardias salió a la<br />

luz del sol. Pestañearon, deslumbrados, y miraron <strong>en</strong> derredor suyo,<br />

buscando a las dos mujeres que debían proteger, con el rostro des<strong>en</strong>cajado<br />

por la inquietud. Las habían perdido de vista súbitam<strong>en</strong>te, como si se<br />

hubies<strong>en</strong> disuelto <strong>en</strong> el aire. Pero ante ellos sólo había una figura humana,<br />

a pie, que los observaba, era Meldionor.<br />

—No lograreis <strong>en</strong>contrarlas. Dejadlas. Están protegidas.<br />

Los hombres se volvieron de nuevo hacia la masa de árboles que<br />

observaba con gran interés el consejero de la reina. El viejo curandero<br />

caminó hasta la cercanía de los primeros robles y, de rep<strong>en</strong>te, el sonido de<br />

un crujido llegó hasta el grupo de humanos con la fuerza de un estallido.<br />

La madera de los árboles había hablado. Los chasquidos se multiplicaron<br />

airados, sucediéndose <strong>en</strong> oleadas, ante la pres<strong>en</strong>cia de Meldionor. Él<br />

resopló con aire abatido.<br />

—Un dragón.... ¡Tantos ingredi<strong>en</strong>tes únicos desperdiciados!<br />

57 — Los cuidados del herido<br />

El claro apareció ante ellas sin grandes dificultades. Y, efectivam<strong>en</strong>te,<br />

<strong>en</strong> medio de él la reina pudo ver la masa de una bestia muerta. Neraveith,<br />

haci<strong>en</strong>do caso omiso de la visión galopó hacia la cabaña de Édorel, pero<br />

Anisse fr<strong>en</strong>ó <strong>en</strong> seco a su caballo. La yegua de la reina se alejó de ella y su<br />

jinete no se percató de que su compañera no la seguía. El cobrizo color de<br />

las escamas del dragón se empañó. Anisse no se dio cu<strong>en</strong>ta de que estaba<br />

llorando. Sintió que se le cerraba la garganta y que de ella salía un gemido<br />

de angustia. Incapaz de seguir adelante, Anisse hizo girar grupas a su<br />

caballo y se ad<strong>en</strong>tró de nuevo <strong>en</strong> la arboleda al galope. No se molestó <strong>en</strong><br />

tratar de dirigirlo. Las ramas azotaron sus brazos mi<strong>en</strong>tras ella se aferraba<br />

a las crines con los ojos cerrados y su m<strong>en</strong>te lanzaba un sordo grito<br />

330


No... no... no... no... no... no...<br />

No trató de evitarlo cuando sintió que el golpe de una rama la<br />

derribaba. Chocó contra el suelo y rodó un par de metros. Captó el<br />

retumbar de los cascos del animal que se alejaba. Se había hecho daño, el<br />

dolor creció rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su cadera derecha y <strong>en</strong> el hombro donde se<br />

había golpeado. Su primer instinto fue hacerse un ovillo y llorar, pero el<br />

s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de vergü<strong>en</strong>za por si algui<strong>en</strong> la <strong>en</strong>contraba allí pudo más y se<br />

arrastró hasta detrás de unos arbolillos. Allí escondida <strong>en</strong>tre las ramas<br />

bajas del sotobosque se <strong>en</strong>cogió con la espalda apoyada contra un tronco y<br />

lloró con sollozos desgarrados.<br />

Finlhi ha muerto... No...<br />

La imag<strong>en</strong> de unos ojos verdes sacudió su m<strong>en</strong>te con viol<strong>en</strong>cia, se<br />

aferró la cabeza con las manos y gritó con toda la rabia de su alma.<br />

—¡No diré nada! ¡No diré nada! ¡Te di mi palabra, maldito bastardo!<br />

La reina no se percató de que Anisse ya no la seguía. Su m<strong>en</strong>te sólo<br />

estaba puesta <strong>en</strong> el herido que debía at<strong>en</strong>der. Mi<strong>en</strong>tras descabalgaba fr<strong>en</strong>te<br />

a la cabaña, la puerta se abrió y salió Eoroth. Pareció aliviado de verla.<br />

—Mi señora Neraveith...<br />

Neraveith se permitió la descortesía de no saludar a los pres<strong>en</strong>tes, el<br />

tiempo acuciaba.<br />

—¿Dónde está el herido?<br />

—Aquí d<strong>en</strong>tro. Esperaba que vuestro consejero, lord Meldionor os<br />

acompañase.<br />

Neraveith aferró el zurrón con las medicinas y se <strong>en</strong>caminó hacia la<br />

puerta de la cabaña seguida por el caballero.<br />

—En esta ocasión me <strong>en</strong>cargaré personalm<strong>en</strong>te.<br />

Neraveith hacía mucho que no <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> la humilde construcción que<br />

era la cabaña de la guardabosque. Siempre le había parecido una casita<br />

<strong>en</strong>cantadora, pero ahora no podía dedicarse a observar los detalles de la<br />

decoración. En el rincón, junto a la chim<strong>en</strong>ea, Édorel insistía <strong>en</strong> mant<strong>en</strong>er<br />

alto el fuego. La vio <strong>en</strong>trar y se puso <strong>en</strong> pie. Neraveith dejó el zurrón con<br />

todos sus ut<strong>en</strong>silios sobre la mesa y se acercó al herido. Lo habían<br />

acomodado <strong>en</strong> el suelo, el pequeño lecho de Édorel no hubiese bastado.<br />

Estaba cubierto con una manta.<br />

—¿Podríais bajar la int<strong>en</strong>sidad del fuego? Tanto calor no le ayuda.<br />

Eoroth, abrid un poco la puerta para que se airee el ambi<strong>en</strong>te.<br />

Mi<strong>en</strong>tras el caballero obedecía, Neraveith se agachó junto al herido y,<br />

331


ápidam<strong>en</strong>te, Édorel se acercó a ella para asistirla.<br />

—Usé algo para que dejase de sangrar, pero ahora pi<strong>en</strong>so que tal vez<br />

no debería haberlo hecho.<br />

Neraveith retiró la manta que lo cubría y no pudo evitar que se le<br />

<strong>en</strong>cogiese el estómago ante la magnitud del destrozo. Varios surcos sobre<br />

el pecho le habían desgarrado la piel. En algunos lugares, habían alcanzado<br />

las costillas y el hueso se podía apreciar claram<strong>en</strong>te. En el brazo izquierdo,<br />

no sólo la piel, sino también la carne estaban desgarradan y p<strong>en</strong>dían<br />

flácidas. El herido estaba muy pálido, probablem<strong>en</strong>te debía de haber<br />

perdido muchísima sangre, incluso era posible que hubiese muerto ya.<br />

Neraveith escuchó at<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. Respiraba. Prestó especial at<strong>en</strong>ción a<br />

la int<strong>en</strong>sidad con la que lo hacía. No era profunda, pero tampoco era tan<br />

débil como cabría esperar. Acto seguido deslizó sus dedos hacia el lado de<br />

la tráquea para s<strong>en</strong>tir el pulso. Lo que notó la sorpr<strong>en</strong>dió: era claro y firme.<br />

No era posible que algui<strong>en</strong> que sufriese de esa pérdida de sangre<br />

mantuviese esa int<strong>en</strong>sidad <strong>en</strong> los latidos del corazón. Estaba muy pálido,<br />

sus labios y párpados pres<strong>en</strong>taban un tono violáceo. Con el dorso de la<br />

mano tocó su fr<strong>en</strong>te, estaba ardi<strong>en</strong>do. T<strong>en</strong>ía muchísima fiebre, pero su<br />

rostro no d<strong>en</strong>otaba sufrimi<strong>en</strong>to alguno, parecía dormir plácidam<strong>en</strong>te. La<br />

voz de Édorel la sacó de sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.<br />

—Tal vez no debería haberle cerrado las heridas, ahora ti<strong>en</strong>e fiebre<br />

por mi culpa.<br />

Neraveith, sin desviar la mirada del rostro de Lúcer, int<strong>en</strong>tando<br />

<strong>en</strong>contrar qué era lo que no <strong>en</strong>cajaba <strong>en</strong> él, le respondió.<br />

—No os preocupéis, Édorel. Si no hubieseis hecho eso, ahora estaría<br />

muerto. Poned agua a hervir y preparad un cocimi<strong>en</strong>to con esta hierba.<br />

Eoroth, prestadme una daga por favor.<br />

Unos minutos más tarde, con todo el repertorio de su farmacopea<br />

ext<strong>en</strong>dido sobre la mesa y el agua cal<strong>en</strong>tándose <strong>en</strong> el fuego, Neraveith se<br />

aprestó a tratar al herido. Con ayuda de la daga, cortó las pr<strong>en</strong>das que aún<br />

t<strong>en</strong>ía y que Édorel no se había atrevido a quitarle y las retiró. Tras el<br />

primer vistazo que había echado anteriorm<strong>en</strong>te, se dispuso a examinarlo<br />

exhaustivam<strong>en</strong>te.<br />

Casi toda la piel estaba repleta de quemaduras que parecían haber sido<br />

hechas por abrasión, como si hubiese sido arrastrado por una superficie de<br />

piedra. ¿Era posible que el fuego de un dragón hiciese ese extraño efecto?<br />

No sangraba por la nariz ni por los oídos, era una bu<strong>en</strong>a señal. Con las<br />

yemas de sus dedos com<strong>en</strong>zó a palpar suavem<strong>en</strong>te la cabeza <strong>en</strong> busca de<br />

332


posibles huesos rotos, después desc<strong>en</strong>dió por el cuello. Cuando llegó a las<br />

costillas, evitando moverlo <strong>en</strong> demasía, pudo comprobar que t<strong>en</strong>ía dos<br />

costillas rotas pero la columna estaba intacta afortunadam<strong>en</strong>te. Acto<br />

seguido palpó y observó el abdom<strong>en</strong> <strong>en</strong> busca de hemorragias internas,<br />

desgarros o lesiones. Percibió alguna fuerte contusión, pero no parecía<br />

haber ningún desgarro. Por último, examinó la cadera y las extremidades.<br />

No había lesiones internas apar<strong>en</strong>tes, pero el brazo izquierdo t<strong>en</strong>ía el hueso<br />

roto <strong>en</strong> varios fragm<strong>en</strong>tos astillados.<br />

Una vez valorado el estado del herido, procedió a dar instrucciones.<br />

Édorel había puesto agua a hervir <strong>en</strong> el caldero más grande que t<strong>en</strong>ía y<br />

Eoroth había estado preparando v<strong>en</strong>dajes sin mediar palabras,<br />

adelantándose a sus necesidades.<br />

—Vamos a com<strong>en</strong>zar por desinfectar todas las heridas. Cortadme este<br />

li<strong>en</strong>zo <strong>en</strong> trozos pequeños que usaremos para limpiar. Édorel ayudadme a<br />

preparar estas hierbas. Machacad esta corteza con el mortero, es lo que<br />

usasteis antes, ya sabéis cómo se ha de hacer. Luego la aplicaremos a las<br />

heridas para que coagul<strong>en</strong> bi<strong>en</strong>, porque lo más probable es que alguna se<br />

abra mi<strong>en</strong>tras la limpiamos.<br />

Con paci<strong>en</strong>cia y mucho cuidado, limpiaron las heridas, aplicaron<br />

cataplasmas y compresas <strong>en</strong> los golpes y las extrañas quemaduras.<br />

Mi<strong>en</strong>tras duró todo el proceso, Neraveith percibió nuevas rarezas <strong>en</strong> el<br />

herido. La primera era que estuviese vivo, la sigui<strong>en</strong>te era que el herido no<br />

reflejase dolor alguno o delirase. Si no hubiese sido por la respiración,<br />

hubiese creído que estaba muerto.<br />

—Édorel, ¿dónde lo <strong>en</strong>contrasteis?<br />

—En el claro, junto al dragón.<br />

—¿No había nadie más? ¿Nadie que le hubiese podido lanzar un<br />

hechizo para que no muriese?<br />

—No vi a nadie más.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to se oyó algo de ruido <strong>en</strong> el exterior. Una recién<br />

llegada estaba pidi<strong>en</strong>do explicaciones sobre lo sucedido <strong>en</strong> tono exaltado.<br />

Ante el posible alboroto inmin<strong>en</strong>te, Eoroth salió, cerró la puerta<br />

suavem<strong>en</strong>te tras de sí, y dejó solas a las dos mujeres.<br />

Mi<strong>en</strong>tras su m<strong>en</strong>te rumiaba sobre una posible explicación, Neraveith<br />

hizo de tripas corazón para realizar la operación que más temía. Sacó del<br />

zurrón la pequeña bolsa que guardaba los ut<strong>en</strong>silios de quirúrgicos,<br />

deshizo los nudos de las correas que la ataban y ext<strong>en</strong>dió su cont<strong>en</strong>ido. Un<br />

comp<strong>en</strong>dio de artilugios punzantes y curvos cuidadosam<strong>en</strong>te ord<strong>en</strong>ados y<br />

333


fijados al cuero se ext<strong>en</strong>dió. Escogió una fina aguja curva y <strong>en</strong>hebró un<br />

hilo <strong>en</strong> ella.<br />

Neraveith examinó el brazo izquierdo y, con pulso firme, colocó <strong>en</strong> su<br />

sitio los pedazos de hueso, uniéndolos manualm<strong>en</strong>te. Analizó<br />

detalladam<strong>en</strong>te por dónde se había desgarrado la carne y, sujetando el<br />

músculo desgarrado con los dedos, fue insertando el hilo y anudándolo. Se<br />

esmeró <strong>en</strong> ser todo lo cuidadosa que pudo para cerrar la piel desgarrada<br />

con precisión. Ni siquiera cuando se <strong>en</strong>cargó de coser las terribles heridas<br />

de su pecho, y colocar <strong>en</strong> el sitio que correspondía las dislocadas costillas,<br />

el paci<strong>en</strong>te tuvo la más mínima inquietud <strong>en</strong> su respiración. En un gesto<br />

instintivo, Neraveith volvió a tomarle el pulso. Era l<strong>en</strong>to, pero firme. A<br />

pesar de haber hecho un bu<strong>en</strong> trabajo, dudaba que pudiese volver a usar el<br />

brazo nunca. Más aún, dudaba que llegase a vivir más de unas horas. De<br />

todas maneras, decidió no <strong>en</strong>tablillarle la extremidad, la carne cubierta<br />

t<strong>en</strong>día a <strong>en</strong>fermar. Si <strong>en</strong> unos días había cicatrizado, lo haría.<br />

No vivirá lo sufici<strong>en</strong>te para eso...<br />

—Édorel, si el cocimi<strong>en</strong>to se ha <strong>en</strong>friado lo sufici<strong>en</strong>te, se lo<br />

int<strong>en</strong>taremos hacer tragar.<br />

Tras unos largos esfuerzos, Neraveith logró hacer que algo de la<br />

medicina bajase por la garganta del herido.<br />

—Esto fortalecerá su corazón, pero, es curioso, no parece necesitarlo.<br />

Édorel no se había percatado del efecto hipnótico que había t<strong>en</strong>ido<br />

sobre ella el pecho del herido, que subía y bajaba indicando que aún seguía<br />

<strong>en</strong> el mundo de los vivos. La semielfa había permanecido tanto tiempo<br />

vigilando la respiración de Lúcer que ahora le costaba despegar la at<strong>en</strong>ción<br />

de él. Cuando lo hizo, sintió como algo se revolvía d<strong>en</strong>tro de ella,<br />

protestando, y se percató de que le parecía un ser ac<strong>en</strong>tuadam<strong>en</strong>te especial.<br />

—Creo que deberías ir a descansar, Édorel.<br />

—Sí, debería...<br />

58 — La oración a Basth<br />

En cuanto Édorel salió de la pequeña cabaña, Neraveith procedió a<br />

recoger su farmacopea y las herrami<strong>en</strong>tas que había usado. Debería<br />

limpiarlas conci<strong>en</strong>zudam<strong>en</strong>te a su regreso al castillo.<br />

Lúcer no iba a sobrevivir, lo sabía. Era milagroso que ella hubiese<br />

llegado a tiempo para asistirlo. A pesar de haberlo conocido brevem<strong>en</strong>te,<br />

había de agradecerle la discreción que había t<strong>en</strong>ido respecto al extraño<br />

334


desliz <strong>en</strong> que se sumieron unas semanas atrás.<br />

De rep<strong>en</strong>te, sus dedos rozaron algo <strong>en</strong> el bolsillo lateral del zurrón de<br />

las medicinas. Había olvidado por completo el amuleto que le había<br />

<strong>en</strong>tregado Meldionor. Lo sacó de su escondite y lo miró fijam<strong>en</strong>te. El disco<br />

de bronce con el símbolo de Basth el Justo brilló a la luz del fuego.<br />

Otra superstición más...<br />

Pocas eran las veces <strong>en</strong> que Neraveith se <strong>en</strong>com<strong>en</strong>daba, o<br />

<strong>en</strong>com<strong>en</strong>daba a algui<strong>en</strong>, a un poder invisible. No era mujer de seguir<br />

esoterismos ni ritos. Para ella, la clara y tangible realidad de cada día era<br />

física. Pero Meldionor le había aconsejado usar aquella posibilidad, una<br />

vez acabados los medios mundanos para sanar al herido. De habérselo<br />

sugerido cualquier otro, lo habría desestimado de inmediato, pero ella<br />

había pres<strong>en</strong>ciado el poder de su consejero cuando se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tó al<br />

cabalgador de sombras. Meldionor t<strong>en</strong>ía el don de tocar la magia. No podía<br />

negarlo.<br />

Dejó el zurrón sobre la mesa y se acercó de nuevo al hombre t<strong>en</strong>dido<br />

<strong>en</strong> el suelo. Se arrodilló a la cabecera, colocando su postura correctam<strong>en</strong>te,<br />

y trató de recordar cuál era el ritual exacto para invocar una sanación de<br />

Basth el Justo.<br />

¿Han <strong>en</strong>cerrado una sanación d<strong>en</strong>tro de este trozo de metal o atraerá<br />

el poder del dios como un árbol solitario al rayo?<br />

Neraveith reprimió el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de ridículo que la asaltó, alzó el<br />

símbolo de Basth el Justo por <strong>en</strong>cima de su cabeza (como mandaban los<br />

cánones eclesiásticos) y se dispuso a recitar la plegaria. No era una mujer<br />

muy versada <strong>en</strong> los rituales de los sacerdotes, pero conocía los necesarios<br />

para no despertar acusaciones de herejía <strong>en</strong>tre ellos. Concretam<strong>en</strong>te, aquél<br />

lo había memorizado con algo de curiosidad médica <strong>en</strong>vuelta.<br />

—Que vuestra luz lo ilumine, grandísimo Basth, que alcance su alma<br />

y alim<strong>en</strong>te su cuerpo. Que las estrellas de vuestro firmam<strong>en</strong>to le guí<strong>en</strong> para<br />

que su camino sea recto. Que vuestra voluntad sea la que le otorgue el don<br />

de la curación. Gran señor de la justicia, que vuestro poder calme el ansia<br />

de los espíritus de la <strong>en</strong>fermedad que quier<strong>en</strong> alim<strong>en</strong>tarse de él.<br />

Neraveith dejó extinguirse las últimas palabras, recreándose <strong>en</strong> el<br />

sabor a esperanza y protección que reflejaban. Bi<strong>en</strong> podía haber sido su<br />

rezo lo bastante correcto como para ser respondido. En ese instante, que<br />

Neraveith sintió como glorioso, un delicado cosquilleo se ext<strong>en</strong>dió desde<br />

la yema de sus dedos, donde su piel estaba <strong>en</strong> contacto con la superficie<br />

del símbolo sagrado a Basth, bajó por sus brazos y una int<strong>en</strong>sa s<strong>en</strong>sación<br />

335


de paz la inundó.<br />

¿Es posible que haya funcionado?<br />

Neraveith sonrió esperanzada. Era la s<strong>en</strong>sación que había oído<br />

describir a algunos acólitos cuando sus rezos para sanar a algui<strong>en</strong> daban<br />

resultado. No creía demasiado <strong>en</strong> ello, pero era posible que fuese<br />

simplem<strong>en</strong>te una bu<strong>en</strong>a señal, no deseaba preguntárselo <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to.<br />

Con delicadeza, acercó su mano derecha a la fr<strong>en</strong>te del herido mi<strong>en</strong>tras<br />

mant<strong>en</strong>ía el símbolo a Basth por <strong>en</strong>cima de su cabeza, sigui<strong>en</strong>do la rígida<br />

coreografía impuesta a la hora de ejecutar ese rito. Pero, de rep<strong>en</strong>te, algo<br />

<strong>en</strong> el aire se opuso al avance de su mano.<br />

Era como hundir el brazo <strong>en</strong> un lodo muy espeso. Neraveith abrió los<br />

ojos, extrañada, y trató de percibir qué era lo que había palpado ante ella,<br />

sorpr<strong>en</strong>dida más que inquieta. En ese instante, todo a su alrededor pareció<br />

cobrar una nueva dim<strong>en</strong>sión. Las paredes de la pequeña cabaña parecieron<br />

alejarse de ella, como vistas a través de una gota de agua, y la luz<br />

ambi<strong>en</strong>tal m<strong>en</strong>guó. Fue cuando percibió el movimi<strong>en</strong>to. Alzó la vista hacia<br />

allí y lo que vio la dejó helada.<br />

Hebras de oscuridad estaban surgi<strong>en</strong>do del cuerpo de Lúcer, como<br />

gruesas maromas negras. Lo que más la impresionó fue que parecían<br />

brillar. Aquello no era posible, la oscuridad no podía brillar... Se alzaba<br />

sobre él, reuniéndose <strong>en</strong> una forma imprecisa. Neraveith tomó aire<br />

rápidam<strong>en</strong>te, la impresión le había hecho olvidar respirar. ¿Era posible que<br />

Lúcer tuviese una maldición d<strong>en</strong>tro y eso fuese su manifestación? ¿O bi<strong>en</strong><br />

un espíritu de la <strong>en</strong>fermedad lo estaba abandonando gracias a la oración?<br />

La extraña luminosidad negra estaba tomando forma humanoide. Pudo<br />

reconocer unos brazos y una cabeza. Estaba acuclillado sobre Lúcer y alzó<br />

l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te el rostro hacia ella. Entonces notó el m<strong>en</strong>saje del <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro <strong>en</strong><br />

su m<strong>en</strong>te.<br />

—¡No me toques!<br />

Neraveith sintió cómo la ira subía d<strong>en</strong>tro de ella. Una b<strong>en</strong>dición de<br />

Basth el justo estaba expulsando a un espíritu de la <strong>en</strong>fermedad. Frunció el<br />

ceño, irritada ante la desfachatez de aquella aberración. Con un gran<br />

esfuerzo, salvó el espacio que la separaba de la piel de Lúcer y pronunció<br />

las últimas palabras de la exhortación<br />

—¡Hágase tu voluntad!<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, rápido como una c<strong>en</strong>tella, la sombra se movió.<br />

Neraveith sintió una presión <strong>en</strong> el cuello y que era arrancada del suelo. El<br />

símbolo sagrado se escapó de <strong>en</strong>tre sus dedos por la sorpresa. El aire dejó<br />

336


de circular por sus pulmones y sintió que la cabeza le daba vueltas. Notó<br />

cómo la sombra la acercaba a lo que parecía ser su rostro. La sost<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> el<br />

aire sobre el cuerpo t<strong>en</strong>dido de Lúcer y le pareció que era algo grotesco,<br />

perverso, casi una blasfemia, pero el terror no le permitió planteárselo<br />

mucho tiempo. Los límites de la silueta estaban bi<strong>en</strong> delimitados ahora, era<br />

una forma completam<strong>en</strong>te humana. En ese mom<strong>en</strong>to, unos ojos se abrieron<br />

para mirarla ll<strong>en</strong>os de ira. Eran de un verde profundo y... ¡los conocía!<br />

El corazón de Neraveith dio un vuelco e int<strong>en</strong>tó asir la garra que<br />

aferraba su garganta, pero sus dedos la atravesaron como si hubiese sido<br />

humo y manoteó <strong>en</strong> el aire inútilm<strong>en</strong>te. La figura acercó el rostro<br />

inexist<strong>en</strong>te a ella y volvió a s<strong>en</strong>tir la palabras taladrando su m<strong>en</strong>te.<br />

—¡He dicho que no me toques!<br />

Como si de un latigazo se tratase, un int<strong>en</strong>so dolor la golpeó. Un<br />

poderoso choque estalló d<strong>en</strong>tro de ella y su cuerpo fue catapultado hacia<br />

atrás. No le dio tiempo ni a gritar por la sorpresa. Golpeó su espalda contra<br />

la pared y su cabeza rebotó dolorosam<strong>en</strong>te contra la dura superficie. Al<br />

caer al suelo, alzó rápidam<strong>en</strong>te la vista a través de los desmadejados<br />

cabellos, hacia la figura del yaci<strong>en</strong>te. En esos instantes, la imag<strong>en</strong> de Lúcer<br />

se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong>vuelta <strong>en</strong> una extraña p<strong>en</strong>umbra que bailaba alrededor de<br />

él. El fuego del hogar debería haberlo iluminado, pero la luz de la hoguera<br />

no lograba alzancarlo. Parecía como si algo se la bebiese cuando trataba de<br />

acercarse a él. Neraveith sintió un trem<strong>en</strong>do escalofrío y que sus hombros<br />

temblaban cada vez que inhalaba aire dificultosam<strong>en</strong>te.<br />

De pronto, la oscuridad pareció replegarse, conc<strong>en</strong>trándose <strong>en</strong> la<br />

figura del herido, y la luz regresó. Los colores habituales de la cabaña<br />

volvieron a ll<strong>en</strong>ar el espacio y el fuego volvió a lanzar sus fulgores<br />

mi<strong>en</strong>tras el cálido crepitar de las llamas se hacia oír. Neraveith respiró<br />

hondo varias veces para obligarse a ser<strong>en</strong>arse antes de ponerse <strong>en</strong> pie<br />

temblorosa ¿Qué demonios había provocado con su plegaria? En ese<br />

mom<strong>en</strong>to, Eoroth <strong>en</strong>treabrió la puerta de la cabaña.<br />

—Mi señora, ¿estáis bi<strong>en</strong>? Me pareció oír un golpe.<br />

Neraveith se alisó el vestido para recuperar la compostura <strong>en</strong> el breve<br />

mom<strong>en</strong>to que le otorgaría aquel gesto. Sus manos temblaban y se esforzó<br />

<strong>en</strong> hacer que su voz sonase firme, cosa que no le resultó fácil.<br />

—No os preocupéis, Eoroth, mi torpeza ha provocado una caída<br />

aparatosa, nada de lo que debáis inquietaros. En un instante estaré fuera, si<br />

me permitís acabar de recoger todo.<br />

—¿Deseáis que algui<strong>en</strong> os ayude?<br />

337


—No, preferiría estar a solas con mis p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.<br />

Eoroth, tras observar los rincones de la pequeña cabaña, cerró tras de<br />

sí la puerta. Entonces Neraveith se acercó rápidam<strong>en</strong>te al herido. No quería<br />

ni p<strong>en</strong>sar que hubiese podido matarlo con su estupidez. Con gran<br />

inquietud, le tomó el pulso y dejó escapar un suspiro cuando lo notó<br />

claram<strong>en</strong>te bajo la piel.<br />

Aquéllo no era normal, ella había visto actuar aquel inof<strong>en</strong>sivo ritual<br />

ci<strong>en</strong>tos de veces. Nunca había sabido que produjese nada parecido. Int<strong>en</strong>tó<br />

recordar todos los detalles que pudo. Su mano había notado algo que<br />

int<strong>en</strong>taba evitar que se acercase al herido. Ci<strong>en</strong>tos de interrogantes volaban<br />

por su m<strong>en</strong>te. Parecía como si el hechizo y Lúcer se hubies<strong>en</strong> rechazado<br />

mutuam<strong>en</strong>te. Y luego había aparecido aquella cosa demoníaca...<br />

Con la vista buscó el símbolo de Basth el Justo. Lo vio contra la pared<br />

del otro extremo de la cabaña, pero no quiso recogerlo. Neraveith tomó su<br />

capa y sus pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cias apresuradam<strong>en</strong>te y se dirigió hacia la puerta. No<br />

t<strong>en</strong>ía respuesta para ninguna de las preguntas que habían ocasionado los<br />

acontecimi<strong>en</strong>tos reci<strong>en</strong>tes, pero iba a ir a buscarlas. Debía saber qué había<br />

ocurrido hacía unos instantes, y para ello debería remontarse a los sucesos<br />

de la noche anterior. Ya que el único testigo del que disponían no estaba <strong>en</strong><br />

condiciones de hablar, debería tratar con los otros testigos de los hechos.<br />

Neraveith sabía dónde <strong>en</strong>contrarlos. De todos era conocido que el bosque<br />

de Isthelda estaba plagado de hadas.<br />

59 — Buscando hadas<br />

Cuando Neraveith salió de la cabaña de la guardabosques, una<br />

expresión sombría cruzaba su rostro. Colocó sobre sus hombros su capa<br />

con un vigor poco usual, le temblaban las manos, y no deseaba mostrarse<br />

asustada. Los pres<strong>en</strong>tes se volvieron hacia ella. En las breves horas <strong>en</strong> que<br />

se había ocupado del herido, varios curiosos habían confluido <strong>en</strong> el claro.<br />

—Lord Eoroth, deseo conocer todos los detalles que podáis darme<br />

sobre el herido. Su proced<strong>en</strong>cia y todo dato que podáis aportar. Édorel,<br />

necesito que me relatéis cómo lo <strong>en</strong>contrasteis, sin omitir un sólo detalle.<br />

Neraveith se recordó a sí misma que, probablem<strong>en</strong>te, ella supiese más<br />

detalles íntimos sobre él que ninguno de los pres<strong>en</strong>tes. La semielfa volvió<br />

a narrar la noche anterior sin omitir nada. En sus ojeras y la dificultad con<br />

la que <strong>en</strong>lazaba las palabras se reflejaba su cansancio. Cuando acabó su<br />

relato, se detuvo y observó a los pres<strong>en</strong>tes.<br />

338


—Creo que no he olvidado nada.<br />

Neraveith asintió.<br />

—¿Alguno de vosotros sabe algún detalle más sobre él que pueda<br />

ayudarnos a averiguar su id<strong>en</strong>tidad?<br />

Ariweth bufó, desdeñosa.<br />

—Mató a Enuara, es lo único que necesitamos saber.<br />

—¿Fuisteis testigo, dama Ariweth?<br />

—Jafsemer me relató lo ocurrido.<br />

Neraveith reflexionó un mom<strong>en</strong>to.<br />

—¿Algui<strong>en</strong> sabe dónde <strong>en</strong>contrar a Jafsemer para que nos confirme<br />

esa historia?<br />

Los pres<strong>en</strong>tes negaron.<br />

—Desapareció al día sigui<strong>en</strong>te de la torm<strong>en</strong>ta.<br />

—Entonces, si Jafsemer no puede darnos más datos sobre lo sucedido,<br />

t<strong>en</strong>dremos que buscar a otros testigos.<br />

—¿A quién os referís, mi señora? —preguntó Eoroth.<br />

—A las hadas de Isthelda. Enuara era un hada y no puedo creer que el<br />

resto de esos seres no sepan lo que le sucedió.<br />

Hubo un sil<strong>en</strong>cio reflexivo que rompió Saleith.<br />

—Mi señora, a las hadas no se las puede buscar, sólo se las <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra<br />

si ellas lo desean.<br />

Édorel las interrumpió.<br />

—Podríamos tratar de hablar con las ondinas del lago.<br />

—Precisam<strong>en</strong>te, ésa es la posibilidad más factible que barajo.<br />

—¡Es cierto! —exclamó Eoroth—. La noche que te <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>taste a<br />

Lúcer, Ariweth, él había t<strong>en</strong>ido un percance <strong>en</strong> el lago con las ondinas.<br />

Son otra especie de hada o espíritu faérico de las aguas.<br />

A la noble no le gustaba que le recordas<strong>en</strong> aquella noche. Édorel se<br />

apresuró a colarse <strong>en</strong> la conversación.<br />

—Son caprichosas. No hablarán con nosotros a m<strong>en</strong>os que lo dese<strong>en</strong>.<br />

—¿Crees que servirá de algo que me meta <strong>en</strong> el agua para cazarlas,<br />

Édorel? —preguntó Eoroth con una sonrisa chistosa.<br />

—Si llevas tu coraza, no. No les gusta el hierro.<br />

Neraveith hizo un gesto <strong>en</strong> dirección al lago.<br />

—Édorel, si algui<strong>en</strong> puede lograr que las ondinas nos habl<strong>en</strong> sois vos.<br />

Int<strong>en</strong>tadlo.<br />

La semielfa asintió.<br />

—Necesitaré ayuda para t<strong>en</strong>tarlas. Eoroth, por favor, quítate la coraza.<br />

339


El grupo de humanos y la semielfa se dirigieron al lago. Cuando<br />

estaban cerca de sus orillas, Édorel les hizo retroceder y avanzó a solas con<br />

Eoroth, llevando la espada y la coraza del caballero bajo su brazo.<br />

—Int<strong>en</strong>tarán hechizarte, tal vez. Trata de no escucharlas. Ahora,<br />

agáchate y toca el agua con los dedos. Así te s<strong>en</strong>tirán.<br />

—¿Por qué debo hacer esto?<br />

—Les gustan los hombres. Yo sólo soy una hembra medio humana, no<br />

les intereso.<br />

Eoroth siguió sus instrucciones. Se acuclilló fr<strong>en</strong>te a la orilla y deslizó<br />

los dedos por su superficie. Todos dirigieron su mirada hacia el lago <strong>en</strong><br />

espera del milagro. Y de rep<strong>en</strong>te llegó. Un risa cristalina surgió de algún<br />

lugar <strong>en</strong>tre las aguas.<br />

—Son ellas, Eoroth, no te muevas.<br />

Él ya miraba embobado hacia las aguas, incapaz de hacer nada más,<br />

atrapado por el embrujo de las ondinas. A poca distancia de la orilla,<br />

surgió la primera. Se puso <strong>en</strong> pie y el agua la cubrió hasta la cadera. Era<br />

pelirroja y el transpar<strong>en</strong>te vestido verde que llevaba se aferró a su piel.<br />

Sonrió a Eoroth y Édorel lo aferró cuando quiso levantarse para dar un<br />

paso al fr<strong>en</strong>te.<br />

—¡Eoroth, no!<br />

La ondina dirigió una mirada de fastidio a la guardabosque. Su voz era<br />

suave y dulce.<br />

—Semielfa, dánoslo. Tú no lo vas a disfrutar.<br />

Édorel negó.<br />

—Algui<strong>en</strong> quiere hablar con vosotras, algui<strong>en</strong> importante.<br />

Dos ondinas más surgieron tras la primera y las tres esbozaron un<br />

gesto de interés simultáneo.<br />

—¿Quién quiere hablar con nosotras?<br />

—La reina de los humanos que pueblan Isthelda.<br />

Neraveith avanzó, fascinada por la pres<strong>en</strong>cia de las tres hadas. Les<br />

dirigió un respetuoso gesto de saludo y las tres volvieron sus ojos hacia<br />

ella como una sola.<br />

—Busco información sobre un hombre al que debéis haber visto. Su<br />

nombre es Lúcer.<br />

Las tres dieron un paso hacia atrás, pero solo habló la del cabello<br />

plateado.<br />

—Esa información no la obt<strong>en</strong>drás de nosotras.<br />

—Pero le conocéis.<br />

340


Las ondinas fijaron sus ojos <strong>en</strong> la reina.<br />

—No hablaremos sobre él —dijo la pelirroja.<br />

Neraveith sintió que se desvanecían sus esperanzas.<br />

—¿Y hablaréis de Enuara?<br />

—No.<br />

—¿Por qué?<br />

—Nuestra reina así lo ord<strong>en</strong>a —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció la rubia.<br />

Neraveith sintió por un mom<strong>en</strong>to que sus esperanzas se desvanecían,<br />

pero <strong>en</strong>tonces su porte regio la asaltó de rep<strong>en</strong>te.<br />

—Comunicad a vuestra señora que la reina de los humanos de Isthelda<br />

acudirá a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro <strong>en</strong> el día de hoy.<br />

—¿Con qué fin?<br />

—Sólo ella ha de saberlo.<br />

Las ondinas se miraron un mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tre ellas.<br />

—¿Qué nos ofrecéis a cambio de llevar el m<strong>en</strong>saje hasta ella? —<br />

preguntaron simultáneam<strong>en</strong>te.<br />

Édorel seguía agarrando a su fascinado primo, sabía lo que pedirían<br />

las ondinas.<br />

—¿Qué deseáis? —inquirió Neraveith.<br />

La pelirroja señaló a Eoroth.<br />

—Que él camine d<strong>en</strong>tro del lago.<br />

Neraveith respondió sin p<strong>en</strong>sar.<br />

—De acuerdo...<br />

Las tres ondinas sonrieron como una sola y Édorel esbozó un gesto de<br />

terror.<br />

—No...<br />

Eoroth se puso <strong>en</strong> pie atraído por el hechizo de las ondinas,<br />

arrastrando con él a Édorel, que aún trataba de ret<strong>en</strong>erlo, y avanzó. La<br />

semielfa no dudó. Soltó el brazo de su primo y lanzó la espada de Eoroth<br />

hacia las ondinas. Ellas se apartaron con un gesto de disgusto y el arma<br />

cayó al agua con un chapoteo.<br />

—¡Ariweth, ayúdame!<br />

La noble ya se había metido <strong>en</strong> el agua antes de que su hermana<br />

adoptiva lanzase el grito de auxilio. Aferró a su primo y retrocedió con él<br />

hasta la orilla. Édorel resopló, aliviada, mi<strong>en</strong>tras las tres hadas esbozaban<br />

una mueca de fastidio. Neraveith observaba toda la esc<strong>en</strong>a sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

—Él ha caminado <strong>en</strong> el lago, ahora vosotras debéis informar a vuestra<br />

reina —dijo Édorel.<br />

341


Las tres ondinas volvieron a sumergirse bajo las aguas y la superficie<br />

quedó quieta. Neraveith dejó escapar un suspiro de alivio.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to, Édorel. No sabía lo que implicaba su petición.<br />

Ella negó.<br />

—No importa.<br />

—¿Cumplirán su promesa?<br />

—Sí. No les queda más remedio. Pero, si quieres <strong>en</strong>contrarlas, es<br />

mejor que no vayas conmigo. Ya les he v<strong>en</strong>cido una vez, no se arriesgarán<br />

más hoy.<br />

Neraveith asintió.<br />

—Entonces, Anisse me acompañará. También sabe algo sobre ellas.<br />

Lord Eoroth, os ruego que os turnéis para vigilar el estado del herido. Poco<br />

más podemos hacer por él. Trataré de regresar antes del anochecer con<br />

algo más de información sobre lo sucedido.<br />

—Así se hará.<br />

—¿Dónde está Anisse?, ¿y mi yegua? —pidió con cierta premura.<br />

La jov<strong>en</strong> apareció <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to, llevando de las ri<strong>en</strong>das a los dos<br />

caballos con los que habían llegado al claro.<br />

—Estoy aquí, mi señora.<br />

Neraveith se sorpr<strong>en</strong>dió al oír su tono de voz, apagado y decaído, pero<br />

le sorpr<strong>en</strong>dió aún más que la llamase por un apelativo formal <strong>en</strong> el claro.<br />

Por un mom<strong>en</strong>to, p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> preguntarle por qué lo había hecho, pero al<br />

instante las anteriores preguntas que rondaban su m<strong>en</strong>te tomaron el<br />

control.<br />

La reina sujetó con firmeza las ri<strong>en</strong>das de su montura y subió sobre<br />

ella con un ágil impulso. Anisse, a su lado, montó <strong>en</strong> su corcel y siguió sus<br />

pasos.<br />

Neraveith no t<strong>en</strong>ía idea de a dónde debía dirigirse, así que<br />

simplem<strong>en</strong>te tomó el primer camino que se le ofreció y <strong>en</strong>caminó su yegua<br />

por él. El claro quedó oculto por la cortina de árboles rápidam<strong>en</strong>te, y la<br />

oscuridad del bosque se cernió sobre las dos amazonas y sus monturas.<br />

Quizás lo que estaba haci<strong>en</strong>do era una tontería, pero hasta no hacía tanto<br />

había considerado las plegarias a los dioses como supersticiones.<br />

—Anisse, ¿sabes hacia dónde nos dirigimos?<br />

—No lo sé, pero sé cuáles son tus int<strong>en</strong>ciones. He visto y oído todo lo<br />

sucedido <strong>en</strong> el lago.<br />

La jov<strong>en</strong> mant<strong>en</strong>ía la mirada perdida y el gesto hosco.<br />

342


—Supuse que tú podrías ayudarme. Puedes ver hadas. Las conoces<br />

mejor que yo.<br />

Anisse no respondió nada a esas palabras y Neraveith la observó<br />

det<strong>en</strong>idam<strong>en</strong>te, con cierta preocupación.<br />

—No recuerdo haberte oído hablar <strong>en</strong> todo el día. Ni un com<strong>en</strong>tario,<br />

ni una risa... ¿Qué te aflige? ¿Acaso te ha impresionado tanto ese hombre<br />

malherido? Soy tu amiga, puedes contármelo.<br />

Anisse tardó un poco <strong>en</strong> responder.<br />

—He visto morir g<strong>en</strong>te, Neraveith, no me impresiona.<br />

—¿Entonces? Puedes contármelo.<br />

Anisse volvió la vista hacia ella con los ojos ll<strong>en</strong>os de lágrimas.<br />

—No puedo, Neraveith. ¡No puedo hablarte de ello! Me juego la vida.<br />

La reina sintió que se le <strong>en</strong>cogía el corazón ante el arrebato de la<br />

chica. Nunca la había visto abatida, ni siquiera <strong>en</strong> mom<strong>en</strong>tos muchos más<br />

duros. Cuando llegó al castillo, sola, <strong>en</strong>ferma y perseguida reía, mant<strong>en</strong>ía<br />

el arrojo y la esperanza altos. Neraveith tiró de las ri<strong>en</strong>das de su caballo y<br />

se volvió hacia ella.<br />

—¿Te juegas la vida? ¡Por todos los Dioses! ¿A qué te refieres?<br />

Anisse suspiró fuertem<strong>en</strong>te por la nariz y dejó escapar el aire<br />

<strong>en</strong>trecortadam<strong>en</strong>te. Luego alzó la vista con algo más de decisión <strong>en</strong> su<br />

semblante.<br />

—No puedo darte las respuestas que buscas, Neraveith, porque hice<br />

una promesa. Pero las hadas sí pued<strong>en</strong>. Encontrémoslas.<br />

Neraveith movió a su yegua para situarse ante el caballo de Anisse y<br />

barrarle el paso. La observó muy seria.<br />

—¿Qué promesa hiciste y a quién?<br />

Anisse fijó <strong>en</strong> ella sus ojos negros y sabios, su voz sonó tan seria <strong>en</strong><br />

ese mom<strong>en</strong>to que Neraveith casi sintió como si hablase con otra persona.<br />

—Si realm<strong>en</strong>te eres mi amiga, como dices, no me harás esa pregunta<br />

nunca más. Mi vida dep<strong>en</strong>de de mi sil<strong>en</strong>cio.<br />

Neraveith sintió que se le secaba la boca ante el temor que sintió de<br />

súbito. Había cosas que no podía controlar, circunstancias que escapaban a<br />

su decisión y vigilancia. Ni siquiera había podido captar el abatimi<strong>en</strong>to de<br />

Anisse, ni protegerla, y un trem<strong>en</strong>do secreto <strong>en</strong>volvía su sil<strong>en</strong>cio. Se sintió<br />

casi irritada consigo misma al haber sido tan descuidada. Neraveith asintió<br />

y apartó a su montura del paso.<br />

—Creo que tal vez debas guiarnos tú.<br />

—A las hadas no se las busca, se las <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra, Neraveith.<br />

343


—Pero a mí sólo me <strong>en</strong>señaron a buscar.<br />

Anisse dejó que su caballo caminase a través de los arbustos, sin<br />

dirigirlo, hasta que lo detuvo de pronto.<br />

—Los guiamos con bocado de hierro y calzan hierro.<br />

Antes de que Neraveith pudiese preguntarle al respecto, la vio<br />

descabalgar y levantar la pata delantera de su caballo.<br />

—¿Arg<strong>en</strong>t lleva herraduras? —preguntó.<br />

La reina la miró extrañada.<br />

—¿A qué vi<strong>en</strong>e eso?<br />

—No pisarás tierra de hadas con zapatos de hierro. Si tu yegua lleva<br />

herraduras, quítaselas.<br />

—¿Que le quite las herraduras? Pero, ¿cómo voy a quitárselas?<br />

—Si ti<strong>en</strong>e los cascos largos sus herraduras ya estarán flojas, haz<br />

palanca con algo.<br />

Neraveith descabalgó y, extrañada por lo que iba a hacer, rebuscó <strong>en</strong><br />

su zurrón. Llevaba aún la larga daga que Eoroth le había prestado.<br />

Tanteando con torpeza, logró levantar una de las patas delanteras de<br />

Arg<strong>en</strong>t, pero dudó sobre cómo debía proceder, temerosa de lastimar al<br />

animal. Mi<strong>en</strong>tras analizaba el casco ll<strong>en</strong>o de tierra, Anisse le quitó la daga<br />

de las manos. Tras limpiar de barro la pata de la yegua, exploró los bordes<br />

de la herradura antes de separarla del casco haci<strong>en</strong>do una suave palanca<br />

con el arma.<br />

—T<strong>en</strong>ían que herrarla d<strong>en</strong>tro de dos días, hemos t<strong>en</strong>ido suerte.<br />

Con gran rapidez, Anisse levantó una a una el resto de patas del<br />

animal y la liberó de su calzado.<br />

—Deja todo lo que lleves <strong>en</strong>cima que sea de hierro, Neraveith, y<br />

puede que nos agradezcan la cortesía.<br />

Neraveith no se atrevió a preguntar al respecto y la obedeció.<br />

Volvieron a montar y Anisse las guió sin preguntarse dónde la llevaría el<br />

paso de su caballo. La reina, antes de seguirla, dirigió una mirada nerviosa<br />

al montón de objetos variopintos que había dejado bajo un árbol: cuatro<br />

herraduras, una daga, una navaja, varias herrami<strong>en</strong>tas quirúrgicas y un<br />

montón de agujas.<br />

Neraveith sabía que las hadas poblaban el bosque, lo ll<strong>en</strong>aban. No<br />

debería ser muy difícil <strong>en</strong>contrarlas, pero cabalgaron durante lo que les<br />

parecieron horas. En cierto mom<strong>en</strong>to, llegaron a una zona del bosque<br />

donde ninguna de las dos había estado nunca. Allí, los troncos, inm<strong>en</strong>sos y<br />

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de retorcidas raíces, se apretaban unos contra otros, casi formando <strong>en</strong><br />

ocasiones auténticas paredes vivi<strong>en</strong>tes. La bruma recorría el suelo<br />

reptando. Los caballos avanzaban l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, posando los cascos<br />

inseguros y mirando <strong>en</strong> derredor con ojos nerviosos. En cierto mom<strong>en</strong>to,<br />

las dos amazonas se vieron obligadas a descabalgar y caminar delante de<br />

sus monturas para buscar el camino.<br />

—Deberían haberse mostrado ya, sabi<strong>en</strong>do que las buscamos.<br />

Anisse negó con la cabeza.<br />

—No las busques, Neraveith, disfruta del paseo y trata de ver más allá<br />

de lo que captan tus ojos. Sabrás cuándo lleguemos a su territorio.<br />

—¿Cómo lo notaré?<br />

—No sabría cómo explicártelo. Es un cambio <strong>en</strong> el aire. Se nos<br />

mostrarán cuando así lo dese<strong>en</strong>.<br />

—Me parece una falta de cortesía no mostrarse, sabi<strong>en</strong>do que las<br />

buscamos.<br />

—No, Neraveith, no las buscamos. Acudes a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, yo sólo te<br />

acompaño.<br />

Neraveith se detuvo irritada.<br />

—¡Anisse! Dijiste que me ayudarías.<br />

Anisse no se dio la vuelta para responder, pero se detuvo.<br />

—Neraveith, a pesar de todo lo que has visto y leído, <strong>en</strong> ocasiones<br />

eres la mujer más necia que conozco.<br />

La reina sintió cómo subía el desconcierto por su cuerpo y, poco<br />

después, la ira. ¿Cómo era posible que Anisse la llamase necia? Se sintió<br />

tan herida y desconcertada que no supo qué responder. Se detuvo y<br />

observó cómo su cocinera seguía el camino y la dejaba rezagada. ¿Necia?<br />

No quiso mostrar el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de dolor que las palabras de Anisse habían<br />

causado <strong>en</strong> ella y corrió tras su guía, temerosa de quedarse sola.<br />

Arg<strong>en</strong>t de pronto tropezó y Neraveith se detuvo para ayudarla a<br />

sortear unas raíces especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong>revesadas. El lugar se había ido<br />

ll<strong>en</strong>ando de fango y los bajos de su vestido estaban mojados y sucios. Se<br />

s<strong>en</strong>tía irritada y estúpida por buscar una respuesta <strong>en</strong> las <strong>en</strong>trañas de un<br />

bosque maldito llevada por su confianza. Anisse había viajado mucho,<br />

había conocido hadas, pero eso no la cualificaba para <strong>en</strong>contrarlas cada<br />

vez que quisiese. ¡Cómo demonios se le había ocurrido recurrir a ella! ¿Y<br />

si no <strong>en</strong>contraban el camino de regreso? Tal vez había confiado demasiado<br />

<strong>en</strong> su posición de reina para que el bosque la tratase con la defer<strong>en</strong>cia que<br />

le había mostrado hasta ahora. Neraveith vio cómo su compañera se<br />

345


det<strong>en</strong>ía y se volvía hacia ella.<br />

—Estamos <strong>en</strong> territorio de hadas. Deberás caminar delante, eres tú la<br />

que acude a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro.<br />

La reina miró a su alrededor. Allí no había nada, solo un frío y ciego<br />

bosque, y un montón de barro que se pegaba a sus ropas.<br />

—¿Territorio de hadas? —su voz sonó algo más estrid<strong>en</strong>te de lo que<br />

ella hubiese deseado, pero ahora ya no podía parar—. ¡Estamos <strong>en</strong> mitad<br />

de ninguna parte, ll<strong>en</strong>as de barro, <strong>en</strong> la oscuridad, y seguram<strong>en</strong>te perdidas!<br />

¿Cómo demonios vamos a salir de aquí?<br />

—Ti<strong>en</strong>es razón Neraveith, esto no ti<strong>en</strong>e s<strong>en</strong>tido. No vamos a lograr<br />

<strong>en</strong>trar. Estás <strong>en</strong>fadada, y yo estoy triste...<br />

—Por todos los Dioses, ¡explícate! Sabes que no creo <strong>en</strong> fantasías<br />

infantiles. ¿Es que pret<strong>en</strong>des burlarte de mí? Háblame de algo que alcance<br />

a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der, algo que sea tangible. Las hadas deb<strong>en</strong> marcar su territorio de<br />

alguna manera visible...<br />

Neraveith sintió que estaba empezando a perder los nervios. El<br />

agotami<strong>en</strong>to le estaba haci<strong>en</strong>do mella y la desesperanza la ll<strong>en</strong>aba. Por no<br />

m<strong>en</strong>cionar la s<strong>en</strong>sación de absoluta necedad. Anisse respondió con gesto<br />

cansino.<br />

—No lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des Neraveith. Ellas están <strong>en</strong> todas partes, viv<strong>en</strong> <strong>en</strong><br />

todas partes y ninguna. Su reino no ti<strong>en</strong>e frontera, ya estamos <strong>en</strong> su tierra.<br />

Lo único que buscamos es un lugar por el que <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> ella. Hay sitios<br />

más fáciles para acceder a él que otros. Pero, la verdad, ahora me da igual.<br />

No creo que nos dej<strong>en</strong> <strong>en</strong>trar.<br />

Neraveith observó el gesto cansado de Anisse, hasta el mom<strong>en</strong>to no se<br />

había dado cu<strong>en</strong>ta de las ojeras que <strong>en</strong>marcaban sus ojos. Estaba<br />

demasiado acostumbrada a verla actuar, a verla obedecer órd<strong>en</strong>es, a que se<br />

adelantase a sus necesidades. Estaba demasiado acostumbrada a que la<br />

alegrase con su carácter abierto y <strong>en</strong>érgico sin que ella se lo pidiese y, de<br />

pronto, el ánimo sombrío de la chica la estaba desmoronando.<br />

Anisse mant<strong>en</strong>ía la mirada perdida por <strong>en</strong>cima del hombro de<br />

Neraveith.<br />

—Anisse, creo que tú más que yo necesitas descansar. Aunque aún no<br />

sé qué es lo que...<br />

La jov<strong>en</strong> le hizo un gesto para que callase y, por primera vez <strong>en</strong><br />

mucho tiempo, Neraveith aceptó una ord<strong>en</strong> directa y cerró los labios.<br />

Anisse señaló por <strong>en</strong>cima del hombro de su compañera hacia alguna<br />

dirección. Ella se volvió despacio, pero sólo vio tras de sí los troncos de<br />

346


los árboles <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra.<br />

—¿Qué ocurre?<br />

—¿No las ves? Están ahí.<br />

Neraveith esforzó la vista pero no percibió nada fuera de lo común.<br />

Sin embargo, ante los ojos negros de Anisse, el espectáculo era muy<br />

difer<strong>en</strong>te. Miles de pequeñas hojas luminosas se habían arremolinado<br />

susurrando tras Neraveith. Poco a poco los árboles cobraron un brillo<br />

verdoso. Era el mismo color que t<strong>en</strong>ían siempre, pero ahora, visto desde el<br />

punto de vista de las hadas, era más hermoso que una puesta de sol.<br />

Parecían brillar con luz propia, parecían querer expresar con su verde<br />

esmeralda la vida que llevaban d<strong>en</strong>tro. Anisse casi pudo s<strong>en</strong>tir la savia,<br />

fluy<strong>en</strong>do l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, y los miles de seres que vivían <strong>en</strong> ellos y a los que<br />

protegían. La angustia empezó a ll<strong>en</strong>arla ante el espectáculo. Sintió que se<br />

le hacía un nudo <strong>en</strong> el pecho y las lágrimas empezaron a caer por sus<br />

mejillas. Finlhi había muerto, el magnífico dragón cobrizo ya no estaba allí<br />

ni volvería nunca el despistado elfo que lo <strong>en</strong>carnaba. Hubiese deseado<br />

tanto poder compartir el misterio que estaba pres<strong>en</strong>ciando junto a él. Aun<br />

revivía dolorosam<strong>en</strong>te su forma de reír y escucharla, casi con la inoc<strong>en</strong>cia<br />

de un niño. Le había perdido tan rápidam<strong>en</strong>te como le había conocido y<br />

ahora ya no estaba a su lado, formando parte de la magia que la rodeaba.<br />

Anisse sintió un roce <strong>en</strong> su tobillo y bajó la vista. Un desagradable ser,<br />

que parecía el cruce de una rana y un murciélago, se frotaba contra sus<br />

piernas como si hubiese sido un gato con su amo. Era uno de los du<strong>en</strong>des<br />

devoradores de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos. Le haría bi<strong>en</strong> si la libraba de su p<strong>en</strong>a, así que<br />

le permitió que siguiese alim<strong>en</strong>tándose de ella.<br />

—Anisse, ¿qué son esas luces?<br />

Anisse miró hacia donde señalaba Neraveith, pero ella no vio sólo<br />

luces, eran miles de pequeños espíritus del bosque, volando agitados.<br />

Espíritus de las hojas, de los hongos, de las oquedades de las rocas, de las<br />

arañas, de los pétalos de las camelias, del musgo, de la tierra seca, de todos<br />

los animales que poblaban los árboles y el suelo del bosque... Y cada uno<br />

t<strong>en</strong>ía su propia forma: hojas, pequeñas caperuzas, florecillas, libélulas de<br />

intelig<strong>en</strong>tes ojos, animales de toda índole y comportami<strong>en</strong>to extraño... Y<br />

todos habían v<strong>en</strong>ido a ellas. De pronto, el súbito revoloteo de todos ellos se<br />

detuvo. Se posaron sobre las ramas, el suelo, o se mantuvieron quietos <strong>en</strong><br />

el aire, observándolas.<br />

Neraveith sólo había visto un comp<strong>en</strong>dio de extrañas chispas bailando<br />

<strong>en</strong> el aire como las luciérnagas revoloteando sobre una charca, no acababa<br />

347


de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der el motivo de la expectación. S<strong>en</strong>tía la humedad <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te,<br />

calándose <strong>en</strong> su piel, pegándose a sus sucias ropas, y un calor poco usual.<br />

El olor almizclado, cada vez que inspiraba, era tan int<strong>en</strong>so que llegó a<br />

provocarle una s<strong>en</strong>sación de agobio. Se esforzaba por ver más allá, como<br />

hacía Anisse, pero lo único que alcanzaba a percibir eran los hermosos<br />

destellos despuntando <strong>en</strong> la profunda oscuridad de un bosque <strong>en</strong>marañado.<br />

—¿Qué significa esto, Anisse? ¿Estamos cerca de la puerta?<br />

Anisse negó con la cabeza.<br />

—Estamos ya d<strong>en</strong>tro, Neraveith, aunque no puedas verlo. No te<br />

muevas.<br />

El aire de pronto pareció volverse lo bastante d<strong>en</strong>so delante de ellas<br />

como para dar lugar a una figura, vaporosa y ligera como una brisa. Sus<br />

ropajes se agitaban <strong>en</strong> un l<strong>en</strong>to vals como si hubiese estado metida <strong>en</strong> el<br />

agua. Era una mujer, de una hermosura tan extraña que Neraveith no pudo<br />

evitar buscar, <strong>en</strong> la extraña composición imposible y perfecta de su rostro,<br />

qué era lo que no debería haber estado allí. Sus ropajes parecían blancos,<br />

pero un vistazo más exhaustivo le reveló que <strong>en</strong> realidad eran<br />

transpar<strong>en</strong>tes. A pesar de ello, ni un solo pliegue de su pálida piel se dejó<br />

traslucir a través de la pr<strong>en</strong>da. Sus ojos violáceos las observaron<br />

det<strong>en</strong>idam<strong>en</strong>te. De inmediato, Neraveith <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió que estaba vi<strong>en</strong>do a la<br />

reina de los seres faéricos del bosque. En realidad, sólo pres<strong>en</strong>ciaba su<br />

manifestación física, Anisse pudo contemplarla <strong>en</strong> toda su grandeza. La<br />

ropa que mostraba <strong>en</strong> el mundo físico era solo una ilusión, ella lo sabía. En<br />

el mundo de las hadas iba desnuda, y hubiese sido un crim<strong>en</strong> tapar su ser.<br />

Toda su piel era verdosa y, <strong>en</strong> algunos puntos t<strong>en</strong>ía un tinte dorado. La luz<br />

parecía <strong>en</strong>trar a través de ella y surgir de ella. Vio cómo sus pies, que<br />

reposaban sobre la tierra, se hundían también <strong>en</strong> ella, firmem<strong>en</strong>te anclados.<br />

Portaba una corona de hojas de todos los árboles que poblaban el bosque<br />

alrededor de su cabeza y, aunque fuese algo extremadam<strong>en</strong>te sutil, se las<br />

podía ver crecer y florecer sobre ella. Sus ojos variaban de color e<br />

int<strong>en</strong>sidad, dep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do de a dónde mirase. Su forma mundana era un<br />

insulto comparado con la grandiosidad de su forma verdadera, y con ella se<br />

había mostrado ante los ojos de Anisse.<br />

La muchacha le dirigió una respetuosa rever<strong>en</strong>cia sin bajar los ojos,<br />

hubiese podido ser tomado como signo de debilidad o de sumisión. Toda<br />

precaución y delicadeza a la hora de mostrar los modales dirigidos a un<br />

hada eran pocas. La reina de las hadas la miró y le hizo llegar su saludo sin<br />

palabras. El devorador de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos aún permanecía pegado a sus<br />

348


piernas y Anisse lo agradeció. Ya no s<strong>en</strong>tía tanta p<strong>en</strong>a.<br />

—Señora, acudimos a vuestro <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro y os habéis decidido a<br />

mostraros ante nosotras.<br />

La aparición mostró su acuerdo con una expresiva inclinación de<br />

cabeza, mirando fijam<strong>en</strong>te a Anisse.<br />

—No t<strong>en</strong>go más remedio que estar de acuerdo con esa afirmación.<br />

Pero los humanos siempre guardáis una int<strong>en</strong>ción posterior <strong>en</strong> toda acción<br />

que empr<strong>en</strong>déis. ¿Cuál os ha traído hasta mí?<br />

Su voz era un comp<strong>en</strong>dio del susurro de la brisa <strong>en</strong>tre las ramas, el<br />

rumor de las hojas y el chillido de miles de criaturas <strong>en</strong> una perfecta<br />

sincronización y armonía. Pareció vibrar bajo el <strong>en</strong>tramado techo de hojas<br />

y ramas del bosque.<br />

—Necesitamos respuestas, esperamos <strong>en</strong>contrarlas.<br />

La magnífica mujer <strong>en</strong> que se <strong>en</strong>carnaba la reina de las hadas del<br />

bosque de Isthelda desvió ahora su vista hacia Neraveith, clavándole su<br />

violácea e inexpresiva mirada. La reina compr<strong>en</strong>dió que ahora era su turno<br />

de dar muestra de cortesía por permitirle hablar con ella. La miró<br />

directam<strong>en</strong>te a los ojos y, sin apartar la vista del hada, se inclinó <strong>en</strong> una<br />

perfecta y delicada rever<strong>en</strong>cia. Esta situación no era natural, ni tampoco<br />

esa extraña mujer con la que intercambiaban palabras. Era mejor acabar<br />

con todo esto cuanto antes, conseguir las respuestas y salir de allí.<br />

—Ruego que disculpéis nuestra descortesía, señora. Os mostramos<br />

nuestro reconocimi<strong>en</strong>to al ser tan amable de permitirnos llegar a vos —por<br />

un instante la voz de Neraveith parecía que iba a flaquear, mas se mantuvo<br />

firme y tras una pausa prosiguió hablando. Los extraños ojos violáceos del<br />

hada la inquietaban profundam<strong>en</strong>te—. Las dudas que me embargan urg<strong>en</strong><br />

respuestas que intuyo sólo vos podéis darme.<br />

—Y esas dudas que merec<strong>en</strong> hallar respuestas ¿cuáles son?<br />

—Señora de las hadas, algo muy extraño está sucedi<strong>en</strong>do con un<br />

hombre que acude al bosque desde hace algún tiempo y que ahora está<br />

herido de gravedad.<br />

—¿Cuál es el nombre de ese mortal que provoca <strong>en</strong> ti tantas dudas?<br />

—Señora, su nombre es Lúcer.<br />

La mujer pareció arquear sus delicadas cejas, pero Anisse también<br />

percibió el revuelo que ocasionó <strong>en</strong>tre las hojas de su corona al ver salir<br />

montoncillos de mariposas y pequeños pájaros multicolores de ella <strong>en</strong><br />

desbandada.<br />

La reina de las hadas permaneció un mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, luego se<br />

349


volvió hacia Anisse.<br />

—No puedo responderos a ambas, una de vosotras no <strong>en</strong>contrará la<br />

respuesta, porque ya la posee.<br />

—Señora de las hadas, sé que está sepultada <strong>en</strong> algún rincón de mi<br />

m<strong>en</strong>te, pero no he logrado descifrarla y una promesa me ata.<br />

—Pequeña criatura confusa —el hada sonrió fríam<strong>en</strong>te a Anisse—, ya<br />

has descifrado tu respuesta, pero te has obligado a no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derlo por<br />

protegerte. Sólo puedo responder a Neraveith. Sólo a ella le será desvelada<br />

la respuesta, pues sólo ella es la que acude a mí con verdadera falta de<br />

saber.<br />

Anisse sintió que eso era una am<strong>en</strong>aza para la reina. Ella no sabía<br />

tratar con hadas, y le iban a pedir un precio por todo ello. Neraveith, sin<br />

compr<strong>en</strong>der lo que estaba sucedi<strong>en</strong>do, tan sólo alcanzó a ver a la pálida<br />

mujer alzar su estilizada mano señalando a Anisse. A la cocinera sólo le<br />

dio tiempo a murmurarle "no les des las gracias..." antes de que su imag<strong>en</strong>,<br />

junto a la del caballo castaño, se deshiciese <strong>en</strong> el aire. Sin haberse repuesto<br />

aún de la sorpresa la aparición la interpeló.<br />

—Nada es gratis <strong>en</strong> este mundo, reina de los humanos de Isthelda.<br />

Neraveith se obligó a recuperar la compostura y la miró, iracunda,<br />

mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do la presa de sus ojos violetas. Su voz resonó fría y cortante.<br />

—¿Qué habéis hecho a Anisse?<br />

—La he mandado de regreso hacia el claro. No te preocupes, reina de<br />

los humanos, me he <strong>en</strong>cargado de que esté a salvo. Sólo tú obt<strong>en</strong>drás<br />

respuestas, Neraveith. Mas, si lo prefieres, puedes marcharte también.<br />

Neraveith meditó un instante, recorri<strong>en</strong>do con sus ojos los<br />

alrededores.<br />

—No dudo que cumpliréis con vuestra palabra. Tan solo es mi<br />

int<strong>en</strong>ción haceros llegar el gran s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de amistad que me une a ella y<br />

que provoca mi creci<strong>en</strong>te afán por protegerla de cualquier peligro.<br />

El hada sonrió, condesc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te.<br />

—No le he hecho ningún daño a Anisse, os volveréis a <strong>en</strong>contrar si<br />

ella así lo desea.<br />

A Neraveith pareció complacerle aquella declaración y, sin más<br />

dilación, atacó el problema de fr<strong>en</strong>te.<br />

—Hoy he curado las heridas del hombre que se hace llamar Lúcer,<br />

pero parecía no ser de este mundo. No se quejaba, no mostraba signos de<br />

dolor alguno. Ariweth insiste <strong>en</strong> que es un asesino, que mató a Enuara, una<br />

de los vuestros, pero no hay ninguna prueba de ello. Otros insist<strong>en</strong> <strong>en</strong> que<br />

350


fue un extranjero llamado Jafsemer qui<strong>en</strong> cometió el crim<strong>en</strong>.<br />

La reina de las hadas la miró fijam<strong>en</strong>te unos instantes.<br />

—Enuara deseaba morir. Jafsemer hizo que se postrase a los pies de<br />

su ejecutor y Lúcer fue qui<strong>en</strong> empuñó el arma que segó su vida mortal.<br />

Neraveith se llevó una mano a la boca por la impresión.<br />

—Así que sí que es un asesino...<br />

Neraveith observó de pronto un destello de orgullo <strong>en</strong> los ojos del<br />

hada.<br />

—No te <strong>en</strong>gañes, reina de los humanos que pueblan Isthelda. Enuara<br />

murió porque ella así lo escogió. Deseaba regresar al <strong>en</strong>sueño. El amor que<br />

s<strong>en</strong>tía por Jafsemer la mant<strong>en</strong>ía presa <strong>en</strong> el Plano Mundano. Lúcer no<br />

hubiese podido matarla si ella no se lo hubiese permitido.<br />

Neraveith agachó un instante la mirada para tratar de ser<strong>en</strong>ar sus<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos y <strong>en</strong>contrar la lógica a todo aquello. Había demasiadas cosas<br />

que se le escapaban.<br />

—¿Qué b<strong>en</strong>eficio sacó Lúcer de su muerte?<br />

La voz del hada sonó rotunda.<br />

—Esa respuesta no la obt<strong>en</strong>drás de mí.<br />

Neraveith la miró fijam<strong>en</strong>te decidida a tratar de tocar su orgullo.<br />

—¿Quizás porque no la conocéis? —la mirada del hada se tornó de un<br />

color rojizo, Neraveith <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió que había tocado algo que no debería y se<br />

apresuró a seguir con su explicación—. Se guarda mucho de dar ninguna<br />

pista sobre su proced<strong>en</strong>cia. No sabemos nada sobre ese hombre, ¿fue él<br />

quién acabó con el dragón que yace muerto <strong>en</strong> el claro? ¿Con qué poder?<br />

La reina de las hadas observó las miles de luces que la iluminaban <strong>en</strong><br />

ese rincón del bosque, al parecer p<strong>en</strong>sativa, hasta que volvió a bajar sus<br />

ojos hacia Neraveith. El color de sus ojos se había tornado dorado.<br />

—Con tus palabras me aseguras, Neraveith, que aquel que está herido<br />

y has t<strong>en</strong>ido postrado a tus pies es un humano <strong>en</strong> todo su ser. Sin embargo,<br />

si apostaras tu corona, tu reino, tus cabellos y tu juv<strong>en</strong>tud por su<br />

humanidad, tu corona se convertiría <strong>en</strong> mil mariposas, tu reino sería<br />

tragado por la tierra y los árboles, tus cabellos caerían de tu cabeza y se<br />

alejarían reptando como serpi<strong>en</strong>tes y de ti, al anochecer, sólo quedaría una<br />

carcasa muerta.<br />

Neraveith no llegó a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der si aquello era una am<strong>en</strong>aza o<br />

simplem<strong>en</strong>te un derroche lingüístico. Prefirió optar por lo segundo y no<br />

mostrar su inquietud.<br />

—Señora, decís que ese hombre, al que con mis manos he curado, no<br />

351


es tal cosa. Eso es lo que he creído <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der.<br />

La hermosa mujer pareció brillar cuando sonrió suavem<strong>en</strong>te.<br />

—Es humano —susurró— y también es muchas cosas más.<br />

Neraveith estaba más confundida que nunca. Tomó aire tras meditar<br />

un instante y se av<strong>en</strong>turó <strong>en</strong> sus palabras.<br />

—Señora de las hadas del bosque de Isthelda, debo saber quién o qué<br />

es Lúcer. Si<strong>en</strong>to que es mi deber proteger a mi g<strong>en</strong>te y no estoy segura de<br />

qué debo protegerla.<br />

El hada perdió su violácea mirada <strong>en</strong> Neraveith y a la soberana le<br />

pareció que no la estaba vi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> realidad.<br />

—Yo también debo proteger a mi g<strong>en</strong>te, las respuestas de mi boca no<br />

obt<strong>en</strong>drás.<br />

Neraveith sintió que se desvanecía la esperanza que se había forjado,<br />

pero insistió.<br />

—Señora, puede que halléis alguna manera de ayudarme <strong>en</strong> mi<br />

búsqueda sin poner <strong>en</strong> peligro a vuestra g<strong>en</strong>te. Tantos años de exist<strong>en</strong>cia<br />

ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que haberos regalado una sabiduría muy superior a la mía, una<br />

sabiduría capaz de iluminar el camino de esta humana ignorante.<br />

La reina de las hadas pareció cambiar el gesto de su mirada un<br />

instante, pero Neraveith dedujo que sólo había sido una s<strong>en</strong>sación suya al<br />

no verla hacer el más mínimo movimi<strong>en</strong>to.<br />

—No soy yo la que pronunciará las respuestas que buscas, mas sí te<br />

diré dónde podrás hallarlas. Hay algo que podrá ayudarte: un libro. Aquel<br />

que te aconseja lo ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong> su poder.<br />

Neraveith precisó sólo de un instante de deliberación para percatarse<br />

de a quién estaba haci<strong>en</strong>do refer<strong>en</strong>cia la señora de las hadas. Enarcó las<br />

cejas sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

—Pero eso no es posible. Meldionor ya sabría <strong>en</strong>tonces sobre él. Ha<br />

oído su nombre. A m<strong>en</strong>os que esté usando un nombre falso...<br />

—Lúcer es su nombre verdadero, no puede usar otro. Es Meldionor el<br />

que nunca sabrá sobre él. No ha leído el libro, ni nunca lo leerá.<br />

El hada hizo un alto <strong>en</strong> su respuesta. Con una calma majestuosa, miró<br />

a una de las criaturas que a sus pies esperaba, tras lo cual prosiguió<br />

hablando.<br />

—En la juv<strong>en</strong>tud del viejo sabio, su inexperta ansia de poder le hizo<br />

desafiarnos y querer apoderarse de lo que no le hubiese t<strong>en</strong>ido que<br />

pert<strong>en</strong>ecer nunca. Nuestra maldición acompañó a las páginas que arrancó<br />

del s<strong>en</strong>o de nuestro conocimi<strong>en</strong>to. La muerte lo sigue <strong>en</strong> espera de que sus<br />

352


ojos se pos<strong>en</strong> <strong>en</strong> sus páginas. Meldionor posee desde hace muchas<br />

primaveras el libro que conti<strong>en</strong>e todos los nombres, pero jamás los<br />

conocerá. No podrá leer nunca ni aferrará de ningún modo el poder que<br />

<strong>en</strong>cierran sus páginas escritas <strong>en</strong> plata. Éste es mi castigo, ésta fue mi<br />

s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia.<br />

Aquella declaración dejó atónita a Neraveith.<br />

—Busca el libro gris de <strong>en</strong>tre los que atesora tu consejero. Búscalo y<br />

pasa ci<strong>en</strong>to doce veces sus páginas. Entonces, lee Neraveith, reina de los<br />

humanos de Isthelda, y cree. Todo <strong>en</strong> ese libro son las historias de los<br />

humanos, las historias que mi g<strong>en</strong>te recopiló y atesoró como joyas, las<br />

historias que nos manti<strong>en</strong><strong>en</strong> vivas a nosotras. Léelo, y no olvides lo que<br />

lees.<br />

Neraveith asintió agradecida. Sumida <strong>en</strong> su s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de euforia<br />

interna, a punto estuvo de dar humildem<strong>en</strong>te las gracias, pero, como si de<br />

una invisible mano que la detuviera se tratase, recordó las últimas palabras<br />

de Anisse: “no les des las gracias” y reprimió su gesto.<br />

—Recuerda, señora de los humanos que pueblan Isthelda, que todo<br />

ti<strong>en</strong>e un precio y que ahora estás <strong>en</strong> deuda con nosotras.<br />

Sin otorgarle más tiempo, la blanca y luminosa figura ext<strong>en</strong>dió sus<br />

brazos. Con un revuelo de luces y destellos desapareció, sumi<strong>en</strong>do el<br />

mundo <strong>en</strong> un frío espectáculo de gris y negro. La reina se dio cu<strong>en</strong>ta de<br />

que estaba <strong>en</strong> mitad del bosque, contemplando un grupo de arbolillos<br />

retorcidos. Miró a su alrededor extrañada, y sacudió la cabeza int<strong>en</strong>tando<br />

despejarla. Sintió de pronto que algo le rozaba la espalda y se volvió con<br />

un respingo. Un suave relincho la saludó. Era Arg<strong>en</strong>t. Parecía tan inquieta<br />

como ella, pero feliz de ver a su dueña.<br />

60 — Opiniones cruzadas<br />

Eoroth logró conv<strong>en</strong>cer a Edorel de que descansase un poco, pasado el<br />

mediodía, y ella aceptó al fin dormir mi<strong>en</strong>tras él la relevaba. La semielfa<br />

era reacia a privar al herido de su vigilancia, y él lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día. Era el deber<br />

de la semielfa cumplir con las normas que el bosque imponía, y <strong>en</strong>tre ellas<br />

estaba cuidar de toda bestia herida que llegase al claro. Aquel lugar era un<br />

santuario d<strong>en</strong>tro del bosque, por así decirlo. Pero Édorel sabía que su<br />

hermana adoptiva ansiaba acabar con el responsable de una de sus mayores<br />

derrotas. Y Eoroth sabía, y le pesaba reconocerlo, que si la semielfa y él<br />

mismo no hubies<strong>en</strong> estado ahí, habría dado del golpe de gracia al herido,<br />

353


como si se tratase de un animal.<br />

A lo largo de la tarde, mi<strong>en</strong>tras Eoroth mant<strong>en</strong>ía la vigilancia fr<strong>en</strong>te a<br />

la puerta de la cabaña, Ariweth había recorrido el claro analizando cada<br />

metro cuadrado de hierba. Buscaba el arma que había sido capaz de cortar<br />

la mandíbula de un dragón. Había algo más que un simple interés bélico <strong>en</strong><br />

ello. Si el arma había pert<strong>en</strong>ecido a Lúcer, sería lógico <strong>en</strong>contrarla no muy<br />

lejos de donde había caído su dueño. Pero si el arma no estaba por la zona,<br />

es que algui<strong>en</strong> se la había llevado, su verdadero poseedor. ¿Qué hacía<br />

<strong>en</strong>tonces el malnacido de Lúcer junto a un dragón muerto? Seguram<strong>en</strong>te se<br />

vio <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> la refriega, resultó herido, y el guerrero que había<br />

realizado aquella hazaña parecía que no había considerado a Lúcer digno<br />

de las at<strong>en</strong>ciones que merece recibir un herido.<br />

Saleith y Kayla irrumpieron <strong>en</strong> el claro mi<strong>en</strong>tras la noble aún<br />

analizaba el terr<strong>en</strong>o. Saleith procedió de inmediato a intercalar frases<br />

inconexas, <strong>en</strong> tono exclamativo, con observaciones boquiabiertas dirigidas<br />

al dragón muerto. Kayla a su lado, trató de mant<strong>en</strong>er una distinguida<br />

compostura, pero su ceño se frunció involuntariam<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras observaba<br />

a la bestia muerta y jadeaba por la impresión. Ariweth no se molestó <strong>en</strong><br />

saludarlas, t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>tre manos una tarea mucho más importante. Su primo<br />

hizo los honores por ella y puso a las recién llegadas al corri<strong>en</strong>te de la<br />

situación<br />

Ariweth alzó la cabeza, satisfecha, cuando hubo analizado hasta el<br />

último trozo de hierba de los alrededores sin resultado. El hecho de no<br />

haber hallado el arma le confirmaba que había pert<strong>en</strong>ecido a otro, al<br />

verdadero asesino del dragón, y se la había llevado consigo al acabar la<br />

pelea. Eso añadía una piedra <strong>en</strong> la balanza que apoyaba la culpabilidad de<br />

Lúcer.<br />

Con pasos decididos, Ariweth volvió hacia su primo y el resto de<br />

reunidos, que se apiñaban impresionados junto a la cabeza del dragón.<br />

—Deberíamos hacer algo respecto a todo este asunto —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció<br />

Ariweth.<br />

Eoroth paseaba la vista por la <strong>en</strong>vergadura de la bestia mi<strong>en</strong>tras<br />

hablaba.<br />

—¿A qué te refieres exactam<strong>en</strong>te, prima?<br />

Ariweth hizo un gesto con la barbilla hacia la cabaña de Édorel.<br />

—Me refiero a ese malnacido de Lúcer.<br />

—Habrá que interrogarle sobre lo sucedido <strong>en</strong> cuanto pueda hablar.<br />

354


Ariweth resopló indignada.<br />

—No sé por qué t<strong>en</strong>emos tantas at<strong>en</strong>ciones con él. Jafsemer me<br />

informó de que había matado a Enuara. Deberíamos acabar con él antes de<br />

que cree más problemas. ¿Acaso queréis que cuando se levante del lecho<br />

ataque a otra dama desvalida?<br />

Eoroth negó con la cabeza.<br />

—Lo necesitamos para que nos cu<strong>en</strong>te qué ocurrió aquí.<br />

Ariweth sonrió.<br />

—Yo ya he deducido lo que ha ocurrido aquí —ya había elaborado su<br />

historia sobre lo sucedido y no iba a ser fácil para ella no expresarla. Paseó<br />

airada alrededor de la cabeza del dragón, observando los detalles del<br />

animal—. Sé lo que ha ocurrido. ¿Alguno de vosotros se ha planteado por<br />

qué Lúcer estaba t<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> el suelo herido? ¿Por qué no se <strong>en</strong>cargó de él<br />

aquel que mató al dragón? —Ariweth no esperó respuesta, se volvió hacia<br />

sus interlocutores y los observó segura de sí misma—. Es fácil de deducir,<br />

lo que ha ocurrido es que el caballero que ha acabado con esta bestia t<strong>en</strong>ía<br />

también por <strong>en</strong>emigo a Lúcer. Lúcer debió de atraer el dragón hasta aquí y<br />

el que acabó con él no se dignó a ayudarlo cuando resultó herido.<br />

Aquella historia cojeaba por demasiados puntos, pero nadie quiso<br />

discutirle a la noble su teoría. Ariweth sonrió, victoriosa, y dio un leve<br />

puntapié al ala ext<strong>en</strong>dida del dragón.<br />

—En cuanto se levante del lecho <strong>en</strong> el que está postrado acabaré con<br />

él. Puede incluso que no t<strong>en</strong>ga que esperar tanto, puede que el asesino del<br />

dragón acuda a nosotros a pedir justicia antes.<br />

—De ello no ti<strong>en</strong>es ninguna prueba, Ariweth. ¿Qué te hace creer eso?<br />

—Es fácil, no se ha <strong>en</strong>contrado el arma que mató al dragón. ¿Dónde<br />

está la soberbia espada capaz de cortar la mandíbula de semejante<br />

monstruo? Lúcer no la ti<strong>en</strong>e, por lo tanto, no debe ser el dueño.<br />

—Éso no son pruebas, Ariweth. Sólo es una conjetura, no podemos<br />

ajusticiar a nadie basándonos <strong>en</strong> eso.<br />

—Yo t<strong>en</strong>go las pruebas que me dicta la razón.<br />

Eoroth se abstuvo de llamarle la at<strong>en</strong>ción sobre la ira que la abrumaba<br />

cada vez que le hacía recordar cómo Lúcer la había v<strong>en</strong>cido y humillado<br />

<strong>en</strong> una lucha por primera vez <strong>en</strong> su vida. Sabía que su prima no cambiaría<br />

de opinión. Pero tampoco pasaba inadvertido al resto de reunidos del claro.<br />

En mitad de ese mom<strong>en</strong>to de exaltación bélica, la voz de Saleith surgió<br />

tímidam<strong>en</strong>te.<br />

—¿Y si realm<strong>en</strong>te Lúcer hubiese sido el que mató al dragón?<br />

355


Ariweth se volvió hacia Saleith y la observó con gesto ceñudo.<br />

—¡Por favor! Algui<strong>en</strong> que ataca a damiselas desvalidas no ti<strong>en</strong>e el<br />

valor sufici<strong>en</strong>te como para <strong>en</strong>carar una auténtica batalla, y mucho m<strong>en</strong>os<br />

con una bestia como un dragón —Ariweth notó que era el c<strong>en</strong>tro de<br />

at<strong>en</strong>ción y añadió algo de teatralidad a sus gestos—. Por ello digo que no<br />

debemos darle posibilidad alguna de levantarse de ese lecho, debemos<br />

acabar con la am<strong>en</strong>aza que supone antes de que cometa otro crim<strong>en</strong>.<br />

El tono de Ariweth había ido subi<strong>en</strong>do. Sus ojos se mant<strong>en</strong>ían fijos <strong>en</strong><br />

alguna imag<strong>en</strong> m<strong>en</strong>tal, mi<strong>en</strong>tras su m<strong>en</strong>te deambulaba por su fantasía.<br />

Eoroth conocía aquella mirada, avanzó hacia su prima y carraspeó.<br />

—Imagino que ofrecerás tu mano para ejercer de verdugo.<br />

Ariweth se volvió hacia él y no contestó, pero su mirada pret<strong>en</strong>día no<br />

dejar lugar a dudas.<br />

—Si nadie más ti<strong>en</strong>e el valor para hacerlo, yo me <strong>en</strong>cargaré.<br />

—Eso sería labor del verdugo de la reina, prima, no tuya. ¿Me dices<br />

que serías capaz de matar a un hombre indef<strong>en</strong>so y herido?<br />

Ariweth alzó la cabeza y sonrió malévolam<strong>en</strong>te.<br />

—No lo considero un hombre, es poco más que un animal. Para mí<br />

sería como acabar con una alimaña.<br />

Saleith se estremeció involuntariam<strong>en</strong>te, no le gustaba el rumbo que<br />

estaba tomando la conversación. ¿Muertes? ¿Asesinatos? Su voz sonó<br />

temblorosa cuando habló, siempre le impresionaba demasiado el tema de<br />

los ajusticiami<strong>en</strong>tos.<br />

—Pero, ¿y si fue Lúcer qui<strong>en</strong> mató al dragón?<br />

Las miradas se volvieron hacia ella y Ariweth sintió que perdía la<br />

at<strong>en</strong>ción lograda.<br />

—Eso no es posible, Lúcer no es más que un simple rufián y un<br />

cobarde.<br />

Eoroth, ignorando el com<strong>en</strong>tario de Ariweth, animó a Saleith a<br />

continuar con un gesto.<br />

—Me refiero... ¿y si Lúcer <strong>en</strong> realidad nos ha salvado de algo terrible?<br />

Puede que otro se llevase el arma que usó aprovechando que estaba herido<br />

—la mujer despr<strong>en</strong>dió su mirada del dragón muerto y la alzó hacia ellos—.<br />

Nadie sabe qué int<strong>en</strong>ciones t<strong>en</strong>ía este dragón. ¿Es posible que Lúcer nos<br />

haya salvado de algo terrible?<br />

El sil<strong>en</strong>cio que se hizo se vio roto por un susurro de Ariweth.<br />

—Eso es imposible.<br />

—No lo es, prima.<br />

356


Saleith miró hacia el cielo, surcado de unas tímidas y difuminadas<br />

nubes, para poder seguir hablando, pero aún le temblaba la voz.<br />

—Si exigimos que ajustici<strong>en</strong> a algui<strong>en</strong> inoc<strong>en</strong>te, yo no podré<br />

soportarlo, dama Ariweth. Además, necesitamos que viva para que nos<br />

narre qué fue lo que ocurrió aquí.<br />

Kayla se coló <strong>en</strong> la conversación con tono <strong>en</strong>érgico.<br />

—Todo esto me parece estup<strong>en</strong>do —dijo despectivam<strong>en</strong>te—, pero,<br />

¿cómo está él? ¿Se llegará a recuperar? ¿Podrá llegar a contarnos lo que<br />

sucedió?<br />

Eoroth no respondió, pero negó con la cabeza.<br />

—Demasiada sangre perdida... Es increíble que aún viviese cuando lo<br />

<strong>en</strong>contró Édorel.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, otro visitante irrumpió <strong>en</strong> el claro a través de unos<br />

arbustos. Era El Errante. Lanzó una mirada al dragón muerto y prosiguió<br />

con una maldición.<br />

—¡Por todas las putas sagradas!<br />

Eoroth se apresuró hacia él para ofrecerle un conato de explicación.<br />

61 — El adiós al dragón<br />

Anisse reconoció <strong>en</strong> <strong>en</strong>seguida el sitio del bosque donde la magia de<br />

las hadas la había llevado. Estaba <strong>en</strong> las cercanías del claro. Habían<br />

decidido dejarla <strong>en</strong> un sitio conocido. Al m<strong>en</strong>os, habían t<strong>en</strong>ido esa<br />

g<strong>en</strong>tileza con ella. El <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con el devorador de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos incluso<br />

le había resultado útil, pero ahora las oleadas de tristeza volvían a<br />

empujarla con fuerza. Luchó durante unos instantes contra la s<strong>en</strong>sación de<br />

abatimi<strong>en</strong>to mi<strong>en</strong>tras guiaba a su caballo hacia la salida del bosque, pero<br />

no podía hacer aquello. Se había dejado algo <strong>en</strong> el claro, junto al dragón.<br />

Lo s<strong>en</strong>tía.<br />

Hizo volver grupas a su montura para dirigirse allí, pero esa vez t<strong>en</strong>ía<br />

que ser difer<strong>en</strong>te. Bajó del jamelgo y lo ató a una rama. Buscó <strong>en</strong> su<br />

bolsillo oculto el efrit <strong>en</strong>cerrado <strong>en</strong> la esfera de cristal que le diera<br />

Meldionor. Contempló unos instantes la luz fogosa que ll<strong>en</strong>aba el cristal de<br />

roca bailando, planteándose si era prud<strong>en</strong>te hacer lo que quería hacer.<br />

Finalm<strong>en</strong>te, se decidió. Dejó la esfera escondida <strong>en</strong>tre la corteza del árbol.<br />

La aguja que señalaba la posición de Neraveith oscilaba como loca,<br />

parecía querer señalar a todos sitios a la vez. Estaba <strong>en</strong> tierras de hadas,<br />

allí no había ni norte ni sur, era lógico que no pudiese indicárselo. En<br />

357


vistas de que el efrit era para def<strong>en</strong>der a su soberana, y que <strong>en</strong> esos<br />

mom<strong>en</strong>tos estaba totalm<strong>en</strong>te fuera de su alcance, no t<strong>en</strong>ía ningún motivo<br />

para no hacer aquello. Dejó también la aguja y se desabrochó la rica capa<br />

que le había regalado Neraveith. Finalm<strong>en</strong>te, se quitó las botas que llevaba<br />

prestadas. Con sólo sus ropas y su fiel zurrón al hombro, caminó hacia el<br />

claro a orillas del lago, donde un dragón muerto la esperaba, eso s<strong>en</strong>tía,<br />

para despedirse de ella.<br />

En el claro había llegado la noche, presidida por una luna grande y<br />

redonda. La luz plateada bañaba el lugar, <strong>en</strong> el que nadie había osado<br />

levantar un fuego aquella noche. Los curiosos se habían reunido <strong>en</strong> torno a<br />

la bestia abatida, <strong>en</strong> parte inquietos sobre qué hacer con semejante mole, y<br />

<strong>en</strong> parte asolados por la imag<strong>en</strong> del grandioso dragón muerto. Sin<br />

percatarse, habían ido tray<strong>en</strong>do pequeños focos de luz, lámparas de aceite<br />

y velas, y los habían dejado <strong>en</strong> torno al animal. Los reunidos contemplaban<br />

abrumados su cuerpo cobrizo, brillante como el metal pulido, flanqueado<br />

por las pequeñas llamas, como guardianes <strong>en</strong> su viaje al otro mundo. La<br />

s<strong>en</strong>sación de poder sil<strong>en</strong>cioso que irradiada, de mudo respeto, acallaba las<br />

conversaciones. Nadie prohibió que se hablase <strong>en</strong> el espontáneo hom<strong>en</strong>aje<br />

al dragón que se estaba realizando, pero ninguno de los pres<strong>en</strong>tes deseaba<br />

perturbar el s<strong>en</strong>tir común que se había formado ante la muerte de tan<br />

magnífica bestia. El sil<strong>en</strong>cio y las brisas nocturnas lo ll<strong>en</strong>aban todo, sólo el<br />

espíritu del dragón parecía vivir <strong>en</strong> aquellos mom<strong>en</strong>tos, como si el círculo<br />

de velas pudiese atraparlo para evitar que escapase a las esferas<br />

espirituales del más allá.<br />

Kayla contemplaba extasiada la onírica imag<strong>en</strong> que la noche le<br />

ofrecía, sin lograr <strong>en</strong>contrar palabras lo bastante dignas como para ll<strong>en</strong>ar el<br />

vacío que se abría ante ella. Sintió cómo una figura se acercaba a ella por<br />

el pequeño s<strong>en</strong>dero <strong>en</strong> el que estaba. La muchacha se apartó sin mediar<br />

palabra, sabía que no debía interponerse <strong>en</strong> su camino. A medida que se<br />

acercaba, sus formas se hicieron claras cuando la luz de la luna y las velas<br />

la bañaron. Era Anisse. V<strong>en</strong>ía a pie y descalza, con su s<strong>en</strong>cillo traje de<br />

trabajo, su falda roja y el chaleco que solía llevar como abrigo sobre la<br />

camisa de tono ocre. Su fiel zurrón colgado al hombro...<br />

Esta vez no acudía como escolta de la reina, no era portadora de<br />

ninguno de los objetos de poder de Meldionor, ni cabalgaba uno de los<br />

corceles de su soberana. Ahora v<strong>en</strong>ía por su propio y s<strong>en</strong>cillo pie. Sólo<br />

traía a su persona consigo, y todo aquello que, de alguna manera, estaba<br />

ligada a ella, a dar su personal adiós a lo que había significado para ella el<br />

358


<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con uno de los señores de la magia. No habló con ninguno de los<br />

pres<strong>en</strong>tes mi<strong>en</strong>tras pasaba <strong>en</strong>tre ellos y algo <strong>en</strong> su gesto les hizo caer <strong>en</strong> la<br />

tristeza que arrastraba, <strong>en</strong> el desgarro que parecía llevar consigo. Se<br />

hicieron a los lados a medida que se acercaba hacia la cabeza del animal<br />

muerto, sobre la que los pres<strong>en</strong>tes habían colocado algunas de las primeras<br />

flores de la temporada. Anisse se agachó junto a ella y recogió algo del<br />

suelo. A la luz de las velas, semejaba una piedra de ámbar con forma de<br />

gota. La muchacha la contempló unos instantes, buscando algo <strong>en</strong> su<br />

interior. De súbito, una fuerte ráfaga de vi<strong>en</strong>to se levantó golpeando a los<br />

pres<strong>en</strong>tes. El remolino pareció conc<strong>en</strong>trase alrededor de Anisse, que alzó<br />

la vista y miró a los ojos sin vida del dragón.<br />

El vi<strong>en</strong>to levantó sus negros cabellos por <strong>en</strong>cima de ella y <strong>en</strong>tonces<br />

ella supo lo que debía hacer y <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió por qué sabía que <strong>en</strong>contraría ahí<br />

aquella joya sin haberla visto antes. Con la misma certeza que si lo hubiese<br />

realizado otras veces, alzó la lágrima del dragón por <strong>en</strong>cima de su cabeza,<br />

lanzando su s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to al vi<strong>en</strong>to. En esos mom<strong>en</strong>tos, el contorno del<br />

cuerpo del <strong>en</strong>orme animal pareció hacerse m<strong>en</strong>os real. Seguía estando ahí,<br />

pero era como si todo un mundo de distancia separase a los pres<strong>en</strong>tes de la<br />

esc<strong>en</strong>a. Aquello era algo personal <strong>en</strong>tre la bestia muerta y la cocinera de la<br />

reina. Las escamas del dragón com<strong>en</strong>zaron a brillar, primero de una <strong>en</strong><br />

una, luego por racimos, hasta que todo el cuerpo de la bestia fue un<br />

comp<strong>en</strong>dio de luces cobrizas. De súbito, parecieron estallar <strong>en</strong> todas<br />

direcciones y llevarse la imag<strong>en</strong> del dragón con ellas, esparciéndose <strong>en</strong> el<br />

aire de la noche hasta desaparecer.<br />

El aire del claro se tiñó de un tono cobrizo con sabor a magia que, por<br />

unos instantes, <strong>en</strong>volvió a los pres<strong>en</strong>tes. Después se difuminó hasta<br />

desaparecer y sólo la luna iluminó el lugar. Las velas seguían ardi<strong>en</strong>do <strong>en</strong><br />

su sitio, pero <strong>en</strong> el interior del círculo de luz ya no quedaba nada. Los<br />

reunidos sabían que allí había habido un dragón muerto y que deberían<br />

haberse s<strong>en</strong>tido sobrecogidos por la esc<strong>en</strong>a. Pero, ante ellos, sólo quedaban<br />

un montón de velas ardi<strong>en</strong>do y una jov<strong>en</strong> de negra cabellera que sost<strong>en</strong>ía<br />

<strong>en</strong> su mano un trozo de ámbar, con forma de lágrima, que parecía brillar<br />

con luz propia.<br />

Sin muchos mirami<strong>en</strong>tos, Anisse lo metió <strong>en</strong> su zurrón y, sin cruzar<br />

una sola palabra con los reunidos, con el rostro <strong>en</strong>cogido por el dolor,<br />

volvió a ad<strong>en</strong>trase <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>dero y perderse <strong>en</strong> la oscuridad de la noche.<br />

El claro <strong>en</strong>tero quedó sobrecogido <strong>en</strong> un sil<strong>en</strong>cio absoluto que ni tan<br />

359


solo la brisa de la noche osó romper, un sil<strong>en</strong>cio que se ext<strong>en</strong>dió hasta la<br />

cabaña de Édorel, donde Lúcer permanecía convaleci<strong>en</strong>te. No había<br />

movido ni un solo músculo desde que Neraveith lo dejó, hacía ya muchas<br />

horas, y así siguió hasta que Anisse desapareció por completo de la vista<br />

de los pres<strong>en</strong>tes. Justo <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to, Lúcer abrió los ojos, mantuvo un<br />

breve instante la mirada perdida <strong>en</strong> el techo de la cabaña y, seguidam<strong>en</strong>te,<br />

tomó una profunda bocanada de aire.<br />

La barrera del dragón ha caído...<br />

62 — La misión de Maegdamm<br />

La barrera del dragón ha caído...<br />

La niebla gris se deshizo ante él, y los planos de exist<strong>en</strong>cia volvieron a<br />

<strong>en</strong>tremezclarse <strong>en</strong> un tornasol de ilusiones, pero la imperceptible urdimbre<br />

de inestabilidad dejada por Filo de Sombra seguía allí. Maegdamm lanzó<br />

un rugido de triunfo. L<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, para no perderse <strong>en</strong> la maraña de<br />

dim<strong>en</strong>siones, Maegdamm resiguió, acariciándolo y restregándose contra él,<br />

el cordel que le uniría temporalm<strong>en</strong>te con su presa y que se insertaba <strong>en</strong> las<br />

<strong>en</strong>trañas del bosque. Esta vez, gracias al arma de Lúcer, el bosque t<strong>en</strong>ía las<br />

puertas abiertas para él. No podía fallar...<br />

"Sigue a Filo de Sombra. ¡Encu<strong>en</strong>tra a Lúcer! ¡Márcalo con fuego!<br />

¡Que no pueda esconderse más de nosotros!"<br />

La silueta de su señor había irradiado toda la ira que albergaban sus<br />

mil<strong>en</strong>ios de exist<strong>en</strong>cia al darle aquella ord<strong>en</strong>. Con el sonido de un tru<strong>en</strong>o,<br />

la ord<strong>en</strong> había reberverado por las llanuras negras, retumbando a voz <strong>en</strong><br />

grito <strong>en</strong> el cambiante plano del caos, llegando a cada una de las criaturas<br />

que lo moraban. Algunas se <strong>en</strong>cogieron, otras sonrieron ante las palabras<br />

lanzadas... Todas sintieron <strong>en</strong>vidia al saber que él era el elegido para esa<br />

misión.<br />

Un cambio <strong>en</strong> la textura <strong>en</strong> la que se sumergía le hizo notar que había<br />

llegado hasta los albores del plano físico, allí donde la <strong>en</strong>ergía crepita con<br />

la fuerza de los seres vivos. El bosque estaba <strong>en</strong> pie de guerra, lo esperaba.<br />

Los robles susurraban am<strong>en</strong>azas contra él que sonaban como el ruido de<br />

hojas muertas arrastrándose. Las am<strong>en</strong>azantes sombras de los robles<br />

gravitaban como hogueras plateadas por <strong>en</strong>cima suyo. No t<strong>en</strong>dría mucho<br />

tiempo antes de ser despedazado.<br />

El rastro lo había llevado hasta la zona despejada. Allí los robles<br />

mant<strong>en</strong>ían un perfecto y respetuoso círculo, lanzando suaves gemidos.<br />

360


Estaba <strong>en</strong> el claro junto al lago, al otro lado del espejo de la materia. El<br />

rastro de Filo de Sombra terminaba justo <strong>en</strong> su c<strong>en</strong>tro. Allí desaparecía,<br />

clavándose <strong>en</strong> el mundo de la materia, como un cordel atrapado <strong>en</strong> mitad<br />

de una puerta cerrada.<br />

Maegadamm pronunió las palabras que llamarían a las salamandras.<br />

Éstas empezaron a aparecer, curiosas. Maegdam abrió las fauces y las<br />

absorbió d<strong>en</strong>tro de él. Así armado, volvió la t<strong>en</strong>ción de nuevo hacia el otro<br />

lado.<br />

Vio las sombras de varios vivi<strong>en</strong>tes que se proyectaban sobre él: había<br />

humanos cerca, esas impresionables y pasionales bestias. Hacía muchos<br />

años que no t<strong>en</strong>ía público. Haría una <strong>en</strong>trada espectacular.<br />

63 — Lúcer se pone <strong>en</strong> pie<br />

Eoroth había t<strong>en</strong>ido mucha razón al obligar a Édorel a tomar un baño.<br />

Ella ni se lo había planteado <strong>en</strong> ningún mom<strong>en</strong>to, había olvidado sus<br />

propias necesidades, incluy<strong>en</strong>do la sangre seca que manchaba sus ropas<br />

desde hacía horas. Mi<strong>en</strong>tras el cuerpo de Édorel se deshacía del polvo,<br />

barro y restos de recuerdos desagradables de las últimas horas, su m<strong>en</strong>te<br />

tomó conci<strong>en</strong>cia del agotami<strong>en</strong>to que la embargaba. Eoroth t<strong>en</strong>ía razón,<br />

necesitaba descansar, no sólo físicam<strong>en</strong>te. La siesta que le había obligado a<br />

dormir su primo ap<strong>en</strong>as la había repuesto lo sufici<strong>en</strong>te como para seguir<br />

con su labor: cuidar del herido.<br />

Con una muda limpia y el olor del jabón que usaba para el baño por<br />

todo el cuerpo, se s<strong>en</strong>tía levem<strong>en</strong>te repuesta. Metió la ropa sucia <strong>en</strong> el<br />

capazo que había llevado con ella y regresó hacia su cabaña.<br />

En el claro aún quedaban g<strong>en</strong>tes com<strong>en</strong>tando el suceso que acababa de<br />

t<strong>en</strong>er lugar: la mágica desaparición del dragón. A ella le había maravillado<br />

el acontecimi<strong>en</strong>to, pero no le parecía tan extraordinario. Acostumbrada a<br />

recorrer los caminos místicos del bosque, había visto muchas más cosas<br />

extrañas que habituales y t<strong>en</strong>ía cierta experi<strong>en</strong>cia al respecto. Ahora sólo<br />

deseaba descansar. Eoroth se había mant<strong>en</strong>ido cerca de la puerta de la<br />

cabaña mi<strong>en</strong>tras ella no estaba. Cuando la vio regresar, se alejó de nuevo<br />

hacia los reunidos cediéndole de nuevo aquella responsabilidad. Era una<br />

suerte t<strong>en</strong>er a algui<strong>en</strong> como Eoroth cerca.<br />

Édorel abrió la puerta de su cabaña y <strong>en</strong>tró, deseando con toda su alma<br />

poder t<strong>en</strong>derse <strong>en</strong> el lecho de nuevo. Cerró suavem<strong>en</strong>te tras ella y, cuando<br />

dirigió la mirada hacia donde yacía el herido, Édorel dejó caer el cesto que<br />

361


llevaba <strong>en</strong> las manos y lanzó un pequeño grito ahogado.<br />

Lúcer estaba <strong>en</strong> pie. Volvió la vista hacia ella cuando la sintió <strong>en</strong>trar.<br />

Su mirada era adusta, casi colérica y Édorel sintió un súbito miedo<br />

inexplicable. No parecía humano, no era humano t<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> pie con esas<br />

heridas. ¡No t<strong>en</strong>ía heridas! Los v<strong>en</strong>dajes habían desaparecido de su cuerpo.<br />

¿Estaba soñando acaso? Tan rápido como los rayos de sol surg<strong>en</strong> tras las<br />

nubes de torm<strong>en</strong>ta, vio cómo suavizaba su gesto y le sonreía.<br />

—Disculpa Édorel, no quería asustarte.<br />

Seguía si<strong>en</strong>do la misma voz grave y suave que tan bonita le había<br />

parecido. Édorel permaneció observándolo quieta, sin saber qué hacer<br />

primero, si recoger lo que se le había caído o dirigirle la palabra. Esto<br />

último se le antojaba muy difícil. Paseó nerviosam<strong>en</strong>te sus ojos por toda su<br />

figura. No había rastro alguno sobre su piel que d<strong>en</strong>otase que hubiera<br />

t<strong>en</strong>ido ninguna herida, ni siquiera parecía agotado, ni cansado. No parecía<br />

haber perdido sangre alguna. ¿Cómo era posible? ¿Acaso realm<strong>en</strong>te nunca<br />

estuvo herido y sólo fue una pesadilla? Pero, no. No lo había sido, <strong>en</strong> un<br />

rincón de su cabaña estaban aún sus ropas desgarradas y ll<strong>en</strong>as de sangre<br />

y, al lado, los v<strong>en</strong>dajes que habían usado y que se debía haber quitado.<br />

¿Cómo había podido ponerse <strong>en</strong> pie? ¿Estaba acaso vi<strong>en</strong>do el fantasma de<br />

un muerto? Quería preguntarle demasiadas cosas a la vez.<br />

Lúcer, al percibir su confusión y agotami<strong>en</strong>to psíquico, caminó hasta<br />

ella sin hacer gestos bruscos. Se agachó delante suyo para recoger el cesto<br />

del suelo y lo puso <strong>en</strong> las manos de la sorpr<strong>en</strong>dida semielfa. Édorel sintió<br />

que sus manos parecían reales y cali<strong>en</strong>tes, no estaban frías, así pues, no<br />

debía ser un fantasma. Int<strong>en</strong>tó murmurar una palabra de agradecimi<strong>en</strong>to,<br />

pero la voz se atascó <strong>en</strong> su garganta. Lúcer sonrió ante las dificultades de<br />

Édorel para expresarse.<br />

—No soy un fantasma, Édorel.<br />

La muchacha, con los ojos desorbitados por la sorpresa, lo observó de<br />

nuevo de arriba a abajo para cerciorarse de que su vista no la <strong>en</strong>gañaba.<br />

Cuando volvió a cruzarse con la mirada de Lúcer, las palabras por fin<br />

surgieron de ella.<br />

—Pero... ¡Estabas herido! ¿Lo he soñado?<br />

Él le sonrió para tranquilizarla.<br />

—Estuve herido, sí.<br />

—Pero, eran heridas muy graves...<br />

—Es cierto, hubies<strong>en</strong> matado a muchos.<br />

Édorel no sabía cómo seguir la conversación y, durante unos segundos<br />

362


interminables, buscó una palabra o pregunta con la que poder continuar,<br />

sin <strong>en</strong>contrarla. Lúcer no era prop<strong>en</strong>so a dar explicaciones, pero decidió<br />

hacer una excepción por una vez.<br />

—Usé mi magia para recuperarme, soy hechicero, ése es el secreto.<br />

¿Recuerdas?<br />

Édorel no acababa de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der el funcionami<strong>en</strong>to de la magia, pero<br />

sonrió levem<strong>en</strong>te.<br />

—Como el garrazo del oso <strong>en</strong> tu espalda... Pero eso era mucho más<br />

que un garrazo. ¿La magia puede curar eso?<br />

—Sí.<br />

La semielfa desvió la vista hacia el brazo que la noche anterior había<br />

manipulado. Lúcer siguió su mirada y, al adivinar de qué era lo que<br />

buscaba <strong>en</strong> su piel, giró el antebrazo ante ella, l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, para que<br />

pudiese apreciar la obra de la magia.<br />

—¡No te han quedado cicatrices!<br />

—Los hechizos de curación funcionan así.<br />

Édorel alzó los ojos hacia él, inquieta.<br />

—¿Qué pasó con el dragón? ¿Peleaste con él?<br />

—Sí, pero me atacó él primero.<br />

—Pero, ¿cómo pudiste v<strong>en</strong>cerlo?<br />

Lúcer pareció reacio a responder.<br />

—Digamos que fui más listo que él y usé algo de hechicería.<br />

—Pero, ¿cómo es posible? Era un dragón inm<strong>en</strong>so.<br />

Él negó suavem<strong>en</strong>te, con una sonrisa.<br />

—Hay muchas cosas que se pued<strong>en</strong> hacer con la magia, pero ahora no<br />

t<strong>en</strong>go tiempo, Édorel. Te explicaré los detalles, pero más adelante. Debo<br />

irme.<br />

Édorel le sonrió a su vez, algo inquieta por la proximidad.<br />

—Me alegro de que estés bi<strong>en</strong>. No sabía si había hecho lo correcto<br />

cuando te <strong>en</strong>contré.<br />

Lúcer sintió cómo un agradable escalofrío recorría su espalda ante la<br />

mirada preocupada y ansiosa de la muchacha. Deseaba recibir una frase o<br />

un gesto que le confirmase que su actuación había sido acertada, pero, <strong>en</strong><br />

el mom<strong>en</strong>to, no había dudado un instante <strong>en</strong> usar sus escasas habilidades<br />

tan bi<strong>en</strong> como podía. ¿Cómo podía ser tan adorable? ¿Cómo podía t<strong>en</strong>er<br />

esa inoc<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el alma, ese candor propio de un niño, y la fuerza de las<br />

raíces de un roble? Sintió que su corazón quería volar hacia ella y deseó<br />

con toda su alma poder abrazarla sin reparos.<br />

363


Bajó la vista rápidam<strong>en</strong>te, tomó el capazo de manos de Édorel y lo<br />

depositó <strong>en</strong> la mesa. Todo el gesto buscaba camuflar el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to que<br />

creía que irradiaban sus ojos y que intuyó que a la semielfa no le resultaría<br />

cómodo. Por un instante p<strong>en</strong>só que no t<strong>en</strong>ía tanta prisa, <strong>en</strong> realidad.<br />

—Me ayudaste mucho, Édorel. Sin ti, probablem<strong>en</strong>te me hubiese<br />

<strong>en</strong>contrado algún animal salvaje y me habría devorado, <strong>en</strong>tonces sí que<br />

habría muerto.<br />

—¿Cómo puedes saberlo?<br />

Lúcer le sonrió, algo más tranquilo su s<strong>en</strong>tir.<br />

—Sé escuchar.<br />

Vio cómo Édorel se ruborizaba muy levem<strong>en</strong>te, desviando la vista<br />

hacia el baúl del rincón.<br />

—Creo que vas a necesitar ropa si ti<strong>en</strong>es que salir fuera.<br />

64 — Maegdamm salta al plano mundano<br />

La hoguera no fue <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dida esa noche. Los reunidos se s<strong>en</strong>taron<br />

alrededor del círculo de piedras donde deberían haber danzado las llamas,<br />

observando las c<strong>en</strong>izas. Ninguno quería aún borrar la imag<strong>en</strong> del <strong>en</strong>orme<br />

reptil desvaneciéndose <strong>en</strong> el aire ni el sabor a magia y misterio que había<br />

dejado. Algo había partido junto con el dragón, algo que no habían logrado<br />

re<strong>en</strong>contrar.<br />

Kayla, s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> una roca, observaba distraídam<strong>en</strong>te el firmam<strong>en</strong>to,<br />

int<strong>en</strong>tando c<strong>en</strong>trar su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> los sucesos que le habían narrado, pero<br />

toda lógica aplicable al relato huía. En la cabaña de Édorel había un herido<br />

grave decían, algui<strong>en</strong> con qui<strong>en</strong> ella había compartido un combate<br />

dialéctico. Pero, ¿qué importaba? ¿Qué demonios importaba cuando había<br />

pres<strong>en</strong>ciado la maravilla de un dragón desapareci<strong>en</strong>do ante sus ojos? La<br />

imag<strong>en</strong> del dragón se había clavado a fuego <strong>en</strong> la m<strong>en</strong>te de la muchacha,<br />

era hermoso. Inquietante y hermoso... Y no deseaba recordar nada más <strong>en</strong><br />

ese mom<strong>en</strong>to.<br />

Saleith, s<strong>en</strong>tada a su lado, apuraba un vaso de vino para <strong>en</strong>trar <strong>en</strong><br />

calor. La mujer no acababa de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der muchas de las cosas que habían<br />

sucedido, necesitaba explicaciones. Deseaba que el herido pronto se<br />

recuperase para poder interrogarlo. Aquel ev<strong>en</strong>to parecía de demasiada<br />

importancia como para ignorar los motivos que lo habían ocasionado.<br />

Probablem<strong>en</strong>te, todos los reunidos <strong>en</strong> el claro opinaban lo mismo. Quizás<br />

la excepción fuese dama Ariweth, la iracunda noble permanecía algo<br />

364


apartada del grupo, sin perder de vista la cabaña de Édorel. Saleith podía<br />

imaginar lo que pasaba por su m<strong>en</strong>te <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos. Todos sabían el<br />

odio que le profesaba a Lúcer.<br />

El Errante afilaba su largo cuchillo l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, casi con parsimonia,<br />

s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el suelo, apoyado <strong>en</strong> el tronco de un árbol. El gesto le ayudaba<br />

a reflexionar y a c<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> cuestiones que le preocupaban. Todos habían<br />

descrito el suceso, lo habían com<strong>en</strong>tado y habían realizado sus conjeturas.<br />

Sin embargo, había algo que no había sucedido aún: nadie se había<br />

inquietado.<br />

—No es posible que un dragón haya muerto <strong>en</strong> el bosque y no nos<br />

sorpr<strong>en</strong>damos —dijo ágriam<strong>en</strong>te El Errante.<br />

Kayla no estaba dispuesta a darle cabida a la duda, al m<strong>en</strong>os no <strong>en</strong> las<br />

horas posteriores a una de las mayores maravillas que había visto nunca.<br />

Miró al Errante <strong>en</strong>fadada por atreverse a hacerla desc<strong>en</strong>der de la nube de<br />

magia <strong>en</strong> la que viajaba.<br />

—Que yo sepa, no es la primera vez que una criatura mágica surge del<br />

bosque.<br />

El Errante dejó de afilar su cuchillo y, sin alzar la vista, replicó con<br />

voz t<strong>en</strong>sa.<br />

—¡Pero era un dragón! ¡La es<strong>en</strong>cia de la magia! Hace ci<strong>en</strong>tos de años<br />

que no se v<strong>en</strong> dragones. Ya sólo pert<strong>en</strong>ec<strong>en</strong> a las historias... ¡Y de pronto<br />

un dragón surge del bosque!<br />

Eoroth asintió ante el com<strong>en</strong>tario.<br />

—Hay qui<strong>en</strong> dice que hace miles de años, no sólo ci<strong>en</strong>tos, Errante.<br />

El Errante lanzó su cuchillo contra un árbol <strong>en</strong> un rápido gesto y el<br />

arma se clavó profundam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la madera con un golpe seco.<br />

—Entonces, ¿por qué demonios reaccionamos así? ¿No os dais<br />

cu<strong>en</strong>ta? En este lugar ocurre algo extraño, y no sólo con las criaturas que<br />

lo visitan, también con nosotros mismos. ¿Por qué demonios <strong>en</strong>cajamos<br />

tan fácilm<strong>en</strong>te que un dragón haya muerto delante de nuestras narices y<br />

luego haya desaparecido? ¿Por qué no reaccionamos como cualquier<br />

persona ante un f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o así?<br />

—¿Sugieres que algo <strong>en</strong> este lugar afecta a nuestras m<strong>en</strong>tes?<br />

Ariweth se levantó bruscam<strong>en</strong>te de la roca <strong>en</strong> que estaba s<strong>en</strong>tada y se<br />

<strong>en</strong>caró al Errante furiosa.<br />

—No estoy de acuerdo con esa afirmación señor. Estáis tachándome<br />

por ese principio de débil m<strong>en</strong>tal y mi m<strong>en</strong>te es mía, solam<strong>en</strong>te mía. A<br />

aquél que ose tocarla lo mataré o, más bi<strong>en</strong>, me llevaré su cabeza como<br />

365


trofeo.<br />

El Errante negó con la cabeza ante el com<strong>en</strong>tario de la noble.<br />

—¿Y si lo que te está manipulando no ti<strong>en</strong>e cabeza? ¿Qué colgarías<br />

sobre tu chim<strong>en</strong>ea?<br />

Un sil<strong>en</strong>cio siguió a aquellas palabras, sólo salpicado por el rumor de<br />

la brisa nocturna, hasta que Eoroth carraspeó.<br />

—De todas maneras, este bosque es antiguo, más que muchos lugares<br />

sagrados del mundo. Es posible que hayamos estando ignorando <strong>en</strong><br />

demasía los poderes que aún moran <strong>en</strong> él. Es un lugar de reunión para<br />

nosotros, sólo eso, pero tal vez ya va si<strong>en</strong>do hora de que investiguemos<br />

qué más puede ser y si es c<strong>en</strong>tro de reunión social de alguna criatura más.<br />

El toque con el plano físico fue doloroso para Maegdamm. Se<br />

comprimió y luego se expandió mi<strong>en</strong>tras su carne tomaba forma antes de<br />

<strong>en</strong>trar <strong>en</strong> él. Dolía, era como ser lacerado por miles de agujas. Sabía que<br />

aquello ocurriría, sabía que el bosque no lo aceptaría y, si lo forzaba, sería<br />

castigado de esa forma, pero no esperaba que fuese tan doloroso. En su<br />

m<strong>en</strong>te sintió el aullido de furia del espíritu de los robles mi<strong>en</strong>tras su carne<br />

se formaba acorde a su carácter astral, burbujeando y expandiéndose. Unas<br />

fauces se desplegaron <strong>en</strong> la masa informe. Entonces dirigió su at<strong>en</strong>ción a<br />

abrir una puerta de acceso y clavó profundam<strong>en</strong>te sus uñas <strong>en</strong> la realidad,<br />

desgarrándola...<br />

Entre los reunidos <strong>en</strong> el claro, nadie habría sabido cómo describir ese<br />

preciso mom<strong>en</strong>to. De súbito, <strong>en</strong> el aire se abrió una brecha de irrealidad y<br />

la oscuridad se derramó de ella. Los pres<strong>en</strong>tes se volvieron hacia aquello,<br />

pero ninguno fue lo bastante rápido. El mom<strong>en</strong>to que usaron para girarse<br />

hacia el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o pareció transcurrir <strong>en</strong> un siglo <strong>en</strong>tero de vida para ellos.<br />

Sintieron los movimi<strong>en</strong>tos torpes y l<strong>en</strong>tos ante una acometida ineludible.<br />

Y, por unos minúsculos e interminables instantes, percibieron al otro lado<br />

de aquella herida lo que significaba la carne de un mundo: la nada, el vacío<br />

de la inexist<strong>en</strong>cia.<br />

Fue tan súbito el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o, y el estupor de los pres<strong>en</strong>tes tan<br />

rep<strong>en</strong>tino, que ninguno hizo gesto alguno por apartarse hasta que la<br />

criatura asomó grotescam<strong>en</strong>te por aquel desgarro imposible.<br />

El ser cayó sobre cuatro patas retorcidas acabadas <strong>en</strong> garras. Su<br />

cabeza, a medio cruzar <strong>en</strong>tre la de un perro y un lagarto descomunal, abrió<br />

las fauces y gruñó profundam<strong>en</strong>te. El cuerpo lustroso de la criatura estaba<br />

366


cubierto de un comp<strong>en</strong>dio de escamas y pelaje que pugnaban por ganar<br />

territorio el uno sobre el otro. Su color era negro, negro como la noche,<br />

negro como el fondo de un pozo, negro como el terror que inspiró <strong>en</strong> los<br />

corazones de los pres<strong>en</strong>tes.<br />

Una de las damas gritó y, de pronto, el tiempo pareció volver a<br />

transcurrir cuando la abertura <strong>en</strong> el aire se cerró, pero <strong>en</strong>tonces fue tarde.<br />

El ser se volvió hacia el más próximo, abrió las fauces y su interior<br />

refulgió como un candil de brasas <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas. El mom<strong>en</strong>to de torpor había<br />

sido sufici<strong>en</strong>te. La monstruosidad gruñó hacia Saleith y el brillo del fuego<br />

surgió de su garganta, <strong>en</strong> su dirección.<br />

Eoroth, <strong>en</strong> un acto reflejo, se abalanzó sobre ella y la lanzó al suelo,<br />

cubriéndola con su propio cuerpo. Las llamas pasaron sobre la coraza del<br />

caballero, pero pr<strong>en</strong>dieron <strong>en</strong> el vestido de Saleith. Él no pudo ocuparse de<br />

las llamas que habían pr<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> la falda de la mujer. Se levantó echando<br />

mano de la espada para <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse al <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro, interponiéndose <strong>en</strong>tre la<br />

criatura y ella. El Errante desclavó su cuchillo del tronco contra el que lo<br />

había lanzado y se volvió hacia la bestia. El demonio lo sintió acercarse y<br />

se giró rápidam<strong>en</strong>te hacia él. En un instante, el hombre se vio <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong><br />

llamas y no tuvo más idea que soltar el cuchillo y correr como alma que<br />

lleva el diablo hacia el lago mi<strong>en</strong>tras sus ropas se consumían.<br />

A Maegdamm le divirtió ver aquello, casi había olvidado lo fácil que<br />

resultaba acabar con un humano. Ahora debía <strong>en</strong>contrar a su presa...<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, una piedra golpeó su cráneo y se sintió irritado.<br />

También había olvidado lo tediosam<strong>en</strong>te orgullosos y cabezotas que<br />

llegaban a ser. ¿Aún necesitaban una muestra de poder? Se volvió hacia el<br />

lugar de donde había prov<strong>en</strong>ido el disparo y vio a Kayla, <strong>en</strong> pie sobre una<br />

roca, haci<strong>en</strong>do gala de su excel<strong>en</strong>te puntería. Enseñó unos di<strong>en</strong>tes<br />

amarill<strong>en</strong>tos y babeantes y echó a correr hacia ella. Eoroth supo, antes de<br />

iniciar la carrera <strong>en</strong> pos del <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro, que no llegaría a tiempo. Kayla<br />

adoptó una expresión de terror y sorpresa al ver a aquel demonio lanzarse<br />

sobre ella. En mitad del salto, y ante la atónita mirada de la muchacha,<br />

Maegdamm dirigió dos certeros zarpazos a su cuello. Cayeron detrás de la<br />

roca, antes de que la sangre empezase a manar. Cuando lo hizo fue a<br />

borbotones y la expresión de sorpresa de Kayla le hizo saber al demonio<br />

que no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día que estaba muerta.<br />

Maegdamm alzó la cabeza, buscando el olor de la presa que había<br />

v<strong>en</strong>ido a cazar, con Kayla agonizando <strong>en</strong>tre sus zarpas. El rastro de Filo de<br />

Sombra lo llevaba hasta ahí, pero el invocador no estaba, debía haberse<br />

367


movido. De pronto sintió el olor de su sangre y, con un gran salto, se<br />

dirigió hacia allí.<br />

El resto de humanos llegaban <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos junto al cadáver de la<br />

muchacha, pero él ya había echado a correr. Pasó como una exhalación<br />

ante Ariweth, boquiabierta y pálida como la muerte ante lo que había<br />

pres<strong>en</strong>ciado. La bestia corría hacia la cabaña de Édorel con largas y<br />

flexibles zancadas. Ariweth, de pronto, sintió cómo todo se tambaleaba a<br />

su alrededor, des<strong>en</strong>vainó su espada y se lanzó <strong>en</strong> pos de la bestia,<br />

espoleada por el pánico. Había visto hacia dónde se dirigía el <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro.<br />

Allí d<strong>en</strong>tro estaba su hermana adoptiva Édorel.<br />

En el interior de la cabaña, Lúcer se había puesto unos pantalones<br />

demasiado anchos para él, y una camisa demasiado estrecha. Por el olor de<br />

que la camisa, supo que pert<strong>en</strong>ecía a Édorel, debía de ser alguna que a ella<br />

le viniese grande. Se acababa de cinchar las botas cuando lo sintió. Alzó la<br />

cabeza, alarmado, y escrutó el aire. Había una alteración <strong>en</strong> la estructura de<br />

los planos, algui<strong>en</strong> había abierto una brecha para acceder al plano<br />

mundano. Se puso <strong>en</strong> pie rápidam<strong>en</strong>te y se acercó a Édorel que permanecía<br />

de espaldas a él pudorosam<strong>en</strong>te. Simulaba una gran actividad ord<strong>en</strong>ando la<br />

ropa que había revuelto para <strong>en</strong>contrar algo de su talla. Al notar que Lúcer<br />

la levantaba <strong>en</strong> vilo, Édorel lanzó un leve grito. No forcejeó al no saber si<br />

era un simple gesto de agradecimi<strong>en</strong>to o Lúcer pret<strong>en</strong>día ir más allá de ese<br />

brazo, pero no le dio tiempo a planteárselo. Su captor se lanzó hacia uno<br />

de los muros laterales de la cabaña mi<strong>en</strong>tras musitaba las palabras de un<br />

hechizo. La imag<strong>en</strong> de la semielfa y él desapareció <strong>en</strong> el aire. Lúcer apoyó<br />

la espalda contra la pared mi<strong>en</strong>tras mant<strong>en</strong>ía a la sorpr<strong>en</strong>dida Édorel presa<br />

<strong>en</strong>tre sus brazos. En ese instante, con un crujido <strong>en</strong>sordecedor, la puerta de<br />

la cabaña rev<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> una lluvia de trozos de madera. Abalanzándose al<br />

interior del habitáculo, la forma de una bestia negra saltó a través de los<br />

restos, llevándose parte del marco de la puerta con su abotargado cuerpo.<br />

65 — Los caprichos de las hadas<br />

Neraveith espoleaba a Arg<strong>en</strong>t a través de las ramas del bosque. Los<br />

árboles pasaban junto a ella <strong>en</strong> su loca carrera, abri<strong>en</strong>do y cerrando<br />

panoramas nuevos a cada instante. Si su destino era estrellarse contra uno<br />

de aquellos árboles, no t<strong>en</strong>ía escapatoria y, si era lograr salir del bosque<br />

una vez más, tampoco podría escapar de él. ¿Meldionor le había ocultado<br />

368


algo todo aquel tiempo? No era posible, no era posible que su fiel y leal<br />

amigo le hubiese m<strong>en</strong>tido.<br />

—¡Corre, Arg<strong>en</strong>t...! —azuzó la reina.<br />

De súbito, los árboles se abrieron <strong>en</strong> un gran prado. Había salido del<br />

bosque por la parte más norteña, muy alejada de su ruta habitual, pero no<br />

t<strong>en</strong>ía tiempo para contemplaciones. Enfiló un pequeño s<strong>en</strong>dero que<br />

confluía con la carretera principal que v<strong>en</strong>ía del norte. A ambos lados de la<br />

misma se ext<strong>en</strong>dían los campos de cultivo de la comarca y, ante ella la,<br />

ciudad creció rápidam<strong>en</strong>te con la colina y el majestuoso castillo alzándose<br />

contra la luna.<br />

La reina galopó a través de las desiertas calles nocturnas, buscando la<br />

ruta más recta. Ni siquiera los gatos paseaban por ellas. Desembocó <strong>en</strong> el<br />

camino que llevaba hacia el castillo y ap<strong>en</strong>as le permitió unos instantes de<br />

descanso a Arg<strong>en</strong>t antes de empr<strong>en</strong>der el asc<strong>en</strong>so.<br />

Los guardias <strong>en</strong>seguida reconocieron la yegua y los ropajes de su<br />

amazona. En cuanto se acercó un poco más, su cabellera dorada resultó<br />

inconfundible.<br />

—¡Abrid la puerta! ¡La reina ha vuelto!<br />

La barbacana fue izada a toda la velocidad que permitía su<br />

mecanismo. El ruido de los cascos de la yegua resonando contra las<br />

paredes del acceso era la señal que indicaba a Neraveith que había llegado<br />

a casa. Ap<strong>en</strong>as tuvo tiempo Arg<strong>en</strong>t de det<strong>en</strong>erse junto al abrevadero de los<br />

establos y Neraveith ya había saltado al suelo, pasando su pierna izquierda<br />

al lado derecho por <strong>en</strong>cima del cuello del animal. Sus damas la esperaban.<br />

—Mi señora, estábamos muy preocupadas por vos. El señor<br />

Meldionor no cabe <strong>en</strong> sí de la inquietud.<br />

Neraveith sólo tuvo un mom<strong>en</strong>to de cortesía con su yegua, le dio unas<br />

suaves palmadas para expresarle su gratitud. Sin más, la dejó <strong>en</strong> manos de<br />

Jaerd y, remangándose los pesados y sucios faldones de su vestido, se<br />

<strong>en</strong>caminó hacia el ala oeste. Un solo p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to poblaba su m<strong>en</strong>te <strong>en</strong><br />

esos mom<strong>en</strong>tos: Meldionor sabía algo de todo lo acontecido <strong>en</strong> el bosque y<br />

se lo había ocultado. Subió las escaleras de dos <strong>en</strong> dos. Cuando llegó a la<br />

planta superior,, se dirigió a los apos<strong>en</strong>tos de su consejero. Lo <strong>en</strong>contró <strong>en</strong><br />

mitad del pasillo con una expresión de alivio que no era capaz de esconder.<br />

—Neraveith, querida, me alegro mucho de verte sana y salva.<br />

Neraveith se detuvo ante él y lo observó, dejando que toda la<br />

inquietud y desconfianza brotas<strong>en</strong> de ella. La expresión del anciano mudó<br />

del alivio al desconcierto.<br />

369


—¿Por qué me miras como si hubiese hecho algo malo, mi niña?<br />

66 — Hechizos y sangre<br />

Lúcer había t<strong>en</strong>ido el reflejo de lanzarse hacia un lado para eludir la<br />

puerta, por donde preveía que <strong>en</strong>traría el ser que había llegado hasta el<br />

plano mundano. Él y Édorel, invisibles contra el marco de la chim<strong>en</strong>ea,<br />

observaron a la increíble bestia. Lúcer lo esperaba y no movió un músculo<br />

mi<strong>en</strong>tras el <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro paseaba su mirada por la pequeña cabaña buscando<br />

dónde debería estar la presa que sabía tan cerca. Lam<strong>en</strong>tablem<strong>en</strong>te, Édorel<br />

no, y sus ojos se desorbitaron por el terror al ver cómo aquello volvía las<br />

fauces hacia ellos, husmeando el aire. Lúcer tuvo el instinto de taparle la<br />

boca con la mano, pero se percató <strong>en</strong> seguida de que no era necesario. La<br />

semielfa sabía de los peligros de la falta de discreción <strong>en</strong> territorio hostil.<br />

El maldito <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro t<strong>en</strong>ía muy bu<strong>en</strong> olfato y lo estaba rastreando a él.<br />

Pero, si se movía, revelaría su posición y dejaría a Édorel indef<strong>en</strong>sa, no le<br />

daría tiempo a apartarla de delante.<br />

La bestia, de pronto, se detuvo, al detectar claram<strong>en</strong>te de dónde<br />

procedía el olor que lo había guiado, y lanzó una feroz d<strong>en</strong>tellada hacia<br />

allí. Había mordido un montón de ropas esparcidas por el suelo. Lúcer las<br />

reconoció, eran las que llevaba cuando luchó contra el dragón y estaban<br />

teñidas con su sangre. El olfato del cazador esta vez le había traicionado.<br />

Aprovechó ese instante para desplazar a Édorel y situarla tras él, deseando<br />

con todas sus fuerzas que la chica tuviese algo de experi<strong>en</strong>cia <strong>en</strong><br />

situaciones similares y actuase correctam<strong>en</strong>te.<br />

Maegdamm, tras sacudir las destrozadas pr<strong>en</strong>das, gruñó suavem<strong>en</strong>te<br />

como muestra de irritación. Ahí estaba el olor de Lúcer, pero él no estaba<br />

d<strong>en</strong>tro.<br />

Lúcer evaluó sus posibilidades rápidam<strong>en</strong>te. Ap<strong>en</strong>as había espacio <strong>en</strong><br />

la cabaña para moverse, no podía int<strong>en</strong>tar pasar por alguno de los lados o<br />

saltar por <strong>en</strong>cima del monstruo y estaba desarmado. Sólo le quedaba la<br />

magia. Dudaba que pudiese acabar un conjuro antes de que el <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro lo<br />

atacase. Pero seguram<strong>en</strong>te no era matar lo que deseaba, lo iba a marcar<br />

para poder <strong>en</strong>contrarlo más adelante. Eso le daba alguna posibilidad. Sin<br />

pérdida de tiempo, se conc<strong>en</strong>tró, sil<strong>en</strong>cioso, para canalizar la magia. Fue<br />

sufici<strong>en</strong>te. Los ojos de la bestia se quedaron fijos <strong>en</strong> su invisible figura y<br />

flexionó las patas para lanzarse al ataque.<br />

En ese mom<strong>en</strong>to, el largo cuchillo del Errante <strong>en</strong>tró volando por la<br />

370


destrozada puerta y se clavó profundam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> los cuartos traseros de la<br />

alimaña. El semi reptil lanzó un gruñido de dolor. Su salto se vio det<strong>en</strong>ido<br />

cuando al cuchillo lo siguió una Ariweth fuera de sí que cargaba contra él.<br />

—¡Maldito, deja a mi hermana!<br />

El ser pareció, cuando m<strong>en</strong>os, sorpr<strong>en</strong>dido y fastidiado por la<br />

intromisión. Ariweth saltó sobre él, golpeando con todas sus fuerzas <strong>en</strong><br />

mitad de la espalda. La espada se clavó <strong>en</strong> su carne como si hubiese sido<br />

gelatinosa y ninguna sangre brotó de ella. El <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro gruñó con ira y se<br />

volvió hacia ella. Édorel aprovechó el mom<strong>en</strong>to y tomó su arco.<br />

67 — Exig<strong>en</strong>cias a un consejero<br />

Neraveith habló con toda la calma que pudo transmitir, pero con<br />

firmeza.<br />

—Quiero un libro que posees Meldionor, un libro pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>te al<br />

pueblo faérico del bosque de Isthelda.<br />

El gesto de Meldionor pareció t<strong>en</strong>sarse por un breve instante. Sus ojos<br />

permanecieron unos segundos perdidos <strong>en</strong> el vacío, pero clavados <strong>en</strong> la<br />

figura de su reina. Dejó caer la mirada al suelo y negó con tristeza<br />

mi<strong>en</strong>tras dejaba escapar un suspiro de sus labios.<br />

—Si es el mismo libro que creo, no puedo permitirte posar tus ojos<br />

sobre él.<br />

Neraveith sintió que la ira subía <strong>en</strong> ella, pero su voz no la delató.<br />

—Deberás darme un bu<strong>en</strong> motivo para desacatar una ord<strong>en</strong> de tu<br />

reina.<br />

El viejo consejero volvió a levantar la vista hacia ella y respondió con<br />

voz débil.<br />

—Neraveith, querida, creo que hay cosas de las que deberíamos<br />

hablar, ya que te has visto involucrada — la miró fijam<strong>en</strong>te—. a solas.<br />

Neraveith, sin volverse hacia los sirvi<strong>en</strong>tes que la habían seguido, les<br />

lanzó una ord<strong>en</strong> directa.<br />

—Volved a vuestros quehaceres, no t<strong>en</strong>éis nada que hacer aquí.<br />

—Pero, señora, debéis asearos y debemos prepararos algo de c<strong>en</strong>ar.<br />

Algui<strong>en</strong> hizo callar a la incauta y los interpelados se retiraron<br />

discretam<strong>en</strong>te, dejando solos a la reina y al anciano consejero.<br />

Meldionor hizo un gesto de invitación a Neraveith antes de <strong>en</strong>cabezar<br />

la marcha hacia sus apos<strong>en</strong>tos. No medió discusión alguna. El consejero<br />

abrió la puerta y permitió el paso a su soberana antes de <strong>en</strong>trar tras ella y<br />

371


cerrarla tras de sí.<br />

La habitación estaba <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra, ap<strong>en</strong>as <strong>en</strong>traba algo de luz por<br />

los postigos de la v<strong>en</strong>tana. Meldionor revolvió algo sobre la mesa.<br />

—Y bi<strong>en</strong>, ¿cuál es el motivo por el que ese libro no puede ser leído<br />

por mí?<br />

Una pequeña llama se alzó ante Neraveith. Meldionor había <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido<br />

una vela. Con ella fue pr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do de una <strong>en</strong> una las del gran candelabro de<br />

cinco brazos que t<strong>en</strong>ía sobre la mesa y, después, la lámpara de aceite de la<br />

pared. Neraveith creyó por un mom<strong>en</strong>to que no iba a contestarle.<br />

—Ese libro es peligroso, conti<strong>en</strong>e nombres verdaderos. Puede ser<br />

utilizado para invocar cosas que nunca desearías conocer.<br />

Neraveith se extrañó de la respuesta.<br />

—¿Qué hace <strong>en</strong> tu poder, <strong>en</strong>tonces?<br />

—Yo también he sido jov<strong>en</strong>, Neraveith, yo también he deseado el<br />

poder, adquirirlo a cualquier precio. Eso me llevó a buscar el libro para<br />

atraer a algunas de las criaturas más poderosas del mundo hasta mí y<br />

postrarlas a mis pies. Pero eso fue mi perdición. Lo conseguí de las hadas<br />

por un pacto, pero ellas me maldijeron. No puedo leer una sola línea de ese<br />

libro. Ese es el precio con el que me hicieron cargar, y ni todos mis<br />

conocimi<strong>en</strong>tos ni mis hechizos pudieron acabar con la maldición de la<br />

reina de las hadas del bosque de Isthelda.<br />

Neraveith lo vio volverse hacia ella con una extraña expresión <strong>en</strong> su<br />

rostro, que nunca antes había contemplado <strong>en</strong> él.<br />

—Imagínate mi frustración. T<strong>en</strong>ía al alcance de mi mano invocar a los<br />

elem<strong>en</strong>tales más poderosos del universo, a los más grandes dragones del<br />

mundo y, con suerte, ponerlos a mi servicio y —le costó continuar<br />

hablando, tragó saliva y prosiguió—. Soy incapaz de leer una sola línea sin<br />

que la muerte me toque. ¿Enti<strong>en</strong>des lo que significaba eso para mí? Ni<br />

siquiera podía fiarme de nadie para que lo leyese por mí <strong>en</strong> voz alta, dado<br />

lo peligroso de su cont<strong>en</strong>ido.<br />

Meldionor paseó la vista por los volúm<strong>en</strong>es que poblaban su estantería<br />

con gesto triste.<br />

—Tanto conocimi<strong>en</strong>to, tanto poder... Y no puedo ni tocarlo, ni<br />

acariciar levem<strong>en</strong>te una sola de sus líneas con la mirada. Ella supo a lo que<br />

me cond<strong>en</strong>aba cuando lo hizo. Ojo por ojo.<br />

Neraveith escuchó a su consejero, extrañada ante las revelaciones que<br />

estaba oy<strong>en</strong>do. Nunca había imaginado a Meldionor como un hombre<br />

ambicioso. ¿Cómo había podido cambiarle tanto el tiempo, la maldición o<br />

372


ambas cosas? Pero ahora debía c<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> el problema que la acuciaba.<br />

—¿Dónde está el libro, Meldionor?<br />

El anciano se volvió hacia ella y le sonrió.<br />

—¿Sabes mi niña? Todo <strong>en</strong> esta vida ti<strong>en</strong>e un porqué. Ahora pi<strong>en</strong>so<br />

que yo debía conseguir el libro, pero no para mí. Tal vez para que tú lo<br />

usases alguna vez.<br />

Meldionor se volvió hacia la estantería que cubría la pared y pasó los<br />

dedos por sus volúm<strong>en</strong>es delicadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>cuadernados.<br />

—El mejor sitio para ocultar algo es a la vista de todos —dijo con<br />

pesar.<br />

Extrajo un volum<strong>en</strong>, no excesivam<strong>en</strong>te grande ni llamativo, de los que<br />

poblaban su estantería. Neraveith <strong>en</strong>arcó una ceja mi<strong>en</strong>tras Meldionor<br />

extraía una pequeña navaja y cortaba el cuero de la cubierta. Bajo él, unas<br />

tapas de un gris perlado aparecieron y, sobre la superficie del libro, ningún<br />

nombre escrito.<br />

—Este libro es peligroso, Neraveith, puedes cond<strong>en</strong>ar tu alma por el<br />

mero hecho de leerlo.<br />

—Meldionor, creo que la falta de información es ahora más peligrosa<br />

y puede estar arrastrándonos a unos hechos que no queremos pres<strong>en</strong>ciar. Si<br />

con abrirlo simplem<strong>en</strong>te puedo evitar un mal mayor, poco importará que<br />

mi alma se pierda por siempre.<br />

Meldionor se s<strong>en</strong>tó cansinam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> una silla mi<strong>en</strong>tras Neraveith, con<br />

dedos temblorosos, pasaba las hojas contándolas.<br />

Dos... cuatro... seis...<br />

68 — La lucha <strong>en</strong> la cabaña<br />

La noble peleaba más con el ardor de la ira que con la táctica y eso se<br />

notó <strong>en</strong> seguida. La bestia hizo un amago de zarpazo que Ariweth int<strong>en</strong>tó<br />

det<strong>en</strong>er con su espada, dejando abierta la def<strong>en</strong>sa por el lado derecho. La<br />

sorpresa le impidió darse cu<strong>en</strong>ta del peligro hasta que, con la garra<br />

izquierda, el ser desgarró la piel de su cadera y pierna derechas<br />

profundam<strong>en</strong>te. Ariweth gritó por el dolor y, llevada por la ira, descargó su<br />

espada con todas su fuerzas sobre la cabeza del ser, sin llegar a atinarle. La<br />

espada resbaló de sus dedos al acabar el arco y sonó el golpe al caer al<br />

suelo. Édorel, apelando a su estricto <strong>en</strong>tranami<strong>en</strong>to como guardabosques,<br />

t<strong>en</strong>só su arco, apuntó cuidadosam<strong>en</strong>te detrás de las orejas del animal, a la<br />

base de la nuca, y disparó. La flecha se clavó <strong>en</strong> el sitio escogido con un<br />

373


sonoro golpe seco y el ser dio un respingo por el dolor. Volvió a poner la<br />

patas delanteras <strong>en</strong> el suelo, ante Ariweth, mi<strong>en</strong>tras ésta retrocedía<br />

cojeando, con los ojos desorbitados por el terror. Pero, <strong>en</strong> lugar de lanzarse<br />

hacia ella, volvió la cabeza l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hacia Édorel, con la flecha aun<br />

clavada <strong>en</strong> su nuca. La semielfa sintió que le temblaba el pulso al verlo.<br />

Aquella herida hubiese matado limpiam<strong>en</strong>te incluso a un oso, no era<br />

posible que no le afectase.<br />

Los ojos rojizos de la bestia se inflamaron de pronto con un fulgor de<br />

llamas y, alrededor suyo, el aire pareció alabearse <strong>en</strong> una extraña danza<br />

cuando el calor despr<strong>en</strong>dido por el cuerpo del monstruo lo deformó.<br />

Entonces se oyó su voz, retumbante como las palabras susurradas <strong>en</strong> una<br />

cripta.<br />

—¡Es tu turno de morir!<br />

Abrió las fauces con la mirada fija <strong>en</strong> ella. Del fondo de su garganta<br />

surgió el resplandor de unas llamas rojas. El fuego era lo que ll<strong>en</strong>aba el<br />

cuerpo de aquella criatura de pesadilla. El terror invadió por completo a la<br />

semielfa y el arco resbaló de sus manos mi<strong>en</strong>tras trataba de retroceder sin<br />

que sus pies le respondies<strong>en</strong>. Édorel no pudo decidir apartarse, sintió que<br />

algo la hacía caer al suelo por la fuerza de un resuelto empujón. Las llamas<br />

estallaron desde la garganta del can infernal hacia donde estaba ella. Gritó<br />

por el terror, int<strong>en</strong>tando retroceder, sin que la pared se lo permitiese. De<br />

pronto, el fuego golpeó contra algo <strong>en</strong> el aire, abriéndose <strong>en</strong> abanico fr<strong>en</strong>te<br />

a ella. Las llamas siluetearon una figura humana. Parecían querer alcanzar<br />

a Édorel sin conseguirlo. A través del velo de terror, Édorel <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió que<br />

se trataba de Lúcer, aún invisible a sus ojos, que se había interpuesto <strong>en</strong> el<br />

camino del fuego. Y el <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro también lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió. La alimaña saltó<br />

hacia él. Lúcer decidió no apartarse para evitar que alcanzase a la semielfa<br />

que t<strong>en</strong>ía a su espalda. El <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro cargó con todo su peso contra su<br />

cuello. Por fortuna, al no verlo, solo logró empujarlo con la fuerza de un<br />

soberano cabezazo.<br />

La carga hizo caer a Lúcer hacia atrás. Las mandíbulas del cazador se<br />

cerraron <strong>en</strong> el aire, int<strong>en</strong>tando atrapar alguna extremidad de su presa. Él<br />

había t<strong>en</strong>ido el reflejo de <strong>en</strong>cogerse bajo la garganta de la bestia, aferrando<br />

su gruesa piel con las manos para que no lo alcanzase con los di<strong>en</strong>tes, pero<br />

eso no lo salvaría de sus garras.<br />

374


69 — Nombres y revelaciones<br />

Neraveith miró atónita las páginas del libro, a medida que las pasaba.<br />

¿Qué tipo de broma pesada era esa? ¿Por qué estaban todas <strong>en</strong> blanco? Ni<br />

una sola letra, ni un solo indicio de que ahí hubiese o hubiera habido nada<br />

escrito.<br />

Och<strong>en</strong>ta y dos... Och<strong>en</strong>ta y cuatro...<br />

Al borde del desespero ante la posibilidad de haber sido <strong>en</strong>gañada,<br />

Neraveith aceleró el proceso, sinti<strong>en</strong>do que algo parecido al des<strong>en</strong>gaño la<br />

ll<strong>en</strong>aba. Pero sus ansiosas manos ya no podían despr<strong>en</strong>derse del libro y<br />

siguieron pasando las hojas.<br />

Nov<strong>en</strong>ta y ocho... Ci<strong>en</strong>...<br />

Una membrana impermeable parecía haber cubierto su m<strong>en</strong>te, de<br />

rep<strong>en</strong>te. Sólo importaba el libro y lo que éste t<strong>en</strong>ía que cont<strong>en</strong>er <strong>en</strong> alguna<br />

de sus páginas.<br />

Ci<strong>en</strong>to diez... Ci<strong>en</strong>to doce...<br />

Neraveith se detuvo y, haci<strong>en</strong>do acopio de valor clavó su mirada <strong>en</strong> la<br />

sigui<strong>en</strong>te página. Al igual que sus compañeras, su fino pergamino<br />

permanecía inmaculado. Pero <strong>en</strong>tonces, como si de una pluma invisible<br />

que escribiera con letras de fina y radiante plata se tratase, las letras<br />

com<strong>en</strong>zaron a aparecer una a una.<br />

“Y <strong>en</strong> esos tiempos, los poderes primordiales llevaron su<br />

guerra a la tierra. Y los poderes del ord<strong>en</strong> lanzaron sus furias<br />

contra las ciudades y erradicaron a los seguidores del caos. Los<br />

seguidores del caos fueron muertos y el ord<strong>en</strong> reinó. Y <strong>en</strong> esos<br />

años los poderes del caos se v<strong>en</strong>garon y de sus <strong>en</strong>trañas surgieron<br />

las furias del caos, que se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>taron a las furias del ord<strong>en</strong> y las<br />

v<strong>en</strong>cieron. Después se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>taron a los señores de la magia y,<br />

ayudados por los draakun, también señores de la magia, los<br />

aniquilaron. Y las furias del caos volvieron <strong>en</strong>tonces sus iras<br />

hacia los hombres que se habían unido a los ejércitos del ord<strong>en</strong>. Y<br />

la raza de los hombres lloró y empezó a sucumbir.<br />

Las furias del caos se hicieron llamar Príncipes Demonio. Y<br />

los ocho Príncipes Demonio ext<strong>en</strong>dieron sus nombres por la tierra<br />

para ser adorados como dioses, para ser temidos y rever<strong>en</strong>ciados<br />

375


como demonios.<br />

Burgak, señor de los poderes del caos<br />

Ularga, señora de las huestes de los infiernos<br />

Yágrol, señor de la destrucción<br />

Mugraz, señor de los siete males<br />

Anob, señor de la matanza<br />

Lumara, señora del dominio<br />

Bazna, señora de las bestias mágicas<br />

...<br />

70 — Ira y llamas<br />

Eoroth <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> la cabaña, espada <strong>en</strong> mano, y se lanzó rápidam<strong>en</strong>te<br />

contra la bestia. Pero Lúcer sabía que no serviría de nada la ayuda del<br />

caballero. El <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro no iba a soltarlo, era a él a qui<strong>en</strong> buscaba.<br />

En la maraña de pelo y fauces y el extraño fulgor de brasas que<br />

irradiaban, Édorel no se molestó <strong>en</strong> int<strong>en</strong>tar discernir algo. Se arrastró tan<br />

rápido como pudo hacia el hueco de la chim<strong>en</strong>ea, sinti<strong>en</strong>do las patadas del<br />

extraño animal <strong>en</strong> su lucha. Podía intuir que lo que mant<strong>en</strong>ía bajo su peso<br />

<strong>en</strong> el suelo era a Lúcer, aún invisible. El can volvió a abrir la boca y una<br />

llamarada surgió de sus fauces, dirigida hacia lo que había bajo él. Una vez<br />

más, las llamas recortaron una silueta humana sin hacer presa <strong>en</strong> ella.<br />

Édorel vio la imag<strong>en</strong> de una mano cubierta de llamas que se posaba sobre<br />

la cabeza del animal cuando éste int<strong>en</strong>tó morderla. Una soberbia explosión<br />

resonó, como un tru<strong>en</strong>o, haci<strong>en</strong>do temblar las paredes de la pequeña<br />

cabaña. Édorel se <strong>en</strong>cogió <strong>en</strong> la esquina y se cubrió la cabeza con las<br />

manos al s<strong>en</strong>tir el calor.<br />

La imag<strong>en</strong> de Lúcer había reaparecido bajo las patas de la bestia, pero<br />

la cabeza del <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro se había volatilizado, dejando <strong>en</strong> su lugar un<br />

sanguinol<strong>en</strong>to muñón. Eoroth había clavado su espada por dos veces <strong>en</strong> el<br />

cuerpo del demonio, pero supo que no había sido él qui<strong>en</strong> lo había matado.<br />

Observaba el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o con creci<strong>en</strong>te apr<strong>en</strong>sión cuando Lúcer, sali<strong>en</strong>do de<br />

debajo de las patas de la bestia muerta que chisporroteaba aún <strong>en</strong> pie,<br />

como si tuviese vida todavía, le gritó.<br />

—¡Sal de aquí!<br />

376


Acto seguido, lo vio volverse hacia Édorel. Luego, donde había estado<br />

la bestia decapitada, hubo una deflagración súbita de fuego, llamas y una<br />

s<strong>en</strong>sación de muerte y pérdida.<br />

71 — Un nombre rescatado<br />

"... Lúcer, señor las tierras conquistadas.”<br />

El corazón de Neraveith pareció det<strong>en</strong>erse por un breve instante al leer<br />

la última línea. Se obligó a ser<strong>en</strong>arse y por si la vista le había jugado una<br />

mala pasada, volvió a leerla.<br />

Lúcer, señor de las tierras conquistadas...<br />

Neraveith alzó la mirada de las letras y la clavó <strong>en</strong> la pared mi<strong>en</strong>tras<br />

se llevaba una mano a la boca para acallar el grito de sorpresa que pugnaba<br />

por surgir de su garganta.<br />

—Que todos los dioses nos asistan —logró musitar.<br />

Cerró fuertem<strong>en</strong>te el libro, como si algo de él pudiese escapar y, <strong>en</strong> su<br />

m<strong>en</strong>te, resonaron las palabras de la reina de las hadas de Isthelda: "Lee<br />

Neraveith, reina de los humanos de Isthelda, y cree". Y Neraveith supo<br />

que, a partir de ese instante, algo había cambiado para siempre <strong>en</strong> sus<br />

cre<strong>en</strong>cias y <strong>en</strong> su mundo.<br />

72 — Salta la alarma<br />

—¡Fuego!¡Fuego <strong>en</strong> el bosque!<br />

Los gritos sobre la muralla y desde las torres se repetían, pero<br />

Neraveith seguía s<strong>en</strong>tada, apretando con fuerza la tapa del libro, como<br />

temi<strong>en</strong>do que se abriera <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to.<br />

—Neraveith... ¿No estás oy<strong>en</strong>do? El bosque está ardi<strong>en</strong>do.<br />

Ante las palabras de su consejero, la reina saltó de la silla como si<br />

hubiera sido impulsada por un muelle. Se acercó rauda a la v<strong>en</strong>tana, la<br />

abrió bruscam<strong>en</strong>te y miró hacia la derecha, hacia el este. No pudo creer lo<br />

que veían sus ojos. Una luminosidad temblorosa y dorada marcaba las<br />

copas de los árboles <strong>en</strong> mitad del bosque, eran llamas y se ext<strong>en</strong>dían. ¡No<br />

era posible que el bosque ardiese! Dos de sus hombres estaban dando la<br />

voz de alarma. Cerró la v<strong>en</strong>tana y se volvió hacia Meldionor.<br />

377


—¡Sígueme! T<strong>en</strong>emos que hacer algo o el fuego se ext<strong>en</strong>derá por toda<br />

la zona.<br />

Mi<strong>en</strong>tras hablaba ya había alcanzado la puerta. Al otro lado un revuelo<br />

de doncellas y jefes de guardia esperaban a que la reina impartiese<br />

órd<strong>en</strong>es. Neraveith bajó las escaleras hacia las caballerizas y los apos<strong>en</strong>tos<br />

de sus hombres de armas con rápido paso, dando instrucciones al personal.<br />

—¡Sarg<strong>en</strong>to! Reúna una guarnición de hombres y partid<br />

inmediatam<strong>en</strong>te hacia el bosque. Buscad al caballero Eoroth y poneos<br />

bajo su mando.<br />

El jefe de guardia al que acababa de dar instrucciones salió<br />

rápidam<strong>en</strong>te.<br />

—Meldionor ¿de cuántos físicos podemos disponer? Es probable que<br />

haya heridos.<br />

—Me <strong>en</strong>cargaré de eso, mi señora.<br />

—Anisse... ¿Dónde está Anisse? Lessa...<br />

—¿Sí, mi señora?<br />

—Comprueba que Anisse haya regresado ya al castillo.<br />

Mi<strong>en</strong>tras daba órd<strong>en</strong>es a todo el mundo, con la mirada buscaba al<br />

mozo de cuadras <strong>en</strong>tre el gran revuelo para que le trajese su montura.<br />

—Majestad, si me lo permitís, no creo que sea bu<strong>en</strong>a idea que<br />

marchéis vos ahora —la voz de Illim Astherd era la que le estaba hablando<br />

—. Estáis agotada, sería más conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te que os quedarais aquí,<br />

descansando, y repusierais fuerzas para poder ofrecer una mejor ayuda.<br />

Neraveith dudó un instante <strong>en</strong>tre repr<strong>en</strong>der a su autócrata o admitir<br />

que t<strong>en</strong>ía razón. Mi<strong>en</strong>tras, el resto de la comitiva alrededor de la soberana<br />

esperaba una reacción negativa de su señora.<br />

—El señor Astherd ti<strong>en</strong>e toda la razón, deberías descansar —com<strong>en</strong>tó<br />

Meldionor—. No serás de mucha ayuda <strong>en</strong> el estado <strong>en</strong> el que te<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tras. Recuerda que siempre dices que una persona agotada suele<br />

cometer errores.<br />

Meldionor estaba usando una frase muy habitual de la reina <strong>en</strong> contra<br />

de ella misma. Realm<strong>en</strong>te estaba agotada, no solo física, sino también<br />

anímicam<strong>en</strong>te, había sido un día extraño e inquietante. Pero s<strong>en</strong>tía <strong>en</strong> su<br />

interior la llamada del bosque con más fuerza que nunca, el bosque estaba<br />

pidi<strong>en</strong>do ayuda. Neraveith se giró l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hacia el lugar de donde<br />

prov<strong>en</strong>ía el resplandor anaranjado de las llamas.<br />

—Está bi<strong>en</strong>, Meldionor —su voz sonaba abatida y pesada—,<br />

<strong>en</strong>cárgate de todo. No escatimes medios para tratar de salvar el bosque. Me<br />

378


etiraré a mis apos<strong>en</strong>tos. Despiértame ante la más mínima novedad.<br />

—No te preocupes, yo me <strong>en</strong>cargaré —contestó él antes de volverse<br />

hacia las sirvi<strong>en</strong>tas de la reina—. ¡Vamos! Acompañad a vuestra señora y<br />

acomodadla para que pueda descansar.<br />

Neraveith caminó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hasta llegar a sus apos<strong>en</strong>tos, como si<br />

todo el peso del mundo se calzara <strong>en</strong> sus pies. Su m<strong>en</strong>te era un hervidero<br />

de dudas, de miedos. El bosque, sus g<strong>en</strong>tes, las hadas... No podía arder tan<br />

fácilm<strong>en</strong>te. No podía dejar de p<strong>en</strong>sar que algo mucho más peligroso que el<br />

fuego lo am<strong>en</strong>azaba, los am<strong>en</strong>azaba a todos. Algo que escapaba a los<br />

límites de su poder como soberana.<br />

Sus doncellas trabajaban a su alrededor preparando cada mínimo<br />

detalle de sus apos<strong>en</strong>tos para el descanso de su señora. Pero la m<strong>en</strong>te de<br />

Neraveith estaba muy lejos, temblando ante la simple idea de que Lessa no<br />

<strong>en</strong>contrase a Anisse <strong>en</strong> las cocinas. La imaginación es el mejor aliado del<br />

temor y, <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos, las esc<strong>en</strong>as que poblaban su m<strong>en</strong>te estaban<br />

causando estragos <strong>en</strong> los p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos de ella. La idea de que Anisse aún<br />

estuviese <strong>en</strong> el bosque, <strong>en</strong>tre sus llamas, se estaba abri<strong>en</strong>do paso <strong>en</strong> su<br />

razón, provocándole una profunda angustia, cuando llamaron a la puerta.<br />

Neraveith se volvió casi <strong>en</strong> un respingo, esperanzada. Una de sus doncellas<br />

abrió la puerta.<br />

—Es la cocinera Anisse, mi señora.<br />

Neraveith se acercó a ella mi<strong>en</strong>tras Anisse <strong>en</strong>traba cargada con una<br />

bandeja que cont<strong>en</strong>ía un ligero refrigerio. La reina se la quitó de las manos<br />

y se la <strong>en</strong>tregó a Lessa.<br />

—Deja eso <strong>en</strong>cima de la mesa y salid.<br />

La muchacha hizo lo que le habían mandado. Ella y sus compañeras<br />

salieron de la habitación. En cuanto estuvieron a solas, Neraveith abrazó<br />

con fuerza a Anisse, saltándose por completo la distinción de clases,<br />

mi<strong>en</strong>tras las lágrimas rodaban por sus mejillas.<br />

—¡Gracias a los Dioses! Creí que aún estabas <strong>en</strong> el bosque, Anisse —<br />

dijo con voz temblorosa.<br />

—Tranquila —le susurró la cocinera—, estoy bi<strong>en</strong>. Hace ya un rato<br />

que llegué al castillo. Llegué antes que tú.<br />

Ambas se s<strong>en</strong>taron <strong>en</strong> el borde de la cama.<br />

—No t<strong>en</strong>ía ni idea de lo que te había pasado y, al ver que había fuego<br />

<strong>en</strong> el bosque, temí que aún pudieras estar perdida por vete tú a saber qué<br />

rincón de él.<br />

—¿Encontraste tus respuestas?<br />

379


Neraveith volvió la mirada hacia la bandeja.<br />

—¿Has traído algo fuerte?<br />

Anisse alargó la mano hacia la tetera y se la pasó.<br />

—Licor de cerezas, recién robado del escondite personal de Martha.<br />

Neraveith <strong>en</strong>arcó las cejas sorpr<strong>en</strong>dida.<br />

—¿Lo has metido <strong>en</strong> la tetera?<br />

—El mejor lugar para esconder algo es a la vista de todo el mundo.<br />

Las manos de Neraveith temblaron al oír de nuevo esas palabras.<br />

Alcanzó uno de los vasos y esperó a que Anisse sacase el que traía siempre<br />

<strong>en</strong> el bolsillo de su delantal para ll<strong>en</strong>ar ambos. Las dos permanecieron <strong>en</strong><br />

sil<strong>en</strong>cio un rato, apurando a sorbos el cont<strong>en</strong>ido, hasta que Neraveith<br />

rompió el sil<strong>en</strong>cio.<br />

—He averiguado qué es Lúcer.<br />

Anisse dio un largo trago a su vaso antes de responder con la mirada<br />

perdida <strong>en</strong> la pared.<br />

—Prefiero no saberlo. Lo averiguaré por mí misma cuando llegue el<br />

mom<strong>en</strong>to. Si mi m<strong>en</strong>te me ha protegido de ese conocimi<strong>en</strong>to, es por algún<br />

motivo.<br />

Neraveith asintió.<br />

—¿Qué precio pagaste a las hadas?<br />

—Ninguno, no me concedieron tiempo para hacerlo.<br />

—Eso es malo —susurró Anisse.<br />

—Lo sé. Tarde o temprano me exigirán un pago.<br />

Ninguna de las dos se mostraba prop<strong>en</strong>sa a hablar sobre los sucesos<br />

reci<strong>en</strong>tes. Aún tardarían un tiempo <strong>en</strong> acomodarse <strong>en</strong> sus espíritus, no<br />

podían darles forma con palabras tan pronto. Permanecieron juntas un<br />

largo rato, consolándose con su muta compañía. Anisse supo que esa<br />

noche habría acabado la mascarada fr<strong>en</strong>te a los habitantes del castillo. A<br />

partir del día sigui<strong>en</strong>te, ella iba a ser la amiga personal de la reina a ojos<br />

del resto de sirvi<strong>en</strong>tes, y eso no era bu<strong>en</strong>o para ninguna de las dos.<br />

—Espero que puedan det<strong>en</strong>er el fuego del bosque —murmuró<br />

Neraveith.<br />

—Eso no dep<strong>en</strong>de ya de nosotras.<br />

73 — Fuego <strong>en</strong> el bosque<br />

El magnífico roble mil<strong>en</strong>ario, que albergaba los muros de la cabaña de<br />

Édorel, fue abrazado <strong>en</strong> unos breves instantes por las llamas. Los brotes se<br />

380


<strong>en</strong>cogían y consumían, siseando <strong>en</strong>tre el fragor del fuego. Las ramas<br />

superiores, que aún no habían sido alcanzadas, se agitaban inquietas, como<br />

si int<strong>en</strong>tas<strong>en</strong> huir de su inmin<strong>en</strong>te destino, sin poder despr<strong>en</strong>derse del<br />

tronco que las sost<strong>en</strong>ía.<br />

Eoroth había s<strong>en</strong>tido cómo el corazón le daba un vuelco al ver<br />

desaparecer <strong>en</strong> el interior de la cabaña, tras el muro de fuego, a Édorel y<br />

Lúcer. Pero <strong>en</strong> seguida supo que int<strong>en</strong>tar atravesar aquella pared de<br />

rugi<strong>en</strong>tes llamas era una causa perdida. Debía ocuparse de lo que sí podía<br />

salvar, y rápido. Había dejado caer su espada y se había vuelto hacia la<br />

r<strong>en</strong>queante Ariweth. Estaba gravem<strong>en</strong>te herida y no podría huir a tiempo.<br />

Haci<strong>en</strong>do que su prima se apoyase <strong>en</strong> sus hombros, salieron de la vivi<strong>en</strong>da.<br />

Pero el único p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to que t<strong>en</strong>ía Eoroth <strong>en</strong> la cabeza era: “Ahora<br />

vuelvo a por Édorel”. Tras él, sintió cómo el inc<strong>en</strong>dio se int<strong>en</strong>sificaba por<br />

mom<strong>en</strong>tos. Dejó a la noble <strong>en</strong> el suelo y se volvió. Para cuando lo hizo, el<br />

magnífico árbol que había sido la casa de la guardabosque había sido<br />

<strong>en</strong>lazado <strong>en</strong> una inm<strong>en</strong>sa hoguera. Le recordó, con dolorosa nitidez, los<br />

troncos que observaba cada noche consumirse y desmoronarse. Eoroth, por<br />

primera vez <strong>en</strong> mucho tiempo, sintió cómo el valor lo abandonaba y las<br />

lágrimas luchaban por abrirse paso <strong>en</strong> sus ojos. Vio, sin mirarlos, que<br />

Saleith y El Errante echaban un inútil y bi<strong>en</strong>int<strong>en</strong>cionado cubo de agua<br />

contra aquel infierno, pero supo que no serviría de nada. La pres<strong>en</strong>cia de<br />

ellos dos ahí respondía a otra de sus dudas. Si no se <strong>en</strong>contraban junto a<br />

Kayla era porque ella ya no los necesitaba, la jov<strong>en</strong> debía haber muerto. A<br />

su lado, Ariweth lanzó un gemido de angustia.<br />

—Édorel...<br />

Eoroth veía el inc<strong>en</strong>dio del hogar de la guardabosques como una<br />

pesadilla lejana. Permanecía <strong>en</strong> pie, observando aquel infierno devorando<br />

el magnífico roble mil<strong>en</strong>ario y sin lograr hacer otra cosa. A su lado,<br />

Ariweth trató varias veces de ponerse <strong>en</strong> pie, y su primo no logró <strong>en</strong>contrar<br />

la pres<strong>en</strong>cia de ánimo sufici<strong>en</strong>te como para int<strong>en</strong>tar ret<strong>en</strong>erla <strong>en</strong> el suelo e<br />

impedir que se moviese. La sangre que había perdido la había debilitado,<br />

pero no lo sufici<strong>en</strong>te como para no tratar aún de llegar hasta las llamas.<br />

Cuando se calm<strong>en</strong> un poco las llamas, <strong>en</strong>traré a por ella.<br />

Eoroth sabía que aquello era un p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to totalm<strong>en</strong>te estúpido, pero<br />

le consolaba int<strong>en</strong>tar creer que Édorel aún seguiría viva, acurrucada <strong>en</strong><br />

algún agujero lo bastante hondo y frío como para preservarla a salvo hasta<br />

que aquel infierno pasase de largo sobre ella.<br />

Cuando el fuego se alzó ya hacia el cielo con toda su furia,<br />

381


<strong>en</strong>volvi<strong>en</strong>do las últimas ramas del roble, Ariweth no soportó más la<br />

t<strong>en</strong>sión y se desmayó. Saleith y El Errante aún trataban de lanzar agua<br />

sobre las llamas, pero el poder de la hoguera había crecido<br />

desmesuradam<strong>en</strong>te. Inclinando la cabeza de lado, y con los ojos cerrados<br />

con fuerza, ap<strong>en</strong>as lograron dejar caer el agua a unos metros de la base del<br />

fuego, sin poder evitar que sus nudillos quedas<strong>en</strong> <strong>en</strong>rojecidos por el calor.<br />

Saleith soltó el cubo por el dolor <strong>en</strong> sus manos y retrocedió,<br />

cubriéndose el rostro con los brazos. Las lágrimas acudían a sus ojos, tanto<br />

por el efecto del humo como por el hecho de t<strong>en</strong>er que reconocer que no<br />

llegarían hasta las personas que aún permanecían <strong>en</strong> el interior. Ya debían<br />

haber muerto. Tres muertes <strong>en</strong> ap<strong>en</strong>as unos instantes eran demasiado.<br />

74 — El poder de las ondinas<br />

Al poco tiempo de com<strong>en</strong>zar el inc<strong>en</strong>dio, un destacam<strong>en</strong>to <strong>en</strong>viado<br />

por Meldionor hizo su irrupción <strong>en</strong> el claro y se puso a las ord<strong>en</strong>es de<br />

Eoroth. Rápidam<strong>en</strong>te se organizaron para baldear agua desde el lago, pero<br />

no lograron impedir que el fuego se ext<strong>en</strong>diese al resto de árboles<br />

cercanos.<br />

La noche siguió su curso mi<strong>en</strong>tras las llamas aum<strong>en</strong>taban el área de<br />

acción. Eoroth supo que el fuego estaba ganando la batalla, pero, a pesar<br />

de ello, algo le impelía a seguir luchando por aquel bosque, por int<strong>en</strong>tar<br />

salvar cuantos más de sus árboles fuese posible. El agotami<strong>en</strong>to empezó a<br />

hacer mella <strong>en</strong> ellos hacia mediados de la noche. El panorama era<br />

desolador, una amplia área, casi dos veces más grande que el claro ardía o<br />

ya había sido devorada por las llamas, y seguía creci<strong>en</strong>do. Los fulgores<br />

teñían de un tinte dorado e irreal toda la esc<strong>en</strong>a. Los hombres se afanaban<br />

<strong>en</strong> cortar troncos y apartarlos del paso del fuego y lanzar agua sobre los<br />

arbustos. Eran como sombras de falsedad bailando contra una hoguera.<br />

De pronto, un reflejo irisado ll<strong>en</strong>ó el claro al aparecer <strong>en</strong> él una figura<br />

pálida y luminosa, caminando con la ligereza de un halo de luz. Eoroth<br />

miró extrañado la aparición del hada, pero no pudo dedicarle tiempo,<br />

atareado como estaba <strong>en</strong> coordinar los esfuerzos de los hombres que allí<br />

trabajaban. Eoroth no vio cómo la reina de las hadas de Isthelda se dirigía<br />

al lago y susurraba unas palabras que sonaron como el gorgoteo de miles<br />

de fu<strong>en</strong>tes.<br />

Ante ella, una hermosa cabeza pelirroja surgió de las aguas que<br />

rielaban como una bandada de fuegos fatuos, reflejando las salvajes llamas<br />

382


que <strong>en</strong> sus orillas se alzaban hacia el cielo. La ondina había acudido a la<br />

llamada de su reina. La ondina de largos cabellos rojos y su reina cruzaron<br />

la mirada durante unos instantes, intercambiando información sin palabras.<br />

Una maraña de vida, <strong>en</strong>trelazándose con hebras de agua vivi<strong>en</strong>te.<br />

En el plano material, un despistado muchacho vio cómo una hermosa<br />

dama pálida y dorada, de violáceos ojos, observaba a una deliciosa chica<br />

que estaba metida <strong>en</strong> el agua, y cuya mirada era de un azul tan oscuro<br />

como un lago de montaña. Después la dama se alejó y el sorpr<strong>en</strong>dido<br />

muchacho sintió cómo todas sus def<strong>en</strong>sas caían al suelo cuando la chica lo<br />

miró fijam<strong>en</strong>te y le sonrió. Después, donde había estado la jov<strong>en</strong>, no quedó<br />

nada, sólo el rumor de las aguas inquietas. En ese mom<strong>en</strong>to, un temblor lo<br />

hizo volverse, miró el suelo y se sorpr<strong>en</strong>dió de haberse metido <strong>en</strong> un<br />

charco sin percatarse.<br />

La ondina se había sumergido de nuevo para cumplir con las órd<strong>en</strong>es<br />

de su reina. Recorrió las corri<strong>en</strong>tes del lago a toda velocidad, si<strong>en</strong>do una<br />

más con ellos, y remontó la cascada <strong>en</strong> forma de olita. Al llegar a su cima,<br />

surgió sobre las rugi<strong>en</strong>tes aguas <strong>en</strong> su forma mundana para poder ser<br />

escuchada y admirada por todos los que allí había. La ondina era vanidosa.<br />

Abrió los brazos y su canto se elevó por <strong>en</strong>cima del bosque. Los que allí<br />

trabajaban se sorpr<strong>en</strong>dieron al notar el suelo de pronto <strong>en</strong>charcado, pero se<br />

sorpr<strong>en</strong>dieron aún más al ver aparecer miles de pequeños arroyuelos de la<br />

nada que confluyeron <strong>en</strong> el fuego. Las hermanas de la ondina aparecieron<br />

tras ella, una hermosa muchacha rubia de rostro alegre y una extraña jov<strong>en</strong><br />

de sabios ojos y grises cabellos. Ext<strong>en</strong>dieron los brazos y cantaron a su<br />

vez. Miles de croares de ranas surgieron de rep<strong>en</strong>te de las aguas, coreando<br />

la voz de las ondinas y, sin que mediase una sola nube, gruesas gotas se<br />

formaron de la nada y empezaron a caer.<br />

Los humanos que estaban más próximos al fuego no se percataron del<br />

embrujo de las ondinas, pero sí que sintieron las grandes gotas de agua<br />

cay<strong>en</strong>do sobre sus rostros c<strong>en</strong>ici<strong>en</strong>tos y sus manos tiznadas. Algunos se<br />

volvieron y vieron con incredulidad a las tres figuras que gravitaban sobre<br />

la cascada mi<strong>en</strong>tras lanzaban su llamada a los espíritus de las aguas.<br />

La voz de las ondinas, misteriosa, dulce como el agua <strong>en</strong> un desierto y<br />

poderosa como una riada, se elevó durante un largo período de tiempo<br />

acompañada por toda la vida acuática que poblaba el lago. Los hombres<br />

permanecieron ahí, sin ser capaces tampoco de escapar a su embrujo,<br />

mi<strong>en</strong>tras el agua mojaba sus rostros <strong>en</strong>negrecidos y el fuego siseaba detrás<br />

de ellos.<br />

383


Eoroth, como tantos otros, contempló con fascinación a las ondinas<br />

del lago mi<strong>en</strong>tras el agua resbalaba por su cara y le empapaba las ropas. De<br />

pronto, un tronco quemado crujió tras él, precipitándose con estrépito<br />

hacia el suelo humeante, y ésa pareció ser la señal. El canto de las ondinas<br />

cesó de pronto y las tres figuras se fundieron con la cascada. El claro<br />

quedó <strong>en</strong> un desolado y triste sil<strong>en</strong>cio.<br />

Sobreponiéndose a la fascinación inicial, Eoroth ord<strong>en</strong>ó que se<br />

extinguies<strong>en</strong> rápidam<strong>en</strong>te los rescoldos que aún quedaban, haci<strong>en</strong>do volver<br />

del hechizo de las ondinas a los hombres. A lo lejos, el cielo empezaba a<br />

clarear por fin, con un leve tinte de añil.<br />

75 — El día después<br />

Lúcer...<br />

La miraba fijam<strong>en</strong>te a los ojos. Neraveith trató de zafarse de su<br />

voluntad, pero no pudo hacer un solo movimi<strong>en</strong>to. Él se acercó hasta ella y<br />

la aferró <strong>en</strong> un l<strong>en</strong>to abrazo mi<strong>en</strong>tras mant<strong>en</strong>ía una sonrisa cruel <strong>en</strong> su<br />

rostro.<br />

—Suéltame —murmuró ella—. ¡Vete!<br />

Él se limitó a reír mi<strong>en</strong>tras ella hacía esfuerzos desesperados por<br />

recuperar su voluntad. Se acercó a su oído y le susurró.<br />

—¿Te gusta jugar con fuego, reina Neraveith?<br />

De pronto la llamas los <strong>en</strong>volvieron. Ella gritó llevada por el terror, a<br />

pesar de saber que sus brazos la protegían de ser consumida, pero la ropa<br />

de ambos empezó a convertirse <strong>en</strong> c<strong>en</strong>izas. Neraveith sintió que, de<br />

rep<strong>en</strong>te, su cuerpo la obedecía a ella y empezó a debatirse, pero era tarde.<br />

Él la aferraba con una presa de hierro. El crepitar del fuego se mezcló con<br />

la risa de Lúcer y ese sonido la arrastró hasta un temor visceral.<br />

"¡Despierta, Neraveith!", se ord<strong>en</strong>ó a sí misma inútilm<strong>en</strong>te.<br />

Las gotas de sudor resbalaban por el rostro de la reina mi<strong>en</strong>tras<br />

luchaba por escapar de su pesadilla. Peleó contra las sabanas del lecho,<br />

debatiéndose contra una presa invisible. Sabía que soñaba, pero no lograba<br />

despertar.<br />

De rep<strong>en</strong>te, hasta ella llegó el rumor del agua. Era el canto de miles<br />

de gotas chocando contra las hojas, contra la hierba, contra el suelo y las<br />

rocas. Ahogaba el crujido del fuego y se elevaba <strong>en</strong> un l<strong>en</strong>to rumor<br />

perezoso. Neraveith se aferró a ese sonido ignorando los demás. Las<br />

llamas y los brazos que la ret<strong>en</strong>ían se desvanecieron l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te y, por fin,<br />

384


pudo obligarse a levantar los pesados párpados. Se forzó a <strong>en</strong>focar el<br />

mundo real y vio que la luz de la mañana <strong>en</strong>traba ya por el v<strong>en</strong>tanal. Se<br />

incorporó, algo aturdida, y pasó la mano por su febril rostro. Tras<br />

ser<strong>en</strong>arse, posó sus pies <strong>en</strong> la fría piedra que formaba el suelo del mundo<br />

material y abandondó el lecho. Se dirigió a la puerta de la balconada y<br />

apartó los pesados cortinajes. Sobre el bosque flotaba un humo disperso,<br />

pero ya no veía <strong>en</strong> él resplandor de fuego alguno. Las llamas habían sido<br />

extinguidas. Neraveith sonrió ll<strong>en</strong>a de optimismo. Parecía que las fuerzas<br />

del castillo habían v<strong>en</strong>cido.<br />

La reina surgió de sus apos<strong>en</strong>tos cuando sus doncellas se aprestaban a<br />

<strong>en</strong>trar a despertarla. Sorpr<strong>en</strong>didas, se inclinaron <strong>en</strong> una rever<strong>en</strong>cia, sin<br />

saber qué hacer.<br />

Meldionor estaba s<strong>en</strong>tado, solo, <strong>en</strong> la larga mesa de la sala principal,<br />

desayunando algo de pan y queso. Parecía cansado. Sus ojos estaban<br />

hundidos y sus movimi<strong>en</strong>tos no eran tan precisos como siempre.<br />

—Bu<strong>en</strong>os días, Meldionor —saludó la reina mi<strong>en</strong>tras se acercaba a él<br />

y tomaba asi<strong>en</strong>to—. Parece que lograsteis v<strong>en</strong>cer las llamas.<br />

—Bu<strong>en</strong>os días, mi niña, no he podido dormir nada. Sin embargo, veo<br />

que tú has descansado muy bi<strong>en</strong>, por lo que parece.<br />

Meldionor deslizó sus rasgos hacia una pesada mueca que Neraveith<br />

reconoció como una sonrisa. Las sirvi<strong>en</strong>tas de la reina se apresuraron<br />

alrededor de ella para invocar un desayuno que aún debía estar<br />

cal<strong>en</strong>tándose <strong>en</strong> la cocina.<br />

—¿Qué ha sucedido esta noche?<br />

Meldionor pareció ord<strong>en</strong>ar sus ideas por un mom<strong>en</strong>to, antes de<br />

empr<strong>en</strong>der su <strong>en</strong>umeración.<br />

—El último informe llegó hace una hora, con los hombres que<br />

regresaron de allí. El fuego fue extinguido. Dijeron incoher<strong>en</strong>cias sobre<br />

mujeres que cantaban <strong>en</strong>cima del agua.<br />

Neraveith sonrió mi<strong>en</strong>tras se servía un vaso de leche.<br />

—Las ondinas... ¿Ha habido heridos?<br />

Meldionor no asintió, pero tampoco se volvió hacia la reina con una<br />

de sus miradas tranquilizadoras. Neraveith lo conocía desde hacía mucho<br />

tiempo y sabía que estaba a punto de decirle algo que no le iba a agradar.<br />

—Neraveith —malo, no la llamaba “mi niña”—, al parecer, Kayla ha<br />

muerto esta noche <strong>en</strong> el claro.<br />

La sala se cubrió de sil<strong>en</strong>cio y el rostro de la reina se <strong>en</strong>sombreció.<br />

385


—¿El fuego?<br />

—No. Dic<strong>en</strong> que una bestia la atacó, pero la historia que me han<br />

relatado es demasiado confusa.<br />

—¿Qué te han relatado?<br />

—Incongru<strong>en</strong>cias. Que esa bestia escupía fuego, que apareció de la<br />

nada...<br />

Neraveith tomó aire l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te.<br />

—¿Lo sabe ya el barón? ¿Algui<strong>en</strong> le ha dado la noticia a su padre?<br />

—Eso no es todo, Neraveith. No han podido confirmarme aún los<br />

hechos, pero parece ser que el inc<strong>en</strong>dio com<strong>en</strong>zó <strong>en</strong> la cabaña de Édorel <strong>en</strong><br />

un mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que ella y Lúcer estaban d<strong>en</strong>tro. Tras desplomarse la<br />

vivi<strong>en</strong>da, es casi seguro que ambos han perecido <strong>en</strong> su interior.<br />

La reina observó a su consejero, impasible.<br />

—No pued<strong>en</strong> haber muerto, buscadlos.<br />

Meldionor observó con condesc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia a Neraveith.<br />

—Por la manera de arder y, después, de derrumbarse la cabaña, no<br />

creo que <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tr<strong>en</strong> siquiera unos restos reconocibles.<br />

—No están muertos, Meldionor. No puede haber muerto tan<br />

fácilm<strong>en</strong>te.<br />

Neraveith se percató demasiado tarde de que había usado un singular,<br />

cuando debería haber usado un plural, y temió las dos sigui<strong>en</strong>tes preguntas<br />

que le lanzaría Meldionor: "¿Quién?" y sobre todo "¿Por qué?". Pero, por<br />

suerte, la m<strong>en</strong>te del anciano no estaba <strong>en</strong> sus mejores mom<strong>en</strong>tos y su<br />

agudeza pasó por alto ese pequeño lapsus de la reina.<br />

—Mi niña, compr<strong>en</strong>do que después de la muerte de Kayla no aceptes<br />

los hechos, pero...<br />

Inesperadam<strong>en</strong>te, Neraveith golpeó <strong>en</strong> la mesa con el puño cerrado.<br />

—¡Hazlo! —le interrumpió la reina—. Manda buscar los restos de<br />

Édorel y de Lúcer.<br />

Meldionor le dirigió una mirada sorpr<strong>en</strong>dida y, tras un largo mom<strong>en</strong>to,<br />

pareció decidirse. Se puso <strong>en</strong> pie y abandonó la sala. En cuanto lo hizo,<br />

Neraveith se llevó la mano al rostro <strong>en</strong> un gesto que pret<strong>en</strong>día ocultar su<br />

propia vergü<strong>en</strong>za.<br />

No hay que hablar con ese tono a un anciano de su edad, y m<strong>en</strong>os aún<br />

a un amigo...<br />

Pero, al mom<strong>en</strong>to, la máxima que había dirigido su vida como reg<strong>en</strong>te<br />

tomó el protagonismo <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te.<br />

Ni lágrimas ni lam<strong>en</strong>taciones, Neraveith.<br />

386


La reina supo de inmediato lo que debía hacer.<br />

—¡Lessa!<br />

La muchacha apareció inmediatam<strong>en</strong>te.<br />

—Ord<strong>en</strong>a que <strong>en</strong>sill<strong>en</strong> mi yegua y preparadme ropa cómoda: unos<br />

pantalones, un bu<strong>en</strong> blusón y unas botas. Olvidaos de los vestidos. ¡Y la<br />

capa de viaje!<br />

Lessa salió corri<strong>en</strong>do de la sala y Neraveith se conc<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> ingerir lo<br />

más rápidam<strong>en</strong>te posible su desayuno mi<strong>en</strong>tras su m<strong>en</strong>te cabalgaba las<br />

dudas e ideas que pugnaban <strong>en</strong> ella.<br />

Lúcer no podía haber muerto tan fácilm<strong>en</strong>te y, si Édorel estaba a su<br />

lado, eso podía significar... ¿Y si era él mismo el que había provocado el<br />

fuego? No t<strong>en</strong>ía s<strong>en</strong>tido. ¿Esperar a estar moribundo para armar todo aquel<br />

drama <strong>en</strong> el claro? ¿O acaso sus heridas eran sólo una ilusión demasiado<br />

bi<strong>en</strong> recreada?<br />

Arg<strong>en</strong>t cabalgó como nunca. Tras la reina, el grupo de guardias que la<br />

escoltaba mantuvo su paso. En esa ocasión, Neraveith aceptó la escolta<br />

armada con gusto. El bosque se portó bi<strong>en</strong> con todos ellos, no trató de<br />

esconderles los caminos ni confundirlos.<br />

Ya había amanecido completam<strong>en</strong>te y el sol alumbraba al fin los<br />

humeantes restos del roble. Eoroth se dejó caer exhausto sobre un tocón.<br />

Su rostro estaba ll<strong>en</strong>o de hollín y c<strong>en</strong>izas y su espíritu estaba ll<strong>en</strong>o de la<br />

más negra desolación. A ap<strong>en</strong>as unos metros de allí yacía Kayla, muerta<br />

bajo las garras del horror que había <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> el bosque la anterior noche.<br />

El fuego se había ext<strong>en</strong>dido por detrás de la cabaña de Édorel,<br />

calcinando una gran ext<strong>en</strong>sión mucho más grande que el claro. Las<br />

personas que aún trabajaban habían hecho <strong>en</strong> su mayoría un alto y<br />

descansaban o desayunaban algo. Algunos aún caminaban <strong>en</strong>tre las c<strong>en</strong>izas<br />

y rescoldos, apagando conci<strong>en</strong>zudam<strong>en</strong>te los restos de fuego para evitar<br />

que rebrotase.<br />

Fragm<strong>en</strong>tos dispersos de las conversaciones llegaban hasta él.<br />

—Fue un bu<strong>en</strong> fuego...<br />

—La chim<strong>en</strong>ea debió iniciarlo...<br />

—La guardabosques no debía estar...<br />

Esas palabras hicieron a Eoroth volver a la realidad. Daba la<br />

casualidad de que Édorel sí estaba aquella noche. Se levantó de donde<br />

descansaba y caminó hacia los restos del roble. Increíblem<strong>en</strong>te, el tronco y<br />

387


las ramas más gruesas permanecían aun alzados, humeantes, pero<br />

firmem<strong>en</strong>te anclados al suelo, como si fues<strong>en</strong> muñones <strong>en</strong> un cuerpo<br />

horriblem<strong>en</strong>te mutilado. Parecía un monum<strong>en</strong>to a la desgracia. Bajó la<br />

vista y observó lo que quedaba del acogedor hogar de la semielfa: un<br />

cúmulo de c<strong>en</strong>izas y algunas piedras <strong>en</strong>negrecidas que reconoció como<br />

parte de la chim<strong>en</strong>ea. Situó el rincón <strong>en</strong> que vio a Édorel y Lúcer por<br />

última vez y caminó hacia allí. Entre aquellas c<strong>en</strong>izas debía de estar el<br />

cadáver de su querida prima adoptiva. Cuando sus pies caminaron a través<br />

de donde habían estado la tarima y la mesa, polvo y carbón crujieron con<br />

cada golpe de sus pisadas.<br />

Eoroth se agachó junto al muro y, con los restos de una rama<br />

carbonizada, removió las c<strong>en</strong>izas que se apoyaban <strong>en</strong> ellos. ¿Qué era lo<br />

que había provocado aquel desastre? Si no lo hubiese visto no lo habría<br />

creído. Su m<strong>en</strong>te racional se negaba a dar a su prima por muerta, igual que<br />

se negaba a creer que un demonio pudiese surgir de la nada y vomitar<br />

fuego sobre la vida de algui<strong>en</strong>. A pesar de ello, siguió trillando las c<strong>en</strong>izas,<br />

esperando ver emerger de ellas algún hueso r<strong>en</strong>egrido que le confirmase<br />

aquella locura.<br />

¿Cómo iba a explicar aquel desastre? ¿Cómo demonios iba a explicar<br />

que una bestia de fuego había surgido de la nada y había pr<strong>en</strong>dido el hogar<br />

de su prima como una yesca después de matar a Kayla? Kayla... ¡Por los<br />

dioses piadosos! ¿Cómo iba a explicárselo a su familia? Sintió cómo las<br />

lágrimas subían a sus ojos e int<strong>en</strong>to disimularlo llevándose el índice y el<br />

pulgar al pu<strong>en</strong>te de la nariz.<br />

El sonido de varios caballos irrumpi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> el claro... Debería<br />

ponerse <strong>en</strong> pie, <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a los recién llegados, pero, <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos,<br />

no se veía capaz. Los caballos se detuvieron cerca de él, los oía, la voz de<br />

la reina llegó hasta él.<br />

—Lord Eoroth, debéis de estar exhausto. S<strong>en</strong>témonos <strong>en</strong> algún rincón<br />

mi<strong>en</strong>tras me relatáis lo sucedido.<br />

Se s<strong>en</strong>taron apartados de todo el mundo. Neraveith levantó lo que<br />

quedaba de la manga de la camisa de Eoroth y observó una larga<br />

quemadura <strong>en</strong> su piel, no parecía muy profunda ni grave, pero le sirvió de<br />

excusa para acortar el distanciami<strong>en</strong>to.<br />

—Sarg<strong>en</strong>to, traedme el zurroncillo que llevo <strong>en</strong> las alforjas, son<br />

medicinas.<br />

Neraveith procedió a ocuparse de las heridas de Eoroth y él por fin<br />

388


pareció pisar el mundo físico.<br />

—No es necesario que os molestéis, majestad.<br />

—No es una molestia. Sabed que, si mi destino no me hubiese<br />

reclamado para el puesto de reina, me habría dedicado muy gustosa a la<br />

medicina.<br />

Eoroth asintió. El caballero mant<strong>en</strong>ía el mismo tono regio y distante<br />

con ella, pero la mirada baja. Neraveith <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió que int<strong>en</strong>taba de que no<br />

se desmoronase su temple.<br />

—¿Cómo se inició el fuego, lord Eoroth?<br />

—No me vais a creer cuando lo relate.<br />

—Ponedme a prueba.<br />

Él dejó escapar un sonoro suspiro antes de iniciar su historia.<br />

—Estábamos <strong>en</strong> el claro, hablando del dragón muerto. El Errante creía<br />

que algo jugaba con nuestras m<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> el bosque y <strong>en</strong>tonces el aire se<br />

abrió. Era como una puerta que daba a la oscuridad. Un ser horr<strong>en</strong>do <strong>en</strong>tró<br />

por ahí. Pr<strong>en</strong>dió fuego al Errante y mató a Kayla. Luego echó a correr<br />

hacia la cabaña.<br />

La reina trató de mant<strong>en</strong>er un gesto impasible ante el relato.<br />

—Hay qui<strong>en</strong> creía que Lúcer había sido el culpable del inc<strong>en</strong>dio.<br />

M<strong>en</strong>tira... Sólo lo creía yo.<br />

—Él... Él no fue. Combatió contra ese ser.<br />

Neraveith no dio muestra alguna de sorpresa.<br />

—¿Combatió?<br />

—Sí. Estaba combati<strong>en</strong>do cuando <strong>en</strong>tramos <strong>en</strong> la cabaña tras ese ser.<br />

¡En pie y combati<strong>en</strong>do!<br />

El caballero volvió sus ojos hacia Neraveith, esperando detectar algún<br />

gesto de incredulidad por su parte, pero ella se limitó a as<strong>en</strong>tir.<br />

—Relatadme lo que recordéis.<br />

—Cuando <strong>en</strong>tré <strong>en</strong> la cabaña, no lo vi. No vi al herido. Sólo vi esa<br />

bestia que parecía pelear contra la nada <strong>en</strong> el suelo. Lanzó otra llamarada<br />

por las fauces y <strong>en</strong>tonces, de rep<strong>en</strong>te, vi que era a Lúcer a qui<strong>en</strong> mant<strong>en</strong>ía<br />

<strong>en</strong>tre sus garras bajo él. Creí que al <strong>en</strong>contrarlo herido debería haberlo<br />

rematado con facilidad, pero <strong>en</strong>tonces él alzó la mano y... ¡La cabeza de<br />

ese ser estalló! ¡Fue algo que hizo con sus manos! ¡Estalló!<br />

Neraveith detuvo sus curas y volvió los ojos hacia él.<br />

—¿Qué ocurrió después?<br />

—Me gritó que saliésemos de ahí. Se puso <strong>en</strong> pie, lo vi volverse hacia<br />

Édorel, y <strong>en</strong>tonces los <strong>en</strong>volvieron las llamas que surgieron de la bestia<br />

389


muerta. Saqué a Ariweth de ahí, pero ellos no salieron de la cabaña. Por la<br />

magnitud del fuego yo diría que ahora deb<strong>en</strong> ser un puñado de c<strong>en</strong>izas.<br />

Deb<strong>en</strong> de haber ardido hasta los huesos.<br />

La reina acabó de atar el improvisado v<strong>en</strong>daje alrededor del antebrazo<br />

de Eoroth.<br />

—Gracias, lord Eoroth. Vuestro testimonio puede sernos de gran<br />

utilidad.<br />

—Por todo lo que es sagrado, reina Neraveith, ¿qué demonios ha<br />

ocurrido aquí?<br />

Ella lam<strong>en</strong>tó no t<strong>en</strong>er la respuesta adecuada a esa pregunta.<br />

—Parece ser que nos hemos <strong>en</strong>contrado con un poderoso hechicero, y<br />

puede que ahora <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>da por qué la iglesia de Basth los cond<strong>en</strong>a.<br />

Dioses misericordiosos, si los sacerdotes de Basth llegas<strong>en</strong> a saber<br />

la verdad...<br />

76 — El regreso de Ségfarem<br />

El sol del mediodía refulgió <strong>en</strong> la armadura del desconocido cuando<br />

asc<strong>en</strong>dió cabalgando el camino que llevaba a las puertas del castillo. La<br />

noticia corrió rápido y el revuelo se formó principalm<strong>en</strong>te sobre la muralla,<br />

<strong>en</strong> la que los desconcertados guardias y habitantes de aquellos muros<br />

observaban a la figura que se acercaba. Su rostro no se veía bajo el yelmo,<br />

un yelmo perfecto que cubría sus facciones y <strong>en</strong> el que ninguna abertura<br />

indicaba por dónde podía percibir el mundo que lo rodeaba. El peto, liso y<br />

perfectam<strong>en</strong>te pulido de la armadura, ost<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> un tono dorado el<br />

símbolo de Basth El Justo, la espada y el sol. La armadura era de un tono<br />

plateado tan reluci<strong>en</strong>te que a la luz del atardecer parecía blanca. Un gran<br />

escudo con forma de cometa se aferraba a su brazo izquierdo y, cuando los<br />

ojos que miraban desde las alm<strong>en</strong>as pudieron percibir la hermosa obra más<br />

cerca, vieron que, al igual que la armadura, parecía también formar parte<br />

de una misma y única pieza. El desconocido fue recibido <strong>en</strong> la barbacana<br />

por un sorpr<strong>en</strong>dido grupo de guardias. Ninguno se vio con ánimos de<br />

det<strong>en</strong>erlo cuando la inquietante figura a lomos de un poderoso corcel gris,<br />

también ataviado con una coraza protectora, atravesó la barbacana del<br />

castillo <strong>en</strong> medio del tronar de los cascos, hacia el interior de la fortaleza.<br />

Jaerd acudió a recibir al animal que traían al recinto, como siempre<br />

hacía desde que le habían <strong>en</strong>com<strong>en</strong>dado aquel deber. Al salir de las<br />

cuadras, sus ojos expresaron la sorpresa que le produjo el pertrecho que<br />

390


lucía el corcel. Su cuello y cabeza estaban cubiertos por placas de un metal<br />

tan brillante que su reflejo cegaba al ser golpeadas por los rayos de sol.<br />

Estaban perfectam<strong>en</strong>te ajustadas y <strong>en</strong>sambladas para seguir los<br />

movimi<strong>en</strong>tos del animal. Sus patas delanteras lucían protectores del mismo<br />

material metálico, que más parecían una ext<strong>en</strong>sión de la piel que una<br />

armadura.<br />

Cuando el animal miró a los ojos a Jaerd, el muchacho lo reconoció,<br />

era Minjart, el caballo de guerra de Ségfarem. El muchacho alzó la vista<br />

hacia el jinete, que ya había desmontado, con el asombro pintado <strong>en</strong> su<br />

rostro. Lo vio retirarse el yelmo que lo cubría. Su inconfundible cabellera<br />

plateada cayó sobre sus hombros. Jaerd lo observó anonadado. Los<br />

brazales de la armadura se ajustaban tan perfectam<strong>en</strong>te que no permitían<br />

ver ninguna junta <strong>en</strong>tre las piezas que debían formarla. Los guantes<br />

armados casi hacían parecer finas las manos que cubrían por la delicadeza<br />

y perfección de sus formas. Pero, sobre todo, ningún sonido escapaba de<br />

ellos cuando el portador se movía. Ningún chirrido, ningún roce, nada<br />

dejaba intuir una imperfección <strong>en</strong> su creación.<br />

—¿Ya has olvidado tus deberes, Jaerd?<br />

Que la voz tan conocida de Ségfarem surgiese de algo tan extraño le<br />

chocó, pero se obligó a reponerse ante su superior.<br />

—Disculpadme, señor. Vuestro caballo parece cambiado, no sé si<br />

necesita algún cuidado especial y no conozco estos increíbles pertrechos<br />

que lleva.<br />

Ségfarem puso una mano sobre el delgado hombro del chico. El metal<br />

que la cubría estaba helado.<br />

—Tranquilo, Jaerd, lo harás bi<strong>en</strong>, confía <strong>en</strong> tus capacidades. Esa<br />

armadura no podrás quitársela, pero Minjart mismo te indicará qué debes<br />

hacer. Si ti<strong>en</strong>es algún problema, llámame, aunque dudo que me necesites.<br />

Ségfarem le pasó las ri<strong>en</strong>das y Jaerd guió al impresionante corcel<br />

hacia las cuadras. El recién llegado se volvió <strong>en</strong>tonces hacia las g<strong>en</strong>tes del<br />

castillo, que se reunían para lanzar miradas curiosas al primer caballero del<br />

reino. Ségfarem mostraba <strong>en</strong> su rostro <strong>en</strong>juto los rastros de un largo viaje<br />

y, <strong>en</strong> su porte ser<strong>en</strong>o, se vislumbraba algo mucho más obvio: irradiaba<br />

determinación. Pero no era eso lo que observaban las g<strong>en</strong>tes del castillo,<br />

era la armadura con la que se ataviaba. Plateada y perfecta, casi parecía<br />

una segunda piel sobre él. Ségfarem paseó la vista <strong>en</strong>tre los murmurantes<br />

reunidos.<br />

—¿Dónde está Laronoth?<br />

391


Respondió Lessa.<br />

—Laronoth murió, lord Ségfarem.<br />

—¿Murió?<br />

—Hubo un asalto al castillo. Un demonio de sombra trató de acabar<br />

con la reina. Varios murieron esa noche tratando de def<strong>en</strong>derla.<br />

Ségfarem asimiló la información, impasible.<br />

—¿La reina se salvó?<br />

—No sufrió ni un rasguño, lord Ségfarem. Trajimos luz, <strong>en</strong>cerramos a<br />

la criatura <strong>en</strong> un círculo de fuego y al amanecer murió, cuando le dio el<br />

sol.<br />

—Enti<strong>en</strong>do —murmuró.<br />

Y que no se sorpr<strong>en</strong>diese resultó más acongojante para los pres<strong>en</strong>tes<br />

que rememorar aquella noche de pesadilla. Hubo un instante de sil<strong>en</strong>cio <strong>en</strong><br />

el recinto y, <strong>en</strong>tonces, la voz de Ségfarem resonó, ser<strong>en</strong>a y rotunda.<br />

—Habitantes del castillo de Isthelda, súbditos de nuestra reina, soy<br />

Ségfarem de Dobre, primer caballero del reino, y he visto con mis propios<br />

ojos los horrores a que nos vamos a <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tar <strong>en</strong> breve. Los reinos de<br />

Lidrartha e Ignadrorn se han unido para avanzar contra Isthelda. El ataque<br />

que sufrió nuestra reina no era más que una avanzadilla de las fuerzas que<br />

se avecinan.<br />

Hubo algunos gestos de nerviosismo, pero nadie osó alzar la voz.<br />

—Más allá de las montañas de Kardamag, más allá del monte<br />

Anskard, los servidores del caos se un<strong>en</strong> para marchar contra Isthelda.<br />

Vuestras tierras serán agostadas, vuestros hijos muertos o esclavizados,<br />

vuestras posesiones destruidas. Todo lo que ganasteis con el trabajo de una<br />

vida desaparecerá. Los poderes que cargan contra nosotros son grandes y,<br />

por ello, cre<strong>en</strong> que no hallarán resist<strong>en</strong>cia, que dispondrán sobre nuestras<br />

exist<strong>en</strong>cias como si fuésemos unas vulgares bestias.<br />

El rostro de Ségfarem no parecía expresar duda o temor.<br />

—Pero lo que no sab<strong>en</strong> nuestros <strong>en</strong>emigos es que el más poderoso<br />

aliado que t<strong>en</strong>dremos nunca acudió a mi llamada.<br />

Ségfarem alzó el brazo izquierdo de la armadura, el que ost<strong>en</strong>taba el<br />

escudo con la insignia de Basth el Justo. El sol arrancó destellos blancos a<br />

la pulida superficie y la voz de Ségfarem ll<strong>en</strong>ó cada rincón del castillo.<br />

—Lo que más necesitaba esta tierra y lo que m<strong>en</strong>os esperaba obt<strong>en</strong>er:<br />

la armadura sagrada de Basth El Justo me ha sido otorgada. ¡El gran dios<br />

Basth luchará de nuestro lado para expulsar a nuestros <strong>en</strong>emigos!<br />

Combatiré contra las infernales huestes que se atrevan a lanzarnos y los<br />

392


que si<strong>en</strong>tan la llamada de la batalla combatirán a mi lado cuando los<br />

reclame para la lucha.<br />

El eco resonó <strong>en</strong> los muros del expectante castillo y un cegador brillo<br />

nacarado surgió del perfecto escudo cuando captó un rayo de sol,<br />

repartiéndolo por el patio <strong>en</strong> un multiplicado efecto cegador. Los pres<strong>en</strong>tes<br />

no <strong>en</strong>contraron motivo para dudar de las palabras de Ségfarem, insuflados<br />

de rep<strong>en</strong>te por un ardor guerrero ex<strong>en</strong>to de miedos o dudas y con los ojos<br />

ll<strong>en</strong>os de la luz del escudo.<br />

Ségfarem se retiró a sus apos<strong>en</strong>tos para descansar y tomar un pequeño<br />

refrigerio. Allí, pidió a la armadura que lo liberase de su protección. La<br />

magnífica pieza se descolgó de su cuerpo suavem<strong>en</strong>te y se reconstruyó<br />

ante él sin ruido alguno. Ségfarem paseó los dedos por su superficie,<br />

maravillado. Era perfecta, más magnífica de lo que nunca había<br />

imaginado. El escudo del brazo izquierdo protegía perfectam<strong>en</strong>te a jinete y<br />

montura de todos los ataques recibidos por ese flanco. Ya lo había<br />

comprobado huy<strong>en</strong>do de tierras de Lidrartha. La reina no t<strong>en</strong>ía idea de lo<br />

grave que podía resultar la situación <strong>en</strong> el norte.<br />

Una de las sirvi<strong>en</strong>tas le llevó comida a sus apos<strong>en</strong>tos y observó<br />

atemorizada la extraña armadura que se erguía tras él sin nadie que la<br />

sust<strong>en</strong>tase <strong>en</strong> su interior. Ségfarem se s<strong>en</strong>tó y procedió a alim<strong>en</strong>tarse<br />

conci<strong>en</strong>zudam<strong>en</strong>te. Llevaba demasiados días sin comer como era debido<br />

para un hombre. Se t<strong>en</strong>dió <strong>en</strong> el lecho, dispuesto a descansar hasta que<br />

regresase la reina. Antes de sumirse <strong>en</strong> un reparador y merecido sueño, sus<br />

p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos se volvieron hacia Édorel. Aunque ninguna expresión<br />

cruzase su rostro, rememorar su imag<strong>en</strong> fue un bálsamo para su espíritu.<br />

Despertó un rato más tarde. Se puso <strong>en</strong> pie y se vistió con los ropajes<br />

que algún criado había dejado <strong>en</strong> un taburete. En cuanto hubiese hablado<br />

con la reina y los consejeros, se daría un bu<strong>en</strong> baño e iría al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de<br />

Édorel. Un poco de calma antes de la tempestad... Llamaron a la puerta y,<br />

desde el otro lado, la voz de la misma sirvi<strong>en</strong>ta le informó del regreso de la<br />

reina. Él la abrió ya listo para acudir ante su pres<strong>en</strong>cia.<br />

La reina cruzaba el salón principal cuando Ségfarem se <strong>en</strong>contró con<br />

ella. Llevaba una indum<strong>en</strong>taria poco apropiada a su condición: simples<br />

ropajes masculinos. Se detuvo al verlo.<br />

—Lord Ségfarem, es un alivio veros de regreso sano y salvo. Creed<br />

que hemos padecido mucho por vuestra inusitada aus<strong>en</strong>cia.<br />

A Ségfarem no se le escapó que el tono de la reina t<strong>en</strong>ía un deje<br />

393


peligroso.<br />

—Mi señora, debo pedir disculpas por el comportami<strong>en</strong>to poco<br />

responsable del que he hecho gala <strong>en</strong> estos días. At<strong>en</strong>deré y aceptaré la<br />

sanción que deseéis imponerme, e incluso abandonaré mi puesto como<br />

primer caballero del reino si lo consideráis necesario, pero, antes, os ruego<br />

escuchéis las noticias que traigo.<br />

La reina le hizo una seña para que la siguiese y se dirigió hacia la sala<br />

del ala este. En su interior, uno de los sirvi<strong>en</strong>tes azuzaba el fuego de la<br />

gran chim<strong>en</strong>ea para caldear la estancia.<br />

—Baja a las cocinas y pide que suban algo de comer y beber. Después<br />

avisad a lord Meldionor y a lord Barthem para que acudan.<br />

Ap<strong>en</strong>as unos minutos más tarde, Meldionor y Barthem se unieron a<br />

ellos. Tras acomodarse, la reina se volvió hacia Ségfarem.<br />

—Me han informado sobre una extraña armadura que portáis con vos,<br />

lord Ségfarem.<br />

El caballero asintió imperceptiblem<strong>en</strong>te.<br />

—Sí, mi señora. De esa armadura debo hablaros, pero antes tal vez<br />

debería com<strong>en</strong>taros sobre la situación <strong>en</strong> el norte del reino. He visitado las<br />

tierras del barón Meridioth, ya sé a qué dedicaba el grano v<strong>en</strong>dido a<br />

Coedan: ha obt<strong>en</strong>ido un ejército de merc<strong>en</strong>arios leales.<br />

Neraveith <strong>en</strong>arcó una ceja incrédula.<br />

—Los merc<strong>en</strong>arios son muy caros de mant<strong>en</strong>er, dudo que con los<br />

granos de una cosecha logre conservar su lealtad más de una estación.<br />

Los ojos grises de Ségfarem se clavaron <strong>en</strong> los de su soberana.<br />

—A éstos sí que los mant<strong>en</strong>drá leales a su causa.<br />

—¿Y qué es lo que ocasiona esa desmedida lealtad?<br />

—Dejad que os narre los sucesos tal y como acontecieron, mi reina.<br />

Tal vez vos <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dáis algo que haya escapado a mi compr<strong>en</strong>sión o pasado<br />

por alto.<br />

Meldionor se inclinó hacia delante para no perder una palabra del<br />

relato.<br />

—Partí <strong>en</strong> busca de una iluminación de Basth el Justo. Tras oír su<br />

m<strong>en</strong>saje cerca de los pantanos del Ornae, mi búsqueda me llevó hasta el<br />

monte Anskard. Allí <strong>en</strong>contraría la armadura sagrada. Creí fracasar <strong>en</strong> mi<br />

empeño, pero hubo r<strong>en</strong>acimi<strong>en</strong>to para mí —Ségfarem permaneció<br />

p<strong>en</strong>sativo unos instantes, mi<strong>en</strong>tras rememoraba lo acontecido—. El propio<br />

Basth desc<strong>en</strong>dió sobre mí mi<strong>en</strong>tras agonizaba <strong>en</strong> el fondo de su desfiladero<br />

y me <strong>en</strong>tregó su armadura sagrada para ser su portador.<br />

394


Neraveith mantuvo un respetuoso sil<strong>en</strong>cio. Sabía de la fe que<br />

profesaba el caballero a Basth el Justo y no deseaba desairarle.<br />

—Tras <strong>en</strong>contrar el camino de salida y a mi fiel caballo, que también<br />

había sido b<strong>en</strong>decido con parte de la armadura y había acudido a mi<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, decidí aprovechar mi viaje y me dirigí a los dominios de lord<br />

Meridioth. Allí reina el temor <strong>en</strong> todas la aldeas que visité. Los campos<br />

aún no han sido arados ni sembrados <strong>en</strong> muchos lugares. Nadie me recibió,<br />

cerraban las puertas a mi paso.<br />

Neraveith respiró profundam<strong>en</strong>te al oír aquellas noticias. Lord<br />

Meridioth no se ocupaba de sus tierras ni de la prosperidad de sus g<strong>en</strong>tes.<br />

Pero, <strong>en</strong>tonces, ¿por qué sus súbditos no habían emigrado a otras baronías?<br />

¿Por qué no le habían llegado noticias a ella de aquellos sucesos?<br />

Ségfarem proseguía con su relato absorto <strong>en</strong> el recuerdo.<br />

—Llegué hasta el castillo de la baronía con la int<strong>en</strong>ción de exigir<br />

explicaciones sobre el porqué de la dejadez de sus tierras. Lo que descubrí<br />

parecía surgido de mis peores pesadillas.<br />

Ségfarem hizo un leve alto, que aprovechó para int<strong>en</strong>tar reord<strong>en</strong>ar los<br />

recuerdos que poblaban su m<strong>en</strong>te.<br />

—Su castillo estaba guardado por una extraña tropa, eso era lo que<br />

había obt<strong>en</strong>ido a cambio del trigo. Son merc<strong>en</strong>arios totalm<strong>en</strong>te fieles a él.<br />

Neraveith no pudo evitar interrumpirlo.<br />

—Pero, como os he dicho antes, si carece de trigo con el que sembrar<br />

sus campos, ¿cómo va a alim<strong>en</strong>tar una tropa de merc<strong>en</strong>arios ni siquiera una<br />

estación?<br />

Ségfarem alzó la mirada hacia ella y pareció dudar <strong>en</strong> la manera de<br />

explicarse.<br />

—Estos guerreros no com<strong>en</strong>, no respiran, no muestran miedo. Son<br />

creaciones de la más negra hechicería. Ya han muerto, pero sigu<strong>en</strong><br />

combati<strong>en</strong>do para él.<br />

El g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te impasible temple de Ségfarem se estaba tambaleando<br />

y se d<strong>en</strong>otaba <strong>en</strong> las muestras de aversión que reflejaba su rostro.<br />

Neraveith sintió que su inquietud iba <strong>en</strong> aum<strong>en</strong>to. En otros tiempos no<br />

hubiese creído una palabra de lo que le planteaba su fiel caballero, pero<br />

había pres<strong>en</strong>ciado y vivido demasiadas anomalías <strong>en</strong> los últimos días.<br />

Ségfarem continuó con su explicación.<br />

—Int<strong>en</strong>té sonsacarle cuanta información pude. Vi que estaba muy<br />

seguro de sus fuerzas, porque no dudó <strong>en</strong> responder a varias de las<br />

preguntas que le hice. No pret<strong>en</strong>día dejarme salir vivo. Aquello era una<br />

395


trampa. Pero él no creía <strong>en</strong> el poder de la armadura de Basth. Sus soldados<br />

fueron cay<strong>en</strong>do, incapaces de tocarme con sus simples armas. Lord<br />

Meridioth escapó durante la trifulca. Perseguí la creación de pesadilla que<br />

era su montura, pero siempre mant<strong>en</strong>ía la misma distancia con mi caballo.<br />

Huía hacia el norte, hacia tierras de Lidrartha, y no logré alcanzarlo antes<br />

de que él llegase hasta las tropas que se agolpan <strong>en</strong> la frontera, similares a<br />

las que poblaban su castillo. Preferí posponer el combate, eran... ¡miles!<br />

Neraveith respiró <strong>en</strong>trecortadam<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras digería la nueva<br />

información. Lord Barthem interrumpió a Ségfarem.<br />

—¿Cuáles son las cualidades de esas extrañas tropas, lord Ségfarem?<br />

¿Son fuertes? ¿Rápidas?<br />

—Son tropas de élite, luchan como el mejor de los guerreros, y no<br />

si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> dolor, ni frío ni hambre. Hasta que no los has troceado no dejan de<br />

pelear. Eso no es todo, a algunos de los que me atacaron los reconocí.<br />

Vuestros propios informadores, mi reina, han sido transformados <strong>en</strong> esos<br />

<strong>en</strong>g<strong>en</strong>dros, más muertos que vivos, y <strong>en</strong> sus carnes aún se veían los rastros<br />

de sus muertes y las torturas que habían sufrido.<br />

Neraveith sintió cómo se le helaba la sangre ante el relato y asió con<br />

fuerza los brazales de su sillón, haci<strong>en</strong>do que sus nudillos palidecieran .<br />

—Esos seres que obedec<strong>en</strong> ciegam<strong>en</strong>te al barón Meridioth son un<br />

regalo de algui<strong>en</strong>, pero no logré averiguar quién era ese mec<strong>en</strong>as capaz de<br />

crear esos <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dros. No podría decir de dónde han salido, son seres sin<br />

alma. Sus ojos parec<strong>en</strong> vacíos, un fulgor rojizo surge de ellos cuando se<br />

muev<strong>en</strong>, cuando están quietos, sólo se ve un vacío tras ellos.<br />

Mi<strong>en</strong>tras Ségfarem narraba los hechos, Meldionor se había levantado<br />

para pasear por la estancia. Se detuvo fr<strong>en</strong>te a una de las v<strong>en</strong>tanas de<br />

espaldas a ellos, observando la tarde. Su voz les llegó como un mal<br />

presagio.<br />

—Nigromancia: uno de los poderes atribuidos al caos.<br />

—T<strong>en</strong>go <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido que sufristeis el ataque de un demonio de sombra,<br />

mi señora.<br />

Respondió Meldionor.<br />

—A esos seres se les llamaba "cabalgadores de sombras". Hace siglos<br />

eran muy habituales <strong>en</strong> algunas cortes, como asesinos privados y como<br />

elem<strong>en</strong>tos disuasorios.<br />

—La ley<strong>en</strong>da de Gurtan el Negro y la sombra que le seguía a todas<br />

partes, protegiéndolo...<br />

—Era más literal de lo que se cree. Las ley<strong>en</strong>das escond<strong>en</strong> siempre<br />

396


algo de verdad y, <strong>en</strong> ocasiones, más de la que nos gustaría. El cabalgador<br />

de sombras que atacó a Neraveith era una criatura similar. Son seres<br />

vinculados a los poderes del caos.<br />

Neraveith tragó saliva dificultosam<strong>en</strong>te. Si los poderes del caos eran<br />

capaces de hacer eso... Sintió que su estómago se <strong>en</strong>cogía por el terror al<br />

recordar la noche que pasó con Lúcer. ¿Y si había dejado algo <strong>en</strong> ella?<br />

Nadie debía saberlo nunca. Oyó la voz de Ségfarem rompi<strong>en</strong>do el breve<br />

instante de sil<strong>en</strong>cio.<br />

—Entonces no cabe duda alguna de que nos <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tamos al regreso de<br />

los hechiceros vinculados a los poderes del caos. Con vuestro permiso, mi<br />

señora, y si no precisáis que busque <strong>en</strong> mi memoria más detalles, me<br />

complacería que dieseis vuestra autorización para aus<strong>en</strong>tarme del castillo<br />

durante unas horas.<br />

Neraveith supo que el mom<strong>en</strong>to de la conversación más duro para ella<br />

había llegado. Ségfarem pret<strong>en</strong>día acudir al bosque a buscar a Édorel.<br />

Debía informarle de lo ocurrido.<br />

—Lord Ségfarem, disculpad que me inmiscuya <strong>en</strong> vuestros asuntos,<br />

mas, ¿no sería conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te que, después de todo lo que habéis sufrido <strong>en</strong><br />

vuestro viaje, descansarais un poco?<br />

—Mi señora, deseo ir al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de Édorel. Me consta que debe<br />

estar muy afectada por mi aus<strong>en</strong>cia.<br />

—Lord Ségfarem, habéis de saber que, inexplicablem<strong>en</strong>te, Édorel ha<br />

desaparecido.<br />

La reina vio la expresión absolutam<strong>en</strong>te impasible que había adoptado<br />

el caballero y lo compadeció, porque era exactam<strong>en</strong>te la misma expresión<br />

que adoptaba ella cuando no deseaba dejar traslucir sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos.<br />

—Por favor, mi señora, explicaos.<br />

—Se produjo un inc<strong>en</strong>dio <strong>en</strong> el bosque la pasada noche. Édorel se<br />

<strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> su cabaña y, poco después de que se iniciara el inc<strong>en</strong>dio, se<br />

dejó de t<strong>en</strong>er constancia de su pres<strong>en</strong>cia. Lord Eoroth aún no se explica<br />

qué es lo que pudo pasar.<br />

—¡Iré <strong>en</strong> su busca! —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció Ségfarem.<br />

—Ya hemos formado un equipo de búsqueda. T<strong>en</strong>ed la seguridad de<br />

que es el más cualificado para <strong>en</strong>contrarla. En vuestro estado, estoy segura<br />

de que <strong>en</strong> seguida seríais presa del bosque y, muy pronto, t<strong>en</strong>dríamos tres<br />

personas que buscar.<br />

Ségfarem miró fijam<strong>en</strong>te a la reina.<br />

—¿Tres personas habéis dicho?<br />

397


Por un instante, Neraveith p<strong>en</strong>só que había sido una torpeza revelar el<br />

dato.<br />

—Sí, lord Ségfarem, también se ha dado por desaparecido a Lúcer.<br />

Estaban juntos cuando eso sucedió.<br />

Ségfarem <strong>en</strong>arcó una ceja.<br />

—¿Y puede saberse qué hacía mi prometida <strong>en</strong> compañía de ese<br />

rufián?<br />

—Había sido herido y Édorel se estaba <strong>en</strong>cargando de darle<br />

protección <strong>en</strong> el claro.<br />

La conversación podía alargarse durante mucho tiempo. Explicar el<br />

misterio del dragón, las heridas de Lúcer... Neraveith decidió atajarla, t<strong>en</strong>ía<br />

demasiadas cosas de las que ocuparse ahora.<br />

—Lord Ségfarem, <strong>en</strong> estos mom<strong>en</strong>tos otros problemas requier<strong>en</strong> mi<br />

at<strong>en</strong>ción. Os conmino a que descanséis después de tan dura prueba.<br />

Mañana reuniré a mis consejeros y volveremos a pediros que narréis<br />

vuestra historia. T<strong>en</strong>go tanto interés como vos <strong>en</strong> dar con Édorel. Por otro<br />

lado, os pido que —hizo un alto, porque ya no estaba muy segura de que<br />

las palabras que iba a decir fueran realm<strong>en</strong>te de consuelo— dejéis este<br />

asunto <strong>en</strong> manos de Basth. Él es justo y, si es su deseo que la <strong>en</strong>contremos,<br />

t<strong>en</strong>ed por seguro de que así será.<br />

La historia no <strong>en</strong>cajaba <strong>en</strong> la m<strong>en</strong>te de Ségfarem. Édorel era la que<br />

mejor sabía desplazarse por el bosque, y jamás se perdía. Si no la habían<br />

<strong>en</strong>contrado era porque debía de estar herida, <strong>en</strong> peligro, o no deseaba que<br />

la <strong>en</strong>contras<strong>en</strong>. Iría <strong>en</strong> su busca <strong>en</strong> cuanto la reina le permitiese aus<strong>en</strong>tarse.<br />

La voz de Barthem se elevó de pronto, preocupada e iracunda.<br />

—Majestad, deberíais posponer todos los desplazami<strong>en</strong>tos hacia el<br />

norte. Esa zona ya no es segura si los poderes del caos la recorr<strong>en</strong>. Y de<br />

seguro buscan a más víctimas con las que alim<strong>en</strong>tar su ejército infernal.<br />

Deberíamos hacer volver a la población.<br />

La reina de pronto alzó un rostro más pálido de lo que era habitual <strong>en</strong><br />

ella. Sus ojos irradiaron todo el horror que había ll<strong>en</strong>ado su m<strong>en</strong>te ante la<br />

imag<strong>en</strong> que se había formado <strong>en</strong> ella.<br />

—¡Dioses misericordiosos! Aybkam<strong>en</strong>...<br />

La reina se puso <strong>en</strong> pie, haci<strong>en</strong>do que la silla <strong>en</strong> la que se s<strong>en</strong>taba se<br />

tambalease.<br />

398


77 — El carromato abandonado<br />

Ap<strong>en</strong>as un rato más tarde, un nutrido grupo de guardias del castillo,<br />

<strong>en</strong>tre los que estaban el mismísimo Ségfarem y la propia reina de Isthelda,<br />

abandonaba el lugar rumbo al norte. Neraveith, por primera vez, azuzó a su<br />

montura sin mirami<strong>en</strong>tos mi<strong>en</strong>tras el resto del séquito la seguía. A<br />

mediados de la madrugada giraron hacia el este para <strong>en</strong>contrarse con el<br />

camino viejo. Neraveith intuía que Aybkam<strong>en</strong> debía haber sido reacio a<br />

abandonar la protección que le brindaban los árboles.<br />

Llegaron a la baronía de lord Barthem y allí la reina obligó a sus<br />

acompañantes a tomar monturas de refresco y seguir su camino.<br />

Atravesaron campos <strong>en</strong> los que ap<strong>en</strong>as se veían g<strong>en</strong>tes a esas horas de la<br />

madrugada. Amaneció y Neraveith permitió a los caballos seguir el viaje al<br />

paso para descansar, pero pronto les impuso de nuevo una rápida marcha.<br />

Cerca del mediodía, con los caballos agotados y sudorosos, alcanzaron<br />

el camino que cruzaba de este a oeste el norte del reino, junto a la frontera.<br />

Neraveith permaneció dubitativa unos instantes. Aybkam<strong>en</strong> podía no haber<br />

llegado a ese punto, pero si lo había hecho y seguía hacia la baronía de<br />

Meridioth, debían alcanzarlo cuanto antes. Ségfarem se situó junto al<br />

costado de su soberana.<br />

—Majestad, no es prud<strong>en</strong>te que estéis aquí, estas tierras no son<br />

seguras.<br />

—Entonces es vuestro deber protegerme, lord Ségfarem.<br />

La reina ya se había lanzado hacia el oeste, hacia la baronía de<br />

Meridioth<br />

Ya atardecía cuando lo <strong>en</strong>contraron. El sol lanzaba sus últimos rayos<br />

tras el horizonte, sobre el carromato de Aybkam<strong>en</strong>. Estaba cruzado <strong>en</strong><br />

mitad del camino y Fogoso no estaba <strong>en</strong>ganchado <strong>en</strong> las barras. La<br />

montura de la reina estaba agotada, pero ella no le dio tregua hasta que<br />

llegó a la altura del vehículo y desc<strong>en</strong>dió rápidam<strong>en</strong>te de su caballo.<br />

Sinti<strong>en</strong>do cómo la angustia subía por su pecho, Neraveith se dirigió a<br />

la parte posterior y abrió la puerta. En el interior, pocas cosas se mant<strong>en</strong>ían<br />

<strong>en</strong> su sitio. Todo había sido revuelto. El suelo estaba alfombrado de<br />

pergaminos, frascos rotos y ropa.<br />

—¡Aybkam<strong>en</strong>!<br />

No hubo respuesta. Neraveith salió fuera, casi chocando <strong>en</strong> su<br />

precipitación con Ségfarem, y rodeó el carro mi<strong>en</strong>tras miraba <strong>en</strong> todas<br />

399


direcciones, esperando ver algún rastro de él. Sinti<strong>en</strong>do que algo d<strong>en</strong>tro de<br />

su corazón se desmoronaba, se dirigió hacia el pescante del carro. Iba a<br />

trepar a él cuando vio que una tabla a la altura de los pies t<strong>en</strong>ía un color<br />

más claro, como si la hubies<strong>en</strong> repuesto hacía poco. Neraveith la golpeó<br />

con el puño esperando partirla, pero sólo logró hacerse daño. Cuando iba<br />

a dar el segundo golpe, Ségfarem se personó a su lado y lo hizo por ella.<br />

La tabla se rompió con un crujido, y Ségfarem retiró las dos partes.<br />

—¿Qué buscamos, mi señora?<br />

—No lo sé.<br />

Neraveith introdujo la mano <strong>en</strong> el hueco que había detrás y sacó lo<br />

que parecían unas cuantas hojas de pergamino. Parecían haber formado<br />

parte de un libro, aún se veían los agujeros que las habían cosido,<br />

desgarrados. Neraveith echó un vistazo a una de ellas, las palabras<br />

"cabalgador de sombras" saltó a sus ojos. En la sigui<strong>en</strong>te hoja había frases<br />

con fechas, el nombre de Oggnath resaltó para ella, la ciudad estado de la<br />

costa.<br />

En la sigui<strong>en</strong>te página había un párrafo inconcluso que no ocupaba<br />

toda la página, <strong>en</strong> la mitad que quedaba <strong>en</strong> blanco había dos palabras<br />

escritas <strong>en</strong> un tono de tinta verdoso y con una caligrafía totalm<strong>en</strong>te<br />

difer<strong>en</strong>te.<br />

"Te quiero"<br />

Neraveith sintió que se le cerraba la garganta por la angustia. Para<br />

evitar que sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos la derrumbas<strong>en</strong> leyó el resto de la página.<br />

“El mal será expulsado. Durante tres mil años, dormirá <strong>en</strong> su<br />

celda de hielo, esperando al ocaso de la tregua.<br />

La edad de las tinieblas com<strong>en</strong>zará <strong>en</strong> la arboleda sagrada:<br />

Isthelda, el bosque sinti<strong>en</strong>te, la <strong>en</strong>carnación vivi<strong>en</strong>te del Muro de<br />

Sueños, junto al pozo que alim<strong>en</strong>tan las corri<strong>en</strong>tes de la magia,<br />

impidi<strong>en</strong>do la <strong>en</strong>trada de las furias al mundo de los hombres.<br />

El sello será destruido, Nágramul volverá a este mundo. Con<br />

su poder r<strong>en</strong>ovado, int<strong>en</strong>tará arrasar el bosque guerrero. Pero un<br />

humano se interpondrá <strong>en</strong> su avance. Crotulio, el daño de la<br />

sombra. Él será la perdición de Nágramul."<br />

Mi<strong>en</strong>tras la reina leía el m<strong>en</strong>saje que habían dejado para ella,<br />

400


Ségfarem tocó con gesto experto los arreos que colgaban de las lanzas del<br />

carro.<br />

—Algui<strong>en</strong> los ha cortado. Probablem<strong>en</strong>te quiso que el caballo huyese<br />

o int<strong>en</strong>tó huir sobre él.<br />

Neraveith respiró hondo varias veces para ser<strong>en</strong>arse.<br />

—Vayamos <strong>en</strong> su busca, puede que no este lejos..<br />

Pocos minutos mas tarde <strong>en</strong>contraron a Fogoso. Se ocultaba de ellos<br />

<strong>en</strong>tre los matojos <strong>en</strong> el bosquecillo cercano. Su pelaje estaba ll<strong>en</strong>o de sudor<br />

y revuelto. Algunas heridas se veían sobre su lomo. Cuando se acercaron<br />

con gesto amistoso para tratar de recuperarlo, el animal, con los ojos<br />

desorbitados, huyó de ellos ad<strong>en</strong>trándose aun más <strong>en</strong> la espesura. Un búho<br />

los miró iracundo desde una rama, cloqueando con el pico <strong>en</strong> señal de<br />

am<strong>en</strong>aza antes de volar tras el caballo. Neraveith los observó con la<br />

tristeza inundándola: Fogoso y Fhain, tan asustados como para volverse<br />

salvajes.<br />

—Volvamos al castillo, aquí no hay nada más que hacer. Ségfarem, de<br />

ser posible, me gustaría que trajes<strong>en</strong> este carromato al castillo, le daré<br />

utilidad.<br />

Dos días más tarde regresó la reina junto con el destacam<strong>en</strong>to que se<br />

había llevado con ella. Tras ellos un corpul<strong>en</strong>to caballo negro arrastraba un<br />

carromato. La reina ord<strong>en</strong>ó que lo dejas<strong>en</strong> a las puertas del castillo. Aún no<br />

sabía qué haría con él, pero no estaba dispuesta a abandonar a su suerte <strong>en</strong><br />

mitad del camino el hogar de Aybkam<strong>en</strong>, la idea se le hacía tan triste que<br />

no podía soportarla.<br />

78 — Los funerales de Kayla<br />

Cinco días después de su muerte se celebraron las exequias por la<br />

difunta Kayla. En el terr<strong>en</strong>o donde la ciudad <strong>en</strong>terraba a sus muertos, los<br />

familiares de la fallecida, que eran los únicos que t<strong>en</strong>ían derecho a seguir<br />

desde primera fila el ritual, observaban las exhortaciones que el sacerdote<br />

de Basth el Justo lanzaba sobre el túmulo de tierra. Pret<strong>en</strong>dían ayudar al<br />

alma de la difunta a <strong>en</strong>contrar su camino por el otro mundo. Eoroth y<br />

Ariweth estaban allí, <strong>en</strong> calidad de familia política. La noble había<br />

necesitado de la ayuda de su primo para llegar hasta el lugar. Aún no podía<br />

caminar sin ayuda y estaba débil, pero se había negado a permanecer <strong>en</strong><br />

cama mi<strong>en</strong>tras toda la comarca andaba revolucionada. En los límites del<br />

terr<strong>en</strong>o sagrado, flanqueados por los pebeteros de bronce que los clérigos<br />

401


se <strong>en</strong>cargaban de mant<strong>en</strong>er perpetuam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didos, la plebe observaba<br />

curiosa y extrañada los rituales del sacerdote de Basth. Nadie dudaba de<br />

que, <strong>en</strong> su viaje, el alma de la muchacha no se toparía con ningún demonio<br />

de los planos del caos, dada la cantidad de b<strong>en</strong>diciones que fueron<br />

lanzadas sobre su tumba.<br />

Pocos repararon <strong>en</strong> el pequeño grupo que se mant<strong>en</strong>ía algo alejado del<br />

resto de los habitantes de la comarca, absortos como estaban todos los ojos<br />

<strong>en</strong> contemplar los complicados rituales. El dolor que ll<strong>en</strong>aba a los<br />

integrantes del apartado grupo era profundo y suave. Cada uno de ellos<br />

sabía que todos t<strong>en</strong>ían, clavado <strong>en</strong> sus <strong>en</strong>trañas, el mismo s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to.<br />

Cualquiera que los hubiese observado desde una perspectiva externa habría<br />

visto extrañado un variopinto grupo de personas que <strong>en</strong> apari<strong>en</strong>cia no<br />

t<strong>en</strong>ían nada <strong>en</strong> común <strong>en</strong>tre sí. El vagabundo con el rostro surcado de<br />

reci<strong>en</strong>tes quemaduras, que mant<strong>en</strong>ía la mirada orgullosa mi<strong>en</strong>tras<br />

contemplaba las exequias, era El Errante. A su lado, una de las campesinas<br />

de la aldea, Saleith se llamaba, había acudido con sus dos hijos a<br />

pres<strong>en</strong>ciar el sepelio. Las lágrimas corrían abundantem<strong>en</strong>te por sus<br />

mejillas. Ella no int<strong>en</strong>taba disimular su dolor. Su cabello ahora era mucho<br />

más corto. Durante el inc<strong>en</strong>dio sufrió de las llamas y hubo de cortarlo.<br />

Zíodel había surgido de la espesura esa misma tarde, había sido la última<br />

<strong>en</strong> dejar la búsqueda de los dos desaparecidos y se había unido al cortejo<br />

fúnebre. Una bonita elfa de cabellos cortos y rubios con gesto desolado y<br />

perdido... Anisse, una de las cocineras del castillo, también había acudido.<br />

La muchacha se mant<strong>en</strong>ía sil<strong>en</strong>ciosa y melancólica, algo que resultaba<br />

chocante dadas su <strong>en</strong>ergía y arrojo.<br />

Neraveith hubiese deseado estar <strong>en</strong>tre ellos, con su fiel Anisse junto a<br />

ella, pero su lugar era <strong>en</strong> segunda fila, <strong>en</strong>tre la nobleza del lugar. El pesado<br />

vestido de raso oscuro que requería una situación de luto se le antojaba una<br />

celda que aprisionase su tristeza <strong>en</strong> lugar de dejarla volar lejos de ella.<br />

Pero ninguno de los que la rodeaban lo verían nunca. Su gesto<br />

permanecería ser<strong>en</strong>o y perfecto ante la adversidad, como correspondía a<br />

una reina. Como correspondía a una sierva sumisa...<br />

—Que su alma jamás vague a oscuras, que su espíritu <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tre la paz<br />

que merece —las palabras lanzadas por el sacerdote de Basth El Justo<br />

resonaron por el lugar con grandeza.<br />

Anisse lo escuchó con gesto hosco. Ojalá fuese así, ojalá <strong>en</strong> el otro<br />

lado de la muerte hubiese algo que te guiase por las s<strong>en</strong>das que necesitabas<br />

recorrer. Las palabras del sacerdote provocaron un sollozo cont<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> la<br />

402


aronesa. El padre de la muchacha se mant<strong>en</strong>ía impasible a su lado. Anisse<br />

veía que su m<strong>en</strong>te se había cerrado a toda influ<strong>en</strong>cia exterior, no había<br />

logrado aceptar la muerte de su hija y trataba de negarla de cualquier<br />

manera. Los dos hermanos de Kayla se mant<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> un estado de estupor<br />

profundo.<br />

Anisse podía s<strong>en</strong>tir el dolor de los ci<strong>en</strong>tos de corazones del lugar,<br />

también la indifer<strong>en</strong>cia de algunos... Pero todo aquello le resultaba tan<br />

banal y lejano que casi la irritaba. Kayla ya no estaba allí, ya no estaba <strong>en</strong><br />

la tierra, ni <strong>en</strong> el bosque, ni <strong>en</strong> su casa, ni <strong>en</strong> ninguna parte, ¿y qué<br />

importaba? ¿Por qué no se s<strong>en</strong>tía t<strong>en</strong>tada a mitigar el dolor que veía a su<br />

alrededor? ¿Por qué ya no la conmovía? ¿De dónde había surgido esa<br />

tristeza sorda que había ahogado su voluntad?<br />

La ceremonia se dio por concluida y la familia de la fallecida salió del<br />

recinto sagrado. En ese mom<strong>en</strong>to, Saleith decidió saltarse todo protocolo y,<br />

sali<strong>en</strong>do de las filas que correspondían a su clase social, se acercó a la<br />

baronesa. La mujer pareció desconcertada por la desfachatez de la<br />

campesina cuando ésta le expresó sus condol<strong>en</strong>cias pero cuando, de súbito,<br />

la abrazó cálidam<strong>en</strong>te, dejó atrás todo reparo y sollozó sobre su hombro<br />

como no lo había hecho hasta el mom<strong>en</strong>to.<br />

Anisse pudo ver, con una frialdad muy poco común <strong>en</strong> ella, que<br />

Saleith se s<strong>en</strong>tía culpable por la muerte de la jov<strong>en</strong> Kayla. Ella también era<br />

madre y se s<strong>en</strong>tía <strong>en</strong> parte responsable de todos. También percibió el gesto<br />

perdido del barón y dejó que su miraba viese más allá. En esos mom<strong>en</strong>tos<br />

estaba p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> organizar una cacería, algo que no hacía desde hacía<br />

mucho tiempo, y, remotam<strong>en</strong>te, una parte de su m<strong>en</strong>te p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> el<br />

castigo que le iba a infligir a su hija cuando volviese a casa. Anisse supo<br />

que nunca se recobraría totalm<strong>en</strong>te del golpe. Era él el que necesitaba<br />

llorar, no la madre de Kayla. Ella ya lo había aceptado.<br />

Anisse miró hacia el cielo. Por un mom<strong>en</strong>to deseó s<strong>en</strong>tir algo, dolor,<br />

amor, deseo o miedo... Tal vez sólo quería s<strong>en</strong>tir esperanza. La chica trató<br />

de salir del extraño estado de frialdad que la ll<strong>en</strong>aba, pero, cuanto más lo<br />

int<strong>en</strong>taba, más le daba la s<strong>en</strong>sación de <strong>en</strong>cerrarse <strong>en</strong> ella. Era como int<strong>en</strong>tar<br />

salir de ar<strong>en</strong>as movedizas. Así que decidió no resistirse más, no valía la<br />

p<strong>en</strong>a realm<strong>en</strong>te. En ese mom<strong>en</strong>to, Anisse supo que se estaba muri<strong>en</strong>do, se<br />

estaba muri<strong>en</strong>do por d<strong>en</strong>tro al igual que el padre de Kayla. Había recibido<br />

un golpe que la estaba <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>ando. La luz que la guiaba oscilaba y<br />

am<strong>en</strong>azaba con extinguirse.<br />

403


79 — Acoso a una vid<strong>en</strong>te<br />

Aquél había sido un día de recogimi<strong>en</strong>to y tristeza para muchos. Para<br />

la cocinera de la reina, también había sido día de inactividad. No había<br />

ocupado sus manos <strong>en</strong> muchas horas, a solas con sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. En<br />

otros tiempos, le hubiese preocupado notar cómo los <strong>en</strong>laces psíquicos se<br />

fortalecían por mom<strong>en</strong>tos al no t<strong>en</strong>er su m<strong>en</strong>te y sus manos trabajando.<br />

Mi<strong>en</strong>tras caminaba de regreso al castillo, sintió cómo el extraño hormigueo<br />

que se formaba <strong>en</strong> su fr<strong>en</strong>te cada vez que iba a t<strong>en</strong>er un arranque de<br />

vid<strong>en</strong>cia crecía de forma alarmante. En la periferia de su visión,<br />

empezaron a formarse sombras. Ella las ignoró, tratando de volver a poner<br />

su m<strong>en</strong>te <strong>en</strong> blanco para seguir <strong>en</strong> su mudo estado de estupor sin<br />

s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos.<br />

Aquella noche, mi<strong>en</strong>tras se deslizaba <strong>en</strong> el lecho, supo que iba a soñar<br />

uno de sus sueños reales, pero no le importaba. Sólo deseaba flotar <strong>en</strong> los<br />

hechos, sin int<strong>en</strong>tar alterarlos, sólo deseaba olvidar. Y, ya que no se le iba<br />

a conceder el olvido, tan sólo no le daría el placer al destino de mostrase<br />

afectada por lo que fuera que le deparase.<br />

Olvidar...<br />

El lugar era rojo como el fuego, y negro, pero había muchos más<br />

colores que lo componían. Anisse levantó la vista desde sus pies descalzos<br />

y observó el horizonte sin límites que se ext<strong>en</strong>día ante ella. Caminó<br />

despacio, sinti<strong>en</strong>do cada arista <strong>en</strong> la planta de sus pies, cada pequeña<br />

piedra. Al principio, creyó que lo que veía ante ella era una deformidad del<br />

terr<strong>en</strong>o, pero <strong>en</strong>tonces oyó la risa. La criatura alzó la cabeza y lanzó un<br />

aullido triunfal al cielo rojo, surcado de líneas de torm<strong>en</strong>ta. Anisse sintió<br />

que una descarga de poder recorría el cielo <strong>en</strong> respuesta. La criatura hizo<br />

retumbar el lugar donde estaban con su grito mi<strong>en</strong>tras ella la observaba.<br />

Parecía la silueta de un dragón. Agitó su cola y se volvió l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hacia<br />

ella. Sus escamas eran de un oscuro rojo apagado. Oyó la voz del <strong>en</strong>orme<br />

reptil dirigiéndose a ella. Anisse supo que no debería haber <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido sus<br />

gruñidos, pero lo hizo.<br />

—Sabía que v<strong>en</strong>drías, pequeña soñadora.<br />

La criatura volvió su <strong>en</strong>orme cabeza babeante y giró unos ojos<br />

amarillos con la negra pupila vertical hacia ella. Anisse se sintió<br />

am<strong>en</strong>azada, pero nada la hizo desear alejarse.<br />

—Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida, vid<strong>en</strong>te Anisse. Gracias por v<strong>en</strong>ir a abrirme paso.<br />

404


Anisse sintió que la voluntad de aquella criatura la paralizaba, pero<br />

sobre todo porque ella no opuso resist<strong>en</strong>cia. Una voz d<strong>en</strong>tro de su m<strong>en</strong>te le<br />

gritaba que, <strong>en</strong> otros tiempos, cuando ella controlaba las visiones, hubiese<br />

logrado despertar de inmediato. Pero, ahora, el ser parecía absorber su<br />

voluntad como si fuese agua que se evapora al sol.<br />

—Soñarás para mí, Anisse. Me soñarás todas las veces que yo te lo<br />

pida y abrirás la <strong>en</strong>trada a Isthelda para mí.<br />

Anisse supo <strong>en</strong>tonces con certeza que la criatura era un draakun y las<br />

palabras de Finlhi volvieron a su m<strong>en</strong>te: "No desees <strong>en</strong>contrarte con uno".<br />

Sintió de pronto una lejana punzada de miedo al saber que no iba a<br />

matarla, iba a usarla para llegar hasta Isthelda. Debería despertar, pero se<br />

le antojaba un esfuerzo agotador. La criatura alargó una garra para<br />

aferrarla. Un gemido de sumisa protesta se escapó de la garganta de<br />

Anisse. Debía luchar, pero sus manos no se movían, su cuerpo no<br />

respondía, y todo su ser ansiaba re<strong>en</strong>contrarse con Finlhi. ¿Qué importaba<br />

luchar?<br />

De pronto, otra voz surgió <strong>en</strong> su m<strong>en</strong>te, una voz mucho más antigua<br />

que la que le hablaba ahora. Era la voz de la Anisse que había escapado de<br />

casa de su familia, realizado mil trabajos y puesto <strong>en</strong> jaque a las<br />

autoridades de la ciudad de Oggnath para huir. Era la voz de la Anisse que<br />

no había t<strong>en</strong>ido miedo de equivocarse. Era la voz de la muchacha que se<br />

había <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tado a la vida a solas, y esa voz le decía: "¡Niña tonta! No<br />

morirás, sólo servirás a sus fines. ¡Lucha!". Su m<strong>en</strong>te parecía dividida<br />

<strong>en</strong>tre la rebeldía tozuda que la hacía querer derrotar a aquel ser y su<br />

conci<strong>en</strong>cia pres<strong>en</strong>te que le repetía que toda lucha era banal. Pero, cuando<br />

las uñas de la bestia parecieron estar a punto de rozar su piel, un grito que<br />

ella no había decidido lanzar surgió de su subconsci<strong>en</strong>te.<br />

—¡¡Despierta, Anisse!! ¡¡Ya!! —se oyó ord<strong>en</strong>arse a pl<strong>en</strong>o pulmón a sí<br />

misma.<br />

El grito fue imperioso y la arrastró con viol<strong>en</strong>cia hacia atrás. Notó la<br />

frustración de la criatura al mismo tiempo que abría los ojos y <strong>en</strong>focaba el<br />

techo del recinto donde dormía. ¡Había logrado romper el lazo psíquico de<br />

un draakun! En ese instante, su cuerpo se convulsionó por la arcadas y se<br />

inclinó a un lado del lecho para vomitar. Los espasmos la sacudieron con<br />

viol<strong>en</strong>cia mi<strong>en</strong>tras las lágrimas rodaban por sus mejillas y el terror la<br />

ll<strong>en</strong>aba. Notó cómo una mano compr<strong>en</strong>siva se posaba sobre su espalda.<br />

Después oyó la voz de la cocinera jefe hablando con alguna de sus<br />

compañeras.<br />

405


—Ve a buscar algo de manzanilla a la cocina. La dejé preparada.<br />

Y, pasado el sobresalto inicial, Anisse lloró todas las lágrimas<br />

acumuladas de los últimos días. Oyó la voz de su compañera que le<br />

susurraba, dándole amables palmaditas <strong>en</strong> la espalda para calmarla.<br />

—Nos has dado un susto de muerte con tu grito, niña.<br />

—Lo si<strong>en</strong>to... lo si<strong>en</strong>to... lo si<strong>en</strong>to... —era lo único que lograba repetir<br />

Anisse.<br />

—Tranquila, has gritado por una pesadilla. No podemos <strong>en</strong>fadarnos<br />

por eso.<br />

Pero Anisse no pedía perdón por eso, sino por las muertes que podría<br />

haber evitado y por las que v<strong>en</strong>drían <strong>en</strong> un futuro.<br />

Esa madrugada, Anisse recogió las escasas pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cias que t<strong>en</strong>ía<br />

junto a la cama, <strong>en</strong> la habitación comunal que compartía con el resto de<br />

mujeres no emparejadas del castillo. Las pr<strong>en</strong>das de vestir, la capa que le<br />

regaló Neraveith... En lo que se llevaba noaba que ya no era la misma<br />

persona que había llegado a Isthelda hacía ya un año y medio. T<strong>en</strong>ía otras<br />

cosas nuevas con las que cargar, y había dejado algunas atrás. No se<br />

atrevió a volver a dormir <strong>en</strong> toda la noche, s<strong>en</strong>tía la pres<strong>en</strong>cia del draakun<br />

al acecho, esperando a que atravesase la vigilia para asaltarla. Bajó a las<br />

cocinas y, junto a las c<strong>en</strong>izas de la lumbre del día anterior, se s<strong>en</strong>tó para<br />

escribir una carta <strong>en</strong> el reverso de papiro donde una vez un borracho le<br />

dibujó un dragón <strong>en</strong> la taberna de la localidad.<br />

Cuando el sol com<strong>en</strong>zó a despuntar por el horizonte, ella ya había<br />

dejado la carta sobre la chim<strong>en</strong>ea, dirigida a Neraveith. Se echó el zurrón<br />

con sus pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cias al hombro y, por último, la capa. Había desechado<br />

algunos objetos por no considerarlos importantes. Como ella siempre se<br />

decía "viaja ligero el que no lleva equipaje". Así ataviada, salió a la<br />

madrugada.<br />

Lo primero que le vino a la m<strong>en</strong>te mi<strong>en</strong>tras se dirigía hacia la puerta<br />

principal del castillo fue que nunca t<strong>en</strong>dría bastante <strong>en</strong>tereza como para<br />

llegar hasta las montañas de Nadgak. Eso le hizo compr<strong>en</strong>der la urg<strong>en</strong>cia<br />

de su misión. El desánimo <strong>en</strong> que la había sumido la muerte del Finlhi la<br />

había vuelto más dócil. Debía recordarse a sí misma cómo era antes de<br />

haberlo conocido, cuando la fuerza de los caminos se colaba por la planta<br />

de sus pies para impulsar sus pasos, cuando <strong>en</strong>caraba toda fatalidad,<br />

cuando era capaz de <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a todo reto. Cuando nada era capaz de<br />

doblegarla y su espíritu bailaba indómito...<br />

406


Los guardias de la <strong>en</strong>trada la vieron pasar sorpr<strong>en</strong>didos, pero no la<br />

detuvieron, acostumbrados ya a los privilegios de la cocinera <strong>en</strong> cuanto a<br />

salvoconductos para <strong>en</strong>trar y salir del castillo.<br />

Así, sin más ceremonias, tan sola como había llegado, la jov<strong>en</strong> Anisse<br />

partió hacia las montañas de los dragones sin anuncio ni pregones.<br />

80 — La carta de despedida<br />

Esa mañana, Martha se sorpr<strong>en</strong>dió de no <strong>en</strong>contrar a Anisse junto al<br />

fuego de la cocina. Encima de la chim<strong>en</strong>ea del horno, algui<strong>en</strong> había dejado<br />

un pergamino cuidadosam<strong>en</strong>te doblado y pisado con un vaso. La cocinera<br />

jefe lo tomó sin saber qué hacer exactam<strong>en</strong>te con él. Ella no sabía leer,<br />

pero intuyó lo que era. Sospechaba que aquello iba a ocurrir cualquier día.<br />

Lessa <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> la cocina.<br />

—Bu<strong>en</strong>os días. La reina ord<strong>en</strong>a que Anisse vaya a sus apos<strong>en</strong>tos, debe<br />

hablar con ella.<br />

Martha se volvió con el papel <strong>en</strong> la mano.<br />

—Anisse se ha ido.<br />

Pocos minutos después, la mismísima reina bajó con su escolta a las<br />

cocinas, vestida aún sólo con el camisón. Martha le t<strong>en</strong>dió la nota a su<br />

soberana.<br />

—Mi señora, esta carta ha sido dejada para vos.<br />

La reina sintió cómo se le hacía un doloroso nudo <strong>en</strong> el pecho<br />

mi<strong>en</strong>tras la desplegaba. Observó curiosa el dibujo de un dragón <strong>en</strong> el<br />

reverso. La letra era redonda y <strong>en</strong>érgica, t<strong>en</strong>ía algunas líneas largas y<br />

floridas <strong>en</strong> algunas letras. Miró la firma, era de Anisse. No t<strong>en</strong>ía<br />

conocimi<strong>en</strong>to de que la jov<strong>en</strong> supiese escribir o leer.<br />

"Querida Neraveith, me duele despedirme así de ti, aunque<br />

creo que es la única manera <strong>en</strong> que podía hacerlo. Sé que me<br />

necesitas, y eso hubiese impedido que hiciese lo que t<strong>en</strong>ía que<br />

hacer. Debo confesarte que no he sido totalm<strong>en</strong>te sincera contigo,<br />

t<strong>en</strong>go cosas que ocultar de mí. Hay muchas cosas que me dan<br />

miedo d<strong>en</strong>tro de mí y que no puedo controlar. Hace mucho tiempo<br />

que t<strong>en</strong>go visiones, desde que t<strong>en</strong>go uso de razón, casi. Pero eso no<br />

es el mayor problema. También atraigo seres.<br />

Imagínate: una hechicera capaz de ver las m<strong>en</strong>tes y llamar<br />

407


seres de otros mundos <strong>en</strong> la corte real. Aún me pregunto cómo<br />

Meldionor fue el único que se percató de mi anomalía con la<br />

cantidad de siervos de Basth que hay <strong>en</strong> esta región. El dragón<br />

que murió <strong>en</strong> el claro era Finlhi, lo atraje hasta mí, sin saber<br />

cómo, una noche que soñé con él. El elfo no era tal elfo, era el<br />

dragón cobrizo muerto <strong>en</strong> el claro, disfrazado. Por si aún<br />

albergas alguna duda, fue Lúcer qui<strong>en</strong> lo mató... "—<br />

seguidam<strong>en</strong>te había una mancha de tinta de qui<strong>en</strong> ha int<strong>en</strong>tado<br />

borrar muy conci<strong>en</strong>zudam<strong>en</strong>te algunas palabras—. "Los<br />

dragones. He apr<strong>en</strong>dido algunas cosas sobre ellos, sueño con ellos<br />

desde que t<strong>en</strong>go uso de razón, los veo, me llaman hacia ellos y<br />

ellos vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a mí. Y ahora están volvi<strong>en</strong>do, después de mil<strong>en</strong>ios,<br />

al plano mundano.<br />

No deseo hacerme demasiado pesada. Te preguntarás por qué<br />

me marché de esta manera: debo alejarme de aquí, Neraveith,<br />

debo protegerte. No sólo atraigo a los dragones, atraigo a otros<br />

seres igual de poderosos que desean llegar hasta Isthelda. Son los<br />

draakun. Puede que no deba pronunciar su nombre, pero no<br />

deseo que mi temor a ellos me domine. Ellos trataron de llegar<br />

aquí la otra noche, a través de mí, y volverán a int<strong>en</strong>tarlo.<br />

Créeme, ni todos tus guardias podrían det<strong>en</strong>erlos. Debo alejar<br />

este peligro de ti y de Isthelda.<br />

Ti<strong>en</strong>es una lucha que cumplir, Neraveith, me gustaría poder<br />

ayudarte estando a tu lado, pero ése no es mi sitio <strong>en</strong> esta guerra<br />

y hace poco que lo he compr<strong>en</strong>dido. Mi batalla <strong>en</strong> esta guerra está<br />

<strong>en</strong> otro lugar y de mi éxito o fracaso dep<strong>en</strong>derán muchas cosas.<br />

Debo librarla o someterme. Ahora me dirigiré hacia las<br />

montañas de Nadgak, al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de los primeros dragones<br />

despertados. Que no esté cerca de ti no significa que no esté a tu<br />

lado.<br />

Bu<strong>en</strong>a suerte, amiga mía. No te olvidaré y, si triunfo, t<strong>en</strong>drás<br />

noticias de mí. Mi<strong>en</strong>tras tanto, trata de ser tan cabal como te sea<br />

posible y no sucumbas a la soledad. Hay más g<strong>en</strong>te que te quiere<br />

a tu alrededor de lo que crees, sólo debes apr<strong>en</strong>der a mirar. Dile a<br />

408


Martha que no se preocupe por su sobrina, que sanará. Si te<br />

pregunta cómo lo sé, dile que lo soñé. Y pídele disculpas a<br />

Meldionor por las cosas que me he llevado, cuando pueda se las<br />

devolveré. Bu<strong>en</strong>a suerte, amiga mía."<br />

Neraveith leyó las últimas líneas con la vista emborronada. Cuando<br />

recorrió la última palabra volvió el pergamino para ver de nuevo el dragón<br />

dibujado al carbón y repasado escrupulosam<strong>en</strong>te con tinta. Cerró los ojos<br />

con fuerza para evitar que cayese una sola lágrima de ellos y se irguió con<br />

solemnidad.<br />

—Ha dejado un m<strong>en</strong>saje también para vos, Martha. Dice que no<br />

debéis preocuparos por vuestra sobrina, que sanará, lo ha soñado.<br />

Sin mediar más palabras, la reina salió de la cocina y subió a sus<br />

apos<strong>en</strong>tos. Aquello era desconcertante, Anisse se había marchado. Pero la<br />

había informado de su destino, las montañas de Nadgak. Podía ir a<br />

buscarla. Con un caballo rápido era posible que alcanzase a la jov<strong>en</strong>.<br />

¿Y después? ¿Vas a obligarla a regresar por la fuerza? ¿Y si la<br />

descubr<strong>en</strong> los siervos de Basth?<br />

Neraveith dobló cuidadosam<strong>en</strong>te la nota para ocultarla. Mandó salir a<br />

sus sirvi<strong>en</strong>tas y, cuando estuvo sola, sintió que los sollozos empezaban a<br />

sacudirla. Todos la habían abandonado: su marido, después Aybkam<strong>en</strong> y,<br />

ahora que la necesitaba más que nunca, Anisse. Permaneció un rato<br />

s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> el lecho, con el rostro oculto <strong>en</strong> sus manos, llorando su pérdida.<br />

"Este no es mi sitio <strong>en</strong> esta guerra..."<br />

Neraveith se obligó a ser<strong>en</strong>arse al recordar las palabras de Anisse. No<br />

había huido, se había marchado para luchar. Y, si una simple cocinera<br />

t<strong>en</strong>ía el valor para <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a los poderes sobr<strong>en</strong>aturales que la<br />

acosaban, ella, que era reina, lo t<strong>en</strong>dría para <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse al horror de la<br />

guerra. Se secó las lágrimas y se sintió lo bastante ser<strong>en</strong>a como para<br />

vestirse y salir. En el pasillo, sus sirvi<strong>en</strong>tas la esperaban.<br />

—Lessa, id a buscar a Ségfarem, lord Barthem, al señor Illim Astherd<br />

y a mi consejero Meldionor, y decid que vayan a la sala este.<br />

Media hora más tarde, la reina y sus más próximos colaboradores de<br />

confianza se reunían <strong>en</strong> el lugar indicado. Tras un largo debate que duró<br />

toda la mañana, las instrucciones fueron repartidas <strong>en</strong>tre ellos.<br />

—Ségfarem, mandad m<strong>en</strong>sajes a las baronías y empezad a reclutar<br />

nuestras fuerzas. Señor Astherd, precisaremos de gran cantidad de acero y<br />

comida. Informaos de con qué reservas contamos <strong>en</strong> las arcas reales. Lord<br />

409


Barthem y Meldionor, necesito de vuestra intelig<strong>en</strong>cia e intuición para<br />

prever los movimi<strong>en</strong>tos de las tropas <strong>en</strong>emigas y trazar un plan de acción.<br />

Espero que sea lo más rápido posible. T<strong>en</strong>éis mi autorización para<br />

desplegar los informadores que necesitéis y usar cuantos medios estén a<br />

vuestro alcance. Necesito que <strong>en</strong>contréis al trovador llamado Crotulio.<br />

T<strong>en</strong>go sospechas de que se aloja <strong>en</strong> alguna posada cercana. Os ruego que<br />

no hagáis preguntas y lo traigáis al castillo.<br />

La reina <strong>en</strong>tregó a Ségfarem el sello real y un docum<strong>en</strong>to que<br />

certificaba que actuaba <strong>en</strong> nombre de su soberana. Neraveith los miró a<br />

todos con solemnidad.<br />

—La guerra ya ha empezado para nosotros, y no podemos permitirnos<br />

el lujo de perderla. Cu<strong>en</strong>to con vosotros para que se haga lo necesario.<br />

Al caminar por la muralla este, la mirada de la reina se perdió <strong>en</strong> la<br />

lejanía. El día era claro y luminoso y los picos de las lejanas montañas de<br />

Nadgak se recortaban claram<strong>en</strong>te como una línea de agresivos di<strong>en</strong>tes.<br />

Hacia ellas había partido Anisse, al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de algunos de los poderes<br />

invisibles que vigilaban Isthelda. Neraveith dirigió la vista hacia el bosque.<br />

Podía percibir algunas de las copas de los árboles grises y marrones por el<br />

fuego. El bosque... Todo parecía surgir de él, y todo de alguna manera<br />

regresaba a él. Pero antes debería pasar por <strong>en</strong>cima de su reino...<br />

Neraveith volvió la mirada a la ciudad a sus pies. Su lucha estaría allí.<br />

Debía organizar las def<strong>en</strong>sas, debía preparar a sus súbditos para lo que se<br />

avecinaba. Ella era Neraveith, reina de Isthelda, y debía ser el bastión de<br />

fortaleza y determinación <strong>en</strong> el que se apoyas<strong>en</strong> sus súbditos. Porque ya no<br />

podía <strong>en</strong>gañarse más: Isthelda no se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>taba a una simple guerra, a la<br />

brutalidad de los hombres y sus armas de hierro, a las traiciones y la<br />

diplomacia, a la miseria... Algo mucho más antiguo y primig<strong>en</strong>io acudía a<br />

ellos. En algún mom<strong>en</strong>to, todas las voluntades y poderes que habían<br />

c<strong>en</strong>trado su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> Isthelda tomarían partido <strong>en</strong> la lucha que se<br />

avecinaba, y Neraveith sabía que aquella parte de la batalla no le<br />

correspondía. Llegado el mom<strong>en</strong>to, Ségfarem y su armadura sagrada<br />

deberían ser los que hicies<strong>en</strong> fr<strong>en</strong>te al regreso de las furias.<br />

410


Índice<br />

PRÓLOGO................................................................................................... 7<br />

1 — Sobre Ségfarem de Dobre..................................................................... 9<br />

2 — El regreso de la reina.......................................................................... 12<br />

3— Viejos conocidos................................................................................. 21<br />

4— En tierra extraña.................................................................................. 24<br />

5 — La charla de Ségfarem y Anisse......................................................... 29<br />

6 — El consejo de arpías............................................................................ 32<br />

7 — Celebraciones y pesares...................................................................... 40<br />

8 — Zíodel.................................................................................................. 49<br />

9 — El pacto............................................................................................... 53<br />

10 — La muerte de Enuara......................................................................... 58<br />

11— La torm<strong>en</strong>ta desde el castillo............................................................. 69<br />

12— De nuevo un <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro casual........................................................... 73<br />

13 — Una c<strong>en</strong>a formal............................................................................... 74<br />

14 — Una reina que huye........................................................................... 80<br />

15— Celebrando el fin del invierno........................................................... 85<br />

16— Vivir sobre los caminos..................................................................... 87<br />

17— La reina y el buhonero....................................................................... 92<br />

18 — Un hada <strong>en</strong> la cocina y un mago <strong>en</strong> el consejo.............................. 103<br />

19 — Entrevista con la iglesia.................................................................. 109<br />

20 — Tisana y galletitas........................................................................... 112<br />

21 — Cabalgando hacia el bosque........................................................... 120<br />

22 — Juegos junto a la hoguera............................................................... 125<br />

23 — Despertares..................................................................................... 143<br />

24 — El regreso de la guardabosque........................................................ 145<br />

25 — El inicio de la búsqueda.................................................................. 155<br />

26— Reyes sin concilio............................................................................ 156<br />

27 — Las ondinas y sus juegos................................................................ 162<br />

28 — La pesca milagrosa......................................................................... 164<br />

29 — El desafío de Ariweth..................................................................... 167<br />

30— ¡Un curandero, rápido!.................................................................... 182<br />

31 — Édorel despierta.............................................................................. 185<br />

32 — Los pantanos................................................................................... 189<br />

33 — Cu<strong>en</strong>tos y dragones......................................................................... 195<br />

34—Una charla <strong>en</strong> la posada.................................................................... 201<br />

411


35— El extraño elfo................................................................................. 205<br />

36 — Colarse <strong>en</strong> el castillo....................................................................... 214<br />

37 — El cabalgador de sombras............................................................... 217<br />

38 — Ségfarem......................................................................................... 223<br />

39 — Aybkam<strong>en</strong>....................................................................................... 225<br />

40 — Un <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro <strong>en</strong> el mercado........................................................... 228<br />

41 — Favores y contrafavores.................................................................. 234<br />

40 — Preparativos para una c<strong>en</strong>a............................................................. 240<br />

41— Malos modales................................................................................. 241<br />

42— Colifor con camaradería.................................................................. 249<br />

43— Ségfarem.......................................................................................... 256<br />

44— Amanecer fuera del castillo............................................................. 257<br />

45 — Un dudoso rescate........................................................................... 259<br />

46 — Lúcer se hace <strong>en</strong>contrar.................................................................. 264<br />

47— Una conversación a través del fuego............................................... 274<br />

48— Aybkam<strong>en</strong>........................................................................................ 279<br />

49—Rivalidad y oratoria.......................................................................... 282<br />

50— Miedo............................................................................................... 290<br />

51 — La caída de Ségfarem..................................................................... 292<br />

52 — Alas y escamas............................................................................... 293<br />

53 — El dragón y su presa....................................................................... 305<br />

54 — Maegdamm el Improbable.............................................................. 315<br />

55 — La guardabosques hace su trabajo.................................................. 317<br />

56 — La ayuda......................................................................................... 321<br />

57 — Los cuidados del herido.................................................................. 330<br />

58 — La oración a Basth.......................................................................... 334<br />

59 — Buscando hadas.............................................................................. 338<br />

60 — Opiniones cruzadas......................................................................... 353<br />

61 — El adiós al dragón........................................................................... 357<br />

62 — La misión de Maegdamm .............................................................. 360<br />

63 — Lúcer se pone <strong>en</strong> pie....................................................................... 361<br />

64 — Maegdamm salta al plano mundano............................................... 364<br />

65 — Los caprichos de las hadas............................................................. 368<br />

66 — Hechizos y sangre........................................................................... 370<br />

67 — Exig<strong>en</strong>cias a un consejero.............................................................. 371<br />

68 — La lucha <strong>en</strong> la cabaña..................................................................... 373<br />

69 — Nombres y revelaciones................................................................. 375<br />

70 — Ira y llamas..................................................................................... 376<br />

412


71 — Un nombre rescatado...................................................................... 377<br />

72 — Salta la alarma................................................................................ 377<br />

73 — Fuego <strong>en</strong> el bosque......................................................................... 380<br />

74 — El poder de las ondinas................................................................... 382<br />

75 — El día después................................................................................. 384<br />

76 — El regreso de Ségfarem................................................................... 390<br />

77 — El carromato abandonado............................................................... 399<br />

78 — Los funerales de Kayla................................................................... 401<br />

79 — Acoso a una vid<strong>en</strong>te........................................................................ 404<br />

80 — La carta de despedida..................................................................... 407<br />

413

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