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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES En El Memiso y en El Número, Duvergé venció también a fuerzas superiores, con sus tropas en condiciones precarias. Con pocos fusiles y con las municiones casi totalmente agotadas, suplió la falta de armas con los elementos que puso a su alcance la propia naturaleza del terreno en que esas hazañas fueron realizadas. La formación del frente de batalla en el primer asalto al Fuerte de Cachimán, el 6 de diciembre de 1844, fue un alarde de táctica. Sus éxitos sorprendentes y sus triunfos espectaculares no son hijos de la casualidad, sino de su pericia en el mando y de su instinto guerrero. Sin ser un militar de escuela, intuyó en cada caso la táctica apropiada; supo emplear con extraordinaria habilidad los recursos que tuvo a su alcance para imponerse con tropas improvisadas a ejércitos superiores en armamentos y en número; fue siempre partidario de mantener la iniciativa en las operaciones, pero evitó con arte insuperable los riesgos, y en ocasiones supo anularlos de antemano; acertó siempre a sacar partido de sus éxitos y se aprovechó al propio tiempo de los errores de sus contrarios; aunque ocupó a menudo en los combates el sitio de mayor peligro y no excusó jamás su pecho a las balas del enemigo, no sólo fue una máquina de guerra, un animal de pelea, sino también un admirable conductor de tropas que inspiró confianza a sus subalternos porque supo aplicar siempre sus aptitudes militares en el momento oportuno, y aplicarlas en tanto mayor medida cuanto más peligrosas fueran las circunstancias. Tuvo además Duvergé, para hacerse admirar por las tropas, la frugalidad propia de un espartano, y en sus duras campañas se le vio siempre compartiendo la ración de sus soldados y pernoctando con ellos al raso. Duvergé, en suma, fue un militar innato. Sus campañas, tan rápidas como afortunadas, evocan a los grandes maestros de la guerra y suscitan el recuerdo de grandes generales. En un escenario más vasto y con mayores recursos a su disposición, sería un digno émulo de San Martín o uno de los mejores capitanes del séquito de héroes con que intentó realizar Bonaparte la conquista del mundo. “Papa Bois” Hubo en Duvergé, como en la mayoría de los grandes guerreros y de los hombres que se hallan continuamente expuestos al peligro, cierto fondo de carácter supersticioso. El martes, día del Dios de la Guerra, fue el que escogió preferentemente para sus acciones militares. En esa preferencia pudo haber influido la circunstancia, hija del azar, de haber sido el martes el día en que obtuvo algunas de sus victorias más importantes frente a los haitianos. El martes 19 de marzo de 1844, venció a Charles Herard en Azua, y el martes, 17 de junio de 1845, se apodede Cachimán, expulsando a los haitianos de todas las posiciones claves que retenían en el territorio fronterizo. El mes de abril, por obra también de una de esas extrañas coincidencias que tanto abundan en su carrera militar, fue también fecundo en sucesos, unas veces prósperos y otras veces adversos, que influyeron preponderantemente en la vida de este predestinado. La batalla de El Memiso o de El Maniel, en la campaña de 1844, en la cual empezó a perfilarse Duvergé como un maestro en la táctica de la guerra de montañas, tuvo efecto el 13 de abril; la de “El Número”, otra de sus páginas más heroicas, se registró el 17 de abril de 1849; el proceso en que se trató de involucrar su nombre al de Valentín Alcántara como reo del crimen de traición a la Patria, se inició con la orden dictada en Azua por Santana el 29 de abril de 1849; la sentencia que lo condenó, juntamente con sus hijos Alcides y Daniel, al último suplicio, fue 940

JOAQUÍN BALAGUER | EL CENTINELA DE LA FRONTERA dictada por la comisión militar de El Seibo el 9 de abril de 1855, y su muerte en el patíbulo ocurrió también el 11 de abril de ese mismo año. Un aura extraordinaria se formó en torno a la figura de Duvergé. El historiador haitiano Madiou, haciéndose eco de las impresiones llevadas a Puerto Príncipe por los haitianos que habían venido con las tropas de Souffront y con las del Emperador Soulouque, alude al hecho de que la propia soldadesca de esos ejércitos de invasión veía a Duvergé, al general Boisgencí, como a un ser dotado de poderes sobrenaturales. La leyenda se fue formando alrededor de su personalidad gracias al respeto mezclado de terror que el héroe inspiró siempre a los soldados haitianos. El sobrenombre con que se le conoció en todas las fronteras, y con el cual era designado tanto por sus propios compañeros de armas como por los soldados que constituían el grueso de los ejércitos que utilizó Haití para las invasiones de 1845 y de 1849, fue el de “Papá Bois”, prueba del respeto con que era visto por propios y extraños. La siguiente copla, repetida por los soldados dominicanos en todos los campamentos del Sur, traduce con fidelidad la clase de sentimientos que Duvergé inspiraba a sus adversarios de allende las fronteras: Dice el general Souffront que a Azua no vuelve más, porque ha tenido noticias que en Las Matas se halla Bois. Independientemente de lo que la imaginación popular haya podido añadir a su figura legendaria, es evidente que Antonio Duvergé poseyó una personalidad singularmente sugestiva. Un halo de gloria y de misterio se unió, en su fuerte contextura de héroe y de guerrero, al don de simpatía y al extraordinario magnetismo que tanto realzaron su fisonomía militar y que tanto contribuyeron al éxito de su carrera portentosa. Ningún otro hombre en el país, con la excepción tal vez de Gregorio Luperón, poseyó en grado tan eminente la aureola épica con que ciñe Dios la frente de los grandes soldados. Así se explica que entre tantos hombres de armas, muchos de ellos de mayor edad y de intrepidez igualmente reconocida, se haya destacado desde el primer momento el vencedor de “El Número” que se impuso, sin apoyo de ninguna especie, gracias sólo a su imperio natural y a su característico don de mando. El halo que rodeó a Duvergé se hizo no sólo perceptible a sus compañeros de armas sino también a todas las clases sociales. El 21 de octubre de 1845, tras las relampagueantes victorias que marcaron su paso triunfal por las fronteras, visitó la capital de la República y fue recibido espontáneamente por toda la sociedad con los honores y las aclamaciones a que le hacían digno sus hazañas. El periódico El Dominicano, en su edición del 1º de noviembre de 1845, reseñó así el júbilo que la visita de Duvergé despertó en las altas esferas públicas y en las clases populares: “El general Antonio Duvergé (Bois-cingni) que ha permanecido inmoble como una roca en las fronteras del Sud, desde el principio de la revolución, al llegar a esta capital el 21 del corriente ha recibido las demostraciones de júbilo que tanto el gobierno como los particulares le han manifestado. Los militares, compañeros de sus victorias, obsequiaron su llegada con una serenata, y todo el pueblo ha experimentado igual sentimiento de placer. “Cuatro días únicamente ha permanecido en esta ciudad habiendo sido vanos los esfuerzos para detenerle algunos días más. Como el arreglo de algunas cuentas particulares era el único objeto de su viaje, tan luego como lo concluyó, y sin oír más voz que la de su 941

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

En El Memiso y en El Número, Duvergé venció también a fuerzas superiores, con sus<br />

tropas en condiciones precarias. Con pocos fusiles y con las municiones casi totalmente agotadas,<br />

suplió la falta <strong>de</strong> armas con los elementos que puso a su alcance la propia naturaleza<br />

<strong>de</strong>l terreno en que esas hazañas fueron realizadas. La formación <strong>de</strong>l frente <strong>de</strong> batalla en el<br />

primer asalto al Fuerte <strong>de</strong> Cachimán, el 6 <strong>de</strong> diciembre <strong>de</strong> 1844, fue un alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> táctica.<br />

Sus éxitos sorpren<strong>de</strong>ntes y sus triunfos espectaculares no son hijos <strong>de</strong> la casualidad, sino<br />

<strong>de</strong> su pericia en el mando y <strong>de</strong> su instinto guerrero. Sin ser un militar <strong>de</strong> escuela, intuyó en<br />

cada caso la táctica apropiada; supo emplear con extraordinaria habilidad los recursos que<br />

tuvo a su alcance para imponerse con tropas improvisadas a ejércitos superiores en armamentos<br />

y en número; fue siempre partidario <strong>de</strong> mantener la iniciativa en las operaciones,<br />

pero evitó con arte insuperable los riesgos, y en ocasiones supo anularlos <strong>de</strong> antemano;<br />

acertó siempre a sacar partido <strong>de</strong> sus éxitos y se aprovechó al propio tiempo <strong>de</strong> los errores<br />

<strong>de</strong> sus contrarios; aunque ocupó a menudo en los combates el sitio <strong>de</strong> mayor peligro y no<br />

excusó jamás su pecho a las balas <strong>de</strong>l enemigo, no sólo fue una máquina <strong>de</strong> guerra, un animal<br />

<strong>de</strong> pelea, sino también un admirable conductor <strong>de</strong> tropas que inspiró confianza a sus<br />

subalternos porque supo aplicar siempre sus aptitu<strong>de</strong>s militares en el momento oportuno,<br />

y aplicarlas en tanto mayor medida cuanto más peligrosas fueran las circunstancias. Tuvo<br />

a<strong>de</strong>más Duvergé, para hacerse admirar por las tropas, la frugalidad propia <strong>de</strong> un espartano,<br />

y en sus duras campañas se le vio siempre compartiendo la ración <strong>de</strong> sus soldados y<br />

pernoctando con ellos al raso.<br />

Duvergé, en suma, fue un militar innato. Sus campañas, tan rápidas como afortunadas,<br />

evocan a los gran<strong>de</strong>s maestros <strong>de</strong> la guerra y suscitan el recuerdo <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s generales. En<br />

un escenario más vasto y con mayores recursos a su disposición, sería un digno émulo <strong>de</strong><br />

San Martín o uno <strong>de</strong> los mejores capitanes <strong>de</strong>l séquito <strong>de</strong> héroes con que intentó realizar<br />

Bonaparte la conquista <strong>de</strong>l mundo.<br />

“Papa Bois”<br />

Hubo en Duvergé, como en la mayoría <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s guerreros y <strong>de</strong> los hombres que se<br />

hallan continuamente expuestos al peligro, cierto fondo <strong>de</strong> carácter supersticioso. El martes,<br />

día <strong>de</strong>l Dios <strong>de</strong> la Guerra, fue el que escogió preferentemente para sus acciones militares. En<br />

esa preferencia pudo haber influido la circunstancia, hija <strong>de</strong>l azar, <strong>de</strong> haber sido el martes el<br />

día en que obtuvo algunas <strong>de</strong> sus victorias más importantes frente a los haitianos. El martes<br />

19 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1844, venció a Charles Herard en Azua, y el martes, 17 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1845, se<br />

apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> Cachimán, expulsando a los haitianos <strong>de</strong> todas las posiciones claves que retenían<br />

en el territorio fronterizo.<br />

El mes <strong>de</strong> abril, por obra también <strong>de</strong> una <strong>de</strong> esas extrañas coinci<strong>de</strong>ncias que tanto abundan<br />

en su carrera militar, fue también fecundo en sucesos, unas veces prósperos y otras veces<br />

adversos, que influyeron prepon<strong>de</strong>rantemente en la vida <strong>de</strong> este pre<strong>de</strong>stinado. La batalla<br />

<strong>de</strong> El Memiso o <strong>de</strong> El Maniel, en la campaña <strong>de</strong> 1844, en la cual empezó a perfilarse Duvergé<br />

como un maestro en la táctica <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> montañas, tuvo efecto el 13 <strong>de</strong> abril; la <strong>de</strong> “El<br />

Número”, otra <strong>de</strong> sus páginas más heroicas, se registró el 17 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1849; el proceso en<br />

que se trató <strong>de</strong> involucrar su nombre al <strong>de</strong> Valentín Alcántara como reo <strong>de</strong>l crimen <strong>de</strong> traición<br />

a la Patria, se inició con la or<strong>de</strong>n dictada en Azua por Santana el 29 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1849; la<br />

sentencia que lo con<strong>de</strong>nó, juntamente con sus hijos Alci<strong>de</strong>s y Daniel, al último suplicio, fue<br />

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