Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES dos secciones en la retaguardia para cubrir las dos alas del ejército, no tuvieron en la batalla la participación decisiva que se les había asignado, porque el estado de la sabana de Beller, convertida por las lluvias en un fango en que resbalaban los cascos de las cabalgaduras, no les permitió maniobrar con la precisión y la rapidez necesarias en el momento álgido de trasponer los fosos para cargar sobre las fuerzas haitianas. El número de soldados barridos por la metralla salida de la fortaleza, dificultó también el paso de los jinetes al través de la tropa de línea que se desplomaba bajo el plomo, enemigo para ser inmediatamente sustituida por otra nueva columna de héroes que continuaba con el mismo ímpetu el avance incesante. La carnicería dentro del fuerte alcanzó un grado de ferocidad increíble. La habilidad del soldado dominicano en el manejo del machete y en el combate a bote de lanza, causó enormes estragos en la guarnición haitiana que no esperó que la lucha se desenvolviera en sus propios reductos. Los hombres que resistieron dentro de la fortaleza, fueron aplastados por el coraje terrorífico con que los asaltantes, cubiertos de sangre y enloquecidos por el fuego de la metralla en varias horas de lucha, arrollaron cuanto se opuso dentro del circuito infernal a su empuje victorioso. Las tropas que huyeron desbandadas fueron en gran parte barridas por el fuego destructor de los soldados que se lanzaron en su persecución poseídos por una enloquecedora fiebre de exterminio. Los cadáveres abandonados sobre el campo por el General Seraphin ascendieron a cerca de cuatrocientos. Los soldados haitianos que lograron ponerse a salvo, debieron su buena suerte a la lluvia que empapaba el terreno y no permitía la evolución del pelotón montado que intentó cortarles la huida. La tropa dominicana, poseída por un verdadero frenesí guerrero, procedió a demoler el fuerte conquistado para no dejar vestigios en suelo dominicano de aquellos muros orgullosos que el invasor tituló con arrogancia “El Invencible”. Mientras el grupo de soldados derribaba a golpes los muros de piedra del castillo de Beller y se procedía a dinamitar los fosos para arrasar totalmente aquel símbolo del señorío haitiano, las fuerzas de caballería, aún intactas por la poca participación que tuvieron en la batalla, recibieron orden de marchar sobre Dajabón para realizar una acción decisiva sobre esa plaza fronteriza que aún permanecía en poder de las fuerzas invasoras. La guarnición haitiana, compuesta de un escuadrón de dragones y de varios cuerpos de infantería, eludió el encuentro y atravesó el Massacre después de reducir a cenizas las casas que le habían servido de refugio. Los generales Denis, Hilaire y Mitil, jefes del ejército de invasión lanzado por el Presidente Pierrot en la frontera norte, se situaron del lado opuesto del río, fuera del alcance de sus perseguidores, con los restos de las guarniciones vencidas en Beller y en Capotillo Español. Después de esta acción, con la cual se cerró gloriosamente la famosa campaña de 1845, el ejército libertador paseó en triunfo las banderas de la República por toda la frontera norte, desde Dajabón hasta las lomas de Escalante. La justicia de Duvergé La derrota del ejército de Pierrot inició una tregua, pero no puso fin al estado de guerra existente entre los dos países. El ideal expansionista proclamado por Dessalines, quien había dicho dirigiéndose arrogantemente a los habitantes de la parte Este, “No existiréis, sino mientras mi clemencia se digne preservaros”, continuaba siendo el principal objetivo de la política haitiana. El peligro de nuevas invasiones continuaba latente y mantenía en una perpetua situación de zozobra a las poblaciones fronterizas. 928

JOAQUÍN BALAGUER | EL CENTINELA DE LA FRONTERA Pero Duvergé, convertido desde el 27 de febrero de 1844 en el centinela de las fronteras, vigilaba noche y día al enemigo y mantenía en permanente estado de alerta las tropas bajo su mando. El incansable servidor de la República no se desmonta de su caballo durante los años 1845 a 1848. El Duvergé de esta época es una especie de Cid indígena que cabalga sin cesar por tierras de las fronteras haciendo a los haitianos una guerra santa como la que el Campeador hizo a los moros. Los testigos que depusieron ante el Consejo de Guerra que lo juzgó en 1849, expusieron bajo la fe del juramento que el héroe dormía poco en este tiempo y que se excedía en la vigilancia y en la defensa de la heredad confiada a su celo de soldado. El propio Duvergé asume personalmente, cuando se lo permiten las obligaciones de su cargo como Comandante en Jefe de los Ejércitos del Sur, la dirección de todas las acciones de guerra que se desarrollan entonces para repeler las excursiones que esporádicamente realizan sobre el territorio nacional las brigadas constituidas para preparar las futuras invasiones haitianas. En mayo de 1846 se puso al frente de un regimiento compuesto de soldados curtidos en las luchas fronterizas y desbandó a la guarnición haitiana que se había posesionado de Font Verrett para introducirse en territorio dominicano. Simultáneamente con esta operación de limpieza, se consumó otra del mismo género, confiada por Duvergé a uno de sus más intrépidos oficiales: el Coronel Fernando Taveras, héroe de Hondo Valle, quien se apodede Petitrú desalojando las avanzadas haitianas que habían intentado establecerse en las inmediaciones del lago Enriquillo. El regimiento de Neyba, encabezado por el General Francisco Sosa, atacó también, el 28 de mayo de 1846, a las fuerzas haitianas atrincheradas en la loma de Gober, reducto fortificado de difícil acceso donde perdieron la vida, entre otros audaces soldados del ejército del Sur, el Capitán Marcos de Medina y el Teniente Rafael Aybar, fulminados por la metralla enemiga cuando se acercaban arma en mano a los fosos de la fortaleza. El soldado del regimiento de Neyba, Dámaso Reyes, gravemente herido en la acción, fue trasladado a Puerto Príncipe, de donde logró escaparse seis meses después para reincorporarse a las tropas dominicanas. El advenimiento a la Presidencia de Haití del General Jean Baptiste Riché, sucesor de Pierrot, puso fin momentáneamente a la guerra virtual existente desde hacía tres años entre los dos pueblos. Durante este corto paréntesis cesan las hostilidades de las fronteras, y Duvergé, sin abandonar su cargo como Comandante en Jefe de los Ejércitos del Sur, distrae parte de su tiempo para dedicarlo a las actividades agrícolas que habían ocupado su atención hasta que empuñó las armas para defender en los campos de batalla el ideal separatista proclamado el 27 de febrero. En esos días en que alternaba los deberes de la vida militar con los de la vida privada, le fue denunciada la supuesta connivencia con el enemigo de dos de sus más bravos oficiales, el Teniente Coronel Lino Peralta, Comandante del 2º Batallón del “Regimiento Matas”, y el Capitán Pedro Florentino, perteneciente al cuerpo de caballería de esa misma sección del ejército sureño. En la sombría confabulación aparecía también mezclado el nombre de un oscuro soldado del escuadrón de caballería de Las Caobas, Bruno Sayas. La intervención de Duvergé en el proceso instruido a los presuntos culpables, fue de una rectitud inmaculada. El hecho de que la política no se hallara mezclada en la denuncia, y de que su influencia no gravitara sobre la potestad de los jueces elegidos para juzgar a los reos en consejo de guerra, permitió que se hiciera limpiamente justicia y que a los prevenidos se les garantizara con absoluta imparcialidad el derecho de establecer su inocencia. El tribunal militar, reunido en el cuartel general del ejército del Sur en las Matas, fue presidido por Valentín Alcántara, Jefe del Regimiento Azuano, a quien el destino reservaba la misma prueba y sobre cuya cabeza debía pesar también la misma acusación deshonrosa. El Capitán Juan Cáceres, 929

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

dos secciones en la retaguardia para cubrir las dos alas <strong>de</strong>l ejército, no tuvieron en la batalla<br />

la participación <strong>de</strong>cisiva que se les había asignado, porque el estado <strong>de</strong> la sabana <strong>de</strong> Beller,<br />

convertida por las lluvias en un fango en que resbalaban los cascos <strong>de</strong> las cabalgaduras, no<br />

les permitió maniobrar con la precisión y la rapi<strong>de</strong>z necesarias en el momento álgido <strong>de</strong><br />

trasponer los fosos para cargar sobre las fuerzas haitianas. El número <strong>de</strong> soldados barridos<br />

por la metralla salida <strong>de</strong> la fortaleza, dificultó también el paso <strong>de</strong> los jinetes al través <strong>de</strong> la<br />

tropa <strong>de</strong> línea que se <strong>de</strong>splomaba bajo el plomo, enemigo para ser inmediatamente sustituida<br />

por otra nueva columna <strong>de</strong> héroes que continuaba con el mismo ímpetu el avance incesante.<br />

La carnicería <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l fuerte alcanzó un grado <strong>de</strong> ferocidad increíble. La habilidad<br />

<strong>de</strong>l soldado dominicano en el manejo <strong>de</strong>l machete y en el combate a bote <strong>de</strong> lanza, causó<br />

enormes estragos en la guarnición haitiana que no esperó que la lucha se <strong>de</strong>senvolviera en<br />

sus propios reductos. Los hombres que resistieron <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la fortaleza, fueron aplastados<br />

por el coraje terrorífico con que los asaltantes, cubiertos <strong>de</strong> sangre y enloquecidos por el<br />

fuego <strong>de</strong> la metralla en varias horas <strong>de</strong> lucha, arrollaron cuanto se opuso <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l circuito<br />

infernal a su empuje victorioso. Las tropas que huyeron <strong>de</strong>sbandadas fueron en gran parte<br />

barridas por el fuego <strong>de</strong>structor <strong>de</strong> los soldados que se lanzaron en su persecución poseídos<br />

por una enloquecedora fiebre <strong>de</strong> exterminio. Los cadáveres abandonados sobre el campo<br />

por el General Seraphin ascendieron a cerca <strong>de</strong> cuatrocientos. Los soldados haitianos que<br />

lograron ponerse a salvo, <strong>de</strong>bieron su buena suerte a la lluvia que empapaba el terreno y no<br />

permitía la evolución <strong>de</strong>l pelotón montado que intentó cortarles la huida.<br />

La tropa dominicana, poseída por un verda<strong>de</strong>ro frenesí guerrero, procedió a <strong>de</strong>moler<br />

el fuerte conquistado para no <strong>de</strong>jar vestigios en suelo dominicano <strong>de</strong> aquellos muros orgullosos<br />

que el invasor tituló con arrogancia “El Invencible”. Mientras el grupo <strong>de</strong> soldados<br />

<strong>de</strong>rribaba a golpes los muros <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong>l castillo <strong>de</strong> Beller y se procedía a dinamitar los<br />

fosos para arrasar totalmente aquel símbolo <strong>de</strong>l señorío haitiano, las fuerzas <strong>de</strong> caballería,<br />

aún intactas por la poca participación que tuvieron en la batalla, recibieron or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marchar<br />

sobre Dajabón para realizar una acción <strong>de</strong>cisiva sobre esa plaza fronteriza que aún permanecía<br />

en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las fuerzas invasoras. La guarnición haitiana, compuesta <strong>de</strong> un escuadrón<br />

<strong>de</strong> dragones y <strong>de</strong> varios cuerpos <strong>de</strong> infantería, eludió el encuentro y atravesó el Massacre<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reducir a cenizas las casas que le habían servido <strong>de</strong> refugio.<br />

Los generales Denis, Hilaire y Mitil, jefes <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> invasión lanzado por el Presi<strong>de</strong>nte<br />

Pierrot en la frontera norte, se situaron <strong>de</strong>l lado opuesto <strong>de</strong>l río, fuera <strong>de</strong>l alcance <strong>de</strong> sus perseguidores,<br />

con los restos <strong>de</strong> las guarniciones vencidas en Beller y en Capotillo Español.<br />

Después <strong>de</strong> esta acción, con la cual se cerró gloriosamente la famosa campaña <strong>de</strong> 1845,<br />

el ejército libertador paseó en triunfo las ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la República por toda la frontera norte,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Dajabón hasta las lomas <strong>de</strong> Escalante.<br />

La justicia <strong>de</strong> Duvergé<br />

La <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> Pierrot inició una tregua, pero no puso fin al estado <strong>de</strong> guerra<br />

existente entre los dos países. El i<strong>de</strong>al expansionista proclamado por Dessalines, quien había<br />

dicho dirigiéndose arrogantemente a los habitantes <strong>de</strong> la parte Este, “No existiréis, sino<br />

mientras mi clemencia se digne preservaros”, continuaba siendo el principal objetivo <strong>de</strong><br />

la política haitiana. El peligro <strong>de</strong> nuevas invasiones continuaba latente y mantenía en una<br />

perpetua situación <strong>de</strong> zozobra a las poblaciones fronterizas.<br />

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