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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Salcedo perdieron todo valor las credenciales expedidas en Santiago en abril de 1864, no le permitió actuar en este caso con la eficacia y la rapidez necesarias. Aunque uno de los motivos que sirvieron de pretexto a su convocación fue precisamente la actitud de España en Santo Domingo y la ocupación de las islas Chinchas en perjuicio de la soberanía peruana, el Congreso de Lima se limitó a votar dos proyectos de acuerdo sobre “unión y alianza” y sobre “mantenimiento de la paz”, expresiones todavía platónicas de la conciencia jurídica y del sentimiento ya naciente de la solidaridad de las naciones latinoamericanas. Del reconocimiento de la República Dominicana se habló menos en aquel torneo oratorio que de la política expansionista de los Estados Unidos y de la intervención francesa en México para establecer en tierra azteca el imperio de Maximiliano de Hasburgo. Muerte del justo Las últimas cartas que Duarte recibe del Gobierno Provisorio respiran mucho optimismo con respecto a las negociaciones para el abandono del territorio nacional por los ejércitos de España. Pero las noticias le llegan con un retraso de varios meses, y a menudo sus respuestas a los oficios que se le dirigen contienen largas reflexiones sobre hechos que ya han sufrido, cuando él escribe, modificaciones de no poca significación bajo el imperio de circunstancias esencialmente cambiantes. Cuando envía la carta del 7 de marzo de 1865, ignora aún la nueva política iniciada hacia Santo Domingo por el proyecto de ley que el 7 de enero de ese mismo año fue presentado a las Cortes sobre el abandono de la isla por la monarquía española. Convencido de que España no soltaría voluntariamente su presa, previene todavía al Gobierno Provisorio contra los rumores de desocupación, aparentemente difundidos con el propósito de “adormecer a los dominicanos”, y excita a sus compatriotas a mantener sin desmayo la guerra y a prepararse para hacer frente a un nuevo ejército expedicionario que se organiza en la Península, de acuerdo con los consejos de La Gándara y del general Dulce, para caer repentinamente por tres sitios distintos sobre el territorio dominado por las fuerzas restauradoras. La evacuación del territorio nacional el 12 de julio de 1865 sorprende a Duarte, que ignora hasta qué punto han influido en esa decisión circunstancias de orden económico más bien que consideraciones de carácter político o moral: la guerra de Santo Domingo se había convertido en una fuente de erogaciones para la monarquía y el propio general Narváez había aconsejado la desocupación porque esa lucha innecesaria “consumía los pingües rendimientos de todas las posesiones ultramarinas”. Con la reincorporación de Santo Domingo, los monárquicos españoles creyeron levantar en América el prestigio de la Madre Patria como potencia colonial. Pero como el movimiento contra la anexión había cobrado en pocos días una fuerza inusitada, y como para debelar esa reacción patriótica hubiera sido necesario el envío de un ejército numeroso, capaz de consumir por sí solo todas las rentas que España extraía de sus colonias, se juzgó prudente abandonar a su suerte al pueblo dominicano, recogido en 1861 en la agonía, pero resuelto a no permanecer bajo la dominación española, según lo expresaron las propias Cortes, por ser adicto con exceso a su independencia y a “los hábitos engendrados por muchos años de existencia aventurera”. Tardíamente llegó también al conocimiento de Duarte la noticia de la muerte casi súbita del general Pedro Santana. Abrumado por el fracaso de su obra, y objeto de incontenible aversión tanto para los dominicanos, a quienes había reducido de nuevo a la servidumbre, como para 884
JOAQUÍN BALAGUER | EL CRISTO DE LA LIBERTAD los propios españoles a los cuales disgustó con su altanería, impropia de un esclavo que había solicitado para sí mismo los hierros de la esclavitud, el sedicente Marqués de las Carreras bajó a la tumba víctima de un malestar desconocido, el día 14 de junio de 1864. Cuando cerró los ojos, acosado por los remordimientos, la victoria de la Patria, triunfante en todos los campos de batalla, parecía ya asegurada. La Providencia, cuyos castigos tardan a veces, pero no dejan nunca de cumplirse con el rigor de una sentencia infalible, cobró con creces al déspota las injusticias de que hizo víctima a Duarte: perseguido por los mismos españoles, a quienes vendió la República, el verdugo del Padre de la Patria murió como Diómedes, devorado por los mismos caballos a los cuales enseñó a comer carne humana. Pero juntamente con el eco de los triunfos de las armas de la Restauración, y con los detalles sobre el fin desastroso y dramático del general Santana, llegaron a Caracas otras noticias poco tranquilizadoras. Primero que de las versiones relativas a un posible abandono del territorio dominicano por las tropas del general La Gándara, se enteró Duarte de las discordias que, mucho tiempo antes de que volviera a conquistar plenamente su autonomía, desgarraban al país, dividido ya en numerosas banderías que se disputaban el privilegio de mandar sobre un suelo todavía en gran parte dominado por un ejército extranjero. Gaspar Polanco, caudillo de un motín contra el jefe del primer Gobierno Provisorio, había manchado el ideal democrático de la Restauración con la sangre de Salcedo. Tomando como pretexto la inmolación de este soldado, otros capitanes gloriosos, con las carnes todavía cruzadas por las heridas de la guerra contra España, depusieron a Polanco y formaron un triunvirato que intentó inútilmente borrar con la elección de Pimentel el origen espurio que tuvo esa reacción en los campos de “El Duro” y de “La Magdalena”. Cuando las fuerzas españolas abandonaron al fin, el 11 de julio de 1865, el territorio dominicano, la violencia revolucionaria se desató sobre el país con energía salvaje. Los soldados que se agruparon en torno a los pabellones de la Restauración para formar, gracias al patriotismo que obró sobre ellos como una poderosa fuerza de cohesión, una especie de familia guerrera, desunida sólo por discordias transitorias, se transformaron al día siguiente de restablecida la soberanía en mesnadas sanguinarias que se combatieron con saña bajo la autoridad de caudillos ignorantes y ambiciosos. Duarte espera en vano en el ostracismo que el país, escarmentado por la anexión, inicie una era de normalidad civil y de convivencia democrática. Como en 1844, se promete a sí mismo no retornar a la República mientras en ella subsista el imperio de la violencia fratricida. Nada le apartará de su decisión, sostenida con aquella portentosa cantidad de energía moral que puso siempre en sus resoluciones. Terminada su misión diplomática con el triunfo de la Restauración, el apóstol se refugia en la soledad, y otra vez vuelve a caer el olvido sobre su nombre y sobre su memoria. Pocos son los que en el país, entregado a la orgía revolucionaria, recuerdan a este mártir condenado a devorar en suelo extraño las amarguras de su proscripción voluntaria. Sólo el 19 de febrero de 1875, el presidente González, ilusionado con el minuto de paz que el país disfruta después del azaroso período de “los seis años”, concibe la idea de llamar al ausente al seno de la Patria. “La situación del país –escribe en esa ocasión el general Ignacio María González al apóstol– es por demás satisfactoria… Debemos confiar en que esa situación se consolidará cada día más y en que ha sonado ya la hora del progreso para este pueblo tan heroico como desgraciado. Mi deseo –concluye–, es que usted vuelva a la Patria, al seno de las numerosas afecciones que tiene en ella, a prestarle el contingente de 885
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Salcedo perdieron todo valor las cre<strong>de</strong>nciales expedidas en Santiago en abril <strong>de</strong> 1864, no le<br />
permitió actuar en este caso con la eficacia y la rapi<strong>de</strong>z necesarias.<br />
Aunque uno <strong>de</strong> los motivos que sirvieron <strong>de</strong> pretexto a su convocación fue precisamente<br />
la actitud <strong>de</strong> España en Santo Domingo y la ocupación <strong>de</strong> las islas Chinchas en perjuicio <strong>de</strong> la<br />
soberanía peruana, el Congreso <strong>de</strong> Lima se limitó a votar dos proyectos <strong>de</strong> acuerdo sobre “unión<br />
y alianza” y sobre “mantenimiento <strong>de</strong> la paz”, expresiones todavía platónicas <strong>de</strong> la conciencia<br />
jurídica y <strong>de</strong>l sentimiento ya naciente <strong>de</strong> la solidaridad <strong>de</strong> las naciones latinoamericanas. Del<br />
reconocimiento <strong>de</strong> la República Dominicana se habló menos en aquel torneo oratorio que <strong>de</strong><br />
la política expansionista <strong>de</strong> los Estados Unidos y <strong>de</strong> la intervención francesa en México para<br />
establecer en tierra azteca el imperio <strong>de</strong> Maximiliano <strong>de</strong> Hasburgo.<br />
Muerte <strong>de</strong>l justo<br />
Las últimas cartas que Duarte recibe <strong>de</strong>l Gobierno Provisorio respiran mucho optimismo<br />
con respecto a las negociaciones para el abandono <strong>de</strong>l territorio nacional por los ejércitos <strong>de</strong><br />
España. Pero las noticias le llegan con un retraso <strong>de</strong> varios meses, y a menudo sus respuestas<br />
a los oficios que se le dirigen contienen largas reflexiones sobre hechos que ya han sufrido,<br />
cuando él escribe, modificaciones <strong>de</strong> no poca significación bajo el imperio <strong>de</strong> circunstancias<br />
esencialmente cambiantes. Cuando envía la carta <strong>de</strong>l 7 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1865, ignora aún la nueva<br />
política iniciada hacia Santo Domingo por el proyecto <strong>de</strong> ley que el 7 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> ese mismo<br />
año fue presentado a las Cortes sobre el abandono <strong>de</strong> la isla por la monarquía española.<br />
Convencido <strong>de</strong> que España no soltaría voluntariamente su presa, previene todavía al<br />
Gobierno Provisorio contra los rumores <strong>de</strong> <strong>de</strong>socupación, aparentemente difundidos con<br />
el propósito <strong>de</strong> “adormecer a los dominicanos”, y excita a sus compatriotas a mantener<br />
sin <strong>de</strong>smayo la guerra y a prepararse para hacer frente a un nuevo ejército expedicionario<br />
que se organiza en la Península, <strong>de</strong> acuerdo con los consejos <strong>de</strong> La Gándara y <strong>de</strong>l general<br />
Dulce, para caer repentinamente por tres sitios distintos sobre el territorio dominado por<br />
las fuerzas restauradoras. La evacuación <strong>de</strong>l territorio nacional el 12 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1865 sorpren<strong>de</strong><br />
a Duarte, que ignora hasta qué punto han influido en esa <strong>de</strong>cisión circunstancias<br />
<strong>de</strong> or<strong>de</strong>n económico más bien que consi<strong>de</strong>raciones <strong>de</strong> carácter político o moral: la guerra<br />
<strong>de</strong> Santo Domingo se había convertido en una fuente <strong>de</strong> erogaciones para la monarquía<br />
y el propio general Narváez había aconsejado la <strong>de</strong>socupación porque esa lucha innecesaria<br />
“consumía los pingües rendimientos <strong>de</strong> todas las posesiones ultramarinas”. Con<br />
la reincorporación <strong>de</strong> Santo Domingo, los monárquicos españoles creyeron levantar en<br />
América el prestigio <strong>de</strong> la Madre Patria como potencia colonial. Pero como el movimiento<br />
contra la anexión había cobrado en pocos días una fuerza inusitada, y como para <strong>de</strong>belar<br />
esa reacción patriótica hubiera sido necesario el envío <strong>de</strong> un ejército numeroso, capaz <strong>de</strong><br />
consumir por sí solo todas las rentas que España extraía <strong>de</strong> sus colonias, se juzgó pru<strong>de</strong>nte<br />
abandonar a su suerte al pueblo dominicano, recogido en 1861 en la agonía, pero resuelto<br />
a no permanecer bajo la dominación española, según lo expresaron las propias Cortes,<br />
por ser adicto con exceso a su in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia y a “los hábitos engendrados por muchos<br />
años <strong>de</strong> existencia aventurera”.<br />
Tardíamente llegó también al conocimiento <strong>de</strong> Duarte la noticia <strong>de</strong> la muerte casi súbita <strong>de</strong>l<br />
general Pedro Santana. Abrumado por el fracaso <strong>de</strong> su obra, y objeto <strong>de</strong> incontenible aversión<br />
tanto para los dominicanos, a quienes había reducido <strong>de</strong> nuevo a la servidumbre, como para<br />
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