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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES su dolor aún reciente, no les permitía gozar en toda su plenitud del entusiasmo y el fervor generales. Fue preciso que José Diez y Ramón Mella hicieran a la viuda y a las huérfanas reconvenciones cariñosas para que abrieran al pueblo las puertas de su hogar en duelo y participaran también de las satisfacciones de aquel día de júbilo. El presbítero Bonilla secundó las súplicas anteriores dirigiendo a doña Manuela esta amonestación afectuosa: —Los goces no pueden ser completos en la tierra. Si su esposo viviera, el día de hoy le proporcionaría una de esas dichas de las que sólo es dable disfrutar en el cielo. ¡Dichosa la madre que ha podido dar a la patria un hijo que tanto la honra! Aunque el recuerdo de su padre, a quien una muerte prematura no permitió gozar del triunfo de su hijo ni de la independencia de la patria, ennegrecía el pensamiento de Duarte, fue aquél sin duda el único día feliz para este hombre limpio y virtuoso. Fue el único de toda su vida en que se sintió unánimemente querido, y en que fue festejado. El 15 de marzo de 1844 fue también el único día en que tuvo la sensación de haber recibido sobre la frente el beso de la popularidad, y el beso menos cálido, pero más duradero de la gloria. Otra vez con sus discípulos La noche del mismo día de su llegada, Duarte se reunió con sus discípulos. La rapidez con que los acontecimientos se habían desarrollado, desde que la rebelión fue iniciada en la Puerta del Conde, hacía indispensable la presencia activa en la vida pública de los verdaderos trinitarios, único modo de impedir que el Estado naciente sucumbiera ante un nuevo intento de invasión de los haitianos o ante la ambición ya despierta de algunos elementos nativos de ideas poco liberales. Muchos dominicanos que habían colaborado con el invasor o que juzgaban indispensable la protección de una potencia europea o la de los Estados Unidos, se habían incorporado al movimiento de la Puerta del Conde y estaban ya, a los pocos días de fundada la República, ocupando en la nueva administración posiciones de importancia. Tomás Bobadilla, hombre de confianza de Boyer en un momento dado, presidía la Junta Central Gubernativa. Otros, como Buenaventura Báez y el doctor José María Caminero, aspiraban al poder para sí mismos o para medrar a la sombra de alguna medianía autoritaria. Al ánimo de Duarte se llevaron esos recelos, que hubieran fácilmente prendido en una conciencia menos elevada. Para muchos era él el llamado a recibir, como un premio a su abnegación sin medida, los honores del mando. Los que ya empezaban a hacer ambiente a la candidatura del general Pedro Santana, sin tener en cuenta que aún había fuerzas extranjeras en la heredad nacional, eran los que menos entusiasmo habían mostrado por la causa de la independencia y aquellos precisamente que habían venido a sumarse al movimiento redentor cuando ya la victoria estaba a la vista y la libertad casi alcanzada. Entre los mismos trinitarios había algunos a quienes esa propaganda inspiraba hondos temores. Acaso el propio Ramón Mella, la figura que más se destacó en la hazaña de la Puerta del Conde, acariciaba desde mucho tiempo atrás la idea de que Duarte fuese el escogido para el gobierno que surgiera de la primera apelación al sufragio. Pero en esta reunión de Duarte y sus discípulos, la primera que no se celebraba en secreto y bajo el ojo siempre abierto de los dominadores, no se habló más que de la necesidad de consolidar la independencia aún vacilante y de mantenerla después en forma absoluta frente a cualquier posible renacimiento del ya antiguo plan de los afrancesados. El respeto que el apóstol inspiraba a sus amigos hubiera hecho repugnante para los mismos 854

trinitarios cualquier insinuación capaz de herir la pureza de aquel hombre de honradez verdaderamente inmaculada. Todos se sentían en su presencia tocados por algo de la probidad casi divina que resplandecía en su conciencia y asomaba como una luz interna a su semblante bondadoso. Pero si allí no se habló de nada que pudiese ofender la albura de aquel varón virtuoso, sí se ratificó el juramento hecho el 16 de julio de 1838 en la morada de Juan Isidro Pérez: la patria debía ser libre, íntegramente libre, y la república ya constituida debía organizarse interiormente sobre el respeto a la ley y a los fueros de la persona humana. Toda manifestación de barbarie, capaz de retrotraer el país a la era de terror que acababa de ser clausurada, debía ser rechazada por los soldados de “La Trinitaria”, sociedad constituida para librar a la patria del yugo de los haitianos y para establecer luego una república en donde los hombres pudiesen vivir al abrigo de las leyes, y en donde ningún déspota pudiera alzarse con el señorío de las conciencias oprimidas. Con esta consigna iban a terciar en la política, tan pronto como el suelo nacional quedara libre del último soldado invasor, los filorios a quienes la patria debía su libertad. Pero ante todo era preciso tender por todos los medios a la unión de los dominicanos de ideas opuestas, único medio de impedir que la discordia pudiese causar heridas irreparables a un pueblo que necesitaba vivir en pie de guerra frente a un vecino codicioso. La autoridad constituida sería, pues, respetada. Si el poder público recaía en ministros indignos de ejercerlo, el deber de todo trinitario era ceñirse a sus mandatos y contribuir, por medios pacíficos, a que la República adquiriera una fisonomía cada vez más democrática. Con lo que no se transigiría, era con ninguna medida encaminada a privar al país de un jirón cualquiera de su independencia o su soberanía. Duarte y sus discípulos, no obstante la repugnancia que a todos inspiraba la violencia, apelarían a las armas, en caso necesario, para frustrar cualquier atentado a la honra nacional. Estas ideas, expresión del inextinguible idealismo de los creadores de “La Trinitaria”, servirían de molde a la conducta de estos hombres de pensamiento liberal, y aun aquellos que, como Ramón Mella, necesitaban satisfacer en alguna forma los arranques de su temperamento impetuoso, ávido de acción e hirviente de amor a la República, sacrificarían a esos empeños generosos su sed de jerarquía y sus ambiciones personales. Frente a Santana JOAQUÍN BALAGUER | EL CRISTO DE LA LIBERTAD La Junta Central Gubernativa, impresionada por el ascendiente que Duarte había adquirido sobre el pueblo y por la espontaneidad y el calor del recibimiento que se le tributó el día de su retorno, confió al joven patricio, el 21 de marzo de 1844, la dirección de las operaciones militares en el sur de la República, zona a la sazón amenazada por un cuerpo del ejército haitiano que se había abierto paso al través de las fronteras con el propósito de ahogar la independencia nacional en su cuna. El mando de las tropas debía ser compartido con el general Pedro Santana, vencedor hacía apenas dos días del ejército de Charles Herard en los campos de Azua. El nombramiento de Duarte fue recibido con entusiasmo por la juventud dominicana. No era precisamente el fundador de “La Trinitaria” un militar de escuela. Su educación, por el contrario, era más bien la de un patricio de fisonomía eminentemente civil, formado al calor de las humanidades. Pero el nuevo jefe expedicionario, designado suplente de Santana por la Junta Central Gubernativa, no era del todo extraño a la carrera de las armas, y poseía 855

trinitarios cualquier insinuación capaz <strong>de</strong> herir la pureza <strong>de</strong> aquel hombre <strong>de</strong> honra<strong>de</strong>z<br />

verda<strong>de</strong>ramente inmaculada. Todos se sentían en su presencia tocados por algo <strong>de</strong> la probidad<br />

casi divina que resplan<strong>de</strong>cía en su conciencia y asomaba como una luz interna a su<br />

semblante bondadoso.<br />

Pero si allí no se habló <strong>de</strong> nada que pudiese ofen<strong>de</strong>r la albura <strong>de</strong> aquel varón virtuoso,<br />

sí se ratificó el juramento hecho el 16 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1838 en la morada <strong>de</strong> Juan Isidro Pérez:<br />

la patria <strong>de</strong>bía ser libre, íntegramente libre, y la república ya constituida <strong>de</strong>bía organizarse<br />

interiormente sobre el respeto a la ley y a los fueros <strong>de</strong> la persona humana. Toda manifestación<br />

<strong>de</strong> barbarie, capaz <strong>de</strong> retrotraer el país a la era <strong>de</strong> terror que acababa <strong>de</strong> ser clausurada,<br />

<strong>de</strong>bía ser rechazada por los soldados <strong>de</strong> “La Trinitaria”, sociedad constituida para librar a<br />

la patria <strong>de</strong>l yugo <strong>de</strong> los haitianos y para establecer luego una república en don<strong>de</strong> los hombres<br />

pudiesen vivir al abrigo <strong>de</strong> las leyes, y en don<strong>de</strong> ningún déspota pudiera alzarse con<br />

el señorío <strong>de</strong> las conciencias oprimidas.<br />

Con esta consigna iban a terciar en la política, tan pronto como el suelo nacional quedara<br />

libre <strong>de</strong>l último soldado invasor, los filorios a quienes la patria <strong>de</strong>bía su libertad. Pero<br />

ante todo era preciso ten<strong>de</strong>r por todos los medios a la unión <strong>de</strong> los dominicanos <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as<br />

opuestas, único medio <strong>de</strong> impedir que la discordia pudiese causar heridas irreparables a<br />

un pueblo que necesitaba vivir en pie <strong>de</strong> guerra frente a un vecino codicioso. La autoridad<br />

constituida sería, pues, respetada. Si el po<strong>de</strong>r público recaía en ministros indignos <strong>de</strong> ejercerlo,<br />

el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> todo trinitario era ceñirse a sus mandatos y contribuir, por medios pacíficos,<br />

a que la República adquiriera una fisonomía cada vez más <strong>de</strong>mocrática. Con lo que no se<br />

transigiría, era con ninguna medida encaminada a privar al país <strong>de</strong> un jirón cualquiera <strong>de</strong><br />

su in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia o su soberanía. Duarte y sus discípulos, no obstante la repugnancia que a<br />

todos inspiraba la violencia, apelarían a las armas, en caso necesario, para frustrar cualquier<br />

atentado a la honra nacional.<br />

Estas i<strong>de</strong>as, expresión <strong>de</strong>l inextinguible i<strong>de</strong>alismo <strong>de</strong> los creadores <strong>de</strong> “La Trinitaria”,<br />

servirían <strong>de</strong> mol<strong>de</strong> a la conducta <strong>de</strong> estos hombres <strong>de</strong> pensamiento liberal, y aun aquellos<br />

que, como Ramón Mella, necesitaban satisfacer en alguna forma los arranques <strong>de</strong> su temperamento<br />

impetuoso, ávido <strong>de</strong> acción e hirviente <strong>de</strong> amor a la República, sacrificarían a<br />

esos empeños generosos su sed <strong>de</strong> jerarquía y sus ambiciones personales.<br />

Frente a Santana<br />

JOAQUÍN BALAGUER | EL CRISTO DE LA LIBERTAD<br />

La Junta Central Gubernativa, impresionada por el ascendiente que Duarte había adquirido<br />

sobre el pueblo y por la espontaneidad y el calor <strong>de</strong>l recibimiento que se le tributó el día <strong>de</strong> su<br />

retorno, confió al joven patricio, el 21 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1844, la dirección <strong>de</strong> las operaciones militares<br />

en el sur <strong>de</strong> la República, zona a la sazón amenazada por un cuerpo <strong>de</strong>l ejército haitiano que<br />

se había abierto paso al través <strong>de</strong> las fronteras con el propósito <strong>de</strong> ahogar la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia<br />

nacional en su cuna. El mando <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong>bía ser compartido con el general Pedro Santana,<br />

vencedor hacía apenas dos días <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> Charles Herard en los campos <strong>de</strong> Azua.<br />

El nombramiento <strong>de</strong> Duarte fue recibido con entusiasmo por la juventud dominicana. No<br />

era precisamente el fundador <strong>de</strong> “La Trinitaria” un militar <strong>de</strong> escuela. Su educación, por el<br />

contrario, era más bien la <strong>de</strong> un patricio <strong>de</strong> fisonomía eminentemente civil, formado al calor<br />

<strong>de</strong> las humanida<strong>de</strong>s. Pero el nuevo jefe expedicionario, <strong>de</strong>signado suplente <strong>de</strong> Santana por<br />

la Junta Central Gubernativa, no era <strong>de</strong>l todo extraño a la carrera <strong>de</strong> las armas, y poseía<br />

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