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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES dejó, pues, que Duarte visitara con toda libertad la capital francesa. Rara vez coincidían, además, los gustos de los dos viajeros: mientras el uno buscaba los centros comerciales y los sitios de diversión, el otro se sentía particularmente atraído por el París monumental, lleno de recuerdos napoleónicos y con sus foros y sus paseos invadidos por lápidas y columnas conmemorativas de las glorias pasadas. El contacto con aquel mundo eterno, con el mundo arqueológico de los frisos y de las estatuas que comunicaron al imperio de Napoleón un aire cesáreo y un fondo de galería romana, despertó en Duarte el sentimiento de la grandeza militar y el de la gloria guerrera. Siempre persistirá en él, tocado por una especie de fascinación inconsciente, el amor a la milicia, y nada le halagará tanto como el oírse llamar por Pedro Alejandrino Pina, en los días más negros de su ostracismo, “Decano de los generales de Santo Domingo” y “General en Jefe de sus Ejércitos Libertadores”. Pero París es en aquellos años, en 1829 y en 1830, centro de una nueva revolución que debía sacudir los espíritus con el mismo ímpetu con que la tormenta bonapartista sacudió los pueblos y los tronos: el romanticismo, con todas las ideas de orden político que en el fondo arrastraba esa corriente literaria, removía a Europa y anunciaba el nacimiento de una nueva época y de una nueva esperanza en el espíritu humano. Con todas esas impresiones, recogidas al pasar en el ambiente de París, esto es, con los recuerdos aún vivos de la tempestad desencadenada por Bonaparte sobre Europa, y con los clamores levantados por la representación de “Hernani” en los grandes escenarios de Francia, se nutre el corazón del viajero, ávido de libertad y obediente, en su divina inconsciencia, a las fuerzas secretas que dirigen desde la niñez la vida de los predestinados. Para dirigirse a España, meta de su travesía, don Pablo Pujol resuelve viajar por tierra y recorrer el sur de Francia atravesando los Pirineos y recogiendo durante algunos días los aires de la ciudad de Bayona. Cuando Duarte y el comerciante catalán pisan poco después tierra española, Pujol trata de reanudar otra vez aquellos diálogos familiares con que desde un principio se propuso infundir a su acompañante el amor a la estirpe de sus mayores. Pero el pensamiento de Duarte se hallaba absorbido por una realidad más dolorosa a la que parecía empujarlo el sentimiento ya despierto de su predestinación histórica: la isla natal, más digna de su solicitud y de su amor que la tierra sagrada donde había nacido su padre y donde habían sido abiertas las tumbas de sus antepasados. Genealogía Aunque cuidó de que no trascendiera a Pujol, quien durante el viaje había herido frecuentemente sus fibras patrióticas con alusiones despectivas a su tierra y a sus conciudadanos, Duarte sintió en toda su intensidad la emoción de todo criollo que llega por primera vez a España. La tierra que pisaba tenía derecho a ocupar en su corazón siquiera una mínima parte del afecto reservado para su patria nativa. Su padre, en efecto, procedía de legítima solera andaluza; y era, además, un ciudadano español de finísimo espíritu y de abolengo distinguido. Nacido en un pueblo de Andalucía, no lejos de Sevilla, Juan José Duarte perteneció a una familia de cuna no vulgar en la que sobresalieron hombres de armas y de letras, sobre todo varones de muchísimas virtudes que se distinguieron en la carrera religiosa. Todavía muy joven, emigró a Santo Domingo, y gracias a sus conocimientos en náutica pudo abrir, en la antigua calle de la Atarazana, vieja arteria de la urbe colonial que tenía fácil acceso a los 816

JOAQUÍN BALAGUER | EL CRISTO DE LA LIBERTAD muelles del Ozama por la vecina Puerta de San Diego, un establecimiento donde los buques que arribaban en aquella época a la isla se proveían de forros y de otros artículos similares. El almacén de Juan José Duarte se hizo pronto popular entre la marinería que abordaba el Ozama procedente de los puertos de Europa, en naves con frecuencia averiadas por los vendavales del trópico o por las largas navegaciones. El inmigrante sevillano cuyos negocios prosperan no obstante las vicisitudes por las cuales atraviesa la colonia a causa de la cesión a Francia, lo que hizo cundir la pobreza y el disgusto entre los naturales, contrae hacia 1800 matrimonio con una criolla por cuyas venas circulan a la par la sangre indígena y la sangre española: doña Manuela Diez, hija legítima de don Antonio Diez, oriundo de la Villa de Osorno, y de doña Rufina Jiménez, natural de Santa Cruz de El Seibo. Entre los ascendientes de doña Manuela figuran un sargento mayor de la plaza de El Seibo, don Juan Benítez, y una clarísima dama de la misma villa, doña Francisca Bexarano. El matrimonio con una dama vinculada, por poderosos vínculos de familia, al suelo dominicano, acaba por unir definitivamente a don Juan José Duarte a su nueva patria adoptiva. Los cambios desfavorables que ocurren en la isla, antes y después de la hazaña de Palo Hincado, no influyen en la decisión por él adoptada, y mientras muchos de sus compatriotas abandonan a Santo Domingo cuando se hace efectivo el traspaso a los franceses o cuando la soldadesca haitiana implanta el terror entre las familias españolas, Juan José Duarte figura entre el elemento peninsular que resuelve correr la suerte de la gente oriunda del país y solidarizarse en la desgracia con la población nativa. Los motivos de orden sentimental que le dictan esa determinación parecen obedecer, en su oculto origen, a influencias misteriosas. El segundo de sus hijos, aquel a quien la Providencia destinaba para libertador de la patria, no había aún nacido cuando ocurre la cesión a Francia, y todavía no ha salido de la niñez cuando la barbarie llega al país con los soldados de la ocupación haitiana. Si Juan José Duarte sigue el ejemplo de la mayoría de sus compatriotas y emigra como ellos a Cuba o Venezuela, el elegido de Dios se hubiera seguramente apartado de la vía a que lo predestinaban sus genios tutelares. Pero la inteligencia suprema que dirige la marcha de los pueblos y traza a los hombres su trayectoria inexplicable, dispuso que no se rompiera el lazo que vinculaba al país el hogar en donde debía nacer el Padre de la Patria. No es éste el único misterio que rodea la vida de Juan José Duarte y que hace que el inmigrante español obedezca, desde que se radica en la isla, a ciertos designios sobrenaturales. Los españoles residentes en Santo Domingo, especialmente los de origen catalán, se plegaron de buen grado en 1822 a la ocupación haitiana, e hicieron manifestaciones públicas de adhesión al gobierno de Boyer por espíritu de represalia contra las medidas dictadas cuando Núñez de Cáceres proclamó la separación de la parte oriental de la isla de la corona de España. En el acta constitutiva del gobierno provisional que se creó a raíz de la proclamación de la independencia de 1821, se incluyó, en efecto, un artículo en virtud del cual fueron eliminados de los empleos y magistraturas civiles todos los funcionarios de nacionalidad española. Poco después, por instigación del propio Núñez de Cáceres, el gobierno provisional impuso al comercio un empréstito de sesenta mil pesos destinado a cubrir las necesidades más urgentes del servicio público, en vista de que la perezosa administración de don Pascual Real, último gobernador de la colonia, había dejado exhaustas las cajas del tesoro, y fueron principalmente los comerciantes catalanes, los únicos que disponían de riqueza en el país esquilmado por los tributos y arruinado por la cesión a Francia y por 817

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<strong>de</strong>jó, pues, que Duarte visitara con toda libertad la capital francesa. Rara vez coincidían,<br />

a<strong>de</strong>más, los gustos <strong>de</strong> los dos viajeros: mientras el uno buscaba los centros comerciales y los<br />

sitios <strong>de</strong> diversión, el otro se sentía particularmente atraído por el París monumental, lleno<br />

<strong>de</strong> recuerdos napoleónicos y con sus foros y sus paseos invadidos por lápidas y columnas<br />

conmemorativas <strong>de</strong> las glorias pasadas. El contacto con aquel mundo eterno, con el mundo<br />

arqueológico <strong>de</strong> los frisos y <strong>de</strong> las estatuas que comunicaron al imperio <strong>de</strong> Napoleón un<br />

aire cesáreo y un fondo <strong>de</strong> galería romana, <strong>de</strong>spertó en Duarte el sentimiento <strong>de</strong> la gran<strong>de</strong>za<br />

militar y el <strong>de</strong> la gloria guerrera. Siempre persistirá en él, tocado por una especie <strong>de</strong> fascinación<br />

inconsciente, el amor a la milicia, y nada le halagará tanto como el oírse llamar por<br />

Pedro Alejandrino Pina, en los días más negros <strong>de</strong> su ostracismo, “Decano <strong>de</strong> los generales<br />

<strong>de</strong> Santo Domingo” y “General en Jefe <strong>de</strong> sus Ejércitos Libertadores”.<br />

Pero París es en aquellos años, en 1829 y en 1830, centro <strong>de</strong> una nueva revolución que<br />

<strong>de</strong>bía sacudir los espíritus con el mismo ímpetu con que la tormenta bonapartista sacudió<br />

los pueblos y los tronos: el romanticismo, con todas las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n político que en el<br />

fondo arrastraba esa corriente literaria, removía a Europa y anunciaba el nacimiento <strong>de</strong> una<br />

nueva época y <strong>de</strong> una nueva esperanza en el espíritu humano. Con todas esas impresiones,<br />

recogidas al pasar en el ambiente <strong>de</strong> París, esto es, con los recuerdos aún vivos <strong>de</strong> la tempestad<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nada por Bonaparte sobre Europa, y con los clamores levantados por la<br />

representación <strong>de</strong> “Hernani” en los gran<strong>de</strong>s escenarios <strong>de</strong> Francia, se nutre el corazón <strong>de</strong>l<br />

viajero, ávido <strong>de</strong> libertad y obediente, en su divina inconsciencia, a las fuerzas secretas que<br />

dirigen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la niñez la vida <strong>de</strong> los pre<strong>de</strong>stinados.<br />

Para dirigirse a España, meta <strong>de</strong> su travesía, don Pablo Pujol resuelve viajar por tierra<br />

y recorrer el sur <strong>de</strong> Francia atravesando los Pirineos y recogiendo durante algunos días los<br />

aires <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Bayona. Cuando Duarte y el comerciante catalán pisan poco <strong>de</strong>spués<br />

tierra española, Pujol trata <strong>de</strong> reanudar otra vez aquellos diálogos familiares con que <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

un principio se propuso infundir a su acompañante el amor a la estirpe <strong>de</strong> sus mayores.<br />

Pero el pensamiento <strong>de</strong> Duarte se hallaba absorbido por una realidad más dolorosa a la que<br />

parecía empujarlo el sentimiento ya <strong>de</strong>spierto <strong>de</strong> su pre<strong>de</strong>stinación histórica: la isla natal,<br />

más digna <strong>de</strong> su solicitud y <strong>de</strong> su amor que la tierra sagrada don<strong>de</strong> había nacido su padre<br />

y don<strong>de</strong> habían sido abiertas las tumbas <strong>de</strong> sus antepasados.<br />

Genealogía<br />

Aunque cuidó <strong>de</strong> que no trascendiera a Pujol, quien durante el viaje había herido frecuentemente<br />

sus fibras patrióticas con alusiones <strong>de</strong>spectivas a su tierra y a sus conciudadanos,<br />

Duarte sintió en toda su intensidad la emoción <strong>de</strong> todo criollo que llega por primera vez<br />

a España. La tierra que pisaba tenía <strong>de</strong>recho a ocupar en su corazón siquiera una mínima<br />

parte <strong>de</strong>l afecto reservado para su patria nativa. Su padre, en efecto, procedía <strong>de</strong> legítima<br />

solera andaluza; y era, a<strong>de</strong>más, un ciudadano español <strong>de</strong> finísimo espíritu y <strong>de</strong> abolengo<br />

distinguido.<br />

Nacido en un pueblo <strong>de</strong> Andalucía, no lejos <strong>de</strong> Sevilla, Juan José Duarte perteneció a<br />

una familia <strong>de</strong> cuna no vulgar en la que sobresalieron hombres <strong>de</strong> armas y <strong>de</strong> letras, sobre<br />

todo varones <strong>de</strong> muchísimas virtu<strong>de</strong>s que se distinguieron en la carrera religiosa. Todavía<br />

muy joven, emigró a Santo Domingo, y gracias a sus conocimientos en náutica pudo abrir,<br />

en la antigua calle <strong>de</strong> la Atarazana, vieja arteria <strong>de</strong> la urbe colonial que tenía fácil acceso a los<br />

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