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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

monumental, <strong>de</strong> mil becerros, mil carneros, mil cor<strong>de</strong>ros y sus correspondientes libaciones,<br />

y en el banquete <strong>de</strong> rigor obtuvo que los gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Israel, los <strong>de</strong> la iglesia, los <strong>de</strong>l ejército,<br />

los señores <strong>de</strong> tierras y los funcionarios dieran “por segunda vez la investidura <strong>de</strong>l reino<br />

a Salomón” (I Paralip., 29:22). Y entonces se retiró a un segundo plano.<br />

David ben Isaí se acercaba al final <strong>de</strong> su vida vigilando al pueblo <strong>de</strong> Israel y a su hijo el rey;<br />

la había comenzado vigilando las ovejas <strong>de</strong> su padre en los lin<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> Judá. Llegaba<br />

a sus últimas horas entonando salmos con los que aspiraba a conquistar la benevolencia <strong>de</strong><br />

Yavé, y se había iniciado improvisando en<strong>de</strong>chas para ahuyentar la soledad y el miedo a los<br />

leones. Entre aquellos días lejanos y éstos <strong>de</strong> ahora había un largo trecho que él había cubierto<br />

como cantor y como guerrero, como fugitivo y como rey, como hijo y como padre. A lo largo<br />

<strong>de</strong> ese trecho creó un Estado, lo fortaleció, lo enriqueció, lo amplió, todo ello sin oprimir a su<br />

pueblo, sin que Israel pudiera <strong>de</strong>cir: “David me persiguió, me maltrató, me <strong>de</strong>spojó”.<br />

Las gran<strong>de</strong>s vidas no terminan nunca. Resplan<strong>de</strong>cen a millares <strong>de</strong> años, como las estrellas.<br />

La <strong>de</strong> David fue una gran vida. Por fortuna tuvo errores notables; <strong>de</strong> no haberlos tenido nos<br />

parecería hoy un dios, y como dios se hallaría fuera <strong>de</strong>l alcance <strong>de</strong> nuestro juicio.<br />

A la hora <strong>de</strong> morir, el hijo <strong>de</strong> Isaí <strong>de</strong>jó escape a su resentimiento y mintió por última<br />

vez. Llamó a Salomón para dictarle su postrera voluntad, y he aquí que le dijo: “Bien sabes<br />

tú mismo lo que me ha hecho Joab, hijo <strong>de</strong> Sarvia; lo que hizo con los dos jefes <strong>de</strong>l ejército<br />

<strong>de</strong> Israel, Abner, hijo <strong>de</strong> Ner, y Amasa hijo <strong>de</strong> Jeter, que los mató <strong>de</strong>rramando en la paz la<br />

sangre <strong>de</strong> la guerra y manchando con la sangre inocente el cinturón que ceñía sus lomos y<br />

los zapatos que calzaban sus pies. Haz, pues, con él conforme a tu sabiduría y no <strong>de</strong>jes que<br />

sus canas bajen en paz a la morada <strong>de</strong> los muertos” (I Reyes, 2:5 y 6). “Ahí tienes también a<br />

Semeí, hijo <strong>de</strong> Guerra, benjaminita, <strong>de</strong> Bajurim, que profirió contra mí violentas maldiciones<br />

el día que iba yo a Majanaim. Cuando luego me salió al encuentro al Jordán, yo le juré por<br />

Yavé diciendo: No te haré morir a espada. Pero tú no le <strong>de</strong>jes impune, pues como sabio<br />

que eres sabes como has <strong>de</strong> tratarle y harás que con sangre bajen sus canas al sepulcro”<br />

(I Reyes, 2:8 y 9). Invocaba el recuerdo <strong>de</strong> Abner y <strong>de</strong> Amasa para ocultarle a su hijo que<br />

le <strong>de</strong>jaba en herencia vengar la sangre <strong>de</strong> Absalón. En cuanto a Semeí, fue su consejero, lo<br />

sentaba a su mesa, pero no le había perdonado la injuria. Era un alma complicada la <strong>de</strong><br />

David ben Isaí, a pesar <strong>de</strong> lo cual era el alma <strong>de</strong> un hombre excepcional.<br />

Joab murió a manos <strong>de</strong> Banayas. El jefe <strong>de</strong> la guardia <strong>de</strong> David le clavó su espada mientras<br />

el hijo <strong>de</strong> Sarvia se hallaba agarrado a los cuernos <strong>de</strong>l altar, en el Tabernáculo don<strong>de</strong> moraba<br />

Yavé. Mató Banayas también a Semeí, algún tiempo <strong>de</strong>spués, y a Adonías, porque había<br />

pedido a Betsabé que intercediera ante Salomón para que éste le entregara como mujer a la<br />

última que conoció el lecho <strong>de</strong> David, la sulamita Abisag, que dormía en el seno <strong>de</strong>l viejo<br />

guerrero para darles calor a sus huesos.<br />

Los hijos, los sobrinos y los servidores <strong>de</strong> David morían a espada. Él no; él murió en su<br />

lecho, tal vez en el 970, tal vez en el 968 A <strong>de</strong> C. Expiró en la capital <strong>de</strong> su reino, en medio <strong>de</strong><br />

un Estado organizado y floreciente. Por esos días los pueblos <strong>de</strong> la hoya <strong>de</strong>l Mediterráneo<br />

combatían y emigraban buscando pastos para sus ganados y tierras feraces don<strong>de</strong> asentarse;<br />

Grecia estaba saliendo <strong>de</strong> su prehistoria; Homero tardaría más <strong>de</strong> un siglo en nacer.<br />

En Jerusalén, los cronistas <strong>de</strong>l gran rey escribían:<br />

“Durmióse David con sus padres y fue sepultado en la ciudad <strong>de</strong> David” (I Reyes, 2:10).<br />

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