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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Absalón, mientras tanto, levantaba un ejército para perseguir a su padre; al frente de esa fuerza puso a un sobrino de David, Amasa, que no iba a sobrevivirle mucho tiempo. Marchó Absalón con su gente hacia Galad, no sabemos si hacia Ramot de Galad, que se hallaba en la tierra de Gad. Es de suponer que el hijo iba en busca del lugar donde se hallaba David, esto es, Majanaim. Los textos son bien claros al afirmar que en vuelta a Jerusalén, dominada ya la insurrección, David cruzó de nuevo el Jordán, esta vez hacia occidente, así como son claros cuando dicen que en su huida entró en tierras de Gad, que se hallaban al oriente del Jordán, y que su hijo Absalón acampó en Galad. Cualquiera de las dos ciudades de Galad, Ramot o Jabes, se hallaba en territorio gadita. No debe confundirse, pues, el lector del texto sagrado porque éste diga que la batalla se libró en los bosques de Efraím, como no debe confundirse pensando que todo Israel iba sólo de Dan a Berseba. Hubo ammonitas que ayudaron a David, como Sobi, hijo de aquel Nahas que sitió Jabes de Galad en los primeros días del reino de Saúl y hermano del rey derrotado por Joab y sometido a vasallaje por David; Sobi era de Rabat-Ammón, capital de Amnón, que estaba sobre la frontera oriental del territorio de Gad. La batalla fue al este del Jordán, en la Transjordania, no en las tierras de la tribu de Efraím, que se hallaban en la Cisjordania, esto es, al oeste del Jordán. Si antes de la batalla David cruzó el Jordán hacia el oriente y después de la batalla lo cruzó hacia occidente para volver a Jerusalén, no hay duda de que donde se combatió fue en la Transjordania. David dividió las fuerzas que pudo levantar en tres grupos; uno lo puso al mando de Joab, otro al de Abisai y otro al de hitita Itaí. A los tres les pidió, en forma conmovedora, que preservaran la vida de Absalón. Desde las puertas de Majanaim, que eran dos y estaban una junto a la otra, vio él desfilar a sus hombres y despidió a los jefes de millar y de centena que él mismo había designado. Seguramente no quiso participar en la acción porque su angustia debía ser grande. La batalla se decidió pronto en favor de las huestes de David. Las tropas de Absalón huyeron por los bosques a las primeras acometidas, “y fueron más los que devoró el bosque que los que aquel día hirió la espada” (II Sam., 18:8). A pesar de esa afirmación, los textos dicen que la matanza fue de veinte mil almas. El destino del hermoso Absalón fue lamentable. Su cabellera, ese pelo que le hacía verse lleno de majestad, causó su desgracia. Pues iba él en su mulo, que era la cabalgadura real, cuando se halló con gente de su padre, y quizá tratando de esquivarla metió el mulo bajo una encina de copioso ramaje; en ese ramaje se le enredó el pelo, huyó el mulo asustado y Absalón quedó colgando “entre el cielo y la tierra”, según dice el texto bíblico, manera la más ridícula de estar para un hijo del rey que se creía caudillo de su pueblo. Era como si la tierra de Israel hubiera tenido alma y además un brazo gigantesco en forma de encina, y con ese brazo tomara por el pelo al ambicioso Absalón para suspenderlo sobre los campos, como diciéndole: “¿Piensas tú, que no has hecho méritos, sino que has manchado tu vida con la sangre de tu hermano, que vas a reinar sobre esos campos que durante cientos de años han visto a mi pueblo luchar y se han mojado con su sudor y han dado sepulcros a sus muertos?”. Uno de los hombres de David corrió hasta Joab para decirle que había visto a Absalón colgando de una encina. “¿Y por qué no le echaste a tierra, y yo te hubiera regalado diez siclos de plata y un talabarte?”, le preguntó Joab (II Sam., 18:11). A lo cual respondió el otro que por nada lo habría hecho, puesto que él y todos sus compañeros oyeron a David pedir que respetaran la vida de su hijo. 794
JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY Pero Joab pensaba en otra forma. El había hecho volver a Absalón desde Guesur; él mismo había ido a buscarle; él solicitó de David el perdón para el hijo castigado. Más él le daría muerte. Demasiado hecho a la guerra para no saber cuándo había peligro y cuándo no lo había; demasiado leal a su tío el rey para no darse cuenta de que si Absalón seguía viviendo un día daría muerte al padre, Joab, con más de treinta y cinco años al servicio de David y probablemente con casi sesenta de edad por esos días, pensó sin duda que era mejor liquidar de una vez por todas la amenaza. David y él envejecerían muy rápidamente para poder encarar el porvenir con el peligroso Absalón vivo. Joab, pues, se dirigió a la encina, y como quien dispara sobre una fiera sujeta, atravesó a Absalón con tres dardos; después sus guardias bajaron del árbol el sangrante cuerpo, fruto de espanto, y ya en tierra procedieron a rematarlo. La rebelión de Absalón había terminado. En un hoyo hecho a prisa en medio del bosque tiraron al que tan hermoso fue y tanto ambicionó; luego cubrieron con piedras sus despojos, y sonó la trompeta llamando a los guerreros. Quiso Ajimas, el hijo de Sadoc, ser quien le diera a David la noticia de la victoria, pero Joab, que recordaba lo que le había ocurrido al mensajero que le hizo saber la muerte de Saúl, no le permitió ser el portador de nueva tan dolorosa. A pesar de eso Ajimas salió tras el hombre designado por Joab para la misión. David esperaba fuera de las murallas de Majanaim, sentado entre las puertas. El centinela que se hallaba encima le gritó que un hombre sólo corría hacia ellos; David, que conocía la manera de comportarse de la gente, dijo que sin duda llevaba buenas noticias. Si un hombre corre es para anunciar victoria; la derrota se anuncia por sí misma, y no es uno quien la difunde, sino muchos fugitivos. Aunque llegó primero, Ajimas no se atrevió a decir la verdad al rey; se atuvo a comunicarle que su causa estaba triunfante. El otro, cuando David le preguntó ansiosamente por Absalón, respondió con estas palabras: “Que lo que es de ese mozo sea de los enemigos de mi señor, el rey, y todos cuantos para mal se alcen contra ti” (II Sam., 18:32). Entonces se oyó a aquel amo de pueblos, vencedor en todas las guerras, gritar como una madre herida por el dolor, como alguien a quien están quemándole los huesos: “¡Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Quién me dijera que fuera yo el muerto en vez de ti! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!”. Había subido a las habitaciones que había sobre la puerta de la ciudad y desde allí llegaba su voz desgarradora a los oídos de los vencedores que volvían a Majanaim. Ante el dolor del rey cesaban los gritos de victoria de los que retornaban “y la gente entró en la ciudad calladamente, como entra avergonzado el ejército que huye de la batalla” (II Sam., 19:1 al 5). Ahora, cuando el triunfo le devuelve su reino y él se lamenta a gritos en las estancias que se hallan sobre las puertas de Majanaim, ha llegado el momento de preguntarse si tuvo David responsabilidad en la rebelión. Llamándole la atención sobre su conducta, Joab le dirá: “Has llenado de confusión a todos tus siervos, que han salvado tu vida y la vida de tus hijos y tus hijas, las de tus mujeres y concubinas. Amas a los que te aborrecen y aborreces a los que te aman” (II Sam., 19:6, 7). ¿Era como afirmaba Joab?: El odio de Ajitofel, los insultos de Semeí, la propia dureza de Absalón; el desorden de la vida familiar que hizo posible la violación de Tamar por parte de Amnón y el asesinato de éste a manos de Absalón, ¿son productos de la debilidad, de la sensualidad, tal vez en que se debate el jefe de la casa? El que ama a quien debe aborrecer y aborrece a quien debe amar está perdido en el mundo de los sentimientos; no sabe situar a los demás en los lugares que deben ocupar; aunque lo sepa no puede hacerlo, y acaba creando tal confusión entre los suyos que pierde la autoridad y el que le debe respeto y amor 795
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />
Absalón, mientras tanto, levantaba un ejército para perseguir a su padre; al frente <strong>de</strong> esa<br />
fuerza puso a un sobrino <strong>de</strong> David, Amasa, que no iba a sobrevivirle mucho tiempo. Marchó<br />
Absalón con su gente hacia Galad, no sabemos si hacia Ramot <strong>de</strong> Galad, que se hallaba en<br />
la tierra <strong>de</strong> Gad. Es <strong>de</strong> suponer que el hijo iba en busca <strong>de</strong>l lugar don<strong>de</strong> se hallaba David,<br />
esto es, Majanaim.<br />
Los textos son bien claros al afirmar que en vuelta a Jerusalén, dominada ya la insurrección,<br />
David cruzó <strong>de</strong> nuevo el Jordán, esta vez hacia occi<strong>de</strong>nte, así como son claros cuando<br />
dicen que en su huida entró en tierras <strong>de</strong> Gad, que se hallaban al oriente <strong>de</strong>l Jordán, y que<br />
su hijo Absalón acampó en Galad. Cualquiera <strong>de</strong> las dos ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Galad, Ramot o Jabes,<br />
se hallaba en territorio gadita. No <strong>de</strong>be confundirse, pues, el lector <strong>de</strong>l texto sagrado porque<br />
éste diga que la batalla se libró en los bosques <strong>de</strong> Efraím, como no <strong>de</strong>be confundirse pensando<br />
que todo Israel iba sólo <strong>de</strong> Dan a Berseba. Hubo ammonitas que ayudaron a David,<br />
como Sobi, hijo <strong>de</strong> aquel Nahas que sitió Jabes <strong>de</strong> Galad en los primeros días <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong><br />
Saúl y hermano <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong>rrotado por Joab y sometido a vasallaje por David; Sobi era <strong>de</strong><br />
Rabat-Ammón, capital <strong>de</strong> Amnón, que estaba sobre la frontera oriental <strong>de</strong>l territorio <strong>de</strong> Gad.<br />
La batalla fue al este <strong>de</strong>l Jordán, en la Transjordania, no en las tierras <strong>de</strong> la tribu <strong>de</strong> Efraím,<br />
que se hallaban en la Cisjordania, esto es, al oeste <strong>de</strong>l Jordán. Si antes <strong>de</strong> la batalla David<br />
cruzó el Jordán hacia el oriente y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la batalla lo cruzó hacia occi<strong>de</strong>nte para volver<br />
a Jerusalén, no hay duda <strong>de</strong> que don<strong>de</strong> se combatió fue en la Transjordania.<br />
David dividió las fuerzas que pudo levantar en tres grupos; uno lo puso al mando <strong>de</strong><br />
Joab, otro al <strong>de</strong> Abisai y otro al <strong>de</strong> hitita Itaí. A los tres les pidió, en forma conmovedora,<br />
que preservaran la vida <strong>de</strong> Absalón. Des<strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> Majanaim, que eran dos y estaban<br />
una junto a la otra, vio él <strong>de</strong>sfilar a sus hombres y <strong>de</strong>spidió a los jefes <strong>de</strong> millar y <strong>de</strong> centena<br />
que él mismo había <strong>de</strong>signado. Seguramente no quiso participar en la acción porque su<br />
angustia <strong>de</strong>bía ser gran<strong>de</strong>.<br />
La batalla se <strong>de</strong>cidió pronto en favor <strong>de</strong> las huestes <strong>de</strong> David. Las tropas <strong>de</strong> Absalón<br />
huyeron por los bosques a las primeras acometidas, “y fueron más los que <strong>de</strong>voró el bosque<br />
que los que aquel día hirió la espada” (II Sam., 18:8). A pesar <strong>de</strong> esa afirmación, los textos<br />
dicen que la matanza fue <strong>de</strong> veinte mil almas.<br />
El <strong>de</strong>stino <strong>de</strong>l hermoso Absalón fue lamentable. Su cabellera, ese pelo que le hacía verse<br />
lleno <strong>de</strong> majestad, causó su <strong>de</strong>sgracia. Pues iba él en su mulo, que era la cabalgadura real,<br />
cuando se halló con gente <strong>de</strong> su padre, y quizá tratando <strong>de</strong> esquivarla metió el mulo bajo una<br />
encina <strong>de</strong> copioso ramaje; en ese ramaje se le enredó el pelo, huyó el mulo asustado y Absalón<br />
quedó colgando “entre el cielo y la tierra”, según dice el texto bíblico, manera la más ridícula<br />
<strong>de</strong> estar para un hijo <strong>de</strong>l rey que se creía caudillo <strong>de</strong> su pueblo. Era como si la tierra <strong>de</strong> Israel<br />
hubiera tenido alma y a<strong>de</strong>más un brazo gigantesco en forma <strong>de</strong> encina, y con ese brazo tomara<br />
por el pelo al ambicioso Absalón para suspen<strong>de</strong>rlo sobre los campos, como diciéndole:<br />
“¿Piensas tú, que no has hecho méritos, sino que has manchado tu vida con la sangre <strong>de</strong> tu<br />
hermano, que vas a reinar sobre esos campos que durante cientos <strong>de</strong> años han visto a mi<br />
pueblo luchar y se han mojado con su sudor y han dado sepulcros a sus muertos?”.<br />
Uno <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> David corrió hasta Joab para <strong>de</strong>cirle que había visto a Absalón<br />
colgando <strong>de</strong> una encina. “¿Y por qué no le echaste a tierra, y yo te hubiera regalado diez<br />
siclos <strong>de</strong> plata y un talabarte?”, le preguntó Joab (II Sam., 18:11). A lo cual respondió el otro<br />
que por nada lo habría hecho, puesto que él y todos sus compañeros oyeron a David pedir<br />
que respetaran la vida <strong>de</strong> su hijo.<br />
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