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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY<br />

comer al rey para obtener favores más tar<strong>de</strong>s, sino porque la larga vida le había enseñado,<br />

a ayudar al que tenía necesidad, y David necesitó <strong>de</strong> él cuando huía. Al entregar el reino a<br />

Salomón, David recordó al anciano Barzilai y le pidió a su hijo que tratara con benevolencia<br />

a los hijos <strong>de</strong>l anciano y que los invitara a su mesa, tal como Barzilai había hecho con él.<br />

De los hombres <strong>de</strong> confianza <strong>de</strong> David, uno, Ajitofel, se quedó con Absalón. Debía tener<br />

mucha autoridad, pues se dice <strong>de</strong> él (II Sam., 16:23) que “consejo que daba Ajitofel era mirado<br />

como si fuera palabra <strong>de</strong> Yavé; tal era la confianza que el consejo <strong>de</strong> Ajitofel inspiraba,<br />

lo mismo a David que a Absalón”. Des<strong>de</strong> el primer momento estuvo al lado <strong>de</strong> Absalón.<br />

Debió ser hombre <strong>de</strong> inteligencia muy clara y <strong>de</strong> gran fuerza <strong>de</strong> carácter, <strong>de</strong> ésos que saben<br />

lo que <strong>de</strong>be hacerse en un momento dado y proce<strong>de</strong>n a hacerlo sin un titubeo. Sólo en los<br />

escasos que van <strong>de</strong> la rebelión a la muerte <strong>de</strong> Absalón se le ve actuar, pero sus palabras y<br />

sus hechos <strong>de</strong>jan la impresión <strong>de</strong> que se pasó al hijo <strong>de</strong> Maaca porque ya no creía en David.<br />

Debía odiar en el rey la sensualidad y la ligereza que a menudo <strong>de</strong>scomponían la figura<br />

moral <strong>de</strong> David, y si había alguna razón profunda, <strong>de</strong> tipo social o político, para la rebelión<br />

<strong>de</strong> Absalón, Ajitofel era tal vez el representante legítimo <strong>de</strong> esa razón.<br />

Ajitofel fue quien aconsejó a Absalón la medida que más brutalmente iba a herir a David.<br />

Huía éste con los suyos, primero en dirección a Jericó, bajo el sol y entre el polvo, <strong>de</strong>scalzo,<br />

llorando <strong>de</strong> dolor <strong>de</strong> alma, y <strong>de</strong>spués en procura <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong>l Jordán. Huían el rey y sus<br />

servidores <strong>de</strong> la violencia <strong>de</strong> Absalón, el hijo rebel<strong>de</strong>. Mientras tanto, éste llegaba a Jerusalén.<br />

Y he aquí lo que le dijo Ajitofel: “Entra a las concubinas que tu padre ha <strong>de</strong>jado al cuidado<br />

<strong>de</strong> la casa, y así sabrá todo Israel que has roto <strong>de</strong>l todo con tu padre, y se fortalecerán las<br />

manos <strong>de</strong> cuantos te sigan” (II Sam., 16:21).<br />

“Entrar a las concubinas” <strong>de</strong> David era tomar posesión <strong>de</strong> cuanto había sido suyo;<br />

<strong>de</strong>clararle, <strong>de</strong> hecho, muerto para el hijo y por tanto para los fines <strong>de</strong> reinar otra vez. Era<br />

un acto <strong>de</strong> dominio, en el que iba implícito el señorío total por parte <strong>de</strong> Absalón <strong>de</strong> todos<br />

los bienes <strong>de</strong>l fugitivo. Y eso era <strong>de</strong>masiado para los generosos y caudalosos sentimientos<br />

<strong>de</strong> David hacia Absalón. Se trataba <strong>de</strong> una afrenta brutalmente cruel y grosera a aquel que<br />

había sido siempre un padre amoroso.<br />

Absalón aceptó el consejo. ¿Cómo no iba a aceptarlo? Tenía en fuga a su padre y <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />

hacerlo le rompería el corazón a lanzazos. Él no tenía que pagar amor con amor. Él era el<br />

ambicioso, el duro Absalón, que había nacido rey por su hermosura y por su cuna. Hizo que<br />

levantaran una tienda en la terraza <strong>de</strong> la casa real, y allí, a los ojos <strong>de</strong>l pueblo, “entró a las<br />

concubinas <strong>de</strong> su padre”. Sucedía como lo había dicho Natán: “Yo haré surgir el mal <strong>de</strong> tu<br />

misma casa y tomaré ante tus ojos tus mujeres, y se las daré a otro, que yacerá con ellas a la<br />

cara misma <strong>de</strong> este sol; porque tú has obrado ocultamente, pero yo haré esto a la presencia<br />

<strong>de</strong> todo Israel y a la cara <strong>de</strong>l sol”.<br />

Jamás volvió David a tocar una <strong>de</strong> esas diez mujeres que yacieron con Absalón. A las<br />

diez les puso guardia; no las echó a los caminos sino que las mantuvo <strong>de</strong> por vida, pero estuvieron<br />

encerradas, como viudas, sin conocer hombre, hasta que la muerte las fue liberando.<br />

Es <strong>de</strong> suponer que para David esos rostros le hacían evocar dolores in<strong>de</strong>scriptibles: el <strong>de</strong> su<br />

humillación ante el pueblo por parte <strong>de</strong> Absalón, el hijo tan amado y tan cruel, y aún el rostro<br />

mismo <strong>de</strong> ese hijo que murió <strong>de</strong>speñado por su propia ambición.<br />

Ajitofel no vió la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> Absalón. Odiaba con violencia, daba consejos implacables.<br />

Pero tenía la dignidad <strong>de</strong> los valientes. Antes <strong>de</strong> que David entrara en Jerusalén, Ajitofel se<br />

fue a su casa, or<strong>de</strong>nó cuanto era <strong>de</strong> lugar acerca <strong>de</strong> sus bienes, y se ahorcó.<br />

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