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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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HERIBERTO PIETER | AUTOBIOGRAFÍA<br />

Cuando esperaba en Bur<strong>de</strong>os la partida <strong>de</strong>l vapor que <strong>de</strong>bía llevarme a la Martinique,<br />

aproveché ese tiempo en visitar algunos hospitales <strong>de</strong> esa ciudad, especialmente el <strong>de</strong>dicado<br />

a enfermeda<strong>de</strong>s tropicales. Allí me condujo el Prof. Le Dantec, con quien ya me había<br />

carteado durante mi resi<strong>de</strong>ncia en Samaná. En aquella época hice una estadística <strong>de</strong> los<br />

casos palúdicos femeninos observados por mí i por un farmacéutico <strong>de</strong> Sabana <strong>de</strong> la Mar.<br />

Ese trabajo me dio la satisfacción <strong>de</strong> verlo publicado en varias ediciones <strong>de</strong>l texto escrito<br />

por mi citado amigo bor<strong>de</strong>lés.<br />

Regreso a la Patria<br />

El viaje transatlántico a las Antillas fue sin noveda<strong>de</strong>s. Esperé tres días en la Martinica.<br />

Allí visité las fuentes <strong>de</strong> Vichy, que producen i ven<strong>de</strong>n agua similar a la francesa <strong>de</strong>l mismo<br />

nombre. También me llevaron a admirar la licorería que fabricaba vino con la corteza <strong>de</strong><br />

naranjas cultivadas especialmente para elaborar esa exquisita bebida.<br />

Nada entusiasmado, regresé a mi lar nativo. Los habituales rumores <strong>de</strong> la política hispano-americana<br />

no se habían cansado <strong>de</strong> perturbar el ambiente <strong>de</strong> nuestro país. Algo grave<br />

mecía la hamaca <strong>de</strong> una nueva revolución. Durante algunos días me contenté enseñando en<br />

el “Hospital Militar” la técnica <strong>de</strong> la inyección intravenosa <strong>de</strong>l 606, el nuevo remedio contra<br />

la sífilis i el pian (buba).<br />

Casi todos mis anticuados maestros dominicanos seguían ejerciendo nuestro arte con<br />

la misma petulancia <strong>de</strong> antaño. Los Dres. Gautier i Defilló fueron los únicos que no me<br />

mostraron indiferencia.<br />

En San Francisco <strong>de</strong> Macorís<br />

Pocos días permanecí en Santo Domingo ajenciando mi traslado a San Francisco <strong>de</strong><br />

Macorís, domicilio ya convenido con mi buen amigo el Licdo. Carlos F. <strong>de</strong> Moya. Allá llegué<br />

con mi familia. No tuve ningún inconveniente en instalarme lo más cómodo posible.<br />

Doña Hortensia, la esposa i <strong>de</strong>más familiares <strong>de</strong>l farmacéutico <strong>de</strong> Moya nos procuraron las<br />

comodida<strong>de</strong>s más perentorias i otras menos necesarias. Estaban agra<strong>de</strong>cidos <strong>de</strong> mí porque<br />

le salvé la vida a Fernando, el primer vástago <strong>de</strong> esos esposos cuando comencé a laborar<br />

en Samaná.<br />

En San Francisco <strong>de</strong> Macorís encontré a varios amigos míos i <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que llegué tuve enemigos,<br />

todos gratuitos. Entre los primeros buenos afectos conté con los <strong>de</strong>l Licdo. Pelegrín<br />

Castillo, Pablo i Pedro Pichardo, las familias <strong>de</strong> D. Aris Azar, <strong>de</strong> Antonio Martínez, <strong>de</strong> Don<br />

Ventura Grullón, <strong>de</strong> D. Bautista Paulino, los Ferreras, los Ortega, etc., etc. Ellos me abrieron<br />

el camino para que sus numerosos amigos se hicieran clientes míos. En cambio, algunos<br />

<strong>de</strong> mis colegas franco-macorisanos i uno <strong>de</strong> La Vega abrieron fuego contra mi presencia en<br />

aquel pueblo, en don<strong>de</strong> apenas ellos tenían poca clientela. Como era natural, esos colegas<br />

se burlaban <strong>de</strong> la sobria placa <strong>de</strong> bronce que anunciaba mi título <strong>de</strong> médico dominicano i<br />

el que conquisté en el Instituto <strong>de</strong> Medicina Tropical en la Universidad <strong>de</strong> París. Uno <strong>de</strong><br />

esos malos “compañeros” azuzó a los <strong>de</strong>udos <strong>de</strong> un sifilítico a quien, (por primera vez en<br />

Macorís) practiqué una simple punción lumbar e hice que permaneciera en cama durante<br />

dos días. Esa precaución le facilitó motivo para pre<strong>de</strong>cir, maliciosamente, que el sujeto iba<br />

a quedar paralítico durante las pocas semanas que pudiera vivir. Hacer ese falso pronóstico<br />

i hablar a un campesino ex-presidiario, para que me asesinara era una combinación que,<br />

según ellos, mis colegas, no podía fallar. Un milagro <strong>de</strong>sbarató ese propósito: Pocas horas<br />

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