Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES La hora culminante de David es aquella en que decide reinar desde Jerusalén. Esa medida va a darle a su reinado una estabilidad militar y política de grandes alcances, y todo lo que haga después, incluso lo que habrá de hacer su hijo Salomón, tiene como punto de partida la conquista de la ciudad jebusea y su dedicación a capital de Israel. Pero la hora culminante de Israel es ésa en que David reconoce ante Natán que ha “pecado contra Yavé”. Todo lo que Israel ha sufrido en obediencia al Dios único queda premiado entonces. Si David no hace un alto en su creciente corrupción, ¿adónde habría conducido a su pueblo? Con sus ejércitos triunfantes hacia el oriente y hacia el norte, con el oeste dominado y el interior del país unificado en su obediencia al rey: dueño de un poder tan sólido que podía descansar en su palacio mientras sus generales hacían la guerra, y ordenar que le llevaran a una mujer que le había gustado sin que nadie se le opusiese, ¿quién podía encauzar el torrente de los apetitos de David, una vez desatado? Esa sumisión del hijo de Isaí a los mandatos de Yavé era una manifestación típicamente hebrea. En Israel, el pastor y el rey eran iguales ante Yavé. No sucedía lo mismo, por ejemplo, en Egipto, país mucho más desarrollado, pero donde los dioses servían al faraón. Por otra parte David tenía un alma complicada. En medio de una sociedad ruda, esa alma suya era como una flor finísima que crecía en un bosque de troncos ásperos. El estruendo de los combates no le impidió oír siempre su canto interior de poeta, y a menudo con una poesía suplantaba el hecho que no llegaba a realizar. Precisamente en el caso de Betsabé, David sufrió con indudable intensidad. Natán se fue asegurándole que en vista de su arrepentimiento Yavé te dejaría el trono, pero le quitaría el hijo que acababa de darle la viuda de Urías. David fue un padre extraordinario, que quería a sus hijos con vehemencia sólo explicable en un hombre que tenía capacidad maternal. Adolorido hasta la entraña, David debió haber roto con Betsabé y eso habría complacido a Yavé. Esa era la forma en que habría reaccionado un hombre cualquiera. Pero él no; él, abrumado por el sufrimiento, se inclinó ante Yavé y le mostró su humildad como poeta. El poema equivalía a un acto. Dijo (Salmos, 51 V. 50): “¡Apiádate de mí, oh Dios, según tus piedades! Según la muchedumbre de tu misericordia, borra mi iniquidad”. Por momentos se le ve el alma adolorida, y también, allá en el fondo, como una luz, el júbilo de la esperanza que se abre paso entre el dolor. Pues cuando dejaba de ser rey para ser poeta, David se dirigía a Yavé como un hijo a su padre, y confiaba en la bondad de ese padre tanto como uno de los hijos que poblaban su palacio podía confiar en él. Véanse, si no, estas partes de ese mismo salmo, que se dice haber sido compuesto precisamente después de haber oído a Natán: “¡Oh tú, que amas la sinceridad del corazón! ¡descúbreme los secretos de tu sabiduría! lávame, y emblanqueceré más que la nieve. Dame a sentir el gozo y la alegría, y saltarán de gozo los huesos que humillaste”. Sin duda que no es fácil comprender a David. Delinquió como hombre enamorándose de mujer ajena; pecó como rey, usando su poder para quitar la vida al marido de esa mujer, y a fin de lograrlo entregó la vida de otros hombres: y cuando Natán le hace ver su maldad, implora perdón como poeta. Urías ya está muerto, y no se le ve asomar en el arrepentimiento de David; 780

JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY están muertos los que cayeron con Urías ante las puertas de Rabat-Ammón, y no se alude a ellos en el poema. Betsabé vive; es su mujer y seguirá siéndolo, pues aunque David esté sinceramente arrepentido, aunque sufra de veras, hay una fase de su personalidad que no tiene parte en ninguno de los aspectos del complicado problema que ha creado su deseo de tener a Betsabé. Se había ido, pues, Natán, diciendo: “Por haber hecho con esto que menospreciasen a Yavé sus enemigos, el hijo que te ha nacido morirá” (II Sam., 12:14). La tremenda profecía hirió a David como el rayo al árbol de la llanura. El hijo enfermó, y viéndole enfermo David se negó a comer y a dormir en lecho, se negó a oír a sus amigos; velaba y se echaba en el suelo. El dolor le tenía loco. Debía pensar que aquella indefensa criatura iba a pagar, con la vida, el pecado de su padre, y la injusticia que él había provocado golpeaba su alma con una violencia que aterraba a David. El amor a los hijos fue un sentimiento de extraordinaria fuerza en su corazón; y sólo en sus últimos años cuando la conciencia de la necesaria perdurabilidad de su obra política tendrá en él más importancia que sus hijos. El hijo de Betsabé murió a los siete días. Los servidores del rey, que le habían visto sufrir con tanta intensidad, no se atrevían a darle la noticia de que el niño ya no vivía. Temían a su reacción. Esperaban, con mucha razón, que ese padre desesperado enloqueciera. No se lo decían, pues… Pero David era David, el que captaba en el aire los sucesos; el poeta, el adivinador. Él adivinó lo que pasaba; preguntó y hubo que decirle la verdad. ¿Qué hizo entonces David? Calló, y fue a bañarse, a ungirse y a ponerse ropas limpias; después visitó el Arca, en la tienda donde se hallaba desde el día de su entrada en Jerusalén, y allí oró ante Yavé; a seguidas pidió de comer. El político había reaparecido de pronto en él. Muerto el niño, era otra vez David el rey, el que acepta los hechos tal como eran. Habían desaparecido en un instante el padre que sufría y el poeta que imploraba lleno de esperanzas. Los que le rodeaban no podían comprenderle; no acertaban a ver ese desfile de almas en un solo cuerpo. Le preguntaron por qué actuaba así, y respondió: “Cuando aún vivía el niño, ayudaba y lloraba, diciendo: ¡Quién sabe si Yavé se apiadará de mí y hará que el niño viva! Ahora que ha muerto ¿para qué he de ayunar? ¿Podré ya volverle a la vida? Yo iré a él, pero él no vendrá ya a mí” (II Sam., 12:22). El hombre de acción, el que se enfrentaba a la realidad con sangre fría, había vuelto a tomar posesión de él. Pasaba la hora de la duda, que es la de la angustia, volvía a ser el David que encabezaba un reino y mandaba hombres. Y ese David no renunciaría a Betsabé; al contrario, la viuda de Urías pasaría a ser la favorita de su harén. De ella tendría tres hijos más, y el segundo, es decir, el primero de los vivos, heredaría el reino. Sería Salomón, el rey fastuoso, a quien la posteridad llamaría sabio y creería siervo sincero de Yavé porque le edificó el templo que David planeó hacerle. David el político pidió a Natán que se hiciera cargo de educar a Salomón, para lo cual Natán pasó a vivir en el palacio real, y allí estaba cuando murió el rey. Natán, el profeta de Yavé, fue, pues, moldeado por David y fue transformado en fuerza útil para el reino. En un momento dado había sido el verdadero rostro de Israel, el austero perfil del pueblo, que no se veía, pero que al ser golpeado por la luz del dolor proyectaba las líneas más puras y auténticas de Israel en el muro de la historia. De las grandes cualidades de David, una es la capacidad de comprender que su poder no era superior al poder disperso que crecía entre la innumera gente de Israel. Por unos días que para David fueron de inolvidable tribulación, el poder disperso era un profeta de Dios y se llamaba Natán. 781

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

La hora culminante <strong>de</strong> David es aquella en que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> reinar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Jerusalén. Esa medida<br />

va a darle a su reinado una estabilidad militar y política <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s alcances, y todo lo que haga<br />

<strong>de</strong>spués, incluso lo que habrá <strong>de</strong> hacer su hijo Salomón, tiene como punto <strong>de</strong> partida la conquista<br />

<strong>de</strong> la ciudad jebusea y su <strong>de</strong>dicación a capital <strong>de</strong> Israel. Pero la hora culminante <strong>de</strong> Israel es ésa<br />

en que David reconoce ante Natán que ha “pecado contra Yavé”. Todo lo que Israel ha sufrido<br />

en obediencia al Dios único queda premiado entonces. Si David no hace un alto en su creciente<br />

corrupción, ¿adón<strong>de</strong> habría conducido a su pueblo? Con sus ejércitos triunfantes hacia el oriente<br />

y hacia el norte, con el oeste dominado y el interior <strong>de</strong>l país unificado en su obediencia al rey:<br />

dueño <strong>de</strong> un po<strong>de</strong>r tan sólido que podía <strong>de</strong>scansar en su palacio mientras sus generales hacían la<br />

guerra, y or<strong>de</strong>nar que le llevaran a una mujer que le había gustado sin que nadie se le opusiese,<br />

¿quién podía encauzar el torrente <strong>de</strong> los apetitos <strong>de</strong> David, una vez <strong>de</strong>satado?<br />

Esa sumisión <strong>de</strong>l hijo <strong>de</strong> Isaí a los mandatos <strong>de</strong> Yavé era una manifestación típicamente<br />

hebrea. En Israel, el pastor y el rey eran iguales ante Yavé. No sucedía lo mismo, por ejemplo,<br />

en Egipto, país mucho más <strong>de</strong>sarrollado, pero don<strong>de</strong> los dioses servían al faraón.<br />

Por otra parte David tenía un alma complicada. En medio <strong>de</strong> una sociedad ruda, esa alma<br />

suya era como una flor finísima que crecía en un bosque <strong>de</strong> troncos ásperos. El estruendo <strong>de</strong><br />

los combates no le impidió oír siempre su canto interior <strong>de</strong> poeta, y a menudo con una poesía<br />

suplantaba el hecho que no llegaba a realizar. Precisamente en el caso <strong>de</strong> Betsabé, David sufrió<br />

con indudable intensidad. Natán se fue asegurándole que en vista <strong>de</strong> su arrepentimiento Yavé<br />

te <strong>de</strong>jaría el trono, pero le quitaría el hijo que acababa <strong>de</strong> darle la viuda <strong>de</strong> Urías. David fue<br />

un padre extraordinario, que quería a sus hijos con vehemencia sólo explicable en un hombre<br />

que tenía capacidad maternal. Adolorido hasta la entraña, David <strong>de</strong>bió haber roto con Betsabé<br />

y eso habría complacido a Yavé. Esa era la forma en que habría reaccionado un hombre<br />

cualquiera. Pero él no; él, abrumado por el sufrimiento, se inclinó ante Yavé y le mostró su<br />

humildad como poeta. El poema equivalía a un acto. Dijo (Salmos, 51 V. 50):<br />

“¡Apiádate <strong>de</strong> mí, oh Dios, según tus pieda<strong>de</strong>s!<br />

Según la muchedumbre <strong>de</strong> tu misericordia,<br />

borra mi iniquidad”.<br />

Por momentos se le ve el alma adolorida, y también, allá en el fondo, como una luz, el<br />

júbilo <strong>de</strong> la esperanza que se abre paso entre el dolor. Pues cuando <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser rey para<br />

ser poeta, David se dirigía a Yavé como un hijo a su padre, y confiaba en la bondad <strong>de</strong> ese<br />

padre tanto como uno <strong>de</strong> los hijos que poblaban su palacio podía confiar en él. Véanse, si no,<br />

estas partes <strong>de</strong> ese mismo salmo, que se dice haber sido compuesto precisamente <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haber oído a Natán:<br />

“¡Oh tú, que amas la sinceridad <strong>de</strong>l corazón!<br />

¡<strong>de</strong>scúbreme los secretos <strong>de</strong> tu sabiduría!<br />

lávame, y emblanqueceré más que la nieve.<br />

Dame a sentir el gozo y la alegría,<br />

y saltarán <strong>de</strong> gozo los huesos que humillaste”.<br />

Sin duda que no es fácil compren<strong>de</strong>r a David. Delinquió como hombre enamorándose <strong>de</strong><br />

mujer ajena; pecó como rey, usando su po<strong>de</strong>r para quitar la vida al marido <strong>de</strong> esa mujer, y a fin<br />

<strong>de</strong> lograrlo entregó la vida <strong>de</strong> otros hombres: y cuando Natán le hace ver su maldad, implora<br />

perdón como poeta. Urías ya está muerto, y no se le ve asomar en el arrepentimiento <strong>de</strong> David;<br />

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