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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY<br />

crecido juntamente, comiendo <strong>de</strong> su pan y bebiendo <strong>de</strong> su vaso y durmiendo en su seno, y era<br />

para él como una hija”, aseguró patéticamente Natán, que a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> profeta era astuto. Ante la<br />

injusticia que se le proponía juzgar David se indignó y dijo que el rico merecía la muerte y que<br />

<strong>de</strong>bía pagar la oveja <strong>de</strong>l pobre siete veces. A esas palabras, el profeta habló con la voz <strong>de</strong> Israel;<br />

habló con lengua indignada clamando: “¿Tú eres ese hombre?”. Y tras recordarle lo que Yavé<br />

había hecho por él, le lanzó la acusación: “Tú has herido a espada a Urías, jeteo; tomaste por<br />

mujer a su mujer, y a él le mataste con la espada <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong> Ammón” (II Sam., 18:2 al 13).<br />

Po<strong>de</strong>mos imaginar la escena. David no es todavía viejo, puesto que tendría setenta<br />

años al entregar el trono al segundo <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong> Betsabé. En el momento en que le habla<br />

Natán <strong>de</strong>be tener más <strong>de</strong> cuarenta y cinco y tal vez menos <strong>de</strong> cincuenta; quizá cuarenta y<br />

siete, quizá cuarenta y ocho. A esa edad, aunque haya pa<strong>de</strong>cido enfermeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> cuidado,<br />

sus ojos <strong>de</strong>ben conservarse con brillo y su tez con pocas arrugas. Des<strong>de</strong> su juventud no hay<br />

<strong>de</strong>scripción alguna <strong>de</strong>l rey. No sabemos cómo habrá evolucionado su figura, cómo habrán<br />

cambiado las líneas <strong>de</strong> su rostro. Tampoco sabemos como es Natán, si viejo o sólo maduro.<br />

Lo que po<strong>de</strong>mos advertir <strong>de</strong> este “profeta <strong>de</strong> Yavé” es su cautela, pues no entra en el palacio<br />

real invocando la ira <strong>de</strong> Yavé para la cabeza <strong>de</strong> David, sino que presenta al rey un caso<br />

<strong>de</strong> juicio, con lo cual espera poner en conflicto al hombre David con David el monarca, al<br />

<strong>de</strong>lincuente hijo <strong>de</strong> Isaí con el juez <strong>de</strong> Israel. Lo logra, pues David, como con frecuencia les<br />

suce<strong>de</strong> a los gobernantes absolutos, olvida su crimen a la hora <strong>de</strong> juzgar a un tercero que ha<br />

cometido otro parecido. Dice el texto sagrado que “encendido David fuertemente en cólera”<br />

contra el culpable <strong>de</strong>scrito por Natán se lanzó a afirmar que era “digno <strong>de</strong> muerte”. Mas<br />

en el cauto Natán, que tan hábilmente había sabido abordar al rey, surgió la voz tonante <strong>de</strong><br />

Yavé: “¡Tú eres ese hombre!”, dijo Natán. Y David tembló.<br />

David oía a Natán reclamar: “¿Cómo pues, menospreciando a Yavé, has hecho lo que es<br />

malo a sus ojos?”. Y su confusión <strong>de</strong>bía ser gran<strong>de</strong>, pues si él había or<strong>de</strong>nado la muerte <strong>de</strong><br />

Urías para que su pecado no se supiera, Yavé lo había sabido. Cuando un profeta hablaba<br />

como lo estaba haciendo Natán nadie pensaba que expresaba sus sentimientos, sino los <strong>de</strong><br />

Yavé. David oía su crimen proclamado por Yavé, que usaba la boca <strong>de</strong> Natán para que sus<br />

palabras tomaran cuerpo, y Yavé dijo, hablando con la lengua <strong>de</strong> Natán: “Yo haré surgir el<br />

mal contra ti <strong>de</strong> tu misma casa, y tomará ante tus mismos ojos tus mujeres, y se las daré a<br />

otro, que yacerá con ellas a la cara misma <strong>de</strong> este sol; porque tú has obrado ocultamente,<br />

pero yo haré esto a la presencia <strong>de</strong> todo Israel y a la cara <strong>de</strong>l sol”.<br />

Abatido, David dijo: “He pecado contra Yavé”. Y con esas palabras daba la medida <strong>de</strong><br />

su auténtica gran<strong>de</strong>za, ¿pues qué otro rey, en el mundo conocido por esos días, hubiera<br />

dicho algo semejante? En la confusión <strong>de</strong> miedo y sensualidad que le ahogaba, el miedo se<br />

imponía en forma <strong>de</strong> arrepentimiento.<br />

David había respondido sólo cuatro palabras, pero en ellas estaba la esencia <strong>de</strong> Israel,<br />

su historia, su atmósfera, su actitud ante la vida. La voluntad <strong>de</strong> Israel tenía un nombre: se<br />

llamaba Yavé. Yavé regía el alma colectiva. Yavé había <strong>de</strong>terminado lo que era bueno y lo que<br />

era malo. Yavé expresaba a ese conglomerado, y nadie en él, ni siquiera el rey, podía rebelarse<br />

ante Yavé. Yavé, en esa ocasión, hablaba a través <strong>de</strong> Natán. De manera que una voz surgida<br />

<strong>de</strong> la entraña <strong>de</strong> Israel proclamaba las enseñanzas <strong>de</strong> Yavé, y he aquí que el rey la oía y admitía<br />

su culpa. “He pecado contra Yavé”, dijo él. Ese episodio explica por qué habría Israel <strong>de</strong><br />

subsistir, por qué ni la espada ni el fuego ni la dispersión lo <strong>de</strong>struiría aunque pasaran miles<br />

<strong>de</strong> años. Pues había en él un punto in<strong>de</strong>structible: su unidad en Yavé.<br />

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