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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY<br />

por parte <strong>de</strong> David. Es, pues, la hora en que el alma <strong>de</strong>l rey se encuentra anegada por la sensualidad.<br />

Su vida ha sido dramática y pue<strong>de</strong> haber sido dura en los <strong>de</strong>talles; pero en conjunto<br />

ha sido fácil y fecunda puesto que ha estado guiada por esa voluntad <strong>de</strong>sconocida e infalible<br />

que gobierna el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> los pueblos. El, que ahora es el instrumento <strong>de</strong> la historia, fue<br />

antes su objetivo. Poeta tan fundamental que no podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> serlo, <strong>de</strong>bió vivir sometido a<br />

emociones <strong>de</strong> gran intensidad. Político afortunado, vio abrirse ante él, casi sin que acertara a<br />

saber cómo, los caminos <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r. Guerrero victorioso, por su propia mano o por las <strong>de</strong> sus<br />

generales caían unos tras otros bajo su espada los ejércitos enemigos. Debió sentirse a menudo<br />

favorito <strong>de</strong> Dios, y eso explica que cantara diciendo (Salmos, 23 –V. 22):<br />

“Es Yavé mi pastor; nada me falta.<br />

Me pone en ver<strong>de</strong>s pastos.<br />

Aunque haya <strong>de</strong> pasar por un valle tenebroso,<br />

no temo mal alguno, porque tú estás conmigo.<br />

Tu vara y tu cayado son mi consuelo.<br />

Tú pones ante mí una mesa<br />

enfrente <strong>de</strong> mis enemigos.<br />

Has <strong>de</strong>rramado el óleo sobre mi cabeza,<br />

y mi cáliz rebosa”.<br />

Esa sensación <strong>de</strong> bienestar era la puerta por la que iba entrando la sensualidad. Pues<br />

la respaldaba un po<strong>de</strong>r político firme, y suce<strong>de</strong> que a medida que el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un hombre<br />

crece en extensión y en intensidad, va reflejándose <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> él con fuerzas <strong>de</strong>structoras. Es<br />

como si el eco <strong>de</strong> ese po<strong>de</strong>r se recogiera apuntando directamente al alma <strong>de</strong>l que lo posee<br />

y <strong>de</strong>moliéndola poco a poco. El po<strong>de</strong>r que <strong>de</strong>scansa en hombres y en riquezas sometidas<br />

<strong>de</strong>forma y <strong>de</strong>bilita al que lo ejerce. Sólo el <strong>de</strong>l creador, el <strong>de</strong>l sabio, el <strong>de</strong>l artista, el <strong>de</strong>l santo,<br />

que se expan<strong>de</strong> sin salir <strong>de</strong> quien lo lleva, pero que ilumina con sus luces a quienes lo<br />

contemplan; sólo ese tipo <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r perdura y beneficia a quien lo tiene.<br />

El <strong>de</strong> David era peligroso para él mismo. Podía convertirse fácilmente en beneficios, en<br />

satisfacciones <strong>de</strong> cualquier tipo. Era un po<strong>de</strong>r que tenía la facultad <strong>de</strong> allanar el mundo a los<br />

<strong>de</strong>seos <strong>de</strong>l rey. Era como el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Dios, con la diferencia <strong>de</strong> que Dios no tiene apetitos, sino<br />

voluntad <strong>de</strong> crear, y David tenía apetitos. Era una fuerza en sí misma peligrosa por cuanto<br />

no era ella quien <strong>de</strong>bía distinguir entre el bien y el mal, sino quien la manejaba. David, que<br />

iba hundiéndose poco a poco en el dulce légamo <strong>de</strong> la sensualidad, iba perdiendo por eso el<br />

sentido <strong>de</strong>l equilibrio, ése que nos permite saber a conciencia dón<strong>de</strong> termina el bien y dón<strong>de</strong><br />

comienza el mal. Pues en el mundo <strong>de</strong> la sensualidad no están presentes el bien y el mal, sino<br />

lo bueno y lo malo, y el mal pue<strong>de</strong> producir lo bueno para los sentidos, y el bien, lo malo.<br />

Israel estaba, pues, en peligro. Porque lo estaba David, y suce<strong>de</strong> que David e Israel eran<br />

una unidad. El pueblo sustentaba a su rey y su rey expresaba al pueblo. Israel era el árbol y<br />

David el fruto. Mas he aquí que si el fruto se pudría por ahí empezaría a pudrirse también<br />

el tronco. Por fortuna, también ocurría que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tronco le llegaba la salud al fruto. Israel<br />

y David son uno <strong>de</strong> los escasos ejemplos <strong>de</strong> armonía que presenta la historia, como la <strong>de</strong> un<br />

cuerpo y su piel o la <strong>de</strong> un metal y su brillo.<br />

Israel era un pueblo <strong>de</strong> asombrosa vitalidad, en cuyas minorías habían echado raíces<br />

las prédicas <strong>de</strong> Moisés; un pueblo cuyos adali<strong>de</strong>s volvían los ojos, en días <strong>de</strong> crisis, a las<br />

enseñanzas <strong>de</strong>l padre <strong>de</strong> su espíritu nacional; un pueblo que tenía alianza con Yavé, el Dios<br />

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