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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Ya en esa época David era un político consciente, que medía la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> sus<br />

actos. Debía saber, acaso por adivinación <strong>de</strong> poeta, que las gran<strong>de</strong>s vidas, las <strong>de</strong> aquellos<br />

que entran en la historia por la puerta a<strong>de</strong>cuada y no como asaltantes, tienen una hora <strong>de</strong><br />

esplendor total; pasan por el cenit, como las estrellas, en un momento dado; se sostienen<br />

ahí un tiempo emitiendo todo el brillo <strong>de</strong> que son capaces, y comienzan luego a <strong>de</strong>clinar<br />

hasta que poco a poco <strong>de</strong>saparecen en el horizonte. Mucha actividad, en provecho <strong>de</strong> su<br />

reino y para su propia gloria, le esperaba a él; y también mucha amargura, el espectáculo<br />

<strong>de</strong> un hijo violando a una <strong>de</strong> sus hermanas, el <strong>de</strong> otro asesinando al violador y luego<br />

sublevándose para <strong>de</strong>stronar a su padre; lo esperaba verse a sí mismo conquistando<br />

pueblos distantes y también huyendo más allá <strong>de</strong>l Jordán para salvar la vida amenazada<br />

por su amado hijo Absalón; ver a sus muchas mujeres intrigando para que el here<strong>de</strong>ro<br />

<strong>de</strong>l reino no fuera un hijo <strong>de</strong> cada una <strong>de</strong> las otras; ver a otro hijo conspirando y a los<br />

favoritos <strong>de</strong> la corte haciéndose fuertes mientras él envejecía. Pero había un momento <strong>de</strong><br />

su vida en que su nombre resplan<strong>de</strong>cía como la estrella en el cenit; y era ése en que puso<br />

planta en Jerusalén, arrebatándosela al jebuseo; ese momento en que le dio a Israel una<br />

capital que durante el reinado <strong>de</strong> su hijo Salomón figuraría entre los gran<strong>de</strong>s centros <strong>de</strong>l<br />

mundo conocido.<br />

David <strong>de</strong>bía tener entonces unos treinta y siete años, y menos <strong>de</strong> ocho antes se hallaba<br />

en medio <strong>de</strong> los escombros humeantes <strong>de</strong> un villorrio <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, en Siceleg, amenazado <strong>de</strong><br />

lapidación por los aguerridos <strong>de</strong>sertores y fugitivos a quienes capitaneaba. Si lo recordaba,<br />

al ver su hora triunfal <strong>de</strong>bía pensar, como tres mil años <strong>de</strong>spués diría un poeta, que “nunca<br />

la noche es más negra que cuando va a amanecer”. Pues en Siceleg David tuvo su hora más<br />

oscura; volvía rechazado por los filisteos y se veía amenazado <strong>de</strong> muerte por sus hombres.<br />

Y he aquí que inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ese momento comenzaría su ascenso hacia las<br />

alturas <strong>de</strong> la historia.<br />

Como buen rey oriental, David amplió su harén en su nueva capital. “Tomó David<br />

más concubinas y mujeres en Jerusalén, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> venir <strong>de</strong> Hebrón, y le nacieron hijos e<br />

hijas” (II Sam., 6:13 al 16). Según II Samuel, tuvo once hijos en Jerusalén; según Paralipómenos,<br />

fueron trece.<br />

Como es <strong>de</strong> suponer, una vez tomada Jerusalén y asentada allí la cabeza <strong>de</strong>l reino,<br />

los ancianos, los jefes <strong>de</strong> familias importantes, los sacerdotes y los hombres <strong>de</strong> armas<br />

distinguidos, <strong>de</strong>bieron ir a rendirle homenaje. David resolvió llevar a Jerusalén el Arca sagrada,<br />

y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> peripecias que <strong>de</strong>moraron su llegada algunos meses, el Arca entró en<br />

Jerusalén, don<strong>de</strong> se había hecho una réplica <strong>de</strong>l tabernáculo.<br />

Los festejos fueron grandiosos. Una enorme muchedumbre acompañó a la única representación<br />

admitida <strong>de</strong> Yavé; se repartieron tortas, carne y uvas para todos los presentes.<br />

La multitud danzaba ante el Arca al son <strong>de</strong> los címbalos, <strong>de</strong> los laú<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> las flautas. El<br />

propio David, vestido a medias sólo con un efod <strong>de</strong> lino, iba bailando confundido con las<br />

gentes. Al paso <strong>de</strong>l arca se sacrificaban bueyes y carneros, sonaban las trompetas, se oían<br />

las cítaras y los salterios, lanzaba el pueblo gritos <strong>de</strong> júbilo. La alegría <strong>de</strong> Israel estallaba<br />

ese día; era la consagración <strong>de</strong>l pueblo elegido a su Dios y la <strong>de</strong> Yavé a su pueblo, como si<br />

acabara <strong>de</strong> hacerse una nueva alianza. En medio <strong>de</strong> la festejante multitud, medio <strong>de</strong>snudo,<br />

David danzaba también y profería gritos <strong>de</strong> alegría.<br />

La escena parece <strong>de</strong> una ridiculez incompatible con la dignidad <strong>de</strong> David; no sólo con la<br />

<strong>de</strong> su cargo, sino también con la <strong>de</strong> su persona. ¿Qué le sucedía en tal momento? ¿Se había<br />

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