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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

gabaonitas pidieron siete cadáveres <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Saúl para colgarlos en Gabaón, ante Yavé.<br />

Curiosa coinci<strong>de</strong>ncia era que toda la <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Saúl alcanzara sólo a ocho personas, y<br />

restando <strong>de</strong> ellas a Mefibaal, hijo <strong>de</strong> Jonatán, que por esos días era un niño lisiado al cuidado<br />

<strong>de</strong> una criada que huyó con él a raíz <strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> Gélboe, quedaban siete; dos hijos <strong>de</strong><br />

Saúl con su concubina Risfa –la que provocó el disgusto entre Abner e Isbaal– y cinco hijos<br />

<strong>de</strong> Merob, la hermana mayor <strong>de</strong> Micol, la misma Merob ofrecida por Saúl a David como<br />

mujer antes <strong>de</strong> que el joven capitán <strong>de</strong>sposara a Micol.<br />

Los puntos dignos <strong>de</strong> observación en este espeluznante episodio aumentan cuando se<br />

advierte que los textos afirman, sin la menor oscuridad, que “los siete murieron juntos en<br />

los primeros días <strong>de</strong> la cosecha, al comienzo <strong>de</strong> la siega <strong>de</strong> las cebadas”. La contradicción es<br />

patente, pues ¿cómo se nos dice que se estaba “en los primeros días <strong>de</strong> la cosecha, al comienzo<br />

<strong>de</strong> la siega <strong>de</strong> las cebadas”, si antes se ha dicho que murieron en holocausto porque había<br />

hambre en Israel, nada menos que tres años <strong>de</strong> hambre provocados por Yavé en castigo <strong>de</strong><br />

lo que había hecho Saúl con los gabaonitas? Tal parece que David no se atrevió a cargar ante<br />

el pueblo con ese crimen, y halló la manera <strong>de</strong> achacárselo a Yavé.<br />

Con una pasión muy <strong>de</strong> su raza, Risfa, la que había sido concubina <strong>de</strong> Saúl, no quiso<br />

abandonar los cadáveres <strong>de</strong> sus hijos y <strong>de</strong> los sobrinos <strong>de</strong> sus hijos; “tomando un saco lo<br />

tendió sobre la tierra, y estuvo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el comienzo <strong>de</strong> la cosecha <strong>de</strong> las cebadas hasta que<br />

sobre ellos cayeron <strong>de</strong>l cielo las aguas <strong>de</strong> la lluvia, espantando durante el día a las aves <strong>de</strong>l<br />

cielo y durante la noche las bestias <strong>de</strong>l campo”.<br />

Al hacerse pública la conmovedora lealtad <strong>de</strong> Risfa a sus muertos, David, a quien no le<br />

convenía el espectáculo, se propuso ser magnánimo: fue a Jabes <strong>de</strong> Galad, recogió allí los<br />

calcinados huesos <strong>de</strong> Saúl y <strong>de</strong> Jonatán, que habían sido enterrados al pie <strong>de</strong> un terebinto;<br />

<strong>de</strong>scendió <strong>de</strong> Jabes <strong>de</strong> Galad, cruzando el Jordán, hacia Gabaón, juntó aquí los restos <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong> Saúl a los <strong>de</strong>l rey y su here<strong>de</strong>ro, y llevó todos al sepulcro familiar <strong>de</strong> la<br />

casa <strong>de</strong> Saúl, don<strong>de</strong> se hallaba enterrado Quis, padre <strong>de</strong>l rey.<br />

Años <strong>de</strong>spués, quizá quince, quizá dieciséis, cuando ya se sentía seguro y sabía que su<br />

obra era <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> para que la pudiera remover la simiente <strong>de</strong> Saúl, hallándose él<br />

en Jerusalén supo David que un hijo <strong>de</strong> Jonatán estaba vivo. Era Mefibaal. Este Mefibaal<br />

tenía cinco años cuando la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> Gélboe. Al llegar la noticia <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sastre, que en el<br />

hogar <strong>de</strong>l infante <strong>de</strong>bió ser terrible por cuanto con ella llegaba también la <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l<br />

padre, <strong>de</strong> los tíos y <strong>de</strong>l abuelo <strong>de</strong>l pequeño Mefibaal, la mujer que le cuidaba le tomó en<br />

brazos y huyó con él. En la explicable confusión, el niño se le cayó y <strong>de</strong> resultas <strong>de</strong> la caída<br />

quedó cojo para siempre. Toda esa información la obtuvo David <strong>de</strong> un viejo siervo <strong>de</strong> Saúl<br />

llamado Siba. Siba le dijo que Mefibaal estaba “lisiado <strong>de</strong> ambos pies” y que vivía en “casa<br />

<strong>de</strong> Maquir, hijo <strong>de</strong> Amiel, en Lodabar”.<br />

El recuerdo <strong>de</strong> Jonatán <strong>de</strong>bió acudir entonces a la memoria <strong>de</strong> David. Ya era rey; gobernaba<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Jerusalén y su reino crecía a ojos vistas. Debía andar por los cincuenta años; sus<br />

hijos le ro<strong>de</strong>aban y el sabía amarlos, pero Jonatán no pudo amar al suyo.<br />

David hizo llevar a Mefibaal a su presencia; lo alojó en su palacio como a un hijo más, y<br />

siempre lo tuvo a su mesa, igual que a uno <strong>de</strong> su sangre. Las tierras <strong>de</strong> Saúl le fueron entregadas;<br />

Siba, el viejo servidor <strong>de</strong>l abuelo, fue puesto al frente <strong>de</strong> esas tierras, con su quince<br />

hijos y veinte siervos, para que las cultivasen en beneficio <strong>de</strong> Mefibaal.<br />

El po<strong>de</strong>roso David no tenía por qué temer. La simiente <strong>de</strong> Saúl, que él exterminó casi<br />

<strong>de</strong>l todo, podía crecer a su sombra.<br />

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