Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Yavé y al lado de los que habían capturado el Arca sagrada justamente en las cercanías del sitio donde David fue rechazado por los jefes filisteos. Ahí, en Afec, cuando todavía vivía Elí, perdió Israel cuatro mil hombres a manos de los que ahora repudiaban a David; en las proximidades de ese lugar se perdieron entonces treinta mil hombres, el Arca y la libertad. De ese sitio tenía David que devolverse hacia Siceleg mientras los filisteos penetraban Israel adentro, hacia el nordeste, en busca de los pasos del Jordán. Ahora bien, ¿fue David un yaveísta sincero; no de los que temían a Yavé, pues no hay duda de que se hallaba en ese número, sino de los que le amaban, como Samuel? ¿Fue él un hombre que sentía la presencia de Yavé o fingió serlo para sus fines políticos? ¿Hacía él lo que le dictaba el corazón o nada más aquello que convenía a sus propósitos? En ese momento, en esos días, mientras se hallaba en sus treinta años o al borde de cumplirlos, ¿qué gobernaba su vida; el sentimiento, la voluntad o la ambición? Y de ser la ambición, ¿no ha llegado la hora de pensar que cuando aceptó marchar junto a Aquis sobre Israel había renunciado ya a ser rey de Israel y se conformaba con ser un reyezuelo del desierto al servicio de Aquis, a quien llamaba “mi señor” y de quien se decía “siervo”? Y en ese caso, ¿no era para él un fracaso haber sido repudiado cuando veía cerca la hora de mostrarles a sus nuevos compañeros de armas su capacidad de guerrero, la bravura de su corazón y el poder de su brazo? Muy penoso debió ser el camino de vuelta hacia Siceleg para David y sus hombres, pero muy grande fue su cólera cuando se acercaban a sus reales y lo vieron en ruinas. Los amalecitas habían atacado, aprovechando la ausencia de David; habían apresado a cuantos se quedaron en el villorrio, niños, ancianos, y mujeres, las dos de David entre ellas, y se habían internado en sus predios después de haber destruido el poblado por medio del fuego. La primera reacción de los hombres de David fue contra su jefe, a quien acusaron de ser el responsable del desastre. Es de pensar que alguno de aquellos hebreos que temían a Yavé, creyendo que los amalecitas habían dado muerte a su mujer y a sus hijos, gritaría que todo aquel mal les venía por haber David traicionado a Yavé pasándose a los filisteos. La rebelión tomó cuerpo en seguida, y los violentos seguidores de David decidieron lapidar a su jefe. Pero David tenía de su parte al sacerdote Abiatar, el hijo de Ajimelec, y a él pidió que invocara a Yavé. Yavé habló por boca de Abiatar y ordenó la persecución de los amalecitas. Yavé, pues, estaba todavía con David. Los guerreros del desierto tomaron a la carrera el camino de Amalec. Había sido tan fatigosa la marcha desde Siceleg hasta Afec, y el retorno de Afec a Siceleg, que de los seiscientos hombres de David más de doscientos se quedaron atrasados, sin que pudieran participar en la persecución de los amalecitas. Un egipcio hallado en el desierto ofreció datos útiles y los guió hasta el campamento enemigo. David ordenó el ataque de inmediato, y la batalla duró varias horas, “desde la aurora hasta el atardecer”. Los amalecitas fueron destruidos, y los sobrevivientes escaparon en camellos. De los secuestrados en Siceleg, ninguno faltaba. Fue grande el botín, y David ordenó no sólo que se repartiera con los doscientos guerreros que no pudieron llegar al campo amalecita, sino que separó cantidades apreciables y las envió a los “de Betul, a los de Ramat del Neguev, a los de Jatir a los de Arara, a los de Sifamot, a los de Estamoa, a los de Carmel, a los de las ciudades de los jeramelitas, a los de las ciudades de los quenitas, a los de Jorma, a los de Borasán, a los de Atao, a los de Hebrón y a los de todos los lugares donde David y su gente habían estado” (I Sam., 30: 26 al 31). Se las envió con este recado: “Ahí va para vosotros un presente, del botín de los enemigos de Yavé”. 744
JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY Ahí está el político. Yavé da el reino, pero el pueblo debe respaldar esa decisión de Yavé. No hay duda de que David apreció el incendio de Siceleg como una señal de la cólera de Yavé por haber ido a ofrecer su fuerza a los enemigos de Israel. Con la rapidez característica en su manera de actuar, David, que ha tenido la buena fortuna de hallar un rico botín en el campo amalecita, dispone que sus obsequios lleguen a Israel antes que la noticia de que él había entrado, aliado a los filisteos, en la tierra escogida por Yavé. El botín debía ser más elocuente que la lengua de sus adversarios. David, pues, reconocía su error, puesto que se adelantaba a impedir su difusión. Algo casi sobrenatural, ese instinto político que había traído al mundo, su excepcional don de adivinar la oportunidad propicia para actuar, le estaba aconsejando esa medida. Pues a esa hora Saúl había sido derrotado y muerto en Gélboe, junto con sus herederos. David no lo sabía, pero su fina sensibilidad captaba algo en el aire. Saúl había acampado en Gélboe y desde allí, habiendo visto el poderío filisteo, fue a consultar a la adivina que le profetizó la muerte. De manera que cuando aquella misma noche retornó a su campamento, llevaba la batalla perdida en el fondo de su corazón. Un hombre de instintos tan violentos como él sabía que su hora había llegado. Empeñada la acción, combatió con su acostumbrada valentía, pero fue herido de flecha en la cadera. Saúl padecía delirio de persecución, quizá sufría de aura epiléptica; era violento y cruel. Pero en las batallas se comportaba como todo un rey. Cuando se vio herido, se negó a caer vivo en manos enemigas y pidió a su escudero que lo atravesara con su espada. El escudero no quiso obedecerle. Saúl, entonces, puso la suya en tierra, la punta hacia el corazón, y se lanzó sobre esa punta. Los incircuncisos no le afrentarían en vida. Al verle, muerto, su escudero siguió su ejemplo. El heroico Jonatán cayó luchando. Cayeron también Abinadab y Malaquías, hijos de Saúl. Cayeron muchos. Al verse sin jefes, los hombres de Israel se dispersaron, huyendo por las orillas del Jordán y por los montes de Gélboe. Los filisteos dieron con los cadáveres de Saúl y de sus herederos y se apoderaron de sus armas. Los cadáveres fueron colgados de las murallas de Betsán, como testimonio de la gran derrota de Israel. Pero cuando en Jabes de Galad, que estaba al oriente del Jordán, se supo que los cuerpos de Saúl y de sus hijos se hallaban expuestos al sol, a las lluvias y a las aves de rapiña recordaron que la primera acción real del hijo de Quis fue matar sus bueyes y enviarlos en pedazos por Israel para mover a los soldados de Yavé hacia Jabes de Galad, sitiada por Nahas, jefe ammonita; lo recordaron a pesar de que habían pasado treinta años desde que el flamante rey Saúl había llegado a los muros de la ciudad después de haber hecho retroceder a Nahas. Los hombres de Jabes de Galad marcharon hacia Betsán, se apoderaron de los cuerpos colgados en las murallas y volvieron con ellos a Jabes. Allí los quemaron, sepultaron los huesos calcinados bajo un terebinto y declararon un ayuno de siete días. Del campo de Gélboe huyó un hombre. Era hijo de amalecita. Probablemente se trataba de un aprovechado, que acertó a pasar cerca de Saúl cuando ya éste había muerto, y quiso hacerse grato a los ojos de David. En esos días era público y notorio que si Saúl moría, y sobre todo si morían también sus herederos, el título de rey caería sobre David. Los adivinos y los invocadores de muertos se habían encargado de propagar por todas partes que el espíritu de Samuel anunciaba el reinado de David, y el propio David debe haber hecho difundir la noticia de que Samuel le había ungido futuro rey antes de su muerte. Es el caso que aquel hijo de amalecita debía creer lo que sin duda tantas veces oyó. Todo el mundo en Israel sabía que David moraba en Siceleg. Hacia Siceleg, pues, se dirigió el fugitivo de Gélboe. Recorrió sin descanso la distancia entre Gélboe y Siceleg, y llegó a este 745
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />
Yavé y al lado <strong>de</strong> los que habían capturado el Arca sagrada justamente en las cercanías <strong>de</strong>l<br />
sitio don<strong>de</strong> David fue rechazado por los jefes filisteos. Ahí, en Afec, cuando todavía vivía<br />
Elí, perdió Israel cuatro mil hombres a manos <strong>de</strong> los que ahora repudiaban a David; en las<br />
proximida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ese lugar se perdieron entonces treinta mil hombres, el Arca y la libertad.<br />
De ese sitio tenía David que <strong>de</strong>volverse hacia Siceleg mientras los filisteos penetraban Israel<br />
a<strong>de</strong>ntro, hacia el nor<strong>de</strong>ste, en busca <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong>l Jordán.<br />
Ahora bien, ¿fue David un yaveísta sincero; no <strong>de</strong> los que temían a Yavé, pues no hay<br />
duda <strong>de</strong> que se hallaba en ese número, sino <strong>de</strong> los que le amaban, como Samuel? ¿Fue él<br />
un hombre que sentía la presencia <strong>de</strong> Yavé o fingió serlo para sus fines políticos? ¿Hacía<br />
él lo que le dictaba el corazón o nada más aquello que convenía a sus propósitos? En ese<br />
momento, en esos días, mientras se hallaba en sus treinta años o al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> cumplirlos,<br />
¿qué gobernaba su vida; el sentimiento, la voluntad o la ambición? Y <strong>de</strong> ser la ambición,<br />
¿no ha llegado la hora <strong>de</strong> pensar que cuando aceptó marchar junto a Aquis sobre Israel<br />
había renunciado ya a ser rey <strong>de</strong> Israel y se conformaba con ser un reyezuelo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto al<br />
servicio <strong>de</strong> Aquis, a quien llamaba “mi señor” y <strong>de</strong> quien se <strong>de</strong>cía “siervo”? Y en ese caso,<br />
¿no era para él un fracaso haber sido repudiado cuando veía cerca la hora <strong>de</strong> mostrarles<br />
a sus nuevos compañeros <strong>de</strong> armas su capacidad <strong>de</strong> guerrero, la bravura <strong>de</strong> su corazón<br />
y el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> su brazo?<br />
Muy penoso <strong>de</strong>bió ser el camino <strong>de</strong> vuelta hacia Siceleg para David y sus hombres, pero<br />
muy gran<strong>de</strong> fue su cólera cuando se acercaban a sus reales y lo vieron en ruinas. Los amalecitas<br />
habían atacado, aprovechando la ausencia <strong>de</strong> David; habían apresado a cuantos se quedaron<br />
en el villorrio, niños, ancianos, y mujeres, las dos <strong>de</strong> David entre ellas, y se habían internado<br />
en sus predios <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>struido el poblado por medio <strong>de</strong>l fuego.<br />
La primera reacción <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> David fue contra su jefe, a quien acusaron <strong>de</strong> ser<br />
el responsable <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sastre. Es <strong>de</strong> pensar que alguno <strong>de</strong> aquellos hebreos que temían a Yavé,<br />
creyendo que los amalecitas habían dado muerte a su mujer y a sus hijos, gritaría que todo<br />
aquel mal les venía por haber David traicionado a Yavé pasándose a los filisteos. La rebelión<br />
tomó cuerpo en seguida, y los violentos seguidores <strong>de</strong> David <strong>de</strong>cidieron lapidar a su jefe.<br />
Pero David tenía <strong>de</strong> su parte al sacerdote Abiatar, el hijo <strong>de</strong> Ajimelec, y a él pidió que<br />
invocara a Yavé. Yavé habló por boca <strong>de</strong> Abiatar y or<strong>de</strong>nó la persecución <strong>de</strong> los amalecitas.<br />
Yavé, pues, estaba todavía con David. Los guerreros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto tomaron a la carrera el<br />
camino <strong>de</strong> Amalec. Había sido tan fatigosa la marcha <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Siceleg hasta Afec, y el retorno<br />
<strong>de</strong> Afec a Siceleg, que <strong>de</strong> los seiscientos hombres <strong>de</strong> David más <strong>de</strong> doscientos se quedaron<br />
atrasados, sin que pudieran participar en la persecución <strong>de</strong> los amalecitas. Un egipcio hallado<br />
en el <strong>de</strong>sierto ofreció datos útiles y los guió hasta el campamento enemigo. David or<strong>de</strong>nó<br />
el ataque <strong>de</strong> inmediato, y la batalla duró varias horas, “<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la aurora hasta el atar<strong>de</strong>cer”.<br />
Los amalecitas fueron <strong>de</strong>struidos, y los sobrevivientes escaparon en camellos. De los secuestrados<br />
en Siceleg, ninguno faltaba.<br />
Fue gran<strong>de</strong> el botín, y David or<strong>de</strong>nó no sólo que se repartiera con los doscientos guerreros<br />
que no pudieron llegar al campo amalecita, sino que separó cantida<strong>de</strong>s apreciables y las envió<br />
a los “<strong>de</strong> Betul, a los <strong>de</strong> Ramat <strong>de</strong>l Neguev, a los <strong>de</strong> Jatir a los <strong>de</strong> Arara, a los <strong>de</strong> Sifamot, a los<br />
<strong>de</strong> Estamoa, a los <strong>de</strong> Carmel, a los <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los jeramelitas, a los <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />
los quenitas, a los <strong>de</strong> Jorma, a los <strong>de</strong> Borasán, a los <strong>de</strong> Atao, a los <strong>de</strong> Hebrón y a los <strong>de</strong> todos<br />
los lugares don<strong>de</strong> David y su gente habían estado” (I Sam., 30: 26 al 31). Se las envió con este<br />
recado: “Ahí va para vosotros un presente, <strong>de</strong>l botín <strong>de</strong> los enemigos <strong>de</strong> Yavé”.<br />
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